7. El duelo
Después del misterioso incidente con la escoba, Harry había ido a la enfermería. La enfermera Pomfrey se había asombrado de verlo tan pronto por allí. Cada año, Harry acababa haciéndose daño por una circunstancia u otra, pero nunca le había pasado nada en el segundo día de clase. Harry le explicó que se había resbalado de la escoba debido a la lluvia y que le dolía terriblemente el codo derecho. Además, un feo morado empezaba a marcarse en su mejilla izquierda. La enfermera Pomfrey no solía hacer demasiadas preguntas, pero se sorprendió al descubrir que Harry tenía el codo roto. La caída había sido buena. Sin más dilación le recompuso el codo con un hechizo algo doloroso pero rápido y perfectamente aguantable, sin embargo no quiso tocarle el morado de la mejilla. La enfermera Pomfrey solía decir que los daños menores se curan mejor si los dejas a su aire, con un poco de cuidado. Harry estuvo de acuerdo aunque pensó que el morado llamaría la atención, y el no quería dar explicaciones. No quería contar a nadie lo de su caída, ni siquiera a Ron y Hermione. Pensó que les diría lo mismo que a la enfermera Pomfrey.
Estaba harto de meter a la gente en sus embrollos. Si había alguien que quería ajustar cuentas con él, lo buscaría solo. Y eso hizo. Durante los días siguientes, Ron y Hermione estuvieron muy amables con él. Sabía que no se habían creído del todo lo de su resbalón, pero no importaba, lo olvidarían con el tiempo. Ana le seguía los pasos allá donde iba preguntando si necesitaba algo, incluso los hermanos Creevey se habían acercado a él en alguna ocasión (cuando Ana no estaba, por suerte). Jill no se dejaba ver demasiado, y cuando lo hacía iba con Draco y los dos gorilas o con otro chico de pelo castaño y rizado que él no conocía. No estaba muy hablador y no parecía tener ganas de jaleo. Todo lo contrario que Malfoy. Durante dos semanas estuvo insultando a Harry por su tonta caída. Todos los Slytherins le reían las gracias, inclusive Jill, que se había convertido en su sombra. Harry tuvo que aguantarlo con todo el buen humor que pudo hasta un jueves por la mañana en el que Harry ,Ron y Hermione estaban especialmente animados. Acababan de anunciarles que el próximo sábado sería la primera visita a Hogsmeade y, que haciendo una excepción de circunstancias, también estarían autorizados a asistir los alumnos de primero y segundo curso. Una de las pocas visitas de aquel año. Se sentían con ánimo para casi cualquier cosa, excepto quizá para aguantar al profesor Snape. Bajaron al comedor y cuando entraron, Harry vio a Jill hablando con el otro niño de pelo rizado junto a la puerta. Al pasar cerca de ellos, Jill se calló de repente y con una malicia mal disimulada dijo alzando bien la voz para que se le oyera:
— Mira Liam, es el payaso cuatro ojos que se cae de las escobas.
Los dos chicos empezaron a reírse mirando a Harry.
— "Oh, no, ya vuelve a empezar. ¿A qué viene esto ahora?" —pensó Harry.
Se giró hacia Jill dispuesto a contestarle, pero como de costumbre, Ana, que lo había oído todo desde la puerta, se le adelantó.
— Mira, Jill. Me tienes harta, ¿sabes? —empezó— ¿por qué no vas a meterte con otro?
Jill se giró hacia Ana y esperó unos segundos antes de responder.
— Pues porque no hay ningún motivo —dijo al fin encogiéndose de hombros.
Ana puso los brazos en jarras y miró al otro, desafiante.
— Ya, ¿Y qué motivo tienes para Harry? —espetó.
— Simplemente es un creído —respondió Jill sin dejarse intimidar—. Piensa que es el mejor del mundo porque vuela bien con la escoba. Ya le iba viniendo bien un escarmiento. Además, siempre va por ahí con aires de grandeza cuando lo único que ha hecho en toda su vida es tener suerte. Yo a eso lo llamo héroe de pacotilla.
