14. Andrew Darkwoolf

— ¿Qué? ¿Se lo vas a contar a él?

Hermione se esforzaba por seguir el rápido ritmo de Harry a través de los pasillos que llevaban al aula de defensa contra las artes oscuras.

— Sí. Ya me ha demostrado que es digno de confianza. Y tú misma dijiste que era un mago excepcional.

— ¿Y por qué no nos dijiste ayer que ibas a verlo? —dijo Ron algo mosqueado.

— Pues porque fue pensado y hecho, y ni siquiera tenía la seguridad de que fuera a decírselo. Pero ahora...

Los tres doblaron el último recodo y en un momento estuvieron frente al aula de Defensa Contra las Artes Oscuras. Algunos alumnos de Gryffindor ya se hallaban dentro, pero el profesor aún no había llegado. Sin más demora, fueron a sentarse en su sitio acostumbrado. Harry sacó su libro y aprovechó el tiempo para repasar dudas sobre las nuevas contramaldiciones que habían estado estudiando. Había algunas que todavía le daban problemas. Ron se entretenía haciendo girar su pluma con la varita, mientras que Hermione no apartaba los ojos de la puerta con una expresión anhelante.

El profesor no tardó en hacer acto de presencia en el aula. Hermione lo siguió con la vista hasta que llegó a la mesa, guardó sus bártulos, y se sentó encima de la misma.

— Bien, chicos —comenzó—. Esta clase va a ser algo especial. Podéis guardar los libros, no los vamos a usar.

Todos obedecieron al instante.

— He pensado —continuó el profesor Darkwoolf— que como estamos a finales del primer trimestre y ya domináis bastante bien la materia que hemos dado, voy a dedicar esta clase a resolver dudas. Podéis preguntarme lo que queráis, no necesariamente sobre lo que hemos estudiado, cualquier cosa, ya sea una duda, un problema o mera curiosidad. ¿Os parece? Desde luego, todo debe estar relacionado con mi materia.

La clase pareció bastante interesada en la idea del profesor. Parvati y Lavender cuchicheaban nerviosas por detrás de Harry, Ron y Hermione. Neville parecía pensativo y algo nervioso.

— Bueno, venga, levantad la mano y preguntad lo que queráis —les apremió el profesor Darkwoolf.

La mano de Seamus no tardó en alzarse en el aire.

— Dime, Seamus.

— Es que...bueno, el año pasado dimos la maldición imperius y me he estado preguntando... El profesor Moody nos la lanzó a todos y fuimos sometidos a sus efectos. La mayoría fue incapaz de resistirse, pero por ejemplo, con Harry no funcionó bien del todo. ¿Por qué a él no le afectó, profesor?

— Oh, ¿es verdad eso? —el profesor parecía algo asombrado—. Bueno, la única manera de detener la maldición imperius es tener una mente llena de determinación, no rendirse ante lo fácil y cómodo, resistirse al placer para hacer lo correcto... como veis, son armas psicológicas. La clave está en resistirse. Pensar, tener conciencia de lo que se está haciendo y decidir. No todos pueden hacerlo, muchos eligen rendirse.

— Eso suena muy complicado —dijo Dean.

— Pero no lo es. Sí es, sin embargo, extremadamente difícil.

Durante un momento, la clase permaneció en silencio y no se alzaron más manos. Parecían estar asimilando lo que les había dicho el profesor. Harry pensó que probablemente el falso Moody había cometido un error al enseñarle como evitar la maldición imperius, pues él mismo se había puesto las cosas más difíciles.

Al cabo de unos segundos, una nueva mano se alzó en el aire. Para sorpresa de todos, era la de Neville. Pudieron comprobar que estaba pálido y muy sudoroso.

— Adelante, Neville.

—Yo...siempre me he preguntado —comenzó Neville tragando con dificultad—...si había alguna manera de... de detener la maldición cruciatus, profesor.

Harry miró a Neville preocupado. De todos los que estaban allí él era el único que realmente sabía por qué había hecho esa pregunta. No había olvidado el deplorable estado en que habían quedado sus padres al ser sometidos a esa maldición desproporcionadamente cruel. El profesor también miró a Neville con intensidad.

— La hay, pero nada tiene que ver con la magia, Neville —comenzó el hombre, sin apartar la inexpresiva mirada de su alumno—. ¿Sabes? Por desgracia, la única manera eficaz de detenerla, es impedir que te toque. Sí, me refiero a huir.

— ¿Y si te toca qué? —preguntó Lavender Brown.

— Una vez te alcanza, lo único que puedes hacer es reunir todo tu valor y desear que acabe lo más rápido posible —la clase parecía algo contrariada—. Mirad, el dolor es algo muy personal. Cada persona lo siente y lo asimila de una manera distinta. A veces, con solo pensar que no te duele nada, dejas de sentirlo. Por supuesto, esto es una mera quimera en el caso de la maldición cruciatus. Personalmente, no conozco a mucha gente que haya conseguido sobreponerse a la maldición cruciatus utilizando estos trucos mentales, pero sí he oído hablar de algunos casos.

La clase asintió.

— Bueno, ¿alguna pregunta más?

Tras un corto intervalo de silencio, Hermione alzó la mano mirando al profesor con algo que parecía adoración. Sin duda el profesor Darkwoolf esperaba que Hermione alzara la mano tarde o temprano, porque pareció divertido cuando le cedió la palabra.

— Bueno —empezó Hermione—, ya que estamos hablando sobre las maldiciones imperdonables, me gustaría satisfacer una curiosidad que tengo desde hace tiempo... ¿es verdad que no existe modo alguno de detener el avada kedavra?

