12. Escapar en el tiempo
Harry sintió que se le venia el mundo encima. ¿Era él? ¿Por qué? ¿Qué tenía que ver ese hombre con él? Lo había visto antes, en sus sueños y visiones, pero no tenía sentido. Harry no lo conocía, ¿cómo había podido soñar con él? Por desgracia, no era un buen momento para hacerse ese tipo de preguntas. La mirada de hielo que les lanzaba Roger Daniels no era cosa de risa. Harry miró a Krysta, que tenía los ojos fuera de las órbitas y se cogía a su brazo como si tuviera miedo de que Harry se le pudiera escapar. Otros hombres del departamento antimagia aparecieron por detrás de Daniels.
— La tenemos —dijo éste con una voz grave que ponía los pelos de punta.
Los hombres miraron a Krysta con satisfacción y a Harry con asombro.
— ¿Y quién es el otro? —preguntó uno de ellos, cuya cara alargada y excepcional altura le daban pinta de saltamontes.
— No lo sé, cogedlo también, puede ser uno de ellos —respondió Daniels clavando sus fríos ojos en Harry.
Harry se dio cuenta al instante de que dialogar era algo completamente inútil en esa situación. Cogió a Krysta por el brazo él también y le lanzó una elocuente mirada.
— ¡CORRE! —exclamó.
Harry echó a correr tirando de Krysta. Rápidamente, se dirigieron hacia la puerta dónde la silueta de Daniels les cortaba el paso. No tenían más remedio que esquivarlo si querían salir de allí. Con un rápido movimiento, Krysta se zafó de Harry y se lanzó por el lado derecho de Daniels, pasando bajo su brazo. Comprendiendo al instante las intenciones de la chica, Harry se lanzó por el lado izquierdo, pero no fue lo bastante rápido. Un brazo de acero se cerró en torno a la muñeca izquierda de Harry. Éste empezó a forcejear, tratando de librarse de la tenaza de Daniels mientras Krysta corría calle abajo sin percatarse de lo ocurrido. Harry empezaba a pensar que estaba perdido, cuando una mancha blanca saltó del bolsillo de la túnica que aún llevaba bajo el para morder a Daniels en la mano. Éste aflojó el apretón debido al dolor y soltó a Harry que salió corriendo detrás de Krysta. Sin creer todavía en su suerte, Harry pensó que cuando volviera le daría a Sacch toda la hierbabuena que pidiera. Ya le había salvado dos veces. Una de acabar con la nariz rota y otra de ser metido en un centro antimagia. Sacch siguió a Harry a la carrera y saltó sobre la túnica volviéndose a meter en el bolsillo. Harry y Krysta se lanzaron a todo correr a través de la calle seguidos muy de cerca por los hombres del departamento y por los atronadores gritos de Daniels.
— ¡Imbéciles! ¿Por qué no los habéis cogido? Más os vale que no se escapen. ¡Y coged también a la rata! ¡Es peligrosa!
¿La rata? Si hubiera podido usar la magia, Harry le habría echado una maldición. Pero no era el momento más apropiado para hacerse el fuerte. Si no escapaban...Harry no quería ni pensarlo.
— ¿Dónde vamos? —preguntó a Krysta entre resoplidos.
— Hacia Hogwarts. Pero antes hemos de despistarlos. No podremos llegar a Hogwarts corriendo sin parar.
— Corramos hacia el museo —propuso Harry —. Allí hay mucha gente y les será difícil encontrarnos.
Krysta aceptó y ambos echaron a correr hacia la zona concurrida del museo. Doblaron por la calle de la derecha y se lanzaron a través de un oscuro callejón, a otra calle más ancha. La avenida del museo no debía de estar lejos. Harry seguía a Krysta sin saber muy bien a dónde iban, pero la chica parecía tenerlo muy claro. Daniels y sus hombres los seguían muy de cerca, corriendo sin parar por detrás de ellos. Ya no gritaban, pero sin duda estaban mucho más nerviosos que antes. Harry no estaba muy seguro de que pudiera escapar de allí.
— ¡Mira! —gritó Krysta señalando hacia delante —. ¡El museo!
