21. Es amarga la verdad
La noche caía ya sobre Pequeño Hangeleton. Un Sol rojizo se ocultaba detrás de la colina iluminando el pueblo con sus rayos color rubí. Entre un cúmulo de blancos jirones de altas nubes que se recortaban contra un cielo color azul oscuro apareció un puntito negro que caía a toda velocidad contra el suelo. Pocos se fijaron en él, pero éste se fue haciendo cada vez más evidente mientras volaba hacia la base de la colina. Cuando estuvo lo bastante cerca se pudo distinguir claramente lo que era ése punto misterioso. Una niña montaba sobre una escoba voladora, deslizándose rápidamente hacia el suelo con la intención de aterrizar cerca del pueblo. Era Krysta.
En poco tiempo, la niña alcanzó el suelo y aterrizó lo más suavemente que pudo en un descampado que había a las afueras del pueblo en el pie de la colina. No pudo evitar caer en un aterrizaje algo forzoso, pero se recompuso rápido. Tenía otras cosas en la cabeza. Cosas mucho más importantes. Bajando de la escoba, dirigió una mirada hacia la siniestra y vieja mansión que presidía la colina. Aquella era, sin duda, la mansión Ryddle que había nombrado el anciano director de Hogwarts. Allí era dónde debía entrar.
Apartándose un mechón rubio de la cara, meditó que hacer a continuación. Debían faltar unas tres horas para que la oscuridad de la noche se cerniera sobre el pueblo. Notó cómo la sed le quemaba la garganta y el estómago le rugía de pura hambre. Había estado viajando casi el día entero. Por suerte, recordaba haber oído hablar de Pequeño Hangleton muchos años atrás y no se había perdido demasiado por el camino, aunque no se podía decir que le había resultado fácil llegar hasta allí. No estaba precisamente cerca, y ella apenas se acordaba del pueblo. Además, el molesto chillido del delator la había acompañado durante un largo trecho del viaje. Finalmente, un par de indicaciones por parte de gente amable le habían ayudado a alcanzar su objetivo. Se sentía muy cansada.
Decidió que era mejor ir al pueblo y tratar de encontrar algo para comer y así hacer tiempo hasta más tarde. Miró en derredor, y convenciéndose de que no había nadie cerca, cogió la escoba y la escondió entre unos matojos. Comprobando satisfecha que la escoba estaba completamente oculta, emprendió el camino hacia Pequeño Hangleton. Paseó largo rato por las casi vacías calles del tranquilo pueblo con la túnica bajo el brazo buscando alguna taberna o un bar o algo similar. De pronto cayó en la cuenta de que no tenía dinero muggle y tampoco sabía de ninguna familia de magos que viviera por allí. Rezongando por su incómoda situación, siguió caminando decidida a encontrar, por lo menos, alguna fuente donde aplacar su sed. Atravesó el pueblo por completo y halló un pequeño merendero cubierto de nieve con una fuente natural y rodeado de algunos almendros algo pelados. Bebió de la fuente y transformó algunas piedras pequeñas en nueces, no pudiendo conseguir nada más sustancioso con su varita.
Sintiéndose mucho mejor, dio un corto paseo, comiéndose las nueces y meditando sobre su próxima incursión en la mansión Ryddle. Durante largo rato, permaneció ajena al paso del tiempo, y cuando volvió a la realidad, se dio cuenta de que ya casi era de noche completamente. Sin más demora, regresó sobre sus pasos y atravesó el pueblo de nuevo, esta vez hacia la colina. Volvió a ponerse la túnica, comprobó que la escoba seguía intacta y con la varita bien sujeta en la mano, se dirigió hacia el bosque cercano, aquel dónde Andrew había aparecido con el traslador.
Tenía un plan. Ella era cautelosa por naturaleza y carecía del espíritu impetuoso de los Gryffindor. Si había decidido hacer aquello era por pura desesperación y miedo. Si tenía que morir, moriría. Era preferible a perderlo todo de nuevo. Y el "todo", estaba representado esta vez por el hombre de pelo negro y ojos azules hermano de su padre. Había llegado el momento de poner a prueba su ingenio. Su plan. Intuía que la casa estaba bien protegida, seguramente por alguna clase de hechizo. ¿No era acaso la guarida del peor delincuente mágico de toda la historia? Si era cierto que la casa estaba muy bien protegida como ella esperaba, entonces podría funcionar. Tan sólo necesitaba un poco de suerte. Un poco de suerte y alguna clase de señuelo por llamarlo así... que sin duda podría encontrar en el bosque.
Tenía muy bien meditados los pasos a seguir. El largo paseo que la había mantenido ocupada tras su aterrizaje le había servido para pensar a fondo en todas las posibilidades. Era hora de actuar. Entró en el bosque de abetos y pinos que bordeaba toda la colina y realizó un hechizo lumos. Bajo los árboles, la oscuridad era tremendamente densa, debido a la falta de estrellas y los escasos rayos de luna que se filtraban por entre el denso follaje. Con los oídos bien atentos y los ojos abiertos de par en par, trató de distinguir cualquier figura que se moviera por entre las sombras. Cualquier animal pequeño serviría, o al menos, eso esperaba. Pasó muchísimo rato vagando por dentro del bosque. No podría haber dicho cuánto tiempo llevaba dando vueltas tontas por entre los árboles, y ya empezaba a desesperar, cuando una figura pequeña que se movía rápidamente sobre una rama, llamó su atención. Preparó la varita y la buscó de nuevo con la vista. La figura se había detenido y parecía mirarla con curiosidad. Krysta la distinguió de nuevo, camuflada entre las sombras de la noche. La luz de su varita fue suficiente para revelarle su posición. Implorando que la cosa funcionara, murmuró lo más bajo que pudo el hechizo desmaius y lo lanzó contra la figura. De lleno, pero por los pelos. Por suerte para Krysta, el ser no había sido lo bastante rápido para esquivar su ataque. Se desplomó rama abajo y cayó sobre unos arbustos al pie del árbol. Krysta se acercó y lo recogió. Era una ardilla pequeña de piel rojiza bastante común, pero muy graciosa. La niña sintió lo que iba a hacer, pero era necesario.
— "No puedo preocuparme por una ardilla cuando mi tío está encerrado en una horrible mansión, quizá en una celda diminuta e implorando que alguien venga a ayudarle".
Sonrió para sí. Implorar no era algo del estilo de Andrew, era tremendamente orgulloso, y ella lo sabía. Seguro que no soportaba el estar encerrado. Cuanto más tiempo se demorara peor. Si iba a hacer algo, mejor que fuera cuanto antes. Habría que hacer de tripas corazón, qué remedio. Porque retroceder ahora... eso nunca. Ya había tomado su decisión y la mantendría hasta el final.
