10. La noche de los espías

— ¡Arriba! ¡Vamos, arriba, pedazo de vago!

Harry notó, tumbado en la cama como estaba, que algo tiraba de sus sábanas y lo dejaba al descubierto. Refunfuñando abrió un ojo y vio la sonriente cara de Ron que le hacía una mueca burlona.

— ¡Pero cómo duermes! Ya estamos todos levantados y vestidos. Venga, que hoy es Halloween. Levanta de una vez.

Harry se incorporó recordando de súbito dónde estaba, qué día era, y como se llamaba. Había dormido como un tronco, pero su castigado cuerpo todavía le pedía más. Notó que le palpitaban las sienes y le dolía mucho la parte trasera de la cabeza. Tendría que ponerse de nuevo el ungüento con olor a menta. Recordó el susto de la noche anterior. Corriendo, se había ido al Gran Comedor nada más descubrir las bombas fétidas y le había explicado el problema a Ron y Hermione. Hicieron falta lo menos seis hechizos por parte de la profesora McGonagall para eliminar el hedor. Lo peor fue que Harry no pudo acostarse hasta que terminaron las operaciones y ahora se moría de sueño. Pero el verdadero misterio, pensó, residía en averiguar quién podía haber tirado esas bombas fétidas en su cama. Tenía que haber sido un Gryffindor, pero ¿quién? ¿Y por qué? Primero pensó en los hermanos Weasley, pero finalmente los descartó: una broma tan pesada como esa no se la harían nunca a un amigo de confianza, y menos después de haber ganado el partido No, tenía que ser otra persona, pero entonces…

— Venga, tío. No te quedes embobado, que Hermione nos está esperando no sé para qué —le apremió Ron mientras le tendía la túnica.

Harry se levantó por fin y se vistió lo más rápido que pudo. Cogió su varita y a Sacch, al cual tenía casi olvidado, y se los guardó cada uno en un bolsillo. Siguió a Ron escaleras abajo y salieron a la sala común, donde Hermione les esperaba con los brazos en jarras. Recriminándoles su retraso, los acompañó hasta el comedor, donde desayunaron divertidos por el hallazgo que hizo Ana dentro de su tazón de leche. Un montón de pelos de lirón negro triturados, que por suerte no llegó a ingerir, pues según Ron, tenían la capacidad de causar una terrible diarrea. Ana juró que se vengaría dramáticamente y se acercó a la mesa de Slytherin para ver si podía colarle a Jill una gragea sabor ácido gástrico en su limonada. Cuando por fin terminaron el desayuno, Ana y Jill ya estaban a punto de llegar a las manos, pero fueron separados por la profesora McGonagall, que tuvo que valerse de sus mejores amenazas y de algún que otro capón disimulado para conseguirlo. Todavía riéndose, los tres amigos dejaron el Gran Comedor y volvieron a la sala común. Ron recordó entonces lo que Hermione le había dicho.

— Oye, Hermione, me dijiste antes que querías decirnos algo importante.

Hermione se dejó caer pesadamente en el sofá y asintió.

— Es verdad, he descubierto algo muy interesante…y al parecer peligroso.

Harry y Ron se miraron intrigados.

— Dispara —dijo Harry.

Hermione meditó un momento antes de empezar su explicación.

— Bueno —dijo por fin—, es respecto a la piedra, claro. El caso es que ayer mismo pensaba que ya no había nada que hacer. No se me ocurría dónde más podíamos buscar, pero de pronto recordé algo. Mis padres me regalaron para el cumpleaños una enciclopedia mágica británica general (Hermione hizo caso omiso de la mueca de horror de Ron) y se me ocurrió que quizá podía encontrar algo allí, así que antes de acostarme saqué la enciclopedia, más por curiosidad que por otra cosa, y empecé a leer. Sin creer realmente que fuera a encontrar nada busqué en lo referente a joyas mágicas, a tesoros encantados, etc, pero no encontré nada útil. Finalmente decidí basarme en las cualidades físicas de la piedra. Era verde con una serpiente tallada, lo que sin duda, me llevó a pensar en Slytherin. Busqué en lo referente a esta casa (magos, libros, joyas) y sin esperármelo, encontré algo. Una leyenda incierta sobre una antigua reliquia que Salazar Slytherin había escondido en algún lugar de Hogwarts. Entonces se me ocurrió algo. Recordé de pronto un pasaje que había leído una vez en "Historia de Hogwarts" hace lo menos cuatro años. Estaba escrito en un idioma muy arcaico, lo que me sorprendió, pues el resto del libro está escrito en el idioma actual y me costó mucho traducirlo la primera vez, pero ayer no tanto. Os lo leo:

