23. Desde hace nueve años
Sirius se quedó completamente petrificado de puro estupor e incredulidad. Dejó el puño a medio camino, mirando hacia aquel rostro frío y careciente de nariz, que hacía todo lo posible por reprimir su asombro. Andrew, que seguía en el suelo debajo de Sirius, reaccionó de repente, dándole un empujón a su oponente para quitárselo de encima. Hecho esto, se puso de pie mirando hacia el Señor Tenebroso con cierto desafío mezclado con miedo. Remus retrocedía lentamente en una posición muy tensa mientras un ronco rugido surgía de su garganta lobuna, mientras que Sirius permaneció sentado en el suelo, con la misma expresión de haber visto una aparición, que parecía habérsele adherido al rostro. No tardaron en aparecer dos mortífagos más por detrás de Voldemort. Lucius Malfoy y Petter Pettegrew. Lucius no pudo reprimir una exclamación de asombro, seguida de una sonrisa socarrona dedicada completamente a Andrew, que no se sentía con especial ánimo para devolverla. A Petter le habría encantado meterse en un hoyo bien profundo y desaparecer al reconocer a los dos magos que acompañaban a Andrew. Demasiadas veces había visto a Remus transformado como para no reconocerlo, y más, estando en compañía de Sirius. Colagusano se puso pálido, pero trató de disimularlo y hacerse el duro.
— Señor —dijo Lucius Malfoy rompiendo el tenso silencio, todavía con la tonta sonrisilla—. Avery se encuentra fuera de combate dentro de la mansión. Parece estar bajo los efectos de un desmaius. La niña tampoco está, puede que haya escapado.
— Menudo inútil incompetente —se dijo Voldemort con disgusto—. Voy a tener que enseñarle a ser más cuidadoso —luego, sonrió con maldad mirando hacia el trío de magos y fijándose en el aturdido Sirius—. Qué curiosa sorpresa... el mismísimo Sirius Black, prófugo de Azkaban, ha tenido el honor de hacerme una visita acompañado de su amigo el licántropo, supongo. Ha pasado mucho tiempo... muchísimo tiempo.
Tras decir esto, fijó su atención en Andrew, que no se había movido ni un ápice, considerando desde hacía rato cualquier posibilidad de escapar de aquella mansión diabólica que parecía empeñada en retenerlo bajo cualquier concepto.
— Parece que te has echado buenos amigos en tu ausencia, Andrew —dijo Voldemort con una pronunciada ironía—. Es una lástima que después de todo no hayan podido hacer nada. Me lo voy a pasar muy bien contigo, mi traicionero amigo.
Sirius se levantó por fin y miró a Andrew con extrañeza.
— ¿Pero es que tú no caes bien en ningún sitio o qué? — le preguntó con absurda curiosidad.
Andrew ignoró a Sirius y dejó que las cosas siguieran su curso. Había llegado a la conclusión de que los pequeños despistes siempre son aprovechables. Él podía provocar uno y utilizarlo para escapar... pero debía ser en el momento preciso. Lo mejor era esperar a ver qué pensaba hacer Voldemort.
Sirius, por su parte, había centrado su atención en Colagusano, que miraba hacia otra parte completamente consciente de la mirada asesina que le lanzaba el animago, pero tratando de ignorarla. Probablemente, de no haber recibido un oportuno mensaje en la cabeza, Sirius hubiera hecho una locura.
— "Sirius, despierta de una vez" —exclamó la voz de Remus en alguna parte de su mente—. "Estás como idiotizado, amigo. Pettegrew no es nuestro objetivo ahora, ¿sabes? Por si no te has dado cuenta, Voldemort nos ha pillado en SU casa rescatando a SU prisionero".
Sirius sacudió la cabeza, saliendo de su atontamiento y aceptando de pronto que las palabras de Remus eran totalmente ciertas.
— "¿Qué hacemos Remus? —preguntó el animago con preocupación—. Estamos metidos hasta el cuello en un lío de los buenos".
— "¿Sabes lo único que se me ocurre, Sirius? Salir por patas de aquí en cuanto tengamos la oportunidad. Prepárate para transformarte".
Mientras Sirius mantenía su conversación mental con Remus, Andrew había seguido la conversación iniciada por Voldemort.
— Yo no diría exactamente que son mis amigos, Voldemort —contestó haciendo un ademán indiferente y ocultando hasta el más pequeño vestigio de preocupación—. Y aunque les agradezco el hecho de haber venido hasta aquí para librarme del encierro, no puedo evitar pensar que han realizado la actuación más patética de toda su miserable vida tratando de partirme la cara tras conseguirlo y dejar que me descubras después.
Voldemort contestó con una aguda y fría carcajada, que puso la piel de gallina a los presentes, mientras sendas miradas corrosivas se clavaban en Andrew por parte de cierto licántropo y cierto animago.
— No has perdido tus facultades de humorista, Andrew —contestó el Señor Tenebroso—. Casi lamento tener que echarte esa maldición... mermará demasiado tu capacidad de decidir e idear, que tan útil me ha sido siempre.
Después se giró hacia los dos mortífagos que estaban a sus espaldas y les ordenó sin demasiado entusiasmo, pero con evidente desprecio hacia el prisionero y los dos amigos
— Reducidlos.
El momento que había estado esperando Andrew se presentó de repente ante sus ojos. Voldemort había desviado la mirada para dirigirse a sus mortífagos, y aunque tan sólo lo hizo durante una fracción de segundo, fue bastante para que Andrew pudiera causar una pequeña y momentánea confusión. Le bastó un movimiento del brazo para que una nube de polvo y piedras del suelo se levantara contra el Señor Tenebroso y los mortífagos, ante las miradas de asombro de Sirius y Remus. El animago aprovechó el despiste para transformarse y echar a correr detrás del hombre-lobo que había reaccionado rápidamente. Andrew los siguió de inmediato, esquivando como mejor podía las maldiciones que le lanzaban desde el otro lado de la nube polvorienta. No disponían de mucho tiempo, Voldemort y los dos mortífagos ya se habían repuesto de la confusión que había durado los dos primeros segundos. Malfoy y Pettegrew no tardaron en lanzarse a su persecución varita en mano. Andrew se lamentó por no haber tenido nada más sustancioso que tirarles a la cara aparte de polvo y tierra, pero por lo menos, aquello les daba una oportunidad.
