5. Enemigos naturales

Todo era silencio en la vieja habitación. Todo salvo las acompasadas respiraciones de los otros chicos en la cama. Y Harry estaba allí, sin poder dormir. Quizá porque Hogwarts despertaba en él sentimientos tan extraños y a la vez tan familiares, tantos recuerdos, tantas cosas por ver… tantos misterios resueltos y tantos por resolver…a Harry le ardía la cabeza. Porque a él habían acudido los más tristes recuerdos de aquel lugar, aquellos que se habían perdido en el olvido de la hipocresía y del no querer ver, ni sentir. Aquellos que quiso guardar en un cajón, aquellos que trató de ignorar durante todo el verano y ya no podía esquivar. Ahora estaba en Hogwarts y las cosas eran diferentes. Como siempre, algo le decía que tendría que luchar una vez más para salvar la vida. Y recordó, entre los confusos abismos de su conciencia, el Torneo de Los Tres Magos, las pruebas, la copa, la muerte de Cedric… si, esa muerte de la que se sintió culpable. Y seguía sintiéndose así. Deseó poder arreglar lo que había hecho, volver allí y detener a Cedric, no haber participado en ese estúpido torneo que le había costado la vida a un compañero y había salvado la de Voldemort. Sintió ganas de llorar. Le daba tanta rabia…pero no lloró. Porque así no arreglaría nada, sólo conseguiría sentirse estúpido. No, lo que el quería no era llorar, sino ver a su más terrible enemigo pagando por lo que había hecho. Venganza. Una triste palabra, pero a veces necesaria. Venganza… Harry se durmió con el eco de esta palabra aún resonando en sus oídos.

— Tienes mala cara Harry, ¿no has dormido bien? —Ron pronunció esta frase con la boca llena de tostada, lo cual hizo que el sonido de ésta se viera algo distorsionado siendo imposible transcribirlo literalmente. Aún así Harry lo entendió.

— Si…he pasado una mala noche. Me costó mucho dormirme.

— Pues yo he dormido como un tronco —dijo Hermione—. Me siento en plena forma para empezar las clases.

— ¿Qué nos toca?

— Cuidado de criaturas mágicas.

— ¡Bien! ¡Así veremos a Hagrid! No hemos hablado con él desde hace tiempo —Harry tenía muchas ganas de ver al gigante después de tantos meses.

— Si, pero no sé si estoy de humor para aguantar a los bichos de Hagrid todos los lunes a primera hora —dijo Ron.

— No te quejes por esa tontería —contestó Hermione indignada—. Seguro que Hagrid lo hace muy bien este año.

— Eso espero.

Una vez hubieron terminado el desayuno los chicos se levantaron relamiéndose. El retorno de Voldemort no había afectado a la comida de Hogwarts para nada. Seguía siendo deliciosa. Cogieron sus mochilas con sus libros y se dirigieron a la salida con toda tranquilidad. Aún quedaba un rato para que empezaran las clases.

— A ver qué clase de bicho nos toca cuidar hoy —dijo Ron que aún no estaba muy convencido.

— Seguro que ninguno tan apestoso como tú Weasley.

Todos se giraron para comprobar a quién pertenecía esa voz fría que arrastraba las palabras y que había insultado a Ron. Cómo no, Draco Malfoy los miraba con una mueca burlona en su cara de niño mimado. Crabbe y Goyle iban detrás de él como siempre. Ron se puso rojo de furia al ver a Malfoy y le gritó soltando una considerable cantidad de perdigones babosos por la boca:

— Mejor será que te vayas con tu mamá, Malfoy, si no quieres que te suelte una host… torta.

— No le hagas caso, Ron, no es más que un niño de papá —dijo Harry tirando del brazo de su amigo.

Malfoy, muy lejos de ofenderse, amplió todavía más su sonrisa de buitre. Crabbe y Goyle hicieron crujir los nudillos con cara de satisfacción.

