26. El poder del tiempo
El portón de Hogwarts se abrió con un gemido chirriante dando paso a las cabezas de algunos alumnos que se asomaron al gran espacio abierto del jardín con timidez. Al cabo de varios segundos de sigilosa contemplación, el portón se abrió definitivamente, al tiempo que una masa de personas dejaba el castillo y descendía lentamente por las escaleras frontales, mirando a todos lados con desconcierto. Entre dichas personas se hallaban también numerosos profesores, que caminaban junto a los alumnos con los ceños fruncidos por la preocupación. Había pasado la noche. El ajetreo, la alteración y el miedo que les atacaran 12 horas antes parecían haberse disuelto dejando tras de sí una desoladora calma. El jardín de Hogwarts había quedado hecho una pena, por doquier se podían observar deprimentes fumarolas de humo blanco o gris que ascendían en curiosas espirales agitadas por el frío viento matinal de finales de invierno. Había masas de cenizas negras allí dónde el césped se había quemado y numerosos árboles y plantas con ramas rotas o chamuscadas. También había algunos agujeros en la tierra y restos de armaduras hechizadas que habían pasado a ser simplemente lo que eran: objetos de decoración venidos a menos. El verde brillante del jardín se había convertido en el gris desolador de un campo de batalla recientemente utilizado. Harry, Ron, Hermione y Krysta lo observaban todo con ojos pasmados desde las escaleras del castillo. En realidad todos los presentes estaban en trance, nadie había dicho ni una sola palabra. En esas estaban cuando de repente, la exclamación de una alumna llamó la atención de la gran masa de gente.
— ¡Ay, mirad alli! —chilló la chica señalando frenéticamente con el dedo hacia un punto bastante alejado.
Al mirar, todos pudieron comprobar qué era lo que había llamado la atención de la alumna. Un par de cuerpos vestidos con túnicas negras y raídas yacían tirados por el suelo de cualquier manera. No se movían aun a pesar de llevar toda la noche a la intemperie, lo cual era suficiente motivo de preocupación. Los alumnos, que ya estaban enterados de lo del ataque pero no sabían hasta qué punto había sido grave, se apartaron asustados para dejar paso a Dumbledore, que se acercó a uno de los cuerpos y lo examinó, para después hacer lo propio con el otro.
— Siguen vivos, pero están inconscientes... es muy probable que necesiten cuidados médicos —por alguna razón, Harry tuvo la impresión de que la voz de Dumbledore había sonado más gutural de lo normal, como afectada.
El director regresó junto al numeroso grupo y pidió a algunos profesores que se encargaran de transportarlos a la enfermería. Luego pidió a los alumnos que colaboraran en el rastreo del terreno circundante para ver si había algún otro herido. Todos obedecieron y se separaron en múltiples grupos para abarcar más terreno. Ron se fue con Krysta por un lado y Hermione y Harry se fueron juntos por el otro.
Mientras la mayoría de alumnos se dirigía hacia el bosque prohibido, los invernaderos o el campo de quidditch, Harry y Hermione decidieron bordear el lago hacia la parte trasera del castillo, por donde se encontraba la salida secreta que habían utilizado la pasada noche. Caminaron un rato, haciendo banales comentarios que no llegaron a ser una verdadera conversación. Al cabo de un rato en el que no vieron nada más que terreno estropeado, llegaron a la larga pared en la que se hallaba la famosa salida. Casi al mismo tiempo, ambos dejaron escapar una exclamación de sorpresa. No demasiado lejos de la mata de hierba, advirtieron un cuerpo tumbado boca abajo en el suelo. No se habrían alarmado tanto si dicho cuerpo hubiera llevado una túnica negra en vez de la cuidada túnica azul sin mangas y la camisa blanca de corte antiguo cuyas mangas asomaban por entre los pliegos de la ropa. Y aún se hubieran alarmado menos si dicho cuerpo no hubiera estado cubierto de sangre ya oscurecida por el tiempo. Asustados, salieron corriendo en dirección al cuerpo y lo reconocieron de inmediato nada más llegar. Lo observaron durante unos momentos sin saber qué hacer, hasta que al final, Hermione se decidió por hacer algo.
— ¿Pro... profesor Darkwoolf? —se atrevió a articular sin obtener respuesta alguna.
Harry la instó a que probara de nuevo, pero una vez más se quedaron sin respuesta. Hermione se agachó y agitó levemente un hombro del caído mientras exclamaba con más vehemencia.
— ¡Profesor Darkwoolf! —al obtener silencio como toda contestación, Hermione volvió a probar más furiosamente—. ¡Andrew! ¿Pero qué demonios te pasa? ¿Nos tomas por idiotas? No podrás hacernos creer que estás...
