18. Las blancas mueven primero
Harry miraba el techo de su habitación con expresión ausente. Sus compañeros de habitación lo miraban preocupados. No había tenido un buen día. Los Slytherins se habían puesto insoportables con lo de la derrota del día anterior y Malfoy había conseguido ponerse más desagradable que nunca. Además estaba Snape. La clase de pociones de antes de la cena había sido horrible. Entre Malfoy y Snape habían conseguido amargarle la tarde secundados por los demás Slytherins que disfrutaban riendo todas las gracias. La derrota más aparatosa de su vida y, encima, tenían que recordárselo a cada momento. ¡Si es que había sido un fallo de lo más idiota! Y contra Draco... la segunda derrota que sufría. Contra Draco.
— Venga, Harry, anímate —decía Ron—. Todavía sigues siendo el mejor buscador.
— Permíteme dudarlo —respondió Harry ásperamente.
— ¿Pero qué dices? —exclamó Dean—. ¡Si realizaste el amago de Wronsky perfectamente! Seguro que eres el primer jugador de tu edad que lo consigue.
— Es verdad —apoyó Seamus.
Harry se incorporó y se sentó en el borde de la cama, donde estaba tumbado, mirando hacia Dean con fiereza.
— ¿Y de qué me sirvió, eh? ¿Puedes explicármelo? Montague tenía razón. ¡Lo único que hice fue lucirme!
Sorprendido, Dean alzó las palmas de las manos en un claro gesto de paz al tiempo que retrocedía un paso.
— Bueno, bueno, no hay por qué ponerse así —dijo.
Harry suspiró.
— Tienes razón, perdona. No estoy de buen humor, ya se me pasará —respondió serenándose de pronto y dejándose caer de nuevo pesadamente sobre la cama.
— Oye, Harry, ¿quieres una rana de chocolate? Tengo aquí una que me sobró de Hogsmeade —ofreció Neville metiéndose la mano en el bolsillo y sacando el dulce.
— Bueno... vale, necesito endulzarme un poco la noche —respondió el chico extendiendo el brazo para coger la rana que le tendía Neville.
— ¿No te quedan más, Neville? —preguntó Seamus mirando la rana de chocolate como si hubiera pasado el último mes en el desierto.
Neville negó con la cabeza. Ron, por su parte, decidió bajar a la sala común para ver si encontraba a Hermione o a algún otro. Se despidió de Harry, que no tenía ganas de acompañarle, y de los demás chicos y bajó las escaleras de caracol que llevaban a la cómoda y caliente sala común. Al verlo llegar, Hermione le hizo una seña desde un sillón situado en un rincón de la sala para que se acercara. Junto a ella, estaban Ana y Ginny.
— ¿Cómo está Harry? —preguntó Hermione que parecía preocupada.
— Malhumorado, como es natural, pero no creo que le dure mucho. ¿Y a ésta qué le pasa? —añadió luego, señalando a Ana que tenía cara de zombi nocturno.
— Está muerta de sueño. Pasó la noche de ayer escribiendo una redacción para Jill sobre la Revuelta de los Duendes y no pegó ojo. Y a pesar de todo sigue queriendo llevar la apuesta hasta el final —al decir esto último, Hermione chasqueó la lengua dando a entender su disconformidad con el asunto.
La verdad era que Ana tampoco había tenido un buen día. Por la mañana le había tocado admitir delante de Jill que Malfoy era mejor que Harry, nada más entregarle la maldita redacción. Después de esta humillación, se había quedado dormida en clase de encantamientos y el profesor Flitwick le había quitado 10 puntos. Para colmo, no dejó de recibir paquetes de Jill entregándole los deberes que debía realizar para el día siguiente. A estas alturas, la chica estaba medio desquiciada, pero debía seguir adelante con la apuesta. No podía permitir que nadie pusiera en duda su alma de Gryffindor. Aunque tuviera que volverse loca por el estrés. Ginny advirtió la mala cara de la niña y preguntó:
— Oye, Ana, ¿estás bien?
