11. La chica a través del tiempo

Harry observaba las ruinas de Hogwarts con una mezcla de incredulidad y miedo. Aquello no podía estar pasando. No era posible. ¿Hogwarts derruido? ¿Cómo si llevara años abandonado? No, no, no y no. Imposible. Completamente imposible. Harry se negaba a creerlo. Parpadeó varias veces esperando ver algo distinto, pero la imagen no cambiaba. Las mismas tristes y deprimentes ruinas lo contemplaban desde el mismo lugar. Era su querida escuela de magia. De alguna manera, él lo sabía. Quizá porque estaba tan acostumbrado a ella que podía reconocerla sin dificultad fuera cual fuera su estado. Pero aún así, se negaba a aceptar la situación. Una suave brisa le sacudió el cabello mientras observaba aquel escalofriante paisaje. Dándose la vuelta miró hacia el bosque prohibido, ahora mucho más oscuro y descuidado que antes, y hacia lo que sin duda era la antigua estructura de la cabaña de Hagrid. Notó que algo se sacudía en el interior de su túnica. Metió la mano en el bolsillo y sacó a un confundido y malhumorado Sacch que lo miraba con sus grandes ojos amarillos. Harry lo miró unos segundos y lo acarició para calmarlo.

— Tranquilo —dijo más para sí mismo que para el gripnie—. Verás cómo hallamos una explicación.

Algunos pelos blancos se le quedaron en la mano. El animal ya comenzaba a mudar el pelo. Con un suspiro, lo metió de nuevo en el bolsillo, dónde se acurrucó. Harry meditó qué hacer a continuación. No le costó mucho hallar la respuesta. Si había algún lugar donde ir a pasar la noche, ese era Hogsmeade. Y de paso, podría preguntar qué había pasado con la escuela. Todavía confundido y extrañado, se encaminó hacia el pueblo mágico siguiendo un maltrecho camino de tierra que salía directamente desde el castillo. Parecía llevar años en desuso, pero aún así podía seguirse sin demasiada dificultad. Al cabo de un cuarto de hora de marcha, llegó a la cima de una de las colinas detrás de las cuales se hallaba Hogsmeade. Con un último esfuerzo, subió la cuesta por el camino y se asomó al pequeño valle dónde debía hallarse Hogsmeade. El corazón pareció parársele al instante. Lo que antes había sido un pequeño pueblo de magos era ahora una gran ciudad, con grandes y altísimos edificios de muchas plantas, industrias y centros comerciales. A la entrada de la ciudad se veía una amplia autopista que llegaba hasta allí desde alguna otra parte situada detrás de las colinas. Numerosos carteles anunciaban la ciudad. Había uno particularmente luminoso que decía: "Hogsmeade, sede del departamento británico antimagia" y otro algo más pequeño debajo que a su vez decía: "Bienvenidos", justo al lado de un anuncio publicitario de "Maki Cola". Harry no entendía nada. Se quedó cómo idiotizado mirando aquel espectáculo imposible. ¿Aquello era Hogsmeade? ¿Qué había pasado con el humilde pueblo mago? ¿Qué había sido de Las Tres Escobas, y de Honeydukes y de todo cuánto el conocía? ¿Y qué era eso del departamento antimagia? Al cabo de mucho rato se decidió a bajar. Fuera lo que fuera que había pasado, tendrían una respuesta en la ciudad.

Bajó y se internó entre la jungla de edificios dándose cuenta de que estaba completamente perdido. Aquello era como pasearse por Nueva York sin tener ni idea de adónde ir. Le dio la impresión de que allí nadie era mago. Todos parecían muggles completamente normales. También se dio cuenta de que iba a llamar la atención si se paseaba con la túnica puesta, así que se la quitó y la sujetó bajo el brazo. No entendía nada de lo que pasaba. Le parecía haber viajado a un mundo completamente distinto, pero a la vez era el mismo. Él se daba cuenta.

No vio a muchas personas por la calle, pues era tarde, y tampoco sabía qué hacer. Primero pensó en buscar un lugar para dormir, pero descartó la idea ya que dormir era lo último que le apetecía hacer en ese momento. Luego pensó en tomar algo, quizá dentro de algún bar, pero algo le decía que su dinero mágico no le serviría de nada allí. Así que simplemente se dedicó a caminar por las iluminadas y amplias calles. Era una ciudad suntuosa, pero no le daba buena espina. Sentía que algo malo pasaba. Algo malo de verdad. Para empezar, ¿cómo podía ser Hogsmeade esa fría y gigantesca ciudad? ¿No se habría equivocado? ¿No sería esa otra ciudad con el mismo nombre que su conocido pueblo de magos?