Hermione se interrumpió y miró a Harry sobresaltada. Ambos recordaron de pronto las palabras que Shizlo les había dado sobre el ataque al colegio. Ambos se pusieron pálidos. Hermione resolvió entonces comprobar si lo que se imaginaba era cierto cuanto antes. Cogiendo uno de los brazos de Andrew, lo acercó hacia ella y le tocó la muñeca, tan pálida como la tiza. Asustada, la apartó de repente y dio un salto hacia atrás. El frío contacto de la carne muerta, sin pulso, le dejó el corazón latiendo a trompicones, como un bombo. La chica, horrorizada, miró a su amigo, que la observaba sudoroso.
— Hermione, no me digas que está...
— Sí, Harry... ¡está muerto!
— ¿Y por qué él? ¿Es que nos lo hacen adrede? ¡Podría haber sido Snape!
Kattie Bell le dio un fuerte capón a Fred después de oírle decir una tontería semejante. Harrry, Ron, Hermione, el propio George y algunos alumnos más que se hallaban junto a la enfermería miraron mal al pelirrojo Weasley. En el caso de la mayoría de los alumnos, la muerte del profesor Darkwoolf había resultado un duro golpe. Todos apreciaban mucho al nuevo profesor, tan sólo algunos como Draco, que nunca lo había soportado, se mantenían en la fría indiferencia o incluso se sentían animados con el suceso. Pero en general, la atmósfera estaba cargada de una gran tristeza y de un miedo casi palpable. Ahora era innegable que el Señor Tenebroso había vuelto a la vida... ahora podía pasar de todo.
Harry, Ron y Hermione, por su parte, lo que más lamentaban no era la muerte de Andrew, él se había hecho de odiar suficiente como para que eso no les afectara demasiado, lo que más lamentaban era el estado de Krysta. Sólo a ella se le había permitido la entrada en la enfermería, tras comunicarle lo delicado de la situación. Ella se había mostrado consternada y muy afectada, no había llorado, pero se le notaba dolida. Bastantes alumnos se habían agrupado en torno a la ventana de la enfermería que daba al pasillo de Hogwarts y miraban a través de ella los numerosos cuerpos caídos. Pero tan sólo había un único muerto, Andrew Drakwoolf. Lo demás eran mortífagos en bastante mal estado, sometidos a constante vigilancia y profesores de Hogwarts que habían sufrido daños. La situación en el colegio era crítica. Los alumnos estaban aterrados y los profesores no se hallaban en mejores condiciones. Tan sólo unos pocos se atrevían a hacer bromas para aligerar el ambiente pero eran mal recibidos, como Fred. No era un momento para tomarse nada a risa.
— ¡Este no es momento para soltar una barbaridad como esa, idiota! —exclamó Kattie, furiosa.
— Perdona... tienes razón. No es que lo piense en serio, sólo era un coña, de verdad —se disculpó Fred, avergonzado.
En ese momento, una figura salió de la enfermería con cara de muy pocos amigos y se acercó a la masa de alumnos gritando muy agitada. Era la enfermera Pomfrey.
— ¿Se puede saber qué es esto? ¡No estamos en un circo! ¡Marchaos inmediatamente y dejad de molestar a los enfermos! ¿Es que no tenéis educación? ¿Ni tacto? ¡Ahí dentro hay una niña muy afectada y vosotros os quedáis aquí hablando como si no pasara nada! ¡Idos de una vez y más os vale que no se vuelva a repetir!
Y dando un sonoro portazo se marchó dejando zanjada la cuestión. Los alumnos obedecieron intimidados y en pocos minutos se habían dispersado por completo. Krysta se quedó sola con la enfermera Pomfrey y el resto de enfermos que no tardaron en caer en un profundo sopor. Al cabo de un rato, también la enfermera Pomfrey abandonó el lugar, optando por no molestar a la niña. El silenció cayó pesadamente sobre la oscura enfermería haciendo más evidente lo que ya era palpable de por sí en el lugar. El frío propio de la muerte.
La niña miraba el cadáver de su tío, que yacía inerte en la cama, delante de ella. Y el nudo de la garganta se le apretaba aún más. No estaba muy segura de querer al hombre que la había despreciado, engañado y utilizado, pero algo le dolía por dentro cada vez que miraba sus ojos ahora vacíos y vidriosos, que habían perdido su intenso tono azul para volverse casi negros, opacos, en una expresión de aterrorizada incredulidad. No lo supo al instante, pero ése dolor provenía de muchos años atrás, de cuando aún había podido afirmar que era feliz, de cuando llevaba una vida fácil y tranquila con sus padres y su tío venía a visitarlos siempre con esa sonrisa tan suya, alegre y triste a la vez. Una sonrisa que ya nunca se le veía... y que nunca se le volvería a ver. Ahora sabía que nada del pasado volvería, sabía que el futuro no podía depararle nada alentador... sabía que todas las posibilidades de volver a ser feliz se habían evaporado con la vida de Andrew Darkwoolf. Porque lo había llegado a odiar, pero sin perder la esperanza de que las cosas volvieran a ser como antes. Sin perder la esperanza de que su tío cambiara de nuevo para volver a ser el Andrew que ella había querido.
