II: Sesshômaru

Fingir dormir es un hábito viejo, nacido del deseo de controlar cualquier momento de debilidad, de querer probar que siempre está alerta, pero ahora hay otra razón.

Rin duerme, tranquila como si confiase que nada le ocurrirá y Sesshômaru sabe que no permitirá que nada disturbe su sueño, ni mucho menos la lastime.

Es extraño que alguien dependa de él, tal como alguna vez lo había sido el tener a alguien siguiéndolo.

Pero acostumbrarse a su autodesignado sirviente había sido fácil, no había cambiado su mundo, mas la presencia de Rin sí lo hace día tras día, con sonrisas que no deberían calentar su alma y gestos que deberían carecer de utilidad pero que están llenos de un valor que supera al de la más poderosa arma.

Es ilógico, tal como lo fue su propia decisión de salvarla y permitirle seguirle, pero es algo que ya es una constante en su vida.

¿Y por cuánto más lo seguiría siendo?

Es un interrogante que desaparece cada vez que la ve dándole su espalda a una aldea humana para continuar con él, siempre sonriente como si eso fuese lo único que desea.

La llegada de la mañana no inmuta a Sesshômaru y con sus párpados casi cerrados vigila a Jaken, aprueba en silencio sus acciones y aguarda.

Rin no tarda en despertar, en sonreírle, en comer y en jugar entre las flores como si eso bastase para hacerla feliz y cuando ella se acerca y le entrega una corona de flores, Sesshômaru la acepta y la sostiene en su mano con cuidado.

Son frágiles, podría destruirlas con un solo movimiento y aun si no lo hace, no duda que estarán marchitas para el atardecer.

Y las conservaría hasta ese entonces.

Sesshômaru se permite un asomo de una sonrisa al ver a Rin ponerle una corona parecida a Jaken y mueve su cabeza para que nadie la vea.

Aunque no piensa decirlo, le agrada este tipo de vida; quizás, incluso, lo hace feliz.