El profesor Darkwoolf parecía incómodo ante semejante pregunta. Obviamente la clase había tomado un rumbo que él no había esperado. Sin embargo, meditó unos instantes la respuesta.

— Esa es una buena pregunta, Hermione. Realmente, existe una manera...pero es tan remota, tan ocasional y tan peligrosa, que muy rara vez se ha llevado a cabo.

La clase escuchaba ahora al profesor con sumo interés, entre ellos, Harry.

— Sí, se podría decir que no hay manera...pero la hay. Y se puede llevar a cabo de dos formas distintas. Ambas consisten prácticamente en lo mismo, y ninguna de las dos puede usarse para salvar la propia vida. Es decir, que sólo puedes ejecutarlas cuando algo que te importa más que tu vida está en peligro... al menos son los únicos casos en los cuales se han llegado a realizar. ¿Comprendéis ahora la dificultad? Nunca se hacen de forma premeditada, es imposible. Son impulsos espontáneos que surgen debido a un sentimiento poderoso que invade a la persona.

— Pero, ¿en qué consisten? —preguntó Ron.

— Oh, la primera sin duda os sonará. En esta clase, tenemos un claro ejemplo de su buen funcionamiento, si me permites que lo diga, Harry.

Toda la clase se giró hacia el aludido. Harry miró para otro lado, ignorando este molesto hecho.

— Bien. La primera consiste en crear una barrera protectora. Quiere decir que se crea un escudo formado de un sentimiento contrario al que emite el responsable de la maldición, generalmente odio, en torno a la persona que se desea salvar. Pero para llevarlo a cabo, es necesario sacrificar tu propia vida, interponiendo tu cuerpo entre la víctima y la maldición. Por ello esta defensa es muy escasa.

Harry pensó entonces en su madre, que se había sacrificado por él creando así un escudo que le protegía de la maldición de Voldemort. Sintió que se ruborizaba.

— Y la segunda es todavía más escasa, a pesar de que no es necesariamente mortal para la persona que la realiza, aunque sí muy peligrosa. Se manifiesta en forma de un torrente de magia que surge de la persona en cuestión, como consecuencia de una situación crítica. El estado mental necesario para llevarla a cabo es tan delicado y poco frecuente, que sólo son capaces de ello un reducido número de personas en un número todavía más reducido de ocasiones. Tiene mucho que ver con las experiencias vividas y con la manera en que cada uno se enfrenta a la vida. Lo curioso es que este torrente no es capaz únicamente de detener la maldición, sino que además puede dañar a la persona que la está realizando. Pero también resulta gravemente herido el sujeto que ha lanzado su magia, agotando casi toda su energía y en ocasiones, encontrando la muerte en el intento. ¿Veis porqué decía que son tan complicadas? Dudo mucho que ninguno de los que estamos aquí podamos llevarlas a cabo. En cualquier caso, nadie querría tener que hacerlo.

La clase había estado escuchando con suma atención las palabras del profesor Darkwoolf. Cuando este terminó, hubo un creciente y excitado murmullo. Muchos se giraban para mirar a Harry y a su cicatriz. Éste se sentía un poco embarazado y agradeció que el profesor, poco tiempo después, anunciara el final de la clase.

Rápidamente, recogió sus cosas y se levantó. Ron, tras darle un codazo a Hermione para que dejara de mirar al profesor y retornara al mundo real, se acercó a Harry y lo siguió. Una vez hubo salido el último alumno, Harry se dirigió a Andrew Darkwoolf.

— Em...profesor Darkwoolf, me dijo ayer que le recordara lo de la conversación que teníamos pendiente, ¿recuerda?

— Sí, ya me acuerdo. Pero creí que era un secreto —señaló con la cabeza a Ron y Hermione.

— Están al corriente de todo, podemos hablar.

— ¿Ahora? —el profesor alzó una ceja, mirando a Harry con atención—. Mira, Harry, puede ser que me equivoque, pero por la forma en que viniste ayer a mi despacho y cómo me hablaste, deduje que era algo sumamente importante. ¿De verdad quieres hablarlo ahora?

— Oh, bueno... ¿cuándo le parece a usted, profesor? —contestó Harry algo confuso.

— Sé que tienes un grave problema. Lo quieras o no se te nota en la cara. Dime tú cuándo vas a tener un momento libre, que nos deje bastante tiempo de intimidad para hablar tranquilamente y buscar una solución a lo que sea que te preocupa.

Harry no tuvo que meditarlo mucho. El profesor Darkwoolf tenía toda la razón. Estaba tan impaciente por resolver sus problemas que ni siquiera se había parado a pensar cuál sería el mejor momento.

— Sí, es verdad. Me parece... ¿le viene bien esta noche, después de la cena? Todos estarán en sus casas y supongo que tendremos bastante intimidad y tiempo.

— Bien, como quieras. Es una hora extraña, ¿no crees? Pero da igual, ven esta noche a mi despacho si quieres, te esperaré allí. Ya me contarás —el profesor recogió todos los libros y anotaciones que había dejado encima de la mesa—. Ahora, si me disculpáis, tengo que preparar la siguiente clase antes de la comida. ¡Que aproveche!

— Igualmente —se apresuró a decir Hermione antes de que Ron o Harry le quitaran ese gusto.

Después de la comida tocaba clase de transformaciones, pero Harry no podía concentrarse. Estaba nervioso. Pensaba en la mejor manera de contarle al profesor Darkwoolf todo lo referente a la piedra y a su viaje al futuro y todo lo que había descubierto. No era cosa fácil. Era una historia tan tremendamente complicada de asimilar y comprender... y no estaba seguro de que el profesor fuera a ser capaz de ayudarle. Aún así, era la única esperanza de Harry. Parecía que Dumbledore se había quedado estancado en el ministerio y no podía volver. Sin duda, había mucho trabajo por hacer.

