9. Arriba Gryffindor

Harry se despertó antes de tiempo y ya no volvió a dormirse. Inesperadamente le vino a la memoria la conversación que había tenido el día anterior con el profesor Darkwoolf. Qué extraño era todo aquel curso. Extraño y anormalmente tranquilo. Se lamentó de no haberle preguntado a Andrew más cosas sobre la magia mental, debía ser algo muy interesante. Harry se acordó entonces de que hacía tiempo que no hablaba con Sirius. Pensó en enviarle una carta. Se levantó de la cama y se acercó a su baúl con sumo cuidado para no despertar a sus compañeros de habitación. Cogió pergamino y pluma y regresó a la cama dejándose arrullar por la calma de la habitación, únicamente rota por los ronquidos de Neville. Con tranquilidad, Harry comenzó a escribir lo primero que le vino a la cabeza. Le contó todo lo que había hecho desde la última carta y le preguntó por Remus Lupin, del cual hacía un año que no tenía noticias. Luego la enrolló y esperó a que fuera la hora de levantarse perdiéndose de nuevo en sus pensamientos. Al cabo de un tiempo, Ron dio señales de vida. Se desperezó acompañado de un gemido y con un bostezo felino miró su reloj mágico. Abrió mucho los ojos y se levantó de golpe.

— ¡Harry! —exclamó—. ¡Levanta, vamos!

— Pero si hace rato que te espero, ¿tendrás cara?

— ¿Qué? ¿Y por qué no me has levantado? ¡Son y veinte!

Harry se sobresaltó y miró rápidamente el reloj. Era cierto. Se había perdido en sus pensamientos y, puesto que todos estaban tan dormidos como él, no se había dado ni cuenta de que se le hacía tarde. Rápidamente se fueron levantando todos los chicos de la habitación, sobresaltados por la exclamación de Ron. Genial, sólo faltaba que llegaran tarde todos los Gryffindors. Y para colmo, tenían clase de pociones. Harry se vistió de prisa y corrida apremiado por los nerviosos gritos de Ron que estaba cogiendo su material para clase. Cuando estuvo vestido, Harry fue a coger la túnica que había dejado la noche anterior sobre el baúl. Estiró de ella rápidamente sin fijarse mucho en lo que hacía. Justo en ese momento, algo redondo cayó al suelo y rodó hasta chocar con la pared de la habitación. Intrigado, Harry se acercó para ver qué era y se quedó mudo de asombro cuando vio de cerca el extraño objeto. Era una piedra del tamaño de una nuez, aproximadamente. Tenía un color verde brillante que recordaba al de las esmeraldas. Aunque parecía esférica a simple vista, realmente estaba tallada cuidadosamente en diminutos polígonos que intensificaban su brillo. Pero lo que más llamó la atención de Harry, fue el extraño dibujo se alzaba en relieve sobre la superficie del objeto. Parecía una ese, pero Harry advirtió que en realidad era una serpiente minuciosamente tallada sobre la piedra. Aquello le dio muy mala espina. Recogió la gema con cuidado, como si quemara, y la observó de cerca.

— Ron… —comenzó Harry que no estaba muy seguro de qué hacer.

—Harry, por Dios, ¿quieres darte prisa? Snape nos va a matar, ¡y ni siquiera voy a poder desayunar!

Ron cogió a Harry del brazo sin darle tiempo a contestar y estiró de él escaleras abajo. Harry, consciente de que se jugaba una buena cantidad de puntos, guardó la piedra en el bolsillo y siguió a Ron hasta el cuadro de salida. Ambos lo cruzaron y salieron corriendo hacia las mazmorras plenamente convencidos de que Hermione ya les estaría aguardando sentada en primera fila.

— ¡Qué asco de día! —protestaba Ron aquella noche en la sala común de Gryffindor—. Primero llegamos dos minutos tarde a clase de pociones y Snape nos quita diez puntos, ¡y ahora esto!

Ron alzó su mano izquierda cubierta con un espeso vendaje. Hermione movió la cabeza.

— Debiste hacer caso a la profesora Sprout cuando dijo que no hiciéramos ruido cerca de las plantas carnívoras.

Ron la miró casi enfadado. ¡Encima de que se había tirado una hora en la enfermería tenía que aguantar las insufribles lecciones de Hermione!