Habían llegado. A pesar de ser temprano la ancha avenida del museo estaba bastante concurrida. Numerosos coches la atravesaban por el centro y los peatones caminaban rápidamente por la acera dirigiéndose al trabajo. Harry reconoció al instante la calle. Con la velocidad del rayo, se internaron entre la gente, con el fin de despistar a sus perseguidores. Al verlos, la gente se apartaba asombrada para dejarles paso y murmuraban confusos sin quitarles la vista de encima. No eran precisamente discretos, pensó Harry, si se paraban a mirarlos así, los encontrarían en seguida. De pronto, oyó algo a sus espaldas que le puso los pelos de punta.
— ¡Deténganlos! ¡Son niños magos fugados! ¡No dejen que se escapen!
Era la voz de Daniels. Sin embargo, y a pesar del respeto que les merecía el director del Departamento Británico Antimagia, la gente dudó. Parecían tener miedo de tocar a dos niños magos. De todas formas, Harry sabía que tenían las de perder. La gente confiaría antes en Daniels el salvador muggle, que en ellos dos, unos magos malvados y depravados. No tenían más remedio que despistarlos pronto si querían escapar de allí. Harry se fijó en el semáforo de peatones que estaba en rojo. Quizás... si. Era una locura, pero tenían que intentarlo.
— ¡Krysta, sígueme! ¡Y no te asustes, por favor, confía en mí!
La chica se giró y miró a Harry extrañada. ¿Qué se proponía? Vio que Harry giraba hacia el semáforo de peatones y lo siguió. Justo al otro lado de la calzada estaba el museo mágico. El más grande de Gran Bretaña desde 2062, lo conocía muy bien. No le gustaba nada aquel lugar. De pronto cayó en la cuenta de lo que Harry quería hacer y se le secó la boca. Si aquello salía mal...vio que el chico se lanzaba a todo correr por la calzada con el semáforo en rojo. Krysta lo siguió muerta de miedo. Los coches pasaban a montones, un paso en falso y aquello sería el fin de ambos. Harry continuaba a la carrera sin mirar ni dónde ponía los pies. Si conseguían pasar serían libres. Un coche frenó en seco con un pitido estridente para no llevarse por delante al asustado Harry que no paró de correr. El conductor se asomó por la ventanilla con cara de pocos amigos justo cuando Krysta pasaba.
— ¡Suicidas! ¿Queréis matarnos a todos o qué? —gritó.
Pero no le prestaron atención. Unos metros más y... Krysta vio como Harry alcanzaba la acera un poco por delante de ella. Aliviada, continuó corriendo, un poco más llegaría ella también. Estaba a punto de pisar la acera cuando un coche que venía a toda velocidad se lanzó sobre ella sin tiempo de frenar. Haciendo acopio de todos sus reflejos, Krysta dio un salto hacia delante y rodando por el suelo alcanzó la acera justo cuando el coche pasaba por detrás de ella. Alarmado, Harry se acercó y la ayudó a levantarse. Lo habían logrado. Sus perseguidores se habían quedado al otro lado del semáforo considerando inútil arriesgar la vida por ellos. Eso les daba un poco de tiempo.
— Venga, entremos en el museo —dijo Harry sujetando a la temblorosa Krysta.
— ¿En el museo? Ni hablar, es una trampa perfecta.
— ¿Entonces...?
— Ven, sígueme tú ahora.
Krysta cogió ahora a Harry y de nuevo echaron a correr. Bordearon el museo y llegaron a un jardín que había en la parte trasera de éste. El jardín era enorme y estaba lleno de árboles. Harry pensó que se esconderían en alguno de los matojos, pero no fue así. Krysta lo guió hasta una zona peculiarmente frondosa del jardín. Allí había algunos edificios de bares y heladerías. La chica rodeó los primeros y se dirigió al último edificio. Uno bajo y oscuro, que parecía abandonado. Un cartel de neón roto anunciaba: heladería Frostie's. Krysta entró en su interiror todavía tirando de Harry. Dentro estaba todo muy oscuro y había numerosas sillas y mesas cubiertas de polvo. Un cartel en la pared decía: cerrado por reformas. Harry miró interrogante a Krysta.