"Este documento fue hallado en las arcas de los fundadores en el año 1671. Los historiadores no han sabido comprobar su veracidad, pero se cree que puede ser cierto. Aquí se muestra tal como fue encontrado":

"Un mes ha pasado desde que, temiendo por la seguridad de ésta nuestra sociedad de la magia, escondimos la esencia de nuestro poder entre las sombras de estos muros de piedra. Dura fue la responsabilidad acaecida sobre nuestras almas, pero la corrupción del mundo nos aterra. Por ello, guardamos aquellos tesoros más preciados y temibles que poseíamos, poniendo por seguro que nadie los encontraría hasta muchos siglos después. Godric, incansable en su afán de forjar valor allí donde va, guardó su espada destructora en el interior del sombrero, poniéndola sólo al alcance de un corazón altivo como el suyo. Helga protegió la suma clarividencia que poseía, escondiéndola con celo en un cálice encantado. Rowena supo ocultar su profunda sabiduría en las páginas de eterna vida, el códice que nunca perdía de vista... y en cuanto a mí, llevaré el secreto conmigo a la tumba. Nadie sabrá nunca que quise dominar los poderes de Saturno ni que fracasé. El peligro de mi intento me lleva a pensar en lo temible que sería un hombre persiguiendo tales metas, más aún encontrándolos y poseyéndolos. Yo podría haber sido ese hombre... y tal fue la idea que me hizo renunciar. Temo".

"SALAZAR SLYTHERIN"

"1031"

Hermione terminó de leer y miró a los chicos para ver qué efecto les había causado el texto de historia de Hogwarts. Ambos la miraban boquiabiertos. Harry fue el primero en hablar:

— A…a ver si lo he entendido. Los cuatro fundadores escondieron aquí cuatro reliquias poderosas que, en teoría, no han sido encontradas, y tú sugieres que…esto, es una de ellas.

— Ajá —respondió Hermione—. Pero, tal como tú has dicho, sólo en teoría. De hecho, una de ellas fue encontrada. Como dice una versión más reciente de "Historia de Hogwarts" que leí también hace tiempo, la espada de Godric Gryffindor fue encontrada en el interior del sombrero seleccionador, años antes de que tú la sacaras por segunda vez. Sólo un verdadero Gryffindor podría hacerlo. De ahí la dificultad de hallarla.

Ron la miraba horrorizado.

— ¿Cómo pudiste tirarte toda la noche buscando eso? Si ni siquiera estabas de acuerdo…

— Bueno, pues lo he hecho —cortó Hermione, tajante—. Y la cuestión es que creo que lo que tenemos aquí es la reliquia de Salazar Slytherin. La más poderosa de todas, según mi opinión, ya que Slytherin era también el más ambicioso de los fundadores. Y sólo el hecho de que alguien como él temiera sus poderes ya me preocupa bastante.

Harry meditó unos instantes la teoría de Hermione, y se dio cuenta de que no era tan inverosímil. ¿Y si era cierto?

— Pero, Hermione, seguimos sin saber qué hace exactamente la piedra.

— Bueno…he meditado sobre eso. Y he creado algunas teorías. La reliquia de Hufflepuff bien podría ser algún artilugio de adivinación, la de Ravenclaw parece ser alguna clase de libro de suprema sabiduría (Harry notó como a Hermione se le hacía la boca agua) y la de Slytherin…bueno…hace referencia a un dios latino, Saturno.

— ¿Y? —preguntó Ron.

— ¿Y, qué? —respondió Hermione.

— ¿Qué poder tenía ese dios? ¿Era el dios de qué?

— ¡Ah!, ya…uh…esto… —Hermione se ruborizó—. Os parecerá una tontería, pero... eh... no me acuerdo.

Harry y Ron se dejaron caer pesadamente sobre el respaldo relajándose de súbito y soltando sendos bufidos de exasperación.

— Increíble. Nos sueltas todo un rollo sobre los fundadores y no eres capaz de recordar las cualidades de un simple dios antiguo —dijo Ron con claro fastidio.

Hermione miró a Ron furiosa y contestó.