— Yo no tengo la culpa de que a Neville se le cayeran los sacos de polen y me dieran ganas de estornudar, ¿vale? —replicó.

Harry llevaba un buen rato sin prestar atención a sus amigos. Sabía que iban a volver a discutir y no tenía ganas de meterse, estaba demasiado cansado. Observó el chisporrroteo del fuego en la chimenea y se distrajo contemplando las sombras danzantes que se desplazaban por toda la sala común. Daban a los pocos alumnos que allí se hallaban un aspecto fantasmal. Debía de ser muy tarde. Pensó en irse a la cama, tenía ganas de recibir la respuesta de Sirius que seguramente llegaría mañana. Sin embargo, la misma pereza y el cansancio que sentía le quitaban las ganas de levantarse, y menos aún de subir las escaleras que daban a los dormitorios. Se limitó a escurrirse por el sillón y deslizó una de las manos en el bolsillo de la túnica. Sus dedos tocaron entonces algo frío y resbaladizo. El corazón le dio un vuelco. Cogió el objeto y lo sacó a la luz. De nuevo se encontró con la extraña piedra verde de la que ni siquiera se acordaba ya, con su serpiente lanzando amenazadores guiños entre el reflejo de las llamas.

— Eh, chicos —llamó Harry a sus amigos.

— ¿Ah, si? ¡Pues tú eres un…! —gritaba en ese momento Hermione haciendo aspavientos con los brazos.

— ¡CHICOS! —gritó ahora Harry haciéndose oír entre los gritos de Hermione.

Ron y Hermione se volvieron a la vez. Harry suspiró y les tendió la piedra para que pudieran verla más de cerca.

— Mirad lo que he encontrado esta mañana en la habitación.

Ambos observaron la piedra con los ojos abiertos como platos. Ésta brillaba intensamente bajo la tenue luz del fuego.

— H…Harry —balbució Ron—. Esto debe valer una fortuna, ¿qué?...

— No sé qué es ni de dónde ha salido —contestó Harry—. Te la iba a enseñar esta mañana, pero no me has dado tiempo y se me ha olvidado.

Hermione la tomó entre sus manos y lanzó un gritito ahogado.

— Oíd —dijo—… Esta joya tiene un poder mágico increíble. ¿No notáis el cosquilleo al cogerla? Es la magia. Y fijaos en esa serpiente…no me gusta nada. Nada de nada.

Harry la tomó para comprobar lo que decía Hermione. Era verdad, si te fijabas, podías notar un leve cosquilleo que recorría la piel en la que estaba apoyada la piedra.

— Una vez leí que sólo objetos mágicos de mucho poder pueden transmitir magia de esa manera, como por ejemplo las varitas. Ni siquiera el cuerpo humano puede hacerlo, por ello necesitamos las varitas —continuó Hermione.

— Pero existe la magia corporal. Y el profesor Darkwoolf hizo magia sin varita, yo lo vi —aseguró Ron.

— No —se apresuró a contestar Harry—. Él usa magia mental y funciona de otra forma. El mismo me lo explicó aunque muy vagamente. Mencionó algo así como unas leyes básicas de la magia o no sé bien qué.

— Ah, sí, las he oído nombrar —comentó Hermione—. Parece ser que su estudio es muy reciente. Si de verdad las conoce y es capaz de aplicarlas con la magia mental es que es un mago excepcional —en la voz de Hermione había un deje romántico y soñador.

— Bien, pero eso no explica que cuernos es esta piedra —dijo Ron impaciente.

— No, no lo explica, y por eso mismo pienso que deberíamos acudir a Dumbledore. Lo que tienes en las manos, Harry, no es para nada normal. Tiene algo extraño, casi hipnótico… siento que mi vista se extravía cuando la miro. Y encima fíjate en esa serpiente… ¿No te hace pensar en Quién-Tú-Sabes? —contestó Hermione con voz estricta y ligeramente asustada.

Harry soltó un bufido de rechazo.

— Ni hablar. Bastantes problemas tiene ya Dumbledore con todo lo que está pasando. Estoy harto de acudir a él como si no pudiera valerme por mí mismo.

— Pero Harry, él es el único que puede tener una respuesta. Y además, el regreso de Quién-Tú-Sabes y el hecho de que hayas encontrado eso en tu habitación pueden estar relacionados —dijo Hermione pacientemente.

