20. Tomar las riendas
" Voldemort... ha... estoy atrapado... no puedo... averiguado cosas...el...tenéis que... mucho cuidado... ayuda... ayuda..."
Krysta se despertó de pronto con una exclamación ahogada de sorpresa y confusión. Se pasó la mano por la frente y la halló empapada de sudor. Tenía el pijama pegado al cuerpo y el corazón le iba a cien por hora. Sentía un calor horrible, pero no se dio cuenta. No podía apartar de su mente aquella voz. Hubiera jurado que era la voz de... no, no, qué tontería. Él estaba en el colegio, era profesor, ¿Cómo iba Voldemort a entrar en el colegio sin que ella se diera ni cuenta? No tenía sentido. Pero por alguna razón, tuvo un mal presentimiento. La preocupación le atenazó el estómago mientras se incorporaba respirando hondo para calmar el súbito nerviosismo que se había apoderado de ella.
Con cuidado apartó las cortinas azules del dosel y apoyó los pies en el frío suelo para levantarse. Sin hacer el más mínimo ruido para no despertar a sus compañeras de habitación de Ravenclaw, Krysta se dirigió a la ventana que mostraba una preciosa vista del lago. La abrió muy lentamente y se sintió muchísimo mejor cuando una ráfaga de aire frío le golpeó en el rostro. Dirigió su vista hacia el lago, parcialmente helado y se perdió en sus propios pensamientos con la vista vagando por el amplio terreno de Hogwarts, cubierto por nieve invernal. Era 18 de enero. Hacía más de tres semanas que había entrado en el colegio. La calma de la noche hizo que empezara a pensar y a recordar cuánto le había pasado de un tiempo a esta parte. Pensó qué habría sido de ella si no se hubiera encontrado con Harry y su tío en las ruinas del futuro Hogwarts.
— "Todo se lo debo a ellos dos —se dijo pensativa—. Si no me hubieran encontrado... no quiero ni pensar qué habría pasado conmigo".
Este pensamiento le hizo recordar la causa de su agitado despertar. ¿Y si era cierto que él estaba en peligro? ¿Y si Voldemort hacía daño a su tío? No podría soportarlo. Él era todo lo que le quedaba en el mundo después de cinco años. Si le pasaba algo... pero no. No podía ser. No era más que un sueño.
Con este pensamiento en la cabeza, se apartó de la ventana y la cerró con cuidado. Empezaba a hacer frío, mejor volver a la cama. Mañana se habría olvidado de todo y se sentiría mucho mejor. Regresó a su cama con dosel y se acostó. Acababa de cerrar los ojos cuando un súbito pensamiento, una idea que no se le había ocurrido antes, brotó en su mente eclipsando a todas las demás. ¿No era capaz su tío de usar la magia mental? Ella recordaba que sí. Aunque hacía cinco años de aquello, la niña recordaba haberlo visto practicando algunas veces y trabajando duro horas y horas para llegar a mover un objeto. ¿Y si no era un sueño después de todo?
— "Eso no tiene sentido —pensó—. Era capaz de mover objetos con mucha dificultad, es completamente imposible que ahora..."
Sin embargo, comprendió de pronto que ya no iba a ser capaz de dormirse en toda la noche.
— ¿Qué te pasa Krysta? Tienes muy mala cara.
La chica levantó la cabeza para mirar al intruso que acababa de interrumpir sus meditaciones. Estaba inusualmente pálida y tenía los ojos hinchados. Hermione, que era la que acababa de hablar y que venía acompañada por Ron, la miró preocupada. Ambos acababan de dejar la sala común de Gryffindor para ir a la biblioteca. Desde que conocían a Krysta, éste se había convertido en su lugar de reunión común. Aquí pasaban la mayoría de los ratos libres, aparte de dar largos paseos por el lago o visitar a Hagrid. Ahora eran las 11 de la mañana del martes y se hallaban en su primer descanso.
Tal como Hermione había dicho hacía un momento, el aspecto de Krysta dejaba bastante que desear. La niña esperó un momento antes de contestar, como si no hubiera entendido bien.
