CAPITULO 1: LA LLEGADA DE UNA NUEVA ALUMNA.

Octubre, 1986

            Hill Sojourn School había sido construido en una tranquila comarca rural, entre campos de labranza, granjas y un bosque que lo separaba de Dorester, el pueblo más cercano, a apenas tres kilómetros. Su entrada la constituía un magnífico arco que abría una corta avenida franqueada por una serie de robles. El edificio principal del colegio, se alzaba orgulloso en medio de una gran extensión de parque; era una construcción de ladrillo rojo y con enredaderas y rosales trepando por algunas de sus paredes, y estaba unido a otros dos edificios adyacentes por medio de una serie de galerías. El que tenía forma de ele, estaba destinado a los dormitorios, y en el otro se habían instalado las diferentes aulas.

Detrás de los edificios principales, el parque alternaba extensas zonas de césped y de jardín, con diversas pistas deportivas dispuestas cuidadosamente alrededor del gimnasio, un edificio relativamente más moderno que el resto de construcciones y que protegía del viento la piscina del colegio.

            La edad de las alumnas oscilaba entre los doce y los dieciocho años. Aproximadamente dos centenares de niñas distribuidas en seis cursos, según su edad, estudiaban y vivían en el colegio. Algunas lo hacían solamente durante el año escolar, otras incluso permanecían en vacaciones. De su educación se encargaba un preparado claustro de profesoras que muchas veces tenían que hacer verdaderos milagros para supervisar a tanta adolescente junta.

            Aquella tarde, en la biblioteca, Rachel Sullivan, profesora de Lengua española, era la encargada de la hora de estudio del segundo curso. Cerca de una veintena de niñas, que rondaban los trece años y pertenecientes a aquel curso, estaban inclinadas sobre sus deberes mientras la profesora las vigilaba atentamente.

La directora insistía mucho en la necesidad de inculcar una rutina de trabajo a las niñas para que en el futuro pudieran afrontar cualquier tarea. Tal vez aquel fuera una de las razones del buen rendimiento académico del colegio y que había empezado a darle cierta fama en la última década. Hill Sojourn no seleccionaba a sus alumnas según la posición económica y social de la familia, pero tampoco lo hacía entre las niñas de mejor expediente académico. El claustro se enorgullecía de poder sacar partido hasta de la mas desastrosa de las alumnas y a la directora le gustaba recordarles siempre que su principal función era la de formar personas. Algo bastante duro, pensaba Miss Sullivan, cuando ponían bajo su responsabilidad a tantas niñas alejadas de sus hogares por los más diversos motivos.

            La profesora intentó reprimir un suspiro de resignación mientras intentaba volver a sus propias tareas. Hacer guardia no era una de sus ocupaciones preferidas y, además, su mente aun le estaba dando vueltas a la conversación que, aquella misma mañana, había tenido con Miss Robinsson, la directora del colegio.

            En el último momento una nueva alumna había sido matriculada en aquel curso y la mujer aún estaba sorprendida por el hecho de la directora la hubiera aceptado en el colegio con tan poco tiempo y con el curso ya en marcha desde hacía un par de semanas. Ciertamente en el colegio aun sobraban un par de plazas, pero encontraba raro que, sabiendo cómo eran las ocupantes del dormitorio asignado a aquella niña, la directora hubiera  decidido incluirla en aquel grupo.

La nueva viviría con siete niñas muy diferentes entre sí y que, en todo el curso anterior no habían logrado, e incluso no habían tenido el mínimo interés, por convertirse en buenas amigas. No es que se llevaran mal, reconoció la mujer, no solían pelearse ni discutir, pero tampoco podía decirse que entre ellas hubiera la camaradería y amistad que siempre se originaba en un grupo de chicas que conviven las veinticuatro horas del día durante todo un curso escolar.

En los años que llevaba en la enseñanza, Miss Sullivan nunca había visto una clase tan desunida como aquella y no se lo explicaba. Hablaban entre ellas, eso era cierto, y también las había visto jugar. Sin embargo, en todo el año anterior no las había visto profundizar en su amistad y parecía que aquel curso iban por el mismo camino.

La directora le había dicho que la nueva necesitaría mucha ayuda por parte de sus nuevas compañeras pero Miss Sullivan dudaba que éstas estuvieran por la labor.

