24. En febrero
Harry bajó las escaleras que daban al vestíbulo todavía preocupado. Ron y Hermione se habían quedado en la sala común, jugando al snap explosivo en el caso de uno, y estudiando la octava lección de historia de la magia en el caso de otro. Pero Harry no podía concentrarse ni para jugar. La última escena de la reunión que habían tenido por la mañana se le aparecía una y otra vez en la mente. De buena gana le habría girado él la cabeza a Andrew, lástima que Krysta se le adelantara. Krysta. Otra de las preocupaciones. Desde que había salido de la sala de reuniones ninguno la había visto, por eso pensó que sería una buena idea ir a buscarla, ya que no estaba con ánimo para hacer nada más. Además, se sentía un tanto fastidiado por haber estado ocultando cosas importantes a su amiga, aunque Dumbledore le había recomendado no hablar. Seguro que ella se encontraba fatal, necesitaba hablarle, aclarar cosas, quizá consolarla. Por supuesto, consolarla. Harry bufó. No era demasiado bueno consolando, y menos con las chicas. Siempre había sido torpe en esas cosas. Pero qué se le iba a hacer, o hablaba con ella o se sentiría culpable durante mucho, mucho tiempo.
Atravesó el vestíbulo y se dirigió al la salida del castillo, pensando que si no la encontraba en el jardín, ya no sabría dónde buscar. Había mirado ya en la biblioteca, en los pasillos por los que solían encontrarse, incluso en numerosas aulas... pero hasta el momento aún no la había encontrado. Si estaba en su sala común o en su habitación no habría nada que hacer, pero primero miraría en el jardín. Abrió el enorme portón y descendió las escaleras cerrándolo tras de sí. El frío viento de la tarde hizo que le diera un escalofrío y cayó en la cuenta de que no había cogido nada de abrigo. El paisaje de Hogwarts seguía siendo una postal de navidad perfecta, con su lago congelado, sus árboles pelados y todo. No hacía un tiempo precisamente agradable, pero le dio pereza volver a por su capa, así que siguió andando hacia la cabaña de Hagrid. Cuando llegó, el guardabosques lo saludó efusivamente y lo invitó a pasar, pero Harry se negó. Sólo quería saber si él tampoco había visto a Krysta. Hagrid negó con la cabeza y le recomendó mirar por detrás del castillo, bordeando el lago. El chico le dio las gracias y se despidió de Hagrid, para dirigirse hacia el lago. Atravesó de nuevo el jardín y empezó a caminar siguiendo la orilla. Pasó un buen rato caminando hacia delante sin encontrarla, y el frío ya empezaba a calarle hasta los huesos. Estaba pensando en volver y dejar la charla para más tarde, cuando vio, unos pocos meros por delante, a una figura sentada junto a la orilla, con la espalda apoyada en un árbol y una melena rubia ondeándole ligeramente al viento. Resultaba imposible no reconocerla.
Contento, Harry se dirigió hacia ella corriendo, decidido a proponerle nada más llegar que regresaran al castillo para charlar más cómodamente. Sin embargo, al verla, se convenció de que no era una buena idea. Estaba sentada en el suelo, mirando hacia el lago, impasible. El ceño fruncido y los ojos brillantes. Unos surcos oscuros le recorrían las mejillas desde lo ojos hasta la barbilla. Cruzaba las manos sobre las rodillas, dejando caer la espalda pesadamente sobre el árbol. Su expresión no denotaba precisamente jovialidad, más bien todo lo contrario.
Harry se acercó despacio y se sentó junto a ella, sobre la nieve. Casi se muere de frío, pero prefirió ignorarlo. Cuanto antes la reconfortara mejor, de todas formas, iba a ser imposible convencerla de que volviera si no entablaba antes una conversación y le hiciera olvidar un poco el incidente que había tenido lugar aquella mañana. Tenía que probar con algo.
— Hola.
Bueno, no era un comienzo original, pero por lo menos, era un comienzo. Krysta no le dirigió la mirada, pero murmuró algo que sonó parecido a otro hola, aunque mucho más ronco y medio ahogado. Sin duda, había llorado.
— Hace frío, ¿verdad?
Ninguna respuesta. Lógico, la pregunta era de lo más tonto. Harry pensó que sería mejor ir al grano y dejarse de tonterías.
— Em... siento... siento no habértelo contado antes —empezó sin saber muy bien cómo expresarse—. No deberías haberte enterado de ésa manera, pero yo no podía saber...
Krysta movió la cabeza interrumpiendo al entorpecido Harry. Por primera vez sus miradas se cruzaron. No había ninguna clase de reproche en la expresión de la niña. Únicamente había tristeza.
— No te disculpes —respondió todavía con el tono de voz afectado—. No hubiera valido la pena. Seguramente no te habría hecho ni caso. Estaba como hipnotizada, como absorbida por él.
Harry la miró, perplejo.
— ¿A qué te refieres?
— Lo comprendí cuando fui a rescatarlo —explicó Krysta, más hablando para sí misma que para Harry—. Yo estaba tan desanimada por la muerte de mis padres y por todo lo que me había pasado, que cuando él apareció en el futuro no cupe en mí de gozo. Y ahora sé que él se aprovechó de eso.
Krysta movió la cabeza de nuevo, entristecida.
— Sabe tanto sobre la magia mental que enseguida comprende a la gente. Sabe qué decir, cómo decirlo y hasta qué gestos hacer... para conseguir lo que quiere de casi cualquier persona. Incluso puede conocer tu estado de ánimo con mucha facilidad. Eso fue lo que hizo conmigo. Me hizo quererle tanto, que hasta arriesgué mi vida para salvarlo.
La niña golpeó la nieve con el puño.
— ¡Qué idiota he sido!
