El espíritu de cuarto menguante

Es sorprendente lo lento que pasa el tiempo cuando estás impaciente por que llegue un día determinado. Harry no era una excepción. El tiempo en casa de los Dursley parecía haberse detenido para él. Quería que llegara cuanto antes el lunes de la semana siguiente, pues Ron le había dicho vía lechuza que lo recogería ese día para ir al callejón Diagon a las cinco. Pero ese maldito lunes se demoró tanto como pudo, volviendo los ya de por sí desagradables días en compañía de los Dursley todavía más insoportables.

Cuando, después de una espera interminable, llegó por fin el día soñado Harry se levantó de un salto, preparó su túnica de mago para no llamar la atención y se guardó algunos galeones que encontró desparramados en el fondo de su baúl. Después sólo quedaba esperar hasta que se hicieran las cinco. Se desanimó. Si por lo menos tuviera algo interesante que hacer…

Sacó su Saeta de Fuego de debajo de la cama y la sostuvo durante varios minutos, acariciándola, girándola lentamente, analizando cada centímetro de su superficie en busca de alguna mota de polvo, alguna mancha que limpiar…nada. Siempre era igual. Parecía que su escoba repeliera la suciedad de alguna forma especial. La Saeta de Fuego, la mejor escoba voladora del mundo, si tan solo pudiera…no, jamás. Si se pusiera a volar sobre Privet Drive seguramente acabaría en la comisaría y sus tíos lo tendrían a pan y agua durante el resto de su vida. O peor aún, lo enviarían a un reformatorio y no podría volver a Hogwarts. No valía la pena correr ese riesgo. No tuvo más remedio que guardarla y contentarse con comerse las uñas. Decidió bajar al salón donde su primo seguía con su interminable sesión televisiva. Al ver a Harry se revolvió incómodo en su asiento mirándolo con ojos de corderito asustado. Harry se sentó delante de la tele sin prestarle la más mínima atención. La verdad era que desde que su primo le respetaba tanto, resultaba un poco decepcionante. Dudley había demostrado no ser más que un cobarde idiota y muy gordo. Harry decidió pincharle un poco.

— Oye, Dudley, no me gusta este programa. Cámbialo. —Harry procuró que su voz sonara autoritaria a pesar de que se estaba aguantando al risa.

— No tengo por qué obedecer tus órdenes —dijo Dudley haciendo un acopio de valor impensable en él.

— No te conviene enfadarme, Dudley. Pásame ahora mismo el mando a distancia.

— ¡No quiero! —Dudley parecía realmente asustado.

— ¡Tú lo has querido! Abracadabrapatade…

— ¡MAMAAAAAA!

Dudley salió corriendo como si le hubieran puesto un petardo en el culo. Acto seguido apareció tío Vernon en el salón, rojo como un tomate.

— ¡Tú! ¡Anormal! ¿Qué le has hecho a mi Dudders?

Parecía realmente enfadado. Harry pensó que enfadarlo equivalía a perderse su visita al callejón Diagon. Eso no podía permitirlo.

— Disculpa, tío Vernon, no ha sido mi intención asustar a Dudley. Me quedaré en mi habitación sin hacer ruido hasta que venga mi amigo Ron. Si te parece bien, claro.

Vernon esperaba cualquier cosa menos buena educación. Durante varios segundos pareció meditar la respuesta.

— Bueno…vale… —dijo al fin— haz lo que quieras… ¡Pero sal de mi vista!

— Sí, tío Vernon.

Harry salió del salón aguantándose la risa a duras penas. Quizá no tendría que preocuparse más por sus tíos. La cuestión era saber cómo tratarlos.

Desplazarse hasta el callejón Diagon no fue precisamente de lo más cómodo. Hermione, apoyada por los señores Weasley, había tenido la prudente idea de utilizar un coche muggle para el transporte. Ron no estaba muy de acuerdo, pero no tuvo más remedio que conformarse. Dentro del coche iban totalmente apretados Ron, Hermione, Harry, Fred, George, Ginny y los señores Weasley. Harry había agradecido el detalle del coche al principio, ya que sus tíos no habían encontrado motivos para quejarse, paro al cabo de una hora de viaje, aquello se había vuelto insoportable.

— ¿Cómo vais chicos?—preguntó el señor Weasley con jovialidad.

— ¿Tú que crees papá?—respondió Fred—¡Ay, Ron! ¡Shájame el cfodo é la foca!

— Perdón. —dijo Ron echándose a un lado—¿Queda mucho papá?

— ¡No! Si ya hemos llegado prácticamente.

Era cierto. A penas un cuarto de hora después ya estaban en "El Caldero Chorreante" abriendo la entrada al callejón Diagon. Harry se sorprendió de verlo tan vacío, pero claro, eran las seis y media de la tarde y a esa hora la gente ya solía estar en casa.

— ¡Bueno! ¡Aquí estamos otra vez!—dijo la señora Weasley—Menos mal que no nos han puesto una multa. Lo del coche ha sido un disparate. En fin, chicos, Vayamos a Gringotts antes que nada.

