NOSTALGIAS

            Miss Sullivan fue la primera en verle cuando volvía con su coche de la ciudad. Normalmente no hubiera prestado excesiva atención a un niño que caminaba por la carretera que llevaba al colegio, pero éste había despertado su curiosidad. En primer lugar se preguntó que hacía un niño caminando en plena lluvia. Luego, se dio cuenta de que tenía una aire muy diferente a los chicos de Dorester y que, en modo alguno, podía ser de los alrededores. Lo segundo que le llamó la atención, fue la mochila que el niño llevaba en su espalda y, por último, se fijó en su edad, entre trece o quince años, lo cual le hacían muy joven para viajar solo y a pie.

            La profesora lo adelantó por la carretera mientras le observaba por el espejo retrovisor. Finalmente llegó al colegio y pronto se olvidó de él.

            Como era de prever, durante aquellas dos horas de ausencia, Carmen había organizado una de las suyas y la mujer no se extrañó al encontrarse a la mayoría de las alumnas de primero y segundo, corriendo desenfrenadamente por los pasillos, practicando un nuevo juego que la española les había enseñado. Suspirando Miss Sullivan se dirigió a la sala de profesoras, deseando que parara de llover para que las niñas pudieran gastar su energía en el patio... o que Carmen hubiera estado un par de días mas en cama, sin molestar.

            Pasó la tarde charlando agradablemente con sus colegas. Era sábado por la tarde y llovía, y Miss Sullivan y las otras profesoras se preparaban para disfrutar de una alegre velada en casa.

            Fue Yvette la primera en llamar la atención acerca de algo que ocurría más allá de las ventanas.

- Es extraño, ya lleva ahí más de una hora...

- ¿De qué habla? - preguntó Miss Robinsson con sorpresa.

- Vengan a verlo.- invitó Yvette. Algunas profesoras se acercaron a la ventana.- Ahí fuera, apoyado en la entrada, ¿le ven?

- ¡Pero si es una niño!

- ¿Qué hace bajo esta lluvia?

            Al verle, Miss Sullivan reconoció al niño de la carretera, pero ¿qué hacía en la entrada del colegio? Parecía como si esperara algo y no paraba de mirar con insistencia las ventanas.

- Sea quien sea no podemos dejarle ahí. - dijo con firmeza la profesora.

- Rachel tiene razón. - apoyó la directora.- Ese niño no puede estar ahí fuera con este tiempo: cogerá una pulmonía.

            La misma Directora en persona salió en su busca y a los pocos minutos volvió con él.

            Todas las mujeres le miraron sorprendidas mientras el niño se secaba vigorosamente los cabellos con una toalla que le habían dado. Debía de tener unos catorce o quince años, su pelo era castaño y sus ojos eran oscuros, casi negros.

- Dinos ¿Cómo te llamas?

            El niño las miró cómo si no las entendiese.

- ¿De dónde vienes?

            Pero él no parecía comprender las palabras y las miraba con una rara expresión en los ojos.

- Me recuerda a alguien. - comentó alguien.

- Tiene razón, esos ojos... - apoyó Ivette, pero se calló indecisa.

            Una de las profesoras se fijó en la mochila y vio que de ella sobresalía la chaqueta de un uniforme de colegial.

- Ese es el escudo del Saint George.

- ¿Acaso se habrá escapado?

            Yvette exclamó algo en francés, desechando la idea. Al oírla el niño se volvió hacia ella con sorpresa. Al darse cuenta, la joven le miró sorprendida por su reacción a su idioma.

- ¿Cree que es francés? - le preguntaron las otras, adivinando lo que pensaba.

            Yvette no contestó, sino que se acercó al niño lentamente y le miró con detenimiento durante unos instantes.

- No, no es francés...- dijo finalmente y ante la sorpresa de todas, preguntó en español: - ¿Cual es tu nombre?

            Y entonces el niño contestó, de una forma clara y en inglés:

- Mi nombre es Enrique Castells Monfort.

            La sala entera se llenó de exclamaciones de sorpresa. Yvette sonrió triunfante.

-¡Ya sabía yo que esa mirada me recordaba a alguien! No creo equivocarme al decir que tenemos aquí a un primo de nuestra alumna española.

- ¿El primo de Carmen? - repitió Miss Adams estupefacta.

            Al oír aquel nombre el niño la miró esperanzado.

- ¿Carmen? - repitió con expresión anhelante.

- ¿Buscas a Carmen? - preguntó Miss Sullivan.

            Enrique asintió y esbozó una sonrisa.

- Prometí venir cuando pudiera... ¿puedo verla?

            Todas las profesoras miraron a la directora que finalmente se encogió de hombros y dio su consentimiento.

            Cuando le comunicaron a Carmen que tenía una visita, la niña se quedó estupefacta. ¿Quién podía ser si en Inglaterra no conocía a nadie fuera del colegio?  Mientras bajaba, una idea iluminó su rostro. Pensándolo mejor, sí que conocía a alguien en Inglaterra. Pero, ¿cómo se las había compuesto para encontrarla? Le había prometido ir a verla pero ella no había creído que supiera ni pudiera llegar hasta allí...

            Carmen entró nerviosa en la sala de profesoras, preguntándose porqué le habrían llamado. Pero al ver al chico reaccionó al instante y se lanzó en sus brazos con un alegre grito.

