13. ¿Dónde has estado?

Cuando Harry entró en la sala común de Gryffindor tras salir de la enfermería, se formó un revuelo impresionante. Todos querían acercarse a Harry. Se empujaban y pegaban y entre el barullo se podían distinguir palabras tales como: ¡Ha vuelto! o ¡Mirad, es Harry! ¿De dónde ha salido? Harry trataba en vano de zafarse de los curiosos. Lo único que quería era subir a su cuarto y pensar. Por eso se horrorizó al descubrir que Ana, Ginny y los dos Creevey se acercaban corriendo hacia él. Colin le decía algo a Ana animadamente y esta le respondía muy excitada. Oh, no. Lo que le faltaba. Su club de fans al completo. También vio a Ron y Hermione que trataban de acercarse a él pidiendo educadamente y por favor, que los dejaran pasar o, más concretamente en el caso de Ron, dando patadas al que se les pusiera por delante. Cuando ya estaban a punto de llegar a él los Creevey con las dos chicas y Ron y Hermione que se acercaban por detrás de ellos, una voz se hizo oír por encima del barullo reinante.

— ¡Silencio! ¡Apartaos, dejadme pasar! ¡Tengo que hablar con Potter!

Era la profesora McGonagall. Los curiosos se apartaban a su paso, y aunque el ruido había descendido notablemente, todavía se podía oír un murmullo excitado. La profesora McGonagall se acercó con paso firme y cogió a Harry del brazo para sacarlo de allí.

— Ven conmigo, Potter —dijo simplemente.

Harry se dejó arrastrar por ella fuera de la sala común. La profesora McGonagall sólo lo soltó cuando atravesaron el cuadro de salida y se hallaron a salvo en el pasillo. Luego echó a andar a paso ligero sin decir nada más. Harry la siguió preguntándose en qué acabaría todo esto. La profesora McGonagall tenía la virtud de inspirar respeto y de hacer que todos la escucharan y obedecieran, por ello Harry se sentía algo intimidado. La profesora lo condujo hasta su despacho. Lo invitó a pasar y le ofreció asiento delante de su mesa. Luego ella se sentó detrás de la misma. Harry esperó. La profesora McGonagall parecía estar buscando las palabras adecuadas.

— Bueno, Potter —dijo finalmente— no voy a negarte que estoy sumamente confundida. El profesor Snape me ha hablado de tu…espectacular aparición en mitad de su clase y francamente no sé qué pensar. Después de casi seis días desaparecido…

— ¿Seis días? —preguntó Harry sorprendido.

— Sí claro. ¿Es que no lo sabías? —la profesora McGonagall parecía todavía más confundida que antes.

— Pero…yo hubiera jurado que sólo fue un día.

La profesora miró a Harry largamente de forma inquisidora.

— Dime, Harry —el chico se asombró de que usara su nombre de pila— ¿dónde has estado? Todo el colegio estaba sumamente contrariado y asustado por tu repentina desaparición.

— ¿Asustado?

— Desde luego. El profesor Dumbledore salió inmediatamente en tu busca. Se preguntaba si… si todo esto tenía que ver con Quien-Tú-Sabes.

Harry advirtió que se trataba de una pregunta. Por un momento no supo qué contestar. Luego pensó en su viaje, en el futuro desgraciado que había conocido, en Daniels, en Krysta…tenía que volver. Tenía que volver y rescatarla. Necesitaba la piedra. ¿Y si la profesora McGonagall se la confiscaba? Eso no podía permitirlo.

— Sí —dijo, inseguro, pero intentando parecer convincente—, creo que sí.

La profesora se puso pálida y alzó ambas cejas.

— ¿Crees que sí? Explícate, por favor.

— No sé que pasó…sólo sé que lo vi y…me dijo algo…no puedo recordar qué… —Harry trataba de inventarse una historia creíble— y, bueno…supongo que me dejaría sin sentido o algo, porque no recuerdo nada más. Luego aparecí en la clase de pociones. No recuerdo…. Nada.

La profesora McGonagall volvió a lanzar su mirada inquisidora. No dijo nada, pero Harry sabía que desconfiaba. Aún así, no preguntó nada más.