— Lleva unos meses abandonada. La vi una vez que me dirigía hacia Hogwarts. Hay muchos lugares donde esconderse por aquí, mientras buscan ganaremos un poco de tiempo —Krysta exhaló aire, le faltaba el aliento después de la carrera—. Descansemos un segundo y volvamos hacia Hogwarts. Ahora los hemos despistado, pero no podemos cantar victoria.
Jadeante, Harry se apoyó en la pared.
— ¿Estás segura...de qué...los hemos...despistado? —dijo Harry entre jadeos.
— No, pero espero que hayan pensado como tú y ahora estén dando vueltas por el museo.
— Bien —Harry sonrió aliviado—, vayamos ya hacia Hogwarts. No quiero esperar más. Allí gozaremos de todo el tiempo del mundo para regresar.
Krysta asintió y siguió a Harry fuera de la heladería.
— ¿Qué podemos hacer?
Ron caminaba nervioso de un lado a otro de la sala común. El reloj de pared había dado las doce y la sala se hallaba completamente vacía salvo por él y Hermione. Un fuego inextinguible ardía crepitante en la chimenea. Hermione se hallaba sentada junto al fuego, mirando impasible las llamas. Se mordía el labio inferior con claro nerviosismo y se sujetaba las manos con fuerza. Parecía no haber oído a Ron.
— Dime, ¿qué podemos hacer, Hermione?
Hermione se giró por primera vez en todo el rato para mirar a Ron a la cara. Como ella, éste estaba inusualmente pálido. No paraba de moverse nervioso de un lado para otro, mesándose el abundante pelo rojo y agitando la cabeza con preocupación. Ahora se había detenido y miraba expectante a Hermione aguardando una respuesta.
— No lo sé, Ron —Hermione movió la cabeza con tristeza—. He tratado de hallar una solución, pero...
Volvió a morderse el labio. Ron exhaló un largo suspiro y con evidente desesperación se dejó caer en otro sillón junto a Hermione.
— Lleva cinco días desaparecido, Hermione, no podemos esperar más. ¿Y si no vuelve?
Hermione cerró los ojos y se echó hacia atrás en el sillón. Los volvió a abrir muy lentamente y miró a Ron de nuevo.
— Lo sé. Pero no hay nada que nosotros podamos hacer. Podría estar en cualquier parte…
— ¿Y crees que no lo sé? —Ron frunció el ceño consternado—. Aún así, hemos de intentar algo. No podemos quedarnos de brazos cruzados.
— Oh, he pensado en mil maneras de ir a buscarlo y ninguna parece posible —Hermione parecía impaciente—. No se trata de ir a buscarlo a la vuelta de la esquina, Ron, ha viajado en el tiempo. ¿Cómo crees que podemos encontrarlo si no tenemos nada con lo que viajar por el tiempo?
— Así que estás segura ¿no? Ha viajado en el tiempo. ¿Pero cómo...?
— No lo sé. Estoy igual que tú, has de comprenderlo. Sólo hay una cosa de lo que estoy segura. Harry ya no está en nuestra época, por lo tanto cualquier intento de ir a buscarlo va a resultar inútil.
— ¿No crees que lo encuentren? Ya sabes que han mandado gente a buscarlo.
— No lo encontrarán, a menos que averigüen dónde está y como ir a buscarlo, y no —añadió rápidamente viendo que Ron iba a preguntar algo más—, no me he equivocado, Ron. Ha-viajado-en-el-tiempo.
Ron cerró la boca al instante y asintió con aspecto de tener un nudo en la garganta. Hubo un silencio algo prolongado tras el cual, Ron volvió a hablar.
— Pero...nosotros podríamos...me niego a creer que no hay formas...por ejemplo, está el giratiempo...
Hermione rió escépticamente.
— Oh, claro, el giratiempo, qué buena idea —dijo con un irritable tono sarcástico—. ¿Te crees que no he pensado en eso? Vale, te invito a que pruebes. Si eres capaz de darle millones de vueltas, una por cada hora, e ir preguntando cada vez: "Buenas, ¿han visto a Harry Potter por aquí? Es que viajó en el tiempo hace unos días y se nos ha perdido", tendré que felicitarte, Ronnie.
— Bien, vale, lo he captado. Mira que eres antipática ¿eh? —contestó Ron cruzándose de brazos.