            Los dos niños estuvieron abrazados durante un buen rato y Carmen no pudo evitar llorar de alegría.

- ¡Vaya! ¿Ahora lloras?  - la riñó Enrique en tono festivo -  ¡Pues si que te ha bajado la moral este sitio!

            Carmen sonrió mientras se secaba las lágrimas con el dorso de la mano. Enrique le hizo un guiño de complicidad.

- ¿Te tratan bien en este tugurio?

- No está mal ¿Y tu colegio?

            Enrique hizo una mueca al recordar su internado.

- Podré soportarlo - contestó con diplomacia mientras miraba con admiración mal disimulada a la profesora que hablaba español. Era joven y muy guapa, podría haber sido modelo, y al chico no le apetecía quedar mal delante de ella criticando su país.

            Carmen se dio cuenta de su mirada y enseguida supo lo que pensaba. Enrique sonrió inocentemente al darse cuenta de la expresión de su prima.

- Les teues profesores són més boniques que les meues. - dijo en valenciano para que no le entendiera, pero cuando Enrique vio que la profesora sonreía divertida le asaltó una duda. Carmen, procurando no reír, le hizo acercarse a ella.

Enrique, deja que te presente a Yvette Levere, mi profesora de francés.

            Al oír el nombre  Enrique comprendió su error.

- ¿Es francesa? - balbuceó enrojeciendo.

- ¡Ajá!

            El muchacho acabó de enrojecer. ¡No era inglesa sino francesa! Eso quería decir que podía entender el valenciano sin muchas dificultades y de hecho, por su expresión ¡le había entendido!

- Encantada de conocerte, Enrique. -  saludó Yvette reprimiendo la risa.

            Totalmente abochornado, el chico intentó lo que parecía una sonrisa, pero sin mucho éxito. En aquel momento intervino la directora:

- Si queréis hablar, podéis ir a la salita de visitas.

            Carmen asintió feliz y cogiendo del brazo a su primo le arrastró fuera de la sala. Cuando hubieron salido, las profesoras se miraron entre ellas.

- Me preguntó cómo habrá llegado ese niño hasta aquí.- comentó Miss Robinsson. - El camino desde el Saint George no es precisamente corto.

- Parece un chico muy despierto... - comentó Yvette.- Y valiente, para adentrarse así por un país del que no conoce ni la lengua.... había prometido a su prima venir a verla y lo ha cumplido.

- Nunca imaginé que Carmen tuviera un primo en Inglaterra. Se parecen mucho ¿no creen? - fue el comentario de Miss Sullivan.

            Las demás asintieron y todas pensaron que era la primera vez que veían a la niña con aquella expresión tan feliz.

            Un par de horas después, Miss Robinsson fue en busca de los dos niños. Ante su sorpresa, el chico ya había marchado y Carmen estaba sola en la salita de invitados, mirando por la ventana.

- ¿Ya se ha ido Enrique? - preguntó la directora.

            La niña asintió con la cabeza sin darse la vuelta, Miss Robinsson supuso que estaba llorando y no quería que nadie la viera así.

- Bien, ya hablaremos mas tarde. - dijo comprensiva y antes de volver a cerrar la puerta preguntó - ¿Necesitas algo?

            Carmen negó con la cabeza y la directora pensó que había sido una pregunta estúpida. Naturalmente que Carmen necesitaba algo, en realidad necesitaba muchas cosas,... necesitaba a su madre, ver a su familia, estar rodeada de gente que hablara su misma lengua, que la entendieran y fueran como ella.

- ¿Te gustaría llamar por teléfono a tus padres? - preguntó de repente la directora.

            Al oír aquello Carmen se volvió sorprendida. Miss Robinsson observó con atención su reacción. En el colegio habían instalados unos cuantos teléfonos públicos desde donde las niñas llamaban. Sin embargo, tal vez para evitar sentir más añoranza de su familia Carmen era la única que no había llamado a su familia en todo el curso y se limitaba a escribir largas cartas.  Miss Robinsson tenía sus sospechas acerca del porqué de su comportamiento, intuía que tenía mucho que ver con el motivo por el que la niña había sido enviada allí, pero estaba decidida a que lo superara.

- No puedo hacerlo. – fue la respuesta de Carmen tras un momento de silencio, pero por su expresión se veía claramente que la niña se debatía entre el deseo de hablar con su familia y el miedo de aumentar su añoranza al oír la voz de su madre.

- Claro que puedes. – contestó Miss Robinsson en tono enérgico y decidida a que la niña hablara con sus padres de una vez por todas. – Vamos a mi despacho y llamarás desde allí.

            Naturalmente, era todo un privilegio dejar que una de las niñas llamara al extranjero a costa del colegio, nunca habría pensado permitírselo a May Fitzgerald, a pesar de ser también extranjera, pero la mujer pensaba que dadas las circunstancias, era lo mas adecuado pues Carmen no se encontraba en el mismo caso que May. De hecho, Miss Robinsson ya hacía días que esperaba aquella reacción. Sabía que, tarde o temprano, Carmen tendría un fuerte ataque de nostalgia. Era lo más normal en una niña de trece años a la que se obligaba a vivir lejos de su casa durante nueve meses. Por otro lado, la profesora de Arte le había mostrado los dibujos de Carmen los cuales repetían, una y otra vez, el mismo tema, su tierra. Cierto que en las primeras semanas Carmen no había estado muy alegre, pero había aguantado, incluso cuando había estado enferma, sin embargo ahora, la visita de su primo le había hecho recordar todo lo que había dejado atrás en España y sus verdaderos sentimientos habían salido a la luz.

