POR FIN AMIGAS.
Casi sin darse cuenta, llegaron a mitad del curso trimestral. Con asombro Carmen vio como sus compañeras estaban cada vez mas emocionadas ante tal perspectiva. Y es que a mitad curso, era tradición celebrar un día de fiesta en el que solían acudir los familiares de las niñas. Durante mañana y tarde se celebraban actuaciones, exhibiciones deportivas y diversos actos en los que padres y alumnas participaban activamente.
Pam estaba especialmente encantada porque había recibido una llamada telefónica desde Australia, donde su padre trabajaba.
- ¡Papá dice que vendrá el día de la fiesta! - exclamó tras colgar el teléfono. Todas sonrieron comprensivas, pues sabían que Pam no había visto a su padre desde el curso anterior. - ¿No es encantador? Sólo está de paso en Inglaterra, por asuntos de negocios, pero dice que hará una escapada para verme.
- ¡Eso sí que un padre! - rió Joan. - Por cierto ¿le acompañará tu encantadora tía Grace?
Todas se echaron a reír al oírlo. Carmen miró sorprendida a su alrededor.
- ¿Qué pasa con la tía de Pam?
- La tía de Pam es pastelera y suele traerle muchos dulces. - le respondió Jane.
Carmen sonrió encantada y exclamó en ingles..
- ¡Pam, quiero conocer a tu tía Grace!
Todas estallaron en risas menos Sam. Carmen la miró con sorpresa y vio que su amiga tenía una seria expresión y miraba una carta que había recibido. Finalmente la inglesa se levantó, tiró la carta a la papelera y se apresuró a salir de la sala.
Con asombro, Carmen miró alternativamente la puerta y la papelera donde había ido a parar la carta de Sam. Al darse cuenta de lo ocurrido, el resto de niñas callaron. Jane dio un suspiro y movió la cabeza con pesimismo.
- Pero ¿qué pasa con Sam? - preguntó finalmente May. - ¿Por qué ha tirado la carta sin ni siquiera abrirla?
- No necesita abrirla para saber lo que pone. - respondió Joan.- ¡Incluso yo sé lo que debe poner!
Las demás asintieron dándole la razón.
- Puedes cogerla, si quieres, no pasa nada. - añadió.
May dudó pero no así Carmen que se agachó y recogió el sobre. Carmen abrió los ojos con sorpresa al ver que tenía impreso un escudo nobiliario y estaba destinada a Lady Samantha Durckworth.
May se acercó para ver lo que había causado su sorpresa.
- ¿Sam es una Lady? - preguntó impresionada.
- Es más que una Lady.- respondió Harriet. - Es la única heredera del ducado de Durckworth, uno de los más ricos y antiguos de Inglaterra.
Carmen no respondió al enterarse de que Sam pertenecía a una de las familias más ricas de Inglaterra. Desde luego no lo aparentaba porque siendo guapa, muy lista y estar forrada de millones, Sam era la alumna más sencilla y menos pretenciosa del colegio.
- ¿Y la carta? - preguntó Carmen.
- Como siempre, es del secretario personal de su padre, el Duque...
- ¡El nunca se molesta en escribirla! - comentó Joan con auténtico enfado. Desde la famosa charla con Harriet, estaba bastante sensible con el tema padre-hija. - ¡Y no hablemos de llamarla por teléfono! – si había algo que la indignaba de veras, era ver como los padres de sus compañeras se desentendían de ellas con tanta facilidad.
Carmen escuchaba en silencio con sorpresa creciente y, poco a poco, empezaba a comprender la relación que tenía Sam con su padre y porqué sus compañeras estaban tan indignadas.
- Cada mes, el secretario le escribe una carta para preguntarle si necesita mas dinero y asegurarse de que está bien de salud. - explicó Harriet. - Y eso lleva haciéndose desde hace seis años...
- ¿Cómo? - May no entendió a qué se refería.
- Sam lleva interna en colegios desde los seis años. Antes de venir aquí estuvo ya en otro colegio, muy selecto y caro ¡Eso, sí!
- ¡Pero es una monstruosidad enviar a una niña tan pequeña fuera de su casa! - exclamó May.
- ¡Su excelencia Lord Benjamin, duque de Durckworth está demasiado ocupado para tener a su hija cerca de él! - exclamó Joan con ironía.
- Pero su padre, seguramente, se debe su trabajo. – intervino Harriet.
Al oír aquello Joan la miró con reproche.