Harry la miró, sintiéndose muy mal por ella. Podía comprender perfectamente como se sentía. Después de todo, él tampoco tenía padres y tenía que convivir con los malditos Dursleys, que quizá no fueran unos magos maníacos obsesionados con el poder, pero desde luego podían alcanzar a Andrew perfectamente en cuanto a infamias. Además, él también había sido manipulado por Andrew. Recordó lo bien que le había caído a principio de curso y se sintió como un imbécil... sólo había una persona con la que Andrew había bajado la guardia muy estúpidamente, ahora que se daba cuenta: Draco Malfoy. Desde el principio, Draco había sentido antipatía hacia su nuevo profesor. Quizá falló porque era imposible llevarse bien con Harry y Draco a la vez. Eran demasiado opuestos.
Pasó un largo rato sin que ninguno hablara, perdidos cada uno en sus propios pensamientos. Fue Krysta la que cortó el silencio, al cabo de varios minutos.
— Pero creo que él tampoco es inmune a la manipulación... también tiene el cerebro absorbido por algo —dijo manifestando sus pensamientos en voz alta.
— ¿Por qué?
— Por la Piedra del Tiempo —respondió Krysta, pensativa y bastante resentida—. ¿Sabes? Él antes no era así... antes de que mi padre encontrara esa piedra, quiero decir.
— ¿No? ¿Y cómo era? —preguntó Harry, curioso.
— Pues... en algunas cosas como ahora, pero... no sé. También era reservado, exigente consigo mismo...siempre fue muy frío, pero buena persona. Se portaba bien conmigo, y yo le quería. Le quería mucho. Supongo que también se ha aprovechado de eso, no lo sé.
Harry miró hacia el lago, sintiendo un desprecio enorme hacía Andrew. Desprecio y odio. Ahora sabía mejor que nunca que no se detendría ante nada, si no le detenían ellos primero. Si era capaz de hacer daño a sus seres más cercanos de esa manera, ¿por qué iba a sentirse culpable ante nada? ¿Por qué detenerse? Para él estaba claro.
— Lo que ha hecho no tiene nombre —dijo Harry todavía con la vista perdida sobre la helada superficie del lago—. No le importa nada. Todo le da igual.
— Puede ser —respondió Krysta sin mucho entusiasmo y obviamente molesta por el rumbo de la conversación—. Aunque no deja de ser irónico el hecho de que, precisamente, la persona a la que menos importo es la que más se ha molestado en buscarme —Krysta movió la cabeza, apesadumbrada—. Pero dime Harry, ¿Venías sólo para disculparte?
Harry meditó un momento antes de responder.
— No, no solamente para eso —contestó al cabo de un rato de silencio—. Quería darte una cosa... pero no me parecía correcto sacar el tema estando como estás. He pensado que te sentaría mal.
— Inténtalo —sugirió ella con una triste sonrisa.
— Bueno, si quieres... —Harry rebuscó en su bolsillo y sacó algo encerrado dentro de su puño, para dejarlo después en la mano abierta de su amiga.
Krysta supo de inmediato qué era lo que Harry le había dejado en la mano, en cuánto en objeto rozó su piel y sintió que un extraño poder mágico le subía como en una corriente hasta el hombro. Una corriente ligera, casi agradable. La niña miró extrañada y recelosa la piedra verde que reposaba sobre su palma abierta.
— Te corresponde tenerla —le explicó Harry—. A mí no me sirve para nada, no sé usarla. Además, es tuya, ¿no? Se te perdió, Andrew la encontró y después se le perdió a él... yo la encontré y ahora te la devuelvo. Es lógico.
— No estoy muy segura de querer tenerla —replicó la niña, todavía desconfiada y temerosa de la piedra—. No me ha dado más que quebraderos de cabeza. Además, mi tío...
— Tu tío no se enterará de que la tienes. Hice un pacto con él... le aseguré que no contaría nada a nadie sobre sus planes y que al final le devolvería la piedra, cuando todo esto acabase.
— Pero entonces... estás incumpliendo ése trato, ¿no? —preguntó Krysta.
— Las circunstancias han cambiado desde que lo hicimos —respondió Harry con disgusto—. Y de todas formas, ya lo incumplí hace mucho tiempo. En serio, será mejor que te quedes tú con la piedra. Le darás mejor uso que nadie... y yo me encargaré de que Andrew no se entere de que la tienes.
Krysta lo miró un rato, pensativa, y finalmente, con una leve sonrisa aceptó la idea de Harry. No es que le inspirara buenas sensaciones la Piedra del Tiempo, pero desde luego, en manos de Harry resultaba inútil. Quizá sería útil ahora que las cosas parecían complicarse tanto, con lo del señor Tenebroso.
— Bueno, creo que me voy a meter otra vez en el castillo —anunció Harry levantándose y cayendo en la cuenta de que hacía mucho que no se percataba de lo helado que estaba—. Deberías venir tú también, empieza a hacer mucho frío.
— Es verdad.
Krysta se levantó y sacudió la nieve de la túnica. Se acercó a Harry y ambos echaron a andar hacia el castillo. De nuevo, el silencio hizo acto de presencia y se quedó flotando entre ellos durante cierto rato. Caminaron así, sumidos en sus propios pensamientos hasta que llegaron a la entrada. Entonces, como si de repente se hubiera olvidado de todo, Krysta rompió el silencio hablando con un tono de voz recuperado y bastante más desinhibido. Casi animado.
— ¿Sabes qué, Harry? He pensado que este año voy a celebrar mi cumpleaños con vosotros. Todos juntos.
Harry la miró asombrado por el repentino cambio de actitud.
— Es una buena idea —respondió el niño, contento al sentir que se disipaba la tensión—. ¿Cuándo es?
— Oh, aún queda bastante, es el 4 de Abril —respondió Krysta con una leve carcajada—. Pero es que me anima mucho pensar en ello. Hace cinco años que no lo celebro.
Harry sonrió y juntos entraron en el castillo habando animadamente sobre el cumpleaños, para después dar paso a otros temas que ya no tenían nada que ver con la traición, ni con joyas misteriosas ni con tiranos obsesionados con el poder. Sintiendo, por un momento, que podían actuar como adolescentes normales, sin preocuparse por el pasado, ni por el futuro... o más importante aún: por el presente.
— ¿Qué te pasa, Krysta? Vienes con muy mala cara —preguntó Hermione levantando la cabeza de su libro para mirar a la niña que acababa de sentarse a su lado, en las escaleras que daban al gran portón de Hogwarts.