Un grito de la profesora McGonagall le sacó de su ensimismamiento. Asustado, levantó la vista y de poco se cayó de la silla al ver la cara de la profesora sólo a unos centímetros de la suya. Hubo algunas risas.

— Bueno, Potter. Parece que después de una semana perdida todavía puedes permitirte el lujo de no atender en mis clases, debes ser tremendamente inteligente.

El tono de la profesora McGonagall no era antipático, pero sí severo. Parecía algo enfadada.

— Lo siento, profesora, me he despistado sin querer...

— Bien, te quitaré cinco puntos, sólo para recordártelo la próxima vez que te despistes.

Harry bajó la cabeza y volvió la atención a la pequeña serpiente que debían convertir en manguera. No era extremadamente difícil, pero costaba bastante conseguir que la manguera no tuviera lengua bífida.

Al terminar la clase los tres amigos se reunieron con Ana y Ginny en las puertas del Gran Comedor. Ana parecía bastante furiosa porque, al parecer, Jill había saboteado su redacción sobre antídotos para pociones transformándola en una ingeniosa lista de insultos dirigidos al profesor Snape y le había hecho perder 35 puntos. Juntos, se sentaron en la mesa de Gryffindor mientras Ana soltaba todo su diccionario de tacos contra Jill (daba para largo). Harry procuró cenar despacio para que, al terminar, no quedara mucha gente en los pasillos y así dirigirse a la sala común, coger la piedra, y salir hacia el despacho del profesor Darkwoolf sin que nadie se percatara.

Al cabo de tres cuartos de hora, los cinco salían del comedor hacia la sala común de Gryffindor. Sin más demora, Harry subió las escaleras hacia su dormitorio y cogió la piedra.

Luego, tras despedirse de Ron y Hermione, salió de la sala común con suma cautela. Se dirigió al despacho del profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras pensando nervioso en lo que le iba a decir, imaginando lo que podría pasar... le parecía mucho más difícil expresarse adecuadamente ahora que había decidido hacerlo. Sin embargo, no se detuvo. Se plantó delante del despacho y, tras comprobar que no había moros en la costa, abrió la puerta.

El profesor Darkwoolf ya estaba dentro. Se hallaba de espaldas a la puerta, mirando hacia el jardín a través de la ventana abierta. El viento le sacudía el pelo negro. Se había quitado la habitual túnica azul pero llevaba el chaleco gris, la camisa blanca y los pantalones negros de siempre. La luz de la Luna se reflejaba nítidamente en sus pulcros zapatos negros, a la vez que llenaba la habitación con una luz azulada y triste.

La atmósfera era un poco rara. Se respiraba calma en cada rincón de la sala, una calma misteriosa y envolvente. Harry no estaba muy seguro de si el profesor le había oído entrar. Cerró la puerta a sus espaldas y ya iba a decir algo para llamar la atención del otro, cuando éste se le adelantó.

— Bien, eres puntual, ¿eh Harry? No estaba muy seguro de cuándo ibas a aparecer.

Harry se sobresaltó al escuchar la voz del profesor tan de repente.

— Oh, hola Andrew... pensaba que no te habías dado cuenta. ¿Qué mirabas? —replicó Harry.

Todavía sin darse la vuelta, Andrew contestó.

— Simplemente el cielo... a veces necesito pensar, ¿tú no? —habló pausadamente, como sumido en sus pensamientos—. Meditaba acerca de esta noche memorable.

— ¿Memorable? ¿Qué quieres decir? —preguntó Harry, extrañado.

Andrew suspiró. Con suma tranquilidad, cerró la ventana y luego se dio la vuelta, dirigiendo su mirada hacia Harry. Sonreía. Pero era una sonrisa extraña, no era la sonrisa que Harry le conocía. Era otra sonrisa, una sonrisa muy rara.

— ¿Qué quiero decir? Bien, desde luego, es necesario que lo sepas. Al menos, tienes derecho a recibir una explicación —dijo, enigmático, sin borrar la extraña sonrisa.

Harry frunció el ceño.

— Pensaba que era yo el que tenía cosas que explicar— dijo, todavía sin comprender.

— No, no, Harry —Andrew movió la cabeza muy lentamente—, soy yo el que ha de aclarar ciertos puntos primero. Pero antes tomemos las medidas adecuadas.

Antes de que Harry se diera cuenta Andrew había levantado la mano derecha, y, de súbito, pudo sentir cómo la varita que llevaba en el bolsillo salía volando hasta ser interceptada por el profesor, que seguía sonriendo. Luego, éste hizo una floritura con ella en el aire y se oyó un fuerte chasquido a espaldas de Harry, quien se giró para advertir con extrañeza y cierto temor, que tanto la cerradura como el pomo de la puerta habían desaparecido dejándola perpetuamente cerrada. Harry comprendió entonces que estaba en problemas. Pero prefirió disimularlo bajo un ceño fruncido y una mirada fría.

—Muy bien, Andrew. ¿De qué va esto?

Andrew jugueteaba con la varita de Harry tranquilamente, apoyado en el alféizar de la ventana. La luz de la Luna se filtraba en el despacho por detrás de su silueta.

— Todo a su tiempo, Harry —contestó con el mismo tono de voz suave—. Como te he dicho, antes hay que aclarar ciertos puntos. Como por ejemplo, el hecho de que Voldemort se va a alegrar mucho de volver a verte. Me atrevería a decir que eres su invitado de honor esta noche.