- ¿Y tú, precisamente, te crees eso? - al instante Harriet bajó la cabeza, arrepentida de haber hablado. Se daba cuenta que, en el fondo, lo que quería era justificar a su propio padre.
- Algunos padres suelen ser muy duros. – comentó Jilly pensativa. Hasta aquel momento no se había imaginado que sus compañeras pudieran haber pasado una infancia sin una familia. Ella tenía a sus padres que la querían mucho, y tenía dos hermanos con los que siempre estaba peleándose pero que la adoraban. De repente se daba cuenta de que era muy afortunada, algunas de sus compañeras no tenían esa suerte, especialmente cuando no tenían madre: Sam había crecido sola, Pam veía a su padre dos o tres veces al año y Harriet también parecía estar en la misma situación.
Puede que sus amigas hubieran crecido con más comodidades que ella, con todos los caprichos a su alcance, pero nada de eso podía sustituir a una familia. En ese momento, Harriet miró directamente a Joan.
- Tienes razón, Joan, pero yo, al menos, tengo mas suerte que Sam. – dijo intentando aparentar tranquilidad. - Aunque mi padre no muestre nunca sus sentimientos, siempre se ha tomado la molestia de preocuparse personalmente por mi y creo que, a su manera, él me quiere. Viene a la fiesta de fin de curso, y en verano voy a Francia con una familia amiga suya, donde no lo paso del todo mal... ¡Ah! Y tengo unos cuantos primos muy simpáticos. – Harriet esbozó una sonrisa. - No puedo quejarme pues tengo familia, pero Sam no tiene a nadie...
- ¡Es cierto! - apoyó Pam. - Yo tengo a mi padre lejos y, aunque lo añoro, no me siento sola porque tengo al resto de la familia que me apoya y me quiere. Sin embargo Sam no tiene a nadie, hace poco me confesó que pasa las vacaciones sola, en la mansión de su padre.
Al oír todo aquello Carmen frunció el ceño. Ciertamente Sam no había llevado una infancia muy normal. De repente tuvo deseos de invitarla a veranear a su casa. El verano aun quedaba muy lejos pero Carmen estaba convencida de que Sam disfrutaría viviendo en una casa repleta de gente joven, como era la suya.
- ¿No se la puede ayudar de alguna manera? - preguntó Carmen lentamente en inglés.
- No creo que esté en nuestras manos ayudarla, sólo somos colegialas... - le recordó Harriet.
Carmen no respondió y se quedó pensativa. Sam era su mejor amiga en aquel país de locos y si tenía un problema, creía que su deber era ayudarla por todos los medios posibles. Carmen siempre había sido muy leal a sus amigos, por ellos se había metido, desde muy pequeña, en numerosos problemas, pues Carmen no podía evitar intervenir en los problemas de sus amigos, tanto si le incumbían como si no.
- Ha de haber una manera... - murmuró en español. - Estoy segura de que debe haberla.
Cuando llegó el día de la fiesta, Carmen se levantó muerta de curiosidad por ver como se desarrollaba un día de fiesta en el colegio inglés y, sobre todo, de conocer a los padres de sus compañeras.
Los padres de Joan, muy madrugadores, fueron los primeros en llegar. Abrazaron con entusiasmo a su hija, saludaron alegremente a Pam, como si se tratara de una hija más y se sorprendieron bastante cuando, por primera vez desde que estaba en el colegio, Joan les invitó a conocer al resto de sus compañeras de habitación.
Carmen por fin vio su curiosidad satisfecha. Joan les había explicado cómo eran, con todo lujo de detalles: el padre era un militar retirado y que se llevaba bastantes años con su esposa, que aun era bastante joven. Teniendo a sus dos hijos en colegios, el matrimonio se dedicaba a viajar constantemente y, naturalmente, habían estado en Irlanda y en España. Carmen y May charlaron durante un buen rato con ellos acerca de sus países. El coronel MacKenzie era un hombre de gran humor y todas notaron que Joan había salido a él en muchos aspectos.
El padre de Harriet, Walter Jones, llegó puntualmente. Las niñas se asomaron por las ventanas para conocer al importante abogado de Londres que había llamado en el último momento confirmado su asistencia; al parecer uno de sus clientes había cancelado su cita con él y había podido acudir.
- Tampoco parece tan temible... - comentó Jane mientras veía como Harriet saludaba a su padre.
- Ni tampoco muy efusivo. - replicó May al notar que ni siquiera había abrazado a su hija.