— Lo siento —se excusó Hermione—, es el estrés. No tengo ni idea de cómo vamos a salir de esta. De todas formas, sigo opinando que deberíamos hablar con alguien.
Ahora fue Ron quién habló escépticamente.
— Si, ya. ¿Esa es tu gran solución? Ya lo hemos discutido Hermione, no hay nadie en quién podamos confiar plenamente en todo el castillo. La Piedra del Tiempo es algo demasiado valioso como para...
— Bien, bien. Ya lo sé. Pero si lo piensas es lo único que podemos hacer —cortó Hermione.
— En ese caso, no podemos hacer nada —dijo Ron tajantemente—. Aunque me resisto a creerlo.
— Esperemos... —Hermione volvió a reclinarse en el sillón— sólo un día más, Ron. Uno más y le contamos a la profesora McGonagall la verdad.
Ron meditó durante unos segundos la propuesta de Hermione y finalmente aceptó. También él se reclinó en el sillón y clavó los ojos en el fuego, que seguía su interminable y crepitante danza.
— Si tan sólo él estuviera aquí... —Ron movió la cabeza con tristeza y, tras un rato de incómodo silencio, se despidió de Hermione y subió al dormitorio de los chicos.
El sol ya había sobrepasado la línea del horizonte y calentaba a conciencia con sus luminosos rayos. Hacía rato que Harry y Krysta habían salido de la vieja heladería y habían atravesado las afueras de Hogsmeade. Acababan de llegar a lo alto de la colina por la que había subido Harry la noche anterior para llegar a Hogsmeade. Harry se había puesto la túnica de nuevo, convencido de que ya no llamaría la atención para nada. Con buen humor creciente, enfilaron por el gastado camino de tierra que llevaba a Hogwarts. Sólo quince minutos más de camino y serían libres. Harry se preguntó qué estarían haciendo Ron y Hermione en ese momento. Supuso que estarían muy preocupados por él. Lo mejor era darse prisa. No sólo corrían grave peligro quedándose allí, sino que debían volver a su época y contar todo lo que habían descubierto. Era todo tan horrible...no podían permitir que algo así llegara a ocurrir. Harry estaba tan ansioso por salir de aquella época que sin darse cuenta había comenzado a andar a grandes zancadas dejando a Krysta algo atrasada. Ésta se apresuró para alcanzarlo.
— Haces bien en correr, no hemos sido muy discretos, ¿sabes? A pesar de lo que te dije me extraña que los despistáramos tan fácilmente —dijo ella una vez se puso al lado de Harry.
— Bueno, no creo que nos cojan ya —contestó éste visiblemente animado.
— No sé...no quiero confiarme.
— Tranquila, estamos bastante cerca de Hogwarts. Y allí ya no se atreverán a entrar. Eso me dijiste ¿no?
— Sí...eso es lo que dije...espero no haberme equivocado —Krysta parecía mucho más asustada que Harry.
— Venga, deja de preocuparte. ¿Ves a alguien por aquí?
— No —tuvo que admitir Krysta.
— Pues entonces.
Harry siguió andando. El miedo de Krysta no había afectado para nada a su buen humor. Aunque Voldemort hubiera resurgido, prefería cien mil veces antes su época que aquélla. Eso le recordó algo que quería preguntarle a Krysta desde hacía un tiempo.
— Oye, Krysta, de todo eso que me contaste... lo de los magos que mataban muggles... hay una cosa que no entiendo.
— ¿Qué?
— Pues... ¿por qué los magos hacían daño a los muggles? No todos eran como Vol... perdón, Quien-Tú . Por ejemplo, Dumbledore nunca habría hecho algo así.
— No, pero Dumbledore no pudo evitarlo. Quién-Tú-Sabes adquirió un poder tal, que sobrepasó con creces el de Dumbledore. No sé bien como, yo sólo sé lo que me han enseñado, pero supongo que conseguiría numerosos seguidores. En algunos años, volvió a ser tan poderoso como antes, y después de un tiempo, se volvió prácticamente imparable. Impuso sus ideas, supongo, y trató de eliminar a los de sangre mezclada y a los muggles. Ahí es donde se equivocó.
— O sea, que todo esto es obra de Voldemort. Ese miserable... tenemos que pararlo como sea —dijo Harry apretando los puños—, no podemos dejar que...
