ADAPTÁNDOSE.

Al día siguiente Carmen se levantó pálida y ojerosa. Sólo con verla, todas comprendieron que no había dormido bien. Ninguna comentó nada ni pensó burlarse de ella, la mayoría habían pasado por aquello los primeros días de su estancia en el colegio.

            Cuando May se disponía a bajar para desayunar se encontró con Carmen que se quedó mirándola fijamente.

- ¿Cuál es tu nombre? - preguntó la española con un marcado acento y pronunciando lentamente.

- May Fitzgerald - respondió la irlandesa bastante sorprendida.

            Carmen asintió en silencio y continuó mirándola con sus ojos oscuros mientras May empezaba a ponerse nerviosa. De repente, Carmen alargó la mano y habló de nuevo:

- Gracias, May Fitzgerald.

            La irlandesa se la estrechó y sorprendida vio como Carmen se iba sin decir nada más.

Durante el desayuno, Carmen pareció dispuesta a repetir la escena del día anterior, pero una furibunda mirada de Miss Sullivan le hizo cambiar rápidamente de idea. Sus compañeras la miraron divertidas.

- Ha aprendido pronto quien manda aquí - rió Joan.

- ¿Vosotras que creéis que hará en clase? - preguntó Jane con la secreta esperanza de que las peculiaridades de la nueva alegraran la mañana en el aula.

- Ya veremos...

            Pero Carmen se estuvo quieta todas las clases de la mañana. En realidad, la española se aburrió mucho ya que no entendía nada de lo que las profesoras decían. La niña miraba inexpresiva y procuraba ocultar sus bostezos, esperando impacientemente a que se acabasen las clases. Cuando por fin lo hicieron, la española no pudo ocultar su alivio.

            Antes de que la campana anunciara la comida, Sandy Carpenter, Delegada de alumnas del colegio, pasaba por delante de uno de los dormitorios de las alumnas pequeñas, cuando oyó el sonido de una guitarra.

            Sandy se detuvo sorprendida ya que nunca había oído aquel instrumento en el colegio. Con curiosidad se acercó a la puerta desde donde salía la música y la abrió en silencio. Al mirar dentro reconoció a la niña que había llegado el día anterior. Estaba tocando la guitarra sentada en su cama, dando la espalda a la puerta, por lo que no se dio cuenta de la presencia de Sandy.  Ésta volvió a cerrar la puerta y siguió su camino.

- Toca muy bien - pensó admirada - Me pregunto que hará en clase de música...

            Y lo que la española hizo en clase de música, aquella misma tarde, fue revolucionar  por primera vez, a todo el segundo grado.

            La profesora de música, Miss Adams se estaba retrasando y las niñas aguardaban su llegada charlando y bromeando alegremente. Carmen permanecía en un rincón donde le habían obligado a dejar su guitarra.

-  Parece que tenga miedo de que se la robemos - comentó Joan riendo.

- ¿Cómo irá de música la española? - preguntó Jane con curiosidad.

            Joan se acercó a Carmen y le preguntó, despacio y acompañada de elocuentes gestos, para que pudiera entenderla:

- ¿Sabes tocar la guitarra?

            Carmen asintió con la cabeza y, antes que pudiera reaccionar, Joan y Pam se apoderaron de la guitarra y la sacaron de su funda.

- Toca alguna canción.- pidieron.

            Carmen las miró sin entender y Samantha tuvo que traducírselo. Entonces la española se encogió de hombros, cogió la guitarra, se sentó en una silla y empezó a tocar.

            Las inglesas no pudieron evitar un gesto de sorpresa al ver con que fluidez salía la música de los dedos de Carmen que empezó a cantar en voz baja. Entonces las niñas vieron como Carmen se transformaba, perdiendo su miedo. Ensiasmada en su música, fue cogiendo cierta confianza y dejó oír su voz con toda su potencia ¡Y menuda potencia!

            Sus compañeras estaban encantadas. La canción era muy animada y pronto se dieron cuenta de que era una versión en castellano de una famosa canción moderna de un grupo inglés. Pronto empezaron ellas a cantarla también y dar palmadas, acompañando la canción. Carmen dejó de cantar y se limitó a tocar la guitarra, acompañándolas con su música mientras algunas empezaban a bailar... incluso una niña se sentó delante del piano y se unió a la música, ante el entusiasmo de las presentes.

            Sin embargo la animación acabó cuando llegó Miss Adams. La guitarra, el piano y las voces enmudecieron; las que bailaban se detuvieron y las palmas cesaron, mientras todas las niñas se quedaban mirando a la profesora.

            Miss Adams las miró asombrada, sin acabar de creerse que sus alumnas hubieran montado una especie de fiesta en su ausencia. Era la primera vez que las veía hacer algo todas juntas.

Sin decir nada, la mujer se dirigió a la tarima mientras las niñas se apresuraban a sentarse en sus sitios y Carmen, sin saber dónde sentarse ni qué hacer, permanecía de pie, con la guitarra en una mano y su habitual expresión desorientada .

- Bien,.. - dijo Miss Adams - Espero que después de la fiesta, tengáis ganas de atender a la lección.

            Algunas niñas rieron sin disimulo y otras sonrieron satisfechas. La profesora hizo un gesto a Carmen para que se acercara y todas las niñas supieron que iba a comprobar sus aptitudes para el canto y la música.

- Ya que tienes a mano la guitarra ¿por qué no tocas algo? Lo que tu quieras, algo típico de tu país, ya que supongo que no sabrás muchas canciones inglesas ¿cierto?

            Pero Carmen no contestó y la miró inexpresiva, sin entender nada. Luego miró a Samantha en busca de ayuda y ésta actuó de interprete entre alumna y profesora. Finalmente se pusieron de acuerdo y Carmen, una vez más, cogió su guitarra y empezó a cantar una canción española.

            Regocijadas, las alumnas miraron el creciente asombro que se reflejaba en el rostro de la profesora.

            Cuando la canción acabó, Joan exclamó entusiasmada:

- ¡Se nota que es española! ¿Verdad?