Sacó del bolsillo el objeto que ella consideraba origen de todos sus males. Observó la Piedra del Tiempo, que yacía indolente sobre su mano, y la odió incluso más que al difunto. La odió con toda su alma, y al pensar en la muerte de todos sus seres cercanos, llameantes lágrimas de impotencia empezaron a correrle por las mejillas. Hubiera deseado gritar, darle patadas a la pared, lanzar por el aire la maldita piedra para no volverla a ver jamás... pero en vez de eso, apretó los ojos y vació en silencio las lágrimas que contenían. Cerró el puño que se cernía en torno a la piedra con una fuerza sobrehumana, procedente del dolor. Se tragó cada sollozo, mientras deseaba con toda su fuerza de voluntad regresar a un tiempo remoto, regresar a algún antiguo lugar para ser feliz, desaparecer de su vida presente que detestaba, simplemente deseó huir. Y entre el tormento de sus pensamientos agitados y su corazón destrozado, sintió como si una fuerza misteriosa hubiera penetrado en su cuerpo a través del puño y se le hubiera extendido hasta agolparse de forma misteriosa en la cabeza y en el pecho. Cuando al cabo de unos segundos abrió los ojos, mareada y confusa por la sensación de haberse alejado del mundo sólido, se sintió cegada por un resplandor verde que le obligó a cerrarlos de nuevo. Y comprendió de pronto que su deseo se había hecho realidad de la forma más inesperada.
Krysta notó cómo el remolino de luz verde desaparecía poco a poco, dejándola caer sobre una superficie dura y fría. Abrió los ojos y se encontró sentada en una habitación vacía pero muy amplia. Había en ella una gran cantidad de camas con mesillas al lado y cortinas de color blanco que las rodeaban. Había también varias sillas, algunas colocadas al lado de las camas y otras simplemente dejadas de cualquier manera. Se puso en pie lamentando no haber caído sobre ninguna silla oportunamente colocada y se frotó el trasero para después guardarse la Piedra en el bolsillo mientras reconocía el lugar. Era, sin lugar a dudas, la enfermería de Hogwarts. Y además, no parecía en absoluto cambiada salvo por la distribución de las sillas y la ausencia de los enfermos y... del muerto. Sintió un nuevo nudo apretándose en su garganta y una nueva sensación de desamparo. Antes de que sus sentimientos la traicionaran, se dirigió a la puerta de la enfermería y la abrió lanzándose al pasillo con rapidez. Se frotó los brazos doloridos por el viaje mientras caminaba y pudo apreciar que reconocía cada uno de los detalles del lugar. Nada le era desconocido, todo estaba en su lugar tal y como ella lo recordaba en su tiempo. Lo único que le llamaba la atención era la desacostumbrada calma que reinaba en todo el edificio, casi como si no hubiera nadie. Ni siquiera se escuchaban las escalofriantes risitas de Peeves. ¿Dónde...? Mejor dicho, ¿cuándo podría estar? Pasaba cerca de una puerta cuando unas voces conocidas le llamaron la atención.
— Te digo, Remus, que esto es una locura.
Krysta se acercó a la puerta y la entreabrió para mirar a través de la pequeña abertura. Distinguió a un alterado Sirius Black que se paseaba de un lado para otro a grandes zancadas, dentro de una habitación pequeña pero acogedora en la que había dos camas. Probablemente era un dormitorio. Sentado en una de esa camas se encontraba Remus Lupin, pálido, ojeroso e incluso más débil que de costumbre, observando a su compañero con calma, pero sin poder evitar que sus ojos revelaran una profunda preocupación.
— Lo sé, Sirius, pero no podemos hacer nada —dijo éste último, sin moverse—. Me siento fatal... pero sé que aunque lo intentara no podría hacer nada. Ya sabes, mañana es Luna llena, mis síntomas...
— Ah, sí, ya lo sé —le respondió el otro, con impaciencia, girándose bruscamente y pasándose la mano por el agitado pelo negro—. Pero ¿y yo? Dumbledore abusa de su instinto protector... ¡no me lo perdonaré si pierde la cabeza!
