16. Navidad
Cuando Dumbledore y Harry llegaron a la enfermería los demás ya se encontraban allí. Andrew se entendía con la enfermera Pomfrey que se había quedado considerablemente asombrada al encontrar desmayada en una de las camas de la enfermería, cuando llegó aquella mañana para organizar y limpiar un poco el lugar, a una niña desconocida que parecía muy débil. Harry y Dumbledore pudieron comprobar que Andrew ya se había hecho cargo de la situación explicando a la enfermera Pomfrey que la niña era su sobrina y que había llegado nueva al colegio la noche anterior tan emocionada, que se había desmayado de cansancio. Por supuesto, se había cuidado mucho de contar los pormenores de la verdadera historia, pero eso ya se lo habían imaginado. La enfermera Pomfrey, como no era una mujer curiosa y gustaba de realizar bien su trabajo, no hizo más preguntas y se puso manos a la obra. No tardó en elaborar una poción reanimante, que dio a beber a la chica y que surtió efecto casi al momento. Krysta lanzó primero un débil gemido, luego abrió unos ojos somnolientos para después incorporarse algo desorientada.
— ¡Harry...tío...! ¿Qué...dónde estoy? —balbució confusa y todavía con aspecto de no haber despertado del todo.
— En la enfermería de Hogwarts —respondió Dumbledore con una sonrisa amable—. Te has echado un buen sueñecito, ¿sabes?
Krysta abrió unos ojos como platos cuando se giró para ver quién era el dueño de la voz que le acababa de contestar.
— ¡Pro...profesor Dumbledore! —exclamó—. ¿No es usted Albus Dumbledore, el director de Hogwarts?
— Sí, soy yo. Y estoy encantado de tener una nueva alumna, sobretodo siendo la sobrina de un viejo conocido —respondió el director apoyando la mano afectuosamente en el hombro de Andrew.
— ¿Una nueva alumna? —preguntó Krysta mientras se le iluminaba la cara—. ¿Quiere decir que voy a entrar en Hogwarts?
— Claro, ¿qué esperabas? Esta misma noche es tu ceremonia de selección, así que tendremos que conseguirte los materiales, ¿no te parece, Andrew?
— Sí, por supuesto. Yo mismo iré a comprárselos esta tarde, señor director.
— Fabuloso. Mientras tanto —añadió dirigiéndose a Krysta—, pasarás el día en la enfermería. Tómate tu tiempo para descansar y arreglarte un poco. La enfermera Pomfrey te indicará donde está todo lo que necesitas, y no se te ocurra hacer esfuerzos, todavía estás débil, ¿de acuerdo? Cuanto más tiempo pases en la cama mejor.
— De eso me encargo yo, señor director, no se preocupe —dijo la enfermera Pomfrey con severidad—. Dime, Krysta, ¿te apetece darte un baño antes de desayunar?
Krysta asintió encantada y consciente de que todavía estaba muy sucia, por tanto, lo que más le apetecía era meterse bajo un chorro de agua caliente para poder despabilarse un poco, pensar tranquilamente en todo lo que le había pasado y adaptarse a su nueva situación.
— Muy bien. Los demás, despejadme la enfermería por favor. Tenéis la mala costumbre de tomarla por una sala de reuniones —dijo la enfermera Pomfrey mientras ayudaba a Krysta a levantarse.
Acostumbrados como estaban al carácter de la enfermera de Hogwarts, no se hicieron de rogar y salieron inmediatamente de la sala. Cuando estuvieron fuera, Ron, que se acordó de repente, preguntó a Harry:
— Oye, Harry, ¿por qué habéis tardado tanto el profesor Dumbledore y tú en llegar a la enfermería?
— Tenía que aclarar una cosa con él, nada más —respondió Harry encogiéndose de hombros.
Al oír estas palabras, Andrew lanzó una fugaz mirada de desconfianza hacia Harry que desapareció tan pronto como había llegado y que tan sólo Dumbledore advirtió.
El resto del día pasó rápido y sin ningún suceso notable. Andrew fue a comprar las cosas de su sobrina al callejón Diagon a las cuatro y volvió al cabo de hora y media más o menos con todo lo que hacía falta. Al volver pasó por la enfermería y se lo dio todo a Krysta que quedó tremendamente agradecida. Sin duda Andrew había pagado todo aquello de su bolsillo, por lo que consiguió encandilar todavía más a su sobrina, algo que desde luego le venía muy bien para sus ambiciosos planes. Harry se sentía fatal cuando veía a Andrew actuar de esta manera ante su sobrina y todos los que le convenían. Lo cierto era que su verdadera personalidad distaba muchísimo del alegre y extrovertido carácter que con tanto acierto fingía la mayor parte del tiempo. En realidad era mucho más orgulloso y arrogante de lo que daba a entender. Acostumbraba a ser bastante callado y, cuando hablaba, solía mostrarse irónico y mordaz. Era, desde luego, inteligente y culto, pero también astuto, retorcido, capaz de ver mucho más allá de las palabras y especialmente hábil para, si no leer, por lo menos adivinar el pensamiento. Y desde luego, era ambicioso. Muy ambicioso. No parecía sentirse afectado por ninguna clase de escrúpulo.