Harry se calló, pues Krysta había dado un respingo y se había quedado muy quieta. Parecía estar escuchando algo.
— ¿Oyes? —preguntó.
Harry se detuvo también y agudizó el oído. Parecía como una especie de murmullo. Un ruido de motor que se acercaba cada vez más.
— ¿Qué es? —preguntó Harry a su vez todavía con la oreja puesta.
— Parece un coche...venga, apartémonos antes de que nos vean.
Harry asintió y echó a correr junto a Krysta por el maltrecho camino. Unos árboles fueron apareciendo a su derecha, formando un bosque cada vez más frondoso. No se lo pensaron dos veces. Se metieron de cabeza entre los árboles. Pronto vieron aparecer por el camino que acababan de abandonar, tres coches blancos que parecían oficiales. Llevaban una especie de escudo en la puerta con las iniciales DBA. Para Harry aquello no decía mucho, pero en cuanto los vio, Krysta ahogó un grito.
— No me digas que son del departamento antimagia —dijo Harry al apreciar la reacción de la chica.
Ésta se limitó a asentir enérgicamente con la cabeza. Estaba lívida. Los coches pararon unos metros más adelante por el camino y surgieron dos personas de cada uno. Harry reconoció al tipo con pinta de saltamontes que había visto aquella mañana junto a Daniels, pero por suerte, éste no estaba. Los hombres se reunieron en el centro del camino y Harry agudizó el oído de nuevo para oír lo que decían.
— Mirad bien. Éste es el sitio más probable. Nos dividiremos. Si veis algo, llamad a los otros y avisaremos a Daniels, ¿está claro? —dijo el que tenía pinta de saltamontes.
— Una pregunta, Rob. ¿Qué aspecto tienen esos chavales? —preguntó otro bajo y calvo.
— El niño es moreno y con gafas, la niña es rubia con la piel morena y va muy sucia —contestó Rob, el saltamontes.
— ¿Y si están en el castillo? —preguntó una que parecía visiblemente molesta de andar por aquellos lares.
— Entonces que se queden ahí, por que yo no pienso entrar. Y ahora, manos a la obra. Dividámonos —Rob dio una palmada y los demás se dividieron por parejas.
Harry miró aterrado a Krysta que le devolvió una mirada idéntica. Se habían dividido por toda la ciudad y los contornos para buscarlos. Y no sólo eso. Harry pudo apreciar que iban armados con pistolas. Tenían que entrar en el castillo cuanto antes. Los dos se quedaron muertos de miedo cuando vieron que la chica molesta y otra que no había hablado antes se acercaban al lugar dónde estaban ocultos. Harry tiró de Krysta y se la llevó más adentro en el bosque. Harry cayó en la cuenta de pronto, de que aquello no era otra cosa que el bosque prohibido.
— ¡Krysta! ¡Mira! ¡Estamos en el bosque prohibido de Hogwarts! Si seguimos en aquella dirección saldremos cerca de la cabaña de Hagrid, estoy seguro. Entonces no tendremos más que correr al castillo como alma que lleva el diablo y entrar.
— Parece muy arriesgado —dijo la chica no muy convencida.
— Ya, pero es el único plan que tenemos, venga, hemos de hacerlo antes de que llamen a Daniels o la habremos fastidiado. No te desanimes.
Finalmente Krysta se resignó al plan de Harry. La única manera de escapar era arriesgarse. Pero le daba tanto miedo tirar por la borda la única esperanza que tenía de volver a su tiempo...No le dio tiempo de seguir pensando. Harry la había cogido del brazo y tiraba de ella otra vez. Se internaban cada vez más en el frondoso bosque, con lo que era muy difícil distinguirlos. Los muggles no se habían percatado de su presencia. Hasta el momento todo iba bien, se dijo Harry, pero una vez alcanzaran la cabaña de Hagrid sería otra cosa. Entonces ya no tendrían árboles que los cubrieran, y tendrían que darse prisa si querían alcanzar Hogwarts antes de que los pillaran. Continuaron corriendo por el bosque, poniendo mucho cuidado en no desorientarse. A lo lejos les llegaban las voces de los muggles que se llamaban a voces por si alguno había encontrado algo. Harry se sintió aliviado cuando oyó la voz del tipo gordo y calvo que gritaba: "¡Nada por el momento!".