— Es verdad, yo también te lo he notado —afirmó Ron apoyando el codo en un escalón superior y girándose hacia las dos niñas—. ¿Ha pasado algo?
Krysta se acomodó en el escalón de piedra con bastante mal humor y devolvió la mirada que sus tres amigos le dirigían. Harry se acercó un poco, sentándose en un escalón, debajo de Ron. Llevaban toda la mañana dando clase y ahora aprovechaban el descanso de después de la comida charlando en el helado jardín. Algunos alumnos también estaban fuera, pero como el tiempo no era demasiado agradable, el jardín se hallaba relativamente vacío.
Ya hacía una semana desde que Sirius y Remus habían vuelto con Andrew y no había pasado nada fuera de lo común. Krysta no había estado especialmente animada, pero aún así, el mal estar se le había ido pasando poco a poco con las rutinas de las clases. Tampoco se había acercado mucho a su tío, tan sólo en las clases de Defensa Contra las Artes Oscuras y porque no había más remedio. Para los niños resultaba obvio que ella le estaba evitando y que él no tenía particular interés por remediarlo. Bien pensado, las cosas estaban mejor así. El humor de Krysta había mejorado bastante en los últimos días. Por eso Harry, Ron y Hermione se habían asombrado al ver de nuevo un semblante sombrío en las facciones de la niña, justo cuando empezaba a mostrarse más alentada.
— Venga, ¿qué ha pasado? —apremió de nuevo Hermione, cerrando definitivamente el libro.
Krysta cambió de postura para poder dirigirse a sus amigos más directamente.
— Es ése desgraciado traidor, vengativo y rencoroso que se hace llamar mi tío —respondió ella con un asco pronunciado.
Los otros tres se dirigieron miradas de complicidad. Cómo no.
— Bueno, ¿qué ha hecho ahora? —preguntó Harry sintiendo ira por anticipado.
— ¿Os acordáis de que perdí mi varita cuando fui a rescatarlo?
— Sí.
— Bueno, pues él también la perdió, pero no ha tenido tiempo ir al callejón Diagon hasta hoy —explicó ella—. Yo me he ido apañando con la varita que le birlé a Avery, pero me funciona bastante mal... desde luego, no como la otra. El caso es que, cuando me he enterado de que iba a ir a comprarse otra, he decidido pedirle que me dejara acompañarle para comprarme una nueva. Después de todo, yo no tengo dinero propio. Y el muy miserable se ha negado. ¿Sabéis lo que me ha soltado? "No voy a gastar mi valioso dinero en ti, niña. Me basta con perder el tiempo tratando de normalizarte" —imitó la voz de su tío en tono de burla—. Desgraciado... Todavía está picado por lo de la bofetada, ¡y eso que empezó él! Será rencoroso y mezquino... lo odio, podría irse al infierno de una vez y dejarme en paz, no lo aguanto.
Los niños movieron la cabeza preocupados. Desde luego, la tranquilidad no parecía dispuesta a quedarse con ellos durante mucho tiempo.
— Bueno, reconozco que mi comportamiento tampoco fue muy correcto cuando lo dejé encerrado —continuaba Krysta desahogándose—. Pero la culpa fue suya. Me lo contó todo sólo para hacerme daño. ¡Se lo merecía, no me digáis que no! Y todo lo que dijo en la reunión —la mandíbula le temblaba de rabia al recordar el incidente—... sólo lo dijo por pura maldad. Por darse el gusto de verme llorar y gritar. Aquello fue su venganza por irme sin él. Pero se quedó con un palmo de narices. Sin duda esperaba que me derrumbara delante de él —Krysta sonrió, salvaje—. Jamás hubiera esperado algo así por mi parte porque, aunque él piensa que sí, la verdad es que no me conoce en absoluto. ¿No es gracioso?
Los tres amigos se miraron de nuevo, no muy convencidos de que la idea fuera graciosa. Lo peor era que la enemistad entre Krysta y Andrew, la cual habían estado ignorando durante la última semana, se hacía cada vez más evidente. Harry comprendió que el hecho de ignorarla no impedía siguiera ahí, dispuesta a explotar en cualquier momento. Y suerte que el incidente explicado por Krysta no era nada demasiado grave... lo mejor era, ciertamente, que permanecieran alejados el uno del otro. Además, Harry tenía miedo de que Andrew pudiera hacer daño a Krysta tratando de sonsacarle algo.
— "Pero no sería muy lógico —se dijo inmediatamente en voz baja—. No mientras crea que la piedra sigue en mis manos... decididamente, mejor que no se acerque a ella. De otra forma podría averiguar que la tiene y ponerse realmente desagradable. Desagradable de verdad".
De pronto, Harry salió de sus pensamientos, alertado por un montón de exclamaciones de sorpresa y palabras excitadas. Ron, Hermione y Krysta habían dejado de hablar y miraban extasiados hacia una zona del jardín, no muy alejada de la entrada. Otros alumnos también miraban en esa dirección y señalaban con el dedo y las bocas abiertas. Harry siguió su mirada y descubrió qué era lo que había llamado la atención de todo el mundo.
En mitad del jardín de Hogwarts, dos enormes bolas de luz de color verde azulado estaban tomando forma, volviéndose más grandes a cada segundo que pasaba. Al cabo de unos momentos, la dimensión de éstas era tal, que iluminaba casi toda la fachada frontal del castillo y los alumnos tenían que taparse los ojos para no deslumbrarse. Sin embargo, el fuerte resplandor no duró mucho, sino que en cuestión de medio segundo había desaparecido del todo, dejando a los alumnos confusos y algo asustados.
Harry ya sabía lo que iba a ver cuando apartara el brazo que le cubría los ojos. Lo hizo e inmediatamente miró hacia el lugar en el que, momentos antes, estuvieran las dos bolas luminosas. Todos los demás lo imitaron, y se quedaron de piedra, menos en el caso de Harry, Ron y Hermione. Porque lo que tenían ante sus ojos no era otra cosa que dos espíritus de cuarto menguante que habían aparecido de la nada. Los espíritus de cuarto menguante enviados por Andrew.