Harry se aguantaba las ganas de contárselo todo a Krysta a duras penas, pero recordaba lo que le había dicho Dumbledore: "actúa como si no supieras nada, Harry. Cuando llegue el momento ella misma lo descubrirá, y si no lo hace, nosotros nos encargaremos de poner en su sitio a Andrew".
Sí, esas habían sido sus palabras, y cada vez que las recordaba, Harry se mordía la lengua y procuraba pensar en otra cosa.
Así, sin que nada notable sucediera llegó por fin la hora de la cena. Bajaron al Gran Comedor y se sentaron en la mesa de Gryffindor. Ana y Ginny ya estaban allí cuando llegaron, conversando con algunas amigas de sus cursos.
— ¡Hola! —saludó Ginny al verlos llegar—. ¿Dónde os metéis últimamente? Hace tiempo que no os vemos.
— Hemos estado ocupados —respondió Hermione.
— Como yo —observó Ana—. No sabéis lo que cuesta inventarse bromas ingeniosas para Jill. Si no se me ocurre algo pronto, ese idiota podría adelantarse.
— ¿Pero todavía estáis igual?
— Peor —contestó la niña—. Si pudiera lo estrangularía, pero es demasiado bestia, tendré que pensar en algo más sutil.
— Oye, ¿qué pasa hoy que tarda tanto la cena? —preguntó Ginny—. Ni que fuera día de selección.
Harry, Ron y Hermione intercambiaron miradas.
— Precisamente.. .—empezó Harry.
Ron le dio un codazo para que se callara. Ana y Ginny iban a preguntar qué pasaba cuando se abrió la puerta del comedor y entraron dos personas en la sala. Una de ellas era Andrew, el cual caminaba delante de la otra, una chica a la que no habían visto antes. Alta, delgada, un poco morena pero con el pelo rubio casi blanco y los ojos color miel. Vestía el uniforme de Hogwarts y parecía muy nerviosa. Seguía al profesor de defensa contra las artes oscuras con paso vacilante, procurando no fijarse en las numerosas miradas dirigidas hacia ella. Era Krysta.
Harry, Ron y Hermione se sorprendieron. La niña que acababa de entrar no se parecía a la Krysta sucia y demacrada que ellos conocían. Estaba limpia, tenía un aspecto muy sano y parecía ser muy guapa. Ron se quedó con la boca abierta.
Andrew fue a sentarse en la mesa de los profesores, dejando a su sobrina a un lado de la misma. Desde su sitio le hizo un gesto para tranquilizarla, al cual la chica respondió con una débil sonrisa. Inmediatamente, el director de Hogwats se puso en pie dirigiendo una amplia sonrisa a Krysta y comenzó a hablar.
— Buenas noches a todos. Seguramente os estáis preguntando quién es esta niña y por qué el idiota de vuestro director ha retrasado la cena dejándoos un vacío en el estómago más rato de lo debido — hubo algunas risas tras las cuales Dumbledore continuó—. Bueno, pues la explicación es simple. Esta niña es Krysta Darkwoolf, y es la sobrina de nuestro actual profesor de defensa contra las artes oscuras, Andrew Darkwoolf. Llegó ayer por la noche a nuestro colegio, en el cual no ha podido ingresar antes por circunstancias que se han escapado a su control. De todas formas, está aquí finalmente y espero estaréis encantados de recibirla. Procedamos ahora a realizar su ceremonia de selección sin más demora para que los impacientes no se quejen demasiado.
Dumbledore hizo un gesto, al cual Hagrid respondió levantándose de la mesa y pasando a la sala contigua. Pasaron unos segundos. Finalmente, Hagrid volvió al Gran Comedor transportando un taburete y el mismísimo Sombrero Seleccionador, que fue a colocar delante de la mesa de profesores sobre el taburete. Luego tomó asiento de nuevo.
— Venga, Krysta, ven aquí, no te pongas nerviosa —la invitó Dumbledore amablemente—. Sabes como funciona, ¿no?
Krysta asintió y, pensando que no se podía poner más nerviosa de lo que ya estaba, se acercó al taburete, se sentó y se plantó el Sombrero Seleccionador. Pasaron unos segundos, que se convirtieron en minutos. Parecía que Krysta era una candidata difícil para el sombrero. Harry pensaba que Krysta acabaría en Gryffindor con ellos, pues había demostrado una gran valentía después de todas las penalidades que había tenido que pasar sin desfallecer. Cual no fue su sorpresa cuando el grito del Sombrero Seleccionador resonó por las paredes del Gran Comedor:
— ¡RAVENCLAW!
