Vuelta a empezar
El Sol de mediodía caía con fuerza sobre Privet Drive. El ambiente veraniego se respiraba en cada rincón y un delicioso olor a tarta de frambuesa inundaba el jardín de los Dursley. Harry aspiró con fuerza el aroma y notó como le rugían las tripas.
— "Otra de las tartas de tía Petunia" — pensó.
Petunia había pasado el último mes practicando con un libro de recetas que le habían regalado al comprar una sartén antiadherente de última tecnología. Hasta Harry había tenido el honor de probar sus tartas. Esto había hecho que Dudley estuviera de mejor humor y no se metiera tanto con él. De todas las cosas grasientas que Dudley devoraba diariamente, las tartas de su madre eran sin duda sus favoritas. Gracias a esto Harry había pasado un verano bastante aceptable salvo por alguna o dos rabietas de tío Vernon. Harry no dudaba de que su irritación se debía a las continuas amenazas de su sobrino con respecto a Sirius. La posibilidad de que el padrino de Harry se presentara en la casa y "montara una escena" era demasiado para sus nervios. De todas maneras Harry no estaba dispuesto a dejar que unos idiotas como los Dursley le pisaran la felicidad, después de todo hoy era su cumpleaños. ¡Su cumpleaños! Casi lo había olvidado. Hoy cumplía 15. Harry se levantó y se sacudió la hierba de los pantalones. Llevaba cerca de una hora tumbado en el jardín perdido en sus pensamientos. No había dormido bien, el sueño de la noche anterior seguía rondándole por la cabeza. De todas formas decidió que lo mejor que podía hacer era ignorarlo.
— Mejor no pensar mucho en eso —se dijo—. Será mejor que vaya dentro a ver si me mandan alguna lechuza.
Se dirigió a la puerta de entrada y la abrió de un empujón.
— Aparta —rebuznó tío Vernon que salía en ese momento empujando a Harry hacia un lado con su barrigón.
— ¿Dónde vas? — preguntó Harry con un considerable esfuerzo por ser amable.
— No te importa. Piérdete un rato para que pueda vivir en paz durante unos minutos.
Harry decidió ignorar la estúpida contestación de su tío y entró en la casa donde su primo veía un programa de televisión para retrasados morbosos. Subió las escaleras y se tumbó en la cama con su libro de los Chudley-Cannons entre las manos hasta que se hizo la hora de comer.
Harry se comió su frugal ración sin hacer demasiado caso ni a sus tíos ni a su primo, aunque costaba ignorarle con esos horribles ruidos de masticación que surgían de su ridícula boca de cerdo. Luego tía Petunia sacó su pastel de frambuesas del que todos disfrutaron. Había que reconocer que no era mala cocinera. Harry se comió la tarta rápidamente y se escabulló en cuanto pudo de la mesa para subir a su cuarto. Sabía que sus lechuzas no podían tardar. Miró a Hedwig que permanecía aburrida en el interior de su jaula.
— No te preocupes — Le dijo Harry acariciándola a través de los barrotes—. Espero tener pronto un trabajo para ti.
No se equivocaba. A penas unos minutos después un ligero ulular le dio a entender que alguien esperaba detrás de la ventana. Nada más abrirla tres lechuzas irrumpieron en la habitación discretamente. Harry reconoció a Pigwidgeon que llevaba tres paquetes que, para su alivio, no abultaban demasiado. Otra debía ser de Sirius y la última de Hogwarts.