— Bueno, la respuesta no tiene por qué tenerla sólo Dumbledore, ¿sabéis? —señaló Ron.

— ¿Qué quieres decir? —preguntó Hermione.

— ¿Acaso no es obvio? —respondió Ron con sorna—. Busquemos la respuesta nosotros. Eso será mucho más emocionante y nos mantendrá ocupados si nos aburrimos.

Hermione iba a poner una objeción, pero Harry se le adelantó.

— ¡Eso mismo iba a proponer yo! Hagámoslo, y si es algo peligroso se lo decimos a Dumbledore.

— ¿Y si no encontramos ninguna respuesta?

Harry se encogió de hombros.

— Entonces ya veremos.

La biblioteca estaba oscura y silenciosa. Harry, Ron y Hermione entraron procurando no hacer ruido, pues cualquier sonido, aunque fuera un simple crujido, resultaba totalmente fuera de lugar en aquel reino de silencio, polvo y libros. Harry miró el reloj de pared. Las seis en punto de la tarde. Sabía que a aquellas horas no encontrarían a nadie en la biblioteca. Así pues, la tenían toda para ellos solos. Toda una biblioteca para buscar, catalogar y analizar. Aquello iba a ser muy pesado. Eligieron una mesa cerca de la ventana y se sentaron todavía en silencio. Harry rebuscó en sus bolsillos y sacó la piedra y una carta de Sirius. La misma que había recibido hacía dos horas. Pensó que había sido una buena idea esperar. Ahora podía leerla con más calma. Ron y Hermione se acercaron para escuchar mejor y Harry comenzó a leer en voz alta.

Querido Harry:

Las cosas me van muy bien. Gracias a Remus estoy muy bien escondido y no tengo que preocuparme demasiado. Al menos no por mí. Me alivia que me dijeras que el curso está resultando tranquilo. Pero voy a ser franco contigo. Esta tranquilidad me inquieta. Cabe la posibilidad de que el Señor Tenebroso esté esperando para asestar su golpe mortal. No sé si te parezco un poco paranoico, pero creo que estoy en mi derecho de preocuparme por ti. Quizá el ser un prófugo me ha vuelto un poco loco y creo ver cosas que no existen, pero por favor, permanece en Hogwarts. Sólo te pido eso.

Tu padrino que te quiere:

Sirius

P.D: Remus te manda saludos y dice que está muy bien. Hasta pronto.

Harry arrugó la carta nada más leerla y la rompió en minuciosos trocitos. Más tarde la tiraría a la hoguera, no podía arriesgarse a que la encontraran.

— Bueno, veo que está bien. Menos mal, si lo encontraran…—dijo, nervioso.

— Se arriesga mucho escribiéndote. Yo de ti dejaría de mandarle cartas por un tiempo —dijo Hermione.

Harry asintió.

— No sé…seguramente eso es lo más sensato. Pero ahora me gustaría que nos concentrásemos en esto.

Harry cogió la piedra de la mesa y la levantó a la altura de sus ojos para verla a trasluz, como tratando de desentrañar algún misterio oculto en su translúcida superficie verde y centelleante. Hermione tenía razón, al mirarla, le daba la impresión de estar observando el fondo de un pozo negro en el que no sabes exactamente donde fijar la vista. Resultaba inquietante.

— Vale, ¿tenéis alguna idea? —preguntó Ron echándose hacia atrás en la silla.

— Sigo sin estar de acuerdo con este asunto, pero yo empezaría por los libros de joyas y objetos mágicos antiguos —propuso Hermione medio a regañadientes.

— ¿Y qué te hace pensar que es una joya antigua?

— Es una suposición, Ron. De todas formas, si no encontramos nada pasamos a otros libros y punto.

Harry aprobó la idea de Hermione y se levantó para buscar libros relacionados con el tema. Los otros lo imitaron, dirigiéndose cada uno a un rincón de la biblioteca. Al cabo de varios minutos, habían apiñado una buena cantidad de libros sobre la mesa. Considerando que ya tenían todos los posibles, tomaron asiento y comenzaron la tarea. Harry cogió un libro titulado "Joyas y abalorios mágicos del siglo XVI". Comenzó a hojear el índice, luego inició la búsqueda de cualquier cosa que le pudiera servir, referencias, alusiones, hasta leyendas, pero a pesar de que era un libro voluminoso y completo no pudo hallar nada sobre la piedra en cuestión. Pasó al siguiente libro sin desanimarse y repitió la operación. Así estuvieron cerca de tres horas, hasta que ya no les quedó ni un solo libro por mirar. Estaban exhaustos.