Fue entonces cuando sus ojos se fijaron en un gran edificio, con un precioso porche de mármol blanco, en cuya fachada se podía leer: "Museo Mágico de Hogsmeade". Y abajo: "El más grande de Gran Bretaña desde 2062". Ahora sí que no entendía nada. Un presentimiento alarmante le oprimió de pronto. Con el corazón en un puño, se acercó rápidamente a una mujer que venía en su dirección por la calle y le preguntó sin más dilación:

— Disculpe, señora, ¿podría decirme en qué año estamos?

La mujer lo miró extrañada y con visible sorpresa.

— ¿Qué? —preguntó.

— Que si podría decirme en qué año estamos —Harry se sintió completamente idiota.

— En 2097, y ahora, si no te importa tengo prisa.

La mujer parecía exasperada. Se marchó murmurando algo acerca de los niños de hoy en día, pero Harry no la escuchaba. Se había mareado. Miraba al museo, luego a la fecha de la fachada, luego al museo de nuevo y regresaba a la fecha. Había hallado sin querer la respuesta a sus pesquisas. Aquella piedra verde brillante reliquia de Slytherin le había hecho viajar por el tiempo. Porque Harry estaba seguro. Aquello no era su época. La afirmación de la mujer le había bastado para comprenderlo todo. ¿Cómo podía haber estado tan ciego? Y de alguna manera, Hogwarts había quedado destruido. ¿Cómo podía ser, después de mil años en pie? Un siglo había bastado para dejarlo en aquel horrible estado de destrucción y abandono. Un abandono que tenía algo extraño, algo...desagradable. Con el corazón en un puño, Harry volvió a mirar el gran letrero del museo. Un museo mágico...allí debía de haber alguna respuesta, de todas formas, no podía hacer nada más que entrar o parecer tonto haciendo preguntas obvias a la gente de la calle. Subió las blancas escaleras y se dirigió a la puerta abierta de par en par. Debía de ser un museo público, porque nadie le detuvo para pagar. Aliviado, Harry se internó en la gran sala principal del museo. Se quedó boquiabierto. Allí, dentro de numerosas vitrinas de cristal, había una cantidad de objetos mágicos impresionante. Varitas, libros, trasladores, relojes de mago, sombreros, túnicas...de todo. Todavía asombrado, Harry se acercó a una vitrina llena de libros y pudo descubrir, completamente desconcertado, que había un montón que él conocía. Sin ir más lejos, uno era el mismo libro de pociones que usaba él (totalmente inconfundible) y otro ¡horror! de Gilderoy Lockhart. Por suerte, la foto estaba estropeada y el mago no se movía. A decir verdad, era muy difícil de distinguir. Durante un buen rato, estuvo dando vueltas por el museo cada vez más confuso y con más dudas, hasta que una voz a sus espaldas interrumpió su visita.

— ¡Eh! ¡Chaval!.

Harry se dio la vuelta sobresaltado y vio ante sus narices a un hombre bastante viejo que vestía un mono de trabajo azul y empuñaba una escoba.

— Em... ¿si? —contestó algo cortado.

— ¿Como que em...si? ¿Tu has visto que hora es? ¿Qué demonios haces por aquí a las diez de la noche?

Harry comprendió enseguida que no se iba a tragar nada de la historia verdadera, así que se inventó algo lo más rápido que pudo.

— Esto...espero a mi madre...tiene que venir a recogerme pero se retrasa...y...bueno, me aburría, así que...entré aquí.

El hombre lo miró con recelo, así que Harry se apresuró a continuar.

— Pero aún tardará un poco, por eso me entretengo mirando las varitas —Harry señaló a una vitrina cercana—. Fascinantes, ¿eh?

El hombre puso ahora una expresión de sorpresa e incredulidad.

— Oh, si...fascinantes...bueno, tú puedes pensar lo que quieras.

— ¿Por qué lo dice?

— ¿Qué por qué? —el hombre bufó—. Esos horribles instrumentos de tortura no tienen nada de fascinante para mí. Esos locos...los magos, las usaban para hacer cosas horribles. Pero claro, siempre hay gente que se interesa por estas cosas, hoy mismo sin ir más lejos...

— Perdone, ¿qué ha dicho de los magos? —Harry miró al hombre sin comprender.

— ¿Pero es que estás en babia o qué? Ya sabes, los magos. Esos locos. No hay otra palabra mejor para describirlos. Pero menos mal que los paramos a tiempo... sabrás algo sobre la "Guerra Mágica", vamos.

Harry negó con la cabeza, cada vez más contrariado. No entendía nada.