Harry sintió cómo un sudor frío le corría por la espalda. ¿Era posible? ¿Una vez más?

— No puedes decirlo en serio —contestó, entre nervioso e irritado—. ¿Tú? ¿Entregarme a Voldemort? Pensaba que estabas por encima de eso, que querrías oír lo que tengo que decirte. Es importante, no...

— Ya sé que es importante —interrumpió Andrew, cortante—. No creas que no me interesa oírte, ciertamente conoces algunos matices que se me escapan... pero ya hablarás en su momento. Ahora soy yo el que va a ponerte al corriente de los acontecimientos y curarte esa ceguera que no te deja ver más allá de tus narices, maldito crío escurridizo.

Andrew ya no sonreía. Había hablado con una frialdad y un tono despectivo tal, que Harry tuvo un acceso de pánico. Sintió el impulso de dirigirse hacia la puerta, pero sabía que era demasiado tarde para eso. Sabía también, que acababa de cometer un error terrible y que ya no podía redimirlo. Demasiadas veces había visto esa expresión helada en ojos ajenos como para no reconocer la maldad cuando la tenía cerca. Se llamó estúpido mentalmente varias veces y trató de buscar una salida... ¿cómo podía tropezar en la misma piedra siempre? Le parecía increíble.

Al fin, fue su propia curiosidad la que lo retuvo. Una parte de él deseaba quedarse y escuchar lo que Andrew tenía que decir.

— Empecemos por el principio —comenzó Andrew, todavía jugando distraídamente con la varita—. Concretamente, desde el mismo momento en que el Señor Tenebroso vuelve al vida, y me brinda una oportunidad única. La oportunidad de unirme a él y conseguir un poder que vengo anhelando desde hace años. Un poder que necesitaba para llevar a cabo mi más ambicioso deseo.

Andrew torció una sonrisa en su expresión y miró a Harry muy fijamente. Este sintió como la ira crecía en su interior. Una ira contenida por el miedo. Ahora ya no podía negarse a creer. La evidencia estaba justo delante de sus ojos, reflejada en la fría expresión de Andrew.

— Pero dejemos eso por el momento —continuó este—. Decía que me brindó la oportunidad de unirme a él, tras la muerte de su más fiel vasallo. No dudé en aprovecharla y, en poco menos de dos semanas desde su reaparición, yo ya me encontraba entre sus filas.

— ¿Entre sus filas? —saltó Harry irritado, pensando que si había metido la pata, por lo menos la metería dignamente—.Ya veo. ¿Y para ti eso es un honor? ¿Ser un asqueroso mortífago?

— ¿Mortífago? —respondió Andrew, sereno pero lleno de desprecio—. No te confundas, Harry. Yo soy mucho más que eso.

Harry rió despectivamente.

— ¿Mucho más? No veo por qué insultas a tus compañeros de crimen. Para mí, todos sois lo mismo. Todos sois unos miserables asesinos.

— No malgastes saliva, niño —interrumpió Andrew recuperando su sonrisa torcida—. Espera a que llegue al final y comprenderás lo que quiero decir.

Harry calló todavía temblando de ira. Pero pudo calmarse y, sin cambiar su expresión desafiante, prestó atención a las palabras de su captor.

— Bien, como decía, me uní a él. Aspiré a lo más alto desde el primer momento. Demostré ser mejor que la gran mayoría y supe ganarme a Voldemort, de modo que en solo dos meses, llegué a la misma cima. La cima que tú crees, es ser mortífago, ¿no es así? —dijo Andrew con visible satisfacción—. Ingenuo. Eso es poco para mí. Yo llegué mucho más alto. Hasta el mismo brazo derecho del Señor Tenebroso.

Harry frunció el ceño, escéptico.

— No es posible. ¿Pretendes que me crea eso? ¿En sólo dos meses? Estamos hablando de Voldemort. Él jamás sería tan tonto como para confiar en ti de esa manera.

— Oh, claro, de Voldemort. ¿Y qué te crees que es Voldemort? ¿Una especie de dios? Sigues demostrándome que no tienes mucha imaginación, Harry —replicó Andrew con renovado tono de desprecio—. Voldemort es un hombre. Puede que no tenga aspecto de hombre, que tenga poderes fuera de los límites del hombre... pero una cosa es segura, tiene mente de hombre. Una mente excepcionalmente inteligente, fría y calculadora, sí, una mente fuera de lo corriente. Pero nada que yo no pueda manipular con un poco de perseverancia.

Harry sintió que un sudor frío le caía por la espalda.

— ¿Manipular?

Andrew rio por lo bajo.

— ¿Crees acaso que la magia mental sirve tan sólo para hacer juegos malabares, niño? No has visto nada de todo lo que puedo llegar a hacer —Andrew amplió todavía más la malvada sonrisa—. Y sin embargo...tú mismo notaste algo raro. ¿Crees que no lo sé? Te diste cuenta de que yo, aparentemente, caigo bien a todo el mundo. Hasta al profesor Snape. Eres como un libro abierto para mí, Harry Potter. Tú especialmente, porque sin quererlo, dejas entrever tus emociones con relativa frecuencia. Eso es todo lo que necesito. La arrogancia de Voldemort, en su caso, es un punto en contra. Avivarla fue de lo más fácil. Decir lo que quería oír, hacer lo que él quería que hiciera... no fue muy difícil, la verdad, aunque sí irritante.

—Tú… ¿te has atrevido a manipular a Voldemort? —Harry frunció el ceño, escéptico—. No te creo. Nadie podría hacer una cosa así.

Andrew miró a Harry, imperturbable.