— Él tampoco se perdonaría el que a ti te pasara algo y lo sabes —replicó Remus sin alterarse—. Sirius, usa la cabeza, la mitad de los que hay ahí fuera trabajan en el Ministerio. Se aprovecharán de que la gente te cree culpable de una atrocidad y de que eres prófugo de Azkaban. Si te ven...
— Sí, sí, sí, ya lo sé. Eso también lo sé.
Sirius se acercó a la otra cama y se dejó caer, enterrando la cabeza entre las manos. Permaneció callado un rato, mientras al oído de Krysta llegaban una especie de ruidos un tanto escalofriantes. Parecían explosiones mezcladas con voces humanas... provenían de la ventana abierta en la habitación.
— Remus... ¿puedes mirar? —dijo Sirius alzando la cabeza de pronto observando la ventana con aprensión—. Eso no ha sonado nada bien, no me atrevo...
Remus asintió con la cabeza y se acercó al alféizar. Nuevos ruidos y gritos se escucharon rompiendo el silencio. Remus se apartó de la ventana, todavía más pálido que antes. Sirius lo miraba expectante, deseando no escuchar lo que seguramente iba a escuchar.
— Es cierto, Sirius. Están atacando el colegio.
Sirius Black se levantó desesperado para comprobar las palabras de su amigo, a la vez que Krysta, junto a la puerta, daba un respingo de puro estupor. Sin pensar en lo que hacía, salió a todo correr dejando a los dos magos con sus preocupaciones. Corrió sin parar hasta que llegó resoplando al vestíbulo. Corrió también hacia el gran portón de salida y se lanzó sin pensar fuera del castillo. La visión que se presentó ante sus ojos le reveló a un tiempo el momento en el que se encontraba y los motivos de preocupación de Sirius y Remus. Profesores y mortífagos se hallaban enfrentados en una cruel y desesperada batalla, convirtiendo el jardín frontal del colegio en un ring de combate. Algunas armaduras encantadas daban espadazos a diestro y siniestro atacando a los enemigos bajo la dirección de Flitwick. Cada cual utilizaba sus propios métodos y cada cual hacía lo posible por salvar su vida. Caminaba ya alejándose bastante de la puerta de entrada, cuando un hechizo le golpeó a escasos centímetros de los pies e hizo que tomara constancia de lo preocupante de su situación.
Sin pensar demasiado en lo que hacía, echó a correr hacia ninguna parte, únicamente tratando de escapar de la lucha para no verse envuelta. Corrió esquivando hechizos y demás cosas desagradables y bordeó el castillo para dirigirse hacia los invernaderos. De algún modo, su instinto le guiaba hacia el único sitio en el que podía sentirse segura, quizá porque aquello ya lo había vivido otra vez, hacía apenas una noche. Al llegar al recinto, vio con asombro algo que acabó por disipar cualquier posible duda sobre su situación. Unos metros por delante de ella, siete figuras dejaban los invernaderos y caminaban hacia el castillo. Y lo mejor de todo, se distinguió a ella misma caminando entre esas siete figuras. Su yo del pasado. El ataque de Hogwarts... todo se repetía. Asustada, echó a correr de nuevo y se metió en los invernaderos procurando que no la vieran. Una vez dentro, se dejó caer de cualquier manera y trató de recuperar su respiración. Pensaba volver cuanto antes al día siguiente. Una cosa era desear escapar en un momento de tremenda tristeza, y otra muy distinta era la muerte. Ella no quería morir, sólo deseaba ser feliz... pero no morir. Y allí, sola, estaba en serio peligro.
Una vez se sintió con fuerzas, sacó la piedra del bolsillo y la apretó en el puño concentrándose para volver. Fue en ése momento cuando tuvo una especie de flash, como una imagen que cruzó por su mente... una imagen de la historia repitiéndose, de ella entrando a su sala común, huyendo mientras otros morían, mientras su tío moría. Soltó la piedra de repente, como si quemara y la vio rodar por el suelo unos centímetros. Sintió que la sangre se agolpaba en su pecho de una forma casi dolorosa, y recordó en ese preciso instante las burlonas palabras de su tío cuando le había confesado todas sus maquinaciones: "voy a conseguir ése poder que tienes, Krysta, a ti te queda demasiado grande". Frunció el ceño con furia y recogió la piedra del suelo, comprendiendo de pronto que no era una casualidad el que ella hubiera llegado allí. Comprendiendo de pronto que nada era una casualidad cuando se jugaba con poderes tan ajenos al control humano. Comprendió de pronto, que ella podía hacer mucho más de lo que siempre había hecho con su capacidad de viajar en el tiempo. Que, le quedara grande o no, la tenía y podía usarla.