— Bueno, todos tenemos derecho a no ser perfectos, ¿no? Y no tiene por qué ser tampoco un dato revelador, podría no ser más que una metáfora. Además, tú tampoco las sabes.

— Ya, pero no me molesto en averiguar tantas cosas como tú.

Hermione se tomó aquello como un cumplido y Harry notó como desviaba la vista.

— En fin —continuó Hermione cambiando rápidamente de tema—, supongo que esto es suficiente como para avisar a Dumbledore, ¿no os parece?

Harry se irguió de pronto.

— No —contestó rápidamente—. Seguimos sin saber para qué sirve. Todavía podemos averiguar más cosas.

— Pero… ¡con todo lo que sabemos! ¿No os dais cuenta? ¡Este puede haber sido un hallazgo histórico! Y estoy segura de que el poder que contiene esta joya…bueno, se sale de lo común.

— No, Hermione, no sabemos lo suficiente. Y sigo sin saber cómo demonios llegó hasta mí. De dónde la saqué. ¿Simplemente la encontré? Si es algo tan valioso como dices, y tan buscado, no me parece lógico. No, tiene que haber algo más…y hasta que no averigüe el verdadero poder que contiene esta reliquia no voy a molestar a Dumbledore.

— Pero, ¿por qué? —Hermione parecía confusa—. Él podría tener la respuesta.

— Porque quiero hacerlo por mi mismo y punto. Desde que llegué no he hecho más que meter en líos a todo el mundo. Esta vez me apañaré la vida solo. Si queréis podéis ayudarme, si no, continuaré por mi cuenta. Es mi última palabra.

Hermione no contestó. Había ayudado mucho, más de lo que pretendía en un principio. Pero esa no era su idea. Ella creía que una vez Harry tuviera esa información entraría en razón y avisaría a Dumbledore, pero las cosas no habían salido según lo previsto. Harry seguía aferrándose a su cabezonería. Sin embargo, Ron parecía entusiasmado.

— Tengo una idea, Harry. Se me ha ocurrido dónde podríamos mirar. ¿No crees que Snape pueda saber algo? Después de todo el fue a Slytherin y todo el mundo sabe que tiene aptitudes de mago tenebroso.

Harry miró a Ron sin comprender.

— El jamás nos diría lo que queremos saber.

— Desde luego que no. Por eso he pensado que podríamos mirar en su despacho. A hurtadillas. Quizá tenga algo que ver con la piedra. Puede que se le perdiera y tú la encontraras, ¿no? Quizá él también supiera de su existencia y llevara un tiempo buscándola.

Hermione los miró completamente indignada. ¿Se habían vuelto locos? ¿Es que querían perder todos los puntos que habían ganado? ¿Los que ella había ganado? Eso no podía ser. No estaban hablando en serio. No, imposible.

— ¿Qué dices Ron? Sabes bien que eso es imposible —dijo—. Para eso nos basta la biblioteca. No hay razón para meterse en líos.

— ¿La biblioteca? —contestó Ron despectivamente—. La pusimos patas arriba y no encontramos nada. Y nos arriesgamos igualmente, incluso más, investigando la sección prohibida. Pienso que es mejor mirar primero en el despacho de Snape.

— Tienes razón —dijo Harry finalmente—. Además, llevamos demasiado tiempo sin meternos en líos, las cosas empiezan a hacerse aburridas.

Hermione no podía creer en lo que oía. Trató de persuadirlos, les aseguró que buscaría en todos los libros posibles, que recordaría cual era el dios de la leyenda…pero fue inútil. Para Ron y Harry no sólo estaba de por medio el deseo de averiguar qué misterio envolvía la piedra. También tenían esa ansia de aventuras que cabe esperar de un Gryffindor. Y nada de lo que dijo Hermione pudo echarlos atrás.

— Mañana —dijo Ron—, entraremos mañana. Por la noche. Podríamos…

Ron se interrumpió al ver que Harry negaba con la cabeza.

— No, Ron. Ha de ser hoy. Esta noche. Es Halloween y todos estarán ocupados. Hasta Snape. Ha de ser esta noche.

Ron pareció meditar unos segundos, y finalmente, ante la horrorizada Hermione, asintió con la cabeza.