— ¿No? ¡Esta sí que es buena! ¿Pero qué os enseñan en la escuela? Una guerra que duró casi veinte años y tú no has oído hablar de ella...no me lo puedo creer. Pero claro, ahora os enseñan bazofia, ya no se aprecia la historia, con lo importante que es… digamos que fue la gran guerra de humanos contra magos, pero eso ya lo sabrás. Y perdieron, desde luego. Eran unos malvados, no nos respetaban, y su líder...brrrrrrrr, prefiero no hablar de él. Por suerte eran pocos y aunque eran poderosos no pudieron hacer nada con nuestros escudos antimagia. Seguro que sí conoces los famosos escudos antimagia, gracias a ellos ganamos la guerra. Sin su magia no eran nada...¡ja! Acabaron mal, pero no les quedaba otro camino. Creo que aún quedan unos pocos en algún lugar del planeta…por suerte los departamentos antimagia del mundo se encargan de eliminar a los últimos peligrosos y se aseguran de separar a los niños de sangre mágica de los otros hasta que quedan limpios, un excelente trabajo diría yo…

Harry no podía más. Aquello era horrible. No podía ser, ¿qué estaba pasando? Aquel hombre mentía o se equivocaba. Los muggles no podían odiar así a los magos, ¡si ni siquiera sabían de su existencia! Y ese lider... ¿quién...?

— Oiga, ¿Quién...quien era el líder de los magos...? —consiguió articular Harry.

— Oh, preferiría no tener que nombrarlo...es un nombre desagradable —al ver la expresión anhelante de Harry el hombre cedió—. Bueno, nunca se ha muerto nadie por decirlo, esto...se llamaba V-Voldemort. ¡Agh! ¡Detesto ese nombre! De pequeño me daba escalofríos y aún me los da. Es natural. Era un loco horrible, el peor de todos los locos. Y ni siquiera parecía humano, siempre me recordaba a una serpiente. Y tenía muchos ayudantes igual de locos que él. A ver...sí, uno se llamaba nosequé Malfoy y había más... ¡oh, claro! ¡Cómo se me podía olvidar! Harry Potter, un nombre que jamás se le olvidará a nadie, excepto a los chicos de hoy en día, claro... personajes importantes, sin duda. Aunque rematadamente locos.

Harry sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies y caía desde una gran altura a un pozo de negrura. El vértigo en su estómago estuvo apunto de hacerlo caer. Ahora sí que no entendía absolutamente nada. Eso era imposible, ¿él con Voldemort? Allí debió de haber un malentendido. Tampoco era posible que todos los magos maltrataran a muggles. Por ejemplo, estaba Dumbledore...Harry tardó un buen rato en asimilar las palabras del hombre. El tipo había hablado de todo aquello como si lo tuviera que saber, como si fuera evidente para cualquier persona. Pero no lo era, no era evidente, no era siquiera verosímil. Era horrible. ¿Qué pasó en el pasado? ¿Qué hicieron? ¿Qué hizo él? El viejo seguía recitando nombres de magos notables que conocía, pero Harry no le prestaba atención.

— Pero oiga, ¿está seguro de que no...no...queda nin-ningún mago? —a Harry no le salía la voz de puro desconcierto.

— Desde luego no en Hogsmeade —contestó el hombre molesto por la interrupción—. Y me alegro, Daniels los mantiene a raya muy bien.

Harry no se quedó a preguntar quién era Daniels. Ya tenía suficiente por una noche. Completamente atontado por la sorpresa y el desasosiego se despidió del viejo y salió del museo. No miró ni siquiera hacia dónde se dirigía. Todo aquello era terriblemente extraño. Todavía le quedaban muchas dudas por resolver y desde luego, preguntar a aquel hombre hubiera levantado demasiadas sospechas. No, tenía que mirar información, quizá en algún libro de historia…le costaba aceptar que los magos ya no existieran. Le costaba aceptar que allí todos odiaran a los magos. A todos los magos. Aunque podría haber sido sólo una opinión de un simple limpiador de museos. Por desgracia, algo le decía que la historia era cierta, que existió la "Guerra Mágica", que los magos fueron aniquilados, que se crearon defensas antimagia…que la escuela de Hogwarts había sido destruida. Y se lo decían a gritos aquellos neones, aquellos bares y discotecas de vida nocturna decadente, aquellos mendigos de mirada extraviada que se sentaban junto a los carritos de venta ambulante de comida esperando apaciguar su alma con un poco de pan. Aquél Hogsmeade apócrifo.