El bosque entre el cual se hallaba oculta, bordeaba toda la base de la colina e iba ascendiendo por esta en una especie de media espiral, desde la parte oeste de la casa, pasando por la parte trasera, cerca del cementerio y acabando en la parte este, dónde se hallaba prácticamente pegado al edificio. La niña lo atravesó por completo siguiendo su ascenso hasta llegar cerca de la fachada este, pero permaneció prudentemente oculta entre los árboles. Miró hacia aquella parte del edificio, que parecía completamente muerta. Las ventanas empolvadas, oscuras y algunas incluso cegadas, mostraban un abandono considerable. La auténtica actividad de la casa parecía concentrarse en el primer piso y el ala oeste. De todas formas eso carecía de importancia. Estaba ahí para comprobar algo importante. Para comprobar si realmente la casa gozaba de buena protección mágica.
Sujetó fuertemente a la pequeña ardilla en su mano, para evitar que pudiera escapar y la apuntó con su varita.
— Enervate —susurró.
Con un agitado chillido, el animalito se despertó. No tardó en tomar conciencia de lo que pasaba y empezó a contorsionarse en la mano de la niña tratando de escapar. Sin embargo, Krysta lo tenía bien sujeto. No había más remedio. Que pasara lo que tuviera que pasar. Con el corazón a cien por hora, Krysta estiró todo lo que pudo hacia atrás, el brazo en el cual sostenía a la asustada ardilla. Una vez tomado el impulso, se echó hacia delante y alargó el brazo rápidamente soltando al pobre animal que salió despedido en dirección a la fachada. Sin embargo, la ardilla no llegó a estrellarse, porque no estaba ni a dos metros de distancia de la pared, cuando una luz roja lo rodeó concentrándose sobre él y transformándolo temporalmente en una bola de luz, para después disiparse con un chasquido y un tremendo flash rojo que inundó toda la cima y fue suficiente para llenar de luz la casa, durante apenas un segundo.
Parpadeando incómoda, Krysta trató de disipar las molestas luces que flotaban ante sus ojos debido al súbito e inesperado deslumbramiento. Miró hacia la casa, junto a la cual, tirada en el suelo, se hallaba la ardilla pelirroja que le había servido de conejillo de indias. Así que la casa sí que gozaba de protección. El problema era que no podía distinguir desde ahí si la ardilla se hallaba muerta o simplemente desmayada. De todas formas, si las cosas seguían funcionando como ella esperaba, lo más lógico sería que apareciera alguien para averiguar qué había pasado. Se internó en el bosque todavía más y se ocultó entre las sombras, implorando no ser vista con toda su alma. Desde allí no tenía una vista especialmente buena, pero era suficiente para ver si se acercaba alguien y más para oírlo.
Krysta esperó pacientemente desde su lugar de observación a que alguien apareciera. No tardó en percibir cierto movimiento en el interior de la casa, y apenas un minuto después, oyó los pasos de alguien que se acercaba sobre la hierba. No podía ver bien quién era, así que estiró un poco el cuello por detrás del tronco de un árbol y miró hacia la fachada. Tres figuras enfundadas en capas negras con la varita en la mano y la capucha echada ocultando el rostro aparecieron doblando la esquina que daba a la fachada frontal del edificio. Una era grande y fornida, la otra alta y estirada, la última no debía medir más de metro y medio, a pesar de que era considerablemente rechoncha. La niña se estremeció rogando que todo saliera bien, en cuanto vio a los tres hombres acercarse al lugar donde yacía la ardilla desmayada. Agudizó el oído para escuchar lo que decían.
— ¿Hay alguien? —oyó decir al hombre voluminoso.
El hombre alto se acercó a la ardilla y, tras esperar unos segundos mirando al animal, profirió un bufido de impaciencia y pateó al pobre bicho lanzándolo varios metros por delante de él.
—No es más que una miserable ardilla —dijo después con gesto de enfado—. Ya es la tercera vez que pasa algo así, el Señor Tenebroso debería plantearse el deshacerse de este estúpido sistema.
— P-pero el Señor T-tenebroso sabe muy bien lo que s-se hace, Lucius —tartamudeó el hombre bajito y rechoncho, que tenía aspecto de ser una persona muy nerviosa—. E-es muy precavido, ya lo sabes.
Lucius Malfoy, que sin duda era el hombre alto, frunció el ceño con fastidio mientras respondía:
— Ya lo sé, Colagusano. Estoy harto de esta tontería y de las falsas alarmas, pero desde luego, no seré yo quien se lo diga. Todavía noto punzadas en la espalda desde el último cruciatus.
— ¿Nos vamos? —preguntó la figura voluminosa que parecía ser de pocas palabras.
—Sí.
—"¡NO! —pensó Krysta en ese mismo momento—. No podéis iros todavía… mierda, si hubiera venido uno solo… tres son demasiados, pero tengo que hacer algo. ¿Y si probara…?"
Decidida a actuar antes de que los tres hombres se marcharan, Krysta se agachó buscando algo que le pudiera servir para hacer ruido. Tenía que prolongar la corta visita de los tres mortífagos como fuera. No tardó en encontrar una piedra de buen tamaño. La levantó y la lanzó con todas sus fuerzas contra el tronco de un árbol cercano. El sonoro "PLACK" producido por el impacto, consiguió su propósito. Los tres hombres se detuvieron y miraron hacia el bosque, justo hacia dónde Krysta se hallaba hábilmente oculta.
— ¿Qué demonios…? — se preguntó Lucius en voz alta mientras buscaba con la mirada.
—Bah, no habrá sido más que otra ardilla —dijo la figura voluminosa haciendo un gran alarde de simpleza y estupidez.
— ¿Conoces acaso alguna ardilla lo bastante grande para provocar un ruido así, pedazo de idiota? —contestó el otro de malos modos y con evidente malhumor—. Colagusano, ve a ver que ha sido y acabemos de una vez.
— ¿Q-qué? ¿Yo? —preguntó el mortífago con nerviosismo.
— Sí, ¿es que tengo que repetirlo todo? ¡Mueve tu maldito trasero de una vez! —exclamó Lucius empezando a perder la paciencia definitivamente.
Colagusano, que a pesar de ser un cobarde diplomado sabía lo que le convenía, echó a andar en dirección al bosque maldiciendo en voz baja el sistema de defensa anti-intrusos de Voldemort. Penetró entre el follaje y se dirigió hacia el lugar donde momentos antes había chocado la piedra. Una vez aquí, se detuvo mirando en todas direcciones para ver si divisaba alguna cosa extraña. Silencio, oscuridad, y lo peor de todo, frío. Allí no había absolutamente nada, ¿para qué mirar más? No veía la hora de volver dentro de la caliente mansión. Estaba a punto de irse cuándo le pareció oír una voz tras él que pronunciaba alguna palabra que se escapó de su comprensión. Se dio la vuelta, pero fue demasiado tarde. Le dio tiempo de ver un rayo rojo que rasgaba el aire en dirección a su cabeza, pero no tuvo bastantes reflejos para esquivarlo. Cayó al suelo derrumbado sin siquiera una exclamación de miedo o sorpresa.