— Mira quién está aquí. Potter el superhéroe. Se dice por ahí que el Señor Tenebroso te dio un buen susto a final del curso pasado.

— Cierra la boca Malfoy —Harry reprimió las ganas de cruzarle la cara a su eterno rival. ¿Cómo se atrevía a decirle eso?

— No te excites, Potter, o te mearás en los pantalones. Apuesto a que la próxima vez no tendrás tanta suerte contra el Señor Tenebroso… ¿O acaso ya has averiguado cómo burlar el avada kedabra?

Aquello era más de lo que Harry estaba dispuesto a aguantar. Olvidándose de que se hacía tarde, de que tenía clase dentro de cinco minutos y de que Crabbe y Goyle podían partirle la boca con un solo dedo, se abalanzó sobre Malfoy dispuesto a hacerle tragar todo lo que había dicho. Pero justo en ese instante, alguien lo sujetó desde atrás diciendo:

— No le hagas caso, Harry, no es más que un niño de papá.

Harry se volvió para ver quién era la persona que lo sujetaba tan fuertemente.

— ¡Ana!

— Déjalo, es un idiota que no sabe lo que dice. No vale la pena pelearse con él —dijo Ana sujetándolo todavía.

Otra voz tomó parte en la conversación.

— ¿Cómo has dicho, niña?

Ana miró al dueño de la voz que no era otro que Jill, el niño de pelo castaño oscuro y piel morena que había sido elegido para Slytherin la noche anterior.

— No me llamo niña, tengo un nombre, ¿sabes? Me llamo Ana y decía que Draco Malfoy es un idiota.

Jill frunció el ceño.

— No te atreverás a repetírmelo en la cara.

— ¿Qué no? —Ana echó la cabeza hacia atrás y comenzó a gritar a viva voz— ¡DRACO MALFOY ES UN IDIOTA! ¡DRACO MALFOY ES UN IDIOTA! DRACO MALFOY ES UN…

Un corro de curiosos se había formado alrededor de los chicos atraídos por los gritos de Ana y miraban divertidos la escena. Harry, Ron y Hermione se quedado atónitos, mientras que Malfoy miraba perplejo a la niña que lo estaba insultando tan descaradamente y Jill pasaba por un proceso evolutivo en el que su cara adquiría diferentes tonos coloristas. Verde, amarillo, morado…hasta que finalmente se instauró un tono rojo de ira.

— ¡Cállate, ya! —Gritó—¡Aquí el único idiota es Potter! ¡POTTER APESTA!

Ana se calló de repente profundamente dolida. Habían insultado a su querido Harry…aquel niño lo pagaría. Harry sintió que aquella frase le traía muy malos recuerdos. Durante un rato nadie habló. Finalmente Hermione rompió la tensión ambiental.

— Chicos…se está haciendo tarde…quedaos a discutir si queréis, pero yo me voy a clase.

— Si, —aprobó Ron— yo también voy.

— Y yo —Harry le dio la espalda a Malfoy, mirando de reojo a los dos extraños antagonistas, y se abrió camino entre los curiosos para dirigirse a la clase de cuidado de criaturas mágicas.

Malfoy no tuvo más remedio que seguirlos, pues le tocaba clase con los Gryffindors.

Jill y Ana se quedaron solos en el pasillo mientras los curiosos se dispersaban.

— Esto no quedará así —dijo Ana.

— Lo mismo digo —apuntó Jill.

La mañana era fresca y agradable. El Sol brillaba bajo en el cielo mientras una delicada brisa acariciaba el rostro de los alumnos que se dirigían a la cabaña de Hagrid. La hierba danzaba al son del viento mientras en algún lugar se oía el canto de un grillo matinal. Los amigos se alegraron de haber salido del castillo. Pero sobre todo se sentían felices de ver a Hagrid de nuevo. Éste se encontraba delante de su cabaña esperando a los chicos de Gryffindor y Slytherin. Parecía perdido en sus pensamientos. Harry, Ron y Hermione se acercaron los primeros a saludarle.