—Nadie lo ha intentado. Te puedo asegurar que todo el mundo tiene un punto débil —Andrew se cruzó de brazos, pensativo—. Y yo tengo cierta habilidad para encontrarlo.

—¿Todo el mundo, dices? ¿Incluido tú? ¿O también estás por encima de eso? —preguntó Harry, irónico.

Andrew esbozó una sonrisa distante.

—Incluido yo.

—Ya, así que… así que te dedicas a jugar con la gente en tus ratos libres, ¿eh? Me parece algo despreciable.

Andrew entornó los ojos con malicia.

—Puede parecerte lo que quieras. Gracias a eso puedo conseguir casi cualquier cosa, todo lo que quiero de todos los imbéciles que se cruzan en mi camino —La sonrisa de Andrew se impregnó de una sátira diabólica—. La vida es simple si sabes cómo manejarla… y yo he aprendido a hacerlo muy bien.

—Y te has atrevido a manipularnos a todos…

Harry apretó los puños con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Estaba lívido de rabia.

— No lo negaré, hasta el propio Dumbledore confiaba en mí. Aunque también tuvo cierta dificultad. Digamos que el viejo director ve mucho más lejos de lo que pretende hacer creer. Por suerte, el me conocía bien, de cuando yo venía al colegio, y jamás pareció dudar de mi buena actitud. Con un poco de ajuste por aquí y por allá, logré su confianza plena. ¿Quién crees que lo alejó del colegio y lo mantuvo fuera hasta ahora, Harry? Sí, supones bien, fui yo. Yo le pedí a Voldemort que organizara los atentados en el ministerio. Yo propuse a Dumbledore que abandonara el colegio para atender el Ministerio durante la baja de ese inepto de Fudge. Si, yo le di ese pequeño empujón y lo mantuve fuera de aquí.

— ¡Tú! ¿Pero con qué fin? No entiendo tu forma de actuar. Si ha sido para cogerme, ¿por qué esperar hasta hoy?

— Porque no ha sido únicamente con el fin de cogerte, Harry. En realidad, tú no me importas en lo más mínimo. Tengo mis propios planes, ¿sabes?, mis propios sueños. Planes que van más allá de servir a Voldemort. Él me ha dado el poder de actuar libremente valiéndome de sus propios medios. Él me dejó a cargo del plan sin entrometerse. Él me pidió que te capturara y eso es lo que he hecho. Cuando te lleve junto a él, confiará todavía más en mí, lo que me dará todavía más libertad —Andrew sonreía ahora con más malicia que nunca—. En cuanto a lo que hará contigo, ya no es asunto mío.

— No es asunto tuyo... ¡Dices que no es asunto tuyo! —saltó Harry completamente indignado y furioso—. No te importa en absoluto lo que Voldemort hará conmigo con tal de salirte con la tuya, ¿verdad? Tengo que felicitarte, Andrew. Eres el mayor mentiroso que ha dado jamás la historia. ¡Un auténtico experto! Todo lo que hablamos aquella vez en tu despacho…lo que me dijiste sobre Malfoy, sobre mi padre, sobre el propio Voldemort... seguro que era todo mentira. ¿Acaso había algo de verdad? ¡Responde, maldito cabrón!

Andrew no se alteró lo más mínimo ante el estallido de Harry. Continuó con su imperturbable calma mirando indolente, casi con diversión, al alterado Harry que jadeaba y tenía los ojos fuera de las órbitas, en una expresión de absoluta cólera.

— ¿Mentira? No aciertas muy a menudo, niño. Puedo asegurarte que no mentí una sola vez en aquella conversación. Es cierto que fui a Ravenclaw, también es cierto que conocí a tu padre y a Lucius Malfoy, también lo del accidente de mi hermano... y también lo que pienso sobre Voldemort. Sobre su caída, su final definitivo... su irremediable desaparición. No es más que una molestia es, en definitiva, una vergüenza entre los magos. Así que desaparecerá. ¿Y sabes por qué? ¿Sabes quién provocará su caída, Harry Potter?

Harry frunció el ceño y lo fulminó con la mirada. ¿Sería capaz…? Andrew sonrió de nuevo.

— Supones bien, seré yo.

Harry volvió a reír despectivamente. Si no podía librarse de Andrew, por lo menos trataría de molestarlo todo lo posible.

— ¿Tú? Siento desilusionarte, Andrew, pero tú a él no le llegas ni a la suela de los zapatos. Ni con toda tu magia mental eres rival para él.

— No te quitaré razón —Harry lo miró sin entender—. Voldemort tiene poderes oscuros por los que tuvo que sacrificar mucho y con los cuales yo no puedo competir. Poderes por los que yo no me pienso sacrificar... porque no será necesario. Sé como conseguir un poder que está mucho más allá de la simple comprensión humana. Un poder que podré utilizar en cuanto me devuelvas el objeto que llevas guardado en el bolsillo y que en vano tratas de ocultarme, Harry Potter.

Harry sintió que se mareaba. Rápidamente, y antes de que Andrew pudiera hacer nada, metió la mano en el bolsillo y agarró fuertemente la piedra, con el fin de que no se la arrebatara. Había evitado mencionarla desde que había advertido el extraño comportamiento del profesor, pero al parecer no había servido de mucho.

— Sí, ese objeto. La Piedra del Tiempo de Salazar Slytherin. La joya con la cual comienza esta historia y con la cual va a terminar.

Harry apretó todavía más el puño que se cernía en torno a la piedra.

—Tú... ¿la conocías? —preguntó confundido—. ¿Sabías que la tenía yo? ¿Sabías entonces de qué quería hablarte?

