4. De nuevo en casa
El andén nueve y tres cuartos estaba lleno a rebosar. La gente salía de todas partes, corrían, se empujaban, gritaban, reían…todos parecían tremendamente contentos. Algunas personas subían ya al expreso de Hogwarts, que era tan rojo como siempre y no paraba de expulsar vapor por su enorme chimenea con estruendosos resoplidos. Parecía quejarse por el trabajo extra que tendría que realizar. Harry pensó si no tendría vida realmente. Tiró de su enorme baúl cargado de trastos y echó a andar por el andén buscando caras conocidas. Hedwig ululaba sonoramente, contenta de regresar al mundo mágico dónde gozaba de gran libertad. Harry pensó en hacerla callar, pero finalmente la dejó en paz. De todas formas había ya tanto ruido en el andén que los gritos de Hedwig ni se notaban. A su derecha un niño lloraba estruendosamente por que al parecer, su madre no le quería comprar caramelos y un poco más adelante una niña y su hermano discutían por cualquier tontería. Aquello era un mar de gente, no veía a los Weasley por ningún lado, ni tampoco a Hermione.
— ¡Eh! ¡Harry, Harry!
Harry se dio la vuelta y vio a una niña que corría hacia él. ¿Hermione? No. Parecía más pequeña. De primer año quizá. Era bajita y algo rechoncha. Llevaba el largo pelo castaño recogido en una coleta y una túnica de mago que le venía grande. Se paró resoplando junto a Harry y le miró con una gran sonrisa.
— ¡Hola Harry!
— Emm…hola. Esto… —trató de reconocerla sin éxito.
— Me llamo Ana —aclaró ella—. ¡Y tú eres el gran Harry Potter!
— Si, bueno, pero…
— ¡Eres mi ídolo! Yo... quería… si no es molestia…—Ana parecía algo cortada— esto… ¿me firmas un autógrafo?
Harry se quedó sin saber qué contestar. Ahora que parecía haberse librado de Colin aparecía una versión suya en femenino. Genial. Por lo menos esta no llevaba cámara fotográfica. Pero, ¿y si…?
— Oye, Ana, tú no tendrás hermanos ¿verdad?
— No —Ana parecía sorprendida—, ¿por qué?
Menos mal, se dijo Harry, al menos no tendría que soportar a otra familia como los Creevey. Los dos hermanos Creevey que no paraban de perseguirle con su cámara de fotos a todas partes. Le sorprendía no habérselos encontrado aún.
— Oye, Harry…—comenzó a decir Ana. Pero antes de que acabara la frase alguien la interrumpió desde atrás.
— ¡Harry!
Harry se dio la vuelta y vio a Hermione que le saludaba andando hacia él. Esta si que era Hermione. No cabía duda. Cuando estuvo cerca le dio un fuerte abrazo.
— ¡Cuánto tiempo Harry! ¡No sabes lo preocupada que estaba! ¿Cómo has pasado este mes?
— Hola Hermione, ¿Qué dices de preocupada? ¿Por mí? —preguntó él.
Hermione lo miró asombrada.
— Pero, ¿es que no lo sabes?
— ¿Saber? — en realidad, Harry prefería no saberlo—. ¿Saber el qué?
Hermione iba a contestar, pero justo en ese momento, otra voz la interrumpió desde algún lugar cercano.
— ¡Harry, Hermione!
Los aludidos se giraron hacia el lugar del que provenía la voz y vieron a un chico pelirrojo que corría hacia ellos tirando a duras penas de un enorme baúl.
— ¡Mira! —dijo Harry— ¡Es Ron!
Al cabo de un momento Ron llegó junto a ellos soltando su baúl de golpe que cayó con un ruido sordo.
— Hola, chicos. Que ganas tenía de volver a veros —Ron se enjugó el sudor de la frente—. ¿Qué tal, Harry?
— Completamente aburrido. Si te refieres al verano.
— Eso me tranquiliza —Ron sonrió—. ¿Y quien es esa? —añadió señalando a Ana.
— Me llamo Ana —respondió ésta con actitud desafiante.