Pero Jane no la oyó porque en ese momento dio un alegre grito al reconocer el coche de sus padres que se acercaba.
El matrimonio Ballantyne se echaron a reír cuando su hija se lanzó sobre ellos y los cubrió de besos.
- Veo que no nos has olvidado.- sonrió su madre divertida.
- ¡Y yo pensé que encontraríamos a una Jane muerta de aburrimiento! - comentó el padre.
- ¡Aquí, jamás! - afirmó categóricamente Jane y añadió. - Este curso es mucho mas divertido que el anterior. Tenemos a dos extranjeras en el dormitorio, una es irlandesa y la otra es española. Esperad a conocerlas ¡Sabréis enseguida quien es cada una!
Jane llevó casi a rastras a sus padres para presentarles a las nuevas compañeras de aquel curso.
- ¡Vaya! - exclamó el padre al verlas. - ¡Pues tenías razón!
- Naturalmente, la pelirroja es May y esta tan morena es Carmen, la española. - presentó con orgullo la niña. - A Sam, Pam y Jilly ya las conocéis, Joan y Harriet andan por ahí, con sus padres, ya las saludaréis luego.
Minutos después, un bulliciosa Jane arrastraba a sus padres para enseñarles el colegio, a pesar de que éstos ya lo conocían por sus anteriores visitas.
Las cinco niñas que quedaban se miraron divertidas al ver su entusiasmo. Pam impaciente, no paraba de mirar por la ventana por si veía llegar a su padre.
- Cinco meses es mucho para estar sin ver a tu padre... - suspiró, pero tras ella ninguna contestó y miraron a Sam de reojo. Pam no se dio cuenta de ello, era demasiado feliz para percatarse de los problemas de las demás.
Finalmente su padre llegó al colegio y Pam se lanzó hacia las escaleras, las cuales bajó de una forma temeraria, en opinión de una de las profesoras a quien había estado a punto de arrollar. A pesar de las numerosas niñas que recibían a sus padres con gritos de alegría, Carmen tuvo la impresión que el encuentro entre Pam y su padre superaba a todos los restantes en alegría.
- Bueno, - suspiró Jilly desde la ventana. - Sólo quedamos nosotras...
May asintió con tranquila resignación, comprendía que sus padres ni iban a venir desde Dublín por un simple día de fiesta y se lo tomaba con bastante filosofía. Jilly también parecía tomar con normalidad que sus padres no pudiesen acudir en aquel día. Carmen, en cambio, no se lo tomaba de ninguna manera, y simplemente miraba a su alrededor con expresión curiosa. El problema era Sam, que no parecía muy feliz al ver a sus compañeras con sus respectivos padres.
En ese momento apareció Joan.
- ¿Qué hacéis aquí dentro con el buen tiempo que hace fuera?
Ninguna de ellas contestó, pero May le hizo un discreto gesto en dirección de Sam que parecía bastante deprimida.
- ¡Animaos! - exclamó Joan. - ¿Por qué no venís con mi familia a comer? A mi padre le encanta tener gente a su alrededor, sobre todo si nunca han escuchado sus historias del ejército. Pam está con su padre y, además, quedó bastante harta de batallitas cuando pasó las vacaciones en mi casa.
May se echó a reír, no le parecía del todo mal pasar el día con el viejo coronel MacKenzie. Carmen asintió, encantada de poder seguir hablando acerca de su añorado país. Sam la miró agradablemente sorprendida. Jilly dudó:
- No sé... había pensado acabar de preparar el tema de historia.
- ¡¿Pensabas estudiar en un día de fiesta?! - gritó Joan totalmente escandalizada. - ¡Eso es un sacrilegio! No acepto una negativa. Mi padre nos va a llevar a un hostal que hay cerca de aquí, dice que hacen el mejor asado del reino y será un alivio comer algo decente después de lo que nos dan en el colegio.
Al oír aquello Carmen masculló algo en su idioma. Joan miró con sorpresa a Sam.
- ¿Qué le pasa a esta?
Sam sonrió, olvidando su melancolía y tradujo lo que Carmen había dicho.
- Dice que ni en cien posadas inglesas podría encontrarse comida decente.
- ¡Vaya con la españolita! ¿Qué pasa? ¿Que en tu país coméis platos selectos cada día o qué?
Las restantes se echaron a reír y Carmen la miró sin comprender lo que Joan había exclamado.