— He dormido mal... sólo han sido pesadillas. No pasa nada —respondió con una sonrisa tenue—. ¿No viene Harry con vosotros? —añadió después al advertir que faltaba uno de ellos.
—No, se ha decidido por fin a coger la escoba. Ya era hora, desde que perdió no quiso tocarla ni una sola vez.
Ron dijo esto al tiempo que se sentaba en una silla, junto a Krysta. Hermione lo imitó colocándose justo enfrente del niño.
— ¿La escoba? ¿A estas horas? —preguntó Krysta sin entender.
— Sí... no sé qué mosca le ha picado. Ha dicho que lo necesitaba, que aprovecharía el descanso para dar una vuelta y quitarse de una vez el malestar que le provocaba el recordar su derrota.
— Ah, ya veo... —Krysta movió la cabeza pensativamente un momento y luego continuó—. Y, hablando de desaparecidos, ¿no sabréis por casualidad dónde está mi tío? No lo he visto en toda la mañana.
Los dos niños abrieron los ojos con asombro tras oír las palabras de Krysta.
— ¿Aún no ha vuelto? —saltó Ron sin pensar.
Hermione lo miró furiosa y le dio un codazo malintencionado para que aprendiera a cerrar la bocaza. Krysta, sin embargo, se había percatado de la espontánea reacción de Ron y los miró recelosa.
— ¿Cómo que aún no ha vuelto? ¿Es que sabéis dónde está? —preguntó con desconfianza.
Hermione se apresuró a inventarse algo lo más rápido posible.
— No, no tenemos ni idea. Es sólo que... que también nos preguntábamos dónde estaría... porque ayer tampoco lo vimos y... bueno, eso. Pensábamos que tú lo sabrías.
— Pues no, yo tampoco tengo ni idea —respondió Krysta cambiando el recelo por preocupación—. Me pregunto si...
Krysta parecía tener ahora mucho peor aspecto que antes. La evidente preocupación de la chica no pasó inadvertida a sus amigos que se contagiaron de ella.
— Oye, ¿seguro que estás bien? —preguntó Ron—. ¿No deberías pasarte por la enfermería?
Krysta sonrió tratando de tranquilizar a Ron y Hermione. No quería que se preocuparan por ella.
— No, por favor, no digas tonterías. Ya os lo he dicho, es culpa del insomnio —respondió tratando de parecer más animada.
— Sí... insomnio provocado por pesadillas —comentó Hermione como quien no quiere la cosa.
El rostro de Krysta se ensombreció sin que pudiera evitarlo. La niña rehuyó la mirada de sus amigos mientras intentaba cambiar de tema.
— Venga ya, Krysta —cortó Hermione, severa—. Dinos qué te pasa. No es sólo el insomnio, ¿verdad?
Krysta la miró de nuevo, pensativa. Esta vez tardó más tiempo en contestar. Finalmente, no pudo evitarlo y se decidió a contarles todo lo referente a la extraña voz en su cabeza.
— Bueno, vale... no ha sido sólo el insomnio —empezó la niña lentamente—. Es que... lo de las pesadillas, pues... es que no ha sido exactamente una pesadilla.
— ¿No? ¿Pues qué ha sido? —preguntó Ron.
— Ha sido más bien como... como una voz en sueños. Me estaba diciendo a mi misma si no sería posible que... —Krysta se interrumpió y, con el ceño fruncido, cambió el rumbo de sus palabras—. Pero no, no es posible. Es una tontería, dejadlo, no me hagáis caso.
Ron y Hermione se miraron sin entender absolutamente nada.
— Venga, Krysta, no nos dejes así. Explícanos que pasa —pidió Ron.
— Bueno, vale —dijo ella con aparente renovado buen humor—. Es que esta noche me ha pasado una cosa muy tonta. Resulta...
Krysta se interrumpió de repente. Ron y Hermione la miraron atónitos mientras ella se tensaba y dejaba de oírlos. Trataron de llamarla y de hacer que reaccionara, pero la chica parecía estar en otro mundo. Atenta a algo que tan sólo ella percibía, como escuchando algo que tan sólo ella podía oír.