Parecía que los árboles comenzaban a ser más escasos. El linde del bosque no debía de estar lejos.
— ¡Por aquí! —susurró Harry tirando de Krysta hacia un pequeño claro que se abría a su izquierda.
Al cruzarlo y pasar los últimos árboles, se hallaron justo detrás de la cabaña de Hagrid. Lo primero estaba hecho. A pesar de que la estructura de la cabaña estaba tan deteriorada que apenas se distinguían las paredes y toda la madera estaba podrida, lo que quedaba en pie era suficiente para ocultarlos a los dos. Harry se asomó por el borde de la pared posterior, tras la cual se habían ocultado y echó una ojeada. Vieron a cuatro de los miembros del departamento rastreando los terrenos de enfrente del colegio. Faltaban las dos mujeres que se habían metido en el bosque. Si no se daban prisa podrían tener problemas, ya que aquellas dos estaban detrás de ellos y si se acercaban a la cabaña, los verían sin dificultad. Harry miró a Krysta, que observaba expectante y muy concentrada a los cuatro hombres que rastreaban por delante de ellos.
— En cuanto se alejen un poco de la entrada, salimos, ¿vale? —le dijo Harry.
La chica asintió en silencio. Todavía estaba pálida. Después de un poco de tiempo, y cuando Harry ya empezaba a preocuparse, los hombres parecieron dispersarse. Dos se dirigieron a la parte posterior de las ruinas y los otros fueron hacia el lugar aproximado donde se hallaban los antiguos invernaderos. Era el momento, no podían esperar más.
— ¡Vamos! —gritó Harry, y cogiendo por la muñeca a Krysta, salió corriendo hacia la entrada.
Los rastreadores tardaron unos segundos en caer en la cuenta de que algo no funcionaba. Pero las fuertes pisadas de los dos niños sobre la tierra mientras corrían, les hicieron comprender lo que pasaba. Al girarse los vieron correr hacia la entrada e inmediatamente se lanzaron en su persecución.
— ¡Son ellos, están ahí! —gritaba Rob mientras corría para alcanzarlos— ¡Eliza, Mary! ¡Venid, están aquí!
Las dos mujeres que se habían metido en el bosque no tardaron en aparecer y unirse a la persecución. Harry vio como los dos hombres que estaban en los invernaderos, uno de ellos Rob, corrían cada vez más cerca de ellos. El otro, uno que no había hablado todavía, corría mucho más rápido que Rob, ganando distancia poco a poco.
— ¡Quietos! —gritaba—. ¡No escaparéis! ¡Niños, estaos quietos de una puñetera vez!
Harry hizo caso omiso. Con el corazón en un puño y cada vez más cansado, corría sin detenerse hacia la entrada de las ruinas. No podía parar. Era su última esperanza. Krysta corría a su lado, jadeante y más pálida que nunca. Pero tampoco se detenía. Un poco más y serían libres...sólo un poco más. Un chasquido llamó la atención de Harry a su espalda. Al girarse, pudo comprobar con horror que les estaban disparando. Una bala dio cerca de las piernas de Harry y levantó una piedra que le golpeó detrás de la rodilla. Estuvo a punto de caer, pero conservó el equilibrio y siguió adelante.
— ¿Qué hacéis? ¡Por el amor de Dios, Ander! ¡No dispares, los vas a matar! —oyó Harry que decía una de las mujeres.
Pero eso a él ya no le importaba. Estaba a punto de llegar. La entrada del castillo se hallaba sólo a unos pocos metros. Estaban a punto de lograrlo. El plan iba a dar resultado. Era algo increíble. Harry ya iba a cantar victoria cuando dos figuras más se les lanzaron encima. Eran los dos que se habían metido por detrás de las ruinas. Las habían bordeado y les habían cortado el paso por delante. No tuvieron tiempo de reaccionar. Los otros dos fueron más rápidos y los cogieron por los brazos. Harry vio que el tipo gordo y calvo agarraba a Krysta sujetándole los brazos detrás de la espalda. Ésta se debatía furiosamente dando mordiscos a diestro y siniestro, pero el otro la tenía bien cogida.