— Parece que esto no ha servido de mucho —comentó Ron.

— No, aquí no, pero lo encontraremos. ¿Cuál es el siguiente paso, Hermione? —contestó Harry.

— Lógico: joyas y objetos mágicos recientes y luego contemporáneos.

— Oh, suena apasionante —dijo Ron—. Pero ahora lo que realmente me apetece es repantigarme en un mullido sillón de la sala común y zamparme unas cuantas ranas de chocolate. ¿Alguien se apunta?

La oferta de Ron era demasiado tentadora como para rechazarla. En un momento devolvieron todos los libros a su sitio y, una vez estuvo todo en su lugar, abandonaron la biblioteca internándose en el oscuro pasillo hacia el cálido fuego que ardía crepitante en la sala común de Gryffindor.

Los días siguientes fueron muy ajetreados para los tres amigos. No sólo estaban preocupados por el extraño hallazgo de la piedra, sino que además tenían que realizar todas las tareas de clase sumadas a los numerosos entrenamientos de quidditch semanales que tenía Harry. Todas las tardes después de clase, los tres se reunían en la biblioteca para buscar información acerca de la joya misteriosa. Ni siquiera le habían hablado del asunto a Ginny, y tampoco se lo habían contado a Ana. Ésta estaba demasiado ocupada metiendo gusanos en el zumo de calabaza de Jill y despegándose el extracto de baba de salamandra del kit de pociones que éste le pegaba en el pelo. Ambos acabaron castigados por el profesor Snape cuando tuvieron la milagrosa idea de sabotearse las pociones mutuamente y éstas explotaron haciendo añicos los calderos y esparciéndose por toda la sala, pringando a su vez la túnica nueva del profesor. Snape había puesto una cara de loco tal, que muchos alumnos se asustaron más por su culpa que por el accidente mismo. Al final, no tuvo más remedio que restarles puntos a las dos casas.

Por su parte, Harry acompañaba durante dos horas a sus amigos en la biblioteca todas las tardes y luego se iba al campo de quidditch a entrenar. El primer partido estaba próximo y todos tenían la moral muy alta. Seguro que ganarían. Angelina les hacía entrenar a conciencia, y además, Danny era un gran portero, así que no había por qué preocuparse. Transcurrieron varios días y por fin llegó el ansiado partido sin que ninguno de los tres sacaran nada en claro sobre la piedra, aún habiendo mirado todos los libros propuestos por Hermione, a quien parecían habérsele acabado las ideas. De todas formas, Harry había apartado ese pensamiento de su mente por un tiempo dejándole lugar a otra preocupación que le urgía más: ganar el partido de quidditch. Apremiado por Ron y Hermione, se puso su túnica roja de juego y cogió su fantástica escoba. Luego, junto a sus amigos se encaminó al estadio. Al llegar, Ana y Ginny corrieron hacia ellos.

— ¡Harry! —exclamó Ana— ¡Voy a verte jugar, es genial! Oye, tienes que ganar, ¡eres el mejor! Estoy segura de que ganarás.

Luego, acercándose al oído de Harry dijo disminuyendo considerablemente el tono de voz:

— Le he apostado a Jill una patada en la espinilla y tres sickles de plata a que ganabas tú, ¡no me puedes fallar, Harry!

Harry se quedó un poco aturdido, sin saber si reír o pegarle un guantazo a Ana, pero guardó la compostura y, animado por sus amigos que se fueron a las gradas, se reunió con el resto del equipo.

— Bien, chicos —comenzó Angelina—, ya sabéis la táctica. Ofensiva total por parte de los bateadores. Los cazadores mantendremos la defensa cuando sea necesario y tú Danny, mantente alerta todo el tiempo, los ravenclaws usan tácticas muy retorcidas y se basan en la estrategia, así que no los pierdas de vista. Harry, ya sabes lo que has de hacer.