- Será mejor que vayamos con tus padres, nos deben estar esperando... - dijo Sam, que ya estaba mas animada.
Las otras sonrieron y siguieron a Joan.
Pasaron un buen día en compañía de los MacKenzie. El padre de Joan, a pesar de ya ser un hombre mayor, tenía mas vitalidad que todo el resto del grupo junto. Recorrió el colegio de arriba a abajo, presenció todas las exhibiciones deportivas, admiró la exposición de manualidades, habló con todas las profesoras de su hija y finalmente las llevó a comer. Por la tarde volvieron al colegio para asistir a la pequeña fiesta que las alumnas mayores habían organizado y en la que se sirvió abundantes pastelitos y té, mientras una orquestina amenizaba la velada. Allí, los padres tuvieron oportunidad de conocerse y hablar entre ellos
- Estos pastelitos están deliciosos.- comentó el coronel MacKenzie.
- ¡Prueba los de fruta! - dijo Joan. - Están insuperables.
- ¿Y tú cómo lo sabes? - preguntó Harriet sorprendida. - Los acaban de sacar de la cocina.
Joan no contestó y simplemente miró a Carmen la cual puso aquella expresión inocente que Harriet empezaba a conocer bastante bien.
- ¿Te has colado en la cocina de nuevo? - le susurró escandalizada.
- Tenía hambre. - se disculpó Carmen y sonrió de tal manera que Harriet tuvo que olvidar su enfado y se echó a reír.
- ¿Os imagináis si la enfermera llega pillarla? - comentó May con una sonrisa.
- ¿Así que robando en la cantina, pequeña recluta? - dijo Pam imitando la voz de la enfermera Beresford.
Las niñas se echaron a reír ante tal perfecta imitación.
- ¡Vaya Pam! – exclamaron admiradas. - ¿Sabes hacer más voces?
- ¿Tu que crees, chavala? –replicó la niña imitando a la perfección el acento londinense de Jane y ante el deleite de todas, Pam imitó uno tras otro los diferentes acentos de sus amigas: el acento escocés de Joan, el galés de Jilly, el hablar pausado y educado de Harriet...
Ninguna se sintió molesta al verse imitada y todas acabaron riendo a carcajadas. Todas, excepto Carmen que miraba a Pam con pensativa expresión. Finalmente su rostro se iluminó cuando una idea empezó a tomar forma en su cabeza.
- ¿Qué te ocurre? - le preguntó Jilly al darse cuenta.
- Ya os lo explicaré mas tarde... - contestó Carmen con expresión feliz y le susurró. - He encontrado la forma de ayudar a Sam.
Jilly la miró con sorpresa pero no dijo nada ni tampoco insistió en ello, estaba segura de que Carmen le hablaría de ello mas tarde.
El día de fiesta fue todo un éxito. Cuando los padres marcharon, las alumnas siguieron la fiesta pues todas se reunieron alrededor de Carmen y su guitarra para cantar a coro algunas canciones populares inglesas que la niña ya había aprendido, también cantaron otras, españolas, que les había enseñado y finalmente Carmen acabó haciendo una demostración de bailes populares españoles que provocaron numerosas risas cuando algunas de las inglesas intentaron aprenderlos sin mucho éxito.
Por la noche se acostaron rendidas. El día había sido completo y ni siquiera las niñas cuyos padres no habían podido venir, tuvieron tiempo de añorarlos.
Al día siguiente, Carmen entró en la sala de segundo mirando a su alrededor. Al ver que Sam no estaba, se acercó a Pam.
- ¿Sabes imitar la voz de Miss Robinsson? - le preguntó.
La aludida la miró sin acabar de entenderla, pues la pronunciación de Carmen aun no era muy clara. La española repitió su pregunta y Pam acabó por comprender.
- No creo que sea muy difícil. - contestó tras pensarlo.
- Pero ¿puedes hacerlo o no? - insistió Carmen.
Joan se acercó a ellas y preguntó con curiosidad.
- ¿Y para qué quieres saberlo?
La española las miró una a una y finalmente contestó:
- Quiero que Pam llame al padre de Sam, haciéndose pasar por la directora.
Todas la miraron boquiabiertas.
- ¿Y para qué quieres hacer eso? - preguntó finalmente May.
- Quiero que Pam haga creer al duque que Sam está muy enferma. - contestó Carmen sin inmutarse ante las expresiones de quienes la rodeaban. - ¡Quiero que el padre de Sam venga a ver a su hija!