Ana la miró como si no entendiera y después contestó con un murmullo apenas audible y mirando hacia el vacío:
— Para elaborar una poción matamiedos debemos echar tres gramos de acónito en un caldero de agua hirviendo y después agregar una piedra bezoar a la mezcla con...
Ron miró a Hermione sin comprender una sola palabra.
— La lección de pociones —aclaró Hermione—. Una redacción de metro y medio para mañana. Acaba de terminarla.
Eso respondió a la pregunta de Ginny. Evidentemente, Ana no estaba bien. Y solo era el primer día.
Los días siguientes no fueron fáciles para Harry. Habían vuelto las clases y el trabajo era mucho más duro. Además, todavía no se les habían quitado las ganas de bromear a los Slytherins. Harry tuvo que aguantar sus burlas durante casi una semana entera. Por suerte, consiguió recuperarse bastante bien del shock que le había producido la derrota y prestar atención a otros asuntos más importantes. Como por ejemplo La Piedra del Tiempo. Después de casi una semana desde Navidades todavía no tenían noticias de las intenciones de Dumbledore. A Harry la espera se le hacía interminable. De todas formas procuró volcarse en las clases y olvidarse del asunto por un tiempo.
A Ana, sin embargo, le iba mucho peor. A penas daba abasto con sus propios deberes y encima tenía los adicionales de Jill. Lo bueno era que muchas veces los deberes del niño eran exactamente los mismos que los suyos, por lo que le resultaba más fácil hacerlos. Lo difícil era que tenía que poner mucho cuidado en no hacerlos demasiado parecidos porque podrían sospechar. Durante aquella semana, vivió únicamente para los libros, los apuntes y las anotaciones. Para eso y para aguantar los comentarios sarcásticos de Jill. En varios días fue imposible comunicarse con ella. Bastaba que le preguntaran cualquier cosa para que empezara a recitar algún párrafo del libro de encantamientos o de historia de la magia, o del que fuera, completamente ausente y fuera de sí. Aquello de la apuesta empezaba a ser cargante.
Por suerte, el tiempo pasa, y una semana, por larga que nos pueda parecer, tiene que acabar algún día. Cuando llegó el lunes siguiente y se sintió totalmente liberada, Ana fue a ver a Jill para repasarle por la cara que había conseguido llegar hasta el final a pesar de todo. Harry, Ron y Hermione, por su parte, seguían preguntándose en qué estaría pensando Dumbledore. Habían decidido que no avisarían a Krysta sobre la reunión que tenían pendiente. No estaba enterada de todos los asuntos de su tío y no podían hablar tranquilamente con ella delante.
Pasaron varios días todavía, en los cuales Ana llevó a cabo una suculenta venganza a base de bengalas del doctor Filibuster en el caldero de Jill, antes de que los tres niños fueran avisados por el anciano director. Era domingo. Acababan de salir del Gran Comedor tras terminar la cena y se habían despedido de Krysta. Ahora caminaban hacia la sala común, pero no habían llegado ni a la mitad del trayecto, cuando se encontraron de sopetón con Andrew y ¿Snape?
— Potter, Weasley y Granger —dijo éste último con tono autoritario—. Venid.
Algo extrañados, los chicos obedecieron y siguieron a los dos adultos sin rechistar. Nadie habló durante el camino. El silencio era agobiante, casi incómodo. Todos, incluso Snape, parecían hallarse en una gran tensión. Harry pensó por un instante que se dirigían hacia el despacho de Dumbledore, pero luego comprobó con asombro que regresaban al vestíbulo. Tardaron varios minutos en hallarse frente al Gran Comedor, pero no entraron en él, sino que se dirigieron hacia otra puerta situada a un lado de las escaleras en la cual no habían entrado nunca. Snape abrió la puerta, que era bastante pequeña y de lo más vulgar, y se encontraron en una gran sala de alto techo, desprovista de ventanas pero repleta de sillas. Había también, una vieja mesa de caoba en una esquina y un armario cerrado con llave. Por lo demás, la sala no tenía nada interesante.