Al oírlo, Krysta se quitó el Sombrero y sonrió. Pareció librarse de una gran carga que la preocupaba. Animada por los aplausos de sus compañeros de casa, fue a sentarse a la mesa de Ravenclaw, donde la recibieron calurosamente. Harry miró a Andrew que sonreía para si como si se hubieran confirmado sus suposiciones.
Ron parecía tremendamente desilusionado. Se quedó mirando la mesa de Ravenclaw algo alicaído. Harry se dio cuenta, pero por suerte Hermione no, porque estaba muy ocupada comiendo. Harry siguió su ejemplo ignorando al aturdido Ron que siguió mirando a la mesa vecina durante un buen rato.
Al acabar la cena salieron del comedor seguidos por Krysta que les dio alcance en la puerta del Gran Comedor. Parecía muy excitada.
— ¡Eh! ¡Esperad! ¡No os vayáis tan rápido! —exclamó cogiendo a Harry del brazo.
— Perdona —dijo—. Pero pensábamos que te irías con los ravenclaws a tu sala común.
— Luego, hombre, luego —respondió la chica haciendo un ademán impaciente—, ni que corriera tanta prisa. Mi tío me dirá dónde está la sala común. Pero ahora quería que me presentaras a tus amigos. No conozco a nadie.
— Claro, es verdad —asintió Harry—. Ella es Hermione, y este es Ron —Harry señaló al chico, que miraba a Krysta todavía con algo de pasmo.
— Encantada. Lástima que no vayamos a la misma casa. No habría estado mal ir a Gryffindor, pero en el fondo prefería Ravenclaw. Es la casa de mi familia y mi tío también fue allí.
— Ya lo sabemos, él nos lo dijo —respondió Harry disimulando su disgusto con respecto a Andrew—. Bueno, no iremos juntos a clase, pero a lo mejor coincidimos en alguna optativa. ¿Ya las has escogido?
— Sí, he tenido antes una charla con Dumbledore sobre los detalles del curso. He escogido aritmancia y astronomía. Me encantan.
— ¿Aritmancia? —saltó Hermione alborozada—. ¡A mí también me encanta! ¡Y la doy con los ravenclaws! ¡Iremos juntas!
— ¡Vaya! ¡Eso está bien! ¿Y vosotros? —añadió dirigiéndose a los chicos.
— Lo siento no coincidimos. Vamos a adivinación y a cuidado de criaturas mágicas.
— Qué pena... cuidado de criaturas mágicas podría haber sido interesante, pero lo que no soporto es la adivinación. Creo que es una pérdida de tiempo.
— Nosotros también —dijo Harry con tristeza.
— Bueno, pues nada, será hora de que me vaya. Quiero conocer mejor a mis compañeros de curso. Voy a buscar a mi tío o a algún prefecto para que me guíe. Hasta luego.
— A... adiós. N... nos vemos, ¿eh? —tartamudeó Ron que seguía mirándola raro.
Hermione lanzó una mirada atenta a Ron, pero no dijo nada. Los tres chicos fueron a la sala de Gryffindor hablando todavía.
— Bueno, pues ya está —dijo Harry desperezándose—. A ver qué pasa ahora.
— Sí... —respondió Hermione—. Oye, me pregunto como va a hacer Krysta para recuperar los cuatro cursos perdidos.
Harry se encogió de hombros.
— Algo se le habrá ocurrido a Dumbledore.
Hermione asintió mientras se despedía de los dos chicos y subía a su cuarto.
Quedaban cinco días para que empezaran las vacaciones de Navidad. Ya habían colgado en el tablón de la sala común de Gryffindor el cartel que anunciaba el próximo partido de quidditch junto a otro todavía más excitante por la novedad. Decía que en las vacaciones de Navidad iban a venir de visita algunos alumnos de Durmstrang y Beauxbatons para recordar el año anterior y se haría otro baile. Las noticias fueron acogidas con entusiasmo por todos los alumnos de Hogwarts. En el desayuno no se hablaba de otra cosa y luego, durante las clases todos estuvieron muy agitados. Parecía que aquellas Navidades el colegio también estaría lleno.
Tras las primeras clases, Ron y Harry se encontraron con Krysta y Hermione que venían de aritmancia comentando animadamente cosas que los dos chicos fueron incapaces de entender. Hermione parecía encantada de haber encontrado a una amiga con quién poder hablar tranquilamente sobre cualquier cosa. Cuando se encontraron los cuatro, salieron a dar una vuelta por el lago (debidamente abrigados, no olvidemos que estaban en diciembre) hablando sobre el baile que tendría lugar de allí a ocho días. Ninguno tenía muy claro con quién iba a ir, pero no había por qué preocuparse de eso por el momento. Cuando Ron le preguntó a Hermione si iría con Krum, esta se encogió de hombros, lo que no pareció satisfacer demasiado a Ron, que le puso mala cara.
