22. Rencor
Sujetó la taza fuertemente entre sus manos, mirando el humeante brebaje con una mezcla de repulsión y agradecimiento. En ella yacía el único alivio a todos sus males, algo que le ayudaba en los peores momentos pero no era capaz de salvarle. Tan sólo era un pequeño oasis en mitad de un desolado desierto, una válvula de escape que le hacía la vida más llevadera. Debía bebérselo ya, no quedaban más que dos horas para la partida. Suspiró resignado y, tapándose la nariz para notar lo menos posible el repelente sabor, vació media taza de un trago. Después, hizo lo propio con la otra media. Asqueroso. Era un lástima que la poción no admitiera azúcar... tendría que preguntarle a Snape si conocía alguna variante con un sabor menos desagradable, aunque lo dudaba. Dejó la taza sobre la mesita de su habitación, tratando de ignorar la molesta sensación de su boca, justo en el mismo momento en que la puerta se abría.
— Remus —dijo la voz de Sirius a su espalda—. ¿Estás listo ya?
Remus se dio la vuelta para mirar hacia la puerta medio abierta de su habitación, en el marco de la cual estaba apoyado Sirius, esperándole. Asintió y se acercó a su amigo para salir de la estancia junto a él. Ambos dejaron la habitación y echaron a andar por el pasillo hacia el vestíbulo. Aún quedaba un buen rato para partir, sin embargo, los preparativos eran complicados. Eso les había dicho Dumbledore.
— Te aseguro que esa poción es un insulto a las papilas gustativas —dijo Remus con repugnancia, sintiendo que no se iba a librar del sabor durante mucho rato.
Sirius rió con jovialidad ante el comentario.
— Piensa en el lado bueno, gracias a ella podrás darle un buen susto a Darkwoolf—respondió.
— ¿Por qué lo dices? —preguntó Remus—. Ya sabes que cuando me la tomo soy consciente de mis acciones.
Sirius sonrió maliciosamente.
— Precisamente por eso.
Ambos rieron la broma mientras bajaban las escaleras del vestíbulo. Realmente, les iba a ser muy difícil controlar sus instintos asesinos contra Andrew, y más transformados en animales... ¿pero qué se le iba a hacer? Ellos iban allí para tratar de salvarlo. Tendrían que dejar las rencillas para más tarde.
Por fin, llegaron a la sala de reuniones y abrieron la puerta que les separaba de ella. Dumbledore y McGonagall estaban dentro. Snape aún no había llegado, pero sí Harry, Ron y Hermione. Cerraron la puerta a sus espaldas y se acomodaron sentándose en dos sillas de las muchas que había por allí. Dumbledore les sonrió con amabilidad en cuanto estuvieron instalados y dispuestos a escuchar.
— Bueno, ¿cómo os sentís? —preguntó el anciano director—. ¿Dispuestos a ello?
— Dispuestos no es exactamente la palabra —contestó Sirius fastidiado—. Pero si no hay más remedio...
— No hay más remedio —confirmó Dumbledore con repentina severidad—. Sois los únicos que tenéis alguna posibilidad de averiguar algo sin llamar la atención, ya lo sabéis... y no sería muy ortodoxo dejar a Andrew en manos de Voldemort, ¿no?
— No, supongo que no —contestó Remus sin mucha convicción.
— De acuerdo entonces —prosiguió Dumbledore, divertido—. Voy a exponeros el plan. Antes que nada, os someteré a un hechizo de conexión telepática para que podáis comunicaros mientras estéis en forma de animal. Después, utilizaréis el traslador que he preparado hace un rato, y que os llevará hasta las inmediaciones de la mansión Ryddle. Una vez aquí, simplemente tratad de averiguar algo explorando los alrededores de la casa. Mejor si no sois vistos, por supuesto. Cuando tengáis algo, será hora de regresar. Después ya nos encargaremos del resto.
— Y...señor director, ¿qué pasa con Krysta? —preguntó Hermione tomando parte en la conversación—. ¿No se sabe nada de ella aún?
Dumbledore movió la cabeza tristemente.
— Mucho me temo que no... sinceramente, espero que el Señor Tenebroso no la haya capturado — luego, se dirigió de nuevo hacia Sirius y Remus—. Intentad averiguar también algo sobre ella, me tiene muy preocupado.
— Pero, señor director... usted no cree que, ella... —Ron se interrumpió angustiado.
— No lo sé, señor Weasley. Prefiero no hacer suposiciones. Espero que ellos dos nos traigan esa información.
Ron asintió.
— Está bien, Albus. Será hora de ir haciendo algo, ¿no? —propuso la profesora McGonagall.
— Esperemos a que venga Severus, Minerva. Él también tiene derecho a conocer el plan.
Los presentes aceptaron y esperaron a que volviera el profesor Snape, comentando detalles sobre el plan. Al cabo de unos minutos la puerta de la sala se abrió, dando paso al mismo Snape, que escuchó la explicación con interés. Cuando terminaron, había pasado ya un buen rato desde el momento en que Remus se había tomado la poción. Faltaba muy poco.
—La Luna llena debe estar a punto de aparecer —comentó Sirius—. ¿Cómo te sientes Remus?
—Exactamente igual que antes... nunca me siento extraño cuando estoy a punto de sufrir una transformación —respondió Remus sin mucho entusiasmo.
Las transformaciones no eran experiencias muy gratificantes para él... además siempre le dejaban muy débil y enfermizo. No tenía demasiadas ganas de que tanta gente asistiera a su mutación, pero ¿qué se le iba a hacer? Cuanto antes empezara todo esto, antes acabaría.
Harry, Ron y Hermione esperaban ansiosos y algo intrigados a que los síntomas de Remus se manifestaran. No es que tuvieran muy gratos recuerdos de la última vez que asistieron a ellos, pero como era una ocasión tan especial, no podían evitar el sentirse intrigados.