La niña trató de desviar su atención hacia otra cosa, pero fue incapaz de hacer nada. No podía escapar a esa voz insistente y suplicante dentro de su cabeza repitiendo palabras cuyo significado estaba lleno de interferencias.
— "No puedo... él me tiene... descubierto... nueva maldición... ayuda...ayuda... ayuda...".
— ¡Harry! ¡Harry!
Harry se sobresaltó al oír aquella voz que repetía su nombre insistente. Algo confundido, se giró para mirar a través de la puerta abierta de los vestuarios, distinguiendo una figura que corría hacia allí desde el otro extremo del campo, en dirección opuesta al castillo. Soltando la toalla con la que se limpiaba el sudor y dejando la escoba apoyada en la pared, se colocó su capa de invierno y salió fuera para recibir al intruso. Se asombró bastante al descubrir que éste, no era otro que una inquieta y excitada Krysta.
— ¡Harry! —exclamó esta al llegar junto a él entre jadeos—. ¡Harry, rápido ven!
— ¿Que vaya? ¿Por qué, qué pasa? —preguntó el chico que no comprendía a qué venía tanto jaleo.
— ¡Mi tío...! ¡Se fue ayer y aún no ha vuelto! —luego agregó en tono desesperado— ¡Algo le pasa, Harry, algo malo! He oído su voz...
— ¿Su voz? —preguntó Harry que empezaba a comprender y no le gustaba nada el asunto.
— ¡Sí... pero ven! ¡Ron y Hermione han ido ya a avisar a Dumbledore! Creo que algo pasa, Harry, algo grave.
Y tan grave. ¿Era posible que Andrew hubiera fracasado? ¿Era posible que Voldemort hubiera descubierto lo de su traición? Realmente no le importaba demasiado lo que el Señor Tenebroso pudiera hacerle, pero temía por el éxito de sus planes y por Krysta. Podía resultar un golpe muy duro para ella el perder a su tío, por miserable que éste pudiera ser, seguía siendo el último familiar vivo que le quedaba.
Sin esperar a que le dijera nada más, Harry salió corriendo detrás de Krysta, de regreso al castillo. Atravesaron el campo de quidditch y el jardín frontal del castillo como una exhalación. Respirando con dificultad, subieron las escaleras de la entrada a toda prisa e irrumpieron en el vestíbulo. Antes de que pudieran dar un paso más, una voz los llamó desde algún punto de la sala.
— ¡Harry, Krysta, por aquí!
Harry se giró hacia la voz y se encontró con Sirius, que estaba junto a la puerta de la sala de reuniones y que le llamaba con un gesto de la mano. Los niños atravesaron el tratando de recuperar el ritmo normal de las pulsaciones. Por fin, entraron en la sala de reuniones, que estaba llena de gente como siempre, pero faltaba la profesora McGonagall, porque en esos momentos estaba dando una clase. Ron y Hermione también estaban dentro, ellos eran los que habían avisado a Dumbledore, y éste había convocado la reunión. Harry y Krysta se convirtieron en objeto de todas las miradas de los presentes. Justo al entrar en la sala, Harry se golpeó la frente recordando algo de pronto.
— ¡Ah! ¡Me he dejado la Saeta de Fuego en los vestuarios! Voy a por ella —exclamó haciendo un amago de retroceder.
— No, Harry —cortó Dumbledore con un gesto—. Espérate a que hayamos aclarado el asunto, tu escoba estará bien.
Harry aceptó con resignación y volvió sobre sus pasos colocándose de nuevo junto a Krysta.
— Bien —saltó Snape con bastante malhumor antes de que nadie añadiera nada más— ¿Se puede saber a qué viene todo esto? He tenido que dejar la corrección de las redacciones a mitad. Por cierto, Potter —añadió después dirigiéndose a Harry con malicia— esta vez te has superado. La peor redacción que corrijo desde que el señor Longbottom afirmó que la piedra bezoar es una enfermedad del riñón que tienen los patos, deberías sentirte orgulloso.