— ¡Ay va! —exclamó Hermione— ¡No te había visto! Yo soy Hermione.
— Y yo Ron.
— Encantada —respondió Ana con una expresión que revelaba todo lo contrario—. Oye, Harry. ¿Qué pasa con lo mío?
— ¿Qué pasa con qué?—preguntó Ron.
— Quiere que le firme un autógrafo —Contestó Harry de mala gana.
Ron y Hermione se miraron durante un segundo y acto seguido se echaron a reír. Ana parecía malhumorada. Harry decidió no hacer caso de sus amigos y acabar con esa situación cuanto antes. Sacó pergamino y pluma, escribió lo primero que le vino a la cabeza y garabateó una firma de cualquier manera. Luego se lo dio a Ana que se quedó encantada.
— ¡Muchas gracias! —exclamó ésta.
Luego, con un guiño añadió:
— Además de guapo eres muy amable y considerado.
Luego salió corriendo dejando a Harry con la boca abierta. Esto provocó todavía más risa a Ron y Hermione.
—…Jiji…calla… Ron…jijijojo…—trataba de decir Hermione— ¡No está bien reírse…jiji…de los demmJAJAJAJAJAJAJAJA!
— Bueno, ya está bien ¿no? —dijo Harry algo mosqueado— Yo no le veo la gracia.
— ¡Pero la tiene! —contestó Ron llorando de la risa.
Harry estaba pensando en algo adecuado para contestar a Ron, pero no le dio tiempo de hablar porque apareció la señora Weasley no se sabe de donde y le dio un abrazo tan fuerte que le cortó la respiración.
— ¡Harry, cariño! —dijo— ¡No sabes lo contenta que estoy de verte sano y salvo! Fue una buena idea dejarte con tus tíos.
— Gracias, señora Weasley.
Luego la señora Weasley puso una expresión más severa y soltando a Harry dijo:
— ¿Pero qué hacéis todos por aquí aún? ¡Fred y George ya han subido! Daos prisa o el tren se irá sin vosotros. ¡Venga!
Hermione fue a buscar su baúl porque lo había dejado con sus padres, pero Harry y Ron no esperaron a que se lo repitieran. Con no poco esfuerzo, subieron sus baúles al tren y los colocaron en su ya acostumbrado compartimento al final del tren. Harry vio a los señores Weasley por la ventana y les saludó con la mano. Éstos le devolvieron el saludo con afecto.
Al cabo de un momento entraron Ginny y Hermione tirando de sus baúles respectivos.
— ¡Ginny! —exclamó Harry— ¡Cuánto tiempo!
— Si… hola—respondió ésta poniéndose colorada. Acto seguido guardó el baúl y se sentó al lado de su hermano.
— ¡Qué bien! Ya estamos todos —observó Hermione—. ¿Dónde estarán Fred y George? Me gustaría saludarlos.
— Dijeron que se pasarían por aquí —respondió Ron.
— En ese caso nos esperaremos a que vengan.
Hermione cogió su enorme baúl y lo subió a la parte superior del vagón casi partiéndose en dos por el esfuerzo. Ron, que observaba sus operaciones no pudo evitar preguntar:
— Pero, ¿qué demonios llevas ahí? ¿Piedras?
Hernione se sentó y se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano.
— Nada, sólo libros —respondió lacónicamente.
— Si, pero ¿cuántos?
En ese momento se oyó un sonoro silbido y un ligero temblor acometió a todo el tren anunciando su partida. Harry y los demás advirtieron que el tren comenzaba a moverse y se acercaron a la ventana para despedirse de sus respectivas familias y amigos. Los señores Weasley no pararon de agitar la mano hasta que el tren se perdió en la lejanía y fue imposible verlo. El viaje había comenzado por fin.
