Alianzas

Krysta lloraba de felicidad. Lloraba como no lo había hecho desde hacía mucho tiempo. Se aferraba al cuello de Andrew Darkwoolf cómo un náufrago a una tabla. Y este le devolvía el abrazo sin decir nada, sin moverse, apenas capaz de creer en su suerte. Ni una palabra de ánimo, ni una sola sonrisa de felicidad, pero sí ese brillo en la mirada que a Harry le erizaba los pelos de la nuca. No quiso interrumpir aquella escena de peculiar reencuentro, pero sabía perfectamente que las cosas no eran tan sencillas. Hacía un momento, Andrew quería entregarlo a Voldemort. Y ahora, ¿qué? ¿Iban a ser las cosas diferentes sólo porque Krysta hubiera aparecido imprevisiblemente en la escena? ¿Hasta qué punto podía confiar en que aquello supusiera un golpe de suerte?

Pasaron aún varios segundos de silencio hasta que Krysta se separó de Andrew, enjugándose las lágrimas. Lo miró como si fuera incapaz de creer todavía su presencia. Cuando habló, le temblaba la voz.

— Tío... no sabes... no sabes todo lo que yo...

No pudo seguir porque se le quebró la voz. Andrew sonrió y le puso una mano en la cabeza, hablando con una dulzura que a Harry se le hizo ofensiva.

— No hace falta que me expliques nada. Hay demasiadas heridas abiertas, ¿verdad?

Krysta le devolvió la sonrisa y asintió con la cabeza.

—Yo… creía que nunca te volvería a ver…

Harry no pudo aguantar más.

— ¿De verdad... de verdad él es tu tío? —preguntó, intentando analizar la situación.

Dentro de su natural asombro, seguía intentando encontrar la manera de inclinar la balanza en su favor.

Krysta se separó de Andrew y miró a Harry con una sonrisa y un brillo de felicidad en los ojos que jamás se hubiera imaginado en ella

— ¡Sí! —exclamó, con los ojos brillantes de emoción y júbilo—. Él es el hermano mellizo de mi padre. Harry... ¿no lo sabías? ¿Acaso no habéis venido juntos?

— Ha sido un accidente — replicó el chico con cierta sequedad.

— ¿Pero entonces, cómo es que os conocéis? No lo entiendo, no puede ser una casualidad — Krysta no salía de su asombro.

Harry fue a responder, pero Andrew se le adelantó.

— Hemos tenido algunos encuentros interesantes, ¿verdad Harry? —dijo con imperceptible ironía.

— ¿Qué clase de encuentros? —preguntó ella, cada vez más extrañada.

Harry miró a Andrew, que le dedicó una inexpresiva pero elocuente mirada. Furioso, se mordió la lengua y se tragó todas las ácidas acusaciones que pugnaban por salir de su boca. Andrew se lo había dicho todo con una sola mirada: habla cuanto quieras, lo más que conseguirás, en el caso de que te crea, será hundirla en la miseria.

— Bueno, dejemos las explicaciones para luego — dijo el hombre—. Krysta tiene que comer algo y dormir, y yo mismo estoy agotado. Cada cosa se sabrá a su debido tiempo, y cada asunto se resolverá como deba cuando llegue el momento. ¿No estás de acuerdo, Harry?

Harry frunció el ceño y fulminó al imperturbable Andrew con la mirada.

—Sí —murmuró.

— Yo también prefiero volver —dijo Krysta, feliz.

— Pero antes —volvió a hablar Harry, aún con la aguda mirada clavada en Andrew—, quisiera dejar claras algunas cosas contigo. Para empezar, me gustaría saber qué demonios pretendes con esta farsa —escupió.

Krysta miró interrogante a Harry y dirigió a su tío una mirada de extrañeza.

— ¿Qué se supone que está pasando? ¿De qué farsa habla, tío?

Andrew dirigió una sonrisa tranquilizadora a su sobrina.

— No pasa nada, Krysta. Harry está preocupado por cierto asunto que solucionaremos enseguida —luego, lanzó una rápida mirada amenazante a Harry y con una sonrisa que podría haber pasado por agradable preguntó—: ¿verdad?

Pero Harry no estaba dispuesto a hacerle las cosas fáciles a su enemigo. No sabía qué conducta podía esperar de Andrew con respecto a él una vez que volvieran a Hogwarts.

