18 de Noviembre de 1978, Londres muggle.
Siguiendo con la política de terror a gran escala que llevaban practicando un par de meses, tras una aparente retirada por parte del Señor Tenebroso y sus seguidores, la noche del 18 de Noviembre se planificó una ola de "ataques libres", que consistía en que los mortífagos debían pasar la noche cometiendo crímenes de la forma que les viniera en gana, ya fuera individualmente o por grupos. Voldemort no les molestaría.
A simple vista, esta actividad podía parecer caótica, y más considerando que el Ministerio estaba alerta, pero tenía dos fines muy concretos: por una parte, los mortífagos se podrían divertir a sus anchas con una de las actividades que más les gustaba corriendo el riesgo que creyesen necesario y por otra, que la mayoría de ellos ni siquiera conocían, se lograba despistar al ministerio, ya que dentro se tenía la creencia de que los ataques estaban bien organizados y tenían fines concretos. Por eso, cuando los ataques se sucedían de forma aleatoria y en distintos puntos sin aparente relación, el Ministerio perdía semanas, e incluso meses, en realizar los informes pertinentes, amén de distraerse de las averiguaciones que hubiesen hecho anteriormente.
El "ataque libre" dejaba a Lucius además una buena forma de lucirse, así que los planeaba con mucha lentitud y elegía con cuidado a sus víctimas.
Esa semana había recibido un libro sobre Astrología de uno de sus muchos amigos del Ministerio, cosa que le inspiró a hacer un buen trabajo de campo. Sentado en su sillón preferido y frente a una copa de su mejor brandy empezó a pasar páginas y a tomar datos.
"El 18 de Noviembre de 1978 está marcado por el planeta Plutón, que rige a Escorpio y detrimenta a Tauro. La palabra clave de dicho planeta es Eliminación. Características positivas de Plutón: Capacidad para comenzar de nuevo, habilidad para los grandes negocios, seguridad económica, capacidad analítica. Características negativas: Un inconsciente, malsano, turbio y de tendencias criminales, cruel sádico, bestial."
- Hummmmmm, fíjate por donde, esto me viene que ni pintado- pensó Lucius – al final la adivinación no va a ser un fraude.
Estaba claro pues que él sería como Plutón, al menos durante esta noche ¿cómo habría de ser su victima? ¿Detrimento en Tauro? ¿Un Tauro? Esto no le llevaba a ninguna parte... ¿Cómo iba a detectar si un muggle era de un signo u otro? Decidió entonces mirar el planeta que regía a los Tauro, a ver si eso le daba alguna indicación.
"Venus rige a Tauro y a Libra. Palabra clave: Armonía. Características positivas de Venus: Necesidad de relacionarse armónicamente, dulce, amable y amistoso, tacto, hábil en el amor y las bellas artes, adaptabilidad, sentido estético, tranquilidad, refinamiento. Características negativas: pereza, efusividad, indecisión, excesivo romanticismo, voluntad débil, descuido, poco sentido práctico dependencia, parasitismo."
Lucius no podía parecer más angelical aunque se lo hubiese propuesto: sus ojos brillaban, y su boca tenía dibujada una sonrisa que podría haber derretido bloques de hielo con haberlos acercado a menos de un metro de él. Iba a ser una noche maravillosa....
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La entrada al Auditorio estaba abarrotada de gente, la mayoría vestida con sus mejores galas. Lucius llevaba un traje muggle negro con una camisa de un color azul pálido y una corbata a juego. El azul resaltaba el color de sus ojos, y el negro contrastaba con su pelo, recogido con una suave cinta en forma de cola de caballo bajo la nuca. Llevaba un abrigo negro que casi le alcanzaba a los pies, y en su mano un bastón con la empuñadura en forma de cabeza de águila. Arrastraba con gusto las miradas de casi todo el mundo a su alrededor.