Rápidamente, se dirigieron al banco mágico y sacaron el dinero necesario. Luego se pusieron a deliberar qué hacer primero.

— Vale, ¿dónde vamos ahora?—preguntó Ginny.

—Vayamos a Flourish y Blotts antes que nada. Luego ya tendremos tiempo de dar una vuelta —sugirió Hermione.

Todos estuvieron de acuerdo. Al cabo de un momento, los ocho entraban en la vieja librería que se hallaba prácticamente vacía a aquellas horas. Tan solo tuvieron que esperar su turno tras una señora que se dio bastante prisa, así que no hubo problemas. Un poco después cada uno cargaba con una bolsa llena de sus libros respectivos.

— ¿No podían pedir unos libros más ligeros?—protestó George mientras trataba de levantar su bolsa llena de enormes tomos tamaño enciclopedia.

— Deja de quejarte —le reprendió la señora Weasley— y ve a comprar lo que te falte. Eso va por ti también Fred.

— ¿Es que aún tenéis que comprar algo más?—preguntó Harry—a nosotros sólo nos pedían libros nuevos.

— Ya, claro. Pero nosotros estamos en otro curso. Ese nariz ganchuda de Snape nos ha pedido un kit de pociones de nivel superior. ¡Cómo si no fueran caros! Y eso no es todo, además…

— Venga Fred, vámonos ya, antes de que mamá nos eche a patadas de aquí.

George cogió a su hermano del brazo y lo arrastró fuera de la tienda.

— Vamos a dar una vuelta nosotros también.

Apenas dijo esto Ron, cuando de repente se abrió la puerta de la tienda y entró el ser más raro que Harry hubiera visto nunca. Era aproximadamente de su misma estatura, aunque algo más bajo, pero desde luego tenía mucha más edad que ellos. Tenía la piel muy pálida con un ligero tono azulado. Sus ojos eran enormes y de un intenso color ámbar, sus orejas algo puntiagudas y su nariz larga y afilada. Pero lo que más llamaba la atención en él era su pelo. No muy largo pero sí muy enredado y de un intenso color rojo. Parecía que tuviera la cabeza en llamas. Caminaba con movimientos rápidos y algo furtivos. Parecía tratar de evitar que se fijaran en él. Se dirigió al mostrador y se encaró con el dependiente.

— Ya sabes lo que quiero. No me hagas perder mucho tiempo. El tiempo es lo más valioso del mundo así que date prisa.

Habló con una voz aguda e inexpresiva.

El dependiente, sin mostrar demasiada sorpresa, se metió un momento en lo que parecía el almacén de la tienda y volvió con un pequeño libro de color verde en las manos. Harry no pudo leer el título pues el extraño ser lo cogió rápidamente.

— ¿Es éste verdad? —dijo— No te habrás equivocado, ¿eh?

— Es éste sin duda. Me costó mucho encontrarlo, apenas si existen ejemplares.

— Bueno, pues eso espero. Al jefe no le haría gracia que le llevara un libro equivocado.

El ser guardó el libro en una tosca bolsa que llevaba colgando de un costado. Harry frunció el ceño, pensando que todo aquello era muy extraño.

— ¿Y bien?— preguntó el dependiente.

— Y bien ¿qué?... ¡Oh! ¡Claro! — el personaje sonrió burlón— ¡Casi se me olvida!

Acto seguido sacó una bolsa muy pesada llena de monedas de oro y la dejó en el mostrador. El dependiente la cogió y la sopesó, la abrió, la examinó, sacó algunas monedas que efectivamente eran de oro macizo y las miró detenidamente hasta que quedó satisfecho.

— Bien, bien…no está mal…para ser el principio.

— ¿Qué? ¿Qué principio?— el ser parecía exasperado — ¿Es que aún quedan plazos por pagar?

— Sí, claro, ¿es que no sabes lo caro que es ese ejemplar? Por este precio es casi un saldo. Si no me traes otros dos sacos cómo ese tendréis que olvidaros del resto de los tomos. Díselo a tu jefe sea quien sea. De todas formas ya debe de saberlo.

— ¡¿Quiere decir que tengo que volver?! ¡Malditos humanos! ¡Siempre complicando las cosas! ¡Este es el último trabajo que hago para ellos! La próxima Luna desapareceré y el desgraciado ese tendrá que ir a buscarme al fin del mundo si quiere algo más de mí. ¡Estoy harto de vosotros!

Diciendo esto dio media vuelta y salió de la tienda sin reparar si quiera en Harry y los Weasley, todavía mascullando insultos desagradables hacia la totalidad de la raza humana. Un sonoro portazo anunció su rápida salida. El dependiente guardó el dinero y se enjugó el sudor de la frente. Parecía muy cansado.

— Voy a tener que pedirles que se marchen—dijo— estoy a punto de cerrar.

— Si, desde luego, pero, ¿me permite una pregunta?—dijo el señor Weasley.