Al ver que Colagusano se desplomaba bajo su desmaius, Krysta se acercó satisfecha y con el corazón latiéndole a cien por hora, todavía sin creer en su buena suerte. Se acercó al cuerpo tendido sobre la hierba y mirando a ambos lados para asegurarse de que los otros dos no se habían percatado de nada, retiró la capucha de Colagusano dejando al descubierto su cara de rata. Luego le sacó lo más rápido que pudo la túnica negra, para después echársela por encima. Le venía un poco holgada y bastante larga, pero como Colagusano tampoco era demasiado alto, no le quedaba mal del todo. Luego ocultó su pelo y buena parte de su rostro bajo la capucha, que era bastante más grande que su cabeza y que cumplía su misión con mucho acierto. Lo último era cambiarse los zapatos. Hasta el más mínimo detalle podía ser importante. Le quitó al mortífago sus más que gastados zapatos negros y le puso sus deportivas, pensando que era una pena tener que mancillarlas con el sudor de los pies de un mortífago.
— "Todo sea por salvarle" —se dijo la chica con resignación.
Después, dirigiendo la varita hacia su garganta, realizó un hechizo para camuflar su voz. Con el corazón en un puño y rogando el no causar sospechas a los otros dos mortífagos que esperaban impacientes el regreso de Colagusano, se encaminó hacia la casa y surgió de entre la maleza. Al verla llegar, ni se percataron del cambio. No estaban por la labor de ponerse a comprobar si le había pasado algo a su compañero, ni se les pasó por la cabeza. Después de todo, era Colagusano.
— ¿Por que has tardado tanto? —gruñó Lucius Malfoy cuando Krysta se acercó.
Haciendo lo posible por imitar la voz y el modo de hablar de Colagusano, la niña respondió.
— S-sólo quería m-mirar bien, Lucius —tartamudeó—. D-de todas formas no he visto nada.
— ¿Nos podemos ir ya? —protestó el grandote que parecía bastante fastidiado.
—Sí, le diremos a Voldemort que no hemos visto nada y punto —contestó Malfoy—. Vamos.
Bordearon de nuevo la fachada, manteniéndose a una prudente distancia por si saltaba de nuevo el sistema de defensa. Krysta vio que los otros dos se detenían a cierta distancia de la puerta y los imitó esperando a ver qué hacían.
— ¿Hay que hacer el identitas de nuevo? —protestó uno de los dos.
— Prefiero no arriesgarme —contestó la voz de Malfoy—. Acércate, Colagusano. Lo haré yo y acabaremos antes.
Krysta obedeció un tanto nerviosa. Se colocó justo al lado de Malfoy y esperó. Malfoy levantó la varita y la movió en una amplia espiral de forma que los rodeara a los tres mientras decía:
Identitas: Lucius, Pettegrew et Goyle.
Una suave luz azulada los rodeó durante un instante y después se desvaneció. Estaba hecho. Un tanto intrigada, Krysta echó a andar detrás de los otros dos preguntándose si el hechizo serviría para driblar el sistema de defensa. No tuvo que esperar demasiado para comprobar que, efectivamente, así era. Nada les sucedió mientras caminaban en dirección a la puerta, realmente, si no hubieran sabido que existía, ni se hubieran percatado de él. Lucius Malfoy abrió la puerta y entró seguido de Krysta. Goyle se quedó un poco atrasado para cerrar y después se dirigió hacia el sótano y aclaró que ocuparía de nuevo su puesto de guardián, en la leñera.
Al encuentro de Malfoy surgió un nuevo Mortífago. Era Macnair, pero esto Krysta ni lo sabía ni le importaba. La niña era un manojo de nervios. Había conseguido entrar en la casa, y ahora, ¿qué? No podía ponerse a preguntar como una idiota sobre el paradero de Andrew. Se suponía que ella era ahora un mortífago. Tendría que seguir a Lucius Malfoy y tratar de averiguar algo discretamente. Después ya encontraría la forma de librarse de los otros y buscar a su tío. Tan sólo rogó con todas sus fuerzas para no ser descubierta.
— ¿Qué, Lucius? ¿Habéis encontrado a alguien? —preguntó Macnair cuyo tono de voz revelaba unas ganas tremendas de lanzar cruciatus a diestro y siniestro.
— Nada. Otra falsa alarma —respondió Malfoy con desgana—. Vamos a comunicárselo a Voldemonrt, Colagusano.
Krysta se sobresaltó al oír su falso nombre y volvió a la realidad. Vio que Lucius Malfoy se adelantaba junto a Macnair y echaba a andar por el vestíbulo. Ella los siguió sin decir nada, pero muy atenta a sus palabras. Más valía pasar por mortífago callado que hablar y meter la pata. Además, estaba tan nerviosa que no podía siquiera organizarse bien los pensamientos. ¿Iba a ir en presencia de Voldemort? Eso no era algo especialmente alentador. Más le valía andarse con cuidado.
— El Señor Tenebroso parece algo alterado últimamente, ¿no crees Lucius? —comentó Macnair despreocupadamente mientras caminaban hacia las escaleras.
—Opino que está muy ocupado... esa maldición nueva le trae de cabeza —Lucius sonrió sádicamente—. No veo la hora de ponerla en práctica.
Macnair soltó una carcajada que logró erizar todos los pelos del cogote a Krysta.
— No hay que ser muy inteligente para adivinar contra quien, ¿me equivoco? —dijo Macnair con sorna tras calmarse.
Krysta se fijó en que ya habían llegado a las escaleras. Con mucho cuidado empezó a subir los escalones poniendo suma atención en lo que hacía. Maldita túnica para tipos bajitos y gordos... tenía que ir subiéndola a cada escalón para no tropezar con ella.
— Estás en lo cierto, Macnair —contestó Malfoy—. No es muy difícil adivinar el gusto que me proporcionará el lanzar ésa maldición por vez primera contra ése desgraciado traidor que se pudre en el sótano ahora mismo.
El cruel deleite con el que Malfoy había pronunciado estas palabras llamó la atención de Krysta, que desvió su atención de la molesta túnica y la dirigió hacia la conversación de nuevo. ¿Había dicho Malfoy que un traidor estaba encerrado en el sótano? Claro, por eso aquel mortífago enorme había bajado al sótano antes, para vigilar. ¿Quién podría ser? De todas formas, era muy probable que su tío se hallara con él, o cerca de él. Mejor enterarse bien.
— Sí —continuó Lucius Malfoy con maldad—, Andrew Darkwoolf va a aprender muy pronto con quién se juega y con quién no.
Krysta se puso pálida. ¿Su tío era el traidor al que se referían? No podía ser. Allí había alguna clase de malentendido. Algo se había escapado de su comprensión, estaba claro. De todas formas, ya sabía su ubicación. Si no había entendido mal del todo, según Malfoy había alguien encerrado en el sótano. Tendría que ir a mirar.