— Desde luego que lo sabía. Desde hace mucho tiempo. Desde que desapareciste lo supe. ¿No te has preguntado cómo llegó hasta ti? No fue casualidad. Debiste encontrarla en mi despacho. Precisamente la estaba buscando cuando llegaste, no la encontraba entre el desorden.

Harry meditó un momento tratando de recordar lo que pasó aquella tarde en el despacho de Andrew.

—"¡Claro! ¡Ya me acuerdo! —pensó, nervioso—. Fue justo cuando me iba. Algo rodó por la estantería que hay al lado de la puerta y me golpeó en la cabeza. Debió acabar dentro de mi bolsillo".

—De modo que era tuya ¿no? —dijo Harry, con rabia—.Tendría que haberme dado cuenta.

Andrew asintió despacio.

— Sí... y la encontraste justo en el peor momento. Yo estaba tratando de comunicar con Voldemort para que atrajera la atención de Dumbledore como fuera, alejándolo del colegio y así poder cogerte de una vez... pero no contaba con la desaparición de la piedra. Es algo muy preciado para mí, no podía dejar el colegio sin encontrarla, así que detuve todas mis operaciones y me puse a buscarla. Luego tú desapareciste y comprendí de inmediato lo que pasaba. Persuadí a Dumbledore para que saliera en tu busca, totalmente seguro de que no te encontraría, para así tener más libertad de movimientos en el colegio e intentar traerte de vuelta. Después de dos semanas regresaste...Y ya conoces el resto de la historia.

Harry sintió que una nueva oleada de terror le invadía. Sin duda, Andrew había llevado las riendas de todo desde el principio. Se sintió manipulado, engañado...furioso.

— ¿Y por qué has esperado hasta hoy? ¿Por qué no me cogiste nada más volver? Dumbledore no estaba, podrías haberlo hecho sin dificultad.

— No habría sido discreto. Hubiera llamado demasiado la atención y podrían haber sospechado... además, tenía que buscar el momento adecuado, asegurarme de que eras el verdadero poseedor de la piedra... en cierto modo, tú me has puesto las cosas más fáciles, tuviste la iniciativa de venir, y tengo que darte las gracias —se burló el hombre, maligno—. También te dejaste convencer por mi sugerencia de hablar el asunto en privado. Coincidirás conmigo en que este ha sido el momento idóneo.

Andrew clavó sobre Harry su mirada cargada de maligna sátira. El niño sintió deseos de saltar contra él y partirle la cara.

—Ya veo. Te has tomado muchísimas molestias para planear tu asqueroso golpe, cobarde despreciable —insultó Harry sin reparos. Después de todo, Andrew no estaba ahí para matarlo... ese era un lujo que no se podía permitir.

Andrew no pareció alterarse demasiado por las palabras de Harry.

—Cobarde, prudente… llámalo como quieras —dijo, mirándose las uñas, impasible—. Pero ya que lo has mencionado, te daré la razón en algo: es verdad que me he tomado muchas molestias. De hecho, calculé mis movimientos con total precisión, de forma que es imposible que nadie pueda ayudarte en estos momentos.

— ¿Imposible? Hablas demasiado, Andrew. Estamos en un colegio lleno de poderosos magos que podrían reducirte. ¿No crees que mis amigos vendrán a buscarme si grito?

— Oh, ya, tus amigos —se burló Andrew—. Puedes gritar todo lo que quieras, no vendrán. No vendrán porque ya me he encargado de insonorizar esta sala. Por otra parte, no comparto tu opinión sobre los profesores de Hogwarts. Dudo que pudieran tocarme siquiera. Pero ¿qué te parece si nos dejamos de tonterías y pasamos a la acción ya? Va siendo hora de que me devuelvas la piedra. Te he contado todo lo que necesitabas saber para dejar este mundo con un poco de decencia, no hay nada más que decir. Supongo que has comprendido: en cuanto haya recuperado La Piedra del Tiempo y aprenda a utilizarla correctamente, no habrá nada ni nadie capaz de detenerme. Lo que tú has logrado hacer con ella no es más que una nimiedad, una fracción de su poder. Voldemort es historia. Su propia insensata y enfermiza ambición lo llevará a la caída, entonces yo podré aprovechar mi nuevo poder para darle ese último empujón, el que causará su final definitivo. Y yo me alzaré más alto que ningún hombre en el mundo con ese poder. ¡El control total del tiempo! Matarían por él, ¿no crees?

— Oh, ya lo creo —replicó Harry con desprecio—. Tú eres un claro ejemplo de ello.

Andrew rió.

— Deberías pensar mejor los insultos que te quedan, Harry, porque te aseguro que están contados. Ahora, dámela de una vez.

En los helados ojos de Andrew brillaba la codicia. Harry retrocedió un paso.

— Has demostrado ser muy hábil, Andrew, pero tu ambición te perderá. ¿Sabes?, no lograrás vencer a Voldemort. Y sé bien lo que me digo.

— Dame esa maldita piedra —El tono de Andrew sonó peligrosamente tranquilo.

Harry retrocedió otro paso.

— Tendrás que quitármela. Pero ten cuidado, no puedes matarme —replicó, desafiante.

Para su sorpresa, Andrew se relajó y soltó una breve y malvada carcajada.

— Es evidente que no me la darás. Bien, te la quitaré yo mismo, y ni siquiera voy a necesitar la varita para hacerlo —dijo mientras guardaba la varita de Harry en su bolsillo.

— ¿Qué?

— Ya sé que la maldición imperius no funciona contigo, pero no la necesito para nada.