— Bien —dijo—, en ese caso no voy a forzarte. Veo que estás agotado, más vale que descanses. Escribiré al profesor Dumbledore y le diré que todo está en orden. Supongo que mañana lo tendremos aquí.

— Em, entonces… ¿puedo irme? —preguntó Harry tímidamente.

— Sí, por supuesto.

Harry se levantó y fue hacia la puerta. Estaba a punto de salir, cuando la profesora McGonagall volvió a hablar.

— Ah, Potter

— ¿Sí, profesora?

— Bueno, esto… —dijo, algo más tiesa de lo normal— me alegro de que estés bien.

— Gracias.

Harry sonrió y salió al pasillo, todavía preguntándose si había hecho bien en mentirle a la profesora McGonagall.

Al día siguiente, Harry explicó a Ron y Hermione todo lo que le había sucedido incluyendo su conversación con la profesora McGonagall. Los dos parecieron sumamente sorprendidos y asustados por el relato, pero creyeron cada una de las palabras de Harry. Hermione preguntaba una y otra vez por qué había mentido a la profesora McGonagall, y Harry le explicaba una y otra vez que no confiaba en ella y que tenía miedo de que le confiscara la piedra. Los dos parecieron horrorizarse al saber que Harry pretendía volver a por Krysta.

— ¡No! ¿Y si te equivocas de época? ¿Y si no puedes volver? —preguntaba Ron histérico.

— Sí, Harry. Tú mismo has admitido que no sabes usar la piedra. Quizá la próxima vez no tengas tanta suerte y acabes en una época equivocada —apoyaba Hermione.

De todas formas, eso Harry ya lo tenía pensado. Dumbledore volvería esa tarde, así que no tenía más que pedirle ayuda a él. Si éste le ayudaba, estaba seguro de que podría volver a por la chica. Ron y Hermione parecieron conformarse ante la proposición y se limitaron únicamente a hacerle preguntas a Harry sobre su viaje durante todo el trayecto hasta la clase de encantamientos. Una vez en clase, todos sus compañeros de Gryffindor, se abalanzaron sobre él y le acribillaron a preguntas. Al parecer, se había extendido el rumor de que había sido raptado por Voldemort. Harry se los quitó de encima como pudo mediante evasivas, pero no se libró de ellos hasta que apareció el diminuto profesor Flitwick y los hizo callar.

La clase de encantamientos fue sumamente interesante. Comenzaron con unos encantamientos de suma dificultad para encantar objetos de forma que pudieran realizar acciones propiamente humanas, como cantar o limpiar. El profesor Flitwick les entregó unas arpas para ver si podían hacer que tocaran solas, pero nadie fue capaz. La única que logró algo, para sorpresa de toda la clase, fue Parvati Patil, cuya Arpa tocaba las cinco primeras notas de Cumpleaños Feliz cuando daba una palmada. Harry se asombró de que no fuera Hermione la primera en lograrlo y Ron incluso lo comentó, pero ésta no pareció darle importancia.

— Nadie es perfecto —dijo encogiéndose de hombros. Luego volvió a lo suyo.

El resto del día, Harry no lo pasó muy bien. Cada dos por tres aparecían curiosos que lo molían a preguntas. Y la capacidad inventiva se le iba agotando poco a poco. Draco y Jill no se acercaron a Harry en todo el día, pero le lanzaban miradas de desprecio por los pasillos y soltaban comentarios despectivos sobre él en cuanto podían. Harry seguía convencido de que Draco estaba desilusionado por su regreso. Seguro que deseaba verle muerto.

Él, por su parte, estaba impaciente por hablar con Dumbledore y esperaba su llegada hecho un manojo de nervios. Cuando por fin llegó la noche, y bajaron todos a cenar, Dumbledore no estaba aún en el gran comedor. De todas formas, Harry pensó que no tardaría en volver. Se sentó en la mesa de Gryffindor esperando a que los platos se llenaran de comida como de costumbre, intentando no prestar atención a los numerosos ojos y cabezas que se giraban hacia él cuchicheando. Por suerte, ninguno de Gryffindor hizo preguntas. Parecían saber todo lo que querían. Fred y George lo encontraban todo muy divertido como siempre. Aún se reían a carcajadas cuando Harry les contaba lo de su aparición en clase de pociones y la cara que había puesto Snape y lamentaban de corazón no haber estado allí para verlo. Sin embargo, a Harry no le había divertido en absoluto, y no se encontraba de humor para bromas. Ahora que sabía tantas cosas, tenía la obligación de hacer algo, lo que fuera, para solucionar los problemas que les esperaban. Y, sobre todo, volver a por Krysta antes de que fuera tarde.