La chica se puso tan nerviosa al oír estas palabras, que perdida en sus pensamientos como andaba ni se fijó en dónde apoyaba los pies. Habían llegado casi al rellano de las escaleras, y le faltaba por subir el último escalón, cuando notó de pronto que algo la hacía trastabillar. Pero se dio cuenta demasiado tarde. Lo que se había temido desde hacía rato, por fin ocurrió. Con toda la mala suerte del mundo, pisó el bajo de la túnica negra que le venía demasiado larga y perdió por completo el equilibrio. Notó que el suelo se acercaba irremediablemente y que, momentos después, algo la detenía en su descenso, comprobando que no era otra cosa que el suelo. Se golpeó en la barbilla y en los codos. Pero lo peor no fue eso. Cuando se puso en pie con dificultad y echando pestes mentalmente de su torpeza, dirigió su vista hacia los dos mortífagos que la acompañaban, se quedó helada al ver la expresión de sorpresa e incredulidad que revelaban sus ojos. Instintivamente, se llevó la mano a la cabeza y se quedó de piedra al notar los suaves mechones de pelo rubio bajo su palma desnuda. Ahora sí había metido la pata hasta el fondo.
Las llamas del fuego se reflejaban en sus ojos rojos, mientras observaba la crepitante danza absorto en profundas cavilaciones. No prestaba atención a Avery ni a Crabbe, que permanecían allí más por consideración que por otra cosa, no atreviéndose a decir nada por temor a incomodarle. Ni tan siquiera Nagini, que permanecía dormitando en un rincón era dueña ahora de su atención. Se hallaba de pie, frente a la chimenea, ajeno por completo al mundo físico. Sus pensamientos se perdían más allá de la realidad, abarcando el amplísimo terreno de los sueños y las fantasías. Los deseos. Una sonrisa maligna apareció en su rostro mientras con nada más que la mente se forjaba su propio futuro y, por añadidura, el de todos los demás. Porque era el Señor Tenebroso. Él veía a todos los demás como insignificantes puntos oscuros que se movían a los pies del altísimo pedestal en el que él mismo se subía. Poder. Qué dulce sonaba esa palabra, incluso en la voz del pensamiento. Poder... podía vanagloriarse de ser el mago tenebroso más grande de todos los tiempos, incluso después de aquel maldito incidente, pero aún había quien rivalizaba con él. Porque a pesar de todo era humano... o por lo menos una parte de él lo era. Un pequeño y molesto detalle que se veía incapaz de remediar.
Sentía que la ira lo invadía por dentro. ¿Cómo se había dejado engañar así? Nunca nadie se había burlado de él tan descaradamente, y no era la primera traición que sufría, ni siquiera la más grande... pero sí la más hábil e inteligente. Ése era el problema. El objeto de ésa traición iba mucho más allá del miedo o del arrepentimiento... eran las mismas ansias de poder que ahora le colmaban por dentro. La misma maligna ambición la que la había impulsado. Era una afrenta mucho más grande que ninguna otra de las que había sufrido. Era un desafío a su poder.
— "Un desafío que pronto habré ganado —pensó con sádico disfrute—. Casi he terminado las investigaciones, un poco más y lograré que todos se conviertan en miserables peleles de mi voluntad. Y tú, maldito traidor que has conseguido poner en duda mi capacidad, serás el primero en tener ese honor. Sí, Andrew, tu poder va a serme muy útil... qué gran desperdicio sería el acabar con tu vida".
Amplió la sonrisa mientras seguía con la vista clavada en las llamas, todavía pensando. Sin embargo, no pudo dedicarse a esta actividad durante mucho rato más, pues un estruendo procedente del pasillo hizo que desviara su atención hacia la puerta. Molesto por la interrupción, sacó la varita, dispuesto a castigar al causante del ruido. No estaba de humor para aguantar tonterías. La puerta se abrió al tiempo que él se daba la vuelta para mirar hacia la misma, dando paso a Malfoy y Macnair, que tiraban a duras penas de una furiosa ¿niña? Voldemort dejó la varita suspendida a medio camino sin poder ocultar una fugaz expresión de sorpresa y desconcierto que había cruzado por sus ojos.
Krysta, que sin duda era la niña de la que estiraban Malfoy y Macnair, dejó de debatirse en cuanto la figura de Voldemort apareció ante ella. Podría haberse esperado cualquier cosa menos aquello. Jamás se había molestado en preguntarse cómo sería Voldemort, pero desde luego, en aquellos momentos, la realidad rebasaba su imaginación. Observó primero la enorme serpiente que yacía tumbada en un rincón de la sala y sintió que le daba un vuelco el corazón, después se giró para mirar al Señor Tenebroso, su rostro pálido y careciente de nariz, para después cruzar sus ojos con los propios de Voldemort, de ése llameante color rojo. Se estremeció de puro terror y se quedó paralizada.
Voldemort no pareció percatarse de la reacción de la chica. Miraba interrogante a Malfoy y a Macnair, sin duda reclamando una convincente explicación.
— Señor —empezó Macnair con voz jadeante—, esta... esta niña se... ha infiltrado en la mansión.
Voldemort alzó una ceja y se giró hacia Malfoy que hacía lo posible por recuperar el ritmo normal de respiración.
— Es la causante de que saltara el sistema de defensa... suponemos —se apresuró a explicar éste último.
— ¿Qué queréis decir con "suponemos"? —preguntó Voldemort fríamente.
— Es que en un principio no vimos a nadie, pero cuando Colagusano fue a investigar al bosque, debió de encontrarse con ella y quedar noqueado por su causa. La niña lleva la túnica y los zapatos de Colagusano, señor —explicó Macnair esta vez.
Voldemort miró a la niña divertido. Parecía haber recuperado el buen humor.
— ¿De verdad? Me pregunto hasta qué punto podéis llegar a ser imbéciles —respondió Voldemort mirando a los dos agotados mortífagos con disgusto—. Dime, mocosa, ¿qué es lo que pretendías exactamente haciéndote pasar por uno de mis mortífagos?—esto último lo dijo con maléfica sorna en la voz.
Krysta se había quedado muda de espanto, pero finalmente logró reaccionar y sacar fuerzas de donde no quedaban para responder con toda la dureza de la que fue capaz.
— Sólo quiero saber dónde está mi tío y qué le has hecho —la voz le temblaba al hablar, pero su mirada era fiera y desafiante.
Voldemort no pareció entender bien las palabras de la niña. Miró a los mortífagos presentes uno por uno, pero todos le devolvieron las mismas miradas desconcertadas. Obviamente, ninguno tenía demasiada idea de qué iba el asunto.
— Bien —dijo el Señor Tenebroso al fin, todavía con sorna—, supongo que podré ayudarte en eso, si me explicas primero de quién me estás hablando.
Krysta sintió que una nueva ola de terror la invadía, pero trató de controlarse y respondió de nuevo.
— Mi tío... sé que vino a esta mansión ayer por la noche y que lo retuviste... sólo quiero saber qué le has hecho. ¿Está vivo? —consiguió articular la chica después de mucho esfuerzo y dificultoso autocontrol.
Voldemort alzó ambas cejas con asombro antes de contestar sin demasiada convicción:
— ¿No te estarás refiriendo... a Andrew Darkwoolf, verdad?
— Sí, me refiero a él —respondió Krysta con renovadas esperanzas pero creciente miedo—. ¿Está vivo? —repitió.