Lo que realmente llamó la atención de Harry en aquel lugar, fue el encontrárselo tan lleno de gente. Dentro estaban Dumbledore, sentado en una de las sillas centrales, a su lado McGonagall y de pie junto a ella...
— ¡Sirius! —exclamó Harry al ver a su padrino que le saludaba con una gran sonrisa en la cara.
Sin pensárselo dos veces salió corriendo y le dio un fuerte abrazo. Hacía tiempo que se moría de de ganas de verlo. Eso era lo último que se esperaba. Tan contento estaba del encuentro, que ni siquiera se percató de lo extraño de la situación. Por inocente que fuera, Sirius seguía pareciendo culpable a los ojos de la sociedad mágica, así pues, ¿qué hacía en Hogwarts tan tranquilo y sin ocultar su identidad?
— Pero...pero... —trataba de decir Hermione mientras entraba en la misteriosa sala—. ¿Qué...qué haces aquí? Y sin transformar...
Hermione dirigió una temerosa mirada a los presentes, dando a entender su preocupación por la dudosa inocencia de Sirius con respecto al atentado quince años atrás.
— No te preocupes, Hermione —dijo una voz a espaldas de la niña—, llevamos varias horas explicándoselo todo. Ha costado lo suyo convencerles, pero ya ves...
Hermione se dio la vuelta sobresaltada y se quedó catatónica al ver quién había hablado. Un hombre delgado y extremadamente pálido, con el pelo castaño veteado de gris, le devolvía una amable mirada.
— ¡Profesor Lupin! —exclamó.
En efecto, era Remus Lupin, el antiguo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras de tercer curso. Todavía tenía aspecto enfermizo y las ojeras se le marcaban profundamente bajo los ojos, pero se había librado de su vieja y remendada túnica.
Lupin se rió al advertir la reacción de la chica.
— Por favor, Hermione, ya no soy tu profesor. Llámame Remus con total tranquilidad.
— Sí, claro...Remus. Cuanto tiempo... Me alegro de verte —respondió ella con algo de torpeza.
— Yo también —dijo Ron.
— Sí —se sumó Harry—. ¿Pero como es esto? ¿Qué hacéis aquí los dos?
Dumbledore se encargó de responder a la pregunta de Harry.
— Es necesario que nos juntemos muchos, Harry. Y no están aquí todos los implicados. De momento se lo he explicado todo a ellos dos, a Minerva y a Severus. Por ello he pensado que sería una buena idea utilizar la sala de reuniones. Estaremos más cómodos que en mi despacho — Dumbledore hizo una breve pausa para mirar a los presentes y prosiguió—. El problema es grave. Debemos actuar con rapidez pero asegurándonos el no cometer ningún error. He estado pensando seriamente en el asunto y planeando nuestros movimientos durante varias semanas. Ahora os expondré mis ideas. Pero antes... —Dumbledore miró atentamente a Sirius y a Remus— dejad que os presente a nuestro nuevo profesor de defensa contra las artes oscuras, Andrew Darkwoolf, tío de Krysta, la, digamos… niña clave.
Sirius se dio la vuelta y miró a Andrew con atención. Harry se podía imaginar que Dumbledore les había hablado de su traición a Voldemort, pero ignoraba si les había contado los detalles sobre la Piedra del Tiempo. Ambos se dieron la mano.
— Encantado —dijo Sirius con aparente indiferencia.
— Lo mismo digo —respondió Andrew en el mismo tono.
Harry se percató entonces del parecido físico que compartían. Ambos con el pelo negro, los ojos claros y la piel pálida... sin embargo, tenían otras diferencias físicas. Sirius era bastante más fornido por constitución que el delgado Andrew y sus facciones eran más masculinas. Y tampoco se parecían nada en la expresión. La mirada de Sirius era cálida a pesar de la permanente sombra que la cubría desde su estancia en Azkaban, mientras que la de Andrew no podía ser más fría y distante.