            Miss Sullivan observó a las alumnas en cuestión. Las únicas que por ahora habían entablado una verdadera amistad eran Joanna McKenzie y Pamela Fletcher, lo cual no podía decirse que fuera una suerte pues ambas eran excesivamente revoltosas. En ese momento, ambas se hallaban confabulando en voz baja, escondidas tras sus libros de texto. Cuando la profesora les mandó volver a sus tareas, Joan frunció el ceño enfadada y Pam, tras unos minutos de mirar su libro sin demasiado interés, intentó ahogar un bostezo sin demasiado éxito.

            La vista de Miss Sullivan se detuvo en una niña delgada, y de pelo corto que miraba aturdida su libreta de ejercicios. Se llamaba Jane Ballantyne y con sólo trece años era una de las mejores deportistas del colegio. Jane podía haber accedido fácilmente a cualquier escuela especializada en deportes donde le hubiera sido muy fácil aprobar, pero sus padres habían preferido matricularla en un colegio que, sin dejar atrás los deportes, destacaba especialmente por su rendimiento académico. En opinión de su padre, eso era lo que le hacía falta a la niña, siempre demasiado dispuesta a correr por la pista de atletismo o lanzar una pelota por encima de la red en la cancha de tenis, en cualquier momento.

            A su lado estaba sentada Harriet Jones, que contrastaba vivamente con ella por su dedicación al estudio. Harriet era diligente y aseada en su trabajo. Mientras que Jane siempre entregaba sus deberes llenos de tachones y errores, ella los entregaba inmaculados y sin ningún error. Para Harriet lo primero era el estudio y se escandalizaba al observar la indolencia de Jane, Pam y Joan en cuanto a aquel tema. Por su trabajo e intachable comportamiento había sido nombrada Delegada de su curso. Miss Sullivan sospechaba que Harriet debía hacer grandes esfuerzos para imponer su autoridad pues niñas como Joan y Pam, parecían poco dispuestas a obedecer a alguien como ella.

            Junto a la ventana estaba sentada May Fitzgerald, recién llegada de Irlanda. Era una bonita muchacha de rizos pelirrojos, brillantes ojos verdes y de carácter alegre. No parecía estar muy preocupada por el hecho de estar lejos de su país, sin embargo su mirada solía perderse por la ventana, mientras suspiraba aburrida. Había sido matriculada en Hill Sojourn gracias al testamento de su madrina, una excentrica inglesa quien había ofrecido costear la educación de la niña, siempre que fuera matriculada en su antiguo colegio. Su padre, un comerciante de Dublin, no había dudado en aprovechar la oportunidad y había convencido a su hija de lo bien que se lo pasaría allí. De otro modo, May se hubiera negado a ser matriculada en un colegio lejos de su querida familia. Sin embargo, y tras dos semanas allí, la niña irlandesa empezaba a sospechar que su padre la había engañado descaradamente.

            A su lado se hallaba Jill Scott, una niña de aspecto insignificante a primera vista. Sin embargo, si se la observaba bien, la primera impresión cambiaba totalmente. Jilly había obtenido la beca del colegio para estudiar allí y tras sus gafas relucían unos inteligentes ojos azules. Sus padres poseían una pequeña granja en Gales y por ello, a pesar de estar delgada, la niña era fuerte y vigorosa, y lucía un saludable bronceado campestre. Jilly siempre estaba estudiando, sin preocuparse de las demás actividades que ofrecía el colegio. A pesar de ser su segundo año allí, aún no acababa de comprender el alborotador comportamiento de algunas de sus compañeras, con las que chocaba su carácter campesino. Desde pequeña, Jilly estaba acostumbrada a trabajar duro y por eso no comprendía la holgazanería de esas compañeras a quienes no parecía importarles el dinero que sus padres gastaban en su educación.

            La última del grupo era Samantha Durckworth, una niña tranquila, de aspecto angelical, con cabellos rubios y ojos grises. Samantha era algo único en el colegio, no porque su padre era millonario, sino porque éste era un importante aristócrata y lo normal hubiera sido que la niña hubiese sido educada en prestigioso colegio donde iba lo mejor de su clase social. Había cursado el ciclo primario en un selecto pensionado pero ahora se hallaba en Hill Sojourn, para estudiar el ciclo medio. Las alumnas del colegio pocas veces se acordaban de la noble familia de Samantha y ésta disfrutaba viviendo una vida sencilla, ocupando su tiempo en estudios y deportes, procurando olvidar el anterior colegio en que había estado.

