29. Jugada maestra
— Esto es una locura, una barbaridad, no tiene ni pies ni cabeza, os digo que esto es una locura...
Hermione parecía al borde de un ataque de histeria. Harry se llevó el dedo índice a los labios, para indicarle que callara, mientras Ron se dejaba caer sobre la pared, escéptico. Por entre el silencio reinante no tardó en dejarse oír un lejano rumor de pasos, que se acercaba cada vez más. El sonido culminó con la aparición de dos siluetas por la bifurcación del siguiente pasillo, que caminaron hacia ellos con cautela, dejándose ver bajo la luz de un candelabro cercano. Los tres niños reconocieron de inmediato las figuras de Ana y Ginny en cuanto las tuvieron ante la vista.
— Hola —saludó Ana en voz baja, para después dedicar una mirada al espacio circundante—. ¿Aún no ha llegado?
— No —replicó Hermione casi inmediatamente—. Y si tarda mucho más, os digo que me voy. Este plan me pareció una locura desde el principio —agregó después, en tono de amenaza—. Podemos meternos en un lío impresionante, ¿sabéis?
— Eso no importa, Hermione —respondió Harry, decidido—. Será mucho peor si no encontramos La Piedra del Tiempo. El ataque a Azkaban era el último paso que le quedaba por dar a Voldemort antes de empezar realmente su expansión por el mundo mágico. ¿Qué será lo próximo? ¿El ministerio? ¿Hogwarts?
Harry habló con la voz afectada. La última semana había sido un auténtico caos. Después de los primeros atentados, Voldemort continuó su plan tal como estaba previsto. Por fin había atacado Azkaban. Muchos antiguos mortífagos y miembros del ministerio a las órdenes de Voldemort fueron liberados. Otros no tuvieron tanta suerte. Los encargados de Azkaban y los aurores ofrecieron resistencia, y en la batalla habían resultado muertos varios seres humanos. Otra buena parte permaneció encarcelada debido a su enfermizo estado mental por culpa de tantos años de encierro en aquella cárcel horrible. Por otra parte, ya no tenían demasiado que temer en Azkaban, puesto que Voldemort ya se había encargado de negociar debidamente con los malditos dementores. Azkaban había quedado prácticamente desprotegida, y con ella el mundo mágico. Con los dementotes en contra, la cosa se podía poner realmente mal. De ahí el que Harry se sintiera tan necesitado de encontrar La Piedra del Tiempo.
— Pero ¿qué haremos con ella una vez la encontremos? —preguntó Ginny—. ¿De qué nos puede servir?
— ¿Cómo que de qué? —contestó Harry—. A mi me basta con saber que no la tiene Voldemort. Y bueno, también podemos usarla para volver al pasado y arreglar las cosas si llegado el momento fuera necesario... o para saber lo que planea Voldemort en un futuro. Yo que sé. La cuestión es que él no llegue a usarla nunca.
— Pero nos vamos a meter en problemas si seguimos con esto —continuaba protestando Hermione.
— Bah —dijo Ron, hablando por primera vez y con una clara desgana—. No nos meteremos en ningún lío, ¿y sabes por qué, Hermione?
Los otros cuatro se giraron y lo miraron. Hermione lo observó, interrogante. Ron sonrió con apatía.
— Porque el imbécil de Malfoy no va a aparecer —concluyó el pelirrojo—. Aceptadlo, se está quedando con nosotros.
Ginny frunció el ceño.
— ¿Por qué no puedes confiar en él por una vez? —preguntó, con fastidio—. Este asunto es importante.
— Será todo lo importante que queráis, pero a Malfoy eso se la bufa —saltó Ron, molesto—. Mirad, quedamos con él a las siete, y ya son las siete y veinte. ¿De verdad pensáis esperarlo más? Se está quedando con nosotros, os lo digo yo.
Los demás miraron sus respectivos relojes y comprobaron que Ron llevaba razón. Malfoy se retrasaba mucho ya. Y eso que habían quedado en que el asunto era de extrema importancia. ¿Estaría Ron en lo cierto? ¿Malfoy se estaba burlando de ellos?
Harry ya empezaba a dudar seriamente de si esperar más o ir a buscarlo, cuando un nuevo rumor de pasos se dejó oír en un pasillo cercano. No tardaron demasiado en vislumbrar una nueva silueta acercándose desde el fondo del pasillo, cuya cabellera rubio platino resultaba inconfundible aún con la escasa luz. Ron miró cómo se acercaba el rubio slytherin casi con incredulidad, pero tuvo que aceptar que se había equivocado. Por lo menos, en lo que a la cita se refería. Harry se adelantó un poco para saludarlo y acabar con todo esto de una vez.