Era horrible. Tenía que volver, no podía quedarse allí, tenía que volver y hablar con Dumbledore...pero antes, se dijo, trataré de averiguar más cosas. Sacó la piedra del bolsillo y la miró cómo atontado, tratando de averiguar cómo demonios había llegado hasta él, por qué lo había llevado a aquella época horrible...eran demasiados misterios.

Perdido como estaba en sus pensamientos, ni se fijaba por donde iba. Poco a poco, se había ido alejando de las calles amplias y concurridas y se adentraba cada vez más en una zona oscura y antigua de la ciudad. Fue al cabo de un buen rato cuando se percató de ello. Miró a su alrededor. Se hallaba en una calle estrecha, iluminada únicamente por la luz mortecina de algunas farolas. Las casas eran viejas y feas, algunas parecían incluso quemadas. A pesar de todo, la calle era larga y se perdía más adelante, desembocando en otra parecida. No sabía por qué, pero aquella calle le sonaba familiar, como si hubiera estado allí antes. Miró una por una las viejas casas sintiéndose cada vez más deprimido. No parecía muy seguro quedarse ahí, así que echó a andar rápidamente para largarse lo antes posible. Fue entonces cuando algo llamó su atención. Dentro de lo que parecía un viejo almacén quemado, una figura se había movido rápida y furtivamente tratando de desaparecer ante sus ojos. La oscuridad le había impedido distinguirla con claridad.

Aguijoneado por la curiosidad, se acercó a mirar. Con la piedra aún sujeta en la mano, entró por el gran umbral sin puerta que daba al almacén. Dentro todo estaba negro y sucio. Reinaba la oscuridad más absoluta tan sólo rota por la triste luz de la calle. Cables eléctricos inservibles colgaban aún de las paredes, y las manchas de ceniza y polvo cubrían las paredes y los pilares centrales. Salvo esto, no había nada más allí. Harry jugueteaba con la piedra, lanzándola arriba y abajo, mientras miraba a su alrededor. Después de todo, se lo había imaginado. Allí no había absolutamente nada salvo porquería. Desilusionado, se dio la vuelta para marcharse, pero entonces, y sin darle tiempo para defenderse, algo se abalanzó sobre él derribándolo y haciendo que se diera un buen golpe en el chichón de la cabeza. Completamente cogido por sorpresa, Harry forcejeó con su captor tratando de quitárselo de encima, pero parecía realmente furioso. A duras penas, Harry le sujetó los brazos que intentaban darle golpes desesperadamente. Ambos rodaron por el suelo en una lucha silenciosa que tan sólo duró un momento, pero que a Harry le parecieron horas.

Con un último esfuerzo desesperado, Harry empujó a su atacante con la intención de quitárselo de encima. No hizo mucho efecto, pero el movimiento asustó a Sacch que saltó con furia del bolsillo y clavó sus afilados dientes en la muñeca del otro. Éste cayó de espaldas, gritando de dolor, justo en medio de un rayo de luz que se proyectaba desde la calle, y se levantó rápidamente mirando a Harry con furia y sacudiendo la muñeca frenéticamente para librarse del gripnie. Mientras se levantaba, Harry pudo apreciar con asombro que su atacante era en realidad, una atacante. Era una chica de su edad aproximadamente. Alta pero extremadamente delgada y algo demacrada. Tenía un pelo rubio tan claro que parecía blanco y que contrastaba de una forma especial con su piel ligeramente olivácea. En su cara, dos ojos color miel lo miraban cargados de ira. Vestía ropas muggles tremendamente sucias. En realidad, toda ella estaba sucia. A pesar de su mal aspecto, Harry se dio cuenta de que era una chica bastante guapa. El problema era que no parecía muy dispuesta a charlar. La niña, una vez se hubo librado de Sacch y Harry lo hubo recuperado, extendió una dedo hacia él y con voz desafiante le espetó:

— ¡Dámela! ¡Dámela ahora mismo si no quieres que te mate!

Harry la miró sin comprender.

— ¿Qué te dé qué?

— ¡Lo que tienes en la mano, sucio ladrón! Tú me la quitaste, ¿verdad? Pues ahora mismo me la vas a devolver.

Entendió de pronto a qué se refería la chica. Miró la piedra que brillaba en su mano iluminada por el rayo de luz. Sin reparar en lo absurdo de la situación, replicó enérgicamente:

— ¿Yo? ¡Yo no te la quité! Me la encontré.

— Oh, claro —la chica lo miró con escepticismo—, seguro que sí. Si tan seguro estás dime dónde te la encontraste.

— En mi habitación en Hogwarts —para sorpresa de Harry la chica relajó su tensa expresión y abrió mucho los ojos.

— ¿En…en Hogwarts? ¿La escuela?