Harry abrió primero la carta de Hogwarts que llevaba la lista de materiales del colegio. Nada nuevo. Era muy parecida a la del año anterior pero los títulos de los libros eran diferentes. Luego abrió el paquete de Sirius con los dedos temblorosos por la emoción. El papel de colores cayó al suelo dejando al descubierto un surtido de caramelos mágicos de todas las clases posibles. Incluso algunas que Harry no había visto. Luego leyó la carta de Sirius que decía:
Querido Harry:
No creas que me he olvidado de tu cumpleaños. Siento no poder regalarte algo mejor pero dada mi situación no me convenía gastar mucho dinero. Podría llamar la atención. De todas formas sé que lo comprenderás. ¿Cómo estás pasando el verano? Supongo que esos tíos tuyos no te molestarán demasiado, ¿verdad? Si lo hacen ya sabes lo que tienes que hacer. Mira, ya sé que esto no te parecerá bien pero no quiero que vayas a casa de tu amigo Ron este verano. Entre muggles serás menos localizable para Voldemort y sus mortífagos. ¿Está claro? Por favor Harry, no hagas nada de lo que tenga que preocuparme. Tu padrino:
SIRIUS
Harry dejó la nota de Sirius algo decepcionado. Sabía por experiencia que contradecir a Sirius no solía ser muy inteligente, pero pasar todo el verano con los Dursley…
— No iré —se dijo Harry —, no quiero preocupar a Sirius y para ser sincero, tengo miedo.
Era cierto. No convenía hacerse el valiente. No ahora. Harry no soportaba a los Dursley pero tampoco era tonto. Ya había arriesgado la vida bastante durante cuatro años.
Ahora tocaba el turno a los paquetes de Pigwidgeon. Abrió uno que por la letra del sobre que lo acompañaba, dedujo que era de Hermione. Dentro había una especie de pegatina, o de imán…o quizá una mezcla de las dos cosas. Harry no tenía ni idea de lo que era pero pensó que se lo aclararía la nota que iba dentro del sobre. Esta decía:
Hola Harry :
Esto que te regalo es un delator. Si se lo pones a algo que aprecies, la próxima vez que alguien lo coja sin tu permiso, empezará a gritar para avisarte. Pensé que podría serte útil. Te lo he enviado con Pig porque estoy en la madriguera con Ron. Sabes, Harry, sería mejor que no vinieras este año por lo de Voldemort, No te lo tomes a mal. Hasta pronto.
HERMIONE
— No te preocupes Hermione, no voy a ir —dijo Harry con tristeza.
Luego guardó el delator con el resto de sus cosas mágicas. Hermione siempre tan práctica. Ahora le tocaba a Ron. Abrió el paquete rápidamente y sacó lo que parecían unas gafas de sol. Las patillas eran de color rojo oscuro con adornos dorados. Los colores de Gryffindor, muy acertado Ron. Después miró los cristales que parecían negros a simple vista, pero que expuestos a la luz mostraban todos los colores del arco iris danzando de un lado a otro como si se tratara de una pompa de jabón. Harry se las puso y de repente, tras un súbito resplandor, se vio a si mismo descendiendo por una pendiente nevada a toda velocidad y subido en un snowboard. Podía notar perfectamente la luz de un resplandeciente Sol dándole en la cara y distinguir con toda claridad el imponente paisaje del fondo. Por la impresión, Harry se tiró hacia atrás y las gafas se le deslizaron por la nariz. De nuevo estaba en su habitación de Privet Drive, tumbado en la cama y con el corazón a cien por hora. Tomó la nota de Ron y la leyó preguntándose qué clase de regalo era aquel.
¡Buenas harry!
¿Te gusta mi regalo? Son unas gafas de hiper-visión. Cada vez que te las pongas te verás haciendo una cosa diferente. Fred asegura que una vez vio un partido de quiditch con ellas, ¡y en directo!, espero que te gusten. ¿Qué has hecho este verano? Que sepas que estas invitado a mi casa. Hermione dice que no es seguro, pero ya la conoces, es una exagerada. La semana que viene iremos al callejón Diagon, así que pasaremos a por ti y después de comprar los materiales vendrás a mi casa. ¿Te parece bien? Si es así envíame la respuesta con Hedwig.
RON
Harry dejó las gafas con remordimiento. Seguro que habían costado mucho dinero, ¿por qué Ron siempre invertía más dinero en Harry que en si mismo? Siempre había sido así. Harry se sentía en deuda con los Weasley.
Cogió pergamino y pluma y se puso a escribir la contestación. Pensaba ir al callejón Diagon, pero no a la Madriguera. Abrió la ventana y dejó ir a Hedwig y a las otras lechuzas. Luego se concentró en sus regalos.
A pesar del remordimiento no podía evitar sentirse feliz.