Al cabo de un rato de cierta expectación disimulada en superfluas conversaciones, Remus empezó a sufrir unos extraños espasmos. Los ojos se le salieron de las órbitas y se puso muy pálido. Todos enmudecieron al instante y se quedaron mirando como embobados al hombre-lobo, cuya cara comenzaba a alargarse y a cubrirse de vello gris, mientras las orejas se estiraban y cambiaban de posición, colocándose en la parte superior de la cabeza. Las manos se le curvaron y crisparon, transformándose en garras de largas uñas que se cubrían también de pelo. Llegó un momento en el que no pudo mantenerse erguido, pues la espalda se le arqueaba transformándose en el lomo de un lobo adulto. Las piernas también cambiaron progresivamente hasta tomar la forma de dos potentes patas traseras y justo al final del lomo, surgió una protuberancia que fue creciendo y creciendo hasta convertirse en una larga y hermosa cola. Finalmente el vello gris creció hasta convertirse en una áspera y larga capa de pelo, sobre la piel de lobo de Remus. La metamorfosis había concluido. El nuevo Remus-lobo, sacudió la cabeza aturdido y soltó un gruñido. Luego, sacudiendo las patas, se desembarazó de la túnica que había caído al suelo, y se sentó, con aspecto cansado.
Todos parecían estar demasiado maravillados como para hacer nada. La transformación había sido fascinante. Mucho más fascinante que la de un animago, pues ésta última era tan rápida que apenas daba tiempo a apreciar los cambios progresivos. Dumbledore se acercó precavidamente a Remus y le habló.
— ¿Cómo te sientes, Remus? ¿Puedes entenderme? —preguntó el director con cautela.
Remus movió la cabeza afirmativamente, con cierto matiz divertido en los ojos.
— Bien, eso quiere decir que la poción ha funcionado —dijo Dumbledore con una sonrisa.
— Por supuesto que ha funcionado —afirmó Snape algo ofendido, ante la posibilidad de que se pusiera en duda su arte en cuestión de pociones.
— Bueno, pues creo que ahora me toca a mí —dijo Sirius arremangándose la túnica hasta el codo, más para hacer teatro que para otra cosa—. ¡Allá voy!
Y nada más decir esto, en cuestión de un segundo, apareció un gran perro negro en el lugar donde momentos antes se hallaba Sirius. El extraño equipo estaba por fin al completo. Era hora de hacer el hechizo telepático. Dumbledore se adelantó, varita en mano, y se colocó frente a la pareja de animales para llevarlo a cabo.
— Bien, vamos a pulir el último detalle, ¿estáis listos? —sendos asentimientos de cabeza—. Perfecto entonces, vamos a ver... ¡Ah, sí!... ¡Mentalis adiunctio! —exclamó Dumbledore mientras movía la varita rodeando las cabezas de Sirius y Remus con ella.
Al principio éstos no notaron nada especial, pero luego sintieron como si, lentamente, su mente se ensanchara y abarcara zonas antes desconocidas. Como si se fusionara con otra inteligencia. Y, realmente, eso era lo que estaba pasando. Cuando la sensación extraña pero indefiniblemente satisfactoria hubo terminado, ambos descubrieron con sorpresa que podían oír en su mente lo que el otro pensaba exactamente... y no sólo oír, sino también ver. Además, podían cortar la conexión e ignorar los pensamientos del otro si querían, como cuando alguien te habla pero no le escuchas. Era una forma extraña de comunicación y sin embargo descubrieron que llegaba a ser bastante más gráfica y expresiva que el lenguaje vocal. Quizá ése era el mayor engorro, enterarte demasiado de las cosas.
— Éste hechizo es sin duda el más apropiado —les explicó Dumbledore—... no es exactamente telepatía, sino una unión mental. Vuestras mentes están tan conectadas, que hasta podéis conocer los sentimientos del otro y experimentarlos. La verdad, es que este hechizo sólo funciona bien cuando se realiza con dos personas, tres a lo sumo. Con cuatro, la confusión es demasiado grande, e incluso peligrosa. Se conocen casos de gente que no ha vuelto a hablarse, e incluso se han intentado matar después de haberlo llevado a cabo con demasiadas mentes. Leer el pensamiento de los demás, no siempre es motivo de diversión.
El director sonrió divertido, al ver las miradas de soslayo que se lanzaban Sirius y Remus.
— Por supuesto, eso no tiene por qué pasar con vosotros. Estoy seguro de que conseguiréis vuestro objetivo sin problemas. Y, bueno... creo que va siendo hora de marchar, ¿no os parece? Ahí tenéis el traslador.
Dumbledore les indicó una zapatilla mohosa que reposaba sobre una silla. Sirius y Remus conectaron una mirada y, sin necesidad de nada más, se acercaron a la zapatilla.
— Está hechizado especialmente para que funcione en todo momento y podáis regresar de inmediato si fuera necesario —les explicó el director—. Procurad esconderlo bien, no vaya a encontrarlo alguien y os quedéis sin traslador... de todas formas, no creo que esto pase, ya que contáis con el de Andrew, que debe estar por allí todavía. Si os falta uno, siempre podréis usar el otro.
Sirius y Remus asintieron con la cabeza. Después, con sendos gruñidos a modo de despido, se encaramaron sobre las patas traseras y posaron las delanteras sobre la zapatilla trasladora.
Cuando el mareante remolino de colores cesó, Remus y Sirius sintieron que pisaban tierra firme con las cuatro patas. Agitando la cabeza para librarse del aturdimiento, miraron a su alrededor tratando de reconocer el lugar. Estaban en el interior de lo que parecía ser un bosque de pinos y abetos, no demasiado profundo, pero que trepaba en espiral por la colina. La oscuridad y el silencio nocturno les rodeaban. Ninguno de los dos sabía a ciencia cierta dónde estaban, pues tampoco veían la mansión Ryddle cerca. Fue Sirius el primero que se percató de un detalle importante.