Entró ordenadamente con el resto de personas y se deleitó con el primer acto del concierto. En el descanso, siguió buscando algo que le llamase la atención entre los asistentes. Tenía tiempo, de todas formas, y si se iba con las manos vacías, podía lanzar un par de Avada Kedavra por alguna calle concurrida en la protección de un callejón y cumplir con la labor que su Lord les había ordenado.
Sus ojos se demoraron en otros de un intenso color oscuro ¿Marrón o negro? Se acercó como hipnotizado a esos ojos que le recordaban tanto a los de Severus Snape, profundos, de largas pestañas, muy femeninos... Pero no fue una mujer lo que vio, como en un principio había pensado: Un hombre de unos 25 años le sonreía con una hilera de dientes blancos. Tenía una lisa melena negra, y resultó ser muy atractivo. Como Severus, a quien entonces adoraba, pero más... guapo, no había otra palabra para compararlo, aunque Lucius la seguía buscando.
- Interesante obra, ¿verdad amigo?
- Ciertamente, es la primera vez que acudo a este lugar y estoy disfrutando de la velada – Que placer es decir verdades a medias, pensó Lucius.
- Mi nombre es Henry Grandet, un placer.
- Lucius Malfoy – sonrisa, apretón de manos, sonrisa... Lucius sabía como hacerse querer, y el joven Henry parecía dispuesto a ello.
- ¿No es usted de por aquí? Me resulta extraño que sea la primera vez que viene.
- En realidad vivo en una mansión en el campo, no suelo acercarme muy a menudo a Londres, pero eso no es un asunto importante, más bien diría que me interesa más saber su signo zodiacal -sonrisa ante la expresión de desconcierto de Henry – Nada más verle, recé para que usted fuera Tauro o Libra...
Tras la sorpresa inicial, Henry parecía divertido
- ¡Premio para el caballero! Soy Libra. ¿Siempre empieza así una conversación Mr. Malfoy?
- Por favor, mi nombre es Lucius, y si me lo permites, me tomare la confianza de llamarte Henry, tutearte y secuestrarte para lo que queda de noche, y dado que dices venir mucho aquí, otro día verás el recital.
La sonrisa de Henry sirvió a Lucius como respuesta afirmativa y lo tomó del brazo sin mayor consideración de su opinión. Lo hizo esperar en el Hall del Auditorio y salió a la calle, donde tras fijarse que nadie le observaba lanzó un conjuro a un coche aparcado para transformarlo en una limousine negra con cuero blanco en su interior, y a un solitario muggle que pasaba por la desierta calle le lanzó un Imperius, le conjuró un traje de chofer y le hizo subir a conducir.
Los ojos de Henry se abrieron como platos al ver a Lucius abrir la puerta e indicarle con la mano que entrase dentro. Si había una forma de ser secuestrado ¿A alguien se le podía ocurrir una mejor?: Un atractivo millonario, a juzgar por el coche.
- ¿Dónde vamos, Lucius?
- A Southend, por supuesto – sonrisa picara
- Pero eso está a más de dos horas de Londres !!!
- Lo sé, pero es un buen lugar para ver las estrellas, y la arena de sus playas es de lo más cómodo. Puedo ver el futuro en el cielo, y me apetece mostrártelo.
- Pero...
- No hay peros – Lucius se puso algo nervioso ¿Qué se cree este muggle? Aparte de quitarme tiempo, me contradice, espero que no me decepcione luego –La cena nos está esperando ya, ¿no me harás cancelarlo, verdad? – un puchero fingido hasta decir basta apareció en su cara.
Henry se sonrojó
- Eres increíble, Lucius. Yo no sé que decir... ¿Lo has planeado todo ya?
- No todo – cara maliciosa – pensaba que tú planeases el postre.
Lucius estaba cada vez más excitado. El muggle era tan... inocente. Era un corderito manso que haría todo lo que le pidiese. Ojalá esa mula de Snape se dejara dominar así! Pero este no era momento ni lugar de pensar en su fetiche de toda la vida, sino recrearse y jugar con el dulce Henry: Libra, armonioso y encantador, apreciante de las condiciones de vida placenteras, de naturaleza adaptable, romántico, diplomático, idealista y refinado...