Harry no comprendía lo que Andrew pretendía hacer, pero no tardó en saberlo. Tan sólo un segundo después de que Andrew pronunciara estas palabras, sintió como si le hubieran echado un jarro de agua fría en el cerebro y le inutilizaran un hemisferio. Asustado, dio un salto hacia atrás mientras le llegaba, muy distante, la fría risa de Andrew. Poco a poco, notaba como su mente se quedaba sin fuerzas, incapaz de pensar por sí mismo, como si alguien estuviera manipulando sus pensamientos... sus deseos. Sintió como toda actividad mental se detenía lentamente, como sólo algo perduraba y se mantenía firme en su sitio. Un desesperado deseo de entregarle la piedra a Andrew.

Notó horrorizado cómo movía su propia mano y la abría, mostrando el siniestro objeto a Darkwoolf. Todo el brazo le temblaba convulsamente, como si una parte de él se resistiera fervientemente a entregar la joya y otra no deseara otra cosa. Con un esfuerzo sobrehumano, el mismo que normalmente le permitía eludir la maldición imperius, consiguió volver a cerrar el puño.

— ¡Jamás te la daré! ¡Voldemort estará encantado de saberlo todo sobre tu traición! ¿Me oyes? —gritó Harry desesperado, casi incapaz de mantener su puño cerrado— ¡Se lo contaré todo y serás historia!

— ¿Sí? Buena suerte entonces, espero que te crea, Harry Potter, su peor enemigo sobre la Tierra en peligro mortal. El niño que desafió el poder del hombre más poderoso del mundo desde el mismo momento en que nació.

Harry apenas oyó esta última frase de Andrew. Los oídos parecía que dejaban de funcionarle, la mente se le congelaba. Cada vez le costaba más resistirse a ese único deseo que perduraba en su cabeza. Todo lo demás no existía. Todo lo demás era una mente en blanco. Hasta su cuerpo parecía perder vigor y movilidad. Trató de correr hacia Andrew para arrebatarle la varita en un intento desesperado, pero trastabilló casi incapaz de andar y cayó encima del profesor, que lo retuvo retorciéndole el brazo. Harry soltó un gemido de dolor.

—¿Durante cuánto tiempo piensas resistirte, Harry? No me gustaría tener que hacerte daño de verdad.

A pesar de la neblina que parecía cubrir sus ojos, Harry trató de soltarse, sin conseguirlo. El brazo le daba punzadas de dolor.

—Vamos, dámela —sonó la voz imperante de su agresor por detrás de él.

Harry quiso replicar con un enérgico "no", pero en la realidad, sonó muy diferente. No podía más. Se estaba quedando sin defensas lentamente. En aquellos instantes, la mente de Harry era un auténtico caos. Por un lado, estaba ese irracional deseo de entregarle la piedra a Andrew, por otro lado, el deseo de resistirse hasta el final, y por último, una necesidad imperiosa de escapar de allí lo más rápido posible. El cúmulo de emociones, deseos y pensamientos, era tan caótico, que Harry era completamente incapaz de manejar su mente, invadida por la siniestra magia de Andrew. No hizo falta nada más. En cuestión de unos segundos, la piedra fuertemente apretada en el puño del chico, se iluminó con un resplandor verdoso que fue creciendo envolviendo la habitación y cuanto abarcaba la vista de Harry. Luego, ese torrente de energía que recorría las venas de su brazo hasta el hombro y se extendía por el cuerpo, y enseguida, la sensación de ingravidez, la impresión de explotar en mil pedacitos... y un fuerte tirón en medio de un torbellino de luz verde que le llevaba muy lejos de allí. Pero en ningún momento dejó de sentir la presión de la mano de Andrew fuertemente agarrada a su brazo izquierdo.

El aterrizaje no fue lo que se dice, delicado. A Harry le pareció como si cayera de una gran altura sobre algo blanduzco y fibroso. Abrió los ojos rápidamente y vio que se encontraba tumbado sobre lo que parecían matojos de hierba de dos palmos de altura, que cubrían algunas piedras viejas y rotas, dispuestas en forma de baldosas. También, y para su horror, vio a Andrew tumbado a su lado todavía agarrado a su brazo izquierdo, completamente aturdido. Harry aprovechó la ocasión para arrebatarle la varita que le había quitado y soltarse de él. Volvía a sentirse dueño de su mente, pero no se encontraba demasiado bien. El brazo que sostenía la piedra le dolía más que nunca y apenas podía moverlo.

Nada más levantarse Harry, Andrew dio señales de vida. Aturdido, se incorporó y miró confuso a su alrededor. Frotándose el brazo con el cual había estado agarrado a Harry, se puso en pie y clavó su mirada sobre el chico. Éste le apuntaba con la varita, expectante.

— Lo has hecho de nuevo —dijo Andrew, ignorando la actitud amenazadora de Harry—. Pero no puedes controlarlo, ¿me equivoco?

— ¿Y quién dice que no? —mintió Harry.

Pensó que si su captor valoraba tanto el poder de la piedra, era una buena idea hacerle creer que él podía usarlo.

Andrew rió.

— No, no puedes controlarlo, pero aún así has conseguido utilizarla con bastante éxito. Dime, ¿adónde me has traído, Harry?

Harry se percató de que no se había fijado en el lugar. Parecía un patio enorme y medio derruido, circundado por ruinosas paredes de piedra, arcadas y columnas rotas. Los hierbajos crecían por doquier y el cielo matinal se veía claramente por encima de ellos. En un extremo del patio se alzaba un enorme umbral de piedra que daba a unas escaleras. Eran de nuevo las ruinas de Hogwarts. ¿Pero sería la misma época que la otra vez?