Un sol cálido se filtraba a través del cristal de la ventana. Hacía ya rato que habían dejado el andén nueve y tres cuartos y Harry no quería pensar en lo que le esperaba. Desde luego se sentía feliz, pero también muy nervioso. El mundo mágico era imprevisible. De él cabía esperar lo mejor…y lo peor. Harry lo sabía y por eso había decidido no pensar, a veces esa es la mejor arma contra el miedo. ¿Realmente tenía miedo? Era difícil decirlo con exactitud, pero había algo que lo inquietaba desde hacía ya rato, y ahora, con la tranquilidad del viaje, ese pensamiento se había ido haciendo cada vez más fuerte abandonando el subconsciente y adentrándose en los terrenos de la conciencia. Y no podría permanecer allí mucho tiempo.
— Hermione —dijo al fin—, querías decirme algo en el andén, ¿lo recuerdas? Justo antes de que viniera Ron.
— ¿Eh? —Hermione lo miró un poco perdida, pero no tardó en comprenderlo—. ¡Ah sí! Eso... bueno, en realidad, no creo que te resulte una noticia muy nueva…seguramente te lo imaginabas ya, pero has permanecido aislado tanto tiempo… Se trata de Quien-tú- Sabes.
—¿Qué pasa con él?
—Muchas cosas preocupantes —Hermione parecía nerviosa—…ha ido reclutando nuevos mortífagos y ha hecho verdaderos estragos este verano. Lo peor no es eso, lo peor es que ha empezado a atacar a los muggles. Verdaderos ataques. Los muggles no se dan cuenta, claro, sólo saben que de repente, una casa se derrumba, o que un huracán se lleva un barrio por delante… ya sabes, esa clase de cosas. De todas formas lleva de cabeza al ministerio y, bueno, estando tú en casa de tus tíos, sin enterarte de nada…es normal que me preocupara.
— Genial —dijo Harry con un deje de tristeza— ataques a los Muggles, pero, ¿qué es lo que pretende?
— No pretende nada. Está loco y punto —dijo Ron que había estado atento a la conversación.
— ¡No es verdad! —saltó Ginny—. Sabe muy bien lo que se hace. Odia a los muggles y de esa forma tiene controlado al ministerio.
— Estoy de acuerdo. Todo esto le ayudará a conseguir poder —Hermione asintió con la cabeza—. Y ojalá que no lo consiga.
Un tintineo interrumpió su conversación. Era el carrito de las golosinas. Algunos chavales salieron de sus compartimentos para pedir algunas. Harry vio a Ana entre los niños. Y ¡Horror! También a Malfoy. Era la última persona a la que le apetecía ver.
— No pienso salir si está Malfoy —dijo—no estoy de humor para aguantarlo. De todas formas llevo mi propia comida.
Se levantó y sacó su baúl del porta maletas superior. Cogió el surtido de caramelos que le había regalado Sirius y volvió a guardar el baúl.
— ¿Queréis? —dijo Harry abriendo la tapa.
Nadie pudo negarse. A Ron se le hacía la boca agua.
— ¡Vaya! ¿Qué es eso? ¡Qué raro! —decía— Y eso…¡guau! ¡grageas explosivas!
— ¿Eso? Qué son? —preguntó Hermione.
— Prueba una y lo verás.
Hermione tomó una de las grageas explosivas. Recordaban mucho a las antiguas grageas pero eran más grandes y de colores más brillantes. Hermione se la metió en la boca y de repente notó como si algo hubiera explotado en su boca con un ligero chasquido. Lo que sintió después fue un intenso sabor a cereza que abarcaba cada rincón de su boca, tan delicioso, que no pudo evitar relamerse. La gragea había desaparecido, pero le había dejado un bonito recuerdo.
— ¡Lo más delicioso que he probado en la vida! ¿Son nuevas?
— Sí—respondió Ginny— las sacaron este verano.
— ¿Y qué pasa si te sale un mal sabor? —preguntó Harry.
— Es un riesgo que hay que correr —Ron se rió—. Pero oye, Harry, ¿de donde has sacado este surtido tan flipante?
— Me lo regaló Sirius. Por cierto, muchas gracias por vuestros regalos, chicos. Me encantaron.
— ¿Qué te han regalado? —preguntó Hermione.
— ¡Eso, eso! ¿Qué más te han regalado?
— Ya os lo enseñaré en Hogwarts, no creo que falte mucho para llegar. Lo que si que me extraña es que Hagrid no me envió nada.