— "¡Mira ahí! —pensó con vehemencia señalando con la cabeza hacia la base de un árbol.
Remus siguió el gesto de Sirius y descubrió qué era lo que había llamado la atención de su amigo. Al pie del tronco de un árbol, junto a las raíces, brillaba un tenue resplandor causado por el reflejo de los rayos de Luna sobre una botella de vino rota y sucia. Era el traslador de Andrew.
— "Bien, eso quiere decir que estamos en el sitio correcto —respondió Remus acercándose a la botella—. Dejemos la zapatilla por aquí también, así los tendremos localizados a los dos".
Sirius asintió y cogió con la boca el traslador que habían usado para esconderlo bajo unos matojos, cerca de la botella. Solucionado esto, era hora de ponerse en acción. Tendrían que salir del bosque si querían hacerse una idea de dónde estaban. Ellos no conocían demasiado bien las inmediaciones. Con esta idea en la cabeza echaron a andar hacia la linde. Aprovecharon que nadie podía oírles para conversar mentalmente y así aliviar la tensión con la que cargaban.
— "De verdad, Sirius, que esta es una situación muy surrealista" —comentó Remus mientras los dos animales emprendían el camino por entre los árboles.
— "¿A qué te refieres?" —respondió Sirius algo despistado, mientras miraba hacia la profundidad del bosque.
— "Oh, a nada en particular. Si descontamos que estoy en mitad de un bosque, transformado en lobo y caminando junto a un perro animago, realizando una misión de espionaje para salvarle el culo a mi peor enemigo... entonces podemos decir que la situación es de lo más normal" —respondió Remus con sarcasmo.
Sirius miró a Remus con los ojos risueños. Su amigo tenía razón. Jamás se hubiera imaginado llegar a hallarse nunca en una situación así.
— "Bueno, seguro que será una experiencia interesante —respondió divertido—. Oye, Remus... siento haberte metido en esto, me fui de la lengua sin querer. Ése maldito Snape de las nariz..."
— "Déjalo, Sirius, estás perdonado. No tengo ningunas ganas de compartir tus pensamientos sádicos con respecto a Snape, gracias a el hechizo serían demasiado gráficos y ya tengo bastante con los míos propios contra Darkwoolf"—cortó Remus haciendo una mueca de asco que quedaba francamente graciosa en la faz de un lobo.
— "¿Contra Darkwoolf? ¿Por qué?—respondió Sirius sarcásticamente—.Si es un tipo encantador..."
— "Sí, ya... pero ¿sabes qué es lo que más me molesta de todo esto? Que no se merece nada de lo que estamos haciendo por él. No dudaría en matarnos si con eso ganara algo, te lo aseguro. Él es así de pragmático —pensó Remus amargamente—. Por mí, podría quedarse donde está y desaparecer de una vez".
Sirius lo miró asombrado.
— "Nunca te había oído hablar así, Remus... ¿tanto lo odias? —preguntó—. ¿Tanto te molestó perder aquel trabajo?".
Remus alzó la vista y miró hacia la Luna, que se divisaba entre el follaje, con melancolía.
— "No fue sólo el trabajo... fue la forma de hacerlo, la vergüenza que pasé. Además, él cree simplemente que me quitó mi puesto en el ministerio, pero en realidad me quitó mucho más".
— "¿De verdad? ¿Por qué no me cuentas toda la historia? —pidió Sirius—. A lo mejor te anima".
Remus movió la cabeza con pesar, pero se decidió a hablar por fin.
— "Bueno, como quieras... así por lo menos me desahogaré un poco—contestó el hombre-lobo, pensando por dónde empezar—.Creo que nunca se lo he contado a nadie... es algo que siempre he procurado ignorar, casi lo había olvidado... hasta que apareció él, claro, y se encargó de recordármelo con toda su buena voluntad— ironizó—. En fin, mejor será dejar eso y centrarnos en lo que realmente ocurrió. Fue hará ahora unos siete años. Yo conseguí un puesto en el ministerio, en el Departamento de Investigación Mágica, justo cuando ya empezaba a pensar que no lograría que un trabajo me durara ni un mínimo de tres meses. Fue aquí donde conocí a Andrew Darkwoolf y a la que pensé que algún día sería la mujer de mi vida.
— "¡No!" —pensó Sirius alarmado.
— "Sí"—respondió Remus amargamente—. Me enamoré perdidamente de una chica que trabajaba en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional".
— "¿Cómo se llamaba?" —preguntó Sirius.
— "Julia Stewarts, pero dejémosla por ahora, si no te importa".
— "Claro, claro —aceptó Sirius—. Sigue, por favor".
— "Bueno, decía que conocí a Darkwoolf. No negaré que al principio me cayó simpático, digamos que sabía cómo ganarse a los demás, era inteligente, causaba buena impresión y no nos llevábamos mal, al contrario, se podría decir que hasta nos hicimos amigos... hasta que me tocó llevar a cabo una investigación con él. Durante los meses que llevaba trabajando allí había logrado ir subiendo escalones, por decirlo así, hasta que me nombraron director adjunto de una investigación con Darkwoolf sobre la magia mental".
— "¿En serio? No tenía ni idea de que tú también supieras algo sobre eso" —interrumpió Sirius asombrado.