Jill había terminado. Miró a su alrededor para ver qué impresión había causado en los oyentes su discursito. Ana lo miraba encorelizada, Harry, Ron y Hermione empezaban a tener la vaga impresión de que allí no pintaban nada, y Ginny, que se había acercado para curiosear miraba asombrada a Jill. Fue ésta la que habló a continuación.
— Pero, ¿Qué dices? Tú no conoces bien a Harry ¿verdad? —preguntó con los brazos en jarras.
Todos se giraron para mirar a Ginny en la que nadie había reparado aún. De nuevo un corro de curiosos se había ido formando en torno a la discusión. Jill se apresuró a responder algo molesto por la situación.
— Lo conozco lo suficientemente bien —afirmó éste— para saber que es un idiota pedante con la cabeza llena de autógrafos, que ni siquiera sabe volar como dios manda.
Algunos Slytherin que se habían agrupado en el corro de curiosos rieron con ganas. Harry vio que Draco Malfoy se acercaba con una desagradable sonrisa en la cara.
— "El que faltaba, ¿Por qué me pasan siempre a mí estas cosas? ¿No me dejarán desayunar en paz?"—pensó Harry con mucho fastidio.
— Eh, Potter, he oído que te insultan los de primer curso —dijo Draco dirigiéndose más al público que a Harry.
— Piérdete, Malfoy —contestó Harry secamente.
— Aunque es natural —continuó Draco haciendo caso omiso a la interrupción de Harry—, vuelas tan mal que te caerías de la escoba hasta con los pies en el suelo.
Hubo algunas risas. Ron saltó furioso.
— ¡Eso no es verdad!
— Claro que es verdad —se limitó a contestar Draco.
— Ah, ¿sí? —respondió Ana entornando los ojos— pues Malfoy, tú vuelas tan mal que hasta tienes que comprar tu puesto en el equipo.
Ahora las risas surgieron por parte de los Gryffindors. Jill y Malfoy saltaron mucho más encorelizados.
— ¡Eso no es verdad!
— Claro que es verdad —respondió Ana imitando el tono de voz de Malfoy.
— Eh, Malfoy, he oído que te insultan los de primer curso —añadió Harry aguantándose la risa a duras penas.
Las carcajadas aumentaron aún más. Crabbe y Goyle hicieron crujir los nudillos y Malfoy trataba en vano de encontrar una buena respuesta. Finalmente, viendo que Harry le iba ganando terreno, entornó los ojos y esbozó una sonrisa maligna, para después hacerse oír por entre las risas, dispuesto a dar donde más dolía.
— Te veo muy seguro de ti mismo, Potter. Sigue así, de esa forma será más fácil que el Señor Tenebroso te capture y te dé el escarmiento que llevas buscando desde que naciste... y una cosa más: pon a tu amiga sangre sucia lejos de donde yo pueda verla. Me da ganas de vomitar.
Luego se dio la vuelta tranquilamente y se dirigió hacia la mesa de Slytherin con la cabeza bien alta. Goyle, Crabbe y Jill lo siguieron, abriéndose camino por entre el impresionado público. Algunos tenían aspecto de indignados, pero otros parecían haber disfrutado con el jaleo. Draco no prestó la más mínima atención a la conmoción que había causado. Al llegar a su mesa se encontró con Ron, al que miró con desprecio antes de continuar su camino. Los curiosos se dispersaron por fin.
Harry, Hermione, Ginny y Ana se sentaron en la mesa de Gryffindor. Harry estaba furioso. ¿Cómo podía Malfoy hablar así? Lo que había dicho sobre Hermione era una verdadera bajeza, y a pesar de que su amiga no parecía estar molesta, él sabía que en el fondo sí que le dolía que la llamaran sangre sucia. ¿Lo pensaría Malfoy realmente, o sólo lo dijo porque estaba enfadado? No, él sabía que los Malfoy eran una familia especialmente cruel y discriminadora, pero hablar así delante de todos…era horrible. Malfoy era tan horriblemente malvado como su padre. Harry sintió que la cabeza se le encendía de pura ira y odio. Malditos Malfoy, alguien tendría que darles un escarmiento. De pronto apareció Ron de alguna parte y se sentó al lado de Harry. Empezó su desayuno con toda tranquilidad sin reparar en las miradas interrogantes de sus amigos.