Sin embargo, lo único que recibió por repuesta fue una burlona y aguda carcajada, que fue coreada rápidamente por los demás presentes en la sala. Nagini alzó la cabeza, molesta por la perturbación y sibiló en tono de protesta mientras reclinaba la cabeza de nuevo. Krysta no salía de su asombro, de nuevo sintió pánico, a la espera de que el Señor Tenebroso se calmara y le respondiera. Casi esperaba una sentencia de muerte.
— Esta sí que es buena —dijo Voldemort con una sonrisa de malvada diversión, en cuanto se recuperó del ataque de risa—. Darkwoolf tiene una sobrina que viene hasta aquí arriesgando su vida para salvarlo... qué acción tan noble por tu parte. Nuestro amigo Andrew debería aprender de ti, no se merece nada de lo que estás haciendo por él... pero querías saber si está vivo. Descuida, tu querido tío respira aún y en lo que a mí respecta lo seguirá haciendo.
Krysta sintió que se le desataba un nudo en la garganta y el enorme peso que aplastaba sus pulmones desaparecía... parcialmente. ¿Ya estaba? ¿Eso era todo? No, tenía que haber algo más... ¿sino por qué dejar a su tío encerrado? ¿Y ella? ¿Qué harían con ella? Un escalofrío le recorrió la columna vertebral mientras permanecía a la escucha.
— Sin embargo tengo mis propios planes para él —continuó el Señor Tenebroso mirando a la niña con atención—, así que será mejor que no pienses demasiado en eso por el momento.
Luego, clavando una mirada analítica sobre la chica, pareció sumirse en un breve estado de meditación. Pasaron varios segundos en los que la tensión fue en aumento, hasta que Voldemort se dignó a hablar de nuevo.
— Tienes suerte, de momento voy a dejar que vivas —dijo con cruel desprecio dejando de lado el tono burlón por un momento—. Estoy demasiado ocupado como para hacerme cargo de ti, ya se me ocurrirá algo. No creas que puedes entrar en mi casa a hurtadillas y salir de ella ilesa... eso es algo que no voy a tolerar.
Luego se dirigió a Malfoy y Macnair, que seguían sujetando a Krysta firmemente por los brazos.
— Encerradla en cualquier habitación, pero no la llevéis con Darkwoolf. Ése traidor no se merece más compañía que la de las ratas. Hacedle un desmaius si queréis, pero no toleraré más distracciones. Pensaré en ella más adelante.
Malfoy y Macnair obedecieron al instante, tirando de Krysta, que estaba lívida de espanto. En cuanto cayó en la cuenta de lo que pasaba, trató de forcejear para librarse de los fuertes brazos que la sujetaban, pero no duró demasiado, porque en seguida, Malfoy se encargó de hacerle un desmaius y la dejó inconsciente. Llevando ahora una carga más ligera, los dos mortífagos abandonaron la estancia llevándose el ajetreo con ellos. Voldemort los vio salir y cerrar la puerta tras ellos. Después se quedó pensativo de nuevo. Una sonrisa burlona apareció en su semblante. Movió la cabeza y se sentó en el sillón sumiéndose de nuevo es sus sombríos pensamientos.
Krysta abrió los ojos lentamente. Hubiera jurado que los parpados le pesaban tres quintales cada uno, sentía un cansancio anómalo en el cuerpo y le dolía la cabeza, martilleándole en las sienes un molesto pulso. Permaneció tumbada en la cama, sin moverse durante largo rato, mirando hacia una ventana por la cual se filtraban los rayos de un sol ya alto en el cielo. Ante su vista, aparecía una vieja pared de papel desconchado y con manchas de humedad. Las baldosas del suelo estaban cubiertas de una gruesa capa de polvo y todo resto de brillo en él parecía haberse apagado hacía años. La ventana se encontraba a media altura entre el techo y el suelo, el cristal se había vuelto translúcido de pura suciedad, pero era lo suficientemente transparente como para advertir a través de él, que la mañana ya estaba bastante avanzada.
Con pereza, se incorporó despacio y se sentó en el borde de la cama. Agitó la cabeza dolorida y se pasó la mano por los ojos tratando de ahuyentar el sueño que parecía acumularse en sus ojos de una forma pesada y fastidiosa. Se fijó en que todavía llevaba puestos la túnica y los zapatos de Colagusano. ¿Cuánto había dormido? ¿La noche entera? Miró su reloj de pulsera, las 11 y media de la mañana. Era ya muy tarde. Quizá la potencia del desmaius sumada a su propio cansancio, habían hecho que durmiera más de lo normal. Y encima la tripa le rugía de puro hambre y notaba la garganta seca como un esparto. Notó un escalofrío. ¿Qué iban a hacer con ella? La habían dejado tranquila durante muchas horas. No parecía ser algo normal. Los recuerdos de la noche anterior acudieron a su mente, revivió mentalmente lo pasado, su incursión en la casa, su tropiezo, su conversación con voldemort, su tío... ¡Su tío! Estaba vivo, eso había dicho Voldemort, pero ése ya no le parecía el mayor problema. Debía seguir encerrado en el sótano. No, a la chica le preocupaban ahora otras cosas, aparte de su propia seguridad, claro está. Quedaban muchos cabos sueltos por atar. Primero, todas las conversaciones sobre él que les había oído a los mortífagos y al propio Voldemort. Se referían a él como un traidor. ¿Sería posible que él hubiera estado alguna vez de parte de Voldemort y luego se hubiera aliado con Dumbledore? Recordaba que Harry también había mencionado algo sobre eso cuando la habían encontrado en las ruinas de Hogwarts. Si fuera así, todo cobraría sentido. Probablemente, Dumbledore le habría elegido para esa misión precisamente por ello. Pero no era más que una suposición. ¿Cómo saberlo?
Frunció el ceño con preocupación.
—"Me ha estado ocultando cosas, seguro —se dijo pensativa—. No sé el motivo, pero lo ha hecho. Pienso averiguar qué pasa exactamente. Me lo va a contar todo, ya lo creo que sí. No pienso quedarme sin entender a qué demonios juegan todos".
Pasó unas dos horas sentada en la cama, meditando sobre su situación y completamente ajena al paso del tiempo. Simplemente rumiando en su cabeza una y otra vez la posibilidad de escapar, y, a su vez , tratar de encontrar a su tío. O quizá el fuera más rápido y lograra escaparse... era otra opción. Estaba sumida en sus pensamientos, cuando oyó pasos en el pasillo. El ruido se fue acercando hasta que finalmente oyó el tintineo de unas llaves. A esto siguió un resplandor en la cerradura de la puerta y un chasquido. La cerradura se abrió y tras ella la puerta. Una llave mágica, sin duda. La puerta tan sólo sería posible de abrir con esa llave. Si no la tenía, era completamente imposible moverla, incluso utilizando la magia. De todas formas, se dijo Krysta con amargura, ni siquiera era poseedora ya de su varita, debían de habérsela arrebatado los mortífagos.