— ¡Hola Hagrid! —saludó afablemente Ron—. ¿Qué tal estás? ¿Has pasado bien el verano?

Hagrid miró a Ron todavía algo ensimismado.

— ¿Eh? ¡Ah, hola! ¡Qué ganas tenía de veros, chicos! —se frotó las manos contento—. ¿Listos para empezar? En cuanto lleguen todos sacaré las criaturas mágicas. ¡Os encantarán!

Harry se preguntaba qué clase de sanguinarios monstruos tendrían que cuidar ese año, cuando la voz de Hagrid volvió a hacerse oír y le llamó la atención.

— ¡Por cierto, Harry! —continuó Hagrid—. ¡Feliz cumpleaños! Al acabar la clase recuérdame que te dé mi regalo.

Harry se asombró. La verdad era que ni siquiera se acordaba de que Hagrid no le había hecho regalo. Tampoco le importaba demasiado, las experiencias vividas a lo largo de todos esos años le habían llevado a temer las ideas de Hagrid. Pronto comenzaron a llegar los demás alumnos, entre ellos Malfoy, que llevaba su acostumbrada mueca de desprecio. En cuanto hubieron llegado todos, Hagrid se metió en su cabaña y regresó al cabo de un momento llevando una gran caja de cartón. Parvati Patil que estaba conversando con sus amigas sobre las vacaciones de verano se calló al instante al escuchar unos chilliditos que provenían de la caja.

— ¿Qué crees que serán? —preguntó Hermione a Ron en voz baja.

— Ni idea —contestó este—. Y no estoy muy seguro de querer saberlo.

En seguida, Hagrid destapó la caja y aparecieron ante sus ojos unas criaturas increíblemente encantadoras. Eran del tamaño de un gato pequeño y parecían mamíferos. Caminaban sobre cuatro patas torpes. Eran peludos y cada uno tenía un color a cada cual más fantástico. Habían azules, grises, verde oscuro, negros, pardos, rojizos…y tenían un brillo metálico en el pelo y en la piel. Cada uno iba provisto de una larga cola que casi los doblaba el longitud totalmente desprovista de pelo y acabada en punta de flecha. Todos tenían unos ojos grandes y amarillos y un morro estrecho y alargado, además de unas enormes orejas. Eran extraños pero muy monos. Hagrid parecía encantado.

— ¿Os gustan? —preguntó—. Son gripnies, ¿verdad que son monos?

— Nunca había visto uno de esos… ¿qué se supone que hacen? —dijo la voz fría de Malfoy.

— ¡Oh! Tienen muchas utilidades —Hagrid se sentía feliz como nunca de poder sorprender a los alumnos— Utilizan una magia de curación muy eficaz. Su saliva es medicinal. Cura cualquier herida y previene de las infecciones. Cuando crecen utilizan la magia protectora y curativa que poseen para proteger a sus crías. Son bastante inteligentes para tratarse de mamíferos, pero son muy confiados y bonachones. Los humanos les tienen mucho cariño. Os pido que nunca hagáis daño a un gripnie. Ahora vamos a alimentar a estas crías. Todavía no poseen magia, todo depende de lo bien que las cuidéis y de su talento natural para aprender. Éstas las recibí hace nada, así que tratadlas con confianza y cariño para que os vayan conociendo. Al cabo de unos días podremos ver el progreso de cada uno viendo la longitud de su cola.

— ¿Por qué de su cola? —preguntó Dean Thomas.

— Es ahí donde almacenan la magia —explicó Hagrid—. Cuanto más larga y más rápido crezca ésta, mejor cuidado y más sano estará el gripnie. Ahora coged uno cada uno y pasad por aquella caja donde he guardado la comida. A ver si sois capaces de ganaros su confianza. Recordad que un gripnie feliz es un gripnie sano. Al cabo de tres semanas comprobaré el estado de vuestros gripnies y os evaluaré según la longitud de su cola y el grado de afecto que os tengan.