— ¿De dónde sales tú? —preguntó Hermione.
— ¿Eh? ¿qué? —dijo Ron con la boca llena de bollo—¡Ah! Nada, me he dado una vuelta por la mesa de Slytherin antes, cuando Malfoy se ha cabreado.
— ¿Por qué? —preguntó Ginny.
Pero Ron no contestó. Se encogió de hombros enigmáticamente y continuó su desayuno con calma. Los demás se miraron extrañados, pero no preguntaron más. Tendrían que darse prisa si no querían llegar tarde a la clase de transformaciones. Al cabo de un rato, todos comían en silencio perdidos en sus propios pensamientos. Ana había comenzado ya a desarrollar toda una buena lista de insultos para Malfoy en su cabeza, pero un revuelo en la mesa de Slytherin la sacó de su ensimismamiento.
— ¿Qué pasa? ¿Quién grita? —preguntó levantándose para ver mejor.
En ese momento apareció el propio Malfoy corriendo a toda velocidad por el pasillo del comedor. Llevaba los labios apretados, los ojos llorosos y se sujetaba la garganta con frenesí. Salió del comedor como una exhalación dejando a los demás alumnos con la incógnita.
— ¿Pero, qué…?
De pronto Hermione reparó en la burlona sonrisa que se reflejaba en el rostro de Ron. Éste seguía comiendo sin levantar la vista del plato.
— ¿Qué demonios le has hecho, Ronald?—preguntó Hermione poniendo los brazos en jarras.
Ron siguió sin levantar la vista.
— Creo que Malfoy se ha encontrado una gragea explosiva en su copa de zumo —respondió simplemente Ron.
Hermione alzó una ceja.
— ¿De qué sabor?
Ron alzó la cabeza por primera vez en todo aquel rato y sonrió con malicia.
— Pues la verdad, no lo sé. Pero tenía un repugnante color marrón pastoso… y yo diría que mucho no le ha gustado.
Todo vestigio de seriedad desapareció de la cara de Hermione que no pudo reprimir una carcajada. Los demás se unieron a ella con satisfacción. Después de todo alguien le había dado una lección a el menor de los Malfoy, claro que, a su manera.
Tras el incidente del comedor, Malfoy no tuvo humor para meterse con nadie. Harry sabía que sospechaba de ellos pero que no tenía pruebas, y esto le enfadaba todavía más. Malfoy se moría de ganas por escarmentar a los que se habían burlado tan descaradamente de él y habían tirado su orgullo por los suelos. Pero todavía no podía, aunque tuviera la convicción de que aquel momento llegaría.
Los días transcurrieron sin demasiados sobresaltos, en un curso casi aburrido, hasta que llegó el sábado. Aquel día los alumnos estaban muy agitados. Se morían de ganas por visitar Hogsmeade. Ana corría de un lado para otro preparándose el dinero, la ropa limpia, arreglándose el pelo…Hermione hacía rato que estaba lista, Harry y Ron aún no habían bajado del dormitorio, y Ginny los estaba esperando a todos en el comedor. Al cabo de un rato ya estaban todos perfectamente listos, desayunados y arreglados. Los rezagados fueron llegando poco a poco, y cuando estuvieron todos, emprendieron el camino al pueblo. Harry notó que algo se revolvía en su bolsillo. Metió la mano y lo sacó divertido.
— Mirad a quién he traído —dijo.
Los demás miraron lo que Harry sostenía en la mano, que no era otro que Sacch.
— ¡Qué mono! —exclamó Hermione—. Pero son más bonitos cuando crecen. Me encantan los gripnies de Hagrid. Creo que voy a sacar un diez en su cuidado y…
— Si, vale, vale —dijo Ron cortando a Hermione—, es muy mono, pero está un poco raro, ¿no?
Harry miró detenidamente a Sacch. Era verdad. La piel que cubría su cola, el morro y las patas, generalmente rosada, tenía ahora un tono amoratado muy extraño. Sin embargo, el gripnie parecía perfectamente feliz.
— Tiene el mismo color que tu mejilla —rió Ron.