Los platos no tardaron en llenarse de comida. Todo era delicioso, sin embargo, Harry no comió casi. Estaba demasiado nervioso. ¿Por qué no venía Dumbledore? Su sitio en la mesa de profesores continuaba vacío. Y permaneció así hasta el final de la cena. Cuando todos hubieron terminado y los alumnos se disponían a abandonar el comedor, la profesora McGonagall se levantó y pidió a voces que se sentaran y escucharan. Harry tuvo entonces la convicción de que pasaba algo fuera de lo normal.

— Por favor, prestadme atención un momento, es importante —comenzó la profesora McGonagall—, Haz el favor de sentarte, Abbot, tú también Macmillan —los aludidos se sentaron al instante—. Bien, quería comunicaros que he recibido noticias del profesor Dumbledore esta misma tarde avisando de que le era imposible regresar al colegio hoy por motivos referentes al Ministerio de Magia. No ha dicho cuando volverá, pero sí ha hecho la petición de que yo le sustituya como directora hasta su regreso, y que el profesor Snape haga el papel de director adjunto en mi lugar, ¿tenéis alguna pregunta?

Nadie contestó.

— Siendo así, podéis salir. Muchas gracias.

La profesora McGonagall se dirigió a la salida, mientras los alumnos se levantaban murmurando. Los Gryffindors parecían bastante contrariados por el hecho de que Snape fuera director adjunto, pero no lo manifestaron abiertamente. Por su parte, Harry estaba completamente desesperado. Necesitaba hablar con Dumbledore cuanto antes, no podía esperar. No podía dejar a Krysta abandonada y esperando. Aquello torcía por completo sus planes. ¿Y si Dumbledore tardaba en volver? Parecía que aquello iba a ser más complicado de lo que parecía en un principio. Pero estaba decidido a hacer cualquier cosa para aprender a usar la piedra correctamente, como lo hacía Krysta. Lo que fuera, pero había que empezar ya.

Al día siguiente, en el comedor, Harry, Ron y Hermione estuvieron debatiendo que podían hacer para solucionar el problema durante todo el desayuno. Ni Ron ni Hermione parecían estar entusiasmados por la decisión de Harry, sin embargo comprendían su necesidad de volver a por Krysta y se ofrecieron para ayudarle en todo lo posible.

Casi habían terminado el desayuno cuando se abrió una de las ventanas del comedor e irrumpieron un montón de lechuzas en el mismo. Era el correo de la mañana. Una de las lechuzas sobrevoló la mesa de Gryffindor y dejó caer un paquete en el plato de Hermione. Un nuevo número de "El Profeta". Mientras Hermione lo abría, Harry advirtió con no poca sorpresa que a través de la ventana abierta entraban copos de nieve.

— ¡Mirad! —exclamó— ¡Está nevando!

— Pues claro —Ron habló como si se tratara de algo obvio—, desde hace tres días que no para.

De pronto Harry cayó en la cuenta de lo que le había dicho la profesora McGonagall.

— Escucha, ¿de verdad estuve fuera tanto tiempo?

Ron pareció muy sorprendido por la pregunta.

— Sí, ¿es que no te diste cuenta o qué?

— A mí me pareció… me pareció sólo un día.

— Técnicamente, así fue —intervino Hermione distraídamente mientras pasaba las páginas de "El Profeta".

Los dos chicos se miraron sin comprender.

— ¿Qué nos estás contando? —preguntó Ron un poco de malos modos—. Habla claro.

— Quiero decir —empezó Hermione levantando la vista del periódico— que Harry pasó un día en el futuro, pero al regresar no atinó bien el día y apareció varios días más tarde desde su día de partida. Una simple teoría, pero había que pensar en ella.

— Simple para ti —gruñó Ron.

— Ya entiendo —se dijo Harry pensativo—. Como no sé usar la piedra no pude elegir el día en que volver, pero aún hay algo que no comprendo. Si…

— ¡Joder! —exclamó en ese momento Hermione mientras leía un artículo del profeta.