Se levantó decidida y salió de los invernaderos. Tenía miedo, pero no iba a echarse atrás. Ahora no. Volvió a reanudar su frenética carrera, pero esta vez plenamente consciente de lo que se proponía hacer. Plenamente consciente de su objetivo. Rodeó de nuevo el castillo por entre los árboles del jardín, alejada de sus paredes. Llegó por fin a la pared en la que se encontraba la salida secreta, por la que ella misma debía haber entrado ya. Y le dio un vuelco el corazón cuando descubrió a dos figuras hablando no muy lejos de dicha entrada. Voldemort y su tío. Vio, mientras se acercaba, ahora despacio y ocultándose lo mejor posible entre las plantas y arbustos que encontraba, cómo éstos pasaban de la simple charla al duelo. Y vio la tremenda llamarada inicial surgir de la varita de su tío. Bien oculta tras las plantas, sujetó con fuerza la Piedra del Tiempo y la apretó contra sí misma, concentrándose lo más posible. Era para ella casi un acto reflejo el hallar la época, el momento exacto al que quería llegar. No sabía como ni por qué, pero algo funcionaba en su mente de ésa manera. Pasó un rato bastante largo hasta que sintió la piedra lista, pero entonces, detuvo la concentración justo cuando un solo segundo más habría bastado para devolverla sana y salva al día siguiente. Fue entonces cuando se levantó, y aprovechando la distracción que suponía el duelo para ambos contrincantes, se lanzó a todo correr hacia ellos. Temía a cada instante que se presentara el momento fatal, vio angustiada cómo un águila grisácea se abalanzaba contra su tío y presenció aliviada cómo este la detenía y se la devolvía a Voldemort. Sin embargo, aún estaba a una buena distancia cuando esto sucedió, con lo cual hizo todo lo posible por darse prisa y alcanzar su objetivo cuanto antes. Fue en ése instante, cuando, sin que le diera tiempo a reaccionar, un rayo de luz blanca cruzó el aire y le golpeó directamente en el pecho. Krysta cayó de espaldas sobre la tierra, con la impresión de que algo se había roto dentro de ella.
Se incorporó sintiendo un insufrible dolor en las costillas, mientras veía desesperada cómo le faltaban escasos metros para llegar a los duelistas, que seguían enfrascados en sus cosas sin enterarse de nada. Se levantó a duras penas y se halló cara a cara con el causante de sus males, un mortífago que le apuntaba amenazadoramente con su varita.
— Vaya, vaya, ¿pero a quién tenemos aquí? ¡Si es la mocosa que se burló de nosotros en la mansión Ryddle! ¿A dónde pensabas ir?—dijo la figura encapuchada cuya voz le recordó a la de Macnair.
El mortífago se acercó aún más y la sujetó por atrás, tirando de su túnica. Krysta vio las estrellas. El dolor de su pecho era cada vez más insoportable.
— Dime, enana, ¿reconoces al que está luchando con el Señor Tenebroso? —dijo el hombre, al parecer encantado con su presa—. Sí, ése, ¿lo ves? Es tu querido tío... y lamento ser yo quien te dé la noticia, pero...está a punto de morir.
Krysta rió desánimo. Por supuesto que estaba a punto de morir, ella lo sabía, lo había visto. Todas las fuerzas la habían abandonado. Se dejó caer con languidez mientras Macnair la sujetaba de la túnica.
— Me... me da... igual —consiguió articular la niña con el rostro retorcido en una mueca de dolor y tristeza, notando como si le clavaran millares de agujas en el pecho—. No... me importa. Lo... odio.
El mortífago rió maliciosamente ante las palabras de la niña.
— ¿En serio? ¿En ése caso, por qué no te quedas conmigo y disfrutas del espectáculo? No creo que Lucius tarde demasiado en hacerse cargo de la situación. Sólo ponte cómoda y relájate mientras esperas.
Y con un fuerte empujón, lanzó a la dolorida Krysta contra el suelo, que cayó sobre su maltratado pecho. El dolor hizo que casi se desmayara, pero a través de la neblina de sus ojos, pudo ver cómo Voldemort y Andrew caían al suelo, para después lanzarse un cruciatus mutuamente que volvió a lanzarlos a tierra.
— Un solo movimiento, mocosa, y ya no te levantas del suelo nunca más —dijo la fría voz de Macnair a sus espaldas.