— No le veo la gracia —protestó Harry, al que todavía le dolía el moratón.
— Yo creo que está cambiando de color. ¿No dijisteis que los gripnies cambian de color cuando crecen? —preguntó Ginny cubriéndose los ojos frente al sol de la mañana.
— Claro, tiene que ser eso —afirmó Hermione con gesto de entendida.
Sacch se frotó feliz contra la mano de Harry haciéndole cosquillas. Era muy pequeño todavía y Harry se sintió protector con él. Era sólo un animal, pero tenía algo excepcional que Harry no comprendía. Era inteligente y cariñoso…y a la vez muy inocente. Hagrid había dicho la verdad. Los gripnies tenían exceso de confianza.
El día era caluroso y conforme se acercaban a Hogsmeade, se hacía más pesada y trabajosa la marcha. Harry se consoló pensando en la deliciosa y fresca cerveza de mantequilla que se tomaría al llegar. Miró a los profesores que les acompañaban. Bastantes más de lo normal, quizá para mayor seguridad de los alumnos. A pesar de todo, Harry no temía un ataque de Voldemort. Sabía que si Dumbledore se arriesgaba a hacer excursiones era porque no preveía una amenaza por el momento. Se fijó en la profesora McGonagall que iba en cabeza, seguida muy de cerca por un refunfuñón Snape que andaba protestando por cualquier tontería. También vio al profesor Darkwoolf, que caminaba unos pasos por detrás de ellos charlando amistosamente con unos alumnos. Ron se dio cuenta de que Hermione lanzaba furtivas miradas en aquella dirección.
— ¿Qué miras? —preguntó sabiendo la respuesta.
Hermione se giró rápidamente y alzó el mentón con un gesto altanero.
— Nada —respondió.
— Si, ya —contestó Ron —. Mirabas al profesor Darkwoolf.
Hermione volvió la cabeza molesta.
— ¿Si lo sabes tan bien para qué preguntas? Y de todas formas, no veo que haya nada de malo en ello.
— No hay nada de malo, pero no sé qué le ves.
Ginny tomó parte en la conversación.
— Hay que reconocer que es muy guapo —afirmó soñadora.
— Y listo —puntualizó Hermione.
— ¡Ginny! ¿Tu también? Estáis locas, ¿qué sabréis de ese tío? Va de sobrado, se le nota a la legua —se giró hacia Harry, iracundo—. Harry, haz que entren en razón.
— A mí no me metas, tío —protestó éste—. No veo que pase nada por que se queden mirándolo embobadas, me da igual, la verdad.
— Claro, eres tú quien ha de entrar en razón, Ron —dijo Hermione.
— ¿Yo? ¡Ja! Sois las tías las que os enamoráis del primero que pasa —contestó Ron.
Hermone lo miró con los ojos soltando chispas de exasperación.
— Yo no he dicho que me guste para nada, ¿Vale? Así que cierra la boca.
Luego echó a andar rápidamente para separarse del grupo y sin girarse siquiera hacia Ron para darle oportunidad de contestar. Harry se rió para sus adentros. A pesar de su orgullo, Hermione no había podido disimular el rubor que cubría sus mejillas.
Durante el resto de la mañana, Ron y Hermione no volvieron a dirigirse la palabra. Hacía rato que habían llegado a Hogsmeade y ahora se encontraban tomándose una cerveza de mantequilla en la taberna. Ana se había quedado en la tienda de caramelos totalmente fascinada mientras que Ginny les había acompañado todo el tiempo. Ahora Harry se encontraba sentado entre dos fuerzas opuestas: Ron y Hermione. Decidió no prestarles la más mínima atención y se concentró en su cerveza de mantequilla. Cuantos recuerdos le traía aquel sabor…se sintió revivir cuando tomó el primer sorbo y notó como su castigada garganta se reponía. Miró luego a su alrededor, más por costumbre que por curiosidad, pues se sabía aquel lugar de memoria. Recordó cuando en tercer curso había tenido que esconderse bajo una mesa para no ser descubierto por los profesores y había escuchado aquella conversación sobre Sirius Black que le había dejado los pelos de punta. Se rió al pensar lo ridículo que resultaba aquello visto ahora desde tan lejos. Cuantas cosas había tenido que pasar…el tiempo se escurría mucho más rápido de lo que él quería. Él deseaba disfrutar los años en Hogwarts a tope, pero siempre acababa metido en líos, las cosas se complicaban. Intentó no pensar en ello y viendo que el ambiente en la mesa seguía estando cargado decidió romper un poco el hielo.