Sirius y Remus, transformados en animales como iban, habían sacado una considerable ventaja a todos los demás, incluido Andrew. Destellos de todos los colores iluminaban el bosque a cada segundo, mientras ellos se internaban más y más en la maleza. Tenían que alcanzar el traslador que quedaba antes de que fuera demasiado tarde. De todas formas, iban muy por delante y se camuflaban muy bien yendo como iban de animales. Quizá no tuvieran demasiados problemas.
No se podía decir lo mismo de Andrew. Corría tan rápido como daban de sí sus piernas, pero ya era completamente imposible que pudiera dar alcance a Sirius y a Remus, al menos, antes de llegar al traslador. Los mortífagos también lo perseguían rápidamente, mientras con sus varitas lanzaban toda clase de hechizos tratando de detenerle. Por suerte, Andrew había alcanzado el bosque antes de que pudieran golpearle, y más de la mitad de los hechizos acababan estrellados en algún árbol. Se preguntó si Voldemort estaría también a sus espaldas, pero prefirió no mirar hacia atrás. Corrió y corrió hasta que sintió punzadas en el costado y le falló la respiración. Fue entonces cuando cayó en la cuenta de que no sabía a ciencia cierta dónde estaría el traslador de Sirius y Remus. Tampoco los veía a ellos, y los maldijo en voz baja mientras, de un salto, se lanzaba detrás de un árbol para esquivar un rayo de luz amarilla.
— Idiotas... se os da muy bien correr —se dijo con rabia mientras se levantaba y reanudaba la carrera—. En cuanto os encuentre os voy a explicar un par de cosas, par de cabronazos.
No pudo continuar con sus pensamientos, pues un ardiente dolor en la pierna hizo que regresara al mundo presente y a su desesperada situación. Un hechizo lo había golpeado y le estaba causando una quemadura cerca de la rodilla. El dolor hizo que perdiera el equilibrio y cayó al suelo irremediablemente, justo cuando unas figuras encapuchadas se acercaban por entre los árboles con intenciones nada amistosas.
Sirius y Remus alcanzaron el claro donde habían dejado el traslador, mucho antes de lo que hubieran imaginado. Al ver la botella de vino resplandeciendo bajo la luz de la luna, les dio la impresión de haber hallado un tesoro de valor incalculable, mientras sentían cómo la tensión horrible que los inundaba se desvanecía en una larga espiración. Sirius recuperó su forma humana y se dejó caer de rodillas junto a la botella, jadeante y temblando de nervios. Remus se acercó al animago justo cuando éste ya alargaba la mano para tocar la botella. Se la detuvo con la zarpa.
— "Sirius, ¿qué haces?" —preguntó con la mente.
— ¿Cómo que qué hago? —respondió Sirius, irritado—. Largarme de aquí, eso es lo que hago. No tengo ningunas ganas de morir aún, ¿sabes Remus?
El licántropo negó con la cabeza, estricto.
— "No, Sirius, no podemos irnos aún. Tenemos que esperar a Darkwoolf"—dijo, causando una considerable conmoción en su amigo.
— ¡¿QUÉ!? —exclamó Sirius horrorizado—. Venga ya, Remus, no voy a poner mi vida en peligro por ése. Se ha buscado lo que tiene, que se solucione solito los problemas.
Los ojos de Remus brillaron con enfado.
— "Sé perfectamente que no se lo merece, Sirius, pero ya hemos arriesgado nuestra vida viniendo hasta aquí por él. No seré yo quién vuelva si Voldemort lo captura de nuevo, ¿sabes?
— Pero...
— "Pero nada. No vamos a comportarnos como lo haría él. Además... si no se le hubiera ocurrido lo de levantar polvo, a estas alturas quién sabe lo que estarían haciendo con nosotros Voldemort y el resto de sus psicópatas" —razonó Remus con elocuencia.
Sirius se apartó del traslador murmurando cosas nada agradables, pero aceptando la resolución de Remus. Esperaría si tenía que esperar, pero más le valía a Andrew darse prisa, no estaba dispuesto a esperarlo más de la cuenta.
Pasó un rato, mientras los dos amigos esperaban junto al traslador, oyendo gritos seguidos de explosiones luminosas, flashes y chasquidos varios, pero por ninguna parte vieron acercarse a Andrew. Sirius estaba cada vez más inquieto, y no paraba de lanzar miradas de reojo a Remus que parecían decir: "bueno, ¿cuánto más piensas esperar? ¿No ves que no viene?".
Remus no prestaba atención a las miradas de Sirius al principio, pero al cabo de un rato tuvo que reconocer que él mismo se empezaba a sentir incómodo. Las voces y los flashes casi habían cesado, pero por alguna extraña razón, el silencio le inquietaba todavía más que el ruido. Quizá habían atrapado a Andrew, y esa era la causa del repentino cese de movimiento, pero no podían estar seguros. ¿Cómo averiguarlo? Marcharse dejando a Andrew allí, después de haberse tomado tantas molestias para rescatarlo era de lo más estúpido, por muy enfadado que pudiera estar Sirius. Agudizó su oído lobuno tratando de escuchar cualquier indicio de acción por parte de los mortífagos. El corazón le dio un vuelco al escuchar una voz a algunos metros de distancia exclamando:
— ¡Ahí están!
Sirius se levantó de un salto y miró hacia la voz, al igual que Remus. En un momento, y antes de que pudieran hacer nada, unos cinco mortífagos aparecieron por entre la maleza, varita en mano y expresión inapreciable debido a la sombra que proyectaban sus capuchas.
— ¡Mierda, Remus! —protestó Sirius al verlos llegar—. ¡Y eso que he tratado de avisarte!