— "Bueno, cuando inicié la investigación no sabía casi nada sobre el tema, pero había demostrado ser bueno, y eso le bastaba al director del departamento —explicó Remus—. Darkwoolf estaba a cargo de la dirección de la investigación puesto que ya llevaba algún tiempo estudiando la magia mental e incluso podía llevarla a la práctica, aunque con mucha dificultad. El caso es que en cuanto yo aparecí por allí, casi pisándole los talones en el poco tiempo que llevaba trabajando en el departamento, a Darkwoolf le entró el pánico. De repente tuvo miedo de que yo pudiera superarle y robarle el puesto de director de departamento, al cual aspiraba desde hacía tiempo. Su actitud hacia mí no cambió en nada, siguió haciéndose el simpático y disimuló por completo sus verdaderas intenciones, pero en el fondo ansiaba perdidamente que yo diera algún paso en falso para quitarme de en medio. No sé si averiguó mi condición de licántropo por aquel entonces o simplemente ya lo sabía de antes, pero el caso es que se enteró. Fue entonces cuando se le ocurrió su fantástico plan".
— "¿Qué hizo?"—preguntó Sirius que estaba cada vez más interesado.
— "Se las arregló para que medio departamento viera una de mis transformaciones".
— "No me digas que… ¿te vieron transformarte? —se alarmó Sirius.
— "Me vieron, pero no in situ. ¿Sabes cómo se mueven las fotografías mágicas, lo realistas que pueden llegar a ser si se hacen bien? Darkwoolf me siguió, me fotografió durante todo el proceso y después las utilizó como pruebas para ponerme en evidencia —explicó Remus con amargura—. Yo había estado fingiendo que lo mío no era más que insomnio eventual y él, bajo el pretexto de estar protegiéndolos de mí, les reveló la verdad.
— "Cabrón de mierda..." —pensó Sirius con furia a la vez que un áspero gruñido se escapaba de su garganta canina.
— "Ya ves... Por supuesto, nadie le culpó nunca por su actuación. Era el fantástico Andrew Darkwoolf, el genio del departamento, y yo sólo un licántropo aspirante que les había mentido a todos. Todavía no sé cómo lo hizo para encontrarme, ni me importa. El caso es que por su culpa tuve que dejar el departamento, ya nadie se fiaba de mí, creían que yo era un traidor por no habérselo contado. Me tenían miedo y me trataban con despecho. Al final, el viejo director tuvo que tomar medidas. Me expuso la situación sin llegar a despedirme, pero dimití. Ya no podía trabajar en esas condiciones".
—"Perfectamente comprensible —afirmó Sirius con cierta lástima—. ¿Y eso fue todo?".
—"Ojalá eso hubiera sido todo —respondió Remus—. Esto no lo llegó a saber nunca, pero Darkwoolf arruinó algo más que mi carrera con aquella artimaña. Me destrozó el corazón... porque Julia asistió a la transformación también, y desde entonces no quiso saber nada de mí. Me acusó de mentirle y la verdad, tenía razón. Si hubiera sido más valiente no le habría hecho tanto daño."
—"¡No!" —pensó Sirius horrorizado.
—"Sí" —respondió Remus por segunda vez—. Cuando yo ya creía que mi vida había dado un giro inesperado para bien, apareció él de alguna parte y me lo tiró todo por los suelos. Y ni siquiera lo lamenta, está encantado. Hasta se siente orgulloso de ello. ¿Comprendes ahora por qué le odio?".
— "Por supuesto que lo comprendo... —contestó Sirius con rabia, contagiándose de los sentimientos negativos de su amigo con respecto a Andrew—. Deberías habérmelo contado antes, te aseguro que ésta la va a pagar cara".
— "Ni se te ocurra hacer el imbécil, Sirius —pensó Remus con severidad—. "Lamento decirlo, pero me temo que éste te puede".
—"Sí, claro, el muy desgraciado me puede cuando tiene una varita en la mano —replicó Sirius con desprecio—. Tendríamos que verlo sin ella, seguro que no duraba ni tres segundos".
Remus movió la cabeza, pero no dijo nada más. Durante un rato, ninguno de los dos habló. Por fin, habían llegado al linde del bosque y podían ver la mansión Ryddle. Comprendieron dónde se encontraban y decidieron que lo mejor sería rodear la colina y acercarse a la casa por detrás, atravesando el cementerio. De esa forma serían menos visibles. Continuaron el camino sin hablar, inmersos en sus propios pensamientos, hasta que Sirius decidió romper un poco la tensión.
— "¿Sabes qué, Remus? Se me ha ocurrido que podríamos conectar los pensamientos un rato, sólo hasta que lleguemos a la mansión" —sugirió el animago con jovialidad.
— "¿Para qué?" —preguntó Remus.
— "¡Para nada! Sólo por probar. ¿No sientes curiosidad? Jamás había estado bajo los efectos del mentalis adiunctio" —contestó Sirius, animado.
— "Bueno, vale... de todas formas estamos a punto de llegar a la cima".
— "¡Genial! —pensó Sirius con exclamación—. Venga, a la de tres. ¿Listo? —Remus asintió con la cabeza—. Bien entonces, vamos allá. Uno... dos... y... ¡tres!".
Los dos animales/humanos, se concentraron en ambas mentes a la vez, de forma que podían acceder incluso a la memoria del otro y a sus pensamientos visuales, además de notar en su propia carne los sentimientos del otro. Fue una experiencia de lo más extraña.
— "Remus... —pensó Sirius con preocupación—. ¿Sabes que estás muy deprimido? ¡Arriba esa moral, hombre!".
— "No digas tonterías..." —protestó Remus—. Lo que estabas pensando hace un momento sobre Pettigrew era realmente asqueroso".
— "¿Yo, pero qué...? —Sirius se interrumpió de repente y miró a Remus sorprendido—. No seas bestia, Remus, esa forma de tortura es demasiado fuerte. Con Darkwoolf es necesario probar algo más sutil".
— "¿De qué hablas? —preguntó Remus—. ¡Si no he dicho nada!".
— "Pero lo has pensado" —contestó Sirius con una carcajada mental.