El resto del día hasta la noche lo tenían libre, así que decidieron ir a visitar a Hagrid. Hermione prefirió quedarse en la sala común buscando información. Pretendía evitar a toda costa que sus amigos arriesgaran todo el trabajo de los Gryffindors metiéndose a escondidas en el despacho de Snape. Los otros no le hicieron mucho caso. Pensaban que al final se conformaría. Así que fueron a la cabaña de Hagrid. Éste se mostró muy contento de verlos, les invitó a unos chicletosos merengues y les pidió ayuda para decorar su cabaña con calabazas de Halloween. Los dos niños le ayudaron con gusto, aunque se hacía difícil trabajar bajo los molestos lamidos de Fang.

Finalmente consiguieron apilar una buena cantidad de calabazas con horribles muecas dibujadas. Había una especialmente rechoncha con una mueca de horror que según Ron, se parecía mucho a Neville cuándo veía al profesor Snape. Todos rieron la broma y bebieron un poco de hidromiel que Hagrid tenía guardada. Al cabo de dos horas de trabajo y animada conversación, los chicos se despidieron de Hagrid y volvieron a la sala común. Allí, Hermione continuaba enfrascada en sus libros. Sin prestarle demasiada atención, Harry y Ron se pusieron a jugar al ajedrez mágico. Tras una larga partida que ganó Ron, bajaron a comer. La comida les permitió charlar cómodamente y preparar todo lo referente a esa noche. Decidieron que saldrían del Gran Comedor una vez terminara el banquete y todos comenzaran a celebrar la fiesta. Tenían entendido que se había preparado un baile para después de la cena y que tocarían algunos alumnos de sexto que habían formado un grupo. Harry y Ron preferían mil veces ir a registrar el despacho de Snape que quedarse al acontecimiento. La confusión del baile les permitiría salir del comedor sin que nadie reparara en ellos. Hermione permaneció callada durante toda la comida, lanzándoles miradas de soslayo. Harry advirtió que estaba muy atenta a sus palabras a pesar de que fingía no estarlo. Se sentía un poco incómodo por no hacer caso a Hermione, pero no quería hablar con Dumbledore bajo ningún concepto.

Así que cuando acabaron la comida volvieron a la sala común y ayudaron a algunos alumnos de Gryffindor a preparar la decoración de aquella noche. Hermione se acomodó en un sillón, algo apartada y continuó sus investigaciones. Ron y Harry se acercaron a Dean, que estaba dibujando unos carteles para decorar la mesa de Gryffindor aquella noche. Parvati y Lavender, por su parte, estaban preparando unas guirnaldas rojas y doradas mientras que Seamus y Neville hacían calabazas de Halloween. También estaban colaborando chicos de otros cursos en la preparación. Así, entre una cosa y otra, la tarde se les pasó en un abrir y cerrar de ojos. Por fin llegó el banquete. Temblando de los nervios, Ron y Harry bajaron al Gran Comedor seguidos de cerca por Hermione. Cuando llegaron, ya estaban decoradas todas las mesas. Lavender y Parvati estaban colocando las últimas guirnaldas en la mesa de Gryffindor. El Gran Comedor era un espectáculo digno de ver. Cada mesa estaba decorada según su color. Por doquier colgaban terroríficas calabazas de Halloween que hacían muecas burlonas a los alumnos y profesores que allí se encontraban. También había espeluznantes figuras de feos fantasmas y siniestras brujas y magos que sonreían con perversidad. Había una que se parecía increíblemente al profesor Snape, con esa sonrisa sádica que se le ponía cuando quitaba puntos a algún Gryffindor. El comentario por parte de Fred, causó las risas de todos los Gryffindors. Pronto fueron llegando los que faltaban y el profesor Dumbledore anunció el banquete con satisfacción. Sin esperar a que terminara de hablar, los alumnos se lanzaron como poseídos sobre la comida. Menudo banquete. Harry no comía así desde…bueno, desde hacía mucho tiempo. Allí parecían haberse reunido todos los alimentos del mundo. Ana se abalanzaba sobre la comida como si estuviera muerta de hambre.

— Mi prima siempre me daba envidia cuando comentaba lo bien que se comía en Hogwarts —explicaba—, pero ahora le daré envidia yo a ella.