Nada más terminó Hagrid de hablar, cada chico se dirigió hacia la caja y tomó a una de las criaturas. Harry cogió una de color verde metalizado y se asombró de la suavidad de su pelaje.

Ron había cogido una de color cobre que combinaba muy bien con el tono de su pelo, mientras que la de Hermione era color gris plata. Luego se dirigieron a la caja de comida y tomaron algunas hojas de lo que parecía ser lechuga. También había hierbabuena y dientes de león.

— Parece que estos bichejos son herbívoros —observó Ron mientras acercaba la hoja de lechuga a su gripnie.

— Si, y no son desagradables. La verdad es que son encantadores —Hermione sostenía a su gripnie sobre el regazo acariciando su suave pelaje a la vez que trataba de alimentarlo.

— Me parece que Hagrid ha comprendido por fin la idea que tenemos los demás sobre el significado de la palabra "encantador" —Harry sujetó a su gripnie que no paraba de retorcerse tratando de jugar.

Al cabo de un rato, toda la clase estaba enfrascada en la actividad de entretener y alimentar a los gripnies. No era muy difícil, ya que estos tomaron confianza enseguida, pero sí que era complicado tratar de mantenerlos quietos, pues parecían más dispuestos a jugar que a comer. Algunos niños tuvieron que correr detrás de sus juguetones gripnies que se divertían viendo cómo corrían detrás de ellos para cogerlos. Ni siquiera Malfoy se quejó, pues aunque lo hubiera hecho, nadie le habría hecho caso. Todos estaban encantados con aquellas criaturas tan graciosas y juguetonas. Y Hagrid estaba más feliz que nadie. La clase había resultado ser un éxito y ya nadie se acordaba del conflicto que hubo el año pasado con su naturaleza de semi- gigante. Ahora las cosas irían mucho mejor.

Cuando la clase hubo terminado todos se dispusieron a devolver los gripnies a su caja. Se les había pasado tan rápido la clase que apenas se lo podían creer. Les daba mucha pena devolver aquellas criaturas a la caja, eran tan monas…Harry, Ron y Hermione se quedaron para ayudar a Hagrid a guardar el material y de paso, Harry aprovechó para recordarle a Hagrid lo de su cumpleaños.

— ¡Ah, sí! —Hagrid se puso contento como un chaval—. Espera aquí, te va a encantar.

Al cabo de un momento, Hagrid regresó con otra caja de cartón el la que había practicado agujeros de ventilación y se la tendió a Harry con un sonoro feliz cumpleaños. Éste la abrió y se quedó sin habla. En la caja había lo que sin duda era una cría recién nacida de gripnie. A pesar de que su pelaje era totalmente blanco y de que su cola era muy corta, resultaba inconfundible.

— ¿Te gusta? —preguntó Hagrid— una pareja de gripnies adultos parió esta cría hace dos semanas. Como no tuve tiempo de hacerte un regalo pensé que te gustaría tenerla. Es demasiado pequeña para usarla en mis clases. Sin embargo no creo que tarde mucho en hacer la muda de pelo y cambiar definitivamente de color.

— ¿Qué si me gusta? —preguntó Harry encantado—¡Es fantástico! ¡Me encanta!

— Me alegro —Hagrid se ruborizó un poco.

— Ay va, Hagrid, yo también quiero una —dijo Ron mirando al animal.

— Lo siento pero no tengo más…quizá para tu cumpleaños. Ahora marchaos, que llegaréis tarde a la siguiente clase.

Los tres salieron por la puerta despidiéndose de Hagrid y se dirigieron a toda prisa hacia el castillo. Mientras corría, Harry no pudo dejar de pensar en la suerte que tenía al contar con tan buenos amigos.

— ¿Cómo podríamos llamarle? —preguntó Harry sosteniendo al animal.