— Mira —dijo Hermione algo molesta—, no sé que demonios tienes contra Krum. Es muy amigo mío, pero eso no quiere decir nada. Pensaba que se te había pasado todo al terminar el curso anterior. Por eso acepté su invitación en verano.
— ¡¿Qué!? —saltó Ron horrorizado—. ¡Fuiste a su casa en verano!
— ¿Pues qué pensabas? ¡Ya estuve en Julio en tu casa! A él le apetecía mucho verme y mis padres aceptaron. ¡No creerías que me iba a quedar aburrida sin hacer nada!
— Aburrida no, desde luego —repondió Ron fríamente.
Hermione se levantó furiosa.
— ¿Qué quieres decir con eso?
Ron se levantó a su vez.
— ¿No te lo imaginas, doña "fan número 1 de Krum?"
Hermione se puso roja de ira y se sentó sin decir nada más. Ron la imitó sentándose a su lado pero mirando hacia el castillo. Harry y Krysta se miraron en silencio. Harry le hizo un gesto a la chica para darle a entender que ya se lo explicaría luego.
El resto del día Ron y Hermione siguieron sin hablarse, como ya iba siendo costumbre. Harry le explicó a Krysta todos los problemas que habían tenido el año anterior con Viktor Krum, el famoso jugador de quidditch que se había enamorado de Hermione. Una vez lo hubo entendido, la chica siguió el ejemplo de Harry y no comentó nada, esperando a que se les pasara el enfado a los otros dos. Sin embargo, al día siguiente tuvieron otra discusión y volvieron a las mismas. Hacía tiempo que no discutían tanto.
Por su parte, Krysta seguía esforzándose por adaptarse al curso. El tiempo perdido y sus dificultades para hacer magia suponían un obstáculo considerable y no le estaba resultando nada fácil ponerse al nivel de sus compañeros. Sin embargo esto no la desanimaba, por fin estaba aprendiendo a ser la bruja que siempre había querido ser. Alternaba sus ratos de ocio con sus compañeros de Ravenclaw y con Harry, Ron y Hermione.
Los únicos que no estaban precisamente contentos eran estos últimos. No paraban de picarse el uno al otro. Aunque no era capaz de admitirlo, Ron no podía soportar la idea de que Hermione hubiera ido a Bulgaria en verano con Krum. Hermione no dejaba de pensar que Ron no tenía razón en enfadarse y no quería hacer las paces con él, a no ser que se disculpara. Pero claro, Ron no pensaba hacer eso ni loco. Krysta y Harry habían optado por no hacerles caso en un principio, pero al cabo de tres días así, ya no podían más.
— Pero bueno —dijo Harry a Ron una mañana en el pasillo—. ¿Por qué te enfadas por esa tontería? Si es que ya pareces un exnovio celoso.
Ron se mosqueó bastante y saltó:
— ¿Pero de qué hablas? ¡A mí esa no me gusta ni me ha gustado nunca! ¡Qué dices!
— Vale, pues entonces no entiendo por qué te pones así. Sólo ha estado unos días en casa de un amigo.
— Son cosas mías y no te importa.
En ese momento aparecieron Hermione y Krysta que venían de clase de aritmancia. Al ver a Hermione, Ron puso cara de enfado, pero al ver a la otra chica, inmediatamente cambió el semblante a otro muy diferente, lo que no pasó inadvertido a Hermione.
— ¡Hola! —Saludó Krysta—. No tengo tiempo de hablar, me voy a encantamientos, que ya llego tarde. Nos vemos, ¿eh?
— ¿De verdad no te quedas ni un momento? —preguntó Ron exagerando una absoluta decepción.
Hermione frunció el ceño. En ese momento apareció por allí el profesor Darkwoolf que iba hacia su clase. Les dedicó una inexpresiva mirada. Con intenciones perversas, Hermione cambió su semblante exactamente como lo había hecho Ron hacía un momento. Esto tampoco pasó inadvertido a Ron.
— Eh, ¿qué demonios le miras a ése ahora?
— ¿A quién? —dijo Hermione haciéndose la loca.
— A Darkwoolf. No le has quitado los ojos de encima cuando ha pasado a tu lado.
— Bueno, ¿y qué? —respondió la otra con desdén—. Que sea un miserable no quita para que esté como un queso. Además, a ti también te gusta Darkwoolf, ¿o crees que estoy idiota?
— ¿Qué? No sabes ni lo que dices, Hermione, a ver si piensas un poco. ¿Cómo me va a gustar a mí el hijo de puta ese?