— ¡Los tenemos! —dijo el que sujetaba a Harry con una amplia sonrisa.
Los otros se acercaron jadeantes y sudorosos. Parecían de muy mal humor.
— Venga, llevémoslos a los coches y larguémonos de aquí —dijo Rob con un gruñido.
— ¡No! —gritó Harry debatiéndose más que nunca.
— Estate quieto niño —dijo su captor tratando de mantener a Harry en su sitio.
— ¡No! —repitió Harry.
No podían llevárselo. Eso nunca. Jamás lo permitiría. En un último intento desesperado, Harry dio un fuerte pisotón al hombre en el primer pie que vio. Por el grito de dolor que dio supo que le había hecho daño. Aprovechando el despiste, Krysta le dio un codazo en el tripón al otro, que dando un resoplido, se encogió aflojando la presión sobre los brazos de la niña, que consiguió soltarse. Harry sólo tenía un brazo libre, pero viendo que Krysta había logrado separarse de su captor y que se habían lanzado sobre ella, trató de alcanzar su varita, guardada en el bolsillo de la túnica. Al sacarla, lo hizo con tanta fuerza que algunas chispas surgieron de esta. No era magia realmente pero bastó para causar una ola de terror entre los presentes. Gracias a esto, Harry pudo soltarse, corriendo junto a Krysta, a la cual habían dejado de perseguir. De nuevo iniciaron la carrera. Una vez pasado el shock inicial, los miembros del departamento, salieron de nuevo tras ellos, ahora con mucha menos confianza y un malhumor creciente. Pero no pudieron alcanzarlos. Harry y Krysta, irrumpieron por el umbral de las ruinas tras subir las escaleras como alma que lleva el diablo. Los perseguidores no se atrevieron a entrar, pero aún así, Harry estaba aterrado. Continuó corriendo una vez dentro y siguió así hasta que entraron por el pasillo que llevaba a las mazmorras, bajaron por las escaleras destrozadas y se lanzaron de cabeza dentro de la primera habitación que encontraron. Lo habían hecho.
Harry se dejó caer pesadamente en el suelo, frente a la puerta. Krysta, que había entrado en primer lugar, lo observaba de pie, a unos pocos metros de distancia. A lo lejos, les llegaban las voces ahogadas de los hombres discutiendo qué hacer. Pero no entrarían. A pesar de todo, Harry seguía aterrado. Sólo de pensar lo que hubiera pasado si...qué horror. Tenía que volver. Odiaba aquel lugar. Lo odiaba. Sintió que un nerviosismo extraño lo invadía, unas ganas de irse, de volver a su tiempo que recorrían cada vena de su cuerpo. Jadeaba, tenía los ojos desorbitados. Krysta lo miraba asustada, todavía de pie. Pero Harry no se percató de ello. Un cúmulo caótico de emociones lo recorrían de arriba abajo, pero sobre todas ellas, destacaba el terrible deseo de largarse de allí cuanto antes. Fue entonces cuando todo ocurrió. De nuevo Harry sintió ese extraño calor en su mano derecha. Cuando miró hacia allí, se percató de que algo brillaba con un resplandor verde dentro de su puño apretado. No se había dado ni cuenta de que había sostenido la piedra en la mano durante todo el rato. En un segundo, el calor se le extendió por el brazo, acompañado de una fuerte vibración. La energía le trepó hasta el hombro y se le fue extendiendo. Sentía cómo si sus venas se hubieran convertido en cables eléctricos y transportaran una gran carga. Krysta lo miraba, completamente horrorizada.
— ¡No! —gritó— ¡No te vayas! ¡Detenla, no te vayas sin mí, Harry!
Krysta dio un gran salto hacia Harry, pero era demasiado tarde. El resplandor verde había crecido ya, cegando por completo a Harry. De nuevo esa sensación de ser troceado, esa sensación de ingravidez, de expansión...
— ¡No! ¡No puedes dejarme aquí! ¡vuelve! ¡Por favor, vuelve...!
Los últimos gritos de Krysta se perdieron entre un remolino de luz verde que tiraba de Harry hacia algún lugar...un lugar a casi un siglo de distancia.