— Bueno, está muy buena esta cerveza, ¿no?
"Vaya, que original que eres, te has lucido Harry" —pensó después de soltar su frase estelar.
Ron soltó un gruñido que pretendía decir "sí".
— ¡Vale, ya está bien! ¡Siempre estáis igual! ¿Es que no podéis hacer las paces? ¡Si ha sido una tontería de discusión! —saltó Harry impaciente.
— No es una tontería —protestó Ron—. Ella no quiere admitir que le gusta Darkwoolf.
— Y tú no quieres admitir que eso te molesta —respondió Hermione fríamente.
— Claro, porque me da igual que te guste o no —dijo Ron girando la cabeza hacia otro lado.
— Entonces no veo por qué te enfadas.
— La verdad, yo no veo por qué os enfadáis ninguno de los dos —dijo Ginny encogiéndose de hombros.
Harry soltó un gruñido impaciente. Ya empezaba a cansarse de la tonta conversación que él mismo había iniciado.
— ¿Sabéis qué? Me voy a dar una vuelta. No soporto más este ambiente cerrado. ¿Alguien viene? —dijo.
Hermione se puso en pie con actitud de "no me importa en absoluto lo que diga el imbécil de Ron" y aceptó la propuesta de Harry. En realidad, tomó la iniciativa cogiendo a Harry del brazo y casi arrastrándolo fuera. Ron los siguió como dando a entender que no le molestaba en absoluto la actitud de Hermione (aunque realmente le molestaba) y Ginny no tuvo más remedio que ir si no quería quedarse sola. Fuera el ambiente estaba muy animado y ruidoso. La gente iba y venía de aquí para allá, con bolsas de caramelos, de ropa, con grandes helados medio derretidos por el calor…Ron y Hermione echaron a andar cada al lado del otro pero sin mirarse y sin hablarse. Harry pensó en los amigos tan desesperantes que tenía. Ginny iba riéndose para sus adentros del tonto de Ron, algo cortada por la cercana presencia de Harry y la ausencia de su hermano, que andaba algo adelantado. Así se tiraron durante un buen rato, sin hablar, hasta que una nerviosa e inconfundible voz les llamó desde algún lugar cercano.
— ¡Eh, chicos, chicos, esperad!
Todos se giraron hacia la voz y vieron a Ana que corría hacia ellos con su gastada túnica que le venía grande y su eterna coleta flotando detrás de ella con el aire. Se paró a unos centímetros del grupo y jadeante se agarró a la manga de Hermione.
— ¡Este sitio es genial! ¡Qué tienda de caramelos, y qué helados! ¡Me he comido lo menos tres! — empezó Ana triando del brazo de Hermione como una loca—. ¡Es fenomenal! ¡Me encanta! ¡Me…
— Bueno, ya vale, ¿no? —cortó Hermione zafándose de Ana—. Me vas a arrancar el brazo.
— Lo siento —se excusó Ana— es que me he puesto muy nerviosa. ¡Este sitio me encanta! Pero en realidad venía a pediros que me acompañarais allí arriba.
Ana señaló con el dedo índice hacia una pequeña colina que se alzaba en un extremo del pueblo. No parecía estar muy lejos y se hallaba cubierta de matojos y un minúsculo bosquecillo de abetos.
— ¿Allí? ¿Para qué? —preguntó Ron con desgana.
— Es que en el pueblo hay mucha gente y me apetece respirar un poco de aire fresco. Además seguro que hay una magnífica vista desde allí arriba. ¿Venís? Venga, seguro que mola un montón. ¿Sí?¡ Por favor!