— ¡Pero serás imbécil! ¡Ése Darkwoolf no! ¡Ella! —exclamó Hermione señalando a Krysta que ya se alejaba por el pasillo.
— Ah, ¿con que me gusta, eh? —dijo Ron con una sonrisilla extraña—. Pues te vas a enterar de si me gusta o no.
Y diciendo esto, se separó de los chicos y corrió en pos de Krysta. Ésta se dio la vuelta un poco asombrada cuando Ron le tocó en el hombro para llamarla.
— Oye, Krysta — dijo sin más preámbulos—. ¿Quieres venir al baile conmigo?
La chica se quedó pasmada y dudó unos instantes antes de contestar, vacilante:
— Yo...esto...pues vale, no sabía con quién ir de todas formas así que…vale, muy bien —y luego, un poco colorada por el sofoco se dio la vuelta y se fue a clase.
Cuando Ron se dirigió con una sonrisa de triunfo hacia dónde hace un momento se hallaba Hermione, no pudo encontrarla.
Habían empezado ya las vacaciones de Navidad y Ron y Hermione aún no habían hecho las paces. Además, la llegada de Krum al colegio había empeorado considerablemente las cosas. Ron ponía cara de querer matar a alguien, y Hermione pasaba de él un montón. Ya había decidido que iría al baile con Krum. Lo hacía en parte para dar celos a Ron, en parte porque le apetecía pasar un rato con el campeón de quidditch, con el que no había hablado desde hacía tiempo. Harry era el único que no tenía pareja, pero no era porque no supiera con quién ir, si no porque le daba miedo hallar una segunda negativa. Sí, quería ir al baile con Cho. No se le ocurría a nadie más apropiado. Pero no se decidía a pedírselo. Sin embargo, fue más fácil de lo que parecía, porque fue la misma Cho quién se le acercó una tarde.
— Oye, Harry —le dijo ella—. He estado pensando...el año pasado me pediste salir pero ya estaba comprometida. Si quieres...bueno, este año no tengo pareja, así que podríamos ir juntos al baile.
Harry se quedó en estado de shock durante unos segundos y luego, parpadeando varias veces como si se le hubiera metido algo en el ojo dijo:
— Sí... bien... vale...genial... fantástico... mola... está bien... iremos... juntos... guay.
Y con esta elocuente contestación quedó zanjado el asunto. Las vacaciones de Navidad siguieron su curso con normalidad, salvo por el perpetuo enfado que subsistía entre Ron y Hermione, que parecían imposibles de reconciliar. Harry apenas podía conocer en Ron a su antiguo amigo, tan tímido e inseguro. Los celos lo habían transformado, no dejando escapar una ocasión para molestar a Hermione o meterse con Krum.
Por fin, llegó el día de Navidad. Harry se despertó emocionado y nada más abrir los ojos, dirigió la vista al pie de su cama donde halló un montón de regalos amontonados. Se abalanzó sobre ellos y cogió el más pequeño, que sin duda era de sus tíos y que contenía una pinza de tender. Con gesto desdeñoso, lanzó la pinza a un rincón y buscó el siguiente regalo. Era de Sirius y contenía una caja de bombones. Harry sabía que la economía actual de Sirius no daba para más, por lo que se sintió tremendamente agradecido. El siguiente era de Hagrid. Contenía un kit de cuidado de mascotas completísimo sin duda con el fin de ser utilizado en Sacch y en Hedwig. El siguiente regalo era el de Ron. Constaba de un poster de los Chudley Cannons, con un nuevo libro de fotos y una gorra del equipo que al ponértela te volvía el pelo naranja y te duraba varios minutos. Harry vio con asombro que aún quedaban muchos paquetes. Uno, el típico jersey y la bolsa de dulces de la señora Weasley, otro, un libro de hechizos fáciles que contaba detalladamente la historia de cada uno y sus utilidades, de Hermione, como no. El último era de Ana y Ginny. Harry vio con asombro que lo habían comprado juntas y llevaba una felicitación de su parte. Era una pluma mágica que cambiaba lo que habías escrito de manera que estuviera mejor expresado y sin faltas de ortografía. No aseguraba ser efectiva al 100%, pero Harry se quedó asombradísimo de éste último regalo. Debía haberles costado mucho hechizar la pluma para que hiciera eso. Todavía ilusionado, guardó sus regalos en el baúl y se acercó a Ron, que en ése momento abría su último regalo. Al ver a Harry soltó una carcajada.
— Veo que ya te has probado mi regalo —rió—. No irás al baile con el pelo así, ¿no?
— No, no creo que a Cho le guste. ¿Qué te han regalado?
— Bah, poca cosa —dijo Ron señalando sus paquetes donde se veían amontonados un jersey rojo oscuro (el de todos los años), un montón de dulces y algún que otro artículo de broma, regalo de sus hermanos y Ginny.