Y antes de que alguna pudiera replicarle se volvió hacia Pam.
- ¿Lo puedes hacer?
Pam dudó y miró a su alrededor buscando ayuda.
- ¡Eso es una locura! - exclamó Harriet.
- Es verdad, pero si lo hacemos, tal vez logremos que Sam vea a su padre. - comentó de repente Jilly.
- Yo asumo toda la responsabilidad si sale mal. - contestó Carmen.
Al oír aquello Joan la miró escandalizada.
- ¿Acaso crees que vamos a dejar que te castiguen solo a ti? ¡Somos un grupo! ¿Verdad? Se supone que hemos de ayudarnos unas a otras.
Ante aquellas palabras las demás no pudieron evitar asentir. Joan tenía razón. Sin saber cuando ni como, habían pasado de ser simples compañeras de dormitorio a ser un grupo de amigas.
- ¡Si nos pillan nos la cargaremos! - suspiró Harriet, pero al hablar así daba por hecho que llevarían a cabo el plan de Carmen y que ella se incluía en él.
Todas le dieron la razón pero parecían ya mas decididas. Al darse cuenta Pam las miró sorprendida.
- ¡Un momento! - exclamó. - ¿Y yo, no tengo nada que decir?
- Sólo que estás dispuesta a ayudar a Sam. - dijo Carmen de forma tajante y su amiga no tuvo opción de replicar.
Una vez que Carmen había puesto en marcha todo aquel lío, ya no hubo forma de pararlo. Pam estuvo varios días practicando su imitación, Carmen en el colmo de su atrevimiento, se coló en el despacho de Miss Robinsson con Jane y consiguió el número de teléfono de Lord Benjamin.
Aquellos días fueron una dura prueba para Harriet. La pobre niña, que nunca había desobedecido a ningún adulto ni había hecho ninguna travesura, estaba horrorizada ante el lío en que se había metido y no cesaba de imaginar una inminente expulsión del colegio. Pero sabía que no podía echarse hacia atrás. Hasta entonces, sus compañeras de habitación siempre la habían relegado de la mayoría de sus asuntos y, ahora, que era una más del grupo, no estaba dispuesta a estropearlo. Además, sentía que empezaba sentir cariño hacia sus alocadas compañeras y si necesitaban su ayuda, no sería ella quien las defraudara. Con aquel pensamiento, Harriet se tranquilizó y recuperó algo de su confianza en si misma. Después de todo, solo estaban ayudando a una amiga y Miss Robinsson, que era una mujer justa, lo comprendería.
No hubo ningún problema en ejecutar el plan. Pam realizó perfectamente su imitación y, aunque no pudo hablar personalmente con Lord Benjamin, le hizo a su secretario una conmovedora explicación sobre la supuesta enfermedad de Sam.
- Bueno. - dijo Pam cuando colgó el teléfono. - Por lo menos, si solo viene el secretario, le podríamos convencer para que hable con el duque. Parecía un tipo bastante razonable.
- Ahora ya no podemos hacer nada mas, solo esperar y confiar en la suerte.- comentó May.
- ¡Vamos a necesitar mucha! - añadió Jilly.
- Vendrá. - dijo Carmen con obstinación. Ella siempre había tenido mucha suerte en todo lo que hacía, y esa suerte no le iba a fallar precisamente ahora, cuando más la necesitaba.
Durante los dos días siguientes, las niñas esperaron impacientes el resultado de su plan. Pero parecía que no ocurría nada.
- Creo que hemos fracasado. - comentó Jane al tercer día.- Ni Lord Benjamin ni su secretario han dado señales de vida.
- Es triste. - fue la respuesta de May. Ni siquiera la noticia de la enfermedad de su hija había podido conmover al duque. ¿Qué clase de padre era aquel? Mentalmente, la irlandesa agradeció tener un padre que no dudaba en demostrarle su cariño.
- Por cierto ¿por dónde anda Carmen? – preguntó alguien.
Todas se encogieron de hombros, aunque no sería de extrañar que la española hubiera vuelto a salir del colegio a solas.
- ¿Y Sam?
- Creo que ha ido al pueblo para acompañar a no sé quien....- respondió Joan con despreocupación mientras se entretenía mirando por la ventana. - ¡Ah, por ahí viene Carmen!
Jane se asomó junto a ella y al verla supo que efectivamente, y una vez más, la española había vuelto a salir sola del colegio.
- Creo que ha entrado por la pequeña puerta trasera que da al bosque.