Ana se agarró ahora al brazo de Harry con gesto infantil. Los demás acabaron por aceptar. Nunca habían subido a aquella colina y no estaba lejos. Así podrían alejarse un poco del tumulto. Hermione se mantuvo en un ligero desacuerdo alegando que los profesores no les habían dado permiso, pero como los otros no la escucharon, tuvo que conformarse. Emprendieron la subida que no resultó en absoluto fatigosa y en pocos minutos habían llegado a la cima. Ana corrió hacia el borde toda emocionada deseosa de ver el pueblo desde arriba. Ginny la acompañó, mientras que los demás se sentaron encima de unas piedras y se quedaron en silencio disfrutando del entorno. Harry observó a las chicas mientras se dirigían hacia la pendiente hasta que desaparecieron detrás de un árbol. Luego, viendo que Ron y Hermione seguían sin hablarse, cerró los ojos y se quedó pensativo tumbado sobre la hierba. Ana y Ginny, por su parte, se habían acercado al borde de la pendiente, justo detrás del bosquecillo de abetos y miraban absortas el paisaje.
— ¡Qué bonito! —exclamó la segunda con admiración.
— Ya os dije que era una buena idea subir. ¿Quieres caramelos? Me he comprado un montón.
Ginny aceptó encantada. Comenzó a masticar un chicle de sabor interminable y dirigió su atención de nuevo al paisaje. Durante un instante, ninguna de las dos habló. De pronto, Ginny se puso blanca como el papel y señaló a unas figuras que subían por la pendiente. Hasta ése momento había sido imposible verlas, pero ahora se distinguían claramente, acercándose cada vez más.
— ¡Allí! —gritó con el dedo aún estirado.
— ¿Qué? ¡Oh! —exclamó Ana al percatarse de lo que señalaba Ginny.
Las inconfundibles siluetas de Malfoy, Jill, Crabbe y Goyle subían rápidamente por la pendiente, sin duda buscando problemas.
— No tengo ganas de discutir, Malfoy.
Harry se había puesto en pie y a la defensiva en cuanto Ana y Ginny le habían avisado de que se avecinaban problemas o, más concretamente, de que Malfoy y sus lameculos se acercaban subiendo por la pendiente de la colina obviamente buscando jaleo. Ahora se hallaba frente a frente con su eterno antagonista. Ron y Hermione parecían haber olvidado por un momento que estaban enfadados y se habían puesto en pie a la defensiva. Ana y Ginny hicieron lo propio. Fue la primera quien habló a continuación.
— ¡Nos han seguido, Harry! ¡Los hemos visto!
En la pulcra y pálida cara de Malfoy se dibujó una desagradable sonrisa. Sus ojos grises se entornaron en una expresión de lo más antipática.
— Tranquilízate, enana. Esto no va contigo. Lárgate y deja que salde unas cuentas con Potter y los idiotas de sus amigos.
Ana saltó encorelizada.
— ¡No me da la gana! Em…esto…¡Pedazo de imbécil!
No se le ocurrió un insulto más apropiado. Malfoy borró la sonrisa de su cara al instante.
— Bueno, haz lo que quieras, tuviste tu oportunidad.
— No lo entiendo, Malfoy —dijo Harry— ¿Por qué tomarte la molestia de seguirnos hasta aquí? ¿Sólo para divertirte?
— Claro que no —contestó Malfoy con desprecio—. Vais a pagar por lo de la gragea explosiva.
— ¿Qué gragea? —preguntó Ron poniendo cara de angelito y haciéndose el loco.
— ¿Te crees que soy tonto, Weasley? Sé perfectamente que fuisteis vosotros los autores de la bromita, y vais a perder las ganas de reíros de mí, ¿verdad, tíos?
— Claro que sí —respondió Crabbe haciendo crujir los nudillos al igual que Goyle.
Por toda respuesta, Jill sacó su varita y miró fijamente a Harry. Éste se quedó sin saber qué hacer. Observó a Jill tratando de averiguar por qué le tenía tanta tirria. ¿Por qué seguirle los pasos a Malfoy fanáticamente? ¿Realmente lo idolatraba? ¿O sólo lo hacía para molestarle a él?