— ¿Qué? —preguntaron Ron y Harry a la vez, sobresaltados.

— ¡Mirad! —Hermione les tendió el diario.

Harry leyó donde señalaba Hermione.

Cornelius Fudge atacado mientras se dirigía a una reunión del ministerio

El ministro de magia, Cornelius Fudge, fue atacado ayer por la tarde cuando salía de la sede del Ministerio hacia una reunión del departamento de cooperación mágica internacional. Los atacantes, cuatro magos cuya identidad está aún por determinar, se dieron a la fuga antes de que pudieran ser detenidos. Al parecer, el ministro no sufre daños graves, pero está por confirmar la razón de este ataque tras dos meses de ininterrumpida paz. ¿Será cierto que el Señor Tenebroso ha retornado? ¿Por qué entonces ha esperado dos meses desde los últimos atentados? ¿Por qué ahora vuelve a las andadas cuando empezábamos a creer que lo del verano pasado fue una falsa alarma? Lena Veeshboot, portavoz del ministerio, ha declarado hoy…

Harry dejó de leer considerando que ya sabía todo lo que tenía que saber.

— ¡No me lo puedo creer! —exclamó—. Estoy seguro de que Voldemort tiene que ver con esto, ¿cómo pueden dudarlo todavía después de lo que pasó en verano?

— No-pro-nun-cies… ¡Ese nombre! —dijo Ron apretando mucho los dientes.

Hermione volvió a coger "El Profeta".

— No da muchos datos…supongo que no se han atrevido a hacer suposiciones precipitadas, pero estoy de acuerdo contigo, Harry. Quien-Tú-Sabes parece dispuesto a todo. Me pregunto por qué ha atacado a Fudge de repente, después de casi dos meses sin dar señales de vida.

— Pues yo me pregunto —dijo Ron apoyando los codos en la mesa— si todo esto no tendrá que ver con la ausencia de Dumbledore en el colegio.

Los tres intercambiaron miradas preocupadas.

Durante los días siguientes, Harry tuvo que seguir soportando las preguntas y las miradas extrañas, pero poco a poco la gente pareció cansarse de él y todo fue volviendo a la normalidad, aunque Dumbledore no regresó al día siguiente, ni al cabo de una semana, ni de dos…Harry, Ron y Hermione dedicaban todo el tiempo libre a tratar de averiguar como mandar a Harry de vuelta a por Krysta. Harry creía que el esfuerzo mental acabaría por volverle loco, pero no cejaba en sus intentos. Lo peor era que había perdido dos semanas de colegio y las clases no eran precisamente fáciles, a pesar de que los profesores le apoyaban bastante. Los encantamientos humanizadores resultaban muy complicados y Snape le ponía más deberes que nunca regodeándose de su desventaja con respecto al resto de la clase. El profesor Darkwoolf, sin embargo, le puso una excelente nota en el magice impedimenta y trató de ponerlo al día con el resto de hechizos que habían practicado. Las clases de adivinación tampoco eran lo que se dice, de mucha ayuda. Habían comenzado a dar el tarot, y la profesora Trelawnew siempre se las apañaba para que, hiciera lo que hiciera, a Harry le saliera la carta de la muerte.

— Vaya, que original —bufó Harry justo después de que Ron le sacara aquella carta por tercera vez consecutiva—. Me pregunto que clase de truco habrá empleado esta vez para lograr que me salgan tres seguidas. Verdaderamente admirable.

Ron se aguantaba la risa a duras penas.

— Venga, ahora tú —dijo tendiéndole la baraja a Harry.

Harry hizo el juego del tarot de mala gana y sacó la primera carta.

— ¿Qué es? —preguntó Ron inclinándose sobre ella.

— Parece…parece un hombre colgado por los pies —contestó Harry algo inseguro.

La tenue voz de la profesora Trelawnew los interrumpió desde atrás.

— ¡Ooooohhh!... ¡He podido sentir como las dudas colman vuestras faltas de experiencia y poco nutridas mentes! Interesante carta la que tenemos aquí —dijo mientras levantaba la carta con aire misterioso—, interesante, si señor, muy interesante.

— ¿Qué significa, profesora? —preguntó Lavender muy interesada.