            La directora le tendió su propio pañuelo para que se secara las lágrimas.

- Puedes hacerlo. - le repitió para animarla. Seguramente tras oír la voz de sus padres Carmen los añoraría aun más, pero si no lo hacía, tal vez su ánimo bajara mas de lo que ya estaba.

            Ambas se dirigieron al despacho y una vez allí Miss Robinsson marcó ella misma el número de teléfono de la familia de Carmen en España. Mientras la niña hablaba con su madre, la mujer se sentó en su silla y la miró con detenimiento. A pesar de estar llorando, la niña parecía mas animada y en vez en cuando sonreía. La directora la dejó hablar todo lo que quisiera, sin preocuparse de la factura. Cuando finalmente Carmen colgó el teléfono, la invitó a sentarse junto a ella. Una doncella entró con una bandeja de té.

- He pensado que una buena taza de té nos iría espléndidamente para levantar los ánimos.

            Carmen se secó las lágrimas y miró la taza que le ofrecía la mujer. Al principio Miss Robinsson no se dio cuenta de la rara expresión del rostro de la niña, pero al ver como Carmen tragaba un sorbo de té con gran esfuerzo se dio cuenta de algo. ¡A Carmen no le gustaba el té!

- ¡Por Dios! - exclamó la mujer ante tal descubrimiento. - ¿Qué has estado haciendo todo este mes a la hora de la merienda?

            Carmen la miró sin entenderla.

- ¿No te gusta? - preguntó Miss Robinsson lentamente.

            Con expresión culpable, Carmen negó con la cabeza y Miss Robinsson la miró con divertida sorpresa. Aquella niña era un pozo de sorpresas. Ahora resultaba que se había pasado más de un mes tragando una bebida a duras penas, porque, por su expresión, beber té, era todo un suplicio para ella.

- ¿Te apetecería mas una taza de leche con cacao? - insinuó la mujer.

            Al oír aquello Carmen la miró con expresión anhelante.

- A partir de ahora nadie volverá a obligarte a tomar té. - resolvió la directora. Si las horas de la comida era todo un suplicio para Carmen, por lo menos le haría más agradable la hora de la merienda.

            Carmen estuvo varios días deprimida y sin ganas de hacer nada. En los días siguientes, se sumergió en un silencio absoluto y sus compañeras se sorprendieron intentando que la española volviera a su vida normal. Sin apenas ser conscientes de ellos, una a una, se acercaron a ella ofreciéndole su compañía.

- ¿Vienes a pasear?

- ¿Te ayudo con los ejercicios de inglés?

- ¿Cantamos algo?

- ¿Me ayudas con los deberes de español?

            Pero Carmen contestaba a todas con una negación de cabeza y se recostaba en el sillón de la sala con expresión desdichada. Su actitud se volvió tan retraída que las alumnas de segundo notaron al instante que algo había cambiado. De repente, ya no había música de guitarra amenizando las tardes, ya no había nuevos juegos en la hora del patio, ninguna tenía ganas de bromear sobre las anécdotas que Carmen solía provocar sin cesar... en definitiva, la vida del colegio se había vuelto muy aburrida.

            Sorprendidas, las alumnas de segundo se percataron de que aquello no les gustaba nada. Durante las últimas semanas no habían parado ni un segundo, las clases se habían vuelto más animadas, la sala de recreo se había convertido en un lugar donde pasar ratos divertidos... y de repente se habían dado cuenta de que todo era gracias a Carmen. Era la española, con sus ocurrencias, la que alegraba las clases, era alrededor de ella donde se reunían, para no perderse nada de su extravagante comportamiento o para intentar, en vano, explicarle las costumbres inglesas y las normas del colegio. Carmen era a la que gustaba saber de sus amigas y preguntaba sin cesar sobre ellas y sus familias, poniendo un interés casi halagador en lo que hacía cada una de ellas. Era con ella, y su inglés de ir por casa, con la que se reían sin parar.

            Sin embargo, ahora ya no parecía haber motivo para todo ello. Carmen se pasaba las horas sentada en un sillón, sin hacer nada, y ni siquiera las broncas con Miss Willson parecían hacerla reaccionar.

            Negándose a que Carmen continuara con aquella actitud, sus compañeras de clase se aunaron junto a ella para darle ánimos. Era como si, instintivamente, todas quisieran devolver a Carmen algo de la alegría que ella les había dado.

            Al notar que Carmen reaccionaba mejor cuando estaban todas juntas, sus compañeras procuraron no dejarla sola.

Con satisfacción, se dieron cuenta de que su compañía animaba progresivamente a Carmen y que, poco a poco se iba creando un ambiente mucho más amistoso que el del año anterior. Al acabar el fin de semana, ya todas llamaban a Samantha por su diminutivo; May había olvidado por completo el comentario de la española y Harriet pasó por alto expresamente algunas normas, para hacerle la vida más agradable a Carmen, e incluso se ofreció a ayudarle a hacer algunos deberes. Aquello sorprendió a Joan la cual tuvo que admitir a regañadientes que, después de todo, Harriet no era tan insufrible.