Precisamente fue uno de ellos el que había entrado en la sala. Sacando la varita rápidamente, apuntó a la chica y realizó un impedimenta para que fuera incapaz de moverse. Ella esperó a ver qué hacía. El mortífago, que no era otro que Avery, llevaba en una mano, una jarra metálica de agua, y en la otra, un vaso y una especie de bollo medio seco. Miró a la niña con malicia mientras dejaba las cosas sobre la mesa que había junto a la cama.
— Tienes suerte, niña —dijo con indiferencia mientras se separaba de la mesita—, el Señor Tenebroso ha tenido que salir esta mañana, no volverá hasta tarde. Creo que gozarás de buena salud durante un día más.
Sonrió con crueldad mientras se disponía a marcharse de nuevo.
— Mientras tanto, no sería muy ético dejarte morir de hambre, ¿no? —sacó la varita—. Cómete eso y procura no molestar si no quieres que practique mi cruciatus contigo.
Luego, anuló el impedimenta que había lanzado sobre la chica al tiempo que cruzaba el umbral y cerraba la puerta tras de sí. Krysta se sintió dueña de sus músculos de nuevo y sin pararse a pensar en nada más, cogió la jarra de agua y se llenó el vaso hasta el borde. Lo apuró de un solo trago, sin respirar. Después dedicó su atención al bollo, que aunque seco, le supo a gloria. No es que se sintiera realmente llena, pero sí muy aliviada. Acabado el bollo, se sirvió un nuevo vaso de agua. Saciados su sed y su hambre, era hora de pensar qué hacer. Desde luego, no iba a quedarse allí sentada esperando a que Voldemort regresara y la matara... o algo peor. Tumbada sobre la cama, pasó largo rato meditando sobre sus posibilidades. Finalmente, y tras muchas cavilaciones y vueltas por la habitación, llegó a la conclusión de que la única manera de escapar de allí era por la puerta, una puerta sellada mágicamente e imposible de abrir sin la llave que ella no tenía. El mortífago que le había traído la comida la llevaba... ¡claro! ¡Ése mortífago! A lo mejor volvía más tarde y le abría la puerta de nuevo. Si se arriesgaba y era lo bastante rápida... bueno, no era la clase de cosas que a ella le gustaba hacer, era demasiado peligroso, sin embargo no se le ocurría nada mejor, y menos después de haber engañado ya una vez a los mortífagos. Esta vez no iba a ser tan fácil.
Estaba decidida. No tenía más remedio que esperar a que volviera Avery o cualquier otro mortífago y abriera la puerta. Así lo hizo. Se sentó en la cama y esperó. Paseó un rato por la habitación y siguió esperando. Las horas pasaron, cambiando de las dos a las tres, de las tres a las cuatro y de las cuatro a las cinco. Empezó a anochecer y Krysta seguía esperando, pero muchísimo más preocupada que antes. Imploraba con todas sus fuerzas que el Señor Tenebroso no regresara antes de que pudiera llevar a cabo su plan. Miró por la ventana como el sol iba descendiendo progresivamente, volviéndose el paisaje rojizo y lentamente perdiendo brillo, apagándose. La Luna llena empezaba a aparecer tenuemente dibujada sobre el cielo azul, cada vez más oscuro. Las seis. Krysta estaba ya bastante preocupada. ¿Tendría que cambiar de táctica? ¿Cuánto tiempo más podría esperar? Ella no sabía en qué momento iba a regresar Voldemort. Pasó diez angustiosos minutos luchando con la duda, esperar o actuar de alguna manera. Sin embargo, el problema pronto se solucionó por sí solo. Pasos en el pasillo.
Con el corazón en un puño, la niña dio un respingo, entre aliviada y aterrorizada. Siempre cabía la posibilidad de fracasar, pero no podía hacer otra cosa si quería escapar de allí. Rápidamente, cogió la jarra de agua metálica, y lo más silenciosamente que pudo, se colocó junto a la puerta, espalda pegada contra la pared. Los pasos se acercaron, se oyó el tintineo de llaves, después el brillo envolviendo la cerradura y por fin el chasquido que anunciaba que la puerta estaba abierta. Sintiendo que el corazón le iba a estallar dentro del pecho, vio cómo Avery pasaba por su lado sin percatarse de que estaba ahí. En un solo segundo que a Krysta le parecieron horas, Avery había hecho su entrada y se había dado cuenta de que pasaba algo extraño. No tuvo tiempo de inspeccionar la habitación para hallar la anomalía, porque antes de que llegara siquiera a comprender la situación, un doloroso golpe en la cabeza lo derribó. Oyendo un metálico y sonoro "GONG", que quedó como eco tras el golpe, Avery cayó al suelo. Trató de incorporarse, aturdido y mareado, pero un segundo golpe acabó de desmayarlo por completo.
Jadeando de puro nerviosismo, Krysta se inclinó sobre él y comprobó que estaba efectivamente desmayado. Con un suspiro, dejó caer la jarra de agua aboyada y se agachó para inspeccionar al mortífago lo más rápido posible, no fuera a venir alguien advertido por el ruido. Le arrebató el manojo de llaves mágicas, por si le era útil, y se adueñó de su varita, algo sin lo que no podía pasar. Luego salió de la habitación y se lanzó sigilosamente a través del pasillo, con la capucha tapándole la cara y las llaves tintineando en la mano.
— " Mierda, mierda... ¿cuánto tiempo levo aquí? Creo que dos días. He perdido la cuenta, pero ¿qué más da? No puedo creer que todavía siga aquí, no puedo creerlo. Se me han adelantado. No debí atacar a Malfoy aquella noche, ése maldito sello antimagia de la puerta... no estaría ahí si no hubiera sido tan imprudente. Mierda. ¡Mierda! Maldito Voldemort... haga lo que haga se me adelanta, no conseguiré engañarlo. ¿Y qué demonios hacen Dumbledore y todo su hatajo de imbéciles? ¿Cuánto tiempo piensan esperar? Me he quemado la cabeza con los malditos mensajes y no vienen... ¿no habrá funcionado? Lo dudo. Sé que ha funcionado, ¿cómo iba a equivocarme? No sé a qué esperan. Si fuera por mí ya habría escapado de aquí hace tiempo, no creo que el imbécil de Goyle resistiera durante mucho tiempo un ataque mental, pero ese sello antimagia... ¿quién lo iba a decir? Necesito ayuda. Me avergonzaré de esto el resto de mi vida... te aseguro, Voldemort, que te mataré junto a ése lamesuelas de Malfoy. Esto no os lo perdonaré jamás. Jamás... ¿eh? ¿Qué pasa ahí fuera? Alguien ha llegado, se oyen ruidos..."
Andrew se levantó y se sacudió el polvo de los pantalones, mientras posaba su atención sobre la puerta de metal que le separaba del resto del mundo. A sus oídos llegó el sonido de unos pasos y la voz de Goyle, diciendo algo así como: "¿Qué pasa? ¿Qué haces aquí?". Después le pareció oír la voz del otro personaje susurrando algo que no llegó a entender. Lo siguiente fue algo confuso, una exclamación de sorpresa, el ruido de algo que caía al suelo y más pasos. Después un tintineo de llaves junto a la puerta que le sonó como cantos de ángeles.