Harry aguantó el golpe con todo el estoicismo del que fue capaz que, dicho sea de paso, no era mucho. Dumbledore no prestó atención a las palabras de Snape, pero se dirigió a los niños bastante intrigado.
— Bueno, ¿a qué viene tanto alboroto? ¿Ha pasado algo? —preguntó.
Harry iba a contestar, pero en ese momento se dio cuenta de que realmente, no sabía a ciencia cierta qué pasaba. Cortando la frase a mitad, cambió el rumbo de sus palabras para dirigirse a Ron y Hermione.
— La verdad es que no lo sé muy bien... chicos, ¿qué pasa?
— Pues pasa que... —Ron se quedó a mitad de frase también y cruzó una fugaz mirada con Hermione, para después dirigir los ojos hacia Krysta—. Krysta, ¿qué pasa?
La chica dejó escapar un largo suspiro de exasperación y luego exclamó, irritada:
— ¡Mi tío, maldita sea! ¿Dónde está? ¡Algo malo le pasa y nadie me dice nada!
Todos los demás se miraron confusos. ¿Algo malo? ¿Cómo que algo malo? ¿Sería posible que hubiera fracasado en su misión? ¿Y podían decirle a la niña dónde estaba? Ya se encontraba bastante alterada como para llevarse otro susto como ese. De todas formas, ¿cómo podía saber ella que Andrew estaba en peligro?
— Ah, así que tú eres la sobrina de Darkwoolf, ¿no? —preguntó Sirius mirando a la chica con atención—. Pero bueno, no entiendo por qué te preocupas tanto. ¿Qué es lo que te hace pensar que está en peligro?
— Es... —empezó Krysta algo más calmada pero sin saber muy bien por donde empezar—. Es algo muy extraño. He oído su voz. Dos veces ya, una esta noche y la otra hace un momento, por eso he querido avisar al profesor Dumbledore. No entiendo bien lo que dice, pero no para de pedir ayuda, eso sí que lo entiendo. Y sé que es él, reconozco la voz, y tampoco está en el colegio...
Krysta se interrumpió para ver qué efecto causaban sus palabras en los oyentes. Parecían todos bastante confusos, incluso incrédulos, pero Remus alzó las cejas con pensativo asombro.
— ¿Su voz? —luego, se dirigió hacia Dumbledore, reflexionando en voz alta—. Señor director, ¿no sería posible que Darkwoolf hubiera usado su magia mental para realizar un hechizo de telepatía? Es muy probable que El Señor Tenebroso haya descubierto todo lo referente a él y lo haya retenido. Puede que se halle sin varita y no haya tenido otro medio de comunicarse con el exterior.
Harry observó a Remus con atención. A pesar de que parecía tranquilo, se dio cuenta de que la palidez de su rostro estaba mucho más acentuada de lo normal, y su voz sonaba cansada. Dumbledore, interesado por las palabras de Lupin, meditó un momento analizando las posibilidades.
— Tienes razón, no es improbable, aunque si así fuera, ¿por qué comunicarse con Krysta y no con cualquiera de nosotros?
— Quizá no haya podido ser más preciso, también la magia mental tiene sus límites —respondió Remus que parecía dominar bien el tema—. Incluso me asombra que Darkwoolf haya realizado un hechizo de telepatía mentalmente, es algo muy difícil... ha mejorado mucho, ya lo creo.
Krysta ya empezaba a sentirse perdida en la conversación. ¿Qué era todo eso del Señor Tenebroso? ¿Cómo que lo había retenido? Allí había muchas cosas que se le escapaban.
— ¿Qué tiene que ver el Señor Tenebroso en todo esto? —preguntó, suspicaz, tratando de ocultar su desasosiego.
Todos los demás se miraron con embarazo. No era algo fácil de contar.
— Pufff –bufó Sirius mesándose el cabello hacia atrás con la mano—, a ver cómo se lo explicamos.