— No puedo saber el año —respondió Harry—, pero estamos en el futuro. Esto es Hogwarts en el futuro.

Andrew pareció bastante interesado.

— ¿De verdad? Vaya, no tiene muy buen aspecto. Me pregunto que ocurrió entonces.

— ¿De verdad quieres saberlo? —respondió Harry, casi con regocijo—. Muy bien, te lo diré. Todo esto es obra de Voldemort. De ése del que tanto te gusta burlarte, sí. ¿Entiendes ahora lo que estás haciendo, maldito lunático? ¡Estás ayudándole a que destruya la magia! ¡No lograrás vencerlo! ¡Este es tu futuro, Andrew! ¡Este es el futuro de la magia!

Andrew miró a Harry durante un largo rato sin contestar. De repente, no parecía tan escéptico y parte de la ironía se había desvanecido de su rostro.

— Conque mi futuro... Todavía no lo has entendido, Harry. Parece ser que sabes mucho sobre lo que sucedió en el pasado, sobre lo que nos sucederá...pero puedes ahorrarte la explicación. La Piedra del Tiempo es la clave para cambiar pasado, presente y futuro. Con La Piedra del Tiempo, un hombre puede controlar la historia. Puede cambiar lo que quiera tal como le plazca. Puede controlar el tiempo en su totalidad. Ya te lo dije. Una vez la tenga en mi mano, no tendré más que aprender a utilizarla para obtener un poder inimaginable... y en eso me ayudará cierta persona que llevo buscando desde hace años. Tú ya habrás desaparecido para entonces, tragado por los crueles acontecimientos. Tengo que sacrificarte, y así son las cosas. Pero la historia me deja el relevo para evitar este horrible error que presenciamos.

— ¿Persona? ¿Qué persona? —Harry apenas había escuchado las últimas palabras de Andrew. Algo allí le parecía muy sospechoso.

— Eso no es de tu incumbencia. Ahora devuélveme La Piedra del Tiempo y yo te demostraré como éste futuro que tan poco parece gustarte puede convertirse en una simple ilusión que nunca llegará a hacerse realidad.

Harry retrocedió apuntando todavía a Andrew con la varita. Seguramente su magia no funcionaba, pero eso Andrew no lo sabía.

— Nunca. Tú eres igual que Voldemort. Tú harás lo mismo que él. No puedo dártela, ¿me oyes bien? Tu situación ha cambiado. No puedes volver al pasado sin mí, porque Voldemort me quiere, ¿no? Tampoco puedes matarme, has reconocido que no sabes utilizar la piedra. ¿Qué piensas hacer?

Andrew profirió un largo suspiro. Parecía estar tremendamente cansado.

— Para ser un niño empiezas a cansarme, Harry. ¿Quieres que repita lo de antes? No creo que te haya gustado. Podría dañar seriamente ese tozudo cerebro que tienes, ¿sabes?

Harry no contestó, pero dejó de retroceder mirando muy fijamente a Andrew. Si volvía a hacer otra vez lo de antes, seguramente Harry no podría resistirlo. Sólo le quedaba implorar que la magia de Andrew tampoco funcionara en aquel lugar.

Pasaron varios segundos de alta tensión en los que ninguno de los dos se movió ni habló. Harry empezaba a preocuparse seriamente. Quizá era un buen momento para plantearse una huída desesperada. A lo mejor podría librarse de él si...

— ¡Harry! ¡Eh, Harry!

Harry dio un respingo y se giró para ver quién había gritado. Desde luego, no había sido la voz de Andrew, pero ¿quién más podía haber por allí? No tardó en saberlo. Si se hubiera encontrado en otra situación menos comprometida, seguramente habría saltado de alegría. Krysta corría hacia él con una gran sonrisa en la cara. No tenía mal aspecto, tal como se había imaginado Harry, aunque estaba igual de delgada e incluso un poco más sucia. El pelo rubio le ondeaba a la espalda mientras corría.

Llegó junto a Harry y comenzó a hablar muy excitada.

— ¡Harry! ¡No sabes cómo te esperaba! ¿Por qué te fuiste de repente? ¡Llevo tres días aquí metida sin atreverme a salir! Menos mal que has podido volver...dime, ¿por qué has tardado tanto?

Harry se quedó muy aturdido, pensando en cómo podía ser posible que él hubiera vivido dos meses desde su desaparición y Krysta sólo tres días. Seguramente Hermione tenía razón, no podía ser preciso con las fechas y eso generaba desequilibrios en su percepción del tiempo. De todas formas, apartó ese pensamiento de su mente, recodando de pronto la peliaguda situación en la que se encontraba metido. Trató de explicarse sin alarmarla.

— He tenido problemas... pero ya te lo explicaré, este no es el mejor momento —Harry dirigió la vista hacia Andrew con odio.

Krysta miró a Harry sin entender lo que decía, y luego siguió su mirada.

— ¿Cómo? ¿No has venido sólo? ¿Quién es est...?

Krysta se quedó callada de repente. Miraba a Andrew como si éste no pudiera ser reallá. Harry advirtió que la cara se le iba iluminando progresivamente y los ojos se le abrían desmesuradamente en una expresión mezcla de júbilo y el más absoluto asombro. Luego miró a Andrew y pudo advertir, con no poca extrañeza, que su expresión en poco se diferenciaba a la de Krysta, solo que a su asombro se sumaba un claro matiz de triunfo que a Harry le puso los pelos de punta.

— ¡Tío Andy! —gritó Krysta.

Y sin previo aviso salió corriendo y fue a colgarse del cuello del hombre que apenas unos minutos antes amenazaba con enviar a Harry hacia una muerte segura.