Ana, Ron, Hermione y Ginny se miraron confusos. ¿Valía la pena pelearse con Malfoy? Sabían que los duelos se pagaban con duros castigos, por otra parte, no podían dejar que Malfoy se burlara de ellos.
— Mira, Malfoy —dijo Harry alzando ambas manos—, ya te he dicho que no tengo ganas de discutir, ¿vale?
Malfoy frunció el ceño en una clara expresión de impaciencia.
— ¿Y a mí que más me da eso? No te defiendas si no quieres, pero vas a pagar igual. Te lo repito, Potter, ¡nadie se burla de un Malfoy!
Diciendo esto sacó su varita y murmuró un hechizo inaudible para Harry. Un rayo verde surgió de repente y se lanzó a toda velocidad contra el grupo de amigos, que se dispersaron esquivándolo, de forma que el rayo chocó contra el suelo. Allí donde había golpeado se formó una pequeña roncha de hierba quemada. Hermione miró a Malfoy horrorizada.
— ¿Te has vuelto loco, Malfoy? ¿Quieres matarnos o qué? —exclamó.
— No seas estúpida, Granger. Eso no mataría ni a una asquerosa sangre sucia como tú —respondió Malfoy con un irritante tono de desprecio.
— ¡¿Qué?! ¿Cómo te atreves a decir eso? —gritó Ana hecha una furia.
— Tú cierra el pico, Ana. Tiendes a meterte donde no te llaman, maldita bocazas —respondió Jill hablando por primera vez en todo el rato.
Ana perdió entonces los estribos. Su nerviosa personalidad saltó como un resorte transformándola en un imparable huracán. Para ella la guerra había comenzado. Adelantó su varita y gritó a pleno pulmón:
— ¡Wingardium Leviosa!
De pronto, Crabbe y Goyle notaron que sus pies se despegaban del suelo y que subían cada vez más alto. Antes de que sus limitados cerebros pudieran darse cuenta de la situación, estaban cayendo sobre las cabezas de Jill y Malfoy. En unos segundos, ambos se encontraron con el peso de los dos gigantes sobre sus espaldas, completamente incapaces de levantarse y medio asfixiándose por el volumen de los otros.
— ¡Idiotas! —gritó Malfoy con la boca llena de hierba—¡Quitaos de encima!
Harry, Ginny, Hermione y Ron saltaron en estruendosas carcajadas mientras Ana observaba orgullosa su obra. Pero la alegría no duró mucho. En cuanto se puso en pie, Jill, que se sentía humillado como el que más, volvió a la carga.
— ¡Iutumnio! —gritó.
Ante este hechizo, el suelo que había bajo Harry y sus amigos se transformó en un resbaladizo charco de lodo. Pillados por sorpresa los cinco resbalaron y cayeron al suelo pringándose con el pegajoso fango. Ahora fueron Malfoy y los suyos los que se rieron, pero no por mucho tiempo. Todavía en el suelo, Hermione levantó la varita y musitó:
— ¡Incendio!
El hechizo incendio hizo arder los bajos de la túnica de Malfoy que empezó a saltar de un lado para otro en un desesperado intento por apagarlo. Ante este ataque, Jill, Crabbe y Goyle respondieron con un hechizo flipendo simultáneo dirigido hacia Hermione. Ron, que había permanecido algo apartado, saltó entonces sobre Hermione y la desplazó salvándola así del terrible impacto. Ambos rodaron por el suelo y se quedaron mirándose durante unos segundos. Luego, rojo de vergüenza, Ron se puso en pie.
Habiendo logrado apagar su túnica, Malfoy lanzó un enfurecido forunculus contra Harry, que fue oportunamente interceptado por un scutio de Ginny. Fue Harry el que respondió ahora con un flipendo que golpeó a Jill en el estómago derribándolo. Éste, enfurecido, se levantó y trató de convertir una piedra en rata para que mordiera a Harry, pero lo único que consiguió fue que a la piedra le salieran ojos y una enorme boca dentada. Aun así, la cosa funcionó y la rabiosa piedra trató de atacar a Harry. Por suerte, éste tuvo reflejos y la esquivó a tiempo. Para desgracia del pobre Ron, la piedra no dio el mordisco en el vacío, sino que fue a engancharse en la túnica de éste con muy mala pata y un apetito voraz. Ron se tiró al suelo tratando de librarse de la maldita piedra. Furiosa, Ginny lanzó un hechizo impulso que mandó a Malfoy y su panda unos cuantos metros hacia atrás, haciéndoles barrer el suelo con el culo. Malfoy había perdido ya la paciencia. Se incorporó y clavando una mirada de odio en sus oponentes exclamó:
—Ya basta de tonterías. ¡Ahora sí vais a ver lo que es bueno!