Los dos recién llegados se habían quedado helados al ver que se encontraban en mitad de un círculo de curiosos embobados que los señalaban y los miraban sin saber lo que eran o sabiéndolo pero incapaces de creerlo. Inmediatamente, Yala se giró hacia su hermano con cara de muy pocos amigos.
— ¡Ah, por qué nunca me harás caso! —exclamó con su voz aguda, airada—. ¡Eres un cabezota! Nos hemos desviado medio grado al sudoeste por tu culpa. ¡Tendríamos que habernos situado más hacia el este!
Shizlo de devolvió una mirada de enfado.
— No es verdad —respondió indignado—. Nos hemos desviado cinco minutos de más hacia el oeste por tu culpa, porque me has confundido. Siempre quieres llevarme la contraria.
— ¡No te llevaría la contraria si hicieras las cosas bien! —respondió Yala, sermoneando a su hermano con autoridad—. Si me hubieras dejado...
— ¡A ti te voy a dejar! —interrumpió Shizlo, con sorna—. ¡Pero si tienes menos sentido de la orientación que un mono borracho!
Yala estaba tan furiosa que la cara se le puso más azul de lo normal. Si había algo que le molestaba era que pusieran en duda su maravilloso sentido de la orientación, adquirido tras cientos de años de práctica. Probablemente hubiera estallado en cólera si Harry, Ron y Hermione no hubieran intervenido a tiempo. Pero por suerte, estos aparecieron de entre el cúmulo de curiosos y se acercaron a los causantes del revuelo.
— ¡Eh, eh! ¡Vosotros dos! —exclamó Harry, preocupado ante la atención que estaban llamando las dos criaturas—. Dejad de discutir, venga.
—Sí —le ayudó Ron, dispersando a algunas personas que se habían acercado demasiado causando incomodidad en Shizlo y Yala—. Será mejor que entréis en el castillo antes de que os vea todo el colegio. Ya arreglaréis cuentas más tarde.
Los espíritus cayeron entonces en la cuenta de que habían causado un gran revuelo y avergonzados, siguieron a los tres niños sin decir nada. Krysta también los acompañó, mientras un montón de miradas interrogantes se dirigían hacia el extraño grupo y algunos alumnos se acercaban disimuladamente a mirar, asombrados de que Harry y Ron hubieran podido controlar a las criaturas, como si las conocieran.
Sin embargo, los chicos no eran conscientes de la tremenda excitación y curiosidad que habían despertado. Tenían en mente otras cosas. Estaban preocupados por la clase de noticias que podrían haber descubierto esos seres y preocupados también por lo que Dumbledore decidiera hacer. De todos modos, lo primero era apartar a los espíritus de la vista de todo el mundo.
Asegurándose de que no había moros en la costa, entraron en el vestíbulo. Una vez dentro, cerraron la puerta aliviados y entraron. Krysta no se atrevió a hacer preguntas aunque se moría por hacerlas. Se limitó a acercarse y escuchar. Fue entonces cuando Hermione se encaró con los dos seres, para soltarles el sermón.
— ¿Pero se puede saber qué hacéis? —les dijo seriamente preocupada—. ¡Menos mal que no había demasiada gente ahí fuera! No podemos permitir que medio Hogwarts se entere de todos nuestros planes. Cundiría el pánico.
Shizlo la miró, molesto porque una niña le hablara en ese tono.
— Oye, no hemos podido hacerlo mejor, ¿sabes? No venimos de un sitio precisamente agradable —respondió ofendido—. Me gustaría verte a ti viajando en el tiempo, listilla.
Yala miró a Shizlo con cara de estar harta, pero se dirigió a Hermione en un tono sumiso y algo tímido. Era obvio que los humanos seguían intimidándola, aunque había resistido el impulso de esconderse detrás de su hermano.
— Perdónale —dijo con la voz algo más aguda de lo normal—. Está nervioso por el viaje, no hemos visto cosas agradables y estamos muy cansados. Podemos deciros lo que sabemos, si después nos dejáis ir a descansar.
— Pues claro —aceptó Ron—. Podéis iros sin problemas, pero daros prisa, antes de que venga alguien y os vea.
— Es verdad —dijo Shizlo asustándose de pronto al recordar el tumulto de fuera—. Venga Yala, cuéntaselo tú.
Yala tragó saliva y se decidió a hablar, aunque obviamente le molestaba.
— Por lo que hemos visto, parece que Voldemort se hará con el poder de aquí muy poco—empezó, tratando de recordar y de no dejarse nada—. Controlará a magos muy poderosos, con la ayuda de los cuales atacará Azkaban y buscará aliados entre las criaturas mágicas más peligrosas. De aquí un año o así, la situación empeorará hasta tomar las dimensiones de la Primera Guerra Mágica, y con un tiempo más, rebasará incluso sus propias posibilidades. Llegará un punto en el que nadie podrá oponérsele y, finalmente, empezará a extender su poder hasta el mundo muggle. A partir de ahí todo es una confusión de guerras entre muggles y magos... ése período no lo conocemos bien, no queremos acabar mal si nos quedamos en él más de la cuenta.
— Claro, claro —dijo Harry, comprensivo pero cada vez más asustado—. ¿Y después?
— Después del período de las guerras mágicas, será el fin de los magos. Perderán porque los muggles aprenderán a resistir la magia a base de la experiencia, utilizando sus propios métodos. No sabemos cuales, no entendemos de eso, ¿verdad, Shizlo?
— No, no los conocemos —respondió el espíritu—. Y tampoco sabemos nada más. Esto es todo lo que estamos dispuestos a hacer. El trabajo es muy pesado y muy peligroso... y si estamos colaborando con vosotros es por la cuenta que nos trae.
— Sí, nosotros tampoco queremos acabar controlados y exterminados por los humanos—aclaró Yala, en un tono algo más amable.
— Bueno... ¿entonces —preguntó Hermione, visiblemente preocupada por las noticias—... eso es todo?
Shizlo y Yala se miraron un momento y luego, como si se hubieran puesto de mutuo acuerdo mentalmente, se giraron de nuevo hacia los chicos para contestar.