— Perfecto —respondió un segundo mortífago—. Avisad al señor mientras los reducimos.
Sirius y Remus se miraron horrorizados, justo en el momento en el que dos desmaius salían volando en dirección a sus cabezas. Con envidiables reflejos, los dos magos pegaron un salto esquivando los rayos luminosos que fueron a golpear un árbol justo encima del traslador. Al verlo, parecieron recordar de pronto que éste todavía estaba ahí, y en cuestión de dos décimas de segundo, convinieron en que había que largarse de ahí sin esperar ni un segundo más.
Se lanzaron de cabeza a por la botella, mientras una horda de furiosos mortífagos se les venía encima tratando de detenerlos por cualquier medio. Les pareció que la distancia que mediaba entre ellos y el traslador (metro y medio lo más) se les hacía eterna, pero milagrosamente consiguieron tocar el objeto ambos a la vez. Remus ya iba a cantar victoria cuando notó, momentos antes de que tiraran de él hacia un remolino confuso de colores, que una mano salía de alguna parte y se le agarraba a una pata con una fuerza desesperada. Cuando por fin comenzó el viaje de retorno a Hogwarts se llevaron con ellos inevitablemente al misterioso polizón.
El remolino de colores se disipó tan rápidamente como había llegado, haciéndoles aparecer en una vacía, oscura y silenciosa sala de reuniones. Sirius y Remus notaron el suelo firme debajo de ellos, pero no pudiendo aguantar la tensión con sus temblorosas piernas (o patas) se desplomaron cayendo al suelo de bruces. Fue entonces cuando Remus se percató de que todavía llevaba a alguien sujeto a la pata. Sin embargo, tan pronto como lo pensó, notó que la mano se soltaba al tiempo que un oscuro fardo caía a su lado con pesadez. No se atrevía a mirar hacia ése lado, no quería ni pensar a qué maldito mortífago se habían traído con ellos. Pero todavía se atrevía menos a pensar que habían tenido que largarse dejando abandonado a...
— ¡Darkwoolf! —exclamó Sirius de repente, cortando los preocupados pensamientos del licántropo—. ¿Cómo demonios has llegado hasta aquí?
Remus se dio la vuelta asombrado y se encontró, efectivamente, cara a cara con el mismo Andrew Darkwoolf. Éste les devolvía una cansada y rabiosa mirada, arrodillado junto a ellos, en el suelo, y con bastante mal aspecto. Estaba mucho más pálido de lo normal, si cabe, despeinado y sucio, agotado y con la nariz hinchándose por momentos. Pero eso no parecía lo peor. Remus se asombró al descubrir una gran mancha de sangre en su pantalón, a la altura de la rodilla izquierda.
— Desde luego no gracias a vuestra ayuda, cabrones huidizos—les respondió agriamente mientras hacía lo posible por levantarse sin hacerse daño en la pierna herida.
Con un gemido de dolor, consiguió ponerse en pie apoyándose en una silla. Sirius lo imitó levantándose también, mientras Remus permanecía sentado en el suelo mirando a Andrew todavía con asombro.
— Cierra el pico, Darkwoolf, no tengo ganas de discutir —gruñó Sirius enjugándose el sudor de la cara con el dorso de la mano—. Ten por seguro que de haber sido por mí, no estarías aquí ahora.
Andrew sonrió fríamente antes de responder:
— Descuida, no he dudado de ello ni por un momento, Black. Me lo demostraste justo después de intentar rescatarme... sigo pensando que sois unos idiotas. Jamás hacéis nada a derechas.
Sirius se giró hacia él, furioso, pero después pareció pensárselo mejor y con una sonrisilla maliciosa respondió al pinchazo de Andrew.
— Sí, ya... pero a pesar de todo admitiste delante del mismísimo Señor Tenebroso que nos estabas agradecido —dijo con sorna—. Aunque tengas curiosas formas de demostrarlo.
— Y lo estaba —admitió Andrew con indiferencia—. Pero no os preocupéis, después de vuestra valiente actuación esta noche, cualquier sentimiento positivo que pudiera albergar hacia vosotros se ha visto contundentemente contrarrestado.
— Es una suerte, porque a mí me pasa exactamente igual —respondió Sirius exasperado, aunque decidido a no dejarse llevar otra vez por la furia—. Pero creo que voy a dejar pasar la tentación de partirte la cara otra vez y me voy a ir derecho a la cama. ¿Vienes, Remus?
El licántropo asintió, contento de haber regresado sano y salvo a Hogwarts y haber cumplido su misión después de todo. No veía la hora de meterse en la cama y despertar al día siguiente convertido de nuevo en el ser humano que era. Dieron unos cuantos pasos para salir de la sala de reuniones, abrieron la puerta y, justo cuando iban a salir, Sirius se dio la vuelta para añadir una última cosa.
— Por cierto, Darkwoolf —dijo con mal disimulado odio—. Le debes más de una disculpa a Remus... él es, en parte, el responsable de que sigas con vida.
Y salió cerrando la puerta tras de sí, dejando a Andrew pensativo y confuso. Durante un rato, estuvo mirando la puerta por la que acababan de salir los dos amigos. Finalmente, después de largos segundos de silencio movió la cabeza y regresó al mundo real con pesadumbre. Cojeando, salió de la habitación y se internó en los mágicos pasillos de Hogwarts para meterse en la cama y olvidar durante unas horas los molestos y degradantes sucesos que habían tenido lugar aquella noche.
Harry se dejó caer pesadamente sobre una de las muchas sillas que había en la sala de reuniones de Hogwarts. Ron se sentó a su lado, parloteando alegremente para amenizar un poco la espera, mientras Hermione permanecía de pie, mirando con preocupación a Krysta. Ésta se hallaba sentada del revés en una silla un poco apartada de los demás. Tenía los codos apoyados sobre el respaldo y reposaba la cabeza sobre su mano derecha con la mirada perdida en un punto impreciso. Su semblante era completamente inexpresivo y no prestaba atención a nada de lo que la rodeaba. Un poco más allá de dónde ella se encontraba, cerca de la mesa de caoba, Dumbledore y Snape mantenían una conversación mientras aguardaban la llegada de McGonagall, Sirius, Remus y Andrew.