— ¡Uauh, Harry! —exclamó destapando su regalo— ¡El uniforme oficial de los Chudley Cannons! ¡Genial! Creo que nos compenetramos —añadió señalando el pelo naranja de Harry.
Harry se rió y volvió a mirar los regalos de Ron, dándose cuenta de que faltaba uno.
— Oye, Ron. ¿Y el regalo de Hermione?
La expresión de Ron se ensombreció de pronto y sacó de debajo de su almohada un paquete insignificante que contenía dos meigas fritas y dos grageas de color poco apetitoso. Harry comprendió el asunto y no comentó nada más sobre el tema. Una vez estuvieron listos, bajaron a la sala común, que estaba llena de gente muy animada. Muchos se paraban a mirar la túnica de los Chudley Cannons que llevaba Ron y el pelo naranja de Harry, que se había vuelto a poner la gorra. Hermione, Ana y Ginny los vieron bajar y se acercaron. Ron puso mala cara, tal sólo comparable a la que puso Hermione. No era muy difícil adivinar que el regalo de Ron había sido equivalente en tamaño y precio al de Hermione. Ambos se ignoraron por completo siguiendo la conversación pero sin hablar el uno con el otro. Así bajaron a desayunar, dónde vieron a Krysta sentada en la mesa de Ravenclaw hablando animadamente con sus compañeros. Terminaron de desayunar casi al mismo tiempo y salieron acompañados ya de Krysta que se disculpaba.
— De verdad que lo siento, pero he estado tan ocupada con los estudios... y no he podido hacer ninguna visita al callejón Diagon, por eso no os he comprado nada. Os lo compensaré, de verdad.
Harry se rió.
— ¡Pero bueno, no importa! No hace falta que nos compenses nada.
— Pero yo...—siguió la chica—. Os debo mucho. No teníais por qué hacerme un regalo. Apenas me conocéis.
— No, es verdad, no teníamos por qué —dijo Hermione algo exasperada—. Pero lo hemos hecho, así que cállate ya.
Krysta la miró asombrada primero, confusa después y algo mosqueada al fin.
— Oye, Harry —susurró al chico alejándolo un poco—. ¿No notas que Hermione está como muy...fría conmigo últimamente?
— Bueno, está claro por qué. Te tiene celos.
— Sí, eso imaginaba —dijo la otra pensativa—. Pero a mí no me gusta Ron, sólo voy con él porque me cae bien y me lo pidió. No sé... a lo mejor debería cancelarlo.
— No creo que sea buena idea. Creo que deberían aclararse ellos solos.
— Sí, es posible —respondió Krysta meditabunda—. Sólo espero que no me metan a mí por en medio de sus líos, porque apenas les conozco y de verdad que me gustaría que fuéramos amigos.
Harry trató de quitarle hierro al asunto advirtiéndole de que lo más probable era que se les pasara en unos días, porque no era la primera vez que discutían de manera similar. Después pensó que era una buena idea intentar olvidar el asunto y cambió de tema.
— En fin, ¿te gustó el regalo?
— Mucho —respondió ella sonriendo de nuevo—. Aunque creo que Hermione se arrepiente de haberlo comprado.
Harry se rió de nuevo y siguió caminando para alcanzar a los otros cuatro. El resto del día pasó sin nada de particular. Hermione pasó mucho rato con Krum, mientras que Harry apenas vio a Cho en todo el día. Los alumnos visitantes parecían estar pasándoselo muy bien en el colegio.
Por fin llegó la noche. Harry ya no tenía el pelo naranja, se había peinado como mejor pudo su rebelde pelo y se había puesto la túnica de gala. Ron también se había puesto su túnica de gala nueva, regalo de Fred y George, que era de color azul marino, mucho más elegante que la otra. Bajaron al Gran Comedor prefiriendo no esperar a las chicas. Pasó un buen rato hasta que llegaron sus parejas al salón, Krysta y Hermione venían juntas. Ambas se habían peinado el pelo concienzudamente. Hermione había conseguido alisarse el pelo de nuevo como el año pasado, mientras que Krysta se había hecho un recogido. Las dos estaban muy guapas, pero Ron fue directo a Krysta sin prestar atención a Hermione, que hizo como si no le importara y fue a buscar a Krum. Harry buscó a Cho con la mirada y la encontró cerca de la entrada hablando con sus amigas. Prefirió esperar a que se fueran porque le daba corte acercarse delante de tanta gente, así que siguió a Ron y Krysta hacia el centro del comedor.