— En realidad... casi todo —contestó Yala—. Hay algo más...
— ¿El qué? —preguntó Ron tragando saliva.
Yala miró a Shizlo.
—Bueno… en uno de los viajes tuvimos una… como decirlo… percepción momentánea. No es que sea seguro, pero ambos creímos ver… sentir… lo mismo —empezó, tratando de explicarse.
Harry, Ron y Hermione la miraron sin entender.
—Lo que quiere decir —intervino Shizlo—, es que percibimos un suceso concreto, alguna clase de distorsión temporal que no supimos reconocer. Y que no pudimos volver a encontrar.
—¿Percibisteis algo? No lo entendemos.
—Todo lo que podemos decir, en cualquier caso, es que el día de la última Luna de cuarto menguane del tercer mes del año —Shizlo se interrumpió un momento, sin saber muy bien cómo seguir—...creo que ahí es donde se situaba el caso… ahí, digo, comenzará todo. Habrá un ataque contra Hogwarts y... y uno de nosotros... morirá.
Harry, Ron, Hermione y Krysta se miraron sin decir nada, pero visiblemente desconcertados. Ninguno fue capaz de contestar.
Los días y las semanas se escurrían en Hogwarts de una forma peculiar. Parecía que las cosas estuvieran en calma, que no pasara nada. Todos parecían de muy buen humor, la gente reía, se saludaba por los pasillos, se lamentaba de no poder hacer nuevas visitas a Hogsmeade... nadie parecía acordarse ya del Señor Tenebroso. Para casi todo el mundo, la cosa estaba olvidada y no prestaban atención más que a las clases y a la rutina diaria. El comienzo del mes de febrero supuso una pequeña ruptura de esta rutina, ya que Hufflepuff y Ravenclaw tuvieron un disputado partido de quidditch que acabó ganando la casa azul. Pero tras éste primero paréntesis de euforia, el ambiente volvió a sumirse en su tedioso automatismo. Salvo alguna que otra batalla de bolas de nieve y alguna broma de parte de los hermanos Weasley, no pasaba nada fuera de lo común casi nunca. Ana y Jill seguían con su eterna batalla a base de sortilegios Weasley y hechizos especiales para hacerse la vida imposible, algo que, por otra parte, ya se había convertido en costumbre para ambos. Llegaban hasta tal punto que se atacaban por turnos y se decepcionaban si el ataque del otro no llegaba hasta el nivel requerido por la media. Algunos incluso hacían apuestas a costa de los dos infatigables niños de primero, que no paraban de dar sorpresas, lo cual era un alivio tal y como estaba resultando de aburrido el invierno.
Sin embargo, para Harry, Ron, Hermione, Krysta y otra buena cantidad de adultos, las cosas eran muy diferentes. Hacía tiempo que los espíritus de cuarto menguante habían regresado y habían traído las escalofriantes noticias. Éstas supusieron un dilema para Dumbledore, pues la idea de un próximo ataque al colegio hacía caer tremendas responsabilidades sobre él. Estuvo largo rato debatiendo qué hacer con la profesora McGonagall, Andrew y Snape, pero finalmente decidieron no cerrar el colegio. No podían hacer una cosa así sin dar buenas explicaciones al consejo escolar y al Ministerio, y las explicaciones podrían hacer que cundiera el pánico. De momento, al director le interesaba la discreción, por tanto, resolvió mantener el colegio abierto pero estar alerta. Tampoco pudieron saber si la afirmación de Shizlo y Yala sobre la muerte de alguien era cierta, pues estos no sabían decir con exactitud quién sería y se negaban a volver para comprobarlo, alegando que era imposible recuperar la información. De todas formas, los dos seres se quedaron a vivir en el colegio bajo el consentimiento de Dumbledore y la condición de que ayudarían cuando fuera realmente necesario. La mayor parte del día la pasaban en su habitación del tercer piso, pero si querían darse un paseo, Harry solía dejarles la capa invisible para que no llamaran la atención. Por otra parte, los alumnos que los habían visto en su llegada ya habían olvidado prácticamente la sorpresa que les había causado y suponían que habían sido invitados por Dumbledore para alguna cuestión determinada.
Ésa era una de las preocupaciones de Harry y sus amigos. La otra la componían Krysta y Andrew. Desde el incidente con la varita, se ignoraban completamente. Krysta con odio y mala idea, Andrew con fría y pasiva indolencia. Pero casi era mejor así, porque cuando solían dirigirse la palabra lo hacían de una forma tan poco amigable que o aportaba nada bueno. El único que ocultaba sus sentimientos a la perfección era Andrew. Harry todavía no podía comprender cómo se las arreglaba para ser desagradable y desdeñoso un momento, y segundos después entrar en clase convertido en el profesor perfecto que todos querrían tener. A Hermione le costaba mucho no soltar comentarios mordaces cuando escuchaba hablar a sus compañeros de lo extraordinario y maravilloso que era el profesor Darkwoolf. Pero a pesar de todo, Harry tuvo que reconocer que el golpe que había tenido con Malfoy después de su regreso había sido bueno. Al día siguiente de salir de su encierro, Andrew se había topado con Draco en el pasillo, justo cuando Harry y sus amigos pasaban. Las expresiones de desconcierto, incomprensión y terror que habían cruzado la cara del niño consiguieron que a Harry se le escapara una carcajada ahogada. Pero lo mejor fue cuando Andrew, con una sonrisilla envenenada y una voz irónica que daba escalofríos le dijo:
— ¿Qué te pasa Draco? ¿No esperabas verme tan pronto?
Por más que lo intentó, Draco no consiguió responder nada que tuviera un mínimo de sentido, así que, ante la mirada satírica de Andrew, se alejó de allí lo más rápido posible seguido por Crabbe y Goyle, cuya cara de idiotas había rebasado ya incluso los límitesde la imaginación. Lo gracioso fue que el resto del día, por razones misteriosas, estuvo bastante menos gallito de lo normal.