— Has tardado, Malfoy —le reprochó Harry en cuanto Draco estuvo lo bastante cerca—. Quedamos a las siete.
— Resulta difícil acudir aquí a una hora determinada si el jefe de tu casa te reclama cinco minutos antes —replicó Malfoy agriamente—. Así que dejad de lloriquear y entrad ahí.
Los gryffindors siguieron la señal de Malfoy y vieron que iba dirigida a una puerta pequeña de madera que se hallaba un poco por detrás de ellos. Al ver sus expresiones de desconfianza, Malfoy agregó, pacientemente:
— Es para asegurarnos de que nadie nos vea.
Los otros cinco obedecieron y pasaron delante. La puerta daba a una habitación usada seguramente como trastero, ya que estaba llena de objetos viejos y estropeados. Harry la reconoció de inmediato. Era la sala que antiguamente había albergado el espejo de Oesed. Ahora, en su lugar, se encontraban los mencionados trastos viejos.
Malfoy los siguió y cerró la puerta tras él. Luego caminó hacia el centro de la sala y se encaró con el grupo de gryffindors.
— Bien —comenzó—. ¿Hay algo que no tengáis claro del plan?
— Déjame pensar... ir a tu casa, buscar la piedra y volver... lo veo tremendamente complicado, pero creo que podré recordarlo —replicó Harry, sarcástico.
Malfoy sonrió, con sorna.
— Bueno, tratándose de gryffindors, nunca se sabe—dijo, encogiéndose de hombros—. Pero en vista de que no hay nada más que comentar, pasemos a lo primordial... el transporte. Antes de nada os dejaré bien claro que no pienso llevar a mi casa a cinco gryffindors. Aclaraos como os dé la gana, pero sólo puedo transportar a dos personas más.
— ¿Sólo a dos? —preguntó Ana decepcionada—. Eso es una miseria.
— Mira niña, para buscar un maldito pedrusco no hacen falta seis personas, ¿vale? Si mi madre se despierta le dará algo, y no pienso arriesgarme a que le vaya con el cuento a mi padre. Yo también me juego el culo en este asunto.
— Bien, yo iré —dijo Harry rápidamente, antes de que pudiera formarse una discusión—. Y Hermione puede venir también.
— ¿Por qué ella? —se quejó Ana.
— Sí, ¿por qué yo? —saltó Hermione, asustada—. ¡Puede ir Ron perfectamente!
— Eso, yo os acompañaré, Malfoy. Hermione está asustada —se ofreció Ron.
— ¿Bromeas, Weasley? No pienso meter a un zanahorio en mi casa. Si mi padre se entera, entonces sí que ya puedo despedirme de mi paga semanal.
Ron estuvo a punto de lanzarse sobre Malfoy para dejarle una cara nueva, como venía siendo su intención desde hacía ya varios años, pero de nuevo, las condiciones ambientales se conmutaron de forma adversa y no pudo cumplir sus expectativas. Hermione se interpuso entre él y la víctima.
— Da igual, yo iré —afirmó con resignación—. Necesitaréis un cerebro y una mente con un mínimo de sentido común entre vosotros si queréis salir vivos de ahí.
Malfoy alzó una ceja.
— Hablas como si mi casa fuera una especie de jungla, Granger.
— Bueno, Malfoy, tú eres bastante animal, así que… —replicó Ron, desquitándose por lo de antes.
Draco Malfoy abrió la boca dispuesto a darle a Ron donde más dolía, pero se tuvo que tragar sus palabras gracias a la intromisión de Ginny.
— Muy bien, ya está decidido entonces —dijo—. Nosotros podemos quedarnos aquí para vigilar mientras estáis fuera.
— ¡Es una buena idea! —saltó Hermione—. Se me ha ocurrido una cosa para que estemos en contacto... Ron, déjame tu varita.
Ron se la dio de inmediato. Sabía que Hermione era particularmente buena teniendo ideas, así que no protestó. Hermione tomó la varita de su amigo y sacó la suya propia. Luego acercó una varita a la otra de forma que se tocaban las puntas y murmuró:
— Remota scriptio.
Una suave luz dorada iluminó la zona en que las varitas se tocaban y acto seguido se extinguió de nuevo. Satisfecha, Hermione le devolvió la varita al pelirrojo, que la miró en espera de una explicación.