— ¿La conoces? Pero no puede ser que seas...

— Una bruja, sí —concluyó esta—. Y tú... eres un mago.

La chica pareció ilusionarse de pronto. Cogió a Harry del brazo, y con un gesto brusco lo arrastró fuera de la luz.

— ¡Eh! ¿Qué haces?

— No pueden verte, si lo hacen estaremos en problemas, sobre todo yo.

— Pero, ¿por qué?

— ¡Pues porque aquí todos tienen miedo a los magos! Si descubren a uno, enseguida lo encierran en la cárcel para ser juzgado. A los niños no los encierran, pero los meten en centros antimagia para aislarlos y limpiarles los restos de magia que les quedan. No creo que te guste acabar así.

Harry negó, aturdido.

— ¿Entonces es verdad? ¿La Guerra Mágica es real?

— Claro que es real, pero eso no importa —la niña hizo un movimiento impaciente con la mano—. Lo importante es que tú estás aquí con la piedra y que conoces Hogwarts, por lo tanto vienes del pasado, ¿me equivoco?

— Eh... no, no te equivocas —Harry estaba cada vez más confuso, ¿qué hacía aquella niña allí? ¿Y de qué conocía la piedra de Slytherin?

— ¡Bien! —todo resto de ira y mal humor desaparecieron de la cara de la chica— ¡Por fin! Después de tanto tiempo... ¡no me lo puedo creer! Ahora podré volver y...pero venga, ¿a qué esperamos? Regresemos ahora mismo a tu época, vamos.

Harry la observó ceñudo. No entendía nada y desde luego no iba a volver antes de saber qué había pasado. Esa niña tendría que explicárselo todo antes.

— Espera —dijo con calma—, antes, si no te importa, me vas a aclarar algunas cosas.

La chica le devolvió una mirada inquisidora, pero finalmente sonrió. De pronto parecía mucho más amable. Sin duda comprendía perfectamente el estado en que ambos se encontraban. Harry no pudo dejar de apreciar la terrible tristeza que parecía embargar a la chica, y pensó que quizá ella también tuviera una interesante historia que contar.

— Desde luego— dijo ella al fin—, no se puede decir que haya sido muy cortés...te entiendo. Pero tengo prisa. Mucha prisa. No podemos quedarnos aquí.

—Yo eso no lo sé —replicó Harry, tenaz—. Sólo sé que eres una desconocida que de repente me ha atacado para después darme órdenes. Creo que tienes que aclararme eso.

La chica pareció furiosa de nuevo por un segundo, pero luego el brillo amenazador desapareció de sus ojos y se calmó. Asintió, resignada.

—Como quieras, hablaremos primero, pero yo también quiero que me expliques cómo has llegado hasta aquí. No eres el único confundido.

— Oh, me parece bien. Por cierto, ¿cómo te llamas?

— Krysta. ¿Y tú eres...?.

— Harry Potter.

Krysta abrió los ojos con claro asombro y miró la frente de Harry.

— No puede ser… ¿De verdad? Siempre quise conocerte, pero jamás pensé que sería en un sitio así —hizo un amplio ademán que abarcó el lugar entero—. Qué raro que precisamente tú hayas aparecido aquí, de pronto.

— Ya, bueno... —Harry cambió rápidamente de tema—. ¿Qué tal si nos sentamos?

La chica estuvo de acuerdo, así que los dos se dirigieron al ángulo más oscuro. Allí, Harry pudo distinguir con asombro, una manta vieja tirada en el suelo y algunos restos de comida metidos dentro de una bolsa de plástico. Se sentó mirando los artilugios con curiosidad.

— No es gran cosa —dijo Krysta mientras se sentaba a su lado—… pero no encontré nada mejor. ¿Y que hay de tu historia?

Intrigado por el peculiar modo de vida de Krysta, Harry comenzó a relatar su historia, desde la reaparición de Voldemort hasta el momento en que se había metido en el despacho de Snape y había acabado a un siglo de distancia de dónde se encontraba. La niña lo escuchó con curiosidad e interés durante todo el tiempo y sin interrumpirlo ni una sola vez. Cuándo por fin hubo acabado, la miró y le preguntó.

— Bueno, eso es todo, ¿qué te aparecido?

— Sorprendente. Así que simplemente te encontraste la piedra en tu habitación, ¿no? No lo entiendo...estás aquí únicamente por casualidad, pero es una casualidad demasiado grande, ¿no te parece?

— Sí, todo esto es demasiado raro. No podía creer que Hogwarts se hallara en ruinas...

—Oh, lleva mucho tiempo destruida... desde mediados de la Guerra Mágica. No sé lo mucho que sabes sobre el tema.