Después de presentarse, Sirius se apartó y dejó paso a Remus. Harry advirtió que el rictus de Andrew cambiaba de pronto al fijar sus ojos sobre los del antiguo profesor. Una sonrisa cruel se dibujó en sus labios mientras, con una mirada socarrona, le tendía la mano a Remus, quien sonreía, pero cuyos ojos estaban fríos como el hielo.
— Lupin, cuanto tiempo —dijo tranquilamente—. Admito que no me esperaba encontrarte aquí.
Remus estrechó la mano de Andrew y respondió:
— Qué agradable sorpresa, Darkwoolf —sin duda, las palabras de Lupin estaban cuidadosamente impregnadas de una sutil ironía, apenas perceptible.
Sirius los miró con curiosidad.
— ¿Os conocíais? —Preguntó formulando la pregunta que todos tenían en mente.
Remus asintió con la cabeza al tiempo que respondía.
— Sí, fuimos compañeros en el departamento de Investigación Mágica del Ministerio, hace siete años.
Los presentes se asombraron ante la noticia. Desde luego, nadie se había imaginado que Andrew y Remus se pudieran conocer.
— Pero tengo entendido que no estuviste mucho tiempo trabajando allí, ¿no? —preguntó Dumbledore que en ese tema estaba tan perdido como los demás.
— No, a penas un año —dijo Remus mirando de nuevo a Andrew—. En realidad, Darkwoolf fue la causa de mi corta estancia en el ministerio.
Andrew amplió todavía más su cruel sonrisa.
— Por favor, Lupin, no me digas que sigues molesto por aquello. No fue nada personal. Sólo hice lo que debía, proteger la vida de todos esos inocentes —respondió con sorna.
— Sí, por supuesto —Remus recuperó el tono de sutil ironía—. Y eso, sin contar que te aseguraste el puesto de director de departamento gracias a mi abandono. Un competidor menos. Fuiste muy hábil, Darkwoolf.
— No me juzgues mal por aquello. Era joven e impetuoso, no pensé en las consecuencias que podría tener mi acción.
— ¿Tú? ¿Impetuoso? —Remus adquirió una expresión de furioso escepticismo—. Tú jamás has sido impetuoso y nunca lo serás. Me gustaría saber durante cuanto tiempo estuviste planeando tu golpe maestro. ¿Un mes, dos? Sin duda lo hiciste con premeditación y alevosía. Es tu estilo. Sólo hay una cosa que nunca he logrado saber: ¿cómo averiguaste que yo era un licántropo, Darkwoolf?
Ante la última frase de Remus, los presentes empezaron a entender cuál había sido exactamente la causa del abandono de su trabajo en el ministerio.
Andrew le devolvió la mirada, indolente.
— Resulta curioso que me preguntes eso después de tantos años, pero, si lo quieres saber, no fue más que simple deducción. Tuviste suerte de que yo fuera el único lo bastante observador como para darse cuenta. Por otra parte, no vas del todo desencaminado. Gracias a ese desafortunado incidente, conseguí el puesto de director, sí.
— ¿Desafortunado para quién? No será para ti, ¿verdad? —respondió Remus fríamente—. Siempre fuiste una piraña, Darkwoolf. Devorabas a todo el que se cruzaba en tu camino. Y, por lo visto, no has cambiado nada.
Andrew le devolvió una desdeñosa carcajada. La idea parecía haberle hecho gracia.
— ¿Tú me hablas de devorar? —dijo cuando se calmó—. ¿Tú? Tienes que admitir que, viniendo de un licántropo, resulta bastante gracioso.
Remus no respondió. No había que ser muy inteligente para advertir cuánto odio había en sus ojos cuando miró a Andrew tras esa última frase. Y sin embargo sonreía. Sonreía con aparente tranquilidad sin molestarse en decir nada más. No era necesario. No habría servido de nada. Su fría mirada hablaba por sí misma.
La expresión de Andrew, sin embargo, no era de odio, era de desprecio. Le devolvía a Remus una sonrisa maliciosa y cruel que probaba lo poco que lamentaba la mala pasada que le había hecho hacía tanto tiempo.
"Y sin embargo" —se dijo Harry—. "Snape le hizo lo mismo a Remus hace tan sólo dos años y no parece odiarle tanto".