— "Vale, vale, lo admito..." —Remus interrumpió su frase, mientras ante la mirada atónita de Sirius, abría mucho los ojos y se quedaba con la boca abierta—. ¡¿Qué has hecho QUÉ con mis zapatos?!"
Sirius iba a contestar la primera excusa que le vino a la cabeza, pero no tuvo tiempo de decir nada, pues en ése mismo instante, ambos se percataron de la presencia de alguien más por allí cerca. Se oían pasos no demasiado lejos, y cuando buscaron con la mirada para tratar de averiguar a quién pertenecían, en seguida advirtieron que una figura enfundada en una capa negra se acercaba hacia ellos por entre las tumbas del cementerio.
— "¡Alguien viene!" —pensó Sirius exaltado.
— "Sí, ya lo he visto" —respondió Remus con preocupación—. "¿Qué hacemos?"
— "Nos va a ver irremediablemente, viene hacia nosotros y las tumbas no podrán escondernos cuando se acerque demasiado" —pensó Sirius con rapidez— "Escondámonos y ataquémosle en cuanto esté cerca".
— "¿Pero estás loco? ¿Y si es un mortífago?".
— "Por muy mortífago que sea no podrá luchar contra un lobo y un perro, si le cogen por sorpresa. ¡Vamos!" —y diciendo esto, echó a correr hacia la tumba más cercana.
Remus no tuvo más remedio que seguirle y esconderse tras una lápida cercana. Trató de llamar a Sirius con la mente para convencerle de que aquello no era prudente, pero el otro no le hizo el más mínimo caso. Estaba demasiado concentrado en la figura encapuchada como para escuchar advertencias molestas. Con resignación, Remus se encogió tras la losa de piedra y se preparó para saltar.
Krysta subió las escaleras de dos en dos, sin apenas fijarse por dónde pisaba. No veía nada, no oía nada, no pensaba en nada. Sólo caminaba, a grandes pasos, en un vago intento por aplacar su furia rabiosa. Ni siquiera se acordaba ya de dónde estaba, ni de que Voldemort podía regresar en cualquier momento, ni de que probablemente estaba en peligro de muerte... sólo veía en su mente, una y otra vez, la mueca burlona de su tío mientras le contaba lo hábil que había sido engañándola. No lograba quitársela de la cabeza, y eso la enfurecía todavía más. Ahora comprendía lo tonta que había sido, lo fácilmente que se había dejado engañar, comprendía que había estado ciega y sorda... si tan sólo se hubiera fijado un poco más... si no se hubiera dejado llevar por sus sentimientos... Siguió caminando con furia, ahora dando fuertes pasos por el vestíbulo, hasta llegar a la puerta de entrada.
La abrió y se internó en la oscuridad de la noche, bordeando la casa para dirigirse hacia el lugar dónde recordaba haber dejado la escoba. Seguía caminando como una autómata, sin prestar atención al entorno, sin darse ni cuenta de dónde estaba. Llegó al viejo cementerio y empezó a atravesarlo sin más, únicamente quería llegar hasta su escoba y largarse de allí. Irse muy, muy lejos, donde nadie pudiera encontrarla. Donde poder llorar a gusto.
Estaba ya casi saliendo del cementerio, cuando, perdida en sí misma como estaba, no se dio ni cuenta de que algo o alguien, se escondía detrás de una de las lápidas. No tardó en acercarse a la sombra y, cuando lo hizo, tuvo tiempo de ver cómo dos manchas oscuras aparecían de repente y le saltaban encima, tirándola al suelo de golpe.
Forcejeó para sacarse de encima a su atacante, y se quedó muda de espanto al advertir que éste estaba cubierto de pelo. Todavía se quedó más muda, cuando logró separarse y vio que, junto al gran perro negro que la había derribado, se hallaba la otra figura, un lobo gris que parecía examinarla con curiosidad. Los dos animales se habían separado de ella y se miraban el uno al otro. Por alguna razón, Krysta sintió un escalofrío. Le daba la impresión de que el comportamiento de aquellos animales era demasiado... racional. Durante unos segundos, los animales permanecieron así, uno frente al otro sin hacer el más mínimo caso a Krysta, hasta que al final, el perro negro se adelantó y se colocó delante de ella. De repente, su forma empezó a cambiar, y antes de que pudiera darse cuenta, tenía delante de las narices a Sirius Black.
— Perdona —se disculpó éste tendiéndole una mano para ayudarla a levantarse—. Te hemos confundido con un mortífago.
Krysta le cogió la mano y se levantó, sacudiéndose el polvo de la túnica, pero todavía demasiado asombrada como para contestar.
— Eres la sobrina de Darkwoolf, ¿verdad? —preguntó Sirius—. Sí, me acuerdo de ti.
— S-si... —contestó Krysta, lanzando una mirada de soslayo a Remus, que se había sentado y observaba la escena tranquilamente.
Sirius advirtió la preocupación de la niña y sonrió divertido.
— No te preocupes, él es Remus, ¿te acuerdas? El licántropo —aclaró éste para tranquilizarla.
— Ah... ya... sí, ya me acuerdo. Y usted es el padrino de Harry —dijo Krysta que empezaba a aclararse un poco.
— Exacto, pero llámame Sirius, si no te importa.
— Vale...pero qué... ¡Ah! ¿Vosotros no habréis venido para espiar? —preguntó Krysta, recordando la reunión súbitamente.
— Sí, hemos venido por eso, pero ahora lo mejor será que te vayas. No estamos a salvo aquí, ¿sabes? —respondió Sirius con un deje de severidad—. Hiciste una locura viniendo hasta aquí para salvar a tu tío, vamos a tener que devolverte a Hogwarts y...
— No es necesario, puedo volver yo sola —Krysta bajó los ojos. Las pupilas le ardían de nuevo y tenía unas ganas terribles de echar a correr—. Aún tengo la escoba de Harry, me iré por donde he venido y ya está.