Harry sonrió y le pasó la fuente de patatas rellenas que ella trataba de alcanzar desesperadamente. Hermione fue la única que permaneció ausente. Harry sabía que esa era la forma de la que actuaba Hermione cuando no estaba de acuerdo con algo y nadie la escuchaba. Por ello decidió no preocuparse demasiado. Había tomado una decisión y la cumpliría. No importaba lo que opinara ella. La cena duró cerca de tres cuartos de hora. Los alumnos ya estaban acabando el postre cuando se anunció el comienzo del baile. Una vez todos hubieron acabado y las mesas quedaron limpias, Dumbledore las apartó en un rincón de la enorme sala, convirtiéndola así en una excelente pista de baile. Los alumnos comenzaron a apiñarse en el centro de la sala, y al cabo de unos momentos, cuatro chicos de sexto hicieron acto de presencia. Eran el grupo que sin duda iba a tocar esa noche. Los demás comenzaron a aplaudir animadamente y se organizó un gran revuelo de alegría y excitación. Había llegado el momento. Con el mayor sigilo posible, Harry y Ron se deslizaron entre los presentes y se dirigieron al portón de salida sin que nadie reparara en sus movimientos. Sólo Hermione los siguió de cerca procurando pasar inadvertida. Cuando estuvieron fuera, los tres se dirigieron a la sala común a todo correr, mientras de fondo se oían los delicados acordes de una guitarra, que se perdían entre las sombras del pasillo.

Por fin llegaron a la sala común. Dentro todo estaba silencioso y en calma. Perfecto, nadie los había visto. Ahora no tenían más que coger la capa invisible y dirigirse al despacho de Snape sin que se dieran cuenta. Aquello prometía ser muy difícil y a la vez apasionante.

— Os vais a meter en líos…y a los demás con vosotros —dijo Hermione rompiendo el silencio reinante.

Harry y Ron dieron un respingo. No se habían percatado de la presencia de Hermione hasta el momento. La miraron con intensidad. Ella les devolvió la mirada con severidad y tristeza al mismo tiempo.

— No me habéis hecho ningún caso —continuó Hermione—. Y he tratado de advertiros, pero sois tremendamente cabezones.

Harry y Ron no contestaron. Por toda respuesta, intercambiaron una rápida mirada para luego darse la vuelta y dirigirse a los dormitorios.

— Bien, haced lo que queráis, no me voy a romper la cabeza por vosotros. Pero me quedaré aquí por si averiguo algo antes de que lo arruinéis todo.

Hermione los vio desaparecer por las escaleras de caracol que daban a los dormitorios de los chicos. Suspirando, se sentó en la mesa y volvió a sumergir la cabeza en las páginas de un libro. Al cabo de unos instantes, ambos regresaron con la capa invisible en las manos y se dirigieron hacia el cuadro de salida. Sin decir una sola palabra, lo cruzaron y se encaminaron a las mazmorras. Hermione permaneció un rato observando el boquete por el que acababan de salir sus amigos. Se sintió tremendamente sola. ¿Por qué nunca la escuchaban? No era justo. Ella había luchado muy duro para ganar puntos y ahora ellos los iban a perder de una forma tonta y egoísta. Porque los pillarían, estaba segura. Snape no tenía ni un pelo de tonto, se acabaría enterando tarde o temprano.

Apartando estos pensamientos de su mente, se concentró de nuevo en su libro. Lo dejó encima de la mesa con un movimiento brusco y sin querer golpeó el reloj de pulsera que había dejado encima de ésta. Éste cayó al suelo con un tintineo. Hermione se agachó para cogerlo y pudo apreciar con fastidio que se había activado el cronómetro.

Recogió el reloj con gesto cansado y entonces lo sintió. Una idea, un momento de lucidez, y de pronto lo sabía. La ocurrencia fue adquiriendo intensidad, hasta el punto de parecer obvia. Se sintió completamente estúpida. Rápidamente, se levantó y corrió hacia la salida de la sala común. No lo pensó mucho, simplemente salió de la sala y corrió por los pasillos tratando de alcanzar a sus amigos. Tenía que impedir que fueran, detenerlos. Ahora ya no les serviría para nada, porque ella había encontrado la respuesta. Corriendo lo más deprisa que podía, dobló un recodo y notó de pronto que chocaba contra algo. Asombrada, levantó la cabeza y se quedó muda de horror cuando la malhumorada cara de Filch, el conserje, le devolvió la mirada. La señora Norris, que estaba detrás maulló con satisfacción y se acurrucó zalamera entre las piernas de Filch.

— Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —dijo Filch con una desagradable sonrisa—. Si es la señorita Granger, y de noche, lejos de el banquete. ¿Iba de paseo?

Hermione miró suplicante a Filch y respondió con voz desesperada.