            Samantha se echó a reír. Al parecer Joan daba por sentado que todos los españoles debían saber tocar la guitarra y cantar tan bien como Carmen.

            Miss Adams también sonrió: tenía la impresión de que la guitarra de Carmen iba a animar la vida en Hill Sojourn.

            Las semanas siguientes fueron bastante divertidas y todo gracias a la española. Con creciente diversión, las alumnas del segundo grado asistieron al proceso de adaptación de Carmen a la vida escolar inglesa el cual se veía plagado de grandes obstáculos e inconvenientes. Y aunque, pasados los primeros días, Carmen había perdido su miedo, la española seguía tan desconcertada como el primer día.

            En primer lugar, Carmen poseía unas costumbres muy diferentes a la de sus compañeras y su adaptación al horario escolar inglés supuso todo un desafío: a la hora de comer nunca tenía hambre porque en su país se comía más tarde, el resultado de ello era que la española tenía hambre a las horas más imprevistas y, sin ningún escrúpulo ni miedo, se colaba en la cocina para coger algo de comida, con lo cual, a la hora de merendar tampoco tenía hambre y así sucesivamente. Y como en su país, Carmen se acostaba más tarde que en Inglaterra, por la noche nunca tenía sueño y le costaba mucho dormirse, naturalmente al día siguiente no había quien la levantara y después de comer, antes de las clases de la tarde, Carmen se quedaba dormida en la sala de descanso del Segundo Grado.

            Además, en clase la española había escandalizado a sus compañeras al copiar, sin ningún remordimiento, los ejercicios que no sabía hacer. Y ante el espanto de las inglesas, Carmen se dedicaba a salir sola para pasear por el bosque que rodeaba el colegio, y todas sabían que las alumnas del primer ciclo (primer y segundo curso) no podían salir solas, a menos que fueran en grupo o las acompañara una profesora o una alumna del ciclo superior.

            Y para complicar todo el proceso, la propia Carmen no parecía muy dispuesta a adaptarse y ponía muy poca voluntad en ello.

            Sin embargo, las niñas inglesas tenían que reconocer que gracias a Carmen, las clases eran más entretenidas, especialmente las clases de español... aunque no para Miss Sullivan. Y es que a la profesora no le había gustado nada descubrir que su nueva alumna se pasaba las clases observándola fijamente, esperando pacientemente a que cometiera algún fallo. Cuando esto ocurría, la niña sonreía triunfalmente y sus ojos brillaban con una expresión burlona, como venganza por haberle hecho comer aquello que los ingleses se atrevían a llamar comida y que a Carmen le había parecido de todo, menos eso.

            Además, la profesora de español se sintió muy molesta cuando, de repente, los ejercicios de sus alumnas de segundo mejoraron de una forma espectacular y claramente sospechosa. Solo necesitó unos pequeños ejercicios orales para confirmar que Carmen había realizado las tareas de sus compañeras. Tras un tremendo rapapolvo, las niñas decidieron no volver a pedir a Carmen que les hiciera los deberes y Miss Sullivan obsequió a Carmen con intensivas lecciones de gramática inglesa que mantuvieron ocupada a la española durante varias semanas.

            Pero gracias a Carmen, las alumnas de segundo habían empezado a mejorar  su español.  Era lo más normal si querían entenderse con alguien que era tan reticente a hablar otro idioma que no fuera el suyo. Tanto profesoras como alumnas estaban muy molestas por aquel detalle, pero Miss Robinsson no decía nada y estaba segura que Carmen acabaría hablando inglés pues parecía una niña muy extrovertida y con una gran necesidad de comunicarse con la gente.

            Donde más cómoda se sentía Carmen era en clase de francés. La profesora era una joven francesa llamada Yvette Levere y las niñas estaban sencillamente encantadas con ella. Yvette no sólo era muy bonita, sino que también era muy amable, alegre y extremadamente inteligente. Sus clases eran divertidas y provechosas y Carmen se encontraba muy a gusto allí por dos razones: La primera, porque se encontraba al mismo nivel que sus compañeras, es decir, casi ninguna entendía nada de francés, y la segunda, que Yvette hablaba el español a la perfección y no dudaba en hacerlo servir con ella, lo que facilitaba muchísimo su aprendizaje.

            El francés fue de las pocas asignaturas en las que Carmen no tuvo que hacer horas extras para ponerse a la altura de sus compañeras. Aquellas clases particulares no le hacían ninguna gracia a Carmen y las aceptaba con resignación; cada tarde se reunía durante una hora con Miss Sullivan que le enseñaba Gramática y Ortografía española, con un nivel tan alto como las alumnas de Sexto ya que la directora y la profesora no querían que perdiera los conocimientos de su propia lengua que había adquirido en España. Miss Sullivan era muy exigente y la hacía trabajar constantemente.

            Las clases de español se alternaban con clases de Matemáticas, Ciencias e Historia que pronto la pusieron a un nivel bastante aceptable, por tanto, a las pocas semanas pudo prescindir de ellas y las estudiaba con ayuda de Miss Sullivan o de Yvette, que le ayudaban en los pasajes que no sabía traducir.

            Sin embargo, ante su desespero, Carmen no pudo prescindir de las clases extras de lengua inglesa que le daba diariamente Miss Willson. La profesora tuvo que empezar desde cero en sus enseñanzas e impuso un ritmo bastante fuerte para que Carmen superara su mayor obstáculo de su estancia en Hill Sojourn en el menor tiempo posible. Pero Miss Willson pronto empezó a perder la paciencia con la española, que si bien pronto empezó a escribir en inglés con bastante fluidez, no parecía avanzar mucho oralmente y parecía incapaz de decir dos frases seguidas en inglés, con un horrible acento, por añadidura.

            Miss Willson empezó a ponerse nerviosa, especialmente porque la niña española la miraba con expresión sorprendida cuando ella le ordenaba cualquier cosa en inglés. Su rostro reflejaba claramente que no entendía nada, mientras miraba fijamente a Miss Willson hasta que, finalmente, ponía tal cara de desconcierto, que a la mujer le entraban ganas de gritar.