Luego pareció recordar algo y miró a los dos magos con urgencia.
—¿Sabéis hacer el Identitas?
— Sí, ¿por qué? —preguntó Sirius cada vez más intrigado.
— Porque es necesario para poder acercarse a la casa. Usadlo con el nombre de Lucius Malfoy y Peter Pettigrew, yo entré así —explicó la niña.
— Oh, vale, ¿has oído eso, Remus? Hemos tenido suerte encontrándote —dijo Sirius animado—. Por cierto, no vuelvas a subirte en la escoba, es demasiado peligroso. Utiliza uno de los dos trasladores que encontrarás en un claro del bosque en la parte más baja de la colina, uno es una botella y el otro una zapatilla. Búscalos y en un momento estarás en Hogwarts.
— Bien, gracias —contestó la niña ya a punto de marcharse.
Se despidió y dio un par de pasos en dirección contraria al cementerio, pero de pronto se detuvo y se dio la vuelta.
— Ah, se me olvidaba —musitó, sin mirarles—. Buscad en la leñera.
—¿Cómo? ¿Por qué?
Pero ella ya no le escuchaba. Había echado a correr en dirección al para dejarles completamente confundidos.
— "¿Por qué lo habrá dicho?" —preguntó Sirius mientras caminaba junto a Remus, ojo avizor.
Acababan de realizar el identitas, y ahora estaban bordeando la casa, muy pegados a la pared y mirando con cuidado por las ventanas, sin encontrar nada fuera de lo común. Si no fuera por la luz que se adivinaba en el primer piso, la casa podría haberles parecido muerta.
— "No sé a qué te refieres" —respondió Remus que estaba muy atento a cualquier ruido o movimiento sospechoso.
— "A lo de la leñera... lo que nos dijo la niña. ¿Es posible que tenga que ver con Darkwoolf?" —respondió Sirius, pensativo.
— "No lo sé... realmente, no entiendo bien a Krysta. ¿No te parece raro que viniera hasta aquí para rescatar a Darkwoolf y ahora regrese sin él? Tampoco nos ha dado ninguna clase de información... y sin embargo estoy seguro de que sabía algo. ¿Sería posible que Darkwoolf no se encontrara en la casa, Sirius?" —preguntó Remus después de sus reflexiones compartidas.
— "No, no lo creo —respondió Sirius tras un corto silencio—. Si fuera así nos lo habría dicho. De todas formas tienes razón, estuvo muy rara. No sé qué le ha pasado ahí dentro pero igual deberíamos volver ahora mismo y hablar con Dumbledore".
— "Tienes razón. De todas formas, ya que nos lo ha dicho, me gustaría comprobar la dichosa leñera. No perdemos nada ya que hemos llegado hasta aquí".
Sirius asintió con la cabeza, pero no contestó. Ambos siguieron caminando en silencio, a través de la fachada frontal de la mansión. En ése momento pasaban por delante de la puerta principal, y se sintieron algo sobrecogidos. Procurando hacer el menor ruido posible, se deslizaron rápidamente hasta el otro lado de la puerta, y avanzaron hasta la esquina que daba a la cara oeste. Luego, doblaron la esquina para explorar el último tramo de fachada que les quedaba por ver. Al principio, no vieron nada fuera de lo normal. La cara oeste estaba tan sombría y silenciosa como el resto de la casa. ¿Era posible que no hubiera nadie en aquella casa? Imposible, tenían un prisionero... ¿o no? ¿Y si después de todo, Remus llevaba razón? ¿Y si Andrew no se encontraba encerrado allí?
— "¡Sirius, mira eso!" —exclamó Remus señalando hacia la fachada con un movimiento de cabeza.
Sirius salió de su ensimismamiento y miró hacia donde Remus señalaba. Advirtió, en la base de la fachada, un oscuro ventanuco que quedaba a ras de suelo y que era apenas más grande que un balón de fútbol. Realmente, era muy difícil de ver.
—"Vaya, no lo había visto —comentó Sirius acercándose mientras meneaba la cola con entusiasmo—. Vamos a mirar, no se pierde nada por eso".
Y agachando la cabeza, pegó el hocico al ventanuco, tratando de divisar algo a través del mugriento cristal.
— "Parece... ¡sí, tiene que ser la leñera!" —exclamó el animago, exaltado—. ¡Sí, y veo una figura moverse dentro! A lo mejor es Pettegrew... pero no, es demasiado alto".
— "¿Será Malfoy? —preguntó Remus—. Déjame mirar".
Sirius le hizo un hueco a Remus para que mirara por el ventanuco hacia la leñera, dónde una figura alta y estilizada, de un hombre adulto, se movía nerviosamente paseándose por la pequeña habitación.
— "No sé... —continuaba Sirius, ensimismado—. Podría ser cualquiera... ¿Macnair? ¿Nott...?
Sirius interrumpió su lista de nombres, al escuchar una especie de jadeos junto a su oreja. Se giró para mirar a Remus, y advirtió que éste ya no se encontraba sentado a su lado, sino que rodaba revolcándose por el suelo, con las mandíbulas lobunas medio abiertas y soltando aquellos ásperos jadeos, que recordaban curiosamente, sin llegar a serlo, a una carcajada.
— "Bueno, ¿cuál es el chiste?" —preguntó Sirius algo mosqueado por la sensación de haberse perdido algo.
Remus tardó un poco en calmarse, pero finalmente, logró ponerse de pie, y con ojos risueños, devolverle la mirada a Sirius.
— "Pues pasa, Sirius, que el pobre desgraciado que está encerrado en ésa leñera no es otro que ese engreído autocomplaciente de Andrew Darkwoolf"—pensó Remus, que parecía estar pasándoselo bomba.