Por suerte Dumbledore, con su especial tacto, se esforzó en hallar las palabras adecuadas. No por nada era considerado un auténtico genio... por loco que pareciera estar.
— Krysta —empezó despacio y silabeando con cuidado—. Lo que voy a decirte probablemente no te sentará muy bien... pero es necesario que lo sepas. Tu tío salió la noche pasada a realizar una misión importante en la Mansión Ryddle de Pequeño Hangleton... la actual guarida y morada de Voldemort.
Krysta se puso pálida como un cadáver.
— ¿Qué...?
— Siento tener que decírtelo, quería evitar que te preocuparas, pero es la verdad. Su triunfo es vital para todos nosotros y era algo que tan sólo él podía hacer. Lamento que las cosas hayan ido así, pero por lo que nos anuncias... lo de la voz en tu cabeza... es muy posible que Andrew haya fracasado y se encuentre retenido por el propio Voldemort. No es más que una hipótesis, los datos que nos das son muy ambiguos pero...
— ¿Cómo que muy ambiguos? —exclamó la chica que ahora estaba realmente alterada—. ¡Señor director, usted no ha oído esa voz suplicante dentro de su cabeza! No puede entender... — Krysta hizo una pausa para ordenarse las ideas. Se calmó un poco y moviendo la cabeza continuó— No sé cómo explicarlo. Lo único que sé, es que si mi tío está prisionero en esa mansión como usted dice, no podemos dejarlo ahí. ¡Hemos de ayudarle! ¿Qué haré si el Señor Tenebroso lo mata? ¡No podré soportarlo!
— Lo entiendo perfectamente, Krysta —dijo Dumbledore amablemente y con voz tranquilizadora—. No creas que voy a quedarme de brazos cruzados. El problema es que tratándose del Señor Tenebroso no podemos actuar a la ligera. Pocos hemos olvidado los años en los que alcanzó el apogeo de su poder. Hemos de asegurarnos de que la situación de tu tío es realmente la que suponemos. Necesitamos información antes de actuar... porque por el momento sabemos que está vivo.
— ¿Información? —preguntó Ron—. ¿Y de dónde sacamos esa información? Esta vez no contamos con los espíritus de cuarto menguante.
Dumbledore movió la cabeza negativamente.
— No los necesitamos para esto, aunque tampoco creo que nos hubieran sido de mucha ayuda esta vez... no se trata de viajar en el tiempo, sino en el espacio. Hasta la Mansión Ryddle. Alguien tendría que ir hasta allí y tratar de informarse sin ser descubierto, alguien que pueda camuflarse muy bien...
Los presentes se miraron sin saber qué decir. Ninguno allí se consideraba en calidad de estar al alcance de semejante misión, pero todos miraban al de al lado como tratando de juzgarlo. Snape lanzaba miradas analíticas por los presentes sin convencerse, hasta que sus ojos se detuvieron en Sirius que miraba hacia el techo distraídamente como si la cosa no fuera con él. Una sonrisa maliciosa apareció en el rostro de Snape mientras observaba al padrino de Harry y, cuando por fin habló, lo hizo con maligna ironía en la voz.
— Black —dijo suavemente pero sin disimular su antipático tono al hablar—, ¿tú no eras animago? ¿No eras ése hábil animago que tiene engañado a todo el ministerio de magia? ¿Ése animago que nadie ha sido capaz de encontrar en tres largos años?
Todas las miradas de los presentes convergieron sobre Sirius Black. Éste se giró para mirar a Snape con las mejillas encendidas pero todavía haciéndose el loco. Tardó varios segundos en contestar.
— Bueno... sí —dijo al fin tratando de parecer indiferente.
— Señor director —continuó Snape maliciosamente pero esta vez dirigiéndose a Dumbledore—. ¿No cree que Black sería la persona indicada? Es, evidentemente, muy bueno con el camuflaje... y un perro negro, por la noche, apenas llama la atención.
Dumbledore meditó las palabras de Snape.
— Pues bien mirado... no es mala idea —dijo algo asombrado por la ocurrencia de Snape.