            Miss Sullivan las miró escéptica. Juntas hubieran formado un grupito animado y alegre donde hubieran podido beneficiarse mutuamente de sus respectivas cualidades. Sin embargo cada una de ellas iba a su propio aire y, aunque se conocían lo suficiente, ninguna parecía tener interés en establecer una amistad más profunda con las otras y defendían su individualismo ferozmente. Entonces ¿por qué la directora había insistido en poner a la nueva en aquel dormitorio?

            Por cuarta vez en aquel día, abrió la carpeta que Miss Robinsson le había dado a ella, y las demás profesoras, sobre la nueva alumna. Era costumbre en el colegio que todas las niñas nuevas tuvieran un informe que contenía datos personales y un expediente sobre su anterior vida escolar, para que las profesoras no tuvieran ningún problema con ellas.       

            Miss Sullivan se quedó mirando pensativa la foto de su nueva alumna. Era una niña de trece años, de rostro tostado por el sol que, desde la foto la miraba risueña, con una pícara sonrisa. La profesora la miró con interés, había algo en su rostro que la atraía, tal vez fuesen sus grandes ojos oscuros, o su simpática expresión, pero sin duda era una de esas niñas que conseguía amigos con facilidad.

            Después de la hora de estudio, las niñas recibieron la noticia de la llegada de una nueva compañera. La directora había llamado a Harriet en su calidad de jefe del curso y había estado hablando un buen rato con ella. Cuando la niña regresó a la sala de recreo de su curso, sus compañeras la rodearon con curiosidad.

- Y bien, ¿qué te ha dicho?

- ¿Nos van a castigar por algo?- preguntó Joan que siempre temía ser llamada al despacho en cualquier momento. No sería la primera vez que Miss Robinsson llamaba a la jefe del curso para hablar de sus bromas y a la niña no le gustaba nada que luego, ésta la sermoneara delante de toda la clase en nombre de la directora. Además, estaba convencida de que Harriet disfrutaba poniéndola en evidencia delante de sus compañeras.

- Tranquilízate- la interrumpió Harriet. - No me han llamado para reñirnos, sino todo lo contrario.

- ¡No me digas que nos han felicitado por algo! - exclamó Pam incrédula.

- ¡No he querido decir eso!- exclamó Harriet.

- Entonces ¿qué te ha dicho?- preguntó Jane impaciente.

            Pero Harriet se tomó su tiempo. Se tomaba muy en serio su cargo como delegada y no le gustaba que la presionaran. Miró los rostros expectantes de sus compañeras y tranquilamente se sentó en una silla.

- Miss Robinsson me ha comunicado que llega una novata.

- ¿Y esa es la gran noticia?- preguntó Pam desilusionada.

- Pero es que nos se trata de una novata normal y corriente...

- ¿Acaso viene de la luna?- interrumpió Joan divertida.

            Harriet la miró impaciente ¿por qué Joan tenía la irritable costumbre de interrumpir a todo el mundo con algún chiste tonto? Decidió no hacerle caso y siguió explicando.

- Miss Robinsson dice que no ha podido venir antes porque ha estado enferma, pero que mañana cogerá el avión hacia Londres...

            Ante aquellas palabras todas se miraron con sorpresa.

- ¿Avión? - le interrumpió May interesada -¿Es extranjera? ¿De donde es?

- Bueno, Miss Robinsson no me lo ha dicho, pero...

- ¿Entonces como sabes que es extranjera? – saltó rápidamente Joan, a quien le encantaba sacar defectos a su perfecta compañera. – ¡Vaya, no es propio de ti sacar conclusiones precipitadas....!

Harriet visiblemente contrariada encaró la mirada burlona de Joan mientras Pam y Jane reían por lo bajo.

- Miss Robinsson quiere que la ayudemos en lo posible, al parecer habla poco inglés.

Con aquel dato miró triunfante a Joan quien, dándose cuenta de su metedura de pata, frunció el ceño enfada. Harriet finalmente optó por ignorarla y siguió hablando.