Harry asintió con seguridad haciendo entender a Angelina que había comprendido. Vaya, se iba a enfrentar con Cho por primera vez desde hacía un curso. No estaba muy seguro de si eso lo ponía nervioso o no. Le pareció estar en un sueño cuando oyó la voz de Lee Jordan anunciando a los jugadores y los estruendosos aplausos de los espectadores. La ilusión continuó cuando le tocó salir al campo y vio a toda una multitud animándole o abucheándole (malditos Slytherins), y observó la tribuna de los profesores dónde Dumbledore y McGonagall le aplaudían frenéticamente, mientras que Snape le lanzaba una mirada envenenada. Vio también al profesor Darkwoolf, que iba vestido con una túnica azul y que sonreía burlonamente agitando la mano con el pulgar invertido y el brazo extendido hacia él.

Harry esbozó una breve sonrisa y descendió rápidamente al campo, donde los capitanes se habían acercado para saludarse. Todos los demás jugadores bajaron también y se colocaron en sus campos correspondientes. Los dos capitanes se reunieron en el centro del campo y se saludaron con un apretón de manos y una sonrisa que pretendía decir: "No tienes nada que hacer". Acto seguido y a toque del silbato, se inició el partido. Los jugadores dieron una fuerte patada en el suelo y se elevaron sobre su escoba. Harry se elevó más que los demás para ver si vislumbraba la snitch. Vio a Cho Chang que había permanecido a una altura media del campo y que ojeaba prudentemente alrededor con todos los sentidos alerta por si había que esquivar alguna bludger enloquecida. La voz de Lee Jordan inundaba todo el campo: "¡Alicia lleva la quaffle a toda velocidad internándose cada vez más en terreno Ravenclaw! ¡Avanza implacable y…CUIDADO! ¡Uf, por qué poco, Alicia pasa la quaffle a Kattie Bell que la recibe con un estilo…pero qué estilo!"

La profesora McGonagall miró ceñuda a Jordan que encogió los hombros y levantó las palmas de las manos en señal de paz.

— ¡Vale, vale! —continuó—. ¡Kattie pasa a Angelina, Angelina recibe y avanza hacia la portería… AY, eso duele! ¡Angelina de nuevo para Kattie y…¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL!.

Las gradas de Gryffindor se levantaron entusiasmadas. El primer tanto del partido había sido para ellos. Harry vio como Angelina y Kattie chocaban las palmas. El portero Ravenclaw sacó de portería y continuó el partido.

— ¡Joanne Grabbs recibe la quaffle! ¡Esquiva a Alicia que le sale al paso y pasa a Adrian Smithson! ¡Este se acerca cada vez más a la portería! ¿Pero qué hacéis Gryffindors?, ¡paradle de una maldita v…! —Jordan se interrumpió al ver a la profesora McGonagall agitando el puño en su dirección y soltándole amenazas inaudibles—. Ejem…¡Adrian pasa a Terrance Phillips! ¡Se acerca, que viene, QUE LLEGA!…gooool…

El fofo grito de gol de Lee Jordan fue ahogado por las exclamaciones de júbilo de las gradas de Ravenclaw. Harry pudo ver como los Slytherins se levantaban y vitoreaban a Ravenclaw mientras Malfoy le hacía burla desde su asiento. Harry se encendió de ira. Concentró su atención únicamente en el campo buscando la snitch. En ese momento, Danny sacó y le pasó la quaffle a Alicia que volvió a la carga. Esta avanzó por el centro del campo, pero entonces, una bludger enviada por Sandra Rogers, una golpeadora de Ravenclaw le dio un fuerte golpe en el brazo y estuvo a punto de caerse de la escoba. Joanne Grabbs, aprovechó el descuido para hacerse con la quaffle y avanzar peligrosamente hacia la portería de Gryffindor. Fred le lanzó una bludger, pero la esquivó hábilmente y continuó su implacable avance. Una vez estuvo cerca, lanzó la quaffle con todas sus fuerzas hacia el aro central. Lee Jordan ahogó un grito al ver que Danny estaba demasiado bajo como para pararla con las manos, y era imposible que le diera tiempo a subir antes de que la quaffle pasara por encima de su cabeza. Harry, que no se daba cuenta de nada, enfrascado como estaba en su búsqueda de la snitch, se llevó un gran sobresalto cuando las gradas de Gryffindor estallaron en aplausos y silbidos. Allí, sobre su escoba, estaba Danny haciendo el pino, con la quaffle fuertemente sujeta entre sus piernas que hacía servir de pinza, evitando así el gol de desempate. Hasta los Ravenclaws aplaudieron asombrados cuando Danny volvió a tomar asiento en su escoba con una sonrisa de triunfo y la quaffle bajo el brazo.