- Parece que la Jefe de clase se nos esta humanizando. - comentó Pam a Joan, después de que Harriet, por primera vez no hubiera puesto pegas a que se armara un poco de alboroto en el dormitorio. La  noche anterior incluso Jilly había participado activamente en la guerra de almohadones que finalmente había logrado elevar la moral de Carmen.

- Es sorprendente ¿verdad? - continuó Pam ante el silencio de su amiga. - ¿Quién iba a decir que alguien como Carmen iba caer bien a alguien como Harriet?

- Una frase algo liada pero te entiendo. – contestó Joan que parecía algo despistada.

            Hubo unos instantes de silencio mientras la vista de Joan se detenía en las paredes del dormitorio que Carmen había decorado con dibujos propios. Últimamente, Carmen había dedicado bastante tiempo a escuchar música española en su walkman y, sobre todo, a dibujar. Hasta entonces ninguna de las niñas se había fijado en cómo dibujaba Carmen y por eso, cuando la española mostró por primera vez un dibujo suyo todas se quedaron perplejas. Carmen había dibujado, como siempre, un pueblo costero, que todas adivinaron como el suyo, y numerosos paisajes típicamente mediterráneos en los que nunca faltaba el mar, pero es que las inglesas no conocían en el colegio a nadie que dibujara tan bien. Si con trece años, Carmen era capaz de dibujar así ¿cómo lo haría dentro de algunos años?

            Las láminas gustaron tanto a todas que, por mayoría absoluta, se decidió colgarlas en la sala común, a la vista de todo el mundo.

- ¿En qué piensas? - preguntó Pam finalmente.

- En algo que anime definitivamente a Carmen, para que vuelva a ser la de siempre. - contestó Joan y miró traviesamente a su amiga. - Creo que es hora de gastar alguna bromita a las profesoras.

            Ante aquellas palabras, el rostro de Pam se iluminó. Aquel curso ninguna profesora había sido víctima de sus trucos y la niña ya había empezado a pensar que su amiga se estaba haciendo mayor y perdiendo facultades.

- Últimamente he estado dándole vueltas a una idea. No la he puesto en práctica antes porque necesito la cooperación de toda la clase... pero ahora creo que es el momento ideal.

- Al menos que Harriet nos la fastidie, como siempre. - replicó Pam.

Joan asintió comprendiendo, tampoco ella creía que su compañera hubiera cambiado tanto...

- Habrá que arriesgarse. – se decidió finalmente. - Pero, por si acaso, creo que le tendré preparada una sorpresa a nuestra querida jefe de curso. – añadió con una expresión burlona.

            Aquella noche Joan se levantó de su cama y salió en silencio de la habitación. Iluminándose con su linterna, se dirigió a los jardines del colegio. Sabía perfectamente el lugar a donde debía dirigirse, así que procuró darse la mayor prisa posible y, con movimientos rápidos, empezó a recolectar las ortigas que crecían junto al muro que rodeaba el colegio.

            En la oscuridad, esbozó una maliciosa sonrisa, al imaginarse la reacción de Harriet cuando, al día siguiente, le metiera las ortigas en su cama. No era la primera vez que le hacía aquella jugarreta, pero Harriet siempre respondía con gran exageración a pesar de que los pinchazos, y la irritación del día siguiente, le debían ser ya bastante familiares.

            De repente Joan levantó la cabeza sobresaltada al escuchar unos pasos cerca de allí y su corazón saltó asustado cuando una linterna la iluminó.

- ¿Qué estás haciendo? – preguntó entonces la voz de Harriet.

            Joan parpadeó intentando dislumbrarla, tras la luz de la linterna.

- ¿Harriet, eres tu?

            A modo de respuesta, la otra apagó la linterna. Era una noche clara y Joan pudo reconocer perfectamente a su compañera.

- Pero ¿qué diablos haces aquí y a estas horas? – gritó Joan furiosa ante el sobresalto que había tenido.

- ¿Yo? ¿Y qué haces tu? – replicó Harriet despectiva. – Supongo que recogiendo ortigas ¿no? Deja que lo adivine ¿pensabas ponerlas en mi cama?

            Joan iba a contestar pero el tono de la otra le hizo cambiar de opinión. Era la primera vez que Harriet le replicaba con sarcasmo y la novedad le desconcertaba. De repente, y sin saber como, le pasó por la cabeza que, aquel día, Harriet había estado bastante silenciosa y apartada de los demás. Pero aquel dato fue borrado rápidamente cuando otra idea cruzó por su mente.

- ¿Me has estado siguiendo? – preguntó Joan indignada ante tal posibilidad. Harriet no contestó y la miró con extraña expresión.

- ¡Ya comprendo! – exclamó Joan, malinterpretando su silencio. - ¡Querías pillarme! ¿Verdad? Así tendrías una buena razón para quejarte de mi a la directora... – Harriet siguió en silencio, lo cual pareció hacer enfadar aun mas a Joan. -  ¿Por qué no me extraña que seas una acusica? ¡La alumna perfecta! ¡Ja!