Así, entre una cosa y otra, las semanas fueron pasando lentas y aburridas para algunos y rápidas e inquietas para otros, de modo que, cuando quisieron darse cuenta, ya habían pasado los dos primeros tercios del mes de febrero. Fue por aquellas fechas cuando Harry cayó en la cuenta de que había algo que le preocupaba desde hacía tiempo pero de lo cual se había olvidado casi por completo. En realidad, el problema había dejado de ser tal hacía ya mucho tiempo, pero sus causas seguían preocupándole, así que decidió ir a ver a Dumbledore a su despacho, para ver si él podía solventarle las dudas.
Eligió una tarde de sábado para ir a verle, por el simple hecho de que esos días no tenían clase y sería más cómodo hablar. Se acercó a la gárgola de piedra, ya tan conocida, y dijo la contraseña que, suponía, seguiría siendo la misma.
— Polo de pistacho.
Para alivio de Harry, la gárgola se movió franqueándole el paso. Harry entró por la abertura y se dejó llevar por las escaleras móviles hasta la puerta del despacho. Aquí, llamó con los nudillos y esperó hasta que la voz del anciano lo invitó a pasar. Harry no se hizo de rogar y abrió la puerta para entrar y cerrarla después a sus espaldas. Al reconocerlo, Fawkes hizo un ruido musical con la garganta, y movió un poco la cola a modo de bienvenida. Harry sonrió al fénix y después desvió la mirada hacia la mesa, donde el director se hallaba sumido en la contemplación de unos viejos y al parecer importantes pergaminos. Sin embargo, éste levantó la cabeza antes de que Harry tuviera que llamarle la atención.
— Ah, bienvenido, Harry —saludó el anciano con una sonrisa de amabilidad—. Siéntate, que en seguida termino con esto.
Harry obedeció, acercándose a la mesa delante de la cual reposaba una silla vacía. Tomó asiento un poco preocupado por haber interrumpido algo de importancia. Así se lo manifestó al director.
— Si quiere, puedo irme y esperar a más tarde. Tampoco es nada urgente...
— No, no, Harry —contestó el director moviendo la cabeza, sonriendo de nuevo—. Puedes quedarte, lo mío tampoco es nada urgente... en realidad, tan sólo estoy recordando algunas cosas, por curiosidad y quizá también por nostalgia. Toma, míralo si quieres.
Y le tendió a Harry uno de los pergaminos. Harry lo cogió y lo miró. Era, al parecer, una lista de alumnos ingresados en Hogwarts en el año 1975. Un título en grandes letras pomposas así lo indicaba, mientras que algo más abajo, empezaba la lista de alumnos cuyos nombres estaban escritos en letra pequeña y elegante, distribuidos según sus casas. Harry reconoció algunos nombres en la casa Gryffindor, como Richard Finnigan o Rupert Patil, sin embargo no encontró el de sus padres, debieron ingresar años antes, o quizá después, no estaba seguro. Lo que sí llamó su atención fue un nombre dentro de la casa Slytherin.
— Lucius Malfoy —leyó en voz alta, mirando con asombro al director.
— Ajá, pero no es el único. Mira en la casa Ravenclaw —indicó el director señalando con el dedo el lugar donde un título de letras brillantes azules indicaba la lista de alumnos ingresados en Ravenclaw aquel año.
Harry no tardó en localizar los nombres a los que obviamente, se refería el director.
— Andrew y William Darkwoolf —leyó Harry recordando de pronto lo poco que Andrew le había contado sobre su estancia en el colegio—. Es verdad, me dijo que fue a Ravenclaw y que conoció a Lucius Malfoy... pero no recordaba que su hermano fuera con él en la misma casa y el mismo curso.
— ¡Oh, sí! Los dos fueron unos alumnos modelo —respondió Dumbledore en tono animado, pero ciertamente nostálgico—. Buenos chicos, estudiosos, inteligentes y poco alborotadores... bueno, William sí era un poco escandaloso, pero nada grave. Estaban muy unidos, ahora que lo pienso, uña y carne, pero eran muy muy diferentes.
— ¿En qué?
— En todo —contestó el director, pensativo—. La gente se asombraba mucho cuando decían que eran mellizos... para empezar, ni siquiera se parecían físicamente. William era muy parecido a su hija, y siempre fue más alto y fornido que su hermano. También eran muy diferentes en el carácter. La verdad, resultaba chocante que se llevaran tan bien.
— ¿Qué tenían de diferente?—preguntó Harry devolviendo el viejo pergamino al director.
— Oh, nada más fácil. William, el alegre y extrovertido y Andrew, el melancólico y reservado. Pero eso no les impidió estar juntos. Ya te digo que siempre estaban el uno con el otro.
— A mí, lo que me sorprende es que pudieran ir a la misma casa. Es más, ni siquiera entiendo por qué Andrew fue a Ravenclaw, con lo ambicioso que es —comentó Harry, con el ceño fruncido.
— Ah, Harry —respondió el director, sonriente, como si esperara oír esa pregunta tarde o temprano—. La selección de Hogwarts es algo muy complicado... no se limita únicamente a nuestro carácter, eso no lo es todo en una persona. ¿Por qué te crees que el sombrero no se equivoca jamás? Porque es capaz de leer la mente y le corazón, de saber lo que quieres y lo que no, por tanto, es capaz de conocerte. En el caso de Andrew y William fue bastante difícil. William era muy Gryffindor en cuanto a carácter, pero también era muy inteligente. El sombrero comprendió que lo que él necesitaba no era rodearse de gente valiente y temeraria como él, sino el cultivo de la mente de los Ravenclaw. En cuanto a Andrew, su ambición lo hacía un candidato espléndido para Slytherin, pero hay muchas clases de ambición, Harry. Andrew no ambicionaba la fama, ni siquiera quería tener poder sobre otras personas sin habérselo ganado. Para él el arma más valiosa que puede tener alguien es el conocimiento. Quería ser superior sí, pero a través del intelecto. Y una ambición así en un niño de once años, deja considerablemente claro el lugar que le corresponde, ¿no crees?
— Visto así —contestó Harry, empezando a comprender—... ¿Pero cómo puede usted saber todo eso?
Dumbledore soltó una risita traviesa.