            Al ver que aquello ponía bastante nerviosa a la profesora, Carmen decidió probarlo con otras profesoras y los resultados no se hicieron esperar. Las alumnas de segundo grado se divirtieron bastante cuando se dieron cuenta de que sus profesoras se ponían muy nerviosas cuando Carmen no entendía lo que se le decía y adoptaba aquella expresión que mezclaba un aire de incomprensión, con una especie de aire desvalido y de conmovedora voluntad de intentar comprender lo que se hablaba. Muchas de las profesoras, incluso de las alumnas mayores, mas que molestarles aquella cara, las ponía nerviosas e incluso algunas empezaron a temerla. Otras, intentaron reñirla pero pronto abandonaron la idea. ¿Cómo reñir a alguien que no te entendía? Si lo hacían, Carmen adoptaba sistemáticamente aquella expresión. En vista de la situación, muchas desistieron de preguntarle en clase o darle alguna orden... al menos hasta que aprendiera el inglés.

            Y así fue como Carmen pudo estar bastante relajada en clase. Sin embargo, en otras clases no era tan feliz como en francés o música. Pronto todo el mundo se dio cuenta de que la española era una nulidad para la gimnasia y el atletismo... para ser más exactos, Carmen odiaba las clases de Educación Física. E incluso podía llegar a ser un peligro, como pronto comprobó Miss Davenport, la profesora de Educación física.

Aquel curso, Miss Davenport era la mujer más feliz de la tierra pues, tras largas gestiones por fin había conseguido el presupuesto necesario para formar un equipo de hockey en el colegio, deporte al que era gran aficionada. Finalmente el material había llegado al colegio y por ello estaba dedicando todas las clases a enseñar a las niñas aquel deporte.

Sin embargo, pronto se arrepintió al darse cuenta que dar un stick a determinadas alumnas, no era una gran idea.

Toda su alegría disminuyó considerablemente cuando, por ejemplo, vio jugar a Carmen. La española solo necesitó media hora de práctica, para que Miss Davenport se apresurara a sacarla del campo de juego. La profesora había palidecido al ver cómo la española manejaba el palo con total despreocupación, repartiendo trancazos a diestro y siniestro. Solo su agilidad y velocidad, había librado a sus compañeras de golpes que hubieran podido ser muy serios.

Carmen, que no le encontraba ningún atractivo a aquello de perseguir una pelota con un palo, se sentó aliviada en la hierba para mirar divertida cómo las otras se esforzaban en el campo de juego.

Jane, que tan buena atleta era, tenía ciertos problemas, pues sus piernas se movían a mayor velocidad que la pelota y su palo. Miss Davenport quedó consternada al ver que a su mejor alumna y en quien había puesto todas sus esperanzas, no se le daba bien aquel deporte

Pam tampoco parecía muy dotada para el hockey sobre hierba. Su idea de lanzamientos y pases era que la pelota subiera cuanto más alto mejor. Naturalmente ninguna quería arriesgarse a recibir un golpe en plena cabeza y se apartaban lo máximo posible de ella.

Poner a May en la portería tampoco fue una gran idea, pues la irlandesa a pesar de llevar protecciones, se dedicaba a esquivar la pelota más que a parar goles.

Sin embargo el día no acabó en un desastre total pues Joan y Jilly se revelaron como excelentes jugadoras. Con sorpresa todos vieron como la delgaducha Jilly arrasaba la portería cada vez que lanzaba y el tremendo sonido de su stick al golpear la pelota hacía estremecer al resto de jugadoras.

            Joan y ella fueron quienes más disfrutaron con el juego. La escocesa, que ya había practicado el hockey, manejaba el stick con mucha desenvoltura y eficacia. Pronto, ella y Jilly se convirtieron en una pareja imparable, machacando sin piedad a todas sus compañeras.

            Otra clase que Carmen odiaba era la costura. En ese aspecto Carmen no era una nulidad, cosía y bordaba muy bien, sabía bordados que sus compañeras ignoraban, era capaz de manejar cualquier clase de aguja de hacer media e incluso sabía hacer encajes. La profesora estaba encantada con ella pero Carmen no correspondía a aquel entusiasmo y procuraba evitar todo lo posible aquella clase.

            Pronto, todas se dieron cuenta de que Carmen se saltaba descaradamente estas clases y los entrenamientos deportivos. Al principio desaparecía sin dejar rastro, pero su afición a la música podía más que ella y siempre se la podía encontrar siguiendo el sonido de su guitarra.

            Y mientras todo el colegio en pleno se dedicaba a intentar, con sucesivos fracasos, que Carmen se adaptara al modo de vida inglesa, sus compañeras de curso se dedicaron a preparar  su «bautizo».

            El bautizo era una de las tradiciones más antiguas del colegio y se trataba de una pequeña novatada por la que habían pasado todas las alumnas del colegio, sin excepción. Consistía en colocar en lo alto de una puerta, un recipiente con agua que tenía que caer encima de la novata cuando ésta abriera la puerta. Una vez realizado el bautizo, la nueva se podía considerar alumna de Hill Sojourn con pleno derecho.

            Decidieron gastar la novatada después de comer porque sabían que a esa hora Miss Willson echaba un sueñecito en su habitación. Miss Willson era la única profesora que castigaba por realizar la pequeña broma; en el colegio se rumoreaba que aquello era debido a que durante el primer año en que Miss Willson había dado clases en Hill Sojourn, unas alumnas calcularon mal el momento y el lugar del bautizo y la mujer había recibido un baño inesperado y desagradable. Desde entonces, decían las alumnas, Miss Willson siempre procuraba atrapar a alguien preparando la novatada para poder castigarla.

            Aquel día Samantha fue elegida para preparar el bautizo de Carmen. Muy satisfecha ante aquel honor, la niña se encaramó a una silla y cuidadosamente enganchó el recipiente a la pared. Aquel método era utilizado desde el bautizo de Pam, en que la niña había levantado sobresaltada los brazos y el cacharro había salido disparado por los aires para finalmente caer en la cabeza de Harriet. Colocando el asa del recipiente en un clavo colocado estratégicamente en el marco de la puerta, lo único que caía era el agua.