Henry llevaba un rato desabotonándole la camisa, después de quitar su corbata. Sus labios eran gruesos, dulces como la miel y ahora recorrían el hombro desnudo de Lucius. Él, por su parte, arrancó los botones de un tirón y pasaba sus finas manos por el bajo vientre de Henry. Cada vez se tocaban con menos pudor y con más fuerza, cuando de pronto Henry sacó la boca del pecho de Lucius y, para su sorpresa, empezó a hablar:
- Oye, estamos en un coche en marcha conducido por tu chofer ¿No crees que se disguste o que difunda esto?
- Oh, el chofer, esto....Ambrosio! , ah, si no te preocupes, a él le da igual, se mueve por motivos más "Imperiosos" – Lucius estalló en una carcajada interna por su juego de palabras – ¿Ahora, por donde íbamos?
Y así siguió la sesión de caricias y masajes, pasando a términos más altos cuando Henry se arrodilló en el asiento y se metió el hierro de Lucius hasta la garganta, sintiendo como su anfitrión se vaciaba dentro de su boca en un estallido de espasmos viscosos, excitantes hasta tal punto que él mismo se corrió instantes después y tras unas caricias por parte de esas manos suaves y heladas.
- Me has hechizado, Lucius
- No sabes bien hasta que punto, ni lo que te queda – Sonrió Lucius cruelmente, mientras pensaba que Henry pasaba de romanticismo a cursilería en cuestión de segundos, sintiendo como los defectos de Plutón (inconsciente, malsano, turbio, tendencias criminales, cruel, sádico y bestial, por si no se acuerdan) le apremiaban a acabar con él.
Al fin llegaron a Southend, tras un agradable rato en el coche. Lucius puso una venda en los ojos de Henry y lo condujo hacia la orilla de la playa, donde conjuró un habitáculo para estar cómodos, con una mesa servida de los más caros manjares. Henry, mientras tanto, estaba inquieto, pero maravillado de la buena temperatura que hacía en esa noche de noviembre.
Aunque no tan maravillado como cuando vio lo que Lucius había preparado. Él supuso que lo habría encargado hacer mientras fue a por el coche en Londres, aunque aun así seguía pareciendo cosa de magia. Una hoguera se elevaba en el lado opuesto, dando calor y luz a la zona, que sólo estaba alumbrada por el tenue brillo de las estrellas en el cielo.
Cenaron relajadamente, charlaron sobre banalidades y se tumbaron en lo que parecía una mullida alfombra de pelo largo, pero con más consistencia. Lucius estaba impaciente: había mimado a su presa más que nunca, y su instinto natural le decía que acabase de una vez. Pero el artista que llevaba dentro le gritaba que cuanto más despacio y más pacientemente lo hiciese, más contento quedaría del resultado.
Apoyado en un almohadón y con la cabeza de Henry en su pecho, empezó a observar el cielo. El hechizo caldeador que había lanzado parecía extinguirse poco a poco, y el ambiente estaba cada vez más frío.
- Deberíamos resguardarnos un poco, Lucius – Henry, sin camisa, empezaba a tiritar. Lucius le acercó una manta.
- De eso nada, encanto, hemos venido aquí por un motivo, ¿recuerdas? Voy a mirar las estrellas y a decirte cual será tu destino. ¿Qué es lo que te gustaría saber?
- No lo sé, yo... – Los ojos de Henry se volvieron soñadores y un brillo extraño los cubrió – Háblame de lo que ves, y luego te diré lo que le pediría a mi futuro. Además, no quiero que te inventes nada... Su cara se había vuelto más risueña.