Los tres se encontraban en la sala común de Gryffindor aprovechando el descanso de después de comer. Se hallaban un tanto apartados de los demás alumnos, en uno de los rincones de la sala, para poder conversar sin que los molestaran. Ginny también estaba con ellos y miraba fascinada al animal.

— Es precioso —dijo—. Me parece una monada.

— Sí pero no sé cómo llamarle —insistió Harry.

— Podrías llamarle Destructor o algo así… —sugirió Ron— queda muy guay.

Harry hizo una mueca de desaprobación.

— ¿Destructor? No veo que tenga nada de destructor.

— Es verdad —dijo Hermione— no le pega ni con cola.

Ron se encogió de hombros.

— No, pero queda muy guay —repitió.

Ginny lo tomó en brazos y lo miró durante unos instantes. Luego dijo:

— A mí más bien me parece un bichito muy dulce y algodonoso. Exactamente como un algodón de azúcar. Podrías llamarle Algodonoso...

Harry y Ron la miraron espantados.

— Es la cosa más cursi que he oído en mi vida —dijo Ron—. Luego me decís a mí…

Hermione cogió al gripnie durante unos minutos y pareció meditar un nuevo nombre.

—No, Algodonoso es muy hortera. Sin embargo tienes razón, Ginny, es tan dulce y blanquito... ¡oh! Se me ha ocurrido algo.

— ¿Sí, qué? —preguntó Harry.

— Podrías llamarle Sacch.

— ¿Sacch? ¿Qué demonios significa eso? —preguntó Ron.

— Es un diminutivo de la palabra latina saccharon que significa azúcar. ¿No creéis que le pega? Y de todas formas no suena cursi, porque nadie sabrá lo que quiere decir.

— Es verdad —aprobó Harry—. No le queda nada mal. ¿Por qué no? Es una buena idea, Hermione.

— Bueno…para algo estudié latín en el colegio.

— Pues a mí me gustaba más Destructor… además, luego cambiará de color y ya no será blanco. Lo dijo Hagrid —observó Ron.

— Pero seguirá siendo muy dulce y encantador —Aseguró Ginny—. Y es un nombre mucho más bonito que esa tontería que te gusta tanto.

— Mi nombre no pretendía ser bonito —Se quejó Ron.

En ese instante, antes de que Ron pudiera seguir hablando, entró Ana como una tromba el la sala común de Gryffindor. Llevaba una cara de mal humor que tiraba de espaldas y caminaba sin mirar dónde ponía los pies. Tenía pinta de haberse peleado con alguien.

— ¡Ana! ¿Qué pasa? —preguntó Hermione al verla.

— ¡Es ese niño idiota de Slytherin, Jill! —respondió Ana que al parecer se moría de ganas de poner verde a Jill— ¿Sabéis lo que estaba haciendo? ¡Nada menos que pedirle un autógrafo a Malfoy!

Harry se quedó mudo de asombro. ¿A Malfoy? Seguro que se había quedado encantado. Eso era lo que Malfoy más envidiaba de Harry. Ansiaba la popularidad cómo ninguna otra cosa.

En cualquier caso, tener el autógrafo de Malfoy le parecía más un castigo que otra cosa. ¿Qué sentido tenía eso? Jill debía estar mal de la cabeza.

— Bueno, —dijo Hermione— pero ¿porqué vienes tan enfadada? No creo que sea por eso.

— No, desde luego. —respondió Ana— Vengo enfadada porque no para de insultar a Harry y de hacerle la pelota a Malfoy, y eso no puedo tolerarlo. ¡Harry es mi ídolo! Y Malfoy es tonto. No se como le puede caer tan bien. ¡Es insoportable! Y también se ha metido conmigo. No lo aguanto.

Harry se puso rojo. Aquello no le gustaba nada. Seguro que Malfoy disfrutaba con el asunto de lo lindo. Los demás se habían quedado boquiabiertos. Les costaba tragar que Malfoy tuviera un fan consumado. Eso no era un buen augurio. Ni siquiera parecía normal. De hecho, era estúpido.