Ella volvió a sonreír con amarga ironía. ¿Qué más daba ahora? Ya todo carecía de importancia. Podía levantarse y hacer su último esfuerzo suicida... porque nunca sería más que eso. Nunca podría librarse de Macnair con ese dolor en el pecho, que apenas la dejaba respirar. Y su ánimo de seguir adelante se había esfumado en el mismo momento en el que él la había detenido. Después de todo, nadie más que ella lamentaría la muerte de su tío, si es que su autocompasión era de verdad algo más que eso. Y si ella también moría… ¿qué importaba si morían los dos? Así volvería con sus padres, los vería...
Ya estaba a punto de rendirse cuando otro fugaz rayo pasó zumbando por encima de su cabeza y golpeó a Macnair. Asombrada, vio cómo Snape se acercaba corriendo, seguido de McGonagall. Krysta se levantó despacio, sorprendida e incrédula. Estuvo a punto de caer de nuevo debido al dolor, pero se dio cuenta al instante de la situación. Macnair había caído desmayado y no podía detenerla. Recuperando fuerzas de donde parecía no haberlas, reanudó su carrera, sabiendo que ahora tenía que hacerlo, sin pensar en nada más, sabiendo que se le había concedido una segunda oportunidad y que tenía que arriesgarse: o todo o nada. Corría ahora mucho más despacio que antes debido a su insoportable dolor. Oía los gritos de McGonagall y Snape tratando de detenerla. Vio los ojos rojos de Voldemort posándose sobre ella al tiempo que Lucius Malfoy se colocaba detrás de Andrew. Vio cómo éste también la miraba, asombrado, en el mismo momento en el que un rayo rojo cruzaba el aire en dirección a su espalda. Y se vio a sí misma, lanzándose hacia delante desesperada, mientras un torbellino de energía se reanudaba en ella y le recorría cada centímetro del cuerpo. Y entonces, justo antes de que el rayo fulminante tocara a Andrew, Krysta lo apartó, enviándolo justo al centro de un torbellino de luz verde que los arrastró lejos de allí... a un mundo a doce horas de distancia.
El torbellino se disipó al cabo de unos segundos de angustioso viaje. Andrew se sintió arrastrado contra su voluntad en el tiempo, consternado por los sucesos que acababan de tener lugar. Poco después, notó cómo caía de espaldas sobre la tierra blanda y removida del jardín, dándose un considerable costalazo. Trató de incorporarse maldiciendo en voz baja y notó cómo algo le pesaba sobre el pecho. Y al abrir los ojos se encontró cara a cara con su sobrina, que, desmayada, se abrazaba a él frenéticamente. La observó anonadado durante bastante rato, dándose cuenta de que se hallaba exactamente en el mismo lugar pero algún tiempo después. El campo de batalla estaba exactamente como él y Voldemort lo habían dejado... sólo que no se veía a Voldemort ni a nadie más por allí. Cayó entonces en la cuenta de que era por la mañana. La luz blanquecina de un Sol recientemente aparecido iluminaba el lugar y una neblina matinal se sumaba al cuadro del jardín dándole un aspecto aún más deprimente de el que ya tenía. El alegre canto de un pájaro le hizo volver a la realidad y, como obedeciendo a un impulso, a un reflejo, a un deseo imbatible que se había arraigado en su mente desde hacía nueve años desplazando a la conciencia, la moral y los sentimientos a un segundo plano, desenlazó los brazos de su sobrina, que lo rodeaban, y rebuscó en sus puños con el codicioso brillo del triunfo en la mirada. Sin saberlo, Andrew Darkwoolf había vuelto a la vida.
Krysta sintió un agudo dolor en el pecho, un tormento que acabó por despertarla del todo. Notó que se hallaba recostada en una cómoda y mullida cama, boca arriba y que unas suaves sábanas le cubrían el cuerpo hasta los hombros. Podía haber estado cómoda, de no ser por el insufrible dolor del pecho. Sólo respirar era un martirio. De repente se dio cuenta de que se había despertado del todo y de que, probablemente, le iba a ser imposible volverse a dormir en mucho, mucho rato. Pasó un tiempo hasta que se decidió a abrir los ojos. La borrosa imagen del techo de la enfermería se presentó a su vista. Estaba en una cama cerca de la puerta y no era la única presente. Numerosos cuerpos de gente dormida reposaban sobre las demás camas. La enfermería estaba tan atestada que incluso se habían colocado nuevas camas en los huecos libres que se podían aprovechar. Y había alguien más. No se percató hasta que se giró hacia la derecha y vio una borrosa figura, de pie junto a su cama, de espaldas a la puerta. Se frotó los ojos tratando de afinar su visión y pudo distinguir por fin al misterioso visitante, tras apartar las manos. Andrew Drakwoolf la observaba expectante, con una mirada difícil de definir. Parecía que llevaba bastante rato allí, esperando a que se despertara. Krysta sintió como si pudiera atravesarla con los ojos y escrutarla por dentro. Se sintió incómoda.