— ¡Tiene que dejarme pasar, en serio! Es muy importante, tengo que ir…bueno, tengo que pasar. Por favor, señor Filch.

Filch frunció el ceño con desagrado y miró a la señora Norris.

— ¿Tu que crees tesoro? ¿No te parece que esta niña es una problemática? Deberíamos avisar a la jefa de su casa, ¿no?

— Por favor… —continuó Hermione, pero se calló ante el gesto cortante de Filch.

— Y de todos modos, ¿dónde pretendía ir? Seguro que iba buscando jaleo, ¿no, señorita? Vamos, espero una buena mentira por su parte.

Hermione comprendió entonces que Filch le había ganado la partida. No iba a creer nada de lo que dijera, así que con un suspiro de resignación, se disculpó ante el señor Filch y regresó al Gran Comedor dónde seguían sonando los acordes de aquella guitarra, ahora tocando una alegre melodía.

El pasillo que daba a las mazmorras era oscuro y siniestro. Bajo la capa invisible, Harry y Ron, veían claramente el camino. No hablaban nada. Si querían salir triunfantes de allí, lo mejor era actuar con total discreción. Caminaban con grandes zancadas silenciosas, lanzando rápidas miradas por encima del hombro y sobresaltándose ante cualquier ruido estúpido. Pero de pronto, justo debajo de las escaleras que daban a las mazmorras un nuevo ruido les llamó la atención. Y no tenía nada de estúpido. Era una risa aguda, cargada de malicia, que ponía los pelos de punta. Surgía de una puerta situada a la derecha, justo al pie de las escaleras. Harry y Ron se miraron asustados.

— ¡Peeves! —dijeron a la vez.

Con total sigilo, se acercaron al borde del primer escalón y se quedaron allí esperando a que Peeves se fuera. Pero entonces, sucedió algo inesperado. Ron, que estaba muy nervioso, tropezó con el borde de la capa invisible y cayó hacia delante. Con un grito ahogado de sorpresa, se desplomó sobre los escalones y bajó rodando hasta llegar al suelo. Harry lo siguió atemorizado. Por suerte, no había hecho mucho ruido para que lo oyeran en el Gran Comedor, pero desde luego, Peeves sí que se había dado cuenta. No tardó mucho en asomar su horrible cabeza por la puerta descubriendo así, a un magullado Ron que se ponía en pie con dificultad y a un aterrado Harry, cuya capa invisible se había desplazado dejándole al descubierto una considerable cantidad de cuerpo. Peeves lanzó una risotada burlona y dio una vuelta en el aire con visible satisfacción.

— ¡Ja ja! ¡Mira a quién me he encontrado aquí! ¡A Potter el feo y a Weasley el tonto!

— Calla, Peeves, por favor. Nos vas a delatar —suplicó Harry.

— ¡No! ¡Eso sería horrible! Pobres alumnitos fuera del banquete. Ay, ay, os van a castigar, que pena me dais.

— Peeves, calla por favor, si quieres te daremos algo, lo que nos pidas. ¿Qué te parecen unas empanadas de calabaza? —Ron rebuscó en sus bolsillos y sacó dos empanadas de calabaza aplastadas que llevaba en el bolsillo.

Peeves pareció meditar durante unos segundos, finalmente le arrebató las empanadas a Ron.

— ¡Mmmmmm! ¡Qué idiotas alumnos! ¡jajajajaja! ¡Cada año son peores!

Y diciendo esto se alejó por el pasillo todavía riendo estruendosamente. Harry y Ron soltaron un suspiro de alivio, todavía sin creerse que Peeves no los hubiera delatado. Rápidamente, se cubrieron de nuevo con la capa y continuaron el camino hacia el despacho de su más odiado profesor. No tardaron mucho en llegar, sin demasiado esfuerzo abrieron el cerrojo de la puerta y la empujaron con cuidado tratando de que no chirriara. Una vez dentro, la cerraron de nuevo. Ron estiró de la capa descubriéndolos a los dos y la sostuvo bajo el brazo mirando embobado el siniestro despacho de Snape, lleno de frascos con cosas desagradables flotando dentro y pociones de todas clases. Harry pensó que seguramente algunas eran potentes venenos y admiró a Snape por su resistencia, pues seguro que más de una vez había reprimido las ganas de tirarle algunos de aquellos frascos a él, y convertirlo así en algo extraño, como por ejemplo una sanguijuela.