Los demás se miraron sin saber qué decir. A Harry aquello no le hacía ninguna gracia. ¿Por qué tenía que ser su padrino? ¿Por qué no iba el imbécil de Snape?
— Eh, esperad, esperad un momento —dijo Sirius alzando las palmas y retrocediendo unos pasos—. No creo que yo sea el adecuado... no tengo ninguna experiencia en espionaje y...
— Eso carece de importancia, Black. Lo que necesitas no es experiencia, sólo habilidad —dijo Snape que estaba evidentísimamente encantado con el asunto.
Sirius frunció el ceño y se encaró con Snape.
— Y si tan claro lo tienes, ¿por qué no vas tú? —exclamó—. A fin de cuentas tú eras el espía. Tú eras el que traicionó a Quien-Tú-Sabes... en todo caso, deberías ser tú el encargado de ésta misión.
— Por favor, Black, ése argumento es banal... sabes perfectamente que Quien-Tú-Sabes me matará sin pensárselo dos veces en cuanto me encuentre. No estoy en condiciones de ir.
— A pesar de todo insisto —continuó Sirius—. Señor director, ¿no cree que tengo razón?
— ¿Qué demonios pretendes, Black? ¿Que me maten? —saltó Snape empezando a cabrearse.
— Mira quién habló. No te hagas el santurrón Snape, no se lo cree nadie—respondió Sirius, ácido.
— Sigues siendo el mismo idiota infantil de siempre, Black. Ni siquiera tu larga estancia en Azkaban ha conseguido madurarte el cerebro.
— Prefiero ser un inmaduro a ser un amargado y tener cara de pasa como tú, Snape.
— Yo tendré cara de pasa, pero tú tienes cerebro de mosquito.
— Eso se nota menos que la nariz ganchuda que vas pisándote al andar.
— Una palabra más, Black, y te lanzo una maldición para el resto de tu vida.
— ¿Tú y cuántos más?
— Dios mío, ¿Pero serás estúpido?
— ¿Y tú gilipollas?
— ¡Imbécil!
— ¡Subnormal!
— ¡ESPECIE DE BUFÓN SIN SESO!
— ¡BUITRE AMARGADO!
— ¡SILENCIO!
Sirius y Snape cerraron la boca al instante y se giraron hacia el director, que había alzado ambos brazos y tenía las palmas abiertas con clara intención de poner paz entre los dos discutidores.
— Celebro que hayáis decidido dejar de lado la discusión y retomar el tema principal —dijo, con un suspiro de cansancio— ¿Por dónde íbamos?
— Black decía que estaría encantado de realizar la misión— se apresuró a contestar Snape señalando a Sirius.
— ¡Eh, eh! ¡Que yo recuerde no he dicho nada ni remotamente parecido! —exclamó Sirius mirando a Snape con ojos envenenados.
— Por favor, Black, no te alteres. ¿Acaso vas a hacernos un feo como ese? No querrás que el Quien-Tú-Sabes mate a nuestro querido amigo Darkwoolf, ¿verdad? —contestó Snape con sorna.
— Por lo que a mi respecta, Quien-Tú-Sabes puede hacer lo que le dé la gana con ese desgr — Siriús se interrumpió de pronto y miró a Krysta que lo observaba sin entender—... em, bueno, yo... no quería decir...esto...ejem.
— ¿Lo ves? Si en el fondo eres una excelente persona, sabía que no nos dejarías en la estacada — continuó Snape con el mismo tono irónico.
— Pero si yo no... yo... —Sirius trataba en vano de encontrar un argumento convincente para librarse de Snape— ¡No veo por qué tengo que ser yo! Además, Remus también se transforma en animal, ¿no?
Sirius señaló a Remus que lo miró con ojos muy abiertos, perforándole con la mirada. Los demás miraron a Remus a su vez, como si no se hubieran dado cuenta hasta entonces de que estaba ahí.
— ¡Pues es verdad! —exclamó Snape de repente—. Ahora que lo dices, Black, no tienes por qué ir solo. Lupin puede acompañarte en calidad de licántropo, un perro y un lobo... no haríais mala pareja.