            Y en ese momento, antes de que Joan pudiera decir nada más, Harriet lanzó un grito de enfado y la abofeteó con todas sus fuerzas. Joan, que no estaba preparada para un ataque, cayó al suelo sin poder evitarlo.

Desde el suelo, y totalmente atónita, Joan observó la expresión de rabia con que Harriet la miraba, sin acabarse de creer su violenta reacción.

- ¡Y no pienses que voy a decir que lo siento porque no es verdad! - fue la asombrosa respuesta de Harriet. - ¡Llevas demasiado tiempo metiéndote conmigo!

- Pero, es que... - Joan se levantó mientras intentaba decir algo, pero la otra no parecía dispuesta a dejarla hablar y la volvió a empujar hacia el suelo.

- ¿Te crees que a mí me gusta ser la niña buena de las profesoras? ¿Crees que yo quería venir aquí para que una estúpida escocesa me insulte cada día?  ¡Me tienes más que harta! - exclamó Harriet con lágrimas en los ojos. - ¡Yo no elegí venir a este colegio! ¿Sabes? ¿Por qué tienes que meterte siempre conmigo? ¿Te crees que es fácil estar en mi lugar? ¡Tú que vas a saber! - Harriet la miró con recriminación. Joan, desde el suelo, quiso protestar, pero Harriet estaba lanzada y no había quien la parara. - Tu padre no tiene tu vida organizada, no te obliga a hacer nada que no quieras y seguro que hasta se alegra cuando sacas una buena nota. ¡A ti no te reprochan no haber sido la primera! ¡No haber llegado a la nota máxima! Seguro que aun no tienes decidido que harás en la vida. ¿Cómo puede tenerlo una niña de nuestra edad? - añadió con amargura.

            Joan abrió los ojos, empezando a comprender. Ahora recordaba claramente que Harriet había pasado todo el día desanimada y se sorprendió al relacionar su comportamiento con una llamada que había recibido de su padre. Ahora comprendía que Harriet se acaba de desfogar con ella por la complicada relación que mantenía con su progenitor. De repente veía a Harriet desde una nueva perspectiva. Ya no era la niña buena de las profesoras, sino una niña tan deseosa de complacer a su padre que para ello dejaba que le organizaran la vida. En aquellas circunstancias, no era de extrañar su comportamiento tan irritante a ojos de sus compañeras.

- Lo siento, yo no sabía... - empezó a decir cautelosamente.

            Harriet, llorosa, se derrumbó a su lado. Joan la miró sin saber qué hacer. Nunca se había encontrado en una situación semejante y dar consejos sensatos, no era precisamente su fuerte. Ni en sueños habría llegado a imaginar que sería ella la que se convirtiera en confidente de los problemas de Harriet.

- Venga, deja de llorar... no vale la pena. - dijo finalmente, dando unos torpes golpecitos en el brazo de Harriet.

- Mi padre es la única familia que me queda y no quiero defraudarle... Pero es que, a veces, me pide demasiado. - murmuró Harriet apoyando la cabeza en las rodillas. – Hoy, por teléfono me ha reñido por que mi nota media ha bajado un punto. Estaba enfadado porque no he sido la primera de la clase.

            Joan no supo que contestar a aquello. Se daba cuenta de que, con un padre tan exigente, la vida de Harriet no podía ser muy feliz precisamente, y de repente tenía remordimientos por todos los malos ratos que le había hecho pasar. Se preguntó qué podía hacer por ella. Desde luego, y para empezar, no podía irse, dejándola sola en el patio. Harriet necesitaba que le animasen.

            Joan intentó encontrar algo con que bromear. Después de todo, era lo mejor que sabía hacer.

- Pues la verdad,- dijo esbozando una sonrisa de ánimo. - En vista de lo que has hecho hasta ahora, yo diría que lo haces bastante bien. Tu no tienes la culpa de tener a un cerebrito como Jilly por delante de ti. Después de todo, ¿no dijeron que tiene una inteligencia superior a la nuestra?

- Que Jilly no te oiga llamándola cerebrito... - comentó con una sonrisa la otra.

            Joan rió por lo bajo.

- Creo que me cuidaré mucho de hacerlo. ¿No has visto como golpea el stick? A veces olvido que se ha criado en una granja.

- Sí, su aspecto engaña. - reconoció Harriet. Suspiró y miró hacia el cielo. - ¿Sabes que siempre me has dado envidia?

- ¿Yo? - Joan lanzó una risa. - Pero si soy un desastre, todo el mundo lo dice, soy inconsciente, mala estudiante, me gusta molestar a la gente e incluso soy un poco egoísta, diría yo.

- Pero tienes una familia que te quiere.

- ¡Pero si siempre me estoy peleando con mi hermano!

- Sí, pero os he visto cuando viene a verte. Os queréis mucho y no podéis evitar demostrarlo. - Harriet miró directamente a Joan. - Y tus padres también te quieren mucho, se nota. Ellos no esperan que sobresalgas sobre todas tus compañeras, pero aun así te animan a mejorar y celebran tus progresos, por pequeños que sean.

- ¡Pues es una lástima que no vieras el sermón de mi padre cuando suspendí Historia! - replicó Joan con su característico humor. - Si quieres, puedes estar presente cuando lea mis notas de comportamiento de este trimestre. ¡Ya verás!