El Gran Comedor estaba espléndido. Se habían apartado las mesas para dar lugar a la pista de baile, en el centro de la cual se encontraba un gigantesco árbol de navidad que casi rozaba el techo. Estaba adornado con toda clase de cosas increíbles. Colgaban de las paredes preciosas cortinas de todos los colores de las cuatro casas y había figuras navideñas que bordeaban las paredes. Las cuatro grandes mesas habían sido sustituidas por otras más pequeñas redondas y muy cómodas para sentarse a tomar algo, colocadas bordeando la pista de baile. La mesa de los profesores servía ahora como barra del bar, donde los profesores se turnaban para servir las bebidas. Harry vio con asombro que Hagrid le hacía una seña desde la barra con una sonrisa traviesa. A su lado se encontraba la imponente Madame Maxime. Harry devolvió el saludo divertido.
Ron, Krysta y Harry pasaron por la barra y se sirvieron tres cervezas de mantequilla, luego se sentaron en una de las mesas, pues la música aún no había comenzado. Esperaban la aparición de Las Brujas de Macbeth en cualquier momento. Poco rato después aparecieron Krum y Hermione y se sentaron junto a los otros tres. Harry no perdía de vista a Cho, que se había acercado a la barra.
— Bueno —dijo Hermione—. Pues ya estamos. Espero que no tarden mucho en poner la música. Tengo ganas de bailar.
— Pues yo no —admitió Harry—. Lo hago fatal.
— Yo, sin embargo —empezó Ron altanero y lanzando una elocuente pero discreta mirada a Hermione—, lo hago muy bien. Ya quisieran otras estar en tu lugar, Krysta.
Todos los demás se giraron hacia Ron y lo miraron con extrañeza.
— Eh... —dijo Ron poniéndose colorado—. Era broma.
Justo en ese momento apareció Cho y se sentó a la mesa. Casi en el mismo momento en que lo hacía empezó la música. Con un gran aplauso, todos acogieron a las Brujas de Macbeth en el comedor.
— Vaya, qué oportuno —comentó Cho—. ¿Bailas Harry?
Harry asintió con timidez y se dejó arrastrar por Cho a la pista de baile.
— Herr...mio...ne —dijo Krum con su habitual torpeza—. ¿Te apetece bailarr?
— No, prefiero bailar una más lenta —dijo mirando a Ron desafiante.
Krysta advirtió la cara de furia que se le iba poniendo progresivamente a Ron y rápida como el rayo, se levantó y dijo:
— Venga, Ron. Ésta era mi favorita cuándo era pequeña. Vamos a bailarla, ¿te parece?
Ron no tuvo tiempo de responder porque antes de que se hubiera dado cuenta, Krysta ya lo tenía agarrado y lo llevaba hacia el centro de la pista. Cuando estuvieron en medio de la multitud, Ron volvió al mundo real.
— ¿Pero qué haces? Deja que aclare cuentas con esos dos tortolitos. Suéltame, no quiero bailar.
Ron trató de zafarse de ella, pero la chica no lo soltó.
— ¿Para qué, Ron? No podéis seguir así, deberías hablar con ella. Vosotros...
Ron la cortó impaciente.
— ¿Nosotros qué? ¿Por qué tengo que hablar con ella? Debería disculparse.
— No, tú te enfadaste primero. Si no das el primer paso ella no lo hará.
— Pues entonces no lo haremos ninguno —respondió Ron con un acento que dejaba claramente zanjada la cuestión.
Y sin añadir nada más se separó de Krysta y fue a servirse otra cerveza a la barra de los profesores.
Por su parte, Cho y Harry habían estado bailando todo el rato. Hary al principio se sentía avergonzado por su torpeza, pero luego le fue cogiendo el tranquillo. Poco después notó que tropezaba con alguien que estaba detrás de él. Se dio la vuelta y vio con asombro que se trataba de Ana, cuya pareja era ¡horror! Dennis Creevey.
— ¡Ye, Harry! ¡Esto es genial! ¿Conocías a Dennis? —exclamó la chica.
— Si, nos hemos visto de vez en cuando —respondió Harry disimulando sus ganas de alejarse de allí.
Por suerte, no tuvo que soltar ninguna excusa para ello, pues Krysta apareció como de la nada y se lo llevó aparte. Harry le preguntó a qué venía aquello, preocupado por lo que pudiera pensar Cho.
— Es que no veo a Ron. Se ha separado de mí hace un rato bastante malhumorado. ¿Me ayudas a buscarlo?
Harry sondeó la estancia con la mirada para buscar a su amigo, cosa bastante difícil entre la gente. Por fin, le pareció distinguir una cabeza pelirroja cerca de una de las paredes de la sala.
— ¿No es aquel que está apoyado en la pared? Justo al lado de la mesa de Draco y Pansy —dijo Harry señalando hacia el susodicho lugar.