— ¿Quién no envió nada a quien? —dijo una voz.
Todos se giraron y vieron a los hermanos Weasley en la puerta con una sonrisa burlona.
— ¡Fred, George! ¡Cuánto tiempo!
— ¡Hola gente! ¿Qué tenéis ahí?—Preguntó George.
— Caramelos, — respondió Ginny—. Son de Harry.
— ¡Harry! —Fred se sentó junto a Harry y le pasó el brazo por los hombros—. ¿Te he dicho alguna vez cuánto te quiero?
— No pienso darte —dijo Harry con una sonrisa irónica—, no servirá de nada que me hagas la pelota. Sé perfectamente que os habéis cebado antes cuando ha pasado el carrito. Hasta os he visto sisar. Tenéis una jeta increíble.
— ¡Nosotros! —George se hizo el ofendido— ¿Cómo puede decir eso?
— Hay que ver —le respondió su hermano—, pues ya que por aquí desdeñan nuestra absorbente presencia les privaremos rápidamente de ella.
Los hermanos salieron del vagón todavía fingiendo estar ofendidos. Los chicos se rieron.
— Siguen igual de payasos que siempre —dijo Hermione—. Nunca cambiarán.
Harry asintió. Se sentía mucho más animado. Fuera todo estaba oscuro, la noche había caído ya y pronto llegarían al gran castillo de Hogwarts. Durante unos instantes el tren quedó en silencio. A Harry le pareció como si alguien hubiera bajado el volumen del mundo. Se quedó solo con sus pensamientos, que son siempre mucho más fuertes y aterradores bajo la influencia del silencio. Pero ahora ya no tenía miedo, éste se había quedado atrás muy atrás, vencido por la velocidad del tren. No era ahora sino una simple sombra del pasado que siquiera se percibía. No, lo que Harry sentía ahora era algo totalmente diferente. Era una sensación de placentera paz y felicidad. No había nervios ni preocupaciones, sólo él y su silencio. ¿Por qué iba a preocuparse por el futuro? El futuro no existía. No tenía sentido tener miedo a algo que no existe y que por lo tanto no puedes conocer. Pero lo que él no sabía es que el miedo más horrible de todos es el que se siente frente a lo desconocido, frente a lo que no se conoce y que por lo tanto no puedes ver, ni tocar…ni alcanzar. Pero, ¿por qué iba él a preocuparse por algo así? Después de todo, el futuro no viene solo, tú lo creas. Y todos los hombres del mundo trabajaban ahora, en ese mismo instante, para crear el futuro. Absolutamente todos.
El castillo de Hogwarts se alzaba imponente frente a los alumnos. Los niños de primer curso se maravillaban desde las barcas y lo señalaban todo con admiración. La noche estaba tranquila y hermosa como nunca. Era luna nueva y las estrellas brillaban a millares en el oscuro cielo. Se oían delicados susurros que provenían del bosque prohibido y las lechuzas ululaban felices. El silencio sólo se veía roto por las excitadas conversaciones de los alumnos que entraban ya por el enorme portón del castillo. Harry y los demás estaban ansiosos por entrar en el gran comedor y ver la selección. Todos siguieron a la profesora McGonagall que los guió a través del vestíbulo hasta la puerta del gran comedor. Luego dijo:
— Entrad y sentaros en vuestras mesas respectivas. La selección dará comienzo en breves instantes, en cuanto lleguen los alumnos de primer curso. No arméis jaleo. Los profesores ya están dentro.
Luego abrió la puerta y se dirigió a la mesa de profesores. En unos instantes el comedor estuvo lleno hasta rebosar de los cientos de alumnos que estudiaban en Hogwarts. Al parecer, no habían oído a la profesora o no habían querido entenderla. El caso es que en un momento el barullo del comedor había alcanzado proporciones ensordecedoras. Harry se sentó en la mesa de Gryffindor junto a Ron, Hermione, Ginny y los gemelos Weasley. Vio que Malfoy se dirigía a la mesa de Slytherin pavoneándose delante de Crabbe y Goyle sobre cualquier estupidez que prefirió no saber.