— Ah, eres tú —dijo sin mucho entusiasmo, consiguiendo con ello que un dolor punzante le lacerara las costillas.
Un quejido de dolor se le escapó, mientras trataba de incorporarse un poco.
— Yo de ti no me movería —dijo Andrew de un modo totalmente inexpresivo—. Tienes dos costillas rotas en proceso de curación... mañana ya estarán bien, pero hasta entonces sería conveniente que te quedaras tumbada. Estas cosas son peligrosas.
Ella lo miró intensamente durante unos segundos.
— ¿Qué pasa? ¿Ahora eres médico? —preguntó mientras volvía a recuperar su posición inicial.
— Es uno de mis muchos hobbies —respondió él con una sonrisa irónica—. De todas formas no tienes por qué hacerme caso, mátate si quieres.
Ella movió la cabeza, cerró los ojos y los volvió a abrir al cabo de un momento de silencio. Volvió a mirar a su tío, que seguía allí, de pie, sin moverse ni un ápice.
— Bueno, ¿para qué has venido? —dijo al fin—. No creo que te preocupes por mí... digamos que no es tu estilo.
Andrew permaneció callado un rato mirando al frente, como ausente. Krysta lo observó esperando a que se dignara a contestar.
— Tú no eras la Krysta de ese presente —dijo al fin Andrew más para sí mismo que para ella, todavía ausente, sin mirarla—. Ella estaba en su sala común, no podría haber salido para...
Se calló y frunció el ceño con aparente pesadumbre. Krysta giró la cabeza para mirar al techo y evadir su mirada.
— No sé de qué me hablas —dijo secamente.
Andrew soltó una risa seca y breve. Luego la miró sin obtener ninguna mirada a cambio, por su parte.
— Créeme, Krysta, no soy idiota —dijo él—. Sí que sabes de qué te hablo. Lo sabes igual que sabías que yo iba a morir. Y volviste, usaste tu poder de viajar en el tiempo para regresar a la noche del ataque. Volviste y me salvaste. No pudo pasar de otra manera, la Krysta del presente estaba en la sala común, no podía saber que yo me encontraba en peligro. Tampoco he visto a tu yo de este momento por aquí, lo que quiere decir que eres tú. Que eres tú la que evitó mi muerte y cambió la historia... de una manera que no acabo de comprender. Lo que quiero saber es por qué.
— Porque soy tonta —respondió Krysta al cabo de un rato, mirando al frente impasible—. Lo bastante tonta como para tratar de salvarte la vida dos veces sin que te lo merezcas ninguna de las dos. Adelante, ya puedes reírte, seguro que lo estás deseando.
Andrew se relajó y echándose a un lado se dejó caer sobre la silla que estaba junto a la cama. Inclinó el cuerpo hacia delante para mirarla más de cerca.
— Pues a mí no me parece que seas tan tonta —dijo con una sonrisa amarga.
— Ya, claro—contestó Krysta frunciendo el ceño—. Por lo menos reconoces que he hecho algo por ti. Es toda una novedad.
— Bueno —contestó Andrew con cierta dificultad, como si le sacaran las palabras por la fuerza—, a veces hay cosas ante las cuales uno no puede... evitar... sentirse... agradecido.
Krysta se giró para mirarlo rápidamente, asombrada. Sin embargo él no la miraba, tenía la cabeza girada hacia la izquierda, mirando hacia otra cama y era bastante obvio que se sentía molesto. Krysta no dijo nada. Sabía que le estaba dando las gracias, aunque a su manera.
— Es verdad —se limitó a contestar.
Ambos volvieron a quedar en silencio. Pasaron varios segundos sin que ninguno volviera a hablar. Krysta se perdió en sus propios pensamientos mientras miraba ausente el techo de la enfermería. Pensó en todo lo que había pasado y se dio cuenta de que probablemente ella era la única que había vivido la primera historia. Se dio cuenta de que ella había cambiado un importante suceso y de que todos los demás no recordarían nada de lo sucedido. Es más, ni siquiera lo habían vivido, así que mucho menos podían recordarlo. Empezaba a comprender a qué se refería Andrew cuando hablaba del inmenso poder del tiempo. Comprendió hasta que punto era grande el poder de La Piedra del Tiempo. Y a propósito de la piedra...
Krysta recordó de pronto que hacía mucho rato que no la veía. La buscó en sus bolsillos pero no la encontró. Algo confundida pasó las manos por el colchón y debajo de la almohada, haciéndose considerable daño con cada movimiento. Sin embargo la piedra no aparecía. Asustada y consternada volvió a examinar sus bolsillos, pero nada.