Un mohín de desprecio se dibujó en la cara de Lucius. Sin decir una palabra más, se levantó, ayudó a Henry a levantarse y caminaron por la arena endurecida por el mar, evitando de vez en cuando las olas que se acercaban. Lucius alternaba sus ojos del cielo a su acompañante. Tras unos minutos en los que sólo se escuchaba el tenue rugido del mar, Lucius le miró con ojos tristes, acuosos y distantes.
- Oh, Henry, mi niño, esto si que es triste, ¡Qué mala suerte!
- ¿Qué? ¿qué pasa, Lucius?
Lucius apartó de uno de sus ojos una lágrima de cocodrilo, aunque Henry no podía saberlo, por lo que empezó a preocuparse
- Las estrellas,... ellas dicen que morirás joven, muy joven
Henry se quedó pasmado. Sin saber muy bien como reaccionar, lo abrazó, y susurró en el oído de su asesino unas palabras de consuelo sin mucho sentido, diciéndole que no estuviese triste. Al rato, Malfoy se apartó, y le preguntó con voz algo tomada
- ¿Cuál crees que es la estrella más triste esta noche?
- Ehhhh... ¿esa? – Henry señaló un astro que apenas desprendía luz
- Veo que no entiendes mucho del cielo, mi niño, eso es un planeta – Lucius sonreía de nuevo
- Ups! Vaya, lo siento. ¿Qué planeta es? – Ante esta pregunta, la cara de Lucius se volvió a ensombrecer
- Es Plutón, precisamente quien me ha hablado de tu muerte
- ¿En serio?
- Si, en serio. Es más,... – Si Henry tuvo miedo en algún momento de la noche, fue al ver la expresión en el semblante de Lucius, reflejado por la luz que emanaba de los cielos y se reflectaba en el mar. Salvaje, bello y aterrador a un mismo tiempo. – Plutón soy yo.
- ¿Plutón?
- Si. Para los romanos, Plutón es el nombre de Hades, señor del inframundo, el planeta de la muerte. Yo soy el diablo, y tú esta noche te has arrojado a los brazos de la muerte. – Lucius volvía a mostrar su hilera de dientes blancos.
Las últimas palabras rebotaron en la cabeza de Henry mientras corría por la playa con visible dificultad. Malditos zapatos! No se oía nada a sus espaldas, y hasta incluso parecía que el mar había dejado de moverse, pero él sólo tenía en mente huir. Huir de esa sentencia de muerte que le había comunicado un demonio pálido, rubio como un ángel, un desconocido en el fondo. Un desconocido.
¿Por qué había seguido a ese tío ciegamente? Su madre, como todas, siempre le había dicho que no confiase en desconocidos. ¿Por qué se acordaba ahora de la mujer que llevaba cinco años muerta? La cabeza de Henry palpitaba, agolpándose en ella todo tipo de pensamientos, mientras huía de aquel lugar que parecía no quedar atrás por más que corría. Sin embargo su lógica y su conocimiento del mundo físico le animaban a correr, sabiendo que si corría de espaldas al mar, en algún punto tenía que acabar la arena y empezar la tierra de los hombres, de los seres que caminaban sin esfuerzo, de su propio hábitat.
Lucius cada vez estaba más entretenido con la visión de Henry corriendo en círculos en medio de la arena más fina que había en la playa. Cada vez parecía más cansado, pero también más determinado a seguir corriendo, a llegar a algún sitio, a escapar de él. Lucius ya no era Lucius. Era Plutón, era la muerte, el fin de la vida, y simplemente con estirar un poco el brazo y recitar unas palabras, hubiese cogido una vida que según el firmamento tenía que llegar a su fin.
Henry no sabía nada del mundo mágico, ni que un hechizo desorientador estaba en curso por su cuerpo, haciéndole correr en círculos mientras el desconocido se acercaba cada vez más a él. Una mano fría atenazando su hombro, con ayuda del cansancio, le hizo caer de rodillas en la fina arena de la playa de Southend. Al levantar la cabeza vio al desconocido mirándole con dulzura. Sacudió su cabeza, negando el destino que le esperaba, y vio como Lucius sacaba de quien sabe donde una vara de madera ¿Acaso iba a golpearle?