— "Me tomas el pelo" —respondió Sirius, escéptico—. "¿Cómo puedes saberlo?"
— "Te aseguro, amigo mío, que reconocería esa manera de andar aunque estuviera borracho" —respondió Remus, visiblemente animado.
— "Pero, si eso que dices es cierto, la niña..."
— "Lo encontró, sí. Estoy seguro de que Darkwoolf metió la pata en algún aspecto y debió de enfurecerla —razonó Remus—. De ahí su extraño comportamiento... pero no me preguntes demasiado, estoy igual que tú".
— "Todo esto es muy raro, pero bueno... ¿qué hacemos ahora? —preguntó el animago, que todavía no estaba muy convencido.
— "Sacarlo —Sirius le lanzó una mirada incrédula y horrorizada al escuchar esto—. "Sí, es necesario sacarlo ya. Parece que no hay nadie en la casa y sabemos dónde está. Dejarlo ahí sería un estupidez, sería dar más trabajo a Dumbledore".
— "¡Pero... Remus! ¡Es Andrew Darkwoolf! ¿No decías hace un momento que...?"
— "Da igual lo que dijera, Sirius. Vamos a hacer las cosas bien, no podemos actuar con egoísmo cuando la magia al completo está en peligro —interrumpió Remus con severidad—. Venga, vuelve a tu estado normal y sácalo".
Refunfuñando, Sirius regresó a su forma humana. Luego, sacó la varita del bolsillo de su túnica y se acercó al pequeño ventanuco, agachándose justo en frente del mismo. Acercó la varita al hueco y se giró dubitativo para mirar a Remus. Éste asintió con la cabeza.
— Está bien, Remus, lo sacaré... pero te aseguro que éste me oye. No voy a dejar que siga burlándose de ti —dijo Sirius con determinación.
Remus movió la cabeza con cansancio, pero no se molestó en responder. Un par de hechizos por parte de Sirius bastaron para desprender el pequeño cristal y agrandar el agujero hasta casi convertirlo en una puerta. Andrew Darkwoolf, que había estado atento a sus operaciones desde hacía un momento, les miraba asombrado desde dos metros más abajo. Sirius se asomó al agujero recién hecho para indicarle que saliera. Intrigado, Andrew se acercó y, de un salto, se encaramó en la salida. Al fin consiguió salir de la maldita leñera que lo había tenido encerrado durante dos días en una agónica incertidumbre. Cerró los ojos y sintió el aire frío de la noche sobre sus párpados. Esa maravillosa sensación de libertad le arrancó una sonrisa, y le hubiera hecho gritar de júbilo si se hubiera encontrado solo.
Con un suspiro de alivio se levantó y se sacudió el polvo de la ropa. Fue entonces cuando, algo turbado por lo milagroso de la situación, centró la atención en sus rescatadores. Reconoció a uno de ellos.
— Sirius Black, si no me equivoco —dijo analizando al malhumorado Sirius, para después centrar su atención en su acompañante—. Y... ¿qué...?
Andrew señaló al lobo gris que estaba junto a Sirius, bastante asombrado. No necesitó respuesta alguna, le bastó la mirada asesina y demasiado humana que se veían en los ojos del animal para averiguar de quién se trataba. Tampoco era la primera vez que lo veía transformado.
— Ah, Lupin —se respondió a sí mismo, cambiando el tono extrañado por otro de absoluto desprecio—. El licántropo.
Remus no hizo ni caso de la burla despreciativa, pero Sirius se había prometido a sí mismo que no le iba dejar pasar ni una a Andrew. No iba a permitir que su amigo lo pasara mal otra vez por culpa suya.
— ¿Qué quieres decir exactamente con eso de "El licántropo", Darkwoolf? —preguntó Sirius con voz peligrosamente suave.
—No quiero decir nada —respondió el otro sin alterarse—. Para su desgracia, eso es lo que es.
Remus miró a Andrew con odio, pero no se movió. Por su parte, Sirius entraba cada vez más tenso.
— Ahora mismo vas a disculparte, Darkwoolf, si no quieres pasarlo mal —amenazó Sirius con una mirada ácida y corrosiva, de esas que hacen huir—. Hemos venido a salvarte, así que más te vale comportarte.
Andrew se limitó a sonreír con prepotencia mientras lanzaba sobre Sirius una insolente mirada de arriba abajo.
— No me hagas reír, Black. Sólo habéis venido porque el viejo Dumbledore os ha obligado —respondió tranquilamente—. Sé perfectamente que deseáis verme muerto, así que ahorrémonos las hipocresías.
— Tienes toda la razón, sanguijuela farsante —escupió Sirius empezando a alzar la voz imprudentemente—. Y si no quieres que cumplamos nuestro sueño aquí y ahora, te lavarás esa venenosa bocaza con jabón y papel de lija.
— "Sirius..." —empezó Remus asustado por la dirección que tomaban los acontecimientos y por lo imprudente que resultaba quedarse por allí más tiempo de lo debido.
— Tranquilo, Black, no te conviene empeorar las cosas. Ni tú ni Lupin estáis a la altura —contestó Andrew ampliando su sonrisa satírica—. Los dos dais demasiada lástima... el uno por licántropo y el otro por disminuido mental.
Aquello fue más de lo que Sirius pudo soportar, se puso rojo de cólera, y dando un paso hacia delante exclamó:
— ¡Ya basta! ¡Voy a partirte la cara para no tener que ver esa maldita sonrisilla nunca más, Darkwoolf!
Y sin hacer caso de las sensatas y desesperadas advertencias de Remus, se lanzó contra Andrew y le propinó un puñetazo en la mejilla con toda la fuerza que fue capaz. Cogido por sorpresa, Andrew se tambaleó y trastabilló unos pasos hacia atrás, demasiado aturdido como para responder.