— Poco. Un hombre me habló de ella en un museo.

— ¿Hablaste con un hombre en un museo? No ha sido muy prudente por tu parte. Si descubren que eres mago... es más, si descubren que eres Harry Potter… aquí todos maldicen ese nombre, ¿sabes? —dijo Krysta con una triste sonrisa.

— ¿Todos? No lo entiendo. Él habló de mí como si hubiera sido secuaz de Voldemort, pero yo nunca... quiero decir, es completamente imposible.

— Siempre es quien menos te esperas, pero por favor, no pronuncies ese nombre. Sólo escucharlo me pone los nervios de punta —Krysta se estremeció.

— Lo siento —se excusó Harry—, pero creo que es tu turno. Aún hay muchas cosas que no entiendo.

Krysta se recostó contra la pared y permaneció callada unos segundos, como pensando por donde empezar. Finalmente comenzó sin mucho entusiasmo. Parecía que le dolía hablar de su pasado.

— Bien, yo llegué aquí hace cinco años. Quería entrar en Hogwarts, pero nunca tuve ocasión de hacerlo. Fue un año antes de entrar cuando sucedió todo. El caso es que mi padre me dio esa extraña piedra un día. La habían encontrado registrando la casa de un contrabandista y nadie la quería. Como mi padre trabajaba en el ministerio, se la dieron, pues no consiguieron encontrarle ningún valor. Yo se la pedí porque me gustó mucho y él me la dio. Fue al cabo de varios meses cuando descubrí que podía utilizarla. No sé cómo exactamente, pero de alguna manera yo sabía lo que tenía que hacer para usarla, como cuando mueves un brazo o montas en bici. No sé explicarlo mejor.

Harry sabía a qué se refería. Él había sentido lo mismo la primera vez que había montado en una escoba voladora.

— Bueno, pues a partir de entonces la piedra se convirtió en mi juguete favorito. Viajaba a otras épocas de vez en cuando y volvía cuando quería. Y podía hacerlo con toda naturalidad. Ni yo misma sé por qué. Nunca se lo conté a nadie. Era, digamos, mi secreto más profundo. Pero un día, llegué sin planteármelo a esta época horrible. No tardé mucho en comprender todo lo que pasaba. Horrorizada, traté de volver para advertir a todo el mundo. Ya no importaba el secreto, tenía que volver y cambiar las cosas. Pero cuando quise, me fue imposible —Krysta tenía un nudo en la garganta, parecía que le faltaba la voz.

— ¿Por qué? —preguntó Harry.

— Pues... supongo que porque no hay magia en el ambiente. Aunque puedo usar la piedra no soy una bruja muy poderosa, mis padres pensaban que era squib. Sin un entorno mágico para apoyar mis poderes, me fue imposible activarla. A lo mejor podría haber llegado a conseguirlo con el tiempo, pero no puedo saberlo porque poco después de llegar la piedra desapareció. No pude encontrarla por más que busqué. Hice todo lo posible para recuperarla, pero la había perdido. No sabía qué hacer…supongo que comprenderás la situación cuándo te vi con ella. Creí que me moría.

— Ya, y pensaste que yo te la había quitado.

— Eso mismo. Una suposición tonta si tenemos en cuenta que hace cinco años de todo esto y que la piedra podía simplemente habérseme caído pero...estaba tan desesperada... No tienes ni idea Harry. Llevo casi cinco años metida en un asqueroso centro antimagia. Me encontraron perdida por las calles de Londres y como no hallaron a mis padres me hicieron las pruebas de magia. Descubrieron que yo era una bruja y me llevaron a un centro de magos huérfanos. Allí pude aprender algo de historia. Nos contaron cómo un terrible mago, Quien-Tú -Sabes, había llegado al poder como líder de los demás magos y que había comenzado a hacer cosas terribles. La tomó con los muggles. Y, ¿sabes? Ése fue su gran error. Los muggles no tienen magia, pero dominan la tecnología mucho mejor que los magos. Crearon unos escudos antimagia que neutralizaban por completo los efectos de esta. Con ellos se volvieron invencibles. Los magos quedaron aplastados por la tecnología muggle, las criaturas mágicas fueron llevadas a reservas...los muggles tienen el control, pero temen y odian a los magos más que nada en el mundo. Y es normal. El problema es que los magos también tememos y en muchos casos odiamos a los muggles. Ojalá pudiéramos vivir juntos, ¿no te parece? Juntar magia y tecnología...sería genial. Pero los muggles ya no confían en la magia. Por eso me temen a mí también. Llevan cinco años tratando de robarme la magia, mi magia, pero no han podido. He hecho lo posible para disimular que las pruebas, la motivación moral que nos inculcaban y los brebajes que me daban hacían su efecto, pero en realidad yo no hacía nada de eso. No prestaba atención a lo que me decían, pero fingí ser una fantástica niña buena y educada. Una muggle perfecta. Dio resultado. Hace dos meses logré escaparme. Ya no podía más. Añoraba tanto poder usar mi varita… pero me la habían quitado y destruido. Vine corriendo hacia aquí esperando encontrar en Hogsmeade algún aliado. Llevo de cabeza al "Departamento Británico Antimagia" desde entonces. No han podido encontrarme. Ni siquiera yo puedo creérmelo. Y parece que ha valido la pena —Krysta dirigió una elocuente mirada a Harry y a la piedra que sostenía en la mano—. Si nos vamos, Daniels ya no podrá encontrarme jamás, se volverá loco.