            Mientras Samantha realizaba su tarea, Joan había sido enviada fuera de la sala para vigilar la llegada de Carmen. De repente la niña entró abriendo la puerta de golpe. Con un grito, Samantha cayó estrepitosamente en el suelo.

- ¡Ya viene! - gritó Joan y de repente vio a Sam. - ¿Y tu, qué haces en el suelo?

            Samantha se levantó dolorida e iba a replicarle cuando Jane gritó:

- ¡Rápido, el agua!

            Con buenos reflejos, May cogió el jarrón de agua, subió a la silla y colocó el cacharro sobre la puerta, llenándolo de agua.

            Justo a tiempo, pues solo apartó la silla la puerta se abrió y Carmen entró en la sala. Todo el agua cayó sobre ella y Carmen dio un grito sobresaltada.

            Durante unos instantes las inglesas no se movieron, ni dijeron nada, la miraron expectantes y esperaron inquietas su reacción. Carmen las miró fijamente una a una, luego miró el charco de agua del suelo, miró hacia arriba y finalmente se echó un vistazo a ella misma.

            Entonces Carmen sonrió. Su sonrisa se ensanchó y finalmente se echó a reír. Las inglesas la miraron sorprendidas y de repente se dieron cuenta de que era la primera vez que oían reír a Carmen. Era una risa alegre, sincera y, sobre todo, contagiosa. Por eso, ellas mismas no pudieron evitar reír con ella.

            Las risas duraron un buen rato. Samantha, con sus nociones de español, le explicó a Carmen la costumbre del bautizo. La española asintió comprendiendo y volvió a sonreír divertida mientras que por primera vez desde que saliera de España, sus ojos oscuros brillaban alegres.

            A partir de aquel día, algo cambió en Carmen, como si la niña hubiera captado enseguida el espíritu de la novatada comprendiendo que se la aceptaba en el colegio por completo. Aunque seguía mostrándose tímida con la gente que la rodeaba, parecía estar a gusto con sus compañeras de habitación.

            Al ser Samantha la única niña con la que podía comunicarse sin problemas, Carmen se pegó a ella instintivamente. Esto, lejos de molestar a la inglesa, pareció agradarle ya que nunca había tenido una amiga íntima, y no le importó nada que Carmen abreviara su nombre y la llamara simplemente Sam, lo cual le era más fácil de pronunciar. Además, ella parecía ser la única de sus compañeras con paciencia suficiente para explicar a Carmen las normas de conducta del colegio. Proveniente de un colegio público donde era externa y donde todos se conocían desde muy pequeños, Carmen no acababa de entender la intrincada jerarquía en que se basaba la vida en Hill Sojourn.

            Acostumbrada a que en su anterior colegio, los delegados de cada clase fueran elegidos por votación entre los alumnos, Carmen encontraba muy chocante que allí fueran elegidos por el profesorado y recibieran el nombre de «jefes" de clase, por no hablar de la Delegada del último curso, que por extensión era la Delegada de alumnas de todo el colegio, (la llamaban la jefe del Colegio), la cual tenía casi poder absoluto sobre el resto de alumnas y participaba activamente de su educación junto a las profesoras, encargándose de muchos de los problemas que les surgían a las niñas, asistiendo a reuniones con el profesorado, dirigiendo a las niñas en numerosas actividades extraescolares, etc.

            Sam le había explicado que en Hill Sojourn se dejaba que las alumnas solucionasen sus problemas entre ellas, con la figura de las jefes de curso como intermediarias, y que las profesoras y la directora solo intervenían en asuntos de importancia o demasiado difíciles de resolver, y de índole académico. Y allí era donde aparecía el aspecto que Carmen no comprendía de ninguna manera: las alumnas del curso superior.

            Encabezadas por su jefe, las alumnas mas mayores se encargaban de asegurar el buen comportamiento de las pequeñas y colaboraban en sus estudios, pues tenían el deber de ayudar a cualquier alumna que les pidiese ayuda con sus asignaturas. Sin embargo también tenían el privilegio de mandar sobre ellas y castigarlas. Naturalmente ese aspecto solo era sobre las niñas del ciclo elemental, los castigos solían ser aprender textos de memoria o pequeñas tareas de limpieza, y cuanto al otro aspecto, las mayores solían utilizar a las pequeñas para enviar recados y diversos encargos que las niñas debían cumplir sin protestar. Tanto los castigos como los servicios a las mayores estaban extraoficialmente catalogados y todas las mayores sabían que no podían excederse en sus órdenes y castigos, pero aquello no era ningún consuelo para Carmen a quien no le hizo ninguna ilusión enterarse de que debía obedecer a aquellas chicas de aspecto serio y formal... y ellas pronto lo supieron.

            A los pocos días de su "bautizo", Carmen se encontró en un pasillo a una de las alumnas mayores. La conocía de vista pues Samantha le había hablado algo de ella y sabía que tenía algún cargo relacionado con los deportes. Ignoraba que, en realidad, se trataba de la Capitana de deportes del colegio, cargo muy importante e influyente y cuya su misión era ayudar a Miss Davenport en el entreno de los diversos equipos deportivos que había en el colegio, dirigir entrenamientos y organizar partidos. Pero Carmen ignoraba su importancia y solo sabía que aquella chica representaba dos cosas que odiaba: la obediencia a las alumnas del curso superior y los deportes.

            En cambio, Heather Irons, capitana de deportes, no conocía ni de vista a Carmen. Siempre pendiente del deporte, la chica nunca se fijaba en ninguna niña que no tuviera algún talento en la pista de atletismo o en la cancha de tenis. Por ello, entre las alumnas de segundo, Heather conocía muy bien a Jane pero aun no se había molestado en echar un vistazo a la niña española, de quien todas sus compañeras hablaban.

            Con una lista en la mano que iba a colgar en el tablón de anuncios, Heather apenas vio una niña morena que se dirigía hacia ella.