Se apartó y se levantó de un salto. Temblando, alzó sus puños como si fuese un boxeador, protegiéndose la cara y preparado para lanzarle un directo a la pálida mejilla, ahora rosada por el viento de Noviembre. Ese bastardo no le iba a azotar sin algo de resistencia por su parte.
Lucius pareció leerle el pensamiento, ya que estaba al borde de la carcajada, lo que inquietó aún más a Henry (¿Cómo estaba tan seguro de que podría matarle?) Pero en vez de blandir la vara y azotarle, la colocó delante suyo como si fuese una espada y sonrió amenazadadoramente.
- Crucio. - Al oír esa palabra, Henry comprendió. Su dolor era insoportable, pero revelador. Crucio venía de cruz, la cruz que él, como Cristo, tenía que soportar antes de morir. Comprendió que su final no iba a ser rápido, sino doloroso y lento, pero también comprendió que iba a ser realmente un final. Él era Cristo, él era un Dios. Que bello pensamiento cuando vas a morir....
Lucius observó sorprendido como Henry se reía bajo su Cruciatus, como en su cara aparecía una expresión autosuficiente, de poder, de fuerza. Por un momento tuvo miedo de que el sucio muggle no fuera en realidad tal cosa, sino una criatura oscura que había capturado por error. Pero esa sensación se desvaneció cuando oyó un sonido muy similar a un latigazo. El esternón de Henry se había partido. Su respiración se volvió irregular y ruidosa, pero seguía riendo.
En realidad, Henry Grandet se había vuelto loco, con esa locura que produce el miedo y la incomprensión, ya que él no comprendía realmente lo que estaba pasando, y su cabeza había dejado de buscar una explicación. Su cabeza sólo se preocupaba de hacer circular pensamientos uno detrás de otro, haciendo entre todos extraños nexos, siendo la idea principal la de que él era un Dios, un Dios, si, él lo era, porque él tenia la cruz....
A Lucius se le cayó el alma a los pies al ver que su víctima, lejos de comportarse como tal, se levantaba y se abalanzaba contra él (realmente con poco éxito, pero con un gran empeño) Qué extraña es la conducta de un alma condenada. Se echó unos pasos atrás y probó de nuevo y con más fuerza a lanzarle un crucio. En esta ocasión Henry acabó tumbado en la arena, su pelo cubierto de finas partículas, enredado, tapándole los ojos, metiéndose por las comisuras de los labios abiertos que hacían lo posible por ayudar a sus pulmones a entrar aire. Su lengua notó el sabor salobre que se había impregnado en su pelo y sus ojos se abrieron para dejar paso a una visión nada agradable. Plutón se acercaba hacia él, con paso firme y sonrisa sádica. Le iba a matar, iba a ocurrir ya. Lo que le iba a hacer era algo imperdonable, le arrestarían, se pudriría en la cárcel, aunque él estuviese muerto, este cabrón se iba a pudrir en la cárcel, por matarle, sí por eso, eso no se perdona, ni siquiera Dios lo iba a perdonar....
La cabeza de Henry pesaba como un yunque, su pecho gemía y su corazón latía más rápido de lo que nunca lo había hecho. Iba a estallarle, iba a estallar entero, reventaría y la explosión alcanzaría a Plutón y lo mataría. Esa noche iban a morir dos personas.
Malfoy podía ver el destello de locura en los desenfocados ojos de Henry. Se relamió los labios, satisfecho, y levantó la varita. Iba a decir algo cuando, de repente, Henry levantó el brazo, mirándole de nuevo fijamente a los ojos
- Lucius, y-yo te... te perdono
La varita cayó de sus manos, y faltó poco para que él fuese a acompañarla. Si algo no podía esperar, si algo ni siquiera habría pasado por su imaginación, eso hubiese sido que el pelele de pecho partido e indefensión total le dijera que le perdonaba, que ÉL perdonaba a LUCIUS MALFOY en lugar de ser, en todo caso, ÉL quien perdonase a UN INSIGNIFICANTE MUGGLE. Henry lo vio, y no pudo evitar un ataque de risa irracional, seguido de una fuerte tos y unos espasmos.