Malfoy alzó la varita dispuesto a hacer trizas a sus adversarios, pero antes de que pudiera decir nada, ésta se escapó de sus manos, saliendo despedida, pasando entre Harry y sus amigos y siendo interceptada por algo o alguien que se hallaba a sus espaldas. Harry se percató entonces de la cara de horror que habían puesto sus adversarios que miraban hacia algún punto indefinido situado por detrás de él. Tragando saliva se dio la vuelta y se le congeló la sangre en las venas cuando vio al profesor Darkwoolf de pie ante él, con la varita de Malfoy en la mano izquierda y con una severa mirada pintada en sus profundos ojos azules. Harry no lo conocía demasiado, pero jamás se hubiera podido imaginar que en un rostro tan sereno como solía ser el del profesor Darkwoolf pudiera mostrarse una expresión así. Le dio la impresión de que aquella mirada lo atravesaba y lo escudriñaba por dentro, en una expresión dura e inaccesible. ¿Qué pasaría ahora? ¿Y si lo expulsaban? No quería ni pensarlo. Hermione también se había quedado petrificada. Ana y Ginny se miraban como esperando un huracán. Ron, que acababa de soltarse de la molesta piedra asesina se quedó mirando al profesor como embobado sin saber qué hacer o qué decir. Por su parte, Malfoy se había levantado y miraba con orgullo al profesor como diciendo: "Bueno, ¿qué piensas hacer ahora?", Jill miraba hacia otra parte como si la cosa no fuera con él y Crabbe y Goyle se rascaban la coronilla con cara de tontos. Hermione fue la primera en hablar.
— Pr…profesor…n-nosotros no…Malfoy fue quien empezó, yo…ellos…
Se le atragantaron las palabras y no pudo seguir. Aquella mirada era como un peso de plomo, opresora y debilitante.
— No vale la pena que te expliques, Hermione. Sé perfectamente quién ha empezado —los agudos ojos del profesor Darkwoolf miraron fugazmente a Malfoy—, si embargo, vosotros le habéis seguido el juego, ¿no?
Hermione bajó la cabeza azorada. Malfoy habló entonces con calma.
— No puede saber quién ha empezado, no estaba aquí ¿verdad? Se está marcando un farol. ¿O acaso nos espiaba, profesor?
Hubo algo en el tono de Malfoy al pronunciar la última frase que sonó especialmente ofensivo, pero el profesor se limitó a sonreír con sorna.
— No te preocupes, Draco —respondió—. Sé quién ha empezado a pesar de todo, y, ¿sabes?, te podría caer una buena por esto. De todas formas voy a hacer la vista gorda por esta vez, pero más os vale que no se repita. Y en cuanto a vosotros —añadió dirigiéndose a Harry y los demás—, espero que aprendáis a controlaros. Resulta bastante estúpido buscarse problemas por no saber aguantar unos cuantos insultos pueriles, ¿no os parece? No quiero más duelos ni más mamarrachadas inmaduras entre mis alumnos, quedáis avisados. Ahora volvamos, se está haciendo tarde.
El profesor lanzó la varita de Draco con un rápido movimiento, pero a éste le pilló tan por sorpresa que no pudo atraparla a tiempo y le golpeó en la frente. Andrew Darkwoolf sonrió con amabilidad.
— Lástima. Más reflejos la próxima vez, Draco —dijo en tono bromista.
Harry sonrió y siguió al profesor colina abajo. Malfoy notó que la sangre afloraba a sus mejillas. Una sangre impulsada por la ira y la rabia. De todas formas y por extraño que parezca, no se atrevió a contestar.