Harry se unió a los vítores eufóricamente, pero en ese momento, algo extraño cruzó por su mente. Un extraño mareo se había apoderado de él, e iba en aumento por segundos. Sintió que la vista se le nublaba y perdía fuerza en sus miembros, pero se aferró frenéticamente al mango de la escoba para no caer. Muerto de miedo, trató de calmarse y de pensar con claridad, lo que le resultaba cada vez más difícil. Fue entonces cuando vio ante sí un súbito resplandor, una imagen confusa fruto de su propia mente. Un hombre embozado en una capa negra, con un sombrero negro cubriendo sus facciones y allí, dos ojos marrones que brillaban intensamente entre las sombras. Una mano que surgía de algún lugar, y, que sujetando una pistola le apuntaba, a él, sin razón aparente. "¡No, no"! Pensó Harry desesperadamente "¡Otra vez no! ¡No ahora, por favor! ¡No!" Entonces un sonido de petardeo, un resplandor…y un horrible dolor de cabeza que le sacudió brutalmente. Algo lo había golpeado en la parte trasera de la cabeza. De pronto, volvió a la realidad. Una bludger lo había golpeado providencialmente sacándole del extraño trance en el que se había sumido. Contrariado, se encontró aferrado a su escoba, boca abajo y con un creciente dolor de cabeza. El golpe había sido tan fuerte que le había hecho dar un giro de 180 grados y lo había dejado boca abajo. Por suerte, no había aflojado la fuerza de sus manos mientras estaba en trance, lo que le había salvado de caer al campo. Iba a enderezarse, pero en ese momento, algo dorado pasó ante sus ojos con la velocidad de un rayo. Sin pensarlo, y en un acto reflejo, alargó la mano izquierda rápidamente y detuvo el extraño objeto que forcejeó en su puño cerrado. Allí estaba la snitch, pugnando por desasirse del fuerte apretón de Harry. Las gradas estallaron en vítores y aplausos. Lee Jordan saltó en el asiento y empezó a gritar como un loco. La profesora McGonagall también se levantó aplaudiendo con fuerza, mientras los demás profesores la imitaban. Cho, que había estado persiguiendo la snitch se acercó a Harry, que seguía boca abajo y con la snitch todavía en la mano. Con una gran sonrisa le dijo:

— ¿Por qué no te das la vuelta? Te va a entrar dolor de cabeza.

— ¿Eh? ¿Qué? —respondió Harry que estaba como embobado—. ¡Ah! Voy.

Se puso derecho y soltó la snitch que voló furiosa para alejarse de Harry. Cho amplió aún más su sonrisa.

— Eres muy bueno, pensé que ibas a caerte de la escoba. ¿Qué te pasó?

— No vi la bludger —contestó torpemente Harry — y me golpeó. Luego vi pasar la snitch y la cogí. Tuve suerte, eso es todo.

— No, estuviste genial como siempre.

Gracias —Harry sonrió avergonzado—. Tú también eres muy buena.

En ese momento, el equipo Gryffindor apareció de repente y empezó a aplaudirle y alabarle. Angelina le felicitó con una gran sonrisa de felicidad, mientras que George le daba palmaditas en la espalda.

— Perdona, Harry. No pude desviar esa bludger, ¿te ha dolido?

— Sí, pero no es nada, tranquilo.

Al bajar de la escoba le temblaron las piernas y estuvo a punto de caer. Se sentía muy bien por haber ganado, pero estaba terriblemente preocupado. Esa visión…no podía significar nada bueno. Se repetía demasiadas veces. Unos gritos de alegría le llamaron la atención. Ron, Hermione, Ginny, Ana, la profesora McGonagall y Dumbledore se acercaban sonrientes. Hermione le dio un fuerte abrazo.

— ¡Eres el mejor buscador, Harry! —dijo emocionada—. ¿Te has hecho daño? Me has preocupado.

— Un poco…bueno, en realidad bastante.

Fre y George rieron sin reparos y le dieron un par de palmetazos en la espalda.

—¡Así es la vida del buscador!