- Aunque por la expresión que me ha puesto la directora, yo diría que sus conocimientos deben ser mas bien nulos. Lo principal es que tiene costumbres diferentes a las nuestras y la directora ha pedido nuestra colaboración para ayudarla en lo que podamos y que tengamos paciencia con ella.

            Las niñas se miraron sorprendidas al oír eso. Finalmente Jilly habló:

- Es decir, que nos toca de hacer de niñeras.

- ¡Si lo miras de ese modo! - le contestó Harriet. Jilly no dijo nada más pero no parecía nada contenta con la noticia. Ella ya tenía bastante trabajo con sus estudios para tener que perder el tiempo con una extranjera.

            Sin embargo Joan se animó de golpe y sonrió traviesamente.

- Creo que este curso será divertido. ¿Y cuando dices que llega la novata?

- Mañana, antes de la hora de la merienda.

            Al día siguiente, las niñas esperaron expectantes la llegada de la nueva. Tras la hora de la merienda y en vista de que aún no había llegado, se apostaron en lo alto de la escalera que desembocaba en el amplio vestíbulo del colegio, esperando su inminente llegada.

- No creo que estemos haciendo lo correcto... - empezó a decir Harriet pero Joan la obligó a callar con una furiosa mirada. Realmente, Harriet y su manera de ser tan perfecta, le atacaban los nervios.

- ¿Creéis que tardará mucho?- preguntó Jilly mientras pensaba en todo el trabajo que había dejado abandonado. Sin embargo tampoco ella había podido resistir la tentación de ver llegar a la nueva y había acompañado a sus compañeras.

- Se está retrasando- dijo Harriet - La directora me dijo que llegaría entre la cuatro y las cinco...

- ¡Pues ya casi son las seis! - suspiró Pam.- Creo que la novata es algo impuntual, ¿no os parece?

            Todas le dieron la razón mientras permanecían sentadas en el suelo con expresión aburrida.

            De repente sonó el timbre de la puerta y todas se incorporaron sobresaltadas. Escondidas en lo alto de la escalera vieron aparecer a la directora mientras una doncella abría la puerta.

            Intentaron agudizar su vista pero fuera ya estaba oscureciendo y las luces aún no habían sido encendidas. Por ello las niñas sólo pudieron ver a un hombre alto y moreno que saludó a Miss Robinsson en inglés. Curiosas intentaron distinguir mejor la pequeña figura que se escondía entre las sombras del amplio vestíbulo. Sin embargo les fue imposible.

- ¿Veis algo? - preguntó Pam en voz baja.

- Desde aquí no se la puede ver bien.- murmuró May.

- ¡A ver si nos oirán! - dijo alarmada Harriet.

            Y no bien dijo eso cuando la pequeña figura levantó la cabeza y miró hacia donde estaban ellas.

            Aún así no la vieron bien y solo vieron parte de su rostro, un mechón de pelo negro que caía sobre unos ojos oscuros y profundos.

            A pesar de que la misma oscuridad que les impedía ver a la niña nueva, le impedía a ella verlas, todas las niñas estuvieron convencidas de que aquella niña les estaba mirando y que era capaz de distinguirlas perfectamente.

            Sin decir nada todas se levantaron y salieron corriendo antes de que Miss Robinsson las viese espiando desde lo alto de la escalera. No pararon hasta llegar a su dormitorio.

- ¡Sabía que nos pillarían! - exclamó Harriet nerviosa.

- ¡No digas bobadas! - contestó Joan impaciente - No nos han pillado, que la nueva nos haya visto no significa nada. ¡Además! ¡Tampoco estábamos haciendo nada malo, aunque Harriet parece opinar lo contrario! - añadió irónica.

            La aludida enrojeció ante aquel comentario pero no se molestó en replicar.

            Durante más de media hora, las niñas esperaron impacientes que la directora apareciera con la nueva alumna, pero ambas se hacían de rogar.

            Finalmente Jilly se subió a su litera y abrió el libro de historia, dispuesta a preparar la lección del día siguiente. Nerviosa, Pam empezó a molestar a Joan que finalmente la obsequió con un golpe de almohada. Sin embargo Pam tenía bastante práctica en aquello y lo esquivó hábilmente. El almohadón dio a Jane en plena cara.