— Significa, querida —dijo la profesora apoyando su huesuda mano en el hombro de Ron— que este muchacho va a sufrir serias alteraciones del destino, provocadas probablemente por una anormal alineación de los astros que circundan nuestro pobre planeta.

Luego, con gesto teatral, volvió a dejar la carta en su sitio.

— No es una carta frecuente, no. Ni yo misma puedo sumergirme en el insondable abismo de su vasto significado. Estate alerta, niño, estate alerta.

Tras esta última demostración de talento teatral, la profesora Trelawnew se acercó a la mesa de Parvati y Lavender para comprobar sus progresos. Cuando se alejó, Dean se acercó a Harry y a Ron y susurró:

— Esta tía está zumbada.

Harry y Ron asintieron y volvieron a lo suyo.

— Oye, Harry, ya empiezo a hartarme de esto, ¿tu no? —preguntó Ron mientras recogía la baraja de tarot por enésima vez.

— Desde hace un buen rato. ¿Qué te parece si jugamos a las cartas? —respondió Harry.

— ¿Qué dices?

— Bueno, tenemos baraja, que es lo que importa, ¿no?

Ron comprendió de inmediato. El resto de la clase lo pasaron jugando a las cartas con la baraja de tarot, que era mucho más divertido que hacerlo con una baraja normal en la sala común, donde no estaba la profesora Trelawnew al acecho. Lo malo fue cuando Ron, en un ramalazo de euforia, gritó demasiado alto: "¡Canto las cuarenta!". La profesora Trelawnew pareció mosquearse y al final les puso más deberes que de costumbre.

Aquella tarde, Harry, Ron y Hermione subieron a la sala común como todos los días y continuaron con las prácticas. Hermione se había traído además algunos libros de la biblioteca para ver si podían ayudar a Harry. Estuvieron trabajando durante casi dos horas, pero resultó inútil, como siempre. Harry empezaba ya a preocuparse de verdad. Hacía dos semanas que había vuelto, pero llevaba abandonada a Krysta casi tres. ¿Qué podía hacer? Era totalmente incapaz de volver a por ella, y la única persona que quizá hubiera podido ayudarle se encontraba fuera del colegio y no podía saber cuándo volvería.

— No sirve de nada —dijo Harry furioso dejando caer la piedra—, absolutamente de nada.

— No te rindas, Harry. Al final lo conseguiremos —trató de animarlo Hermione recogiendo la piedra y tendiéndosela de nuevo.

— Lo dices para animarme, pero no tienes ni idea de qué podemos hacer, ¿verdad? —Hermione no contestó—. Me extrañaría mucho que no la hubieran cogido ya. ¡Y todo por mi culpa!

— A…a lo mejor podemos comunicarnos con Dumbledore vía lechuza, ¿no os parece? —propuso Ron—. Como el puede ayudarnos…

— Sí, ya lo pensé —dijo Harry— ¿pero creéis de verdad que va a dejar sus asuntos en el ministerio por una historia como esa? Incluso en el caso de que llegara a creerla, sería demasiado peligroso. Podrían interceptar la carta y, bueno, a pesar de que no es muy creíble imagínate que alguien conoce la historia de la piedra y le interesa saber dónde está. Algo me dice que esta joya es mucho más de lo que parece ser. No, tenemos que hablar con él personalmente.

— Pero si nos arriesgamos… —empezó Ron.

— Ni hablar —cortó Hermione—, ya has oído a Harry. Es un riesgo demasiado grande.

Ron se levantó y se acercó a la chimenea. Ya estaban a finales de noviembre y la sala común de Gryffindor se había vuelto mucho más fría. Los copos de nieve azotaban las ventanas.

— Pues ya me diréis lo que pensáis hacer porque a mí no se me ocurre nada más —dijo.

Hermione recogió los libros que había traído para devolverlos a la biblioteca.

— Lo único que me parece útil —respondió—, es buscar libros relacionados con psicología o magia mental. Quizá te ayuden a alcanzar el estado mental que necesitas para usar la piedra correctamente. Voy a la biblioteca a dejar estos y veré si encuentro algún libro de los que te digo.

— Voy contigo —se ofreció Ron rápidamente ayudándola a recoger unos cuantos libros del suelo—. ¿Vienes, Harry?