— Ése iba por Remus —dijo Sirius, mientras completamente cegado por la rabia, se lanzaba de nuevo contra Andrew.
El siguiente puñetazo fue dirigido hacia el estómago. Andrew, aturdido y dolorido como estaba, no tuvo la más mínima oportunidad de esquivar el golpe. El profundo dolor le dejó sin resuello e hizo que se plegara sobre si mismo, todavía sin caer en la cuenta de que le estaban dando un paliza.
— Ése por tu sobrina —dijo Sirius de nuevo, mientras levantaba el puño junto a su cabeza y lo estiraba hacia atrás para dar el golpe maestro, decidido a hacer pagar a Andrew todas sus maldades.
— Y éste... este... —trató de decir el animago sin encontrar nada convincente en el poco tiempo del que disponía antes de que Andrew se recuperara—. ¡Porque me sale de los cojones, que me caes muy mal!
Y concluyó con un último puñetazo, directo a la cara, que consiguió derribar a Andrew y dejarlo sentado en el suelo con la mano cubriéndose boca y nariz.
Recuperando la compostura de pronto, Sirius se colocó bien el cuello de la túnica e hizo crujir los doloridos nudillos mientras observaba orgulloso su obra. Andrew le miraba con silenciosa rabia desde el suelo, haciendo lo posible por parecer sereno. Con dificultad y sin apartar la mano de la nariz, se levantó y se colocó frente a Sirius, herido en lo más profundo de su orgullo y notando fuertes dolores. Sirius miró algo asombrado cómo algunos hilillos de sangre fluían entre los dedos de Andrew y le goteaban sobre la túnica. Éste apartó la mano por fin, dejando a descubierto una nariz completamente cubierta por la sangre que brotaba a considerables cantidades de sus orificios nasales y le chorreaba hasta la boca. Recuperando su acostumbrada calma, se giró y escupió sangre hacia el suelo, para después girarse hacia Sirius con una lenta, malvada y peligrosa sonrisa. Sus ojos eran dos llamas incandescentes.
— ¿Qué vas a hacer, Darkwoolf? —preguntó Sirius con desprecio—. ¿Echarme un hechizo mental para tenerme controlado mientras me machacas a golpes?
Andrew siguió sonriendo fríamente.
— Es una opción interesante, Black... pero eso sería jugar con ventaja.
Y sin que Sirius tuviera tiempo de defenderse, Andrew le propinó un soberbio puñetazo en el ojo que lo dejó completamente anonadado, en el suelo y con una sombra oscura y dolorosa alrededor de su órgano visual. Se habían cambiado las tornas. Sintiendo que la furia irreflexiva lo volvía a inundar por momentos, Sirius se puso de pie para devolver el golpe, pero algo lo detuvo. Se giró para comprobar qué pasaba y se encontró con Remus que mordía su túnica tratando de detenerlo.
— "¡Ya basta, Sirius! ¡Esto no llevará a ninguna parte! ¡Sólo conseguiréis que nos encuentren aquí los mortífagos" —exclamó Remus, iracundo.
Sirius iba a aceptar que Remus tenía razón, pero entonces la burlona voz de Andrew se hizo oír por entre los pensamientos de su amigo.
— ¿Qué te pasa, Black? ¿No tienes huevos? ¿Ya te has cagado en los pantalones?
El rostro de Sirius pasó por una amplia gama de colores tras este comentario hasta que finalmente el rojo de furia rabiosa asesina ganó la partida.
— ¡Entérate, Remus! ¡No voy a dejar que el marica éste me insulte así!
— "¡Pero Sirius! ¿No ves que sólo intenta provocart...?"
Demasiado tarde. La túnica de Sirius se había desgarrado, liberándole de sopetón y dejando que éste descargara toda su furia contra Andrew. Ante el ataque de Sirius, éste perdió el equilibrio, cayendo de espaldas y llevándose a su atacante consigo. A partir de ahí todo fue una confusión de golpes, gritos de dolor y palabras mal sonantes. Los dos contrincantes rodaban por la tierra, sin que ninguno de los dos consiguiera ganar terreno al otro. Ninguno podía librarse de su oponente ni lograba levantarse. Angustiado por el escándalo, Remus se lanzó contra ellos tratando de separarlos, mordiendo ahora a uno, sujetando ahora al otro, pero ni la fuerza de un lobo lograba vencer la terrible violencia colérica que se había apoderado de los dos adultos.
En un pequeño descuido, Sirius logró colocarse encima de Andrew e inmovilizarlo, apretándole el cuello con las manos para que no pudiera moverse, mientras Remus estiraba en vano de su manga para intentar que lo soltara, entre gruñidos guturales y pensamientos que mejor sería censurar.
— ¡Retira todo lo que has dicho, maldito hijo de puta! —exclamó Sirius, iracundo, apretando el cuello de Andrew con fuerza.
— ¡Antes muerto, parodia de perro! —le respondió el otro con dificultad mientras trataba desesperadamente de librarse de Sirius a base de golpearle en la cabeza.
Sirius iba a propinar un golpe a Andrew en plena boca para que aprendiera a mantenerla cerrada, cuando un desesperado aullido a su lado le hizo volver la cabeza. Remus tenía la vista perdida, mirando hacia un punto concreto, que se hallaba justo detrás de su cabeza y tenía aspecto de estar aterrorizado. Para sorpresa de Sirius, Andrew también miraba hacia el mismo punto, y la expresión de sorpresa mezclada con escepticismo y una especie de pesimismo, le hizo sentir un escalofrío. Casi sin atreverse a mirar, se giró en aquella dirección y se quedó sin aliento en cuanto distinguió a la figura que había hecho aullar a Remus y palidecer a Andrew. Sólo le bastó mirar hacia aquellos ojos rojos sorprendidos pero cargados de fría maldad, para comprender que se habían metido en un terrible problema.