- ¡¿Cómo te has atrevido?! - exclamó la niña enfadada y se lo devolvió a Joan con gran fuerza. Joan se limitó a esquivarlo y el segundo golpe lo recibió May que cayó sobre su cama con almohadón incluido.

            Se levantó dispuesta a perseguir a Joan por toda la habitación y Jane se unió a la persecución mientras Harriet, escandalizada ante su comportamiento, les reñía para que se detuvieran. Pero Jane y May estaban decididas a vengarse de Joan y la ignoraron completamente. Con una sonrisa divertida, Samantha se apartó de su camino justo en el momento en que Joan contraatacaba con otro almohadón, lanzado con tal mala puntería que derribó a Harriet.

            Joan, al ver su tiro fallado y que las otras dos avanzaban amenazadoramente hacia ella retrocedió unos pasos para huir. Sin embargo Pam no se lo permitió y se lanzó sobre ella tirándola sobre la cama, tras un leve forcejeo Joan se libró de ella e intentó escapar mientras Harriet gritaba indignada que pararan de una vez.

            En ese momento la puerta del dormitorio se abrió y Miss Robinsson entró en el dormitorio. La directora tosió discretamente para hacer notar su presencia y sus alumnas volvieron la cabeza hacia ella.

            Y fue entonces cuando la vieron por primera vez.

            En el rostro de todas se reflejó el mayor de los asombros al ver a la niña que estaba al lado de la directora, y al principio nadie reaccionó.

            Tan diferente era a ellas que sólo podían preguntarse de dónde había salido una niña como aquella: no era muy alta y tenía la piel muy bronceada; su pelo era una corta melena de un color negro, con un mechón que le cubría un ojo; sus ojos eran castaños oscuros; vestía unos viejos vaqueros, zapatillas deportivas, un jersey a rayas azules, un pañuelo en el cuello, un ancho cinturón y un brazalete de cuero en la mano derecha y, además, colgada a la espalda llevaba una guitarra.

                        Todas las niñas se miraron entre ellas sorprendidas mientras se levantaban y procuraban arreglar el estropicio. Al notar el repentino silencio Jilly levantó la cabeza de su libro y miró boquiabierta a su nueva compañera. Al ver que la directora la miraba se levantó rápidamente y, en silencio, se colocó junto a sus compañeras.

Finalmente May susurró:

- Nunca había visto a nadie tan... tan...

- ¿Latino? - preguntó Samantha acabando su frase y la irlandesa asintió con la cabeza.

            Miss Robinsson hizo que la nueva diera unos pasos hacia delante.

- Niñas, esta es vuestra nueva compañera, se llama Carmen Castells.

            Las niñas se le acercaron y le sonrieron amablemente. Aún así la nueva las miró tímida y asustada.

            Por fin Joan decidió hablar y preguntó:

- ¿Eres francesa?

            Y entonces Carmen le echó una mirada verdaderamente enojada y al ver su expresión, Joan dio un paso hacia atrás impresionada.

- Carmen es española - se apresuró a aclarar Miss Robinsson. La nueva pareció calmarse ante aquella explicación y la timidez la volvió a invadir.

            Samantha sonrió ante aquel incidente Tal vez Carmen entendía poco inglés, pero había entendido lo suficiente a Joan para enojarse ante tal insinuación. ¡Menudo genio debía tener!

            Miss Robinsson dejó a la nueva en manos de sus nuevas compañeras y volvió a sus ocupaciones. Carmen no pareció muy contenta de estar entre desconocidas que hablaban una lengua que ella no entendía y que la miraban con demasiada curiosidad. Al ver lo asustada que parecía la española, Samantha se preguntó por qué había sido matriculada en un colegio inglés sin apenas conocer el idioma.

Decididamente Carmen no estaba nada contenta de estar allí y las miró con cierta hostilidad hasta que Samantha le habló en español. En realidad el español de la niña no era muy bueno, pero era la única capaz de hablarlo, ya que veraneaba en España y había podido practicar. Sus compañeras pensaron que su acento no debía ser muy bueno ya que hizo que Carmen sonriera levemente, olvidando su miedo.