Krysta rió nerviosamente.

— Pero, ¿quién es Daniels? —Harry recordó que el viejo del museo también lo había nombrado.

— Oh, Roger Daniels es el director del "Departamento Británico Antimagia". No puedes imaginar cuánto odia a los magos. Creo que en el pasado lo pasó mal por culpa de ellos. Me parece que conoció la "Guerra Mágica". Sí, no me extrañaría. Es perfecto para el cargo, persigue a los magos sin descanso. Él mismo se está ocupando de mí. Seguro que no duerme desde hace semanas por mi culpa, debe de estar paranoico —Krysta volvió a reír.

— ¿Y si te encuentra?

— Adiós a mi magia, no creo que tuviera tanta suerte una segunda vez. Pero tenía la esperanza de llegar a Hogwarts antes de que eso ocurriera. Aún estando en ruinas, es un lugar objeto de numerosas supersticiones. Nadie entrará ahí. Ni siquiera Daniels. De todas maneras, eso ya no importa. Ahora podremos volver.

En los ojos de Krysta se volvió a pintar la avidez, pero Harry no la miraba. Se había quedado mudo. Menuda historia. Todo aquel tiempo lejos de su casa, de su vida, de su magia... en un lugar donde todos la temían o peor aún, la odiaban. Harry sintió compasión por ella.

— ¿Y no has usado la magia desde hace cinco años? —preguntó al cabo de un rato.

— No. Es demasiado difícil, incluso con varita. Ya no hay magia en el ambiente.

— ¿En serio? —Harry se puso de pie—. Voy a comprobarlo.

Sacó su varita y murmuró: "lumos", pero de ésta únicamente salió una diminuta llama azul que se extinguió con la misma rapidez con la que había surgido.

— Te lo dije. Es imposible. La magia de tu cuerpo y la de la varita no es suficiente. Para crear hechizos externos es necesario que haya magia también en el exterior. Sólo podrían funcionar hechizos muy concretos que se basan en la propia magia del individuo. Por ejemplo... no sé, las curas mágicas o la legilimancia. Es posible que la Piedra del Tiempo también pueda llegar a funcionar.

Harry volvió a sentarse, decepcionado. Obviamente, él no sabía aún usar la telepatía ni las curas, sólo estaba en quinto. La magia no le servía de nada allí más que para hacer chispas de colores.

— No hay magia en el ambiente... ¿por qué? —preguntó.

—Pues...no estoy segura. Puede que la magia necesite de alguien que la use para regenerarse o que la hayan eliminado los muggles. La verdad es que no puedo explicarlo porque ni siquiera entiendo bien lo que es la misma magia. Seguro que mi tío Andy lo sabría. Él estudiaba estas cosas.

Harry meditó durante un rato todo lo que Krysta le había contado. Era tan...raro... no había otra palabra mejor. Y allí estaba él. Con una reliquia de la época de los fundadores, que no sabía ni siquiera cómo había encontrado, en una época triste y dura, en la que los muggles y los magos, casi extintos, se odiaban terriblemente, con una niña que sabía usar la piedra y que se había quedado atrapada a través del tiempo. Increíble. Ahora ya no podía decir que el curso estaba resultando tranquilo. Pero ya era hora de volver. De volver y contarlo todo. Quizá podrían cambiar ese futuro erróneo. Porque era un futuro equivocado, que no debía existir jamás. Además, allí no estaban seguros ninguno de los dos.

— Oye, Krysta...creo que ya sé todo lo que quería saber, si te parece...bueno, podríamos volver. Supongo que estarás ardiendo en deseos de encontrarte con tus padres, ¿no?

La expresión de Krysta se ensombreció de pronto.

— Oh, sí...pero no podré. Están muertos, ¿sabes? Desde hace tiempo.