— Por supuesto. Dígame.

— ¿Es normal ver espíritus de cuarto menguante por aquí? No sabía nada. Y fíjese que trabajo en el ministerio.

— Lo sé señor Weasley —el dependiente sonrió—. Pero éste es especial, en cierto modo. Se mezcla con los humanos de vez en cuando. Creo que tiene debilidad por el dinero. O por cualquier otra cosa valiosa, pero no presta atención a ningún otro asunto. Por eso es el ser idóneo para un encargo cómo el que le han hecho.

— ¿Ese libro?

— El viejo tratado élfico de las runas primigenias, sí. Creo que es de la época de los fundadores. Completamente inútil si no sabes descifrarlo, pero contiene hechizos de magia antigua muy interesantes... y por supuesto, no está exento de magia negra y encantamientos de dudosa legalidad, todo sabiamente codificado en runas tan antiguas como la magia misma. El que tenga tanto interés en conseguir un ejemplar de esos debe de tener una mente privilegiada o muchísimo tiempo libre, si es que pretende sacar algo en claro de él.

—No sabía que tratara usted esta clase de negocios —replicó el señor Weasley, con amabilidad.

—Lo sé, con este cliente he hecho una excepción. No sé quién manda al espíritu, pero paga con perfecta exactitud y parece increíblemente bien informado. El espíritu pregunta de vez en cuando por cosas que dudo que mucha gente sepa… —el dependiente hizo una pausa—. Pensé que podría estar vendiendo el libro a la primera persona capaz de descifrarlo por completo, así que le conseguí lo que me pedía. Soy librero, al fin y al cabo, y es mi trabajo.

El señor Weasley asintió con la cabeza, pensativo, pero no preguntó nada más.

— Bueno, gracias, eso era todo. No le molesto más. Vámonos chicos.

— Que tengan un buen día, señores.

Harry, Hermione y los Weasley salieron de la tienda bastante intrigados. Ginny no perdió el tiempo. Nada más estuvieron fuera le preguntó a su padre:

— Papá, ¿qué es un espíritu de cuarto menguante? Nunca había visto uno.

— Sí —añadió Hermione—, yo tampoco he leído nada acerca de ellos.

— Bueno…son unos seres difíciles de comprender. La verdad es que no sé mucho acerca de ellos, nunca se mezclan con los humanos. Ya veis que éste es un caso especial. Normalmente sólo se preocupan de sus propios asuntos y no hacen ningún caso a los demás. Son unos seres solitarios. Además, sólo salen cuando la Luna está en cuarto menguante, de ahí su nombre.

— ¿Y dónde están el resto del tiempo? —preguntó Harry.

— Nadie lo sabe. Hay miles de conjeturas sobre eso. Ya digo que son unos seres muy raros.

— Bueno, bueno, —dijo la señora Weasley— dejémonos de cháchara y vámonos. Se está haciendo tarde y Harry tiene que volver a casa. No es seguro quedarse por aquí a estas horas.

Harry iba a replicar pero en ese momento aparecieron los gemelos Weasley cargados con material del colegio.

— ¡Ey! ¡Aquí estamos! ¿Qué es esto una reunión? ¿Nos hemos perdido algo interesante?

Ron le dio un codazo a Harry y le susurró:

— Si supieran lo que se han perdido…

Momentos después todos se encontraban dentro del coche apretujados de nuevo. Y lo peor era que los gemelos no paraban de quejarse por no haber visto al espíritu.

— ¡Podíais habernos avisado! —protestó Fred.

— Sí, ahora no podremos ver uno nunca más. — continuó George.

— ¡Callaos de una vez y no me obliguéis a tiraros del coche! —gritó la señora Weasley.

Harry sonrió. Comenzaba a echar de menos las discusiones entre la señora Weasley y los gemelos. Ahora tendría que esperar todo un mes hasta verlos de nuevo y ni siquiera había podido hablar tranquilamente con ellos. Lamentó no haber preguntado por Bill, Percy y Charlie.

Tampoco había agradecido a Ron y Hermione sus regalos de cumpleaños. Pero ahora ya no podía hacerlo con tranquilidad, habían llegado a Privet Drive. Harry fue el único que no se alegró al salir del coche.

— No puedo creer que vaya a pasar todo el verano aquí.—dijo al bajar.

— Ya lo sé cariño pero es lo mejor —la señora Weasley le dio un beso en la mejilla—. Cuídate.

— ¡Adiós Harry! ¡Piensa en Hogwarts! —el señor Weasley agitaba la mano desde el coche.

— ¡Nos vemos Harry! —Ron , Hermione y los hijos Weasley se despedían de él a grito pelado.

De pronto el coche arrancó y Harry se quedó mirando cómo se alejaba. Luego se dirigió a la puerta y llamó al timbre.

— "aquí estoy otra vez" —pensó— "sólo será un mes más".

Pero él sabía lo largo que puede resultar un mes cuando estás impaciente por que se acabe.