            Todas la trataron con amabilidad y le dieron sus nombres. Luego Samantha le intentó explicar cual era su parte de la litera, su armario y, finalmente, le ayudaron a deshacer el equipaje.

            Las inglesas no pudieron evitar sonreír al ver que, a parte del uniforme, la ropa de Carmen estaba compuesta por pantalones vaqueros y jerseys deportivos.

- Esta no sabe lo que es una falda - comentó May.

            Una vez colocada la ropa, Carmen sacó un par de fotos y las colocó junto a la cabecera de su cama. Sus nuevas compañeras se acercaron curiosas para verlas mejor. Una de ellas debía ser una foto de sus amigos, en ella se veía a Carmen rodeada de un grupo de niños que adoptaban posiciones divertidas ante la cámara. La otra foto debía ser un retrato de su familia, y una familia numerosa, por cierto. En ella se veía a una pareja de ancianos, que debían de ser sus abuelos; dos matrimonios adultos y un hombre de unos cuarenta años, que todas relacionaron con el que habían visto en el vestíbulo, probablemente los padres y los tíos de Carmen; y alrededor de ellos un nutrido grupo de jóvenes, de edades comprendidas entre los diez y los veintitantos años.

            Joan sonrió y para lograr que Carmen hablase, preguntó quienes eran sus hermanos.

            Carmen sin sonreir siquiera, señaló a cuatro muchachos y a una joven, que parecía ser la hermana mayor.

- ¿Y tus padres? – preguntó lentamente Joan intentando que la nueva dijera algo. Pero Carmen parecía negarse a abrir la boca y señaló uno de los matrimonios sin decir nada. Joan quiso insistir pero algo en los ojos de la española le hizo cambiar de parecer cuando ésta la miró fijamente con sus ojos oscuros.

            Después de aquello, Carmen no volvió a hablar hasta la hora de cenar, donde la española demostró, por primera vez, que tenía unas costumbres muy diferentes a las inglesas y que, desde luego, no estaba nada dispuesta a adaptarse a ellas.

            Al ver la comida, Carmen no pudo evitar arrugar la nariz y con gesto decidido se negó a comer.

- ¿No comes? - le preguntó Samantha en español.

- No - respondió la española.

            Sus compañeras la miraron divertidas.

- Pero algo tendrás que comer - dijo Pam que generalmente gozaba de buen apetito.

- No - repitió Carmen y se cruzó de brazos.

            Las chicas de la mesa vecina giraron la cabeza y se la quedaron mirando.

- ¿Acaso piensas morirte de hambre? - le preguntó Samantha.

            La española la miró frunciendo el ceño, intentando comprender lo que Samantha le había dicho. Al no entender nada, sus ojos oscuros miraron interrogadoramente a la inglesa.

- Come - le dijo Samantha.

            Carmen negó obstinadamente la cabeza y la inglesa miró a sus compañeras en busca de ayuda.

- ¿Qué hago?- preguntó.

            Todas se encogieron de hombros.

- Si no quiere comer es problema suyo - le contestó finalmente Joan - No te pongas tan maternal con nuestra española.

- Muy graciosa - respondió Samantha con ironía.

            Carmen miró a sus compañeras con curiosidad, ya que no entendía nada de lo que decían. En aquel momento Miss Sullivan se les acercó.

- ¿Qué ocurre?

- La española no quiere cenar - respondió Pam con expresión divertida.

- ¿De veras? - la profesora levantó una ceja sorprendida y durante unos instantes miró pensativa a Carmen. Finalmente la mujer le dijo en su propio idioma:

- Comprendo que estés acostumbrada a comidas mejores y que esta  cena te parezca poco apetecible...

            Carmen levantó sorprendida la cabeza al oír hablar en español.

- Pero debes comprender que debes alimentarte. Esta comida es buena y debes hacer un esfuerzo, ya verás como pronto te acostumbrarás a ella. Que sea diferente a la que comías en España no quiere decir que sea peor, simplemente es de otra clase...

            Carmen miró con atención a Miss Sullivan y Samantha se sintió aliviada al ver que la profesora tomaba las riendas de la situación.

- ¡No!   - contestó Carmen con obstinación.

            Sus compañeras se sobresaltaron al oír la respuesta y Miss Sullivan miró a Carmen con incredulidad ante aquel claro desafío a su autoridad como profesora.