- ¿Te crees tener buena estrella, sucio muggle? ¿a que si, eh Henry? – Lucius estaba fuera de si, nunca había estado tan frustrado, lo que le enfurecía - ¿quieres ver tu estrella? ¿quieres que te "disipe" las nieblas del futuro? ¿qué te alumbre el camino? ¡¡¿QUIERES?!!
- ...... (Henry enmudeció)
- LUMUS SOLEM – Lucius nunca había lanzado el hechizo capaz de matar a plantas como el lazo del diablo hacia una persona. Ni siquiera, en su furia, podía imaginar que consecuencias tenía. Sólo podía ver a Henry bañado por una luz cegadora en medio de un profundo silencio, que se transformó en un mundo de ruidos cuando terminó de lanzar su hechizo: ruido del mar, del viento, de los pájaros y , sobre todo, ruido del grito prolongado de Henry, que duró hasta que sus pulmones se deshincharon como globos viejos, y que a Lucius le pareció una eternidad.
- No veo, no veo nada! – gemía entre lágrimas. Al alzar sus ojos hacia donde estaba Lucius, este tuvo que contener un amago de grito al verlo: Su piel tostada se había vuelto pálida, blanca como la nieve. Sus labios estaban morados y negros, al igual que el círculo de carne que rodeaba las cuencas de los ojos. ¡ Se había quemado! Sin duda sólo las partes más delicadas, pensó Lucius, mientras continuaba su examen. Los ojos... ¿Qué coño había pasado? Sus ojos estaban completamente blancos: no había pupila ni iris. Era... cuanto menos chocante. Sin duda era por el exceso de luz, pero nunca se habría esperado esta reacción.
El aire le traía el olor que emanaba del cuerpo de Henry. Azufre en estado puro. Era como si alguien se hubiese quemado el pelo con una vela. Se acercó al tembloroso cuerpo y descubrió que no tenía casi ninguna parte con vello, y en su lugar había cientos de poros abiertos como cráteres. Le cogió el brazo y lo hundió en la arena, y como si estuviese hipnotizado, observó como los granos se introducían en la piel.
Hubiese podido estar horas así, pero se recordó que tenía cosas pendientes y que no podía ser tan soñador. Observó objetivamente a su victima: herida en el tórax, probablemente el esternón partido, con leves quemaduras, piel debilitada, ciego.... En definitiva, hermoso. Con un disvestio lo dejó desnudo tumbado boca arriba y pudo observar como había más partes moradas en su cuerpo, además de una gran herida negra en el pecho. ¿qué hacer, relacionado con la astrología, y que a la vez fuese una obra de SU arte? El problema con el que siempre se encontraba Lucius en este punto era lograr CREAR en vez de DESTRUIR. Eso lo diferenciaba de los demás mortífagos.
- ¡Para que veas que ciertos son los astros, Henry! – Lucius parecía haber salido de su trance – Te dije que te auguraba un mal futuro y fíjate por donde vas a morir. - Henry sacudía débilmente la cabeza, aunque fue totalmente ignorado- Pero antes, voy a cerciorarme de que las predicciones son ciertas. –sonrisa – voy a hacerte tu carta astral.
De alguna parte Lucius había sacado un bisturí. Se arrodilló a su lado y tomó su brazo derecho. La parte interna de la articulación del codo, el punto donde suelen confluir varias venas tenía un pequeño derrame, y la zona en la que se unían el brazo y el tronco estaba levemente quemada. Observó el brazo izquierdo y vio que las heridas eran prácticamente simétricas. Las piernas estaban llenas de moraduras y quemazos de diversa consideración, y en el tronco resaltaba la herida del pecho y una quemadura en el vientre, por debajo del ombligo. Lucius comenzó a trazar líneas uniendo las heridas de la pierna, con delicadeza, pero con trazos firmes. Herny, milagrosamente, estaba quieto y callado, aunque las lágrimas brotaban por sus ojos color nácar, ciegos, perdidos.