Harry siguió la mirada de Hermione y comprendió de dónde venían sus preocupaciones.
— No se lo ha tomado demasiado bien, ¿verdad? —comentó observando a Krysta —. Tal como estaba, no he tenido más remedio que perdonarla por lo de la escoba.
Hermione asintió tristemente.
— Me da mucha lástima... parece que nada le sale bien —dijo, girándose hacia los dos niños de nuevo—. No me atrevo a pensar cómo reaccionará cuando Andrew aparezca por esa puerta.
— Pues reaccionará cómo tendría que haber reaccionado hace mucho tiempo —contestó Ron con disgusto—. En serio, Hermione, no sé cómo te pudo gustar ese tipo.
Hermione se puso colorada de ira, a causa del golpe bajo.
— ¡Ya estás otra vez con eso! Podrías dejarme en paz de una vez, ¿no crees? —saltó furiosa—. ¡Yo no tengo la culpa de que el muy desgraciado esté como un tr...! quiero decir, ¡de que nos engañara!
Ron iba a contestar al estallido de Hermione, cuando la puerta se abrió y entraron todos los que faltaban. Harry miró hacia la puerta y vio cómo entraban McGonagall y Remus en primer lugar, seguidos por Sirius y Andrew. No pudo menos que alarmarse cuando vio el aspecto de éstos dos últimos. La sombra oscura que Sirius llevaba alrededor del ojo la noche anterior era ahora un moratón casi negro que le hinchaba y medio cerraba los párpados otorgándole un aspecto bastante cómico. Pero Andrew estaba todavía peor. No sólo tenía la nariz hinchada y amoratada, sino que cojeaba de la pierna izquierda, a pesar de que la enfermera Pomfrey ya se había encargado de hacer algo al respecto. Remus era el único que más o menos se salvaba. ¿Qué demonios les había pasado a los otros dos?
Sirius, Remus y McGonagall se adelantaron y entraron en la sala, acomodándose. Dumbledore los saludó y la conversación no tardó en derivar hacia el relato de cómo los dos amigos habían conseguido rescatar a Andrew, algo exagerado por Sirius y contado con especial énfasis en el trozo de la pelea y el puñetazo en la nariz. Harry tuvo que morderse la mano para que no se le escapara una carcajada al comprender de dónde provenían los cardenales de los dos adultos. Divertido, y mientras Sirius continuaba su historia, se giró para mirar a Andrew. Pero éste se hallaba de pie, junto a la puerta, ajeno a todo lo que le rodeaba. Miraba con fijeza hacia un punto en concreto de la sala, con una leve sonrisa casi inexistente, los brazos cruzados y un algo en la mirada que hizo que Harry se estremeciera. Antes de seguir la mirada de Andrew, ya sabía hacia quién iba dirigida. Krysta, unos cuantos metros más allá, seguía mirando hacia la pared, pero mucho más fijamente que antes. No se había movido ni un ápice, ni siquiera se había dignado a girar los ojos hacia su tío, pero tenía el ceño ligeramente fruncido y los labios un tanto apretados. Harry se dio cuenta de que la tensión que reinaba entre ambos era más que palpable, a pesar de que ninguno había hablado ni se había movido.
— Y entonces nos lanzamos contra el traslador —continuaba Sirius mientras tanto— y logramos escapar por los pelos. Aparecimos en Hogwarts acompañados por Darkwoolf, de forma completamente inexplicable para mí... ¿se agarró a ti, verdad, Remus?
— Ajá —respondió el licántropo, pensativo—. Pero no tengo ni idea de cómo llegó hasta ahí —luego se giró hacia a Andrew y le dijo—: oye, Darkwoolf, ¿cómo conseguiste llegar hasta nosotros y aparecer de repente de entre los mortífagos? Aún no nos lo has explicado.
Andrew pareció despertar de un sueño en cuanto oyó su nombre. Apartó la mirada de su sobrina y la posó en Remus todavía algo pensativo. Tardó unos segundos antes de responder con desgana y cierto rencor:
— ¿Qué cómo lo logré? Buscándome la vida, desde luego. No se puede decir que como aliados valgáis mucho la pena —Andrew ignoró las miradas furiosas de Sirius y Remus—. Después de que salierais huyendo gracias a mí, un tropel de mortífagos se me lanzó encima. Traté de daros alcance pero no pude y un hechizo me golpeó en la pierna. Me caí al suelo justo cuando se acercaban unos mortífagos, pero fui lo bastante rápido como para esconderme aprovechando la oscuridad. Arrastrándome por entre la vegetación conseguí que no me encontraran. Después de aquello, únicamente me dediqué a seguirlos y tuve la buena suerte de que os encontraran. Cuando saltasteis a por el traslador pude agarrarme a una pata de Lupin y me fui con vosotros. Como veis, ha sido de lo más simple —concluyó con ironía.
— Mira, Darkwoolf, como empieces otra vez, te... —amenazó Sirius levantando el filo de la mano, con impaciencia.
— Calma, Sirius —interrumpió Dumbledore—. No es momento de discutir, tenemos que aclarar aún muchísimas cosas —luego, se giró hacia Andrew y le dijo—: Bien, Andrew, reconozco que la cosa no ha sido tan fácil como nos hubiera gustado, pero a pesar de todo has logrado escapar. Ahora, antes que nada, deberías decirnos lo que has sacado en limpio de tu misión. Después ya pasaremos a otras cuestiones.
Ante la petición del director, Andrew soltó una breve risita irónica.
— En realidad, le debo a Lucius Malfoy el haber conseguido la información que buscaba —dijo con sorna—. Gracias a su enorme bocaza, averigüé algo muy interesante.
— ¿Y qué es eso tan interesante? —inquirió Snape.