— Bien —dijo Dumbledore cortando cualquier posible continuación de la disputa—, ya es suficiente. Podéis saldar vuestras diferencias más tarde, ahora, por favor, vamos a centrarnos en el asunto de La Piedra del Tiempo. Supongo que todos habéis entendido cuál es el problema. Tal y como están las cosas, y si no hacemos nada, Voldemort llegará al poder destruyendo, aún sin pretenderlo, cuanto tiene que ver con la magia, ¿no es así?
La profesora McGonagall habló por todos.
— Así es, Albus, todos lo hemos entendido, pero te agradecería enormemente que no lo llamaras por su nombre.
Ron asintió con énfasis después de estas palabras.
— Lo siento, Minerva —continuó Dumbledore—.Ya conoces mi opinión con respecto a esos estúpidos seudónimos, pero dejemos ese tema y pasemos a lo importante: Harry —el chico se sobresaltó al oír su nombre y miró a Dumbledore expectante—, nadie mejor que tú para contar cómo llegaste al futuro y explicar exactamente lo que viste. Yo he podido aclararles algunas cosas, pero sería interesante que les pusieras al corriente de las experiencias que viviste.
Harry miró a Ron y Hermione, que le animaron con un gesto de cabeza, antes de comenzar a contar todo lo que le había pasado.
— Bueno, yo —comenzó el chico—... encontré La Piedra del Tiempo por pura casualidad, un día que fui al despacho del profesor Darkwoolf. Como no sabía lo que era, Ron y Hermione me ayudaron a buscar información sobre el objeto. Descubrimos que era una joya de mucho poder creada hacía siglos por Salazar Slytherin, que había estado oculta en el interior del castillo hasta que fue encontrada. No sé exactamente cómo llegó a mis manos, pero no nos preocupamos por aquello, decidimos que era más importante conocer qué clase de magia realizaba, por lo que decidimos seguir investigando. No había nada más en la biblioteca y no podíamos usar la sección prohibida, así que...
Harry se paró indeciso y miró a Snape preguntándose qué sería capaz de hacerle si se enteraba de que se habían metido a hurtadillas en su despacho. Luego miró a Dumbledore que parecía invitarle con la mirada a que continuara, lo que le dio ánimos para seguir.
— Así que nos metimos a investigar en el despacho del profesor Snape.
— ¡¿Qué?! —saltó Snape poniendo cara de demonio come-niños—. ¡Luego Peeves tenía razón aquella noche! ¡Maldita sea, Potter! ¿Se puede saber qué demonios querías encontrar en mi despacho? ¡No he visto esa maldita piedra en toda mi vida! —luego, girándose hacia Dumbledore añadió—. Señor director, espero que se haga cargo de que una acción como esa merece un castigo. No tengo por qué aguantar...
— Severus, por favor, cálmate. Potter y Weasley no tocaron nada en tu despacho ni tampoco robaron. Admito que es una idea un poco extraña, pero carece de importancia ahora. De todas formas, seguro que no son los primeros que se han metido a hurtadillas en un despacho en éste colegio.
Al decir esto, guiñó amigablemente un ojo a Sirius y a Remus, que hacían un esfuerzo considerable para aguantarse la risa.
— Bueno, haz el favor de continuar, Potter —invitó McGonagall—. No tenemos toda la noche.
Harry asintió y continuó contando el resto de la historia. Explicó el por qué Snape no había podido encontrarlos en su despacho la noche de Halloween, cómo había visto Hogwarts en ruinas, Hogsmeade completamente transformado y había encontrado a Krysta quién se lo había explicado todo. Luego relató la escapada y todo lo que le pasó al llegar, después de dos semanas desaparecido por culpa de un fallo de cálculo.