Los presentes giraron los ojos hacia Snape ¿Pero estaba hablando en serio? Eso era una idea descabellada.
— ¿Pero de qué habla? —saltó Harry que ya estaba quemado desde hacía un buen rato—. Sabe perfectamente que eso es imposible. Lupin no se transforma por gusto, y cuando lo hace no es dueño de su mente. Se convierte en un lobo por completo.
—Harry tiene razón —apoyó Remus, masajeándose el entrecejo con dos dedos y lanzando después una mirada de soslayo a Sirius. No podía creer que su amigo lo hubiera metido en semejante discusión.
Snape miró a Harry con furia y dijo:
—Debido a la situación, Potter, voy a pasar por alto esa falta de respeto —luego continuó dirigiéndose a Dumbledore—. Señor director, reconozco que no es una idea muy común, pero si lo piensa, no es tan incoherente. Lupin puede esperar a la próxima Luna llena y beberse una poción matalobos que yo mismo estaré encantado de confeccionarle. De esa forma, Black y Lupin podrían ir juntos, estarían más protegidos y apenas nadie se fijaría en ellos. De todos los presentes son los únicos que tienen alguna posibilidad de pasar desapercibidos.
Sirius y Remus se miraron horrorizados. ¿A qué demonios jugaba Snape? ¿No estaría decidido a llevar a cabo esa locura, verdad?
Dumbledore, sin embargo, parecía interesado por la nueva ocurrencia de Snape. Pensó en las posibilidades.
— Bueno... podríamos hacerlo, sí. A Severus no le falta algo de razón. Claro que... eso implicaría esperar hasta la próxima Luna llena.
— ¿QUÉ? —saltaron Sirius, Remus y Krysta a la vez.
— Concretamente hasta mañana por la noche —apuntó Snape.
— Mañana por la noche... —se dijo Dumbledore en voz alta— bien, ¿por qué no?
Krysta no podía creer en lo que oía. Dumbledore no podía hablar en serio. ¿Iban a dejar atrapado a su tío durante más de un día entero? ¡Cuando ellos llegaran ya estaría muerto!
— ¿Cómo que por qué no? —saltó excitada— ¡Eso implica dejar a mi tío en manos de Quien-Vosotros-Sabéis durante día y medio! ¡No llegaremos a tiempo!
— Tranquila, Krysta —respondió Dumbledore tranquilamente—. Si el Señor Tenebroso quisiera matarlo realmente lo habría hecho ya. De todas formas, ¿qué otra cosa podemos hacer?
— ¿Qué otra cosa? ¡Pues ir ahora mismo y sacarlo de allí! ¡Eso podemos hacer! No necesitamos averiguar nada más, sólo...
Krysta se interrumpió al ver que Dumbledore negaba con la cabeza lentamente.
— Eso es una locura. Muchos podríamos morir en el intento. Me niego a exponer más vidas tontamente, es mejor actuar con discreción —dijo el anciano director con resolución.
— ¡Pero lo matarán! —exclamó Krysta fuera de sí—. ¡No! ¡No podéis dejarlo allí! Tenemos que ir y sacarlo de esa mansión. ¡Tenemos que rescatarlo, ayudarle! ¡Tenemos que...!
— ¡Krysta! —exclamó Dumbledore cortando a la alterada niña—. Por favor, trata de entender mi postura. Comprendo que estés preocupada por tu tío, pero tienes que confiar en nosotros. No puedo arriesgar vidas inocentes sin tomar medidas primero. Procura entenderlo, por favor.
— Pero... usted no puede saber... —Krysta no podía entender la decisión de Dumbledore por más que lo intentaba—. ¿Cómo está tan seguro de que no lo matarán? ¡Me niego a esperar tanto tiempo!
La chica miró con desamparo a su alrededor. No estaba dispuesta a aceptar un plan como ese. No podía dejar a su tío tirado, abandonado a su suerte... abandonado a la muerte. Nunca.