— Es un hechizo muy útil que venía en las últimas páginas del libro de encantamientos —se explicó Hermione—. Ahora nuestras varitas están conectadas. Si quieres mandarme algún mensaje mientras estamos fuera, simplemente di las palabras que yo he pronunciado. Una vez tu varita brille, la mueves de forma que escribas en el aire el mensaje que quieras transmitirme. Mi propia varita lo reproducirá esté donde esté.
Ron asintió, y los niños aseguraron que estarían ojo avizor. Luego, Hermione y Harry se acercaron a Malfoy decididos por fin a marcharse. Éste sonrió enigmáticamente cuando le preguntaron por la forma de ir hasta su casa, y se metió la mano en el bolsillo sacando lo que parecía un anillo de plata. Harry lo examinó mientras Draco lo alzaba y pudo descubrir que se trataba de una serpiente que se mordía la cola, formando así un aro plateado. En el lugar de los ojos brillaban dos diminutos rubís.
— ¿Qué es esa cosa, Malfoy? —preguntó Ana, que también se había aproximado.
— Nada raro —replicó el slytherin, petulante—. Funciona más o menos como un traslador, pero es especial. Está hechizado de modo que sólo lo puedo usar yo, y funciona en todo momento. Simplemente he de ponérmelo y pronunciar las palabras que toca para aparecer en mi propia habitación. Mi madre me lo dio por si necesitaba volver rápidamente a casa, en un momento dado.
— ¿Y cómo se supone que volvemos después? —preguntó Harry.
— Pronuncias las palabras al revés y vuelves de inmediato al sitio de donde saliste. Como veis, no hay mayor preocupación... tan sólo espero que no seáis delicados de estómago —añadió después, con una risita.
Harry y Hermione se miraron, no muy convencidos, pero lo mejor era no pensar en ello y empezar el asunto de una vez para así poder acabar con él cuanto antes. Draco se puso el anillo y ellos se cogieron a sus brazos, cuando el chico rubio se lo indicó. Ron, Ana y Ginny los miraron expectantes, mientras se preparaban. Harry les sonrió, nervioso.
— Cuidad de Sacch y de Hedwig mientras esté fuera —dijo.
— Y de Crookshanks —añadió Hermione rápidamente.
Los otros tres aseguraron que lo harían. Cuando por fin le dejaron, Draco abrió la boca y pronunció las palabras que debían transportarlos.
— Corporis callis
Nada más Draco hubo dicho estas palabras, Harry notó una sensación muy desagradable en el estómago. Sus pies se despegaron del suelo venciendo a la gravedad, pero ya no estaba en la sala de Hogwarts, sino en un espacio completamente diferente. Los colores de la sala se volvieron borrosos y se entremezclaron, para después ponerse a girar vertiginosamente, como si estuvieran dentro de una batidora. Harry se sentía como si lo hubiera arrastrado un torbellino de agua hacia el fondo de un abismo. Le daba la impresión de girar en un mar de colores confusos a toda velocidad, y notaba las tripas encogidas. Trató de gritar por la impresión, pero una especie de viento incorpóreo le golpeaba en la cara y ahogaba sus palabras. De pronto comprendió lo que había querido decir Draco con aquella estupidez de los estómagos delicados.
— Esta vez estás acorralado, Weasley... no tienes escapatoria.
Ron entrecerró los ojos con la vista fijada en ninguna parte. Aquello se ponía feo. La situación estaba, al parecer, completamente en su contra. Necesitaba una idea, una solución genial. Un pequeño destello de luz y se salvaría. Pero el problema parecía completamente insalvable. Tal como decía su enemigo, esta vez no parecía haber escapatoria. Una gota de sudor se deslizó por su frente, mientras analizaba la situación.
— Aún no has acabado conmigo, Darkwoolf. No cantes victoria.
Andrew esbozó una sonrisa torcida. Una sonrisa de seguridad. ¿Qué se había creído ése niño? No pretendería en serio escapar de él, ¿verdad? Mocoso iluso... sabía exactamente cuáles iban a ser sus movimientos en todo momento. Jamás se le podría adelantar. Y ni siquiera necesitaba la magia mental para ello. Simple pero eficaz lógica, cargada de un sexto sentido para la deducción. El pequeño de los Weasley había firmado su sentencia. Tendría clemencia con él si decidía rendirse.