— Krysta, —dijo— ¿por qué no le pones al corriente de lo que te ha pasado en estos cinco años?

— ¿Ahora? —preguntó la chica contrariada—. ¿No habíamos quedado en que...?

— Sólo un momento, por favor. Es muy importante que sepa…que sepa todo lo que nos va a pasar —respondió Harry mirando a Andrew con desagrado—. Antes de volver, quiero decir.

— No os entiendo —protestó Krysta— pero bueno... te lo contaré si quieres, tío.

Y sin más preámbulos contó con todo detalle lo que le había sucedido, lo que pasó con Hogwarts, con Voldemort, con los muggles…también relató su encuentro con Harry, su huída, la desaparición inesperada de Harry, su espera, y por fin, su reencuentro.

— Eso es todo —concluyó.

— Sí, eso es todo… —Dijo Harry mirando de nuevo a Andrew— ¿te das cuenta? A esto es a lo que me refería cuando dije que Voldemort destruiría la magia —Harry puso buen cuidado en no decir nada que comprometiera seriamente a Andrew delante de Krysta—. Me da igual que tengas la Piedra del Tiempo o no. No me creo que puedas llegar a destruirle nunca. Ni siquiera con esta joya. Es más, cuando aprendas a utilizarla probablemente ya sea tarde. No te la daré así como así, ¿me oyes? No confío en ti.

Si Andrew estaba asombrado por el relato de Krysta no lo demostró. Sin embargo, sí que había causado en él cierta impresión. Parecía que le había hecho reflexionar y pudo leer entre líneas las palabras de Harry.

— Ya veo… —dijo mirando al chico, pensativo—. Krysta, vete un momento para que pueda aclarar ciertas cuestiones con Harry.

— ¿Que me vaya? —contestó Krysta empezando a molestarse—. Os estáis comportando de una forma muy rara. ¿No vais a explicarme qué pasa?

— Luego, Krys, luego. Pero será mejor que no escuches ahora. Lo entiendes, ¿no? —dijo Andrew fingiendo un cariño que evidentemente no sentía.

—No, pero no tengo ganas de discutir —suspiró—. Os esperaré allí.

Finalmente, la chica se alejó de los otros dos un poco malhumorada. Cuando estuvo seguro de que no escuchaba, Harry se encaró con Andrew.

— Me das ganas de vomitar. Tienes más de actor que de persona. Ella no te importa nada, ¿verdad? A ti lo que te interesa es su capacidad para viajar por el tiempo, ¿no es así? Ella es la persona que buscabas.

Andrew esbozó una vez más su sonrisa torcida y cargada de malignidad.

— Muy observador, Potter, no se te escapa una.

Harry decidió ignorar la mordaz contestación del otro.

— Entonces procura no perder los nervios. Si ella se entera de lo que pretendes hacer, se negará a ayudarte.

— Ella no creerá nada de lo que le digas.

— A lo mejor sí. A lo mejor te conoce mejor de lo que crees... puede que incluso encuentre pruebas, quién sabe —replico el chico, con una cínica sonrisa.

— ¿Me estás amenazando? —preguntó Andrew entrecerrando los ojos— ¿Con qué fin?

Harry se sentía ahora dueño de la situación, por lo que estaba mucho más tranquilo que antes.

— Con el fin de asegurarme de que no me tocarás ni tratarás de quitarme la piedra por la fuerza mientras te hago una proposición.

Andrew pareció divertido por el modo de proceder de Harry.

— ¿Ahora juegas a los chantajistas, niño? Podría hacer que te derrumbaras a mis pies sin que ella lo notara siquiera —respondió Andrew mirando a Harry como si fuera una sabandija infecta—. Aunque…bien mirado, quizá tengas algo interesante que decir. Adelante, habla, puede que sea tu última oportunidad de hacerlo.

— Muy bien —comenzó Harry—. Supongo que después de oír el relato de Krysta, comprenderás la amenaza que supone Voldemort para la magia y la humanidad en si. Y…me imagino que a ti no te interesará perder tus poderes de mago.

— Sigue —le apremió Andrew comenzando a interesarse.

— Bueno…es evidente que no confío en ti para hacer frente a Voldemort, así que sugiero lo siguiente: Tú no me entregas y me ayudas a vencerle para que este futuro no exista y cuando todo termine yo te entrego la piedra.

Andrew meditó unos segundos las palabras de Harry.