—Ser un sombrero es muy aburrido, supongo, así que de vez en cuando me lo pongo en la cabeza y hablo un poco con él, entonces me cuenta algunas cosillas... a veces incluso le ayudo en su composición de la canción de cada año, ya vamos por la estrofa treinta y dos, ¿quieres oírla?
Harry se asustó ¿la estrofa treinta y dos? No estaba muy seguro de querer asistir a la selección del año próximo. Decidió cambiar de tema antes de que Dumbledore y el Sombrero Seleccionador le dedicaran un dueto.
— En realidad, señor director... me gustaría comentar una cosa con usted, si no es molestia —pidió tímidamente Harry.
— No, claro que no es molestia —respondió Dumbledore, divertido—. ¿De qué se trata?
— Pues verá... se trata de algo que me pasó al empezar el curso... unas dos veces, creo. No, tres veces, si cuento el sueño que tuve en verano.
— ¿Sueño? ¿Qué sueño? —preguntó Dumbledore frunciendo el ceño con preocupación.
— Uno que tuve en julio, el día antes de mi cumpleaños. ¿Se acuerda de lo que le conté? ¿De todo lo del futuro? ¿De los muggles y del departamento antimagia? —Dumbledore asintió—. Pues yo soñé con su director, antes siquiera de saber que existía La Piedra del Tiempo. Y esa sólo fue la primera vez... también lo vi a través de mis gafas de híper-visión y luego tuve una visión... esa vez fue la que más me preocupé, pues estaba perfectamente consciente y no llevaba ningún objeto mágico encima. Fue en el primer partido de quidditch.
— ¡Ah! —exclamó el director de pronto—. Ya lo recuerdo. Me preocupaste bastante en un principio, me dio la impresión de que tu comportamiento no era normal... así que fue por eso.
— Sí, ¿tiene usted idea de por qué me pasó aquello? —preguntó Harry, alentado—. ¿Sabe qué pudo provocarlo?
— Era ella.
Harry se giró sobresaltado. La voz que había respondido venía desde su espalda y desde luego, no había sido la de Dumbledore. Alumno y director miraron hacia la puerta del despacho, en el marco de la cual, Andrew estaba apoyado, con los brazos cruzados lanzándoles una mirada penetrante. Harry iba a preguntarle qué había querido decir, pero Dumbledore se le adelantó.
— Oh, Andrew, me había olvidado por completo. Te pedí que vinieras... —dijo el director, con amabilidad—. Pasa, pasa, ¿llevas mucho rato ahí?
Andrew entró en el despacho y se acercó a la mesa de Dumbledore, pero no se sentó, sino que se limitó a sonreír con ironía.
— No os preocupéis, no he oído nada de lo que decíais sobre mí... pero no he podido evitar escuchar el comentario de Harry. Al parecer, la capacidad de mi sobrina va mucho más allá de lo que yo mismo imaginaba.
— ¿A qué te refieres? —preguntó Harry, extrañado por la enigmática forma de hablar de Andrew.
— Me refiero a una cualidad de Krysta que, me parece, sólo yo conozco —Andrew hizo una breve pausa, tras la cual, continuó—. Fue ella la que, sin pretenderlo, te traspasó esas imágenes fruto de su propio miedo. Y lo hizo a través de un siglo de distancia. Sin embargo, no me preguntéis por qué fue capaz de hacerlo. Lo único que sé es que no es la primera vez que lo hace, alguna vez yo también pude sentirlo, hace años. Ahora, ignoro porqué fuiste tú precisamente el destinatario esta vez, pero de todas formas, no puedo dejar de pensar que es una capacidad asombrosa y totalmente fuera de lo común.
— ¿Quieres decir que los poderes de esa niña no se limitan únicamente a La Piedra del Tiempo? — preguntó Dumbledore, extrañado y al parecer preocupado por algo.
Andrew se encogió de hombros por toda respuesta, y Harry miró al director sin entender del todo dónde veía Dumbledore la gravedad del asunto, aunque visiblemente asombrado por semejante descubrimiento.
Dumbledore escrutó al profesor con la mirada.
— Escúchame bien, Andrew —dijo con severidad y dejando la afabilidad de lado—. No voy a permitir que le hagas nada a esa niña. Mientras se encuentre en Hogwarts, está bajo mi protección, así que no toleraré ninguna salida de tono con ella, ¿te queda claro?
Andrew devolvió la mirada al director, con apatía, al parecer completamente indiferente a sus amenazas. No contestó nada, pero Dumbledore movió la cabeza con tristeza.
— Andrew, esa niña lo ha pasado muy mal —empezó el director pareciendo de pronto el hombre viejo y cansado que era—. Ninguno de nosotros está precisamente en una situación cómoda... estoy seguro de que más de uno tenemos miedo por lo que pueda pasar de aquí en adelante, pero tu sobrina... necesita más apoyo que nadie.
Andrew bajó los párpados, sin interés.
— Y lo digo en serio —continuó el anciano—. Sólo te pido que la quieras, Andrew, aunque sea un poco. Que le ayudes... si no vas a hacerlo por ella, al menos, hazlo por tu hermano.
Andrew miró al director de repente, con un brillo extraño en los ojos. Fruncía el ceño y ya no parecía tan indiferente. Se había puesto completamente pálido.
—¿Por mi hermano? —saltó de pronto, colérico—. ¿Y qué tiene que ver William en esto? No le debo nada, usted no tiene nada que decir al respecto.
Hubo una tensa pausa, durante la cual Andrew desvió la vista, iracundo y claramente molesto con su propia reacción desmesurada. Tras unos segundos continuó.
—Mi hermano está muerto, lo asumí hace ya bastante tiempo. No crea que va a conseguir nada metiendo el dedo en la llaga —esbozó una sonrisa torcida mientras recuperaba parcialmente la calma—. Su ridículo arranque de protección hacia Krysta es tan falso que me provoca ganas de reír.
Y tras decir eso con marcado desprecio se dio la vuelta y salió del despacho sin mirar atrás. Harry se quedó mirando la puerta, parpadeando anonadado por la rápida salida del profesor y sin entender a qué había venido aquello.