Ron no prestó atención a la expresión de su atacante. Sin mover más que los ojos, permaneció en un estado de extrema tensión. Los nudillos se le ponían blancos de la fuerza con que apretaba los puños, las sienes parecían a punto de estallarle. La concentración estaba alcanzando su punto álgido, pero aquello parecía ser, definitivamente, su aplastante y terrorífico final. Sin sucumbir al miedo o la desesperación, Ron se internó en las profundidades de su mente buscando el pequeño hilo de salvación al que debía agarrarse para salir del atolladero. De pronto, el niño pareció dispuesto a hacer algo. Sin variar su expresión grave, alargó la mano, ante la mirada segura y triunfante de Andrew, que observó como su victoria se acercaba cada vez más. El símbolo del poder enemigo fue forjándose su propio camino entre un mundo de oportunidades negras y blancas. Cada paso podía ser un premio o una sentencia. La tensión era palpable, insoportable. Por fin, al cabo de unos segundos de agobiante incertidumbre, Ron bajó el brazo, devolviéndolo a su lugar.
Andrew observó el resultado apenas un segundo, pero inmediatamente tuvo que devolver la mirada hacia el lugar del que la acababa de apartar. La sonrisa de triunfo se le congeló en la cara hasta que progresivamente se fue transformando en una mueca de incredulidad. Abrió mucho los ojos, parpadeó, y finalmente levantó la cabeza hacia el niño pelirrojo. Éste le devolvió una mirada burlona, con una amplia sonrisa. Se reclinó en la silla en la que se hallaba sentado y cruzó los brazos, con expresión triunfante.
— Jaque mate —sentenció, encantado.
Andrew lo miró, incapaz de aceptar aquello.
— ¡Imposible! ¡No puedes haberme ganado! ¿Cómo ibas a ganarme tú a mí? —exclamó, devolviendo la mirada al tablero, en el cual su rey blanco aparecía amenazado por dos miserables peones y un alfil oportunamente colocado en la otra punta de la zona de juego.
Ron amplió su sonrisa y se inclinó también hacia el tablero, cuyas piezas estaban tan mezcladas que era imposible advertir a simple vista quién jugaba con blancas y quién con negras. Señaló el rey blanco de Andrew y acto seguido su peón negro.
— Cometiste un error fatal al olvidar esos pequeños peones—explicó Ron—. Sabías que podía matar tu torre con el alfil, pero no te importaba. Pensabas que intentaría cualquier otra jugada seguramente más complicada, después de la cual me habrías ganado sin problemas. Me tenías aparentemente inmovilizado. Si hubieras estado más atento a tu propia seguridad en vez de pensar sólo en darme jaque, te habrías dado cuenta de que mi alfil, colocado en el lugar de tu torre, amenazaba a tu rey. Y luego los peones aseguraron que fuera imposible su escapatoria. La solución más simple es siempre la mejor, Darkwoolf.
— ¿Lo ves, tío? ¡Te dije que era muy bueno! —exclamó Krysta, con admiración, acercándose también al tablero de ajedrez.
Andrew frunció el ceño, incapaz de aceptar una derrota. Y menos una derrota provocada por un niño. En lo que al cerebro se refería, él se consideraba invencible. No se iba a dejar ridiculizar así.
— Exijo la revancha, Weasley —dijo, con seguridad.
— Como quieras, ¿juegas con blancas, no? —replicó Ron, con su sonrisa triunfante.
— Ni hablar. Esta vez te voy a ganar, y lo haré sin ventajas —contestó Andrew, recuperando la sonrisa arrogante—. Puedes ir preparándote, no tendré ninguna clase de contemplaciones, chaval.
Ron se dispuso a redistribuir las piezas, mientras Ginny, sentada junto a él, cerraba de golpe el libro que sostenía en las manos y miraba a su hermano, cansada. Miró su reloj de pulsera y suspiró. Las 9:45. Hacía más de una hora y media que llevaban con aquella partida interminable y encima pretendían repetirla. Ya no quedaba nadie en la biblioteca, todos habían regresado ya a sus respectivas salas comunes. La única presente aparte de ellos era la señora Pince. Se giró hacia Krysta, pero parecía igualmente interesada en el juego. Después de todo, ella había sido quién le había hablado de las dotes para le ajedrez de Ron a su tío. Ginny, sin embargo, estaba ya más que aburrida. Pensó en ir a buscar a Ana, quien se había quedado rondando por los pasillos con la idea de darle un buen susto a Jill con no sabía que nueva broma de su invención. Seguramente, a estas alturas ya debía de estar regresando a la sala común. Y hablando de regresar, ¿cómo les iría a Harry y los demás? Se habían ido a las 7: 30, no podían tardar mucho más en volver. ¿O si?