— Pero, Potter, ¿por qué motivo me mentiste? —interrumpió McGonagall que parecía algo ofendida—. Me asustaste mucho con aquella historia de El Señor Tenebroso
— Perdón profesora —contestó Harry mirando hacia el suelo—. Pero por algún motivo tenía la sensación de que no debía contárselo a nadie. No antes de haber rescatado a Krysta. Incluso dudé en contárselo a Ron y Hermione... claro que, luego, cuando vi que era incapaz de controlar el poder de la piedra, decidí que necesitaba ayuda de un adulto. Y ahí fue donde me equivoqué de persona... o quizá no, porque me llevó exactamente a donde quería.
Harry contó entonces, todo lo que le había pasado en el despacho de Andrew, aunque suponía que Dumbledore ya les había comentado cuáles habían sido sus movimientos antes. Cuando terminó con esa parte, todos los ojos estaban girados hacia Andrew.
— Muy típico de ti, Darkwoolf —dijo Remus con una mirada de desprecio—. Primero traicionas a unos y cuando te conviene traicionas a los otros. Sigues siendo el mismo farsante traidor de entonces.
— Cálmate, Lupin, y agradece que por el momento estemos en el mismo bando —respondió el otro sin alterarse pero con una clara entonación de amenaza.
— Por favor... —empezó Dumbledore con tono cansino.
— ¿Es una amenaza? Porque no me importaría saldar viejas rencillas aquí y ahora.
— ¡Por favor! —Remus, cuyo rictus desafiante había sorprendido a Harry, se calló al instante tras este último grito del director—. Dejad que Harry continúe.
Harry se dio por aludido y acabó de relatar su historia contando su pacto con Andrew y su regreso con Krysta.
— Verdaderamente, Harry —comentó Sirius—, no hay un sólo curso en el que dejes de sorprenderme. Parece que todo te pasa a ti.
— ¿Eso es todo? —preguntó Dumbledore.
— Sí, bueno... hay algo más —dijo Harry pensativo—. No me acordaba de ello, pero cuando estuve en el futuro, un hombre me comentó los nombres de algunos de los que se habían unido a Voldemort tras su reaparición y... bueno, pronunció mi nombre. No puedo entender por qué.
Los presentes parecieron bastante contrariados por la noticia. Evidentemente, ninguno (quizá Snape fuera la excepción) pensaba que Harry fuera una persona capaz de unirse a Voldemort. Era el último al que se hubieran imaginado uniéndose a su peor enemigo. Y menos, habiendo éste matado a sus padres. No tenía ningún sentido. Era completamente ilógico. Dumbledore pareció meditar una posible repuesta antes de contestar.
— Lo siento, Harry —dijo al fin—. No tengo explicación para ello, pero creo saber la forma de hallarla —todos lo miraron con curiosidad—. Ése va a ser nuestro primer movimiento. Vamos a actuar los primeros, pero a la defensiva. Antes de que puedan adelantársenos, debemos averiguar cuáles son los planes del enemigo para un futuro inmediato y para otro más lejano. Pongamos que esto es como una partida de ajedrez y que nosotros somos las blancas, hablando metafóricamente, pues bien, actuemos como las blancas. Movamos primero.
— Pero —se apresuró a contestar Ron que se sentía en su elemento con las metáforas ajedrecísticas— las blancas son también las que atacan. ¿Quiere decir con eso que vamos a iniciar un ataque contra Quién-Usted-Sabe?
— Tiene razón, señor Weasley —admitió el anciano con una sonrisa—, pero no siempre tiene por qué ser así. En esta partida, actuaremos a la defensiva. Sólo atacaremos cuando sea necesario.
Ron asintió con la cabeza y no dijo nada más.
— ¿Y cuál es su idea, señor director? —preguntó Snape.
— Simple, aunque peligroso. En cuanto a los planes inmediatos de Voldemort, está claro que debemos enviar un espía. Tú, Severus, por tu indudable experiencia, serías el indicado. Pero dado que Voldemort está al corriente de tu traición es demasiado peligroso Así que necesitamos a otra persona. Y hay alguien entre nosotros al que sin duda, se le da muy bien el espionaje. Alguien que además goza de la confianza plena de Voldemort... sí, Andrew, me refiero a ti.
Andrew no pareció en absoluto asombrado, pero meditó unos segundos antes de contestar.