— "Seguro que está encantado por el retorno de Voldemort" —pensó Harry—"Maldito Malfoy".
Todavía no había tenido ningún problema con él aquel año y sin embargo sólo de mirarlo se ponía de mal humor.
— ¿Qué demonios están haciendo los de primer curso? ¡A ver si vienen de una vez, que me muero de hambre! —protestó Fred sujetándose las tripas.
— Lo mismo digo —contestó Ron—. Hey Harry, ¿por qué tienes esa cara tan larga?
— Es Malfoy.
— ¿Qué ha hecho ahora? —preguntó Hermione.
— Nada…en realidad no ha hecho nada. Pero me molesta su actitud. ¿No habéis visto lo contento que estaba? No hay que ser muy listo para saber por qué era.
— Déjalo, es un idiota. No puede evitarlo, le viene de familia.
De pronto las voces del gran comedor cesaron y se oyó el chirriar del portón que comunicaba éste con el vestíbulo. En seguida, unos treinta alumnos de primero entraron el la sala temblando como una hoja. Hagrid los guiaba. Al verlo, Harry trató de saludarle, pero Hagrid no le vio. Parecía algo ensimismado. Los alumnos se colocaron junto a la mesa de los profesores cuchicheando nerviosos. Ana también estaba allí, pero no parecía nerviosa. Más bien estaba encantada. Miraba a su alrededor con cara de estar sumida en un éxtasis profundo. El profesor Dumbledore se puso en pie y anunció la selección. Luego la profesora McGonagall comenzó a recitar los nombres de los alumnos.
— Oye, Harry, —dijo Ron riéndose. — ¿dónde crees que colocarán a tu novia?
— No es mi novia —contestó Harry malhumorado—. Sólo es una fan idiota. Estoy harto. Nunca me dejarán en paz.
— ¡Hinns, Ana! —anunció la voz de la profesora McGonagall, después de unos minutos.
Ana se dirigió un poco embobada hacia el taburete central y se sentó con una cara de éxtasis todavía más exagerada que la anterior. El sombrero no se lo pensó mucho. Apenas unos segundos después gritó: ¡GRYFFINDOR!
Ana se levantó medio mareada por la emoción. No se molestó en disimular su felicidad. ¡Iría a Gryffindor! ¡Con Harry! Apenas si se podía creer su suerte. Corrió a sentarse a la mesa de Gryffindor casi cayéndose de puro nerviosismo. Ahora sí que estaba tamblaba.
—¡Howkins, Jill! —continuó Mcgonagall.
Un chaval larguirucho de pelo castaño oscuro y piel morena se acercó al estrado con una calma y una tranquilidad pasmosas. Se sentó con una expresión que le hacía parecer un fakir en plena meditación y se colocó el sombrero. De pronto éste gritó: ¡SLYTHERIN!
Harry se asombró. El sombrero apenas había tenido que pensárselo. El chico se levantó completamente encantado. Harry se preguntó si sabía realmente adónde le había tocado ir.
Jill Howkins se dirigió a la mesa de Slytherin vitoreado por sus compañeros y se sentó cerca de Malfoy. Ron menó la cabeza.
— Hay que ver…pobre chaval. No sabe lo que le espera.
— Sí lo sabe —le contradijo Hermione—. ¿No veis lo contento que estaba? El sombrero le ha puesto justo dónde él quería. Me pregunto si pertenecerá a una familia de magos tenebrosos.
— No tiene por qué —dijo Ginny—. Se puede ir a Slytherin y no ser malo. O por lo menos, no ser tan malo.
— No digas tonterías Ginny —dijo Fred—el problema con los Slytherins no es que sean malos.
— Exactamente —corroboró George— el problema es que son imbéciles.
Ron y Harry se rieron con ganas después de oír aquello, pero Ginny y Hermione se miraron moviendo la cabeza, con exasperación.
Aún tuvieron que esperar un buen rato hasta que todos los alumnos nuevos estuvieron correctamente seleccionados y sentados en sus respectivas mesas. Nada más concluyó la selección, el director se dispuso a hablar.