— ¿Y por qué se supone que tendría que ayudarte? Podría quitártela ahora mismo y ahorrarme muchos problemas.

— ¿Estás seguro? Pareces muy confiado en tus posibilidades pero yo creo que no tienes ni idea de cómo utilizarla. Y si Krysta se entera de lo que pretendes, jamás te ayudará. Sin embargo, si me ayudas, no le diré nada. Es más, tú mismo querías librarte de Voldemort. Ayudándome te ayudas a ti mismo.

— Bueno, Potter, no sé si es que eres más listo que yo, o rematadamente tonto. ¿Me darías la piedra realmente si no confías en mí?

— Lo que tú puedas hacer con ella carece de importancia ahora. Es urgente encargarse de Voldemort primero. No podemos permitir que llegue al poder, porque será el fin. De ti, de mí, y de todos.

Andrew estudió a Harry con la mirada mientras decidía.

— Muy bien, como quieras —dijo al fin—. Puede que estés cometiendo un grave error, pero ¿por qué tendría que negarme?

Y esbozando una nueva sonrisa burlona le tendió la mano a Harry, quien la estrechó sin más demora.

— Es un placer hacer negocios contigo, Potter.

— Lo mismo digo, "tío Andy" —respondió el chico con sorna.

— Si aprecias tu vida, yo de ti no repetiría eso, mocoso repelente —replicó Andrew frunciendo el ceño.

Y dicho esto, ambos emprendieron el camino hacia el lugar donde Krysta los esperaba con los brazos en jarras. A pesar de que las cosas parecían haberse puesto de su parte, Harry no las tenía todas consigo. Andrew se arriesgaba mucho desobedeciendo las órdenes de Voldemort y aliándose con su peor enemigo. Quizá estaba siendo un poco ingenuo al esperar que éste cumpliera el trato, pero, ¿qué otra cosa podía hacer?

— Muy bien, vamos a decirle a Krysta que nos largamos de aquí —dijo Harry—, hemos de contarle todo lo que ha pasado a Dumbledore —luego, mirando a Andrew inquisitivamente añadió—. ¿Vas a contarle lo que pretendías hacer?

— Es posible que le cuente lo de mi traición a Voldemort, sí —contestó el otro, ladino—. No sería una mala idea gozar de su protección. Pero te lo advierto, Potter, una sola mención acerca de mis planes con respecto a la piedra y no respondo de mis actos, ¿te queda claro?

Harry asintió.

Al verlos llegar, Krysta se acercó a ellos con actitud de impaciencia.

— ¿Podemos irnos ya o no? —preguntó.

— Cuando quieras —contestó Harry tendiéndole la Piedra del Tiempo.

— Confío en que me explicaréis a que viene tanto secretismo una vez estemos lejos de aquí —dijo Krysta—. Ahora, decidme la hora, el día, el mes y el año a los que queréis viajar.

Harry se quedó un poco aturdido ante la petición de Krysta, pero Andrew si que reaccionó.

— 11 de la noche del 16 de diciembre de 2001 —contestó.

— Bien, cogeos de las manos. Esto nos llevará un rato.

Los tres se cogieron de las manos, Krysta sosteniendo la piedra en el puño y Andrew cogiéndola del brazo. Harry sujetó a Andrew por el antebrazo con desgana, dejando a Krysta que se concentrara. Esperaron. Durante más de diez minutos no pasó nada. La chica no se movió ni un ápice mientras mantenía la vista perdida y aguantaba de pie. Al cabo de un tiempo la piedra comenzó a brillar. Primero tenue, luego con más intensidad hasta adquirir un brillo cegador. Krysta hizo un gesto de dolor cuando el terrible torrente de energía que debía transportarlos le empezó a trepar por el brazo. Pronto, Harry también pudo sentirlo, y apenas unos segundos después se hallaba flotando en mitad de un torbellino de luz verde que los arrastró a los tres.

— ¡Aaaaaaaaaaaaauuuughh…!

Harry se puso en pie con dificultad y con los brazos doloridos. Miró a su alrededor y reconoció de inmediato el lugar. Estaba en el despacho de Andrew. La luz de la luna se filtraba por la ventana iluminando tenuemente la estancia. Andrew y Krysta se incorporaban a su lado frotándose los brazos vivamente. No pudo menos que asombrarse ante la exactitud con la que Krysta los había hecho viajar. Iba a comentárselo cuando advirtió que a esta le flaqueaban las piernas y se desplomaba de bruces al suelo. Harry se sobresaltó.