- Sí, pero a ti no te presionan.

            Joan se encogió de hombros.

- Supongo que no.- reconoció. - He de reconocer que no me exigen demasiado, pero yo me las arreglo para, ni si quiera, hacer bien ese poco. - Joan le dio un codazo amistoso. - ¡Vaya! Ahora me has hecho tener remordimientos ¿te parece bonito?

            Harriet se vio obligada a sonreir y Joan le correspondió con otra sonrisa. Hubo un silencio y finalmente Harriet habló.

- Cuando no puedo dormir suelo escaparme al jardín. Puedes reirte, si quieres, pero la verdad es que, pasear de noche y a oscuras, me ayuda a aclarar mis ideas. Te aseguro que no te seguía. Ha sido casualidad encontrarte aquí.

- Te creo. – contestó Joan e intentó encontrar las palabras adecuadas para hacer las paces definitivamente con Harriet. - Si te parece bien. - dijo titubeante. - Me gustaría que olvidaras todas las tonterías que te he dicho hace un rato. Y también lo de las ortigas. A veces me comporto como una auténtica imbécil ¡no puedo evitarlo!

            Harriet la miró en silencio pero finalmente esbozó una tímida sonrisa.

- Por mí, hecho. A condición de que no le cuentes a nadie lo que ha pasado hoy aquí.

- ¿El qué? ¿Qué nos hemos peleado en el jardín a medianoche? - Joan hizo una mueca. - ¡Jamás! ¡Pensarían que estamos chifladas y tu perfecto expediente se iría al traste!

            Harriet la miró y se dio cuenta de que esta vez, Joan bromeaba con buena intención. Tal y cómo había visto que hacía con Pam.

- A mi padre le daría un ataque. - contestó Harriet, siguiendo la broma.

            Ambas se echaron a reír.

- No sé tú, pero yo me estoy muriendo de frío. - dijo Joan levantándose. - ¿Por qué no volvemos a nuestras camas?

            Harriet miró unos instantes la mano que Joan le ofrecía para ayudarla a levantarse. Cuando finalmente la aceptó, sonrió.

- ¡Ah! Pero ¿los escoceses tenéis frío? - comentó.

- ¡Vaya! - gruñó Joan. - ¡Aprendes rápido!

            Volvieron en su silencio a su habitación. Todas sus compañeras seguían durmiendo plácidamente. Harriet y Joan echaron un vistazo a Carmen que se agitaba en su cama y murmuraba algo en sueños.

            A pesar de la oscuridad, ambas intercambiaron una mirada y reprimieron su risa al darse cuenta de que la española estaba conjugando verbos ingleses en sueños.

            Al cabo de unos días, Joan reunió a todas las alumnas del segundo grado. Todas, sin excepción, escucharon con interés su plan y, ante la sorpresa de Pam, Harriet no puso ninguna objeción. Joan había cumplido su palabra de no revelar lo ocurrido aquella noche en el jardín y Harriet, para corresponderla, había decidido apoyarla. Además, el día anterior mismo, por ejemplo, la niña se había dado cuenta que una batalla de almohadones no era tan terrible como ella se había imaginado, sino todo lo contrario y ahora, que por primera vez la hacían participe de una broma, estaba emocionada y sentía una curiosa excitación ante aquella perspectiva.

            Jilly, que durante aquellas últimas semanas había hablado mas con ellas que en todo el curso anterior, había dejado aparcado el libro de texto y escuchaba con divertida curiosidad. Sam, May y Jane no tuvieron ninguna objeción ante los planes de Joan, y es más, se habían prestado con entusiasmo a la tarea. Carmen escuchaba boquiabierta los planes de Joan mientras Sam le iba traduciendo las partes que no entendía.

            Joan les mostró una pequeña maquina que hacía un curioso ruido. Como un tictac, pero más grave y fuerte.

- Lo esconderemos en el "escondite". - explicó Joan.- Cuando la profe empiece a buscarlo si nos pregunta por el ruido, todas hemos de fingir no oír. Eso sí, tenemos que tener mucha paciencia, porque el dichoso ruidito acaba metiéndose en la cabeza y provoca jaquecas. ¡Qué se lo digan a mi madre! Tuve que rescatarlo del cubo de la basura.

            Todas se echaron a reír y tras un pequeño debate se decidió hacerle la broma a Miss Willson, pues era profesora de mayor edad que tenían. Seguramente Yvette aceptaría la broma con muy buen humor, pero también se daría cuenta enseguida de que le estaban tomando el pelo.

            Al día siguiente, Joan mostró a Carmen uno de los secretos mejor guardados entre las alumnas de Hill Sojourn: el Escondite. El nombre lo decía todo. Un pequeño hueco, bajo una baldosa del hogar de la chimenea que había en cada aula y que, años atrás, algunas alumnas traviesas habían construido en todas las aulas por donde habían pasado, para esconder sus trucos y toda posible prueba de sus bromas. El secreto había pasado de alumna a alumna durante mucho tiempo y ni siquiera las mujeres que se encargaban de la limpieza del colegio sospechaban de su existencia.

            Joan colocó allí su pequeño mecanismo y se apresuró a sentarse en su sitio pues ya se oían los pasos de Miss Willson acercándose.