Harry movió la cabeza y prefirió olvidarse de aquel absurdo asunto por el momento.

Durante el resto de la tarde Harry procuró no cruzarse con Malfoy. No le apetecía empezar el curso con mal pie. Pero Ana y Jill parecían ansiosos de pelea. Cada vez que se cruzaban por el pasillo se lanzaban miradas asesinas de esas que revelan intenciones aviesas. Por fortuna ninguno de los dos era tan bestia como para llegar a las manos. Incluso en la cena el ambiente estuvo caldeado. Desde la mesa de Gryffindor Ana observaba a Jill como con ganas de comérselo vivo, mientras que Jill hacía todo lo posible por llamar la atención de Malfoy que sin duda estaba encantado con todo aquello. Ahora tenía una excusa perfecta para meterse con Harry y un fantástico fan respaldándole que reiría todas sus gracias. Claro, que con Harry sucedía exactamente lo mismo, pero con la diferencia de que éste no buscaba pelea en absoluto. Se alegró muchísimo cuando por fin estuvo en la sala común lejos del molesto ambiente del comedor. Ésta se hallaba prácticamente vacía. Los chicos se sentaron junto a la chimenea y aprovecharon para relajarse.

— Vaya día —se quejó Harry.

— Sí, un tanto ajetreado para ser el primero, pero oye, quizá lo de Ana no esté tan mal. Ella puede respaldarte si Malfoy se mete contigo…y también están los hermanos Creevey —dijo Ron.

— ¡No! —Se alarmó Harry—. ¡Ojalá que no se conozcan! ¡Me daría algo!

— ¿Podemos dejar el tema? —preguntó Hermione— Me estoy poniendo nerviosa con tanto fan y tanta bobada. Harry, ¿por qué no nos enseñas tus regalos de cumpleaños para distraerte? Seguro que eso te pone de buen humor.

— ¡Sí! —dijo Ginny— ¡qué buena idea! Venga Harry. Enséñanoslos.

Harry no se hizo de rogar. Subió a su habitación a buscar los regalos y volvió al cabo de unos minutos cargado con todos ellos. Había cogido también el surtido de caramelos y a Sacch. Dejó a éste último dentro de su caja en el suelo.

— No quería que estuviera solo. Lleva toda la tarde aquí —aclaró.

— Es una monada —dijo Ginny sin dejar de mirarlo.

— Oye, Harry, ¿qué es esto? —dijo Ron cogiendo el delator que le había regalado Hermione.

— Es un delator. Sirve para avisarme si alguien toca mis cosas sin permiso. No sé a qué ponérselo. Me lo regaló Hermione.

— Yo había pensado que podías ponérselo a tu Saeta de Fuego —sugirió Hermione.

Harry pensó que era una buena idea. Subió de nuevo a su cuarto para coger la escoba y volvió enseguida. Luego tomó el delator y se lo pegó a la escoba en la parte delantera del mango. Éste se fundió con el material de la escoba de forma que era imposible distinguirlo. Parecía que la escoba se había tragado al delator.

— ¡Incríble! —dijo Ron— ¿y qué hay que hacer para quitarlo?

— Simplemente poner la mano en el lugar dónde lo colocaste y presionar. El delator sabrá identificar si eres tú o no. Si es otra persona comenzará a gritar, si no, se desprenderá.

— ¡Genial! Pero no os olvidéis de pedirme permiso si queréis usar la escoba. No quiero llevarme un susto.

— Eso está hecho —dijo Ginny—. Pero, no le has enseñado a Hermione las gafas de hiper-visión.

— ¿Se las regalaste tú Ron? —preguntó Hermione.

— Sí, y de paso me compré yo otras —Ron parecía radiante.

— Pero, estas gafas deben de ser muy caras, ¿no? —preguntó Harrry que seguía sin comprender de dónde sacaba Ron el dinero.