— ¿Pero qué mosca le ha picado a éste? —se dijo, extrañado.
Dumbledore se pasó la mano por la frente, cansado y preocupado. Sonrió al niño y le dijo amablemente:
— Será mejor que lo dejemos por hoy, Harry. Ya es casi la hora de cenar, tus amigos te estarán esperando.
Harry asintió, sin discutir y se despidió del director mientras se levantaba. Luego salió de la sala, bajo la cansada mirada del director de Hogwarts.
Un Sol agonizante se filtraba por los gastados cristales de la ventana gótica, iluminando parte del despacho con un resplandor rojizo. La mesa de madera lustrosa, las estanterías cargadas de libros hasta la saciedad, la taza de café vacía sobre la mesa... todo estaba inmóvil, quieto, silencioso... parecía que nada podría romper esa calma, cuando de repente, la puerta se abrió dando paso a un hombre alto y delgado, de fríos ojos azules y pelo negro. Éste se dirigió a la mesa y dejó caer de golpe un amasijo de papeles y libros enormes que golpearon la madera con un ruido sordo y algo estrepitoso, para después derrumbarse él mismo sobre la silla que reposaba detrás de la mesa. Con un espontáneo movimiento de la varita, golpeó la taza vacía que al instante se llenó de un espeso y humeante café, listo para beber. Tomó la taza y la cucharilla de la mesa y se puso a remover el líquido distraídamente, mientras sus pensamientos vagaban muy lejos, distantes y profundos.
— No sé cómo te puede gustar eso.
Andrew, que sin duda era el recién llegado, levantó la mirada y la dirigió hacia la misteriosa voz que lo había interrumpido, posándola sobre el ser de piel azulada, largas orejas y enormes ojos ambarinos que se hallaba sentado en el alféizar de la ventana y lo miraba con curiosidad. Dio un largo sorbo de café antes de responder.
— ¿Estás aquí por algún motivo en especial? —preguntó sin entusiasmo—. Tengo cosas que hacer.
— No lo parecía —respondió el ser, tranquilamente.
— Considero a mis pensamientos "cosas que hacer"—dijo Andrew agriamente—. Algunos tenemos otros entretenimientos, cuando no podemos viajar en el tiempo.
Shizlo rió ante el comentario del hombre.
—Te mueres de envidia... la verdad, no entiendo a los humanos, da la impresión de que no estáis a gusto con nadie.
— Tú tampoco puedes vanagloriarte de ser un tipo sociable, Shizlo —respondió Andrew con una media sonrisa—. Digamos que ambos estamos en igualdad de condiciones.
— De eso nada —dijo el espíritu, casi ofendido—. No me compares con vosotros... para empezar, los de mi especie nunca nos matamos unos a otros, y si alguien lo hiciera... bueno, a parte del ostracismo y la marginación, su propia carga de conciencia sería insoportable para él. Querría morir por haber matado.
Andrew movió la cabeza asintiendo lentamente, pero no dijo nada. Se limitó a apurar el café que quedaba en la taza. Durante un rato, el silencio reinó en la habitación, sólo roto un instante por el ruido que hizo la taza de Andrew al dejarla sobre la mesa.
— Me da la impresión de que estás algo ausente últimamente —continuó el espíritu al cabo de un rato—. Ésa sobrina tuya te trae de cabeza, ¿verdad? Has sido bastante idiota tratándola mal, ahora nunca querrá ayudarte.
Andrew clavó una mirada inexpresiva en el ser, todavía sin contestar.
— Llevas dos semanas ignorándola, desde que hablaste con el director —continuó Shizlo, sin inmutarse—. La verdad, eres bastante torpe, si yo fuera tú...
— Si yo fuera tú, cerraría mi maldita boca azul y me tragaría las palabras antes de quedarme sin cuerdas vocales, Shizlo —interrumpió Andrew, amenazante.
El ser sonrió con sorna y se encogió de hombros.
— Bueno, acepta la verdad —dijo de forma inexpresiva—. Ella te odia, así que no querrá hacer nada por ti.
— Me da igual lo que quiera o deje de querer la niña, Shizlo —cortó Andrew con maldad—. El problema es el viejo Dumbledore, me tiene vigilado día y noche.
Andrew se levantó y se acercó a la ventana, sobre la cual reposaba Shizlo, para mirar meditabundo hacia el jardín a través del cristal. Una Luna en ciclo de cuarto creciente casi completo brillaba en el cielo.
— Pero ya estoy empezando a cansarme... si sigue así, no tendré más remedio que hacer algo desagradable —una triste sonrisa se torció en el rostro de Andrew mientras decía esto—. Por el momento, me limitaré a esperar.
Shizlo movió la cabeza, con desacuerdo.
— Bueno, haz lo que quieras, no es que me importen tus asuntos, la verdad. Yo...
Shizlo no pudo terminar la frase, pues un fuerte ruido procedente del jardín ahogó sus palabras. Extrañado dirigió su mirada hacia Andrew que, con idéntico desconcierto, miró hacia abajo buscando el origen del estruendo. Después pareció recordar algo y miró hacia el cielo.
— Espera un segundo. ¿Qué has dicho antes? ¿Dos semanas…? ¿Hoy es tres de marzo?
El espíritu lo miró sin comprender.
— Sí ¿por qué?
— Por lo que dijiste —respondió Andrew—. "En la última Luna de cuarto menguante del tercer mes del año...".
— Exacto, menguante. Mira al cielo, ¿ves que la Luna mengüe? Hoy no es el día.
De pronto, un tremendo estallido interrumpió la voz de Andrew. Un estallido que parecía venir del jardín, un estallido que sonaba a magia... pero desconcertante y escalofriante, por algún motivo. Andrew y Shizlo conectaron miradas un momento. Miradas de preocupación. Permanecieron quietos y atentos, escépticos, incapaces de creer que los acontecimientos se les precipitaran encima de ésa manera. Un segundo estallido, esta vez claramente procedente de la puerta de entrada hizo que ambos dieran un respingo.
— Andrew...
— No me digas más. Hay que avisar a Dumbledore... hay que avisarlo de inmediato.