— Voldemort —Ron y McGonagall dieron un respingo— ha creado una nueva maldición sucesora de la imperius, pero mucho más poderosa. Consigue la más absoluta lealtad y, por lo que tengo entendido, no limita del todo la capacidad de acción y decisión de la víctima, lo que permite conseguir un bonito ejército de peleles poderosos y fáciles de manejar — Andrew esbozó una sonrisa indefinible—. Como veis, la idea es sumamente brillante.
Los presentes parecieron asombrados ante el descubrimiento. Así que eso era lo que Voldemort se traía entre manos desde hacía tanto tiempo. Por ello no se había movido desde el verano, exceptuando los ataques planeados por el propio Andrew. Pero, si era cierto que esa maldición existía, ¿por qué no había atacado todavía el Señor Tenebroso?
— ¿E... es verdad eso? —preguntó McGonagall confundida—. Pero... pero, ¿por qué no hemos tenido noticias de Quién-Vosotros-Sabéis todavía si tan claros tiene sus movimientos?
— Porque aún no tiene lista la maldición —explicó Andrew—. Me retuvo como conejillo de indias, pero cuando escapé, aún no me había hecho nada.
Pareció bastante aliviado mientras decía esto. Los demás comprendieron de pronto la situación y el desconcierto dio paso a la inquietud. Si Voldemort lograba hacerse con el control de los magos más poderosos del país... entonces sería imparable, y con unos pocos años más, quizá lograra hacerse con una gran parte del mundo. Entonces ocurriría lo inevitable. Los muggles se rebelarían y sería el fin de la magia, dando paso a una era de persecución, miedo y odio. Y eso era algo que debían evitar a toda costa. Harry abrió la boca para hablar, pero una súbita exclamación de Hermione, le hizo cerrar la boca y girarse asombrado.
— ¡Claro, eso es! —saltó Hermione dándose una palmada en la frente—. ¡Ahora lo entiendo todo!
— ¿Qué le ha dado a ésta ahora? — se dijo Ron en voz alta, mirando extrañado a Hermione.
— ¿Pero es que no lo veis? —continuó Hermione excitada—. ¡Harry no se unió...! mejor dicho, ¡Harry no se unirá a Voldemort en el futuro! ¡Voldemort le echará la maldición! Por eso en el futuro todos odiaban a Harry, ¡porque Voldemort lo controlaba!
Todos la miraron perplejos asimilando lentamente sus palabras. El más asombrado era Harry. Acababa de tener una auténtica revelación. Ahora lo veía todo tan claro que le parecía incluso estúpido. No sabía si gritar de alegría por el hecho de no acabar convertido en mortífago o desesperarse pensando que Voldemort esperaba para maldecidlo y controlarlo. No era una perspectiva, lo que se dice, bonita, pero le agradaba saber que no se volvería malvado, después de todo.
— Pues claro —respondió Andrew con indiferente prepotencia—. ¿Ahora caéis en la cuenta? Para eso me pidió Voldemort que capturara a Harry. Vuestra capacidad de asimilación es francamente patética, si me permitís la observación.
— No te la permitimos, Darkwoolf —respondió Remus con antipatía—. Así que cállate un rato, haznos ese enorme favor.
— Bien, bien —cortó Dumbledore, como de costumbre, antes de que se formara una nueva discusión—. Tengo que reconocer, Andrew, que has hecho un buen trabajo a pesar de todo. Esa información nos es muy valiosa, gracias a ella sabremos a qué atenernos. Ahora tendremos que esperar a los espíritus de cuarto menguante, a ver si han averiguado algo de interés.
— Ah, bien —dijo Ron con ánimo—. En ese caso ya hemos terminado por hoy, ¿no?
Dumbledore negó con la cabeza, provocando desconcierto en el pelirrojo. El director, cambiando su semblante a otro bastante más enigmático y, en cierto modo, desafiante, se giró hacia Andrew para después hablar con total tranquilidad.
— Todavía no hemos acabado, señor Weasley —dijo el director con la vista todavía clavada en Andrew—. Hay alguien aquí que todavía puede ponernos al corriente de muchas otras cosas... que por conveniencia nos ha estado ocultando.
Andrew miró al director, incapaz de reprimir su asombro. Se daba cuenta perfectamente de que el anciano director se refería a él, pero se suponía que ya le había contado todo lo que quería saber... se suponía que el viejo Dumbledore no sabía nada sobre sus planes, ni sobre lo que tenía pensado para Krysta ni nada. Así pues, ¿qué...?
— Ya está bien, Andrew —continuó el director con dureza, confirmando sus sospechas—. Llegados a este punto no podemos permitir que continúes mintiéndonos. Has decidido traicionar definitivamente al Señor Tenebroso... y eso hace, que, en cierto modo, estés de nuestro lado. Por tanto, vas a explicarnos todos los detalles sobre La Piedra del Tiempo, desde el principio y sin omitir nada... y por supuesto, incluirás los detalles sobre tus muy ambiciosas expectativas. Estoy cansado de fingir que no sé nada y supongo que tú también lo estarás.
Andrew se quedó parado un momento, sin saber qué contestar. Aquello fue un duro golpe para él. Resultaba que Dumbledore sí que lo sabía todo sobre sus ambiciones. Resultaba que había estado fingiendo. Y por la falta de asombro en las expresiones de los demás, era muy probable que ellos también lo supieran todo. Se puso pálido de pura ira contenida. Andrew Darkwoolf era un maestro del engaño, pero no soportaba ser engañado.
Andrew no era el único que había cambiado la actitud apática por el más absoluto asombro. Desde un rincón de la sala, Krysta observaba la escena sin poderse creer lo que estaba oyendo, atenta, por primera vez en mucho rato, a la conversación. ¿Todos lo habían sabido desde el principio? ¡Lo habían sabido y no le habían contado la verdad! ¡Habían dejado que su tío la engañara!
— Pe... pero... pero vosotros —dijo Krysta levantándose y acercándose al centro de la sala donde estaban todos los demás—...