- Lo que me asombra a mi es que nunca la pillen. - comentó Harriet. - ¿Cómo es posible?
- Muy fácil. - respondió Joan. - Porque la directora, en el fondo, es una buenaza y cree realmente que Carmen cumplirá la promesa que le hizo de no saltarse el reglamento.
- La palabra de Carmen no es de mucho fiar. - comentó Harriet.
- Yo creo que si. - la defendió May. - Lo que pasa es que Carmen clasifica las promesas en dos categorías: las que se pueden romper y las que no. - y añadió: - El problema es saber clasificarlas.
Joan se echó a reír.
- ¡Pues vamos apañadas si nunca sabemos si nos dice la verdad o no!
- Es fácil. - replicó May enseguida. - ¿A alguna de vosotras os ha mentido alguna vez?
Sus amigas dudaron unos instantes, pero todas llegaron a la conclusión de que, con ellas, Carmen se había portado de una forma bastante honrada, si se tenía en cuenta su forma de ser.
- No sé si os habéis dado cuenta, pero Carmen valora mucho la amistad. Pienso que nunca mentiría a una amiga, ni rompería ninguna promesa que le hubiera hecho.
- Siempre que esa promesa, ella no la considere de poca importancia, que ahí es donde radica nuestras diferencias. - interrumpió Jane con una sonrisa.- Su forma de pensar es algo mas intrincada que la nuestra.
- ¡Su forma de pensar es totalmente un laberinto! - fue la conclusión de Harriet, provocando las risas de las demás.
En ese momento entró Carmen, la cual sonrió al ver el buen ambiente que allí reinaba.
- ¿Has tenido un buen paseo? - preguntó May.
- No lo sabes tu bien. - contestó Carmen con aspecto muy satisfecho. La irlandesa pensó que incluso era demasiado satisfecho.
No bien se hubo sentado en uno de los sillones cuando se abrió la puerta y apareció Sandy Carpenter.
- Miss Robinsson quiere veros en su despacho... a todas y en seguida.
Las niñas se miraron y Pam hizo una mueca.
- Seguro que se ha enterado de la llamada telefónica.
- Puede ser... - contestó Carmen tranquilamente.
May asintió con la cabeza imaginándose de vuelta a Irlanda en el primer avión.
- Bien, es mejor que vayamos ya acabemos con esto cuanto antes. - dijo Harriet con un suspiro que intentaba ocultar su temor. Nerviosa, respiró profundamente para tranquilizarse. Bien, por fin había ocurrido. Por primera vez en su intachable vida de estudiante, iba a recibir una amonestación y, seguramente, su primera mala nota en comportamiento. Aunque, dadas las circunstancias, eso era lo mejor que podía pasarle, su padre no estaría muy contento cuando se enterara.
Jilly fue la primera en salir y Harriet la miró con admiración. Al parecer, su amiga no estaba muy preocupada por lo que pudiera ocurrir, y eso que su estancia allí dependía de una beca. Mas decidida, Harriet se levantó y siguió a las demás.
Todas juntas se dirigieron al despacho de Miss Robinsson. Tras llamar a la puerta, entraron en silencio. La directora estaba de pie, junto a la ventana y cuando las vio, las miró detenidamente.
- Veo que no habéis tardado mucho. - comentó, pero enseguida fue al grano, como era costumbre en ella. - Os he mandado llamar porque tengo que hablar con vosotras de algo muy importante. Me he enterado hace poco y debo confesar que me ha dejado bastante sorprendida, pues no esperaba ésto de vosotras...
Las niñas palidecieron y no se atrevieron a mirarla a la cara. Sólo Carmen permaneció con la cabeza alta. Miss Robinsson continuó hablando.
- Creo que no tenéis el gusto de conocer a Lord Benjamin, personalmente.
En ese momento todas se sobresaltaron al darse cuenta de que tras ellas había un hombre.
- Lord Benjamin es el padre de Samantha... pero eso creo que vosotras ya lo sabéis. ¿No es cierto?
Las seis niñas enrojecieron a la vez.
- Y también creo que nuestra joven española incluso ya ha hablado con él.
Y ante el asombro de todas, que ya veían castigadas durante el resto de sus vidas, el hombre se acercó a Carmen con una sonrisa. Al contrario de lo que ellas habían pensado, no parecía enfadado en absoluto.
- Hola jovencita, ¿Cómo van las cosas? - saludó Lord Benjamin en un perfecto español.