- ¡Eh, tu! Ve a buscarme algo para enganchar esto en el tablón. - ordenó sin levantar la vista mientras acababa de revisar la lista de las jugadoras del próximo torneo de tenis.

            Pero la niña no se movió de su lado. Finalmente Heather levantó la vista y miró a la niña.

- ¿Qué haces ahí parada? ¿No me has oído?

            Carmen miró a Heather con detenimiento mientras ésta la miraba fijamente con expresión amenazadora. La niña no tenía ni idea de lo que le estaba diciendo, pero por el tono comprendía que le estaba mandando algo y Carmen, que durante trece años había estado bajo el mando de una decena de hermanos y primos mayores, pensó que aquello ya era demasiado y decidió ignorar a la chica.

            Esta, al ver la expresión impasible de Carmen, la miró sorprendida.

- ¿Qué pasa? ¿Estás sorda?

            Entonces Carmen recurrió a su mejor arma y adoptó aquella expresión que ponía nerviosa hasta la más tranquila de las profesoras. En cuanto percibió que la chica perdía su seguridad en si misma, dio media vuelta y se marchó tranquilamente.

            Finalmente Heather reaccionó y parpadeó sorprendida. ¿Quién demonios era aquella niña? Acostumbrada a que las pequeñas la obedecieran al instante y a que todas la respetasen casi con temor, Heather no pudo menos que quedarse helada ante tal novedad. ¿De donde habría salido? La mirada de la capitana de deportes era ya famosa en el colegio, solo hacía falta que Heather mirara fijamente a alguna niña durante unos segundos, para que ésta la obedeciera rápidamente. Pero ahora, de repente, se encontraba con una niña, a la que no sólo no intimidaba sino que, además, le correspondía con una mirada más expresiva que la suya. ¡Asombroso!

            Inocentemente, Heather esperó pacientemente a que la niña volviera con lo que le había pedido. Pero el tiempo empezó a pasar y, de repente, la chica tuvo la impresión que la niña de cabellos oscuros no iba a volver.

            Carmen se había instalado en un rincón de la gran mesa que presidía la sala comun de su curso. Estaba escribiendo unas cartas a sus padres cuando se abrió la puerta y entró Harriet que la miró escandalizada.

- ¿Puede saberse qué pretendes? - exclamó Harriet escandalizada. - Actuando así nos pones en evidencia a todas...

            La española la miró sin saber de qué hablaba. A pesar de que Harriet estaba excitada y había hablado muy rápido, había captado el sentido global de la frase pero no comprendía a qué se refería.

            Mas alumnas habían entrado en la sala, unas divertidas y otras con curiosidad.

- ¡Mira que desafiar la autoridad de Heather Irons!

- ¡Está loca!

            Carmen miró a su alrededor sin comprender qué estaba pasando. Finalmente vio entrar a Samantha y suspiró aliviada pues estaba segura de que la amable chica inglesa se lo explicaría.

¿Qué pasa?

- ¿No lo sabes? - le contestó Samantha. - Heather Irons está como loca buscando a una alumna que ha ignorado sus órdenes. No sabe su nombre pero la descripción es clara: una niña bajita, morena y de ojos oscuros muy expresivos. Eso te delata bastante. ¿No crees?

            Carmen la miró, sin entender todavía de qué iba todo aquello.

- ¿Quién es Heather Irons? - preguntó finalmente en inglés.

            Al oír aquello algunas de las niñas se echaron a reír.

- ¡Es la Capitana de deportes! - gritó Harriet enfadada. - ¡Creí que sabías que las pequeñas debemos obedecer a las mayores, especialmente si son la Capitana o la Jefe del colegio!

- ¿Por qué?  - preguntó Carmen con expresión inocente.

- ¿Por qué? – balbuceó Harriet estupefacta. - ¿Por qué?

            Carmen asintió con la cabeza con expresión inocente.

            Harriet, desesperada levantó los brazos.

- ¡Me rindo! ¡Eres imposible!

            Al ver como Harriet perdía los nervios, Joan se echó a reír divertida.

- Lo que no entiendo - intervino Jane. - Es que Carmen no haya sucumbido ante la mirada de Heather, la primera vez que me miró así casi me caí al suelo del susto y desde entonces nunca se me ha ocurrido desobedecerla.

- A mí me pasó lo mismo. - dijo Pam. - La mirada de Heather Irons es famosa y letal. ¿Cómo es posible que Carmen haya salido indemne?

            Mientras, Harriet se había cruzado de hombros.

- Samantha, por favor, haz el favor de explicárselo. – le pidió a su compañera con expresión derrotista.

            Con paciencia, Samantha explicó a Carmen, una vez mas, que las pequeñas debían obedecer  a las mayores y la relación entre las alumnas de los cursos inferiores y las del superior.

            La española la escuchó con atención y cuando terminó frunció el ceño molesta.

¡Pues vaya tontería!  - exclamó y añadió en ingles. -¡Es estúpido!

- ¡Pero no puedes desobedecer a las mayores!

            En eso todas le dieron la razón, incluso la revoltosa Joan. Durante unos instantes Carmen las miró desafiante y con una extraña mirada que a todas les recordó a la de Heather Irons. Finalmente la española dejó de mirarlas de aquella forma.

- ¿Y cómo voy a obedecerlas si no entiendo lo que dicen? -  preguntó Carmen inocentemente y entonces sus compañeras se dieron cuenta de que la española no tenía ninguna intención de seguir las normas.

            Naturalmente, el problema de que Carmen no entendía el inglés, era un gran obstáculo y  aquello también lo habían pensando algunas de las chicas mayores. Por tal motivo, Carmen casi nunca era requerida para realizar algún encargo y la niña, consciente de ello, estaba encantada. Sin embargo, no tardó en descubrir que Sandy Carpenter, la jefe del colegio, hablaba bastante bien el español, así como algunas más del último curso, con lo cual Carmen se quedaba sin su mejor excusa ante ellas. La española procuraba evitarlas lo más posible, pero Sandy, dándose cuenta de ello, la hacía llamar expresamente.