            Cuando la profesora entró, todas la miraron risueñas. La mujer las miró una a una: como siempre, Joan y Pam estaban hablando; Jane buscaba desesperadamente algo en su carpeta, seguramente los ejercicios mandados para aquel día, May intentaba atraer la atención de Sam para que ésta le dejara algo... ¡Ah!¡Y allí estaba de nuevo la irritante jovencita española con su habitual expresión descarada! En las ultimas semanas gracias al catarro y a su depresión nostálgica, Carmen no había dado mucha guerra, pero por su expresión, Miss Willson adivinó que la española había dejado atrás la morriña y volvía a ser la de siempre.

            Carmen, sabiendo lo que pensaba, la miró fijamente con sus ojos negros y se recostó en su silla con una leve sonrisa de desafío, que sabía que le costaría que Miss Willson la sacara la pizarra.

            Molesta por la actitud de Carmen, Miss Willson no dudó en preguntarle por los ejercicios que había mandado. Pero gracias a sus amigas, que se habían empeñado en ello, Carmen tenía hechos los deberes y se sabía de memoria la lección. La profesora no tuvo ningún motivo para reñirla pues la niña había contestado bien todas las preguntas que le habían hecho.

            Bastante enojada, por no haberse salido con la suya, Miss Willson ordenó:

- Abran el libro por la página sesenta, lean el texto y hagan todos los ejercicios de la página siguiente.

            Las niñas obedecieron abriendo el libro con el mayor ruido posible. La profesora las miró molesta, pero no dijo nada. Al cabo de unos minutos, Joan miró su reloj y sonrió.

- Pronto empezará... - murmuró y las que la oyeron sonrieron divertidas.

            En efecto, a los pocos minutos el curioso ruido empezó a oír por la clase. Con regocijo, las niñas se dieron cuenta que la boca de la chimenea, actualmente en desuso, amplificaba el sonido de forma que no parecía provenir de allí.

Miss Willson tardó algo en percatarse del insistente ruidito, enfrascada en la lectura de un libro. Cuando finalmente lo hizo, levantó la cabeza sorprendida y miró a las niñas que parecían estar leyendo tranquilamente, incluso Carmen preguntaba a Sam el significado de alguna palabra. Para Miss Willson todo era normal, pero el ruidito continuaba.

- ¿No oyen nada? - preguntó finalmente.

            Ante la sorpresa general, fue Jilly la que contestó. Levantando la vista del libro, miró con expresión sorprendida a la profesora.

- Perdone Miss Willson ¿Decía algo?

            La profesora la miró dudando y finalmente murmuró.

- No, nada, vuelva a su trabajo...

            Las niñas volvieron a meter sus cabezas tras los libros. Joan sonrió satisfecha por la espontanea participación de Jilly: si ella intervenía, Miss Willson jamás adivinaría que se trataba de una broma.

            El ruidito seguía y pronto todas empezaron a comprender  porqué la madre de Joan lo había tirado al cubo de la basura. ¡Era realmente fastidioso!

- Joan ¿es usted quien hace ese ruido? - preguntó Miss Willson.

- Yo no hago nada. - contestó la aludida fingiendo sorpresa. - ¿De qué ruido habla?

- Pero ¿no oyen nada? - preguntó Miss Willson que ahora había perdido su malhumor y estaba francamente intrigada.

            Todas las niñas empezaron a hablar al mismo tiempo.

- ¿Hay un ruido?

- Yo no oigo nada...

- ¿No habrá sido un moscardón?

- ¿En esta época del año? Debe haber sido alguna tubería...

            La profesora cortó la discusión y les ordenó callarse. Las niñas obedecieron y la miraron con curiosidad.

- ¿Seguro que no oyen nada? - preguntó Miss Willson y miró a Harriet.- ¿Y usted, Harriet, tampoco oye nada?

            Al ver que preguntaba directamente a Harriet, Pam y Joan dieron un suspiro dando por descubierta la broma: Harriet jamás mentiría a una profesora y hasta sería capaz de descubrir el escondite.

- Miss Willson, yo no oigo ningún ruido. - se oyó decir a Harriet.

            La clase al completo la miró maravillada. Harriet había hablado tranquilamente y sin evitar la mirada de la profesora.

            En ese momento se oyó que Joan decía a Pam.

- Debe ser cosa de la edad, a mi abuela también le pasa eso de oír ruidos imaginarios.- lo había dicho en voz baja, pero también lo suficientemente alta para que Miss Willson y el resto de la clase lo oyeran.

            La expresión de la profesora fue tan cómica que más de una estuvo a punto de deshacer todo el plan por sus deseos incontrolables de reír. La verdad es que a las niñas les costaba mucho seguir poniendo una cara seria al ver las expresiones de Miss Willson la cual, completamente turbada, empezaba a notar un incipiente dolor de cabeza.

- Para mañana se aprenderán el próximo tema... - dijo al final y todas la miraron con sorpresa. ¿Acaso estaba dando la clase por terminada?

            Procurando tener el aspecto mas digno posible, Miss Willson abandonó la clase. Al salir oyó tras ella tras ella las primeras risas. La mujer frunció el ceño preocupada sin saber si aquellas risas eran porque las niñas ya la tomaban por una loca o porque en realidad, todo era un montaje de las niñas para ponerla en ridículo. Si no fuera porque Harriet y Jilly afirmaban no oír nada, estaría segura de que se trataba de una broma de mal gusto.