Ron se acercó a una vieja estantería que estaba llena de libros igualmente viejos y la miró curioso. Todo en aquel despacho tenía un aspecto deprimente. Siniestro y triste, exactamente como el profesor Snape. La vieja mesa de caoba estaba cubierta de libros sobre pociones y algunos trabajos de alumnos por corregir. Harry se acercó a ella decidido a mirar en sus cajones. Después de todo, ellos estaban allí para registrar. Empezaron su trabajo en silencio, pues hablar hubiera supuesto un riesgo terrible. En más de una ocasión, Harry creyó oír las pisadas de alguien que se acercaba por el pasillo, y otra vez le pareció que alguien golpeaba la puerta, pero se dijo luego que todo no era fruto más que de su agitada imaginación. Tras mirar en la mesa y no hallar nada útil se acercó al armario de ingredientes. Por su parte, Ron continuaba registrando la vieja librería. Fue entonces cuando ambos creyeron oír unas pisadas. Se miraron confusos. Esta vez no se lo había imaginado, pues Ron también había oído algo. Agudizaron el oído y se les congeló la sangre en las venas cuando escucharon la inconfundible voz del profesor Snape hablando malhumorado con alguien.

— ¿Estás seguro Peeves? Sabes que no me gustan tus tontas bromas.

— ¡Me comeré la pajarita si es mentira! —graznó Peeves—. Vi Potter y a Weasley entrar en su despacho. ¡jajajajajaja! ¡Pobres idiotas! Dan demasiada lástima.

El polstergeist empezó a canturrear una molesta melodía, que los dos niños escucharon muertos de miedo desde el despacho. Maldito Peeves, sucio traidor…de esta se acordaría. Ron, rápidamente, se cubrió con la capa invisible que todavía llevaba bajo el brazo y se metió en un oscuro ángulo que había entre la estantería y la pared. Llamó a Harry para que lo siguiera, pero era tarde. Snape ya estaba abriendo la puerta, así que no pudo más que esconderse en el armario de ingredientes y cerrar la puerta confiando en que a Snape no se le ocurriera mirar allí. Segundos después, Snape entraba cautelosamente en el despacho. Ron pudo apreciar bajo la capa su ceño fruncido y su irritación

— ¡Mire bien profesor! ¡Han de estar por aquí! ¡Yo los vi! ¡Yo los vi! ¡Yo los vi! —Peeves dio varias vueltas en el aire mientras pronunciaba estas palabras.

— Cállate ya, Peeves —gruñó Snape con desagrado.

Ron se agazapó más en su escondite mientras veía como Snape se le acercaba cada vez más. Éste miró en cada uno de los ángulos oscuros de su despacho. Acabaría encontrándolo. Snape sabía que los ojos engañan en el mundo mágico, y por tanto no se limitaría únicamente a dar una simple ojeada. Lo vio acercarse con lentitud y mirar hacia el lugar donde él estaba oculto. Se encogió cada vez más, a pesar de que era inútil. Snape ya iba a alargar la mano para comprobar que allí no había nadie realmente, cuando un ruido procedente del armario de ingredientes hizo que se diera la vuelta. Permaneció estático durante un segundo, y finalmente, con una sonrisa de triunfo se dirigió al armario. Dentro, Harry maldecía su mala suerte. Un frasco lleno de ojos de escarabajo se había caído de un estante superior y se había abierto dejando caer su desagradable contenido por la espalda del chico. Alarmado, había dado un respingo y había golpeado la puerta con el pie. Y ahora Snape se acercaba al lugar dónde él se escondía, indudablemente, encantado con la situación. Horrorizado por el miedo y el asco que sentía, se encogió dentro del armario tratando de no pensar en las desagradables bolitas que le hacían cosquillas por la espalda. Apretó el puño dónde sostenía la piedra que involuntariamente le había metido en aquella situación. Cerró los ojos con fuerza esperando lo inevitable. Entonces deseó con todas sus fuerzas no haber entrado en el despacho de Snape, deseó haber escuchado a Hermione, que en esos momentos se hallaba celebrando la fiesta en el Gran Comedor, deseó no estar allí, desaparecer…Snape ya había llegado, alargó la mano hacia el pomo del desvencijado armario, y Harry seguía deseando desaparecer, ahora, ya, no quería estar allí, cualquier lugar menos ese…y de repente, lo notó. Un cosquilleo tibio en su mano derecha. La miró, y asombrado, pudo apreciar que la piedra estaba brillando. Tan rápido como había llegado, el calor se fue extendiendo por su mano, trepando por el brazo hasta llegar al hombro, como un torrente de energía potentísimo. Notaba cómo le vibraba el brazo, y cómo el cosquilleo se le extendía rápidamente por todo su cuerpo. Entonces, el resplandor de la piedra lo cegó por completo en un torbellino de luz verde, que le impedía abrir los ojos. Notó cómo su cuerpo perdía la solidez, le dio la impresión de partirse en miles de pedacitos que flotaban ingrávidos por un espacio de luz verde…y se sumergió de lleno en el torrente de luz que tiraba de él hacia un lugar, lejos, muy lejos de allí.