            Joan sonrió y le murmuró a Pam:

- Esto empieza a ponerse interesante.

            Miss Sullivan sonrió a Carmen, animándola a comer.

- ¡ No! - volvió a replicar Carmen mirando retadora a la mujer inglesa.

            Y entonces Miss Sullivan miró severamente a la niña.

- ¡Escúchame bien jovencita! - exclamó en español y en tono enfadado - Ahora mismo vas a empezar a cenar como el resto de tus compañeras. Métete en tu obstinada cabeza que ya no estás en tu casa y que esto es un colegio inglés. Por lo tanto vas a comer, tanto si te gusta la comida como si no ¿has entendido?

            Aquel rapapolvo hubiera asustado a  cualquier alumna nueva del colegio y seguramente se hubiera echado a llorar. Sin embargo, Carmen miró a la profesora con  expresión ofendida y por un momento pareció que iba a replicarle. Pero finalmente no se atrevió a contestar y desvió su mirada hacia el plato. Durante unos segundos lo miró con desconfianza y luego, no muy segura, cogió el tenedor  y probó un bocado.

            Su expresión ofendida había sido tan cómica que Miss Sullivan había estado a punto de echarse a reír pero se contuvo a tiempo y miró con severidad a la niña.

- ¡Come!  - le ordenó y su voz sonó como un latigazo.

            Y Carmen se apresuró a obedecer tragando rápidamente. Miss Sullivan asintió con la cabeza y se marchó con expresión satisfecha.

            Sorprendidas, las alumnas de segundo miraron como Carmen comía todo lo que tenía en el plato con grandes dosis de voluntad.

- ¿Qué le habrá dicho? - preguntó May intrigada por el cambio de actitud de la española. A su lado Harriet se encogió de hombros.

- No lo sé, no he entendido nada. Pero, sea lo que sea, ha convencido a la española.

            Aquella noche, cuando fueron acostarse, Joan comentó:

- Tengo la impresión que con la española nos vamos a divertir.

- Seguramente - contestó Pam  y miró a la aludida que ya estaba en su cama y miraba a su alrededor, sin entender nada. - Pero primero habrá que enseñarle a hablar inglés.

- A mi me recuerda a un animal asustado. – comentó Jilly. – Me da lástima.

- Voy a apagar la luz - anunció Harriet.

            Todas se metieron en su cama y la habitación quedó a oscuras. Jilly, Jane y Samantha se durmieron casi al instante; Joan y Pam empezaron a hablar entre ellas pero Harriet las obligó a callarse y diez minutos después también dormían ella tres.

            May permaneció despierta durante unos minutos más. Antes de dormirse le gustaba recordar a su familia y a sus amigos de Irlanda, costumbre que había adoptado desde que estaba en Inglaterra. Así, todas las noches May se dormía con una sonrisa en los labios mientras pensaba en ellos.

            Pero aquella noche, cuando cerró los ojos para dormir, May no tardó en volver a abrirlos sorprendida. Se incorporó y miró hacia la cama vecina, ocupada por la nueva: no había duda, Carmen estaba llorando.

            May dudó acerca de lo que debía hacer. Recordaba perfectamente las primeras noches que había pasado en el colegio. Ella también había llorado, añorando su casa, por eso entendía perfectamente a Carmen, pero también recordaba como, en aquella ocasión, ninguna de sus compañeras se había acercado a su cama para tranquilizarla y lo sola que se había sentido.

            La irlandesa se decidió. Levantándose se acercó a la cama de Carmen y se sentó en una esquina. Al notar su presencia Carmen se volvió y gracias a la luz de la luna que entraba por la ventana reconoció a la niña pelirroja que dormía a su lado.

            May sabía que no podía hablarle porque ella misma no sabía español y Carmen no sabía inglés. Por eso, lo único que pudo hacer fue sonreír para darle ánimos y cogerle la mano para consolarla.

- Duerme... - le susurró May. Carmen la cogió con fuerza la mano y dijo con algo en español que la irlandesa no entendió.

            May permaneció junto a ella hasta que se durmió, entonces se levantó con cuidado y volvió a su cama.

- Esta no ha venido aquí por propia voluntad - pensó mientras cerraba los ojos - ¿Por qué la habrán hecho venir a Inglaterra?