            En el aula todas estallaron en risas. Harriet miró casi con admiración a Joan.

- Nunca pensé que un simple ruidito pusiese así a Miss Willson.

- En realidad, Miss Willson es una histérica ¿no te habíais dado cuenta? - fue la respuesta de Joan y sonrió con auténtica simpatía a Harriet. - Gracias por tu ayuda.

- No hay de qué... – murmuró Harriet enrojeciendo, al ver la expresión con que la miraban todas sus compañeras.

            Pam miró con sorpresa a su amiga. ¿Joan le daba las gracias a Harriet? ¿Qué estaba pasando? Y ahora que lo pensaba, últimamente Joan ya no se metía con Harriet ni se dedicaba a criticarla como solía hacer siempre. Y a Harriet ya no se la veía tan envarada ¿Cuándo y cómo se había producido el cambio? Decididamente, pensó Pam asombrada, debía estar más atenta al comportamiento de sus compañeras si no quería que le sorprendieran en otra ocasión. A este paso incluso Jilly dejaría de ser un ratón de biblioteca y ella ni se enteraría.

            Mientras Pam las miraba pensativa, sus compañeras se dedicaban a intercambiarse frases de elogio y de felicitaciones por el éxito conseguido en la broma.

- El que tu afirmaras no oír anda ha convencido a la vieja cascarrabias de que, en realidad, todo era imaginación suya. – decía Joan a Harriet mientas se levantaba. Se  dirigió al escondite, sacó el pequeño mecanismo y lo desconectó.

- ¡Menos mal! - suspiró Sam. - Ese ruido es insoportable de verdad.

- ¿Lo  probamos en la próxima clase? - preguntó Pam pero Joan negó con la cabeza.

- No tentemos a la suerte. Esto sirve con Miss Willson, pero no creo que pusiera histérica a Miss Sullivan.

            Pam dio un suspiro de resignación. ¡Ella que había esperado librarse de la clase de español! De repente Joan sonrió traviesamente.

- ¡Ahora mismo vuelvo! - dijo y salió del aula.

            Las otras se miraron sorprendidas.

- ¿Y qué le pasa ahora? - preguntó May. Pero ninguna lo sabía.

            Joan corrió hacia el fondo del pasillo y allí se encontró con las de primero que venían del gimnasio.

- Toma esto y ponlo en el escondite. - le dijo a una de las niñas del primer curso. La aludida miró con sorpresa la pequeña máquina.

- ¿Qué es?

- Una sorpresa. - respondió Joan con sonrisa misteriosa.

            La niña se encogió de hombros, aceptando la palabra de Joan y se comprometió a ponerla en el Escondite del aula de primero.

            Corriendo Joan volvió a su clase. Llegó a tiempo pues en ese momento Miss Sullivan iba a entrar en el aula. La profesora miró a su alumna con severidad.

- ¿Otra vez corriendo por los pasillos, Joan?

            La niña murmuró una disculpa y se apresuró a sentarse en su sitio. Sus compañeras se volvieron hacia ella.

- ¿De dónde vienes?

- He ido a esconder la maquinita. - susurró ella. En ese momento Miss Sullivan impuso silencio, y Joan añadió - Está en la clase de primero... ahora tienen clase con Miss Willson.

            Y ante la sorpresa de Miss Sullivan algunas alumnas empezaron a reír, sin motivo aparente.

- ¿Puede saberse a qué vienen esas risas?

             Naturalmente, nadie le dio ninguna explicación y la profesora supuso que Joan había dicho alguno bobo comentario, como era habitual en ella.

            Cuando por fin acabaron las clases y salieron al pasillo, se encontraron rodeadas de las de primero, sus caras estaban rojas de excitación y de risa.

- ¿Qué demonios era ese aparato? - exclamó una.

- ¿Os habéis divertido? - preguntó Joan cándidamente.

- Según como lo mires. - contestaron las de primero. - Miss Willson ha empezado a gritar histérica, nosotras no sabíamos qué era el ruido pero sabíamos que venía del escondite, pero ¡claro, no podíamos decírselo!

- Ahora Miss Willson está en cama con un fuerte dolor de cabeza.- concluyó otra.

            Al oír aquello todas se miraron con divertida sorpresa y finalmente se echaron a reír.

- ¡Vaya, eso no podía yo suponerlo! - se disculpó Joan pero todas sabían que no lo sentía en absoluto.

            Al día siguiente, Miss Willson estaba con muy mal humor y en su clase nadie se salvó de una buena regañina, incluso encontró fallos en los trabajos de Jilly, Harriet y Sam, lo cual era la primera vez que ocurría. De todas, Carmen fue la que más pagó la broma del día anterior. La profesora no cesó de reñirla y acosarla a preguntas, y al finalizar la clase la española estaba también de mal humor.

- Siento que tú hayas pagado mi broma. - se disculpó Joan.

- Tu no tienes la culpa y, además, no me arrepiento de lo que hicimos ayer... - contestó Carmen pausadamente, pero tenía una peligrosa expresión en sus ojos. - ¡Ya veremos quien puede mas de las dos!

            Ninguna dijo nada, presintiendo que había estallado la guerra entre alumna y profesora.