Cuando Harry sintió que empezaba a materializarse de nuevo, le parecía haber despertado de un extraño sueño en un lugar muy lejano...un lugar dónde había una niña de su edad atrapada en un mundo al cual no pertenecía, dónde la gente mágica y no mágica se temía y odiaba, dónde aún no existía la paz y dónde probablemente nunca volviera a existir. Harry poco a poco iba despertando del sueño, recuperándose, abriendo los ojos...sólo para cerrarlos de nuevo inmediatamente, porque un resplandor de luz verde lo rodeaba por completo impidiéndole ver nada y haciéndole daño en los ojos. Al parecer, no había sido un sueño, porque él se sentía ahora muy despierto.
Pronto notó que se detenía, que su cuerpo tomaba forma, que volvía a afectarle la fuerza de gravedad...sintió que caía desde algún lugar que él no podía ver, pues mantenía cerrados los ojos. Y de pronto, notó cómo algo le detenía en su descenso. Algo blando y duro a la vez, sobre lo que parecía hallarse sentado. Notaba como la otra vez, el brazo cuyo puño sostenía la piedra, dolorido y muy entumecido. Muy lentamente abrió los ojos sin siquiera querer imaginarse lo que iba a ver. Y lo que vio, lo cogió francamente por sorpresa. Allí, justo en frente de sus narices, se hallaban sus propios compañeros de curso de Gryffindor y Slytherin, que lo miraban sentados detrás de amplias mesas con calderos hirviendo encima e ingredientes desparramados alrededor. Las expresiones de sus caras resultaban francamente graciosas. Eran la viva imagen del desconcierto. Pudo ver cómo Ron se había quedado a medio pelar una raíz de almudena y lo miraba con cara de no creerse lo que veían sus ojos. Hermione se tapaba la boca con las manos, en una mezcla de sorpresa, alivio y horror. El resto de sus compañeros tenían pinta de haber visto a un fantasma. El mismo Malfoy ponía un careto digno de ver, una combinación de asombro y... ¿era desilusión? Harry no tuvo que hacerse demasiadas preguntas para adivinar dónde estaba. La clase de pociones. En una fracción de segundo, se aclararon todas las ideas en su mente. El viaje, la historia de Voldemort, las rivalidades entre las comunidades mágica y no mágica, Krysta...¡KRYSTA! ¡La había dejado allí! ¿Cómo podía haberle hecho eso? Tenía que volver a por ella. ¡Tenía que volver a por ella, ya! Harry hizo ademán de ir a levantarse, cuando cayó en la cuenta de que no veía al profesor Snape. Algo en las caras de sus compañeros, que seguían mudos, le dijo que allí pasaba algo más que su propia aparición de la nada. Siguiendo las miradas de sus compañeros giró la cabeza y vio algo que le dejó sin palabras. La cara del profesor Snape. Entonces se dio cuenta. Estaba sentado sobre el escritorio del profesor Snape en mitad de la clase de pociones. La cara de éste hubiera hecho reír a Harry en una situación menos comprometida, pero ahora no. Éste lo miraba con asombro, ira, incomprensión y lo que parecían unas ganas tremendas de lanzar un avada kedavra sobre Harry, todo bien mezcladito dentro de una sola cara.
— ¡POTTER...! —comenzó Snape con todos los músculos de la cara crispados y los ojos abiertos de par en par.
— ¡Tengo que hablar con Dumbledore! —lo cortó Harry decidiendo que había cosas más importantes que hacer que aguantar un sermón de Snape.
Rápidamente se levantó haciendo caso omiso de la profunda conmoción que había creado en la sala y, ya iba a salir por la puerta, cuando lo detuvo la voz de Snape, que sonaba peligrosamente tranquila.
— No lo encontrarás —dijo.
Harry se dio la vuelta. El profesor Snape había cambiado por completo su expresión. La ira había disminuido notablemente, pero la sorpresa permanecía, así como la incomprensión. Lanzaba a Harry una mirada inquisidora y aguda, con sus fríos ojos negros, llenos de odio y de una inteligencia maligna. Harry creyó haber oído mal.
— ¿Qué? —preguntó.
— El profesor Dumbledore no se encuentra en la escuela en estos momentos, Potter —repitió Snape muy despacio y subrayando cada sílaba.
Harry se quedó parado en mitad de toda la clase sin saber qué contestar.