- ¿Ha visto ya a Sam? - preguntó a su vez Carmen con expresión seria. El hombre asintió con la cabeza.
- Tenías razón, hasta ahora he sido un padre pésimo y mi hija ha pagado las consecuencias de mi egoísmo.
Al oír aquello Carmen sonrió ampliamente y miró triunfante a sus amigas que no comprendían nada. ¿Cuando y cómo se habían conocido Carmen y el duque? ¿Por qué hecho milagroso una simple niña le había hecho cambiar de actitud?
Una hora después Sam, totalmente asombrada pero muy feliz, paseaba junto a su padre por los jardines. Mientras, en el despacho de la directora, Carmen aclaraba todo a sus amigas.
- Me he encontrado al padre de Sam cuando estaba paseando.- explicó la española, mezclando el inglés y el español. - Al parecer la llamada telefónica dio resultado y el hombre venía hacia aquí para verla. He hablado con él un buen rato y le he contado la verdad. Al principio se ha enfadado, pero yo le hecho ver que su comportamiento era peor que el nuestro. Como en el fondo el duque es humano, por fin se ha dado cuenta de todo lo que ha tenido que sufrir Sam estos años, y me ha prometido intentar ser un buen padre. Para empezar, Sam pasará este fin de semana con él.
Durante unos instantes ninguna habló. Todas se preguntaban qué le habría dicho Carmen exactamente al duque para que diera tal cambio.
- ¿Y por qué después de tanto tiempo? - preguntó Joan. - Ya sé que todo este lío era para que Sam tuviera un padre decente, pero ¿cómo lo hemos logrado tan rápido? Hay algo en todo esto que no me convence.
- Todo empezó cuando Sam nació. - explicó Carmen que al parecer lo sabía ya todo. - La madre de Sam murió al dar a luz. Al parecer, el duque la quería mucho y no pudo superar su muerte. A esto se añadió el que Lord Benjamin fue educado conforme a las ideas de las viejas familias aristócratas. El que el heredero no fuera un varón, sino una niña, no hizo mucha gracia a los Durckworth, y menos, teniendo en cuenta que el duque no quiere volver a casarse. Ya sé que es todo un poco liado, pero así funciona la mentalidad de muchos ricos. La cuestión es que Sam recordaba demasiado a su padre la muerte de la madre, por lo que éste decidió alejarla de él.
Sus amigas asintieron, empezando a comprenderlo todo y no pudieron evitar suspirar aliviadas de que todo se hubiese acabado milagrosamente bien. Carmen se dirigió a la puerta y todas la siguieron.
- ¿Dónde creéis que vais? - preguntó Miss Robinsson tras ellas. - Vosotras y yo tenemos que hablar.
Cabizbajas, las niñas volvieron hacia atrás. ¡Y ellas que pensaban que saldrían ilesas de todo aquel embrollo! Parecía que habían sido demasiado optimistas.
- Y bien ¿Puede alguien explicarme porqué de repente os ha dado por arreglar familias?
Ellas se miraron.
- Sam es nuestra amiga... - dijeron todas a la vez, de forma espontánea. Y ante su sorpresa, la directora sonrió.
Las niñas intercambiaron miradas de sorpresa.
- ¿Acaso no está enfadada? - preguntó Harriet cautelosamente.
- Tendría que estarlo ¿verdad? - replicó la mujer. - Pero en realidad no puedo. Os habéis metido en la vida privada de una familia y sin embargo no voy a castigaros. Me conformo con ver que por fin sois amigas de verdad.
Las niñas la miraron sin acabar de creer que no iban a ser castigadas.
- Claro, que si os sentís mejor, os puedo imponer algún castigo...- añadió Miss Robinsson al ver sus expresiones.
- ¡No hace falta! ¡Por nosotras no se moleste! - exclamó Joan rápidamente.
- Pero quiero dejar una cosa muy clara. - Miss Robinsson las miró con severidad. - No quiero que volváis a hacer una cosa semejante en el futuro. ¿Habéis entendido? Cuando queráis solucionar un problema de tal calibre por vuestra cuenta ¡Ni se os ocurra! Antes quiero que habléis conmigo ¿Está claro?
Todas asintieron rápidamente y ante la mirada de Miss Robinsson quisieron que se les tragase la tierra. Finalmente los ojos de la mujer se suavizaron.
- ¡Por cierto! ¿De quien fue la idea?