— Bien chicos, en primer lugar os daré la bienvenida a este nuevo curso de Hogwarts, en especial a los nuevos alumnos que este año inician su edificante recorrido a través de nuestro humilde templo del saber. Espero que disfrutéis en vuestras respectivas casas y que seáis muy obedientes y estudiosos —Dumbledore guiñó un ojo pícaramente, lo que causó algunas risitas en los alumnos—. Ahora vayamos al grano —la expresión del director se hizo ahora mucho más seria—. Este año las cosas van a ser algo diferentes…no desearía preocuparos, pero quiero que tengáis presente que el Señor Tenebroso ha regresado y que eso ha representado un duro golpe para algunas personas. Por ello vuestros padres han accedido a traeros al colegio no con pocas condiciones. En primer lugar, el control para moverse dentro y fuera del castillo será mucho más riguroso, así como para salir de él —hubo algunas protestas en la sala pero Dumbledore no les prestó atención—. Las visitas a Hogsmeade se verán afectadas también siendo mucho más escasas y desde luego mucho más cortas que otros años , y… —Dumbledore alzó la voz viendo que algunos alumnos lo miraban con cara de pocos amigos dispuestos a armar algo de jaleo— antes de que se pongan a protestar quiero que tengan en cuenta que todas estas medidas se toman por su seguridad y nada más, y que…
En ese instante Dumbledore tuvo que detener su discurso pues la puerta del gran comedor se había abierto y una persona había entrado por ella. Todos los ojos se giraron hacia la persona en cuestión, incluso los alumnos que estaban en plena protesta miraron incapaces de reprimir su curiosidad. El intruso era un hombre joven, no debía pasar de la treintena. Era alto y un poco delgado, de pelo totalmente negro que contrastaba con una piel pálida y unos ojos color azul intenso y profundo que destacaban en una faz de facciones finas y nariz recta. Vestía una cuidada túnica azul sin mangas y abierta por delante, que dejaba ver el chaleco gris y la camisa blanca de anchas mangas que llevaba debajo. Gozaba de un evidente atractivo que no pasó desapercibido para muchos de los presentes. Sin embargo el recién llegado no prestó atención a la multitud y se acercó rápidamente a la mesa de profesores. Parecía algo nervioso y acalorado. Se dirigió la centro de la tarima y le dijo algo inaudible a Dumbledore que sonrió. Luego corrió a sentarse en el espacio vacío que había en la mesa de profesores y en el que Harry no se había fijado antes.
— Bueno, alumnos, antes de proseguir con mi molesta parrafada os presentaré a vuestro nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, que no ha podido llegar antes con lo que se ha ahorrado un buen trozo de aburrido discurso. Os presento al profesor Andrew Darkwoolf.
El aludido respondió a los aplausos con una leve sonrisa y una inclinación de cabeza. Luego miró al director sin añadir nada, dejando que éste siguiera con el discurso donde lo había dejado.
Harry se fijó en el semblante sereno y lleno de seguridad del nuevo profesor y pensó que realmente debía de tener muy clara su presencia allí si no tenía miedo de todas las desgracias que parecían acometer a los profesores de Defensa Contra las Artes Oscuras en aquel colegio. De todas formas el recién llegado parecía haber causado buena impresión entre el alumnado y eso no era un mal augurio.
Mientras tanto, el director seguía hablando.
— Bien, siguiendo con el tema de antes, decía que todas estas medidas se han tomado por vuestra propia seguridad frente al Señor Tenebroso y que todo aquel que no las cumpla recibirá un severo castigo. Para terminar os recordaré que está prohibido adentrarse en el bosque de los terrenos sin alguien experto que os acompañe y por supuesto os autorice. Esto va sobretodo por los alumnos de primero. No tengo nada más que añadir salvo una última cosa… ¡A comer!
Los platos se llenaron inmediatamente de sabrosa comida. Harry cayó en la cuenta de lo hambriento que estaba y se abalanzó sobre la cena. Todos sus amigos lo imitaron. Aquel había sido un día muy ajetreado, lleno de novedades y sorpresas…Harry se sentía feliz como nunca. Su quinto año en Hogwarts acababa de empezar.