— ¡Krysta! —exclamó agachándose para examinarla—. ¿Qué te pasa?

La chica no respondió. Parecía haberse desmayado. Con un suspiro de resignación y pegándole a Harry un codazo para apartarlo, Andrew se agachó junto a Krysta. La volteó con cuidado.

— Se ha desmayado de cansancio. Debe llevar días sin comer y este último esfuerzo ha podido con ella.

— Habrá que llevarla a la enfermería. Pero a estas horas la enfermera Pomfrey estará durmiendo como todo el mundo —observó Harry.

— Mejor. No tengo ganas de dar explicaciones. De todas formas, no puede dormir en otra parte, no pertenece a ninguna casa todavía.

Harry tuvo que admitir que Andrew tenía razón. Entre los dos la levantaron y la llevaron como mejor pudieron a través de los pasillos de Hogwarts. Procuraron no hacer ruido y así evitarse un montón de molestas explicaciones que era mejor dar mañana. Tras esperar en una esquina a que se fuera Peeves, el cual se entretenía arrancando los yelmos de unas armaduras, continuaron su camino hacia la enfermería. Una vez aquí, entraron y acostaron a Krysta en la primera cama que vieron. Luego, regresaron al pasillo.

— Bueno, y ahora, ¿que? —preguntó Harry.

— Ahora nos vamos a la cama. Mañana llamaremos a tu querido Dumbledore y le explicaremos lo ocurrido. Pero ya sabes… —empezó Andrew con tono amenazador.

— Sí, sí, nada acerca de tus planes con respecto a Krysta y a la piedra. ¿Sabes que eres un retorcido? —replicó Harry.

— Desaparece de una vez —le espetó el otro.

Harry no esperó a que se lo repitiera. Sin pensar siquiera en despedirse se separó de Andrew y enfiló el pasillo hacia la sala común de Gryffindor. Tardó un buen rato en llegar al cuadro de entrada. Dijo la contraseña con desgana y entró. La sala común estaba vacía tal como esperaba, así que nadie le vio entrar. Subió la escalera hacia su dormitorio y abrió la puerta del mismo con cuidado. Se sobresaltó al ver dos ojos expectantes que le observaban desde la oscuridad. Sintió un enorme alivio al escuchar la voz de Ron que susurraba:

— ¿Y bien? ¿Qué ha pasado?

Harry se acercó a su cama y mientras se quitaba la túnica respondió:

— Duérmete. Es demasiado largo para contarlo ahora.

Fue tremendamente difícil para Harry expresase adecuadamente para contar a sus dos mejores amigos como su profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras había estado a punto de quitarle la piedra y entregarlo a manos de Voldemort. Pero fue todavía más difícil convencer a Hermione de que Andrew era en realidad uno de los peores elementos de cuantos habían conocido. Su idolatría hacia éste la cegaba casi por completo, aún cuando en el fondo sabía que Harry no le estaba mintiendo. Finalmente, y cuando vio el cuerpo de Krysta tendido en la enfermería a través de la ventana, tuvo que aceptar que la historia era verídica tanto en ese punto como en todos los demás. Fue un duro golpe para ella.

Ron, sin embargo, alegaba que ya se lo imaginaba todo desde un principio, aunque evidentemente sólo lo decía para hacerse el interesante.

— ¿Y lleva dormida desde ayer? —preguntó Ron cuando ya se alejaban de la enfermería para dirigirse al vestíbulo.

— Sí, pero no hemos hablado con la enfermera Pomfrey. Lo mejor será explicárselo todo a Dumbledore primero.

— Ah, pues deberías llamarlo cuanto antes, no sea que la enfermera Pomfrey se lleve un pasmo al verla ahí —comentó Ron.

— El profesor Darkwoolf lo ha hecho esta mañana antes del desayuno. Parece impaciente por que todo esto acabe cuanto antes y hacerse con La Piedra del Tiempo. Supongo que dentro de dos horas o así Dumbledore estará aquí —explicó Harry.

— Pues ha tenido que ser muy persuasivo el profesor para que Dumbledore deje sus asuntos y venga en seguida.

— Oh, sí —dijo Hermione con una sonrisa irónica— ¿No es esa la especialidad de ese maldito mentiroso hijo de…?

Harry y Ron se giraron hacia ella y la miraron extrañados.