—Mira, Krysta —respondió en director con tono apaciguador—, sé que esto te supera, pero tengo mis razones para actuar así. Lo siento, he tomado una decisión y no me voy a retractar ahora. Sólo te pido que confíes en mí.
Krysta sintió que la desazón la invadía. Primero se sintió abatida, luego furiosa, desafiante, pero cuando miró al director y vio su semblante serio y resuelto, sus ojos graves pero tranquilos que obligaban e imploraban a la vez a rendirse ante las circunstancias, la niña comprendió que la batalla estaba perdida. Podía decir cuanto quisiera, pero eso no cambiaría las cosas.
Vencida, se relajó, bajó los brazos y la cabeza con aparente resignación y murmuró un desazonado: está bien.
— Lo celebro —dijo el director con una agradable sonrisa—, y lamento que las cosas hayan tenido que ser así, Krysta.
— Yo también lo siento... —respondió la niña que parecía muy cansada y abatida—... si me disculpáis, voy a dar una vuelta...necesito pensar.
— Como quieras.
Krysta se dio la vuelta y salió de la habitación bajo las compasivas miradas de todos los demás. Cuando estuvieron seguros de que se hallaba lejos, continuaron la conversación.
— Señor director— dijo Remus algo desconcertado—, debo admitir que yo tampoco entiendo su decisión. No es que me importe demasiado la vida de Darkwoolf, lo reconozco, pero...
— Ya lo sé, pero es necesario —respondió Dumbledore—. No me fío de Andrew. Podría ser una trampa, podría estar traicionándonos. Es mejor que podamos verificar que es cierto que se halla en peligro.
Todos comprendieron entonces y se mostraron de acuerdo con el plan... bueno, no todos realmente.
— Ya, muy bonito, ¿pero es necesario que sea yo el que vaya? —protestó Sirius—¿No podría ir por ejemplo... Snape? ¡Y que conste que no es más que un ejemplo!
— No seas imbécil Sirius, encima de que me metes a mí —rezongó Remus con fastidio—... reconoce que tienes una bocaza más grande que este castillo. Ahora mejor te callas y apechugas.
— Eso, Black, deberías tomar ejemplo del licántropo. ¿No te da vergüenza que un hombre lobo sea más educado que tú? — dijo Snape sin esforzarse por disimular su malicia.
— Mira, Snape, llevas un buen rato tocándome las pelotas. Una sola palabra más y te aseguro que sales de aquí con la nariz arreglada.
Snape miró a Sirius con una mueca desagradable y se dispuso a responder lo más hiriente que se le podía a ocurrir, pero nadie supo jamás que era lo que dijo, pues sus palabras quedaron completamente tapadas por un sonido horrible que procedía del jardín. Parecía un grito agudo y estridente, pero desde luego no era humano. Sonaba mucho más como una sirena, una sirena chillona.
Hermione se llevó las manos a la boca y se acercó a Harry para gritarle al oído:
— ¡Harry! ¡Es el delator! ¡El delator de tu escoba!
Harry sintió que un sudor frío le corría por la frente. Rápidamente, se dio la vuelta y salió corriendo de la sala ante el asombro de los demás reunidos. Ron y Hermione lo siguieron. Harry corrió por el vestíbulo, bajó las escaleras de la entrada prácticamente de un salto y se lanzó a través del jardín en dirección al campo de quidditch. Ron y Hermione lo siguieron muy de cerca hasta casi llegar a la puerta de los vestuarios. Aquí se detuvieron de pronto al comprobar que la puerta estaba abierta y la escoba no se hallaba dentro. También se dieron cuenta de que el sonido del delator era cada vez más tenue, como si se alejara rápidamente... como si se alejara volando.
Alzaron la vista y distinguieron un punto en el cielo que se alejaba a toda prisa llevándose consigo la molesta sirena del delator. Hermione ahogó un grito de sorpresa, Harry y Ron no podían siquiera respirar. De pronto supieron quién montaba la escoba. Demasiado bien sabían a quién pertenecía la pálida mata de pelo rubio que ondeaba tras la espalda del jinete aéreo.