Ron miraba impotente cómo Snape iba a abrir la puerta de su armario, cómo iba a descubrir a Harry en su interior y cómo, inevitablemente, acabaría descubriéndolo a él. Snape agarró el pomo y con una amplia sonrisa en los labios tiró de la puerta. Un tarro abierto lleno de ojos de escarabajo rodó por el suelo, tras caer del armario. Ambos se quedaron mudos de asombro. Dentro de aquel armario no había absolutamente nada.

Harry sintió que algo sólido le detenía el paso. Sentía el tacto de algo resbaladizo y duro bajo su cuerpo. Tardó unos segundos en caer en la cuenta de que aquello no era otra cosa que el suelo. Notaba su brazo derecho, dolorido y entumecido, y pudo apreciar que todavía llevaba la piedra fuertemente sujeta en el puño. No se atrevía a abrir los ojos. Tenía miedo de encontrarse con una escena horrible, pero al fin, se decidió y levantó los párpados lentamente. Lo que vieron sus ojos lo sobrecogió de asombro. Se hallaba en una sala completamente vacía, medio derruida y llena de polvo. Las paredes eran de piedra, vieja y gris, y estaban cubiertas de musgo. El suelo se hallaba oculto bajo una gruesa capa de polvo. Advirtió que él se hallaba acurrucado en lo que parecía un hueco en la pared, cuyas piedras se habían desprendido y se habían desparramado por el suelo. Se levantó con dificultad y se sacudió la suciedad. Notaba el brazo derecho tremendamente entumecido, aunque el dolor parecía habérsele pasado. Se preguntó cómo había llegado hasta allí. Sin duda había sido la extraña joya reliquia de Slytherin. Debía servir para viajar o algo parecido, no encontraba otra expliacación.

Echando una última ojeada a la habitación, cruzó el umbral que daba a un oscuro y maltrecho pasillo, cuyo aspecto no tenía nada que envidiar del anterior. Andando por el pasillo llegó a unas desvencijadas escaleras de piedra, o más bien lo que quedaba de ellas, pues apenas si se podía diferenciar la forma de los escalones. Al subir (en algunas ocasiones trepar) por ellas se halló en otro pasillo parecido al anterior. Al cruzarlo, advirtió con asombro que se hallaba bajo el cielo negro de la noche. Aquella parte del edificio era prácticamente imposible de descifrar. Tan sólo habían quedado en pie las paredes, en algunas zonas, se distinguían arcadas y columnas semiderruidas. Caminando sobre un suelo completamente ausente, pues los hierbajos crecían por doquier sepultando algunas piedras, restos de antiguas baldosas, se dirigió a lo que parecía la salida de las ruinas. Un gran umbral que daba a unas escaleras musgosas que descendían hacia lo que debió ser un antiguo jardín.

Algo intrigado, bajó las escaleras y caminó por entre la hierba, fijándose de pronto en un cristalino lago de aguas negras bajo la noche, que se perdía rodeando las ruinas. Siguió andando y vio entonces un lejano bosque de pinos y árboles viejos, a cuya entrada se veía la estructura de lo que debió ser una casa, ahora casi imposible de distinguir. Había algo de familiar en todo aquello, algo mágico. De pronto, un pensamiento horrible sacudió la mente de Harry, que no se atrevía a dar la vuelta. Se quedó paralizado mirando hacia el bosque. Entonces, tragando saliva se giró muy lentamente. Lo que vio en ese momento lo dejó completamente petrificado, porque allí, entre las sombras de la noche, rodeadas por un lago de aguas negras sobre una colina de piedra, las ruinas de lo que una vez fuera el inconfundible Castillo de Hogwarts le devolvían la mirada.