— ¿Qué haces? —preguntó Andrew que la había estado mirando.
— Busco la...
Krysta se calló de repente y miró a su tío bruscamente con una expresión nada afable en el rostro.
— ¡Tú! La has cogido tú, ¿verdad? —exclamó con una especie de furia suspicaz—. Seguro que aprovechaste la ocasión, al ver que la acababa de usar y no podía impedir que me la quitaras, ¿no?
— Si te refieres a La Piedra del Tiempo, la verdad es que sí, traté de quitártela... es una verdadera lástima que no la llevaras en la mano —contestó Andrew con sarcasmo.
— ¿Qué quieres decir? Sabes bien que tuve que usarla para salvarte, no intentes engañarme —protestó Krysta cada vez más enfadada.
— Mira, niña, si hubiera recuperado la maldita piedra ya, no estaría aquí tratando de entablar una conversación civilizada contigo, puedo asegurártelo —replicó Andrew también empezando a impacientarse—. Te digo que no la llevabas en la mano, ni siquiera la encontré por allí cerca... simplemente no estaba.
Krysta lo miró, recelosa, pero no dijo nada más. Parecía sincero... pero siempre podía estar engañándola. No iba a confiar en él tan fácilmente, indudablemente eso era algo que no se merecía. En todo caso lo vigilaría de cerca, por si acaso. Y sin embargo, a pesar de sus sospechas se sentía inquieta. ¿Y si él decía la verdad? Recordaba haber tenido la piedra en la mano justo antes de que apareciera Macnair... pero ¿y después? No podía recordarlo. No le sonaba haber visto la piedra ni una sola vez después de aquello. Pero podría haberla llevado y no darse ni cuenta, era algo sumamente fácil teniendo en cuenta la tensión del momento. Además, ¿cómo iba a viajar ella en el tiempo sin la piedra? Eso era algo del todo imposible. Decididamente tendría que tenerla él o hallarse perdida por el jardín.
Se removió en la cama incómoda. El dolor del pecho no había disminuido en lo más mínimo y no encontraba ni una sola postura en la que se sintiera a gusto. Deseó poder dormirse, pero a pesar de que tenía algo de sueño, el dolor no la dejaba. Cada inspiración de aire le hacía ver las estrellas. Aquello era desesperante.
— Deberías dormir, eso te aliviará el dolor y favorecerá a la recuperación —observó Andrew con el mismo tono inexpresivo e indiferente de antes—. Si te mueves tanto costará más.
— Ya lo sé... pero no puedo —contestó ella dolorida—. Llevo un rato intentándolo.
Andrew suspiró como con resignación. Se levantó de la silla despacio y se quedó de pie junto a la cama. La miró con una expresión extraña.
—Cierra los ojos —dijo.
— ¿Para qué? —preguntó ella extrañada.
— Tú ciérralos —ordenó él, cortante.
Krysta lo miró en silencio durante unos segundos, preguntándose qué estaría pensando. Sin embargo su rostro no revelaba nada. Pensando que la manera más rápida de entender lo que se proponía era hacerle caso, se resignó y cerró los ojos. Sabía que no podría dormirse, sin embargo, apenas unos segundos después, le dio la impresión de que un extraño sopor le inundaba la cabeza. Casi se asustó ante la sensación, parecía que estuviera sufriendo los efectos de alguna droga, pero pronto se dio cuenta de que el dolor del pecho había disminuido también ligeramente y que no sólo le entraba sueño, sino que además se sentía indefiniblemente a gusto. Tan a gusto que le entraron ganas de sonreír y de dejarse llevar por el sopor. No pasó mucho rato hasta que cayó en un profundo y placentero sueño, sin siquiera darse cuenta de ello. Todavía sonreía cuando se durmió.
Andrew, a su lado, se dejó caer pesadamente en la silla y se pasó la mano por la frente, cansado y casi enfadado consigo mismo. Una sensación rara le recorría por dentro. Una mezcla de fastidio y placentera realización. Y todo junto le enfurecía todavía más.
— Maldita cría —dijo mirándola molesto—... ¿Ves qué cosas me haces hacer?
Se pasó la mano por el pelo mientras reflexionaba. Estaba muy cansado. Por alguna razón, realizar buenas acciones le resultaba mucho más difícil y penoso que seguir sus impulsos. Y a pesar de eso no pudo evitar pensar que hacer algo bueno por Krysta le había dejado como un mejor sabor de boca, como una especie de sensación gratificante.
La idea le puso todavía de peor humor. Furioso consigo mismo, se levantó y dejó la enfermería sumergido en un mar de tribulaciones.