Harry se puso rojo hasta las orejas. Vaya metedura de pata. Sintió una terrible compasión hacia Krysta. Había llevado una vida dura. Él también había perdido a sus padres y vivía con los horribles Dursley, pero por lo menos tenía muy buenos amigos y no se sentía infeliz para nada. Pero ella…estaba sola. Harry se sintió muy torpe de repente.

— Vaya...yo, lo siento, no... no pretendía... —balbució Harry.

— Déjalo —cortó Krysta dirigiéndole una sonrisa para tranquilizarlo—. No tiene importancia. No lo sabías. Pero escucha, no creo que debamos irnos ahora. Necesitas descansar.

— ¡No, de verdad! Podemos irnos ya, no hay ningún problema.

En realidad, Harry estaba agotado y le dolía mucho el golpe de la cabeza, que le palpitaba de una forma muy molesta. De todas formas pensó que era mejor irse cuanto antes.

— Lo digo en serio, Harry. Viajar por el tiempo no es cuestión de un segundo. Requiere un gran esfuerzo mental y como te he dicho nunca he sido capaz de hacerlo desde aquí. Además, somos dos, y por tanto se necesitará el doble de concentración. Nunca he viajado con más de una persona. Por eso es mejor que lo intentemos mañana, ahora no estás en condiciones.

—Bueno, vale. Siendo así... —Harry aceptó finalmente, bastante agradecido.

Ambos se tumbaron sobre la manta raída. Harry usó su túnica para cubrirlos a ambos y así protegerse del frío. Se dieron las buenas noches y cerraron los ojos. Ninguno consiguió dormirse hasta después de un buen rato.

— ¡Harry, despierta! ¡Despierta!

Harry oía en sueños cómo un susurro repetía su nombre incesantemente. Poco a poco, el susurro fue tomando claridad, forma, Harry empezaba a entender su significado, las sombras se disipaban, la memoria iba espabilando...Harry se despertaba. Finalmente, también su cuerpo despertó junto con la mente y abrió los ojos rápidamente. Aturdido, se dio la vuelta y vio a Krysta que lo sacudía frenéticamente. Se incorporó todavía medio dormido pero mejor que la noche anterior. La cabeza ya no le dolía y notaba los miembros mucho más descansados, aunque todavía algo entumecidos por el sueño. Se puso las gafas y se dio cuenta por la expresión de Krysta de que algo grave pasaba. Extrañado, le preguntó a qué venía todo aquello.

— ¡Están aquí, Harry! ¡Nos han encontrado! No sé cómo pero...

— Espera, ¿quién está aquí? ¿Quién nos ha encontrado?

— ¡Daniels! Y con el vienen un montón del departamento. Estoy segura de que creen que soy peligrosa. Y si te ven a ti…si descubren que eres Harry Potter...se harán preguntas. ¡Porque se supone que tú estás muerto!

Harry comprendió de pronto la gravedad de la situación. Se puso de pie rápidamente.

— ¿Dónde están? —preguntó.

— Vienen por la calle. Ya deben de estar llegando. Los he visto hace un segundo, cuando me he asomado —Krysta parecía a punto de arrancarse los pelos.

— Bien, que no cunda el pánico. Tenemos la piedra, ¿no? ¡Usémosla! ¡Volvamos!

— Pero...no puedo...se necesita tiempo... —Krysta se estrujaba las manos con nerviosismo—. Ya te dije que no es cuestión de un segundo.

Harry chasqueó la lengua con fastidio. Si había algo de lo que no iban sobrados, eso era tiempo.

— Bien, bien, pensemos...debe haber algún lugar donde no puedan encontrarnos.

De pronto, ambos se miraron y se compenetraron únicamente con la mirada. Ese lugar era la escuela de Hogwarts. Nadie se atrevería a buscarlos allí. Tenían que llegar a las ruinas como fuera. Eran su única esperanza. No había otra salida. Sin pensarlo más, cogieron sus pertenencias (es decir, la piedra y la túnica de Harry) y corrieron hacia la salida, pero de pronto, una silueta se recortó contra la vaga luz que entraba en el almacén desde el umbral sin puerta que le daba acceso. Ambos se quedaron sin respiración.

— ¡E...es Daniels! —Dijo Krysta con la cara desencajada.

Un hombre alto y aterrador los miraba con dos fieros ojos castaños, ocultos entre las sombras que le proyectaba en la cara un gran sombrero negro. Llevaba una capa negra que lo cubría casi por completo, y por debajo de la cual asomaban dos brillantes zapatos negros. Harry supo de pronto de qué le sonaba aquella calle.