            Otra de las normas que Carmen odiaba era la que prohibía a las niñas más pequeñas  salir del colegio a solas. El reglamento establecía que debían ir en compañía de alguna de las alumnas mayores o con varias de su misma edad y, en tal caso, se debía pedir primero permiso.

            Aquello molestaba a Carmen a quien siempre le había encantado salir sola a pasear por el campo. Estar rodeada de un bosque, y no poder visitarlo tranquilamente, la molestaba bastante.

            Tras las clases de la tarde y de la hora obligatoria de estudio, todas las compañeras de Carmen dedicaban su tiempo a tareas extraescolares: unas, ensayaban en el coro o practicaban instrumentos musicales, otras, entrenaban en las pistas, asistían a cursos de manualidades, a lecturas en la biblioteca, etc... y Carmen, que aún no había elegido ninguna tarea extraescolar, aprovechaba para saltarse el reglamento y salir a pasear por el bosque a solas.

            Hacía poco que sus padres le habían enviado su bicicleta y la niña estaba impaciente por montar en ella. En el cobertizo donde se guardaban las bicicletas, Carmen se encontró con Sandy que acababa de llegar del pueblo. Al ver a la española coger la bici con tanta tranquilidad delante de ella, a la muchacha inglesa ni le pasó por la cabeza que Carmen iba a salir sin estar acompañada y sin permiso.

            Sin nadie que se lo impidiera y con una amplia sonrisa Carmen salió del colegio montada en su bicicleta.

            Cuando aquella tarde Yvette salió por la puerta principal, se detuvo alarmada al ver acercarse, por la avenida del colegio, a un hombre que llevaba en brazos a Carmen en brazos.

- ¿Pero qué ha ocurrido? - exclamó corriendo hacia ellos.

            Al oír su grito las alumnas que habían por allí también se acercaron y algunas profesoras salieron apresuradamente.

- ¿Qué ha pasado?

            Carmen estaba pálida, llorosa y no paraba de gritar en su lengua materna. Lucía rasguños y moretones por todo el cuerpo, y su rodilla sangraba.

- ¡Ni yo mismo lo sé! - contestó el hombre alterado - De pronto ha aparecido delante de mi, sin embargo ella me ha visto venir a tiempo y me ha esquivado cayendo por la cuneta.

            En ese momento apareció la directora y más profesoras las cuales, al ser alertadas sobre lo ocurrido, habían suspendido la reunión que estaban celebrando.

- ¡Dios mío! - exclamó Miss Sullivan - ¿Que le ha sucedido?

- ¡Está loco! -  gritó Carmen olvidándose del dolor de su rodilla - ¡Ha querido atropellarme! ¡Es un salvaje!

            El hombre la miró sorprendido y sin entender nada.

- ¿Qué ha ocurrido exactamente? - preguntó entonces Miss Robinsson.

Conocía al hombre, se trataba del dueño de la Granja Earl, cuyas tierras terminaban donde empezaban los terrenos del colegio, le conocía desde hacía mucho tiempo y no acertaba a comprender cómo había estado a punto de atropellar a la niña.

- La niña iba en sentido contrario - intentó excusarse el granjero bastante nervioso mientras Carmen seguía dando gritos furiosos en español. Pero en ese momento,  hizo un mal gesto con la pierna y  recordando su herida, se calló para tragar algunas lágrimas de dolor.

            De repente Miss Sullivan tuvo una idea y mirando suspicazmente a la niña, le preguntó:

- Carmen ¿acaso no sabes que en Inglaterra se conduce por la izquierda?

            Carmen la miró con expresión de sorpresa e incredulidad y, finalmente, reaccionando exclamó:

- ¡Vaya estupidez! ¿Acaso no saben que lo hacen mal? ¡Todo el mundo sabe que se conduce por la derecha!

            Ante aquella salida, Yvette estuvo a punto de echarse a reír, pero se contuvo al ver la expresión de sus colegas inglesas.

            Miss Robinsson suspiró dando por imposible a la niña y ordenó que la llevaran a la enfermería. Yvette fue con ella sabiendo que se pondría a reír delante de las inglesas, lo cual no sería muy apropiado. A pesar de la desconfianza con que Carmen miraba al granjero, éste la entró en brazos y no la dejó hasta llegar a la enfermería donde la recibió enfermera Beresford.

            Cuando Carmen entró en la enfermería olvidó momentáneamente su dolor y miró con creciente asombro a la mujer que había hecho su aparición delante de ella. Lo primero que pensó la niña fue que era enorme... y tenía razón.

            Jannet Beresford, gobernanta y enfermera del colegio, era una mujer corpulenta y de expresión severa que había servido en el ejército como enfermera. Incluso de rumoreaba entre las alumnas que había estado en varias guerras con su regimiento. Con cuarenta años, la enfermera Beresford se había licenciado del ejercito y ahora trabajaba llevando la intendencia  del internado. Naturalmente, no solo llevaba la enfermería con plena eficacia y la perfección de años de disciplina militar, sino todo el colegio. Ninguna niña se atrevía a llevarle la contraria y le tenían tanto respeto como a la misma directora.

             Carmen ya había oído hablar de ella. Le habían contado que la enfermera Beresford no aceptaba ningún armario desordenado y ninguna prenda de vestir rota o sucia. A veces solía hacer inspecciones sorpresa en las habitaciones de las niñas y si pillaba a alguna desordenada, la obligaba inmediatamente a poner remedio a ello, sin importarle que fuera del primer curso, como la propia jefe de colegio.

            En realidad, bajo el aspecto de sargento de la enfermera se escondía un corazón de oro, pero a la mujer le encantaba dar una impresión feroz. Ahora miraba fijamente a la niña que acaban de traer a la enfermería. Naturalmente, ya le habían hablado de ella: se trataba de la niña española que últimamente llenaba todas las conversaciones en el colegio.

            La enfermera Beresford sonrió interiormente. Hacía tiempo que quería tenerla delante de sí para conocerla personalmente segura que, con ella, no se mostraría tan descarada.

- Y bien, jovencita. ¿Qué ha pasado?

- Según ella, la han intentado matar. - respondió Yvette echándose a reír y en pocas palabras le explicó lo que había pasado.