— Bueno, si se trata de averiguar cuáles son los planes de Voldemort, no creo que tenga ninguna dificultad. Supongo que con el suficiente cuidado y las palabras adecuadas me lo dirá, aunque suela guardarse las ideas hasta el momento preciso.
— ¿Te crees entonces capaz de hacerlo?
— Por supuesto. No creo que me resulte muy difícil.
— Perfecto, entonces. Este asunto ya lo tenemos solucionado. Ahora toca pensar en lo del futuro lejano. La dificultad reside en que es posible que ni siquiera Voldemort tenga muy claro lo que pretende hacer para dentro de veinte o treinta años.
La profesora McGonagall miró a Dumbledore como si se hubiera vuelto loco, y Sirius y Remus parecían incrédulos.
— Pero, señor director —dijo Remus—, ¿cómo pretende averiguar cómo se llevará a cabo algo que todavía no ha sucedido?
Dumbledore sonrió ante el asombro de los presentes.
— Puede que no se os haya ocurrido, pero el tener La Piedra del Tiempo no sirve únicamente para protegerla, también podemos utilizarla. En ese sentido, tenemos ventaja sobre Voldemort. Él no sabe que la poseemos y probablemente ni siquiera la conozca. Ah, y hay que tener mucho cuidado con este asunto, no podemos permitir que Voldemort se entere de que poseemos la piedra y pueda ambicionarla. Con ella en su poder, se volvería todavía más peligroso de lo que ya es.
Todos comprendieron entonces cuáles eran las intenciones de Dumbledore. Se trataba de aprovechar el poder que les otorgaba La Piedra del tiempo para usarlo contra Voldemort. Y sin duda, Krysta sería la encargada de hacerlos viajar en el tiempo. Muy astuto.
— No será necesario.
Todos se giraron hacia el que acababa de hablar, que no era otro de Andrew, y se lo quedaron mirando sin entender lo que quería decir.
— Explícate, Andrew —pidió Dumbledore—. ¿Qué quieres decir?
— Quiero decir, señor director, que no necesitamos el poder de La Piedra del Tiempo para averiguar los planes de Voldemort en un futuro lejano. Sé de alguien que puede darnos esa información con relativa facilidad.
— ¿Cómo es posible eso? —preguntó Dumbledore hablando por todos.
— Digamos que tiene poderes fuera de lo común —respondió Andrew con indiferencia.
— ¿Estás seguro? ¿Y... tu amigo querrá ayudarnos?
Andrew sonrió con desgana.
— No tiene más remedio, señor director. Por ciertas razones que no vienen a cuento está más que dispuesto a obedecerme en todo.
Dumbledore meditó durante unos segundos la proposición de Andrew.
— ¿Podemos fiarnos de él, Andrew? El asunto es grave, no podemos ir por ahí contándoselo a todo el mundo.
— Le aseguro, señor director, que no existe persona más indicada para guardar un secreto. De todas formas, puedo llamarlo para que juzgue usted mismo. Si lo llamo ahora puede que mañana temprano lo tengamos aquí.
Dumbledore meditó de nuevo.
— La pregunta no es si podemos fiarnos de ese personaje, la pregunta es, más bien, si podemos fiarnos de ti, Darkwoolf —dijo Remus adelantándose a la respuesta de Dumbledore.
Andrew esbozó su famosa sonrisa torcida y respondió con tranquilidad:
— ¿Qué queréis que os diga? Eso ya es asunto vuestro. Yo sólo he expuesto una idea, si no os fiáis, utilizad La Piedra del Tiempo. No es que me importen demasiado vuestras preferencias a la hora de proceder… tampoco tengo derecho a decidir. Eso es cosa vuestra.
Dumbledore asintió lentamente mientras lanzaba una mirada escrutadora sobre Andrew.
— Está bien, llama a tu amigo. Después de verlo decidiremos.
Andrew hizo un movimiento afirmativo.
— ¿Y qué haremos ahora, Albus? —preguntó la profesora McGonagall.