—... ¿Lo sabíais? —concluyó Andrew con una expresión iracunda, idéntica a la de su sobrina.
Ambos se miraron durante un segundo, con el ceño fruncido, haciendo desaparecer la expresión de asombro y poniendo en su lugar una de auténtica indignación.
— ¡Harry! —saltaron los dos a la vez, girándose para mirar al niño, que retrocedió de un salto debido al repentino susto.
— ¿Q... qué? —preguntó Harry mirando a uno y a otro con aspecto de haberse perdido.
— ¡Lo sabías todo y no me lo contaste! ¿Verdad? —dijo Krysta mirando a su amigo decepcionada y dolida.
— ¡Te fuiste de la lengua, criajo traidor y mentiroso! —dijo Andrew con palabras arrastradas por entre sus dientes apretados, señalando a Harry con el dedo.
— Em... no, bueno...si, pero... yo... esto, yo...
Harry no sabía qué contestar. Miraba a Krysta tratando de hallar una excusa convincente y a Andrew deseando desaparecer para no ser blanco de ninguna maldición malintencionada. Fue McGonagall la que, curiosamente, salvó la situación esta vez.
— ¡Alto, alto! —exclamó viendo el cariz que tomaban los acontecimientos—. Por favor, no nos desviemos del tema, dejad hablar al director.
Tío y sobrina se dieron la vuelta y la miraron, para alivio de Harry. El director sonrió con complacencia a la profesora McGonagall.
— Gracias Minerva —dijo con una sonrisa de amabilidad—. Ahora, Andrew, ¿por qué no hablamos sobre La Piedra del Tiempo y dejamos los ajustes de cuentas para más tarde? Hay muchas cosas que me gustaría saber y, seguramente, también a todos los demás —añadió después volviendo a posar su mirada sobre el irritado profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras.
Éste último lanzó una última mirada fulminante sobre Harry y después, viendo que no tenía más remedio, aceptó la petición del director de Hogwarts. Dumbledore, sin cejar en su amabilidad, le pidió que contara los acontecimientos desde el mismo principio, desde el mismo momento en que La Piedra del Tiempo había aparecido en su vida. A regañadientes, Andrew inició su relato.
—Todo empezó hará ahora unos nueve años —comenzó con poco entusiasmo—, cuando mi hermano William llevó a cabo un registro en la casa de un mago contrabandista tras el cual el ministerio andaba desde hacía tiempo. Aquí encontraron La Piedra del Tiempo, aunque ignoro cómo pudo llegar hasta allí. Nadie le prestó demasiada atención al principio puesto que había otros objetos de mayor interés, algunos incluso robados, y la piedra no parecía tener ninguna clase de valor real más allá de ser objeto extraño y al parecer muy antiguo. Sólo a dos personas nos llamó la atención... una era yo, la otra era Krysta.
Todos miraron a la niña, que tenía la cabeza girada hacia la pared y fingía no prestar atención al relato de su tío. No quería saber nada más sobre la piedra, ni sobre él, ni sobre nada que tuviera algo que ver con ambos. Era demasiado doloroso. Andrew continuó sin hacerle el más mínimo caso.
—Mi hermano le regaló la piedra a la niña, pensando que no habría nada mejor que hacer con ella. Yo, por mi cuenta, me dediqué a buscar información sobre el objeto que, de alguna forma que aún no puedo comprender, me había causado una gran fascinación. Descubrí absolutamente todo sobre la misteriosa joya y comprendí de inmediato el poder que llevaba en su interior —los ojos de Andrew brillaron con codicia, de la misma forma que Harry los había visto hacía meses, en su despacho—, así como su maravillosa utilidad. Decidí que la piedra tenía que ser mía bajo cualquier concepto, el problema era que ya pertenecía a otra persona —Andrew miró momentáneamente a Krysta— y que esta persona no iba a estar en absoluto de acuerdo en dármela, sobre todo ahora que había aprendido a utilizarla.
Krysta dio un respingo y miró a su tío, sorprendida.
— Pero... ¿tú ya sabías que yo podía viajar en el tiempo por aquel entonces? —preguntó confundida.
—Desde luego que lo sabía, te vi hacerlo varias veces —respondió Andrew, indiferente—. Fue por ello por lo que pensé que manejarla no debía de ser muy difícil, si tú podías hacerlo. Te imaginarás mi contrariedad cuando descubrí que yo no era capaz ni de hacerla brillar —Andrew soltó una risita irónica—. Tú, que la veías como un simple juguete, eras capaz de usarla sin problemas. Yo, que veía en ella una fuente de poder inmenso, no podía hacer nada cuando la tenía en la mano. Ironías de la vida.
Krysta lo miró con furia, apretando los puños y temblando a causa de la ira absoluta que se apoderaba de ella.
— ¡No me puedo creer... no me puedo creer que lleves maquinando a espaldas de todo el mundo desde hace nueve años! —exclamó la niña, incapaz de retener su profunda rabia.
— Hay muchas cosas que no querrías creer si te las contara, querida sobrina —contestó Andrew con malicia—. Así que cállate y limítate a escuchar.
Krysta se dio la vuelta de nuevo, como si el mero hecho de mirar el rostro de su tío la asqueara. Andrew retomó su narración.
— Bien, decía que me sentí sumamente decepcionado cuando descubrí que no era capaz de usar la piedra, así que decidí esperar el momento idóneo para pedirle a la niña que me enseñara a utilizarla y después arrebatársela si era necesario. Y ese momento no tardó en presentarse. William y su mujer tenían que hacer un viaje de trabajo a Bélgica y no podían llevarse a Krysta, así que la dejaron a mi cuidado. Habría sido una oportunidad espléndida si no hubiera ocurrido aquel desastre que torció todos mis planes. Ambos perecieron sorprendidos por una repentina tormenta que los arrojó de sus escobas, mientras viajaban.
¿Había sido la imaginación de Harry, o una fugaz sombra de dolor había cruzado la mirada de Andrew? No habría podido decirlo con exactitud, pero la que sí parecía afectada era Krysta. Temblaba y apretaba los labios, dolida.