Ninguna de ellas respondió y esquivaron su mirada. Solo Carmen la miró con una angelical sonrisa.
- Comprendo. - se limitó a decir Miss Robinsson. Tenía que haberlo imaginado. Desde la llegada de Carmen, las niñas no sólo se habían hecho amigas, sino que también eran más extrovertidas e incluso, más revoltosas. Pero tenía que aceptar el cambio pues lo fundamental era que ahora eran amigas y parecían más felices.
Cuando entraron en la sala común, May se dejó caer en una silla.
- ¡Nos hemos librado por los pelos!
- Ha estado cerca, es cierto. - suspiró Jilly.
El resto de alumnas de segundo que estaban allí, las miraron con sorpresa.
- Pero ¿qué ha pasado?
- Hemos oído decir que os han llamado a todas al despacho de Miss Robinsson...
- Nada importante. - respondió Pam. - Sólo un pequeño lío en que Carmen nos había metido.
En pocas palabras, Pam explicó lo ocurrido. Cuando acabó, sus compañeras de clase se echaron a reír.
- No sé donde está la gracia. - gruñó Pam. - ¡No sabéis el susto que tenía encima!
Aquellas palabras hicieron reír aun más a las niñas. Jane se asomó a la ventana.
- Ahí están Sam y su padre.- dijo al verles pasear por el jardín.
- Parecen muy felices. - comentó Joan uniéndose a ella, junto a la ventana.
- Dejadlos tranquilos.- dijo Harriet. - Esos dos tienen mucho que decirse.
Las dos niñas la obedecieron y se apartaron de la ventana.
- Y mucho tiempo que recuperar... - añadió Joan sentándose en una silla.- Espero que continúen así.
- Dudo mucho que Carmen le permita echarse atrás. - comentó Harriet y todas estallaron en risas mientras la española, que no había entendido nada, las miraba con expresión sorprendida.
Las siguientes semanas transcurrieron con tranquilidad. Jane fue elegida para formar parte de los equipos de tenis y atletismo del colegio, y sus amigas, muy orgullosas de ella, le organizaron una pequeña fiesta en la sala de segundo.
Sam se había convertido en una niña muy alegre desde que recibía periódicas llamadas telefónicas de su padre; el duque le había prometido que irían los dos solos a pasar sus vacaciones en Ibiza.
Joan, ante el asombro general, había dejado de meterse con Harriet. La niña seguía metiéndose con todas sus amigas, pero lo hacía sin malicia y todas sabían que sólo lo hacía para bromear. Ante aquel cambio de actitud, Pam también se apresuró a hacer las paces con Harriet y finalmente fue capaz de asimilar que la jefe de su curso había mejorado considerablemente su carácter.
Jilly, aunque seguía tan estudiosa, empezó a participar en algunas actividades extraescolares e intervenía de manera entusiasta en los juegos de sus amigas. Se había mostrado muy reticente a perder su tiempo entrenando para el equipo de hockey del colegio, pero ante la insistencia e ilusión de sus nuevas amigas, había acabado cediendo.
El cambio de ambiente en la habitación hizo que May desechara por completo la idea de volverse a Irlanda y la niña tuvo que reconocer que tal vez su padre tuviera razón al haberla enviado allí.
Carmen pensaba en todo ello, un día que paseaba por los pasillos, en dirección a la clase de música. Todas las alumnas estaban en clase y en el colegio reinaba la tranquilidad. En el patio, el jardinero recogía las hojas secas de los árboles. Al ver a la niña asomada por la ventana, la saludo con la mano.
Carmen miró a su alrededor, desde las pistas deportivas llegaban hasta ella las voces de las alumnas de tercero en clase de Educación física. Una corriente de aire la hizo estremecerse y Carmen se apresuró a cerrar la ventana. Desde el aula de primer grado pudo oír las voces de las niñas intentando pronunciar con cierta corrección, algunas frases en español. Al oírlas Carmen movió la cabeza divertida. Decididamente tendría que echar una mano a las pobres niñas.
En ese momento se cruzó con una profesora, que la miró severamente
- ¡Carmen! ¡Vuelves a llegar tarde!
La española no respondió y fingió no comprender. Al ver su actitud la profesora suspiró resignada: al parecer, no había nada en aquel mundo que hiciera que Carmen fuera puntual.
Sonriente, Carmen se metió las manos en los bolsillos de su uniforme, empezó a silbar una alegre tonada y echó a andar tranquilamente hacia su clase.