            Al oír aquello, la enfermera se echó a reír mientras Carmen la observaba con temor. ¿De qué iba todo aquello? Primero la miraba como un ogro y luego ¿se echaba a reír? No lo entendía.

            Sin parar de reír, lo cual empezó a preocupar de veras a Carmen, la mujer se dirigió al armario de las medicinas y sacó lo necesario para curar las heridas de la niña.

            A pesar de los gemidos y lloros de Carmen, la enfermera limpió y desinfectó cuidadosamente todos los cortes de su cuerpo, y finalmente le vendó la rodilla sin hacer caso de sus pataleos.

            Cuando el escozor de la cura empezó a desaparecer, Carmen se tranquilizó y miró furiosa a la enfermera. Primero, aquel hombre la intentaba atropellar y luego, la enfermera la remataba. ¡En bonito lugar la habían metido sus padres!

            Carmen pasó el resto del día descansando en la cama, lo cual le pareció un plan estupendo. Pero no se lo pareció tanto cuando apareció la directora en el dormitorio. Y es que Miss Robinsson, tras el susto inicial y pasado el alboroto, se había dado cuenta de que Carmen había salido a pasear a solas.

            Con un inglés claro, para que Carmen no tuviera ninguna dificultad para entenderlo, la riñó severamente por su grave falta hacia el reglamento. Le recordó el peligro de las carreteras, especialmente para una niña extranjera, e hizo hincapié en el motivo de la regla de no salir a solas del colegio. El tono de sus palabras estaba tan cargado de significado que Carmen pronto empezó a sentirse empequeñecida y perdió todo interés por buscar una excusa.

            Finalmente, una Carmen bastante compungida, prometió obedecer el reglamento en todos sus aspectos. Implacable, Miss Robinsson decidió que Carmen tenía demasiado tiempo libre y le comunicó su ingreso inmediato en el coro del colegio. Y cuando Carmen quiso resistirse a ello, la amenaza de intercambiar el coro por más clases extras de inglés, cortaron cualquier intento de protesta de la niña.

            Cuando Miss Robinsson acababa de salir del dormitorio, entró May.

- ¿Cómo va eso? ¿Te encuentras mejor?

            Carmen asintió con la cabeza y suspiró.

- ¡Las inglesas sois muy crueles!

            May la miró sorprendida.

- ¿Cómo has dicho?

            Carmen lo repitió, temerosa de no saber pronunciarlo bien. Pero no era precisamente eso lo que había molestado a May.

- Tal vez, pero yo soy irlandesa y no inglesa.

- ¿Hay alguna diferencia? - preguntó Carmen, extrañada por  la afirmación de May.

            Al oír aquello May la miró ofendida y, sin decir nada, dio media vuelta y salió de la habitación.

            Durante los días siguientes, May procuró evitar la compañía de Carmen pues aun estaba resentida por lo que Carmen había dicho. ¡Mira que comparar a los irlandeses con los ingleses! Y no por primera vez en aquellos días, deseó estar de vuelta en Irlanda.

            Sin embargo Carmen estaba encantada con la niña que, en su primera noche en Inglaterra, la había consolado, y muchas veces buscaba su compañía. May la soportaba a duras a penas y aunque intentaba mentalizarse de que Carmen había hecho el desafortunado comentario sin darse cuenta, no le servía de mucho y procuraba evitarla.

            Al contrario que May, Joan y Pam procuraron hacerse amigas de la española, pues se habían dado cuenta de que la nueva era una constante fuente de diversión, tanto por su desconocimiento de las costumbres inglesas como por su empeño en no aprenderlas, por no hablar de su indiferencia hacia las normas del colegio. Debido a que era una recién llegada y que apenas sabía el idioma, muchas de las profesoras como las alumnas mayores, tendían a ser mas bien benevolentes con ella.

            Sin embargo Carmen no tenía tanta suerte con Miss Sullivan, Sandy Carpenter y la propia Miss Robinsson, las cuales la vigilaban estrechamente, convencidas de que Carmen engañaba a todo el mundo con aquella expresión de niña desvalida que ponía cuando la pillaban en falta. La que no tenía compasión de ella era Miss Willson y pronto todo el mundo se dio cuenta que entre la profesora y la española había nacido una fuerte adversión. Carmen siempre procuraba hacerle perder la paciencia delante de gente, pues ver a Miss Willson perder los nervios era todo un espectáculo, y a su vez, la mujer no le daba tregua ni en clase ni en sus estudios.

            Además, Carmen conocía un montón de juegos y todos los fines de semana se podía ver a un numeroso grupo de niñas rodeándola mientras les enseñaba una nueva canción,  un juego que no conocían o incluso  fútbol.

            El descubrimiento de que Carmen sabía jugar a fútbol fue toda una revelación y había sido casual. Un domingo por la mañana, tras los servicios religiosos, Joan y sus amigas habían organizado un juego de pelota. Carmen no estaba pues Yvette Levere solía acompañar a sus alumnas catolicas a la iglesia de Saint Michael, en Dorester, mientras el resto del alumnado, como era tradición allí, asistía al servicio religioso que se celebraban en la pequeña capilla del colegio.

            Aquel domingo, cuando la española regresó de Dorester, encontró a sus compañeras jugando en el patio desde hacía un buen rato. Se apoyó en un árbol cerca de ellas, observando como jugaban con expresión aburrida.

            En un momento dado la pelota fue directa hacia Carmen que justamente estaba mirando hacia otro sitio.

- ¡Cuidado! ¡Párala! - le gritaron.

            Al oír el grito, Carmen se volvió y vio venir la pelota hacia ella. Entonces todo ocurrió en pocos segundos. Parecía que la pelota iba a golpearle cuando Carmen la detuvo con la rodilla y, acto seguido, la devolvió con un formidable chute.

            La pelota atravesó velozmente el grupo de jugadoras y se estrelló contra un árbol. Las niñas miraron asombradas a Carmen.

- ¡Sopla! - exclamó Joan. - ¡Si sabe manejar un balón!

- ¡Qué potencia!