— "¡Ah! ¡Por fin! Espero que sea lo que me imagino que es... por la forma de entrar, no parecía alguien que gozara de confianza entre los mortífagos. Supongo que el viejo chiflado ha mandado por fin a alguien... parece que finalmente no me quedaré sin Piedra del Tiempo".
Sonrió aliviado mientras un resplandor dorado rodeaba la cerradura de la puerta y se oía un chasquido. La puerta se abrió lentamente, con un gemido chirriante y una figura enfundada en una túnica negra y la cara tapada hizo su aparición. Entró despacio, se aseguró de que Goyle seguía caído en el suelo y después, cerró la puerta a sus espaldas. Algo sorprendido, Andrew esperó a que la figura se quitara la capucha y dejara ver su identidad. Esperaba encontrarse con Snape o con Remus, o quizá con su amigo Sirius... pero desde luego no con la persona que apareció ante su vista después de que la figura se quitara la capucha dejando ver una mata de pelo rubio enmarcando una cara adolescente donde brillaban dos grandes ojos color miel, llenos de alivio. Andrew se quedó de piedra.
— ¡Tú! —exclamó señalando a la chica con una mezcla de asombro, desconcierto e incredulidad.
— Sí, yo. Una situación algo rara, ¿eh, tío? —respondió Krysta con una sonrisa.
— ¡Tú! —repitió el hombre esta vez con creciente ira—. ¿Se puede saber qué estás haciendo tú aquí?
Krysta lo miró sin comprender, y luego, frunciendo el ceño con enfado respondió:
— ¿Es que no es obvio? He venido a por ti —dijo, dolida.
—Sé a qué has venido, demonios. Lo que quiero decir es a qué juegas presentándote aquí —respondió él de malos modos y visiblemente furioso—. ¿Es que quieres que te maten? ¡Vas a mandarlo todo a la mierda!
Krysta no entendía la reacción de su tío. Por lo menos no la entendió de momento. ¿Es que se preocupaba por ella? La niña lo creía así en un principio, deseaba que así fuera, pero por más que miraba en sus ojos no conseguía distinguir un solo vestigio de preocupación. Sólo había ira. De pronto, sintió un escalofrío, cuando esas palabras que ella misma se había dicho en su propio encierro acudieron sin querer a su mente: "Me ha estado ocultando cosas, seguro..."
— Ya basta —dijo ella recuperando el sosiego de pronto y decidida a descubrir la verdad de una vez por todas—. Estoy cansada de que todos vayan siempre un paso por delante de mí.
Se dio la vuelta y con toda calma, cerró de nuevo la puerta con la llave mágica, ante la mirada atónita de Andrew. Después giró sobre sí misma para devolverle a su tío una mirada decidida.
— Tío, ni tú ni yo saldremos de aquí hasta que no me hayas contado toda la verdad. ¿Qué me estás ocultando? Sé que todos sabéis algo que yo no sé, algo importante. Me he jurado a mí misma que no pasaba de esta noche sin que me lo contaras todo. No me voy a quedar atrás.
Andrew notó que la exasperación le nublaba el juicio. Aquello era el colmo. ¿Qué se había creído esa maldita enana engreída? Iba hasta allí exponiendo su vida y poniendo en peligro todos sus planes para después encerrarlo y hacerle chantaje. Y para colmo, los habitantes de la casa podrían venir en cualquier momento y descubrirlos. Krysta pareció leerle el pensamiento.
— Nadie vendrá, no te preocupes por eso. En la casa sólo quedaba un mortífago, y está ligeramente indispuesto en mi habitación. Sólo quiero que me lo cuentes todo y saldremos de aquí.
Krysta se cruzó de brazos y lo miró, expectante, mientras el contaba mentalmente hasta diez para tranquilizarse y no cometer ningún error fatal. Por fin, se sintió capaz de contestar sin soltar ningún comentario mordaz que, dadas las circunstancias, podría costarle muy caro. Era una situación delicada. Pero ella no era más que una niña... se reía por dentro pensando en lo fácil que había sido de manipular hasta ahora. No sería difícil convencerla de que no le ocultaba nada.
— Krysta, por favor, no sigas con esto. Te aseguro que no entiendo a dónde quieres llegar. Sólo déjame salir de aquí, llevo dos días encerrado, estoy agotado y furioso. Y tú vienes a por mí, expones tu vida para dejarme encerrado de nuevo contándome una historia sobre mentiras y no sé qué más. ¿Qué crees que te oculto?
De la voz de Andrew había desaparecido todo vestigio de ira. Sólo quedaba resignación, cansancio... melancolía. Y su expresión sólo denotaba estas tres cosas, pero también un profundo y sincero alivio. Krysta sintió que aquellos ojos le suplicaban con toda la fuerza del alma, y le pareció leer en ellos tristeza y... ¿quizá cariño? De repente dudaba. ¿Y si decía la verdad? ¿Y si se lo había imaginado todo?
— Pero... tío... yo he oído cosas. Dicen que has estado con Voldemort y que le traicionaste. Y antes... ¿por qué te has enfadado antes?
Él sonrió con aparente melancolía.
— Está bien, si te refieres a eso... es cierto. Estuve con Voldemort, pero también es cierto que le traicioné. Nunca tuve intención de hacerme mortífago, ni de hacer daño a nadie. No tengo la marca tenebrosa en el brazo, tampoco. Y antes... sólo estaba preocupado. Has hecho una locura, podrías haber muerto.
Su sonrisa se volvió cálida, enigmática y sus ojos todavía más profundos y expresivos. Ella se sintió de repente insegura y dubitativa. Mucho más que antes. Le dio la impresión de sumergirse en aquellos ojos azules y quedar atrapada en una especie de magnetismo que parecía mágico. Se perdió por completo entre la duda y el deseo. Ella lo quería, y quería que él la quisiera, pero estaba esa duda... ¿y qué? ¿Por qué hacer caso de una boba suposición cuándo así tenía lo que quería? ¿Cuándo así era feliz? ¿Cuándo ese hombre representaba todo lo que una vez había perdido y había vuelto a recuperar? Seguro que se lo había imaginado todo. Él no podía estar ocultándole algo, qué idiotez. ¿Cómo podía ocultar algo esa mirada llena de magia...? ¡¿Magia!? Exclamó una voz en su cabeza. Magia... la palabra surgió como un grito desde lo más profundo de su subconsciente y se acrecentó, como tratando de llamar la atención de su mente absorbida y perdida. Magia...se repitió de nuevo mirando hacia esos ojos azules. Magia...y de pronto, el encanto se rompió por completo. Sintió ganas de gritar y de abofetearse. Se sintió engañada, manipulada, furiosa. Horriblemente dolida.