— Bueno, ¿qué? —saltó Hermione airada— ¿Es que no tengo razón? Parece como si no tuviera derecho a enfadarme.

— Si no es eso, es que… —empezó Ron.

— Bah, no importa —cortó Harry—. Tienes toda la razón del mundo al estar furiosa, Hermione. ¿Que tal si damos un paseo para matar el tiempo?

Como era sábado y no tenían nada mejor que hacer, aceptaron la propuesta. Tras mirar por el vestíbulo a ver si veían a Ginny o a Ana, sin encontrar a ninguna de las dos, salieron al jardín. Se sentaron bajo un árbol a la orilla del lago deliberando si debían contar toda la historia a las dos chicas. Finalmente, llegaron a la conclusión de que no era una buena idea ir divulgando por ahí que su profesor de defensa contra las artes oscuras trabajaba para Voldemort.

Cuanto más avanzaba la mañana más impaciente estaba Harry. No paraba de preguntarse qué pasaría si Dumbledore no venía al fin y al cabo y si Krysta despertaría antes de su llegada. En el fondo estaba preocupado por ella. Tanto tiempo desmayada no podía ser algo normal. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer él sino esperar?

Por fin, a eso de las 12, Harry vio que Andrew se acercaba a ellos desde el castillo. Harry salió a su encuentro.

— ¿Ha vuelto ya? —preguntó.

— Sí, nos espera en su despacho.

Tras decir esto, ambos echaron a andar hacia el castillo. Ron y Hermione les dieron alcance no estando dispuestos a perderse aquello.

— Nosotros también vamos— dijo Ron.

— ¿Ellos? —Andrew les lanzó una mirada desdeñosa que no se esforzó en disimular—. No veo para que tienen…

— Hemos dicho que vamos y vamos, ¿está claro? —interrumpió Hermione fríamente y mirando a Andrew con evidente desprecio, sin reparar en que por primera vez en su vida estaba faltando el respeto a un profesor.

Andrew la observó un momento con intensidad y luego, dirigiéndose a Harry, dijo:

— ¿Es que no puedes mantener la boca cerrada, Potter? Espero por tu bien que no se lo hayas dicho a nadie más.

— ¡No te atrevas a amenazarle! —gritó Hermione más furiosa que nunca.

Andrew la miró de nuevo mientras soltaba una risita.

— Aplícate el cuento, Hermione. Si eres tan inteligente como pareces deberías saber que no es prudente levantar la voz a los mayores.

Hermione se puso colorada como un tomate, bien por el enfado que llevaba encima, bien por la imperturbable calma de Andrew contra la cual llevaba claramente las de perder. Así que conteniendo todas las cosas que le hubiera gustado decir, se mantuvo callada durante todo el trayecto al despacho de Dumbledore. Una vez aquí, Andrew se acercó a la gárgola para decir la contraseña.

— Polo de pistacho.

Luego, la gárgola se abrió franqueándoles el paso. El ruido que hizo al moverse ahogó las risas de Ron tras oír semejante contraseña. Harry cayó en la cuenta entonces de que ni Ron ni Hermione habían estado jamás en aquel despacho y que por tanto, era la primera vez que oían una de las tantas contraseñas que se inventaba Dumbledore. Después de que la gárgola se apartara, subieron por las escaleras móviles que daban directamente a la puerta. Andrew tocó un par de veces y una voz los invitó a pasar.

Los cuatro entraron en la estancia cerrando la puerta tras de si. Harry advirtió las miradas curiosas que sus dos amigos lanzaban por las paredes del despacho donde colgaban los numerosos cuadros de gente dormida. La sala no había cambiado en lo más mínimo desde la última vez que Harry entrara ahí. Todavía se encontraban allí los extraños aparatos pertenecientes al director, el armario donde guardaba el pensadero y la jaula dónde Fawkes agitaba su flamante cola dorada con elegancia. Dumbledore los esperaba sentado detrás de su mesa con ojos amables pero expresión grave.

— Vaya, no esperaba a tanta gente —comentó—. Esperad.

Tras decir esto, sacó su varita y la agitó despreocupadamente en el aire. Tres sillas más se unieron a la única que quedaba vacía en la sala. Los recién llegados tomaron asiento tras la invitación de Dumbledore.

— Bien —comenzó este una vez todos estuvieron cómodamente instalados—. En primer lugar y antes de que me expliquéis vuestro problema, quisiera que me pusierais al corriente de todo lo que ha pasado en el colegio durante mi ausencia.