— Aunque no lo creáis, tuve el suficiente tacto como para no preocuparme por mis intereses mientras Krysta lo pasaba mal por culpa del accidente —continuó Andrew sonriendo melancólicamente—. Decidí esperar un tiempo para que pudiera recuperarse... después de todo, vendría a vivir conmigo, no había nadie más que pudiera ocuparse de ella. Eso me permitiría acceder a La Piedra del Tiempo cuando quisiera. Pero de nuevo sucedió algo inesperado: tres días después de la muerte de mi hermano, Krysta realizó un último viaje en el tiempo del que ya no regresó hasta cinco años después, exactamente este diciembre pasado.
Andrew miró a su sobrina con intensidad, pero ella no le devolvió la mirada. Continuó tensa, mirando al frente, reprimiendo como mejor podía sus emociones. Andrew continuó.
— Los detalles de ese viaje no nos son desconocidos... así que supongo que podemos dejarlos pasar.
Todos asintieron, sin embargo, Harry intervino cortando a Andrew, pues había algo que no le acababa de cuadrar en toda la historia.
— Pero hay una cosa que no entiendo —dijo—. Si Krysta se llevó la piedra con ella... ¿Cómo pudo llegar hasta ti?
Andrew sonrió, complacido por la pregunta.
— A eso iba, Potter. Esta es la parte de la historia que absolutamente todos ignoráis —Andrew hizo una breve pausa para aclararse las ideas y después continuó—. Bien, justo después de que ella desapareciera, me dediqué a esperar su retorno, totalmente ignorante de que ya no volvería nunca más. Al cabo de unas semanas empecé a preocuparme seriamente, y después de dos meses desde su desaparición, decidí que tenía que apañármelas para encontrarla como fuera. No sabía ni por donde empezar, pero una feliz casualidad me trajo la solución. Un compañero del departamento de criaturas mágicas del ministerio estaba realizando una investigación sobre los misteriosos espíritus de cuarto menguante. Cuando me mostró sus adelantos y descubrí que estas criaturas podían manejar el tiempo de una forma especial, concebí una idea decisiva: si yo no podía viajar en el tiempo, alguien lo haría por mí.
Todos comprendieron de inmediato cómo se las había apañado Andrew para hacerse con la piedra.
— Ah, ya —intervino Snape—. De modo que buscaste a un espíritu de cuarto menguante y lo sometiste para que te buscara la piedra, ¿no? —luego añadió con admiración mal disimulada—. Tengo que admitir que fue una gran idea.
— Sí, algo así —respondió Andrew indiferente—. En realidad, lo difícil fue encontrar uno. Me documenté, hice varios viajes, esperé en lugares estratégicos... hasta que una noche de cuarto menguante me encontré con Shizlo en un bosque del norte de Alemania, cerca de una aldea. Lo atrapé sin que pudiera hacer nada y la suerte decidió jugar en mi favor. Lo normal habría sido tener que recurrir a medidas drásticas para lograr su cooperación pero Shizlo, entre los de su especie, es particularmente codicioso y aceptó hacer absolutamente todo lo que le pedí a cambio de una cantidad generosa de oro. No era la primera vez que trabajaba para un humano, aunque no los soporta. A mí me tolera más que a otros, eso sí, supongo que porque no tengo que preocuparme por el dinero y ayudarme le entretiene —Andrew rió brevemente—. Tuve muchísima suerte de dar precisamente con él.
— Increíble —cortó Remus mirando al narrador como si no lo conociera—. Te tomaste muchísimas molestias para lograr tu objetivo, Darkwoolf. Aunque me repugnes tengo que admirar tu perseverancia —luego, bastante interesado preguntó—: ¿y qué le pediste exactamente que hiciera?
— Le mandé a buscar a Krysta —contestó el aludido—. El trabajo era tan pesado y, probablemente tan interminable, que me miró como si estuviera loco. Pero cuando vio los galeones de oro, la cara le cambió por completo y aceptó. Durante varios años, Shizlo estuvo yendo y viniendo, trayéndome noticias que nunca me satisfacían y pidiéndome más y más dinero. Finalmente, hará ahora un año aproximadamente, apareció con una sorpresa que me dejó helado. Traía consigo la piedra del tiempo, pero no a mi sobrina.
Todos se miraron sorprendidos, incluida Krysta, que se giró hacia Andrew confundida.
— ¿Entonces, fue tu amigo el que me birló la piedra y me dejó atrapada allí? —saltó con algo de enfado.
— No, no fue él —respondió Andrew—. Fue otro espíritu de cuarto menguante el que la encontró, seguramente en la época por la que andabas perdida. El caso es que Shizlo le regateó el objeto a su congénere y me lo trajo tras conseguirlo. El problema fue que Shizlo se negó a viajar a dicha época... ahora comprendo por qué.
Krysta asintió aturdida, comprendiendo de pronto cual había sido la causa de la desaparición de su preciada Piedra del Tiempo.
— En fin, ya queda poco para el final —continuó Andrew, que se sentía bastante molesto por el hecho de tener que revelar todo aquello—. Tras conseguir la Piedra del Tiempo, pensé que quizá podría aprender a utilizarla por mi cuenta, al menos para un único viaje que pudiera llevarme hasta Krysta. Después, ella se encargaría de enseñarme debidamente. De modo que me puse a investigar acerca del objeto y a buscar fuentes de información que pudieran ayudarme. Fue entonces cuando reapareció el Señor Tenebroso.
— Y no se te ocurrió nada mejor que unirte a él —cortó Sirius con desprecio.
Andrew sonrió, imperturbable.