Lucius levantó las rodillas del suelo y, a patadas, lanzó arena encima de los cortes que acababa de hacer en las piernas. Al contemplar el resultado quedó admirado: era como si un manto de oro y diamante cubriese la parte baja de su cuerpo. La sangre se había mezclado con la arena haciendo formas caprichosas por las esbeltas piernas. Sintió la necesidad de consolar al muggle sollozante.
- Henry, eres hermoso, de verdad – La fantasmagórica cara se levantó sujeta casi milagrosamente por un cuello sin fuerzas y, aunque parezca increíble, sonrió.
- Tortúrame si quieres, Lucius. Mátame si realmente eres el Dios Plutón y lo merezco, pero déjame ver, te lo suplico – Tampoco se hubiese esperado esto. Lentamente, y con ganas de probar suerte, Lucius se acercó hasta su cabeza, y con la varita apuntando a uno de los ojos murmuró unos cuantos contrahechizos generales, aunque eso no dio resultado.
Quedó abatido. Él que era todopoderoso, capaz de matar a cualquiera en un segundo, no había sido capaz de recomponer los ojos de Henry tras un hechizo que simplemente deslumbra. Se sentía inferior al tierno muggle que tenía delante de los ojos, aunque éste estuviese indefenso y a su merced. Él, por lo menos, había tenido poder hasta para perdonarle... mientras que Lucius no podía hacer nada. NADA
Hundido, Henry se echó de nuevo hacia atrás , con los brazos en cruz. Su corazón latía cada vez más despacio y sus piernas ardían por la arena que se colaba en sus heridas, ocupando su carne, pero su cerebro cada vez pensaba menos y de forma menos coherente. Quiero ver, quiero ver las estrellas, pensaba una y otra vez, hasta que lo gritó en voz alta. Sintió de nuevo la presencia de Lucius, cerca de su cabeza, quien, deliberadamente, le introdujo un dedo en el hueco de la garganta, el que está debajo de la nuez de adán, en donde empiezan los huesos que van a los hombros. Ese es uno de los puntos vitales más desprotegidos del ser humano, y si los tendones que ahí se encuentran se rompen, la muerte es segura en pocos minutos, por ahogo.
Lucius notó como los tendones cedían a sus dedos y juntando sus labios con los chamuscados de Henry, murmuró dentro de su boca
- Te perdono, Henry
En ese momento, el color marrón oscuro, casi negro, volvió a los ojos del cadáver, que quedó tendido boca abajo en la playa, el pelo ondeando y los ojos mirando en shock hacia el infinito del mar. Un manto de arena cubría su cuerpo, en el que las heridas estaban unidas como trazando una constelación de estrellas. Todos los objetos que habían utilizado (hamacas, mesa, alfombras, toldos) habían desaparecido, y la limusina volvía a ser un coche común. El muggle que lo conducía había dejado de ser Ambrosio el chofer para convertirse en Don Nadie el muerto por un Avada Kedravra.
En el cielo, las estrellas y los planetas competían en brillo con una marca de una Serpiente saliendo de la boca de una calavera que iluminaba el cielo y se podía ver en todo Southend.
¡Qué fallo lo de Diciembre! Gracias Lina, y gracias por tu review, ya lo he modificado, me alegro de que te guste, muchas gracias. J
A JeRu también gracias mil por sus review, he intentado reflejar lo mejor posible las sensaciones de Lucius, y no te preocupes, no es exactamente un fic yaoi, a mi si que me gusta, pero no está basado en eso, y es más, el siguiente capítulo te gustará más, es un capítulo het.