— Excelente, Potter, esto te hará ganar muchos puntos para Gryffindor, enhorabuena —dijo la profesora McGonagall—. ¿Te encuentras bien? Deberías pasarte por la enfermería.

Harry asintió y se frotó la cabeza dolorida.

— Bueno, bueno —dijo animadamente Dumbledore—, ha sido un partido excelente. Como ha de ser. ¿Queréis un caramelo de limón?

Todos lo miraron sin comprender. Dumbledore sacó un caramelo y encogiéndose de hombros se lo metió en la boca.

— Me encantan los caramelos de limón —aclaró.

La profesora McGonagall movió la cabeza con paciencia infinita y se lo llevó de allí mientras los demás los miraban divertidos.

— ¡Eres genial, Harry! ¡Mejor de lo que me contaron! —saltó Ana alborozada en cuanto se fueron—. Ahora Jill tendrá que callarse.

En ese momento, y hablando del rey de Roma, Jill apareció por el campo hablando animadamente con Liam. Se dirigían hacia el castillo, y al pasar cerca de ellos, Jill alzó la voz adrede para que se le oyera.

— Pienso que Harry Potter es un buscador pésimo. Sólo ha cogido la snitch porque no fue capaz de esquivar una tonta bludger y tuvo un golpe de suerte. Mi primo lo hubiera hecho mucho mejor y…

Ana montó en cólera al oír estas palabras y se acercó a Jill con sonrisa de loca.

— Oye, Jilly, ¿no te olvidas de algo? —dijo con voz acaramelada.

Jill la miró de hito en hito y contestó inseguro:

— ¿De qué?

— ¡De nuestra pequeña apuesta! —gritó Ana.

Acto seguido le arreó una fuerte patada en la espinilla que arrancó un grito de dolor a Jill. Éste empezó a saltar a la pata coja por todo el campo sujetándose la pierna maltratada y salió por patas hacia el castillo seguido por Liam. Mientras corría, Ana le gritó:

— ¡Para que aprendas a meterte con Harry, capullo! ¡Y no te olvides de que me debes tres sickles de plata!

Los demás la miraron como con miedo y respeto a la vez y luego se rieron con ganas. Emprendieron el camino hacia el castillo y Hermione pareció recordar algo en ese instante.

— Chicos, creo que ya sé dónde podríamos encontrar información sobre la piedra, me he acordado de pronto, si queréis…

— Hermione, déjalo ahora, Harry necesita descansar. Mañana nos lo dirás —la cortó Ron.

Hermione asintió y continuó andando en silencio. Entraron al castillo y se dirigieron al comedor para cenar. Harry se dirigió a la enfermería dónde la señora Pomfrey le hizo un ungüento con hierbas y se lo untó por la cabeza. Dándole las gracias, y oliendo a chicle de menta, Harry se despidió de la enfermera y fue directamente a la sala común pensando en acostarse y pasar olímpicamente de la cena. Por el camino se encontró al profesor Darkwoolf que salía de su despacho e iba camino del comedor.

— Buenas —le saludó este al verlo pasar—. ¿Cuántos chicles de menta te has comido, Harry?

— Ninguno, es el mejunje que me ha puesto la enfermera Pomfrey.

— Ya veo. Ha sido un buen golpe. Eres muy bueno sobre la escoba, creí que ibas a caerte.

— Y yo. Pero al final ganamos —Harry pronunció estas palabras sonriendo con burla al profesor. Este le devolvió la sonrisa.

— En mis tiempos, os hubiéramos dado una paliza —contestó.

— Si, ya —Harry hizo una mueca escéptica y se despidió de él.

Fue directo al cuadro y dio la contraseña (cola de caballo) para entrar. Sin más dilación subió a su cuarto, que esperaba encontrar vacío. En efecto, estaba vacío, pero nada más entrar, un olor nauseabundo le golpeó cruelmente las fosas nasales. Tosiendo y dando arcadas, se acercó a la fuente del olor, descubriendo con horror que era su propia cama. Allí, alguien había desparramado un puñado de bombas fétidas cuyos restos se hallaban tirados por el suelo. Temblando de rabia ante la inoportuna broma, salió corriendo de la habitación huyendo del hedor, e internándose de nuevo en los laberínticos pasillos de Hogwarts para buscar una manera de arreglarlo.

Como encontrara al imbécil autor de aquella gracia se iba a llevar un buen puñetazo.