— ¡Déjame! —gritó dando un paso atrás y cerrando los ojos con fuerza—. ¡No me dejaré manipular por tu maldita magia mental! ¿Me oyes? —luego, con furia, sacudió las llaves delante de ella y exclamó—: O me lo cuentas todo, o no sales de aquí hoy, ¿enterado? No me engañarás más.
No, no le engañaría más. Porque ella sabía ahora que ésa no era la primera vez que la intentaba manipular, se dio cuenta de que aquel no era el primer engaño. Se dio cuenta de que todo no era tan de color de rosa como le había parecido desde aquel día en las ruinas.
Él la miró, recuperando su mirada altiva, su verdadera mirada. Ya no había súplica en esos ojos, sino hastío. Quería saber la verdad... esbozó una sonrisa torcida mientras observaba cómo su sobrina retrocedía un paso involuntariamente, aterrada y confusa. Ya no iba a creer nada de lo que dijera, salvo la verdad. Bien, ¿y por qué no? ¿No quería saber la verdad? Pues la sabría, ella se lo había buscado. Había intentado conseguir lo que quería por las buenas... ahora lo haría por las malas. ¿Qué más daban los medios si podía llegar hasta el fin? La culpa, de todas formas, no sería más que de ella.
— Muy bien —dijo al fin, con voz helada y semblante duro —. Vas a saber la verdad si tanto quieres saberla, pero no te va a gustar.
Sus ojos brillaron con malicia. Krysta se estremeció mientras descubría, por primera vez, al verdadero Andrew Darkwoolf. Pero ella quería llegar hasta el final. Cualquier cosa era mejor que vivir una mentira.
—La verdad, mocosa impertinente —empezó Andrew con malvado deleite—, es que sí trabajé con Voldemort, lo hice porque quería su poder. La verdad es que le traicioné al descubrir que estabas viva y podías usar la Piedra del Tiempo. La verdad es, también, que me importa una mierda el que tú te reúnas con tus padres o no, lo que quiero es aprender a usar la piedra y hacer que Voldemort desaparezca de mi camino de una vez, para ser el mago más poderoso de todos los tiempos. Sí, niña, esa es la verdad. Yo tengo el poder para cruzar la puerta de la grandeza y tú tienes la llave para abrirla. La llave para abrirme paso en la historia y ser lo que yo quiera ser. Dominar lo que yo quiera dominar… y saber mucho más de lo que sé.
Krysta tragó saliva, aterrada. La sonrisa de su tío se había vuelto más terrorífica que nunca, y sus ojos tenían un tinte de locura. De codicia. De obsesión.
—Sólo tengo que arrancarte ese poder de las manos para obtener lo que deseo. Y créeme Krysta, el deseo es el impulso más básico y primitivo del alma, lo que mueve al hombre. Ya no hay vuelta atrás. Me dirás lo que quiero saber, me darás lo que quiero tener y todo acabará como es debido. Y ahora, vas a empezar por darme esa llave, luego saldremos de aquí y cuando estemos en Hogwarts, me enseñarás a usar la Piedra del Tiempo. Y te aseguro que lo harás, porque sabré cómo obligarte a ello.
Krysta se sintió como si un rayo la hubiera golpeado de lleno en el corazón. Se sintió mareada y completamente perdida. Su tío se lo había confesado todo, como ella quería, pero el efecto de las repentinas palabras reveladoras fue demoledor. Jamás se había imaginado que él pudiera estar haciéndole una cosa así... ¡no podía ser!
Lo miró, todavía sin asimilar bien la revelación, y vio en él una expresión fría e indiferente. Amenazadora. Esperaba a que ella le diera la llave. No había cariño, ni dolor, ni arrepentimiento, nada... sólo maldad. Pura y auténtica. Y ella había arriesgado su vida sólo por salvarlo. Momentos antes lo hubiera dado todo sólo por no perderlo. Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, sintió ganas de gritar, desahogarse, salir corriendo hacia ninguna parte, simplemente lejos de allí. Pero no conseguía que surgiera de su pecho el más leve sonido. Parecía cómo si le hubieran arrancado las cuerdas vocales. Dejó de ver y de oír. Se ahogaba en rabia y odio.
— ¿Qué te pasa? ¿No querías saberlo todo? —dijo él con cruel desprecio—. Bueno, tú te lo has buscado, podrías haberte ahorrado todo esto... pero insististe. Yo hubiera mantenido el engaño con gusto, nos hacía las cosas más sencillas a los dos. —Luego, añadió con impaciencia—: Va siendo hora de que me des esa llave, te aseguro que no pienso quedarme esperando mucho más. No me obligues a arrebatártela.
Krysta despertó de pronto como de un mal sueño. Se liberó del encierro de su propia mente y cayó en la terrible realidad. Vio de nuevo a su tío, asimiló sus palabras, cambió su expresión de desconcierto y terror por otra de odio y furia. ¿La llave? ¿Quería la llave? Se rió mentalmente y sonrió con crueldad. Después de todo, ella también sabía ser mala. Se lo merecía. Y en ese momento lo que menos le importaba era la vida de su tío, lo que ella quería era verlo pagar, desfogar su rabia. No era capaz de pensar con claridad en nada que fuera más allá de ése instante. Sólo quería castigar, vengarse. Aquel ya no era su tío. Sólo era un monstruo que había logrado engañarla con su sonrisa de sátiro y sus prometedoras palabras.
— ¿Sabes qué, queridísimo tío? —escupió con sarcasmo—. Creo que mereces estar aquí. Creo que te mereces todo lo malo que pueda pasarte, incluso si nunca llegas a salir de esta leñera. Me da igual, con tal de no tener que verte nunca más.
Y antes de que Andrew tuviera tiempo de reaccionar, se dio la vuelta y se abalanzó contra la puerta. Cuándo Andrew saltó para detenerla fue demasiado tarde. Ella ya estaba fuera. Le cerró la puerta en las narices y dio de nuevo la vuelta a la llave. Luego se alejó de la puerta con el corazón desbocado. Miró asustada hacia la rendija de la puerta, dónde los ojos de Andrew la taladraban con toda la furia de la que él era capaz.
— ¡Abre la puerta, niña lunática! —exclamó éste dejando de lado su acostumbrado sosiego y autocontrol—. ¿Pretendes que me crea que puedes dejarme aquí? ¡Ya basta de tonterías! ¡Abre! ¡ABRE, AHORA!
Krysta lanzó las llaves al suelo como si quemaran y sintió que sus ojos se anegaban en lágrimas. Luego se dirigió sin decir nada a las escaleras que devolvían al vestíbulo. Justo antes de empezar a subir se dio la vuelta y dijo con voz temblorosa:
— Lo siento, tío Andrew. Pero por mí puedes irte al infierno.
Se dio la vuelta mientras llegaba hasta ella el sonido de un puño golpeando una puerta de metal. Y luego una carcajada salvaje, desesperada, horrible... se estremeció y trató de ignorar lo que dejaba a sus espaldas. No volvería a por él. No volvería a engañarla. Llorando ya sin poder aguantar más y una terrible opresión el pecho, echó a correr deseando alejarse para siempre de Andrew Darkwoolf.