Krysta miró hacia allí tratando de encontrar a su pareja. Finalmente lo vio y se alejó dando las gracias a Harry. Acababa de irse Krysta, cuando aparecieron Krum y Hermione que por fin se habían levantado y se decidían a bailar. Hermione aparentaba un aire desenvuelto y hablaba con naturalidad, pero Harry no pudo dejar de advertir las miradas de soslayo que dirigía hacia el lugar donde Ron seguía apoyado, ahora dialogando con Krysta. Krum, por su parte, tenía el mismo aspecto huraño y ceñudo de siempre, pero la expresión le cambiaba mucho cuando Hermione le dirigía la palabra. Apenas si se movía siguiendo la música, pero se contentaba con mirar a Hermione, que se movía, a juicio de Harry, con bastante gracia.
Harry fue a buscar a Cho, que se había acercado a charlar con unas amigas para que les acompañara en el baile. Así, se juntaron las dos parejas en un rincón de la pista. Tan ocupados tarareando las canciones a voz en grito que no vieron acercarse a Krysta, que tiraba a duras penas de un Ron malhumorado y refunfuñón hacia donde ellos se encontraban. Únicamente se dieron cuenta cuando oyeron la voz de la chica gritar con voz imperiosa que se dejaba oír por entre la música:
—…Y ahora, le vas a decir lo que piensas. ¡Ya! —Y diciendo esto, empujó a Ron hacia delante, con tanto acierto, que casi cayó delante de la asombrada Hermione.
Ron parecía furioso. Miraba a Hermione muy fijamente, pero con los ojos puestos sobre su nariz. Estaba tan rojo, que parecía llevar un hierro candente dentro de la cabeza. Sin embargo, al cabo de unos segundos, su semblante fue cambiando. Parecía que la furia disminuía. Miró primero a Hermione, luego a Krum, y de nuevo a Hermione, tan sólo moviendo los ojos. De pronto, parecía el mismo chico tímido de siempre. Finalmente, y tras un momento de penosa vergüenza, Ron consiguió articular una frase trémula y entrecortada: "Eh... esto... bueno... yo... ... ... ¿bailas?"
Haría falta estar allí para comprender el vasto significado con el que Ron había impregnado esa simple palabra. Hermione sonrió de pronto, con una dulzura que correspondía notablemente a la invitación de Ron.
— Pues claro, tonto —respondió la chica—. Te ha costado pedírmelo.
Y tras asegurarse de que a Krum no le importaba, Hermione se cogió al brazo de Ron y fueron a la barra a por otra bebida. Lo que tantas discusiones y enfados había causado, se esfumaba ahora con el sonido de una sencilla palabra: "¿bailas?", y de forma tan simple, que a Harry casi le costaba creerlo. Miró a Krum, cuyo semblante volvía a ser hosco y huraño, y no apartaba la vista de Hermione y Ron, con la melancolía en los ojos.
— A ella... —dijo muy suavemente—. Le gusta ese chaval... Rron.
Ni Harry ni Krysta ni Cho encontraron algo adecuado que responder.
— Siemprre le ha gustado. Siemprre se lo he notado...y me lo contó —tras decir esto, Krum se encogió de hombros ligeramente—. Serrá mejorr que la deje hacerr lo que quierra, ella... es una grran chica.
Y diciendo esto, dio la espalda a los tres chicos y se alejó. Harry lo compadeció mientras salía del comedor. Realmente parecía gustarle Hermione.
— Qué amigos tan curiosos tienes, Harry. Jamás pensé que él... estuviera enamorado de Hermione —comentó Cho mirando a la chica con curiosidad.
— Bueno, la verdad es que lo sabemos desde hace tiempo. ¿No te acuerdas de la segunda prueba? En el torneo…
— ¡Es verdad! ¡Lo había olvidado!
Harry asintió y se fijó en Krysta, que sonreía levemente mientras miraba a la pareja de amigos bailar unos metros más allá.
— Bueno, ¿qué le dijiste a Ron? —preguntó—. Parece que has sido tú la causante de esta extraña situación.
Krysta sonrió, leve.
— Le dije muchas cosas, pero no me hacía caso. Era bastante obvio que no quería bailar conmigo, así que pensé que lo mejor sería zanjar el tema por la vía rápida.
— ¿Cómo?
Krysta se rio ante la curiosidad de Harry.
— ¡Nada especial! Le empujé hasta ella. Le pillé tan desprevenido que no pudo reaccionar.
Harry sonrió.
— ¿Pero no decías que no querías mezclarte en sus asuntos?
— Sí, eso decía, pero Ron estaba siendo una pareja de baile bastante aburrida.
Harry no se lo discutió, sabía que Krysta tenía bastante razón. Él mismo tampoco se consideraba un compañero de baile soñado, para ser sincero.
— A veces hace falta alguien nuevo para equilibrar un poco las cosas —meditó mientras observaba a sus dos mejores amigos bailar juntos.
Krysta no dijo nada. Se limitó a sonreír de una manera que Harry no habría sabido describir pero que juraría haber visto en otro sitio.