— Un poquillo…pero, claro, no te lo he dicho. Los sortilegios Weasley de mis hermanos han tenido mucho éxito. Los venden como churros a cualquiera que quiera comprárselos y se han hecho muy famosos. Gracias a esto ganamos algo de dinero extra y, para celebrarlo, fuimos a comprarnos algunas cosillas. Entre ellas nuestras gafas.

— ¡No sabía nada! ¡Es genial, Ron! Tus hermanos deben de estar muy contentos.

— ¡Ya lo creo! Aunque a mi madre no le gusta nada la idea, claro.

Todos rieron divertidos. Luego Harry le enseñó las gafas a Hermione que nunca había visto unas y dejó que se las pusiera. Hermione se quedó alucinada. Aseguraba haberse visto en una playa caribeña tomando el Sol y decía que era tan real que hasta daba la impresión de oler el agua. Luego se las probó Ginny. Ésta decía que se había visto a sí misma practicando danzas populares en una clase muggle. Todos se rieron. Aquello sí que era original.

— Venga, Ron, ahora tú.

Ginny le pasó las gafas a Ron y éste se quedó con ellas puestas con cara de absoluto deleite.

— ¡Estoy en un partido de quiddith! ¡Y soy el capitán! ¡Es bestial!

Tardaron un buen rato en convencer a Ron para que devolviera las gafas, pues estaba completamente encantado con ellas. Finalmente Harry se las arrebató.

— ¡Venga Harry, ahora tú! —le animó Hermione.

— Vale, vale, ya voy.

Harry se las puso y de nuevo sintió aquel extraño resplandor que precedía a las imágenes. Pero había algo extraño. El parpadeo no cesaba y Harry no conseguía distinguir nada. Trató de agudizar la vista y de pronto, pudo distinguir una corta imagen entre los parpadeos. Lo que parecía una vieja calle mal iluminada con una tristísima luz azulada. Trató de ver algo más y consiguió atisbar otra imagen. Un hombre, muggle al parecer, se cubría la cara con un sombrero negro que ocultaba sus facciones, era alto, aterrador. Otro parpadeo y Harry pudo distinguir sus ojos. Fue entonces cuándo Harry cayó en la cuenta de lo que veía. Ya lo había visto antes. En su sueño. Hacía más de un mes de aquello y ni se acordaba, pero de pronto…Otro parpadeo le llamó la atención y de repente el sonoro ruido de un disparo. Harry lanzó un grito ahogado y se quitó las gafas rápidamente. Tragó saliva y se las volvió a poner con la absoluta convicción de lo que iba a ver. Un paisaje marítimo apareció ante sus ojos, pero no había ni rastro del hombre. Los parpadeos habían cesado y podía distinguir la imagen con claridad. Pero, ¿por qué? ¿Qué significaba todo aquello?

— ¡Harry! ¿Qué pasa? ¿Qué has visto? ¿Algo malo? —preguntó Hermione preocupada por la expresión de Harry.

— No, nada…nada importante…es solo que…que no me lo esperaba. Me ha pillado por sorpresa.

— ¿Pero qué has visto?

— Bueno… —Harry trató de inventarse algo para no asustar a sus amigos— iba en…en…una montaña rusa y…y era muy alta…me he asustado. Eso es todo.

Harry miró a Hermione con una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora, pero ésta lo miraba con recelo. Ron rompió el silencio de repente.

— Vale, da igual. Yo me voy a ir a la cama que me muero de sueño. Mañana seguiremos ok?

— Si…será lo mejor. —dijo Ginny.

— Eso creo…—Harry no estaba muy convencido. ¿Y si el sueño volvía?

Todos se despidieron dándose las buenas noches y se dirigieron a sus respectivas habitaciones. Harry pensó que no podría quitarse la imagen de la cabeza. Ese hombre… ¿lo conocía de algo? No, de eso estaba seguro, pero entonces…

— Vaya día —musitó moviendo la cabeza con fastidio— y sólo es el primero.