— No —respondió este— me voy derecho a la cama. Estoy agotado y no quiero llegar tarde a la clase de herbología de mañana.

— Bueno, vale —dijo Ron—. Buenas noches.

— Buenas noches.

Mientras se despedía, Harry subió las escaleras que daban a su cuarto. Se desvistió todavía pensando en la conversación que acababa de tener con Ron y Hermione. Se puso el pijama y se dejó caer en la cama con pesadez. Cerró los ojos, pero no se durmió, sino que se quedó pensando. ¿Magia mental? ¿Libros de magia mental? Si esa era la idea de Hermione, no le convencía demasiado. Él no sabía nada sobre el tema. Si alguien más le ayudara…alguien que supiera sobre la mente, que le dijera por donde tirar… ¡Claro! ¡Eso era! El profesor Darkwoolf sabía mucho sobre magia mental, o al menos, eso parecía. Sin embargo, Harry no acababa de convencerse. ¿Era digno de confianza? Quizá sí, pero era muy arriesgado ir pidiendo ayuda sin más. Primero tenía que seguir las instrucciones de Hermione, y luego, si no había más remedio…sí, estaba decidido. Eso era lo que haría.

Hermione parecía tener mucho más claro que Harry lo que había que hacer. Le daba instrucciones continuamente indicándole en qué tenía que pensar e ideando trucos para que pudiera concentrarse mejor. Ron se limitaba a mirar los ejercicios de Harry e iba pasando a Hermione los libros que le pedía, como si ésta fuera una doctora y él un enfermero. Harry acababa agotado en todas las sesiones, pero tenía la vaga esperanza de que aquello sí que daría resultado. Lo difícil era encontrar un rato libre para practicar, pues la sala común solía estar muy concurrida y también estaban Ana, Ginny y los hermanos Creevey, que desde que había vuelto, no dejaban de atosigarlo y de seguirlo a todas partes con la intención de sonsacarle más detalles sobre su misteriosa desaparición. De todas formas, Harry siempre conseguía sacar un hueco para las prácticas, las cuales realizaba con retomado ánimo.

Fue al cabo de otra semana cuando fue más evidente que nunca la inutilidad de los esfuerzos de Harry. Hacía cinco semanas que había dejado a Krysta abandonada, y seguía siendo completamente incapaz de utilizar la piedra. Ni siquiera con la esforzada ayuda de Ron y Hermione. Todo lo más que había logrado era hacer que la piedra soltara una tenue luz verdosa, que no conducía a ninguna parte. Pese a todo, él seguía intentándolo. Todavía no se sentía preparado para contárselo a nadie. No se fiaba de la complicidad de la profesora McGonagall aunque si de su buena fe. Tampoco podía mandar una carta a Dumbledore y a Sirius, por el peligro de que pudiera ser interceptada. No sabía ya que hacer, se sentía bloqueado. Quizá había llegado ya el momento de hablar con el profesor Darkwoolf. Sabía que era lo bastante inteligente como para comprender el problema y actuar con discreción, pero no podía confiar plenamente. Tenía la impresión de que todavía había muchas cosas que desconocía sobre él. Era cierto que desde el principio del curso se había ganado su confianza, pero ese asunto del viaje en el tiempo era demasiado delicado para ir contándolo por ahí sin más. Por muy desesperado que estuviese. Por ello, pasó una semana más antes de que Harry se decidiera definitivamente a contárselo y reclamar su ayuda. Una semana en la que hubo un nuevo atentado contra magos del ministerio, y que alargó todavía más la ausencia de Dumbledore. Era el momento. No podía esperar más.

Un jueves por la tarde, cuando estaban a mediados de Diciembre, Harry se dirigió al despacho del profesor Darkwoolf para contárselo todo. Buscó un momento en que los pasillos estuvieran vacíos, con el fin de evitar escuchas indeseadas. Encontró la puerta del despacho abierta y se asomó dentro. Parecía que el profesor Darkwoolf lo había ordenado todo desde la última vez. Por lo menos ya no estaba la silla rota tirada por el suelo. Vio al profesor inclinado sobre lo que parecía una gran pecera dentro de la cual había dos bichos que se movían agitadamente. Harry no lograba distinguirlos desde el umbral. Un poco intrigado, tocó en el marco de la puerta. El profesor giró la cabeza.