— Nada grave —respondió Andrew—. En realidad, nada que merezca la pena mencionarse. Todo ha estado relativamente tranquilo, no ha habido noticias del Señor Tenebroso por aquí.

Los tres chicos apoyaron la afirmación de Andrew.

— Sin embargo —prosiguió Dumbledore—, sigue preocupándome la desaparición que sufrió Harry durante dos semanas, tras la cual ha habido varios atentados de Voldemort que me han mantenido lejos de aquí muy a pesar mío.

— Ah —dijo Andrew con una sonrisa—, pero es que eso ya es otra cosa. Si no me equivoco, Harry tuvo que mentirle respecto a esa desaparición que todo o nada tenía que ver con Voldemort.

Todos los ojos se giraron hacia Harry que se removió incómodo.

— Explícate, Harry —le invitó suavemente Dumbledore.

— Sí, profesor…creo…creo que será mejor empezar por el principio. Mire.

Harry se metió la mano en el bolsillo y sacó la Piedra del Tiempo para tendérsela a Dumbledore. Éste la tomó claramente asombrado y la observó durante largo rato renovando su expresión grave. Sin duda había reconocido el objeto.

— Harry, ¿de dónde la has sacado? —preguntó con cierta alarma.

El chico miró a Andrew que le devolvió una mirada completamente inexpresiva.

— Es del profesor Darkwoolf, la encontré por error.

Dumbledore miró a todos los presentes por turnos. Comprendió de inmediato que había muchas cosas ocultas en aquella historia y que él, de alguna manera, no había podido conocer.

— Bien, dejemos eso por el momento. Ya me contaréis de qué modo llegó a vosotros, ahora explicadme lo que pasa.

Harry se dio por aludido y comenzó a relatar la historia completa sobre como había hallado la piedra y había descubierto la manera de usarla sin querer. También explicó todo lo que le había sucedido en el futuro y cómo había vuelto dejando abandonada a Krysta. En el trozo siguiente, Ron y Hermione le ayudaron bastante relatando cómo se habían enterado de los acontecimientos y habían ayudado a Harry para que regresara al futuro sin conseguirlo. Cuando llegó al momento en el que pedía ayuda a Andrew se interrumpió indeciso. Miró al profesor, que continuaba impasible.

— No te preocupes, Harry. Yo continuaré, puedes ahorrarte la molestia —dijo asombrosamente tranquilo.

Y comenzó a hablar, contando a un cada vez más asombrado Dumbledore, como había querido entregar a Harry en manos de Voldemort y todos sus intentos de alejarlo del castillo, omitiendo prudentemente todo lo referente a sus verdaderos planes pero explicando hábilmente cada detalle de la historia. Finalmente terminó en el momento en que, según él, decidía cambiarse de bando y regresaban todos juntos al castillo, incluida su sobrina. Cuando terminó, Dumbledore lo miraba con esos ojos capaces de traspasar la superficie más dura y que parecían penetrar a lo más profundo del pensamiento.

— ¿Y por qué me cuentas todo esto, Andrew? —preguntó el director al cabo de unos segundos que a Harry le parecieron horas.

— Porque no me importa —respondió el otro despreocupadamente—. Nunca he estado de acuerdo con Voldemort, sólo me atrae su poder. No me interesan sus ideas y no me interesa el futuro al que nos conduce.

— Ya veo. Y dímelo sinceramente, ¿te arrepientes de tus actos?

Andrew miró al director con una sonrisa desdeñosa.

— Hace mucho tiempo que no me arrepiento de nada, señor director. Lo lamento, pero no creo oportuno mentirle vistas las circunstancias.

Harry frunció el ceño, más indignado que nunca. ¿Que no creía oportuno mentir? ¡Pero si no había hecho otra cosa desde que había entrado! ¿Cómo podía tener tan poca vergüenza?

Dumbledore asintió lentamente con la cabeza ante las ceñudas miradas de los tres niños. El director había adoptado una actitud grave pero serena, y miraba a Andrew con una severidad casi inquietante. Harry tuvo la impresión de que se estaban midiendo mentalmente.

— Espero que entiendas, Andrew, que en ese caso no puedo fiarme de ti. No puedo ni siquiera creer tus palabras. Has intentado raptar a Harry y entregarlo a manos del mago Tenebroso más terrible de la historia… has estado ayudando a Voldemort en sus reinado de terror y has jugado con nuestras mentes. No eres bien recibido aquí.