— Bueno, por hoy ya hemos terminado. En cuanto hayamos solucionado lo del amigo de Andrew, será el momento apropiado para comenzar el espionaje. Después de averiguar lo necesario ya veremos.
Los presentes asintieron satisfechos por la respuesta aunque preocupados. Los problemas, seguramente, no habían hecho más que empezar. Aunque de momento, el único que tenía auténticas razones para preocuparse, era Andrew. Lo del espionaje en la guarida de Voldemort no era precisamente lo que más le convenía en aquellos momentos. Harry se preguntó por qué había propuesto a ese amigo suyo para hallar la información.
"Claro, seguramente no quiere meter a su sobrina en esto" —pensó—. Cuanto más alejada esté del jaleo, más difícil será que pueda sospechar algo. Y eso sin contar la cantidad de peligros a los que estaría expuesta, que podrían arruinarle los planes si llegara a pasarle algo".
Luego, añadió mentalmente pero con énfasis:
— "¡Será cabrón!".
— Bien, pues ya está todo solucionado de momento —dijo Dumbledore haciendo regresar a Harry a la realidad—. Creo que podemos dejarlo por hoy. Además, Potter, Granger y Weasley tienen que estar listos para las clases de mañana, va siendo hora de que se acuesten —añadió con un brillo simpático en los ojos.
— Y... señor director, ¿dónde dormiremos nosotros? —preguntó Sirius.
— ¡Oh! ¡Por supuesto! Qué cabeza la mía. Severus, por favor, ¿no puedes buscarles un dormitorio?
— ¿Yo? —preguntó Snape sin molestarse en ocultar la repulsión que le causaba el trabajito.
— ¿Él? —preguntó Sirius sin molestarse en ocultar la repulsión que le causaba Snape.
— Sí, venga, iros ya que el castillo es muy grande y no tenemos toda la noche, como ha dicho Minerva.
Dumbledore parecía tremendamente divertido con el asunto.
Remus y Sirius se despidieron de Harry, Ron y Hermione y siguieron a Snape hacia las escaleras del vestíbulo. Harry advirtió que Sirius y Snape se lanzaban miradas corrosivas impregnadas de odio mientras caminaban. Luego, decidió que ya era hora de que se fueran ellos también. Se despidieron de los que quedaban y salieron de la sala hacia el vestíbulo.
— Pues bueno, de momento nos toca esperar —dijo Ron desperezándose.
— Sí, y la verdad, no me importa en absoluto. Nunca me ha hecho excesiva gracia este asunto de La Piedra del Tiempo —respondió Hermione.
Harry iba a añadir algo, pero no le dio tiempo a abrir la boca, porque no habían llegado al pie de las escaleras cuando Ron exclamó:
— ¡Malfoy! ¿Qué demonios haces aquí a estas horas de la noche?
Harry se alarmó y siguió la mirada de Ron hacia el pie de las escaleras, donde, efectivamente, se hallaba Draco Malfoy que les devolvía una orgullosa mirada.
— ¿Qué pasa, Weasley? ¿Te molesta verme? No creo que sea ningún crimen el ir al baño. De todas formas ya volvía a la sala común —respondió el Slytherin con petulancia.
— En ese caso ya estás tardando en desaparecer —replicó Ron con acritud.
— Muy bien, Weasley, como quieras —dijo Malfoy con una sonrisa arrogante—. Tampoco es que me apetezca mucho quedarme a charlar con un pobretón acompañado de una sangre-sucia y un cabeza rajada.
Tras decir esto, se dio la vuelta y salió en dirección a las mazmorras. Harry y Hermione tuvieron que sujetar a Ron para que no se lanzara encima del Slytherin y tratara de partirle la boca. Cuando consiguieron calmarlo, reemprendieron el camino hacia la sala común.
— ¡Será idiota! —seguía protestando Ron—. Y de todas formas, no sé por qué presume tanto. Orgullo Slytherin... ¡bah! ¡Si ni siquiera tienen baño en la sala común!
Harry y Hermione se encogieron de hombros y decidieron que era mejor dejar a Malfoy con sus frases célebres y sus ganas de presumir.