— En la vida, o te espabilas, o te quedas atrás, Black —contestó sin alterarse lo más mínimo—. Tratándose de Voldemort, me quedaban dos opciones: o me unía al Ministerio para hacerle desaparecer de nuevo, o me unía al mismo Voldemort conservando la apariencia para conseguir libertad de movimientos en un bando y en el otro. Como comprenderéis, la segunda opción me resultó mucho más práctica y, de paso, me permitía estar cerca del que se había convertido en mi antagonista, poniéndose por en medio de mis aspiraciones. Por supuesto, tenía que caer de nuevo, y me encargaría de conseguirlo por todos los medios posibles.
— Darkwoolf, ¿te han hablado de una cosita llamada moral? —preguntó Remus sumándose al desprecio de Sirius.
—Lo siento, Lupin, pero la moral está totalmente fuera de lugar en esta historia —contestó Andrew sonriendo de nuevo—. Cuando me propongo algo, lo consigo. Esa es la verdad. Así que, como iba diciendo, después de unirme a Voldemort, le pedí a Shizlo que me hiciera el que yo creía que iba a ser el último favor... y resultó ser el penúltimo. Lo mandé a Flourish y Blotts para que me trajera un ejemplar del codiciado libro de las runas, escrito en su mayor parte por los cuatro fundadores y que daba detalles interesantes sobre magia antigua. Estaba seguro de que en él figuraría algo acerca de las cuatro reliquias de los fundadores, aunque me iba a costar descifrarlo. Así pues, me hice con el primer tomo y llevo investigando en él desde hace meses. Conseguí la confianza plena del Señor Tenebroso y a la vez que le obedecía, me dediqué a descifrar el libro. Por desgracia, lo poco que he descifrado hasta hoy no me sirvió de mucho, aunque tampoco es necesario ya.
Con una sonrisa malvada, se giró hacia su sobrina por enésima vez, y la miró dejando translucir la más absoluta ambición en sus ojos.
— Gracias a Harry, he conseguido lo que quería. Cinco años de esfuerzo han valido la pena, voy a conseguir ése poder que tienes, Krysta. A ti te queda demasiado grande.
Harry, Ron y Hermione lo miraron indignados. ¿Es que no se iba a arrepentir jamás? Lo que había hecho durante los últimos nueve años no era más que una ristra interminable de maldades. Y sin embargo le daba lo mismo, absolutamente igual. Aquello les enfurecía más y más. Harry ya iba a saltar en un arrebato de cólera, pero fue la propia Krysta quién le interrumpió, hablando calmadamente y al parecer, en absoluto alterada.
— Ya veo... realmente te has esforzado muchísimo para hacerte con este maldito poder que yo no quiero para nada —respondió con desprecio, con tristeza, con desánimo, pero desafiante—. Pero dime, ¿crees que yo estaré dispuesta a enseñártelo? ¿Crees siquiera que tendré ganas de acercarme a ti?
Andrew rió, mirando a su sobrina como se mira a un gusano.
— Oh, Krysta. Por supuesto que lo harás —respondió, con tanta seguridad que Harry se puso alerta.
— ¿Sí, y por qué estás tan seguro? —preguntó Krysta, sonriendo ahora ella también.
—Porque estás sola.
La maldad con la que Andrew había pronunciado estas frías palabras no tenía nombre. Se clavaron en la niña como hirientes dagas de hielo, dejándola parada, sin saber qué contestar ni qué hacer. Sin embargo, Andrew no había terminado.
— Porque tus padres están muertos y no tienes a nadie más —continuó el hombre, con los ojos brillantes de malicia, impregnando sus agudas palabras de una fría perversidad—. Porque vas a tener que venir a vivir conmigo te guste o no, y porque me encargaré de que hagas lo que te diga si no quieres que convierta tu vida en un infierno.
Ya estaba. Había tocado la fibra sensible. Krysta no pudo soportar el tremendo dolor y la rabia que crecían en su interior. El odio... y antes de que nadie pudiera darse cuenta, un fulminante chasquido rasgó el aire, dejando tras de sí un silencio sepulcral y un eco misterioso, que mantenía la tensión de la escena suspendiéndola, como en una campana dentro de la cual no pudiera penetrar nada, ni siquiera el tiempo. Todos quedaron quietos y silenciosos. Sin atreverse a mover ni un músculo por lo delicado de la situación, mientras observaban dicha escena.
Krysta mirando hacia el suelo, temblorosa, los puños apretados y los nudillos blancos, la mano derecha levantada hacia con la palma vuelta hacia atrás.
Andrew, sorprendido y perturbado, la cara girada, marcas de dedos en la mejilla izquierda, mirando hacia la pared sin moverse, absolutamente cogido por sorpresa.
Y todos los demás, sin atreverse ni a suspirar. Esperando únicamente a que un torbellino de furia se desatara por parte de alguno de los dos. Pero eso no pasó. Andrew se giró lentamente y miró a su sobrina, todavía confundido y guardando silencio. Almacenando rabia en lo más profundo de su ser. Ella le devolvió la mirada, con los ojos húmedos y las mejillas encendidas. Una mirada rabiosa. Le señaló con el dedo.
— No... te... atrevas —empezó la niña sin apenas poder hablar debido a la furia contenida—... no... te atrevas... a mencionar... a mis padres... nunca más... ¿me oyes? No tienes derecho, ¡ningún derecho!
Y diciendo esto, se apartó de él y giró sobre sus talones para salir de la habitación, dando un sonoro portazo. Andrew se quedó en el sitio, con la vista perdida en algún punto impreciso, llevándose la mano a la mejilla caliente y dolorida, todavía anonadado por la reacción de su sobrina. Y, finalmente, levantando la vista hacia los presentes apenas un segundo, regresó al mundo real. Frunció el ceño y sin esperar un segundo más siguió a su sobrina fuera de la habitación, pensativo, controlando a duras penas su ira y su asombro.
Los demás, quedaron mirando hacia la puerta, divididos entre la compasión y la ira. Ninguno habló. Todos parecían embarazados, la tensión permanecía flotando junto a ellos, el silencio se hacía cargante. Finalmente, Dumbledore se encargó de romperlo con unas palabras que resultaban absolutamente superfluas e inútiles en estas circunstancias.
—Se acabó la reunión.