— Lo entiendo, señor director —respondió Andrew, sin alterarse—. Y no espero que se fíe de mí. Sólo espero que, dada su profunda experiencia, comprenda el verdadero significado de mis actos. Me considera un enemigo y lo entiendo, pero he confesado sin reservas y espero que le conste.

—Me consta, pero quiero que me digas qué es lo que pretendes en realidad.

Andrew hizo una leve inclinación respetuosa.

—Señor, pretendo lo que todos aquí. Evitar la desgracia del mundo mágico que sería terrible para todos, incluido yo mismo.

Dumbledore volvió a asentir lentamente. Al fin habló, con tranquilidad.

— Me figuraba que contestarías eso, pero no te creeré tan fácilmente. No voy a prescindir de tus servicios como profesor por el momento, pero estarás vigilado las 24 horas del día y no saldrás del colegio a menos que yo te lo permita, ¿queda claro?

Andrew asintió sin mostrar la más mínima contrariedad. Harry sabía que mientras Andrew necesitara ganarse el favor de su sobrina para aprender a usar el poder del tiempo no se atrevería a hacer nada desmesurado. Y también sabía que haría todo lo que el director le pidiera si eso suponía hacerse con la piedra cuando todo acabara. Pero tenía miedo, porque a pesar de todo, él no iba a ser rival para Andrew si en un momento dado quisiera arrebatársela… necesitaba ayuda para custodiarla.

El director volvió a hablar, rompiendo su línea de pensamiento.

—Ahora vamos a ocuparnos de tu sobrina —dijo dirigiéndose a Andrew—. Hemos de conseguirle los materiales para el colegio y hacerle la ceremonia de selección. Además, puede necesitar cuidados médicos.

— Y…profesor Dumbledore —dijo Harry— ¿Qué piensa hacer con respecto a la Piedra del Tiempo y todo lo que le hemos contado?

— Esperar. Después de Navidad tendremos una reunión y decidiremos. Ahora disfrutad de las vacaciones y de los partidos de quidditch. Os lo merecéis. Ah, Harry —añadió con su particular capacidad para quitar gravedad a los peores asuntos—, ¿sabes que el último día de vacaciones tienes partido contra Slytherin? Espero que Angelina no sea muy dura con los entrenamientos.

Harry sonrió a Dumbledore y le agradeció la información. Andrew, Ron y Hermione ya estaban saliendo por la puerta. Iba a seguirlos cuando se detuvo en seco. Se sentía asquerosamente sucio. Él, de alguna manera, también estaba mintiendo, por lo menos, ocultando la verdad. Ocultando la verdad a Dumbledore. Una sensación molesta en su estómago de absoluto remordimiento le reconcomía por dentro. Ello, sumado a la preocupación que sentía por ser el encargado de custodiar un objeto mágico de tanto valor, acabaron por llenarlo de una súbita resolución. No importaba si Andrew lo descubría, el director estaría de su parte. Se dio la vuelta.

— Profesor… —dijo, algo indeciso.

— ¿Sí? ¿Qué pasa? —preguntó Dumbledore que ya iba a seguir a los chicos escaleras abajo.

— ¿De verdad cree que hacemos bien al permitir que el profesor Darkwoolf se quede?

Dumbledore permaneció pensativo.

— No lo sé —dijo al fin—. Todavía no puedo creer que me engañara con tanta facilidad, y no creas que no me he planteado el hecho de que pueda estar engañándonos de nuevo. Pero creo que esta vez no lo hará. Le conviene tener aliados contra el Señor Tenebroso. Cuando éste descubra su traición necesitará un lugar donde esconderse, y necesitará tenernos contentos. Por otra parte, Voldemort aún lo considera el mejor de sus aliados y eso nos da una carta que jugar. Ya veremos en qué acaba todo esto.

Harry no respondió y Dumbledore pudo advertir la duda en su rostro.

— Harry, todavía dudas de él. ¿Sabes algo que yo no sé?

Harry siguió callado otro rato, pensando. Finalmente miró a Dumbledore con franqueza y olvidándose por un momento del trato y de lo que podía hacerle Andrew si se enteraba, respondió:

— Profesor Dumbledore, tengo que contarle algo sobre Darkwoolf. Algo muy importante.