            Lentamente, las niñas se le acercaron. Al ser objeto de tantas miradas Carmen se hizo atrás con timidez.

- ¿Sabes jugar a fútbol? - le preguntó Jane.

            Carmen asintió y ante su sorpresa, todas la miraron entusiasmadas.

- ¿Puedes enseñarnos? - preguntó Joan. - He jugado un par de veces con mi hermano, pero soy  una nulidad...

            Una hora después, cuando Miss Davenport, la profesora de Educación Física se asomó al patio, se llevó la mayor de las sorpresas al ver a las niñas correr tras un balón mientras Carmen les daba órdenes en voz en grito. Yvette se asomó a la ventana junto a ella.

- Parece que ahora se han pasado al fútbol... ¿a qué se debe?

- A Carmen - fue la respuesta de Miss Davenport - No hay otra respuesta, porque hasta hoy, ninguna de ellas tenía ni idea del reglamento y menos de cómo chutar un balón... y ahora están todas jugando a fútbol y Carmen les está diciendo cómo hacerlo.

            Yvette se dio cuenta de que su colega tenía razón. En ese momento Carmen había detenido el improvisado partido y mostraba cómo debía realizarse un saque de penalty.

- ¡Lo que daría porque Carmen mostrara ese interés en mis clases! - suspiró Miss Davenport.

- Si sustituye la gimnasia y el tenis por el fútbol tal vez lo consiga. - rió Yvette.

            Sin que nadie se percatara de ello, Carmen pasó el primer mes en Inglaterra. Sus compañeras tenían la impresión de que llevaba allí meses pues se había convertido en una parte imprescindible del colegio. Todas empezaban a encontrar normal el que Carmen se colara en la cocina buscando comida o diera las excusas más increíbles para no tener que obedecer a las mayores; el que Carmen pusiera nerviosas a las profesoras con su empeño de no querer entender el inglés formaba ya parte de la rutina de las clases, e igualmente se hizo algo cotidiano oír la guitarra de Carmen sonando en cualquier sitio.

            Así, el curso fue avanzando y el otoño quedó atrás. De repente, un buen día, las temperaturas bajaron sin previo aviso y el sol se escondió tras las nubes por una buena temporada. Poco acostumbrada a aquel frío, Carmen cogió un tremendo catarro que la obligó a guardar cama durante una par de días. De una manera espontanea, sus compañeras de dormitorio hicieron turnos para hacerle compañía, incluso May, olvidando momentáneamente su enfado hacia ella, se ofreció también voluntaria e incluso Jilly decidió estudiar al lado de la enferma para que ésta no se sintiera tan sola.

            Carmen descubrió así, que algunas de sus compañeras no eran tan serias como ella había pensado al principio. En realidad todas eran bastantes simpáticas, incluso Harriet que siempre iba tan estirada. En su cama, Carmen tuvo tiempo para pensar y decidió que había tenido bastante suerte en caer en aquel dormitorio. Puede que tuvieran algún defectillo, pero estaba segura de que se podría remediar el que Harriet cumpliera con exasperante perfección todas sus obligaciones, que Jilly no sacara la cabeza de los libros de texto, que Jane estuviera loca por correr en la pista de atletismo, incluso cuando estaban a pocos grados de temperatura en el exterior, o que Joan se metiera con todas con aquella lengua tan mordaz que tenía. Todo era cuestión de tiempo y tal vez lo lograra antes de volver a España.

            La puerta de la enfermería se abrió y entraron Joan y Pam con expresión divertida. Al verlas, Carmen supo que hora era: la hora de la medicina. Como las veces anteriores, el dormitorio se llenó para presenciar como la enfermera Beresford hacía tragar a Carmen su medicina. Aunque la española no compartiera aquella opinión, a las inglesas les parecía un espectáculo espléndido el momento en que la enfermera aparecía por la puerta con el frasco del jarabe y Carmen corría por la habitación para evitar que le hicieran tragar la horrible medicina.

            Puntual como siempre, la enfermera Beresford apareció por la puerta con una amplia sonrisa mientras las niñas dejaban el camino libre hasta la cama de Carmen. Al verla, la niña frunció el ceño. Si la enfermera creía que le haría tragar una vez mas aquel horrible brebaje ¡estaba muy equivocada!

            Sabiendo lo que Carmen pensaba, la mujer avanzó decidida hacia Carmen. Al verla venir la española miró a su alrededor buscando una posible escapatoria, intentó salir de la cama pero la enfermera fue mas rápida que ella y la enganchó de la cintura.

- ¡Alto ahí, soldado! ¿Dónde crees que vas? Esta vez no estoy dispuesta a perseguirte por toda la enfermería.

            Enfadada, Carmen volvió a su cama y miró la enfermera con obstinación.

- A ver, abre la boquita... - canturreó la mujer mientras vertía el jarabe en una cuchara.

            Pero Carmen no tenía ninguna intención de hacerlo y apretó los labios con fuerza.

- ¿No quieres tomar esta medicina tan buena? - preguntó la enfermera con voz dulce.

            La niña miró con desconfianza y antes de que pudiera pensar en nada mas, la mujer le tapó la nariz. Al instante, Carmen abrió la boca para poder respirar y la enfermera Beresford aprovechó el momento para introducir la cuchara en la boca de la niña que se vio forzada a tragar el jarabe. Ante el sabor de la medicina Carmen hizo varias muecas de desagrado y finalmente acabó gritando algo en su idioma materno.

            Sin inmutarse ante sus gritos, la enfermera cerró la botella y miró sonriente a la niña.

- Veo que tu garganta ya está mejor, así que mañana ya podrás volver a clase.

            Al oír aquello, Carmen enmudeció y enfadada se acostó cruzándose de brazos mientras mentalmente maldecía al creador de aquella horrible medicina.

            En definitiva, se podía decir que Carmen había cambiado la vida de Hill Sojourn. Incluso las profesoras lo pensaban secretamente, aunque ninguna de ellas reconocería en la vida, que Carmen hubiera alterado la rutina del Hill Sojourn y que con ella, ya nada podría sorprenderlas...