— Vaya, siempre apareces en los mejores momentos, Harry —dijo con una sonrisa.

— Bueno…espero no molestar. ¿Qué hacías?

— Pasa y te lo enseño.

Harry se acercó al profesor y vio que tenía la túnica arremangada hasta casi los hombros y metía los brazos en la pecera tratando de separar a los dos bichos que había dentro. Eran rarísimos. Parecían enormes ratas escamosas, de color verde grisáceo y con membranas entre los dedos para nadar. Ambas tenían una aleta dorsal y una corta cola también acabada en aleta. Parecían no llevarse muy bien.

— ¿Qué son esos…bichos? —preguntó Harry.

— Ratones de agua. Son para Hagrid. Creo que vais a empezar a estudiarlos ahora que habéis acabado con los gripnies. El problema es que no paran de pelearse.

— ¿Por qué?

— Pues porque parece ser que son dos machos y tratan de medir sus fuerzas —el profesor agarró a uno de la cola antes de que le diera una dentellada a su compañero—. Pedí una hembra y un macho, pero se deben de haber equivocado.

El profesor sacó los brazos de la pecera y se los secó con una toalla. Parecía bastante harto de los ratones de agua.

— Si no se aparean, no habrá bastantes para todos —explicó—. Esta especie se aparea y tiene hijos a una velocidad vertiginosa, pero no viven mucho. Por eso espero que no se hayan equivocado, es preciso que se apareen. ¿Sabes? Son bastante útiles. Sus escamas son importantes ingredientes de pociones.

— Oh, por lo menos sirven para algo.

— Si, en fin, ¿qué querías?

— Ah, bueno…yo… —Harry se movió nervioso. Le costaba encontrar las palabras para expresar algo tan complicado— tengo que contarte algo muy importante…y espero que comprenderás que no ha de salir de este despacho, Andrew.

El profesor Darkwoolf se puso serio de repente y clavó su penetrante mirada en los nerviosos ojos de Harry. Parecía estar estudiándolo.

— Me parece bien —dijo, al cabo de un momento—, pero ¿por qué quieres contármelo precisamente a mí?

Harry no supo qué contestar en un principio. Por fin, pareció reaccionar.

— Porque creo que eres el único que puede ayudarme. ¿Me prometes que no lo contarás?

— Te doy mi palabra —replicó el profesor, intrigado—. Dime de qué se trata.

— Bien, yo…

Harry se interrumpió de repente. La puerta del despacho se abrió de súbito y apareció el profesor Snape asomándose por el quicio de la misma. Tocó dos veces y dijo con una desagradable expresión:

— ¿Interrumpo algo, Andrew?

A Harry le habría encantado decir que si, pero el profesor Darkwoolf se le adelantó recuperando la expresión afable.

— No, en absoluto, Severus. Harry ha mostrado interés en los ratones de agua y se los estaba enseñando.

— Oh, ya veo —respondió Snape, imperturbable— pues tendrás que dejar la visita turística para otra ocasión. Hagrid quería verlos.

— Ah, bien. Ahora mismo se los llevo. ¿Te importa, Harry?

— ¿Eh, qué? ¡Ah, no,no…! ¡No, vete! — dijo Harry algo atolondrado.

— Bueno, recuérdame mañana lo de nuestra charla sobre criaturas mágicas, ¿vale? —dijo el profesor Darkwoolf lanzando una mirada de soslayo a Snape.

— De acuerdo, hasta luego.

Andrew se despidió de Harry mientras cogía la pecera y seguía a Snape hacia el pasillo. Cuando salía, Harry vio como los dos profesores se alejaban charlando tranquilamente. De pronto, cayó en la cuenta de que allí pasaba algo anómalo. Snape siempre se había llevado mal con todos los profesores de defensa contra las artes oscuras, ya fuera por una razón u otra, sin embargo, allí estaba, caminando al lado del profesor Darkwoolf y hablando con él como si se conocieran de toda la vida. Harry advirtió también, que ni siquiera desde principio de curso había dado muestras de antipatía hacia el nuevo profesor, ni lo había mirado con esa expresión típica en él, de cómo querer envenenar a la víctima. Decididamente, aquello era raro. Harry bajó al Gran Comedor todavía asombrado del comportamiento de Snape.