Resignada, se inclinó Hacia Sacch, que reposaba en su regazo y lo acarició suavemente. El animal se estiró zalamero sobre sus piernas. Sacch había cambiado mucho desde que Harry lo obtuviera. Había realizado por fin la muda de pelo y había adquirido un tono azul metalizado precioso. Su piel rosada era ahora de color azulado y su cola mucho más larga. En realidad, todo él estaba mucho más grande. Crookshanks, se aproximó inmediatamente al ver que Sacch acaparaba toda la atención y se frotó contra los pies de Ginny. ¿Por qué demonios se habían ofrecido a cuidar a los animales? Dejó a Sacch en el suelo y levantó al gato, quien se acurrucó encantado. Cansada, Ginny desvió la atención hacia su hermano.
— Bien, Darkwoolf, prepárate para perder... otra vez —dijo Ron con una risilla burlona, cuando cada uno tuvo sus piezas en el lugar correspondiente.
Andrew no respondió. Sonrió más ampliamente todavía y con un gesto, le indicó a Ron que empezara. El niño obedeció, dispuesto a demostrar que podía ganar a su profesor todas las veces que hiciera falta. Alargó la mano y la paseó lentamente por encima de los peones blancos, concentrado en la jugada que podría realizar a continuación. Finalmente pareció decidido por una de las piezas. Bajó la mano y la tocó, y justo en ese mismo momento, un estruendo les llegó desde alguna parte de la biblioteca. Un golpe fuerte y profundo, como si algo de gran peso hubiera golpeado el suelo. Ginny dio un bote en la silla, Krysta y Andrew levantaron la vista del tablero de ajedrez al mismo tiempo, con una expresión idéntica de sorpresa y Ron apartó la mano de su peón blanco, como si este pudiera haber sido el causante del ruido. Las piezas de ajedrez se apiñaron todas en el centro del tablero, mirando a todas direcciones, con las armas en guardia y al parecer asustadas. El eco del golpe todavía retumbaba en las paredes cuando el grupo se recuperó del susto.
— ¿Qué... qué ha...? —tartamudeó Ginny, impresionada.
— No lo sé —contestó Ron de inmediato—. Tal como ha sonado... deberíamos ir a ver, a lo mejor se ha roto algo.
Los demás le dieron la razón, así que, dejando de lado la partida de ajedrez, echó a andar hacia el lugar de procedencia del golpe. Ginny y Krysta lo siguieron, intrigadas, seguidas a su vez por Crookshanks y Sacch. Probablemente no había sido más que una estantería que se había volcado, ¿pero cuántas estanterías de ese tamaño podían volcarse sin más? Caminaron detrás de Ron, hasta que este se detuvo, exactamente delante de la barrera que separaba el resto de la biblioteca de la sección prohibida. Ron se dio la vuelta, al parecer irritado por el impedimento, hasta que vio aparecer por detrás de una esquina a la señora Pince, guiada por Andrew. Krysta se acercó a ellos en cuanto los vio.
— Parece ser que el ruido venía de la sección prohibida —explicó la niña rápidamente.
Andrew miró a su sobrina un momento y después se acercó a la barrera para escudriñar la oscuridad de la sección prohibida. Ron se fijó en que el semblante de Andrew adquiría una expresión extraña, como de preocupación. Sin embargo, no sacó nada en limpio de su examen. La señora Pince también se aproximó a los niños, extrañada.
— Habrá que entrar para mirar —concluyó Andrew—. Puede que algún mueble se haya venido abajo causando desperfectos.
Ron se acercó a Andrew.
— Yo también voy —dijo, decidido.
— Sí, y nosotras —añadió Ginny, hablando por las dos niñas—. Pero, profesor, necesitamos... hum...
Ginny miró la sección prohibida con aprensión.
— Sí, sí, tenéis mi permiso para entrar —dijo Andrew, girándose después hacia la señora Pince—. Supongo que no importará, no es más que para echar un vistazo.
— En absoluto, profesor. Vaya si quiere, le esperaré en mi mesa para que me explique lo ocurrido—respondió la bibliotecaria acercándose a la barrera para abrirla.
Una vez tuvieron el paso libre, el grupo accedió a la sección prohibida. Andrew tomó la delantera, siguiendo el camino por el pasillo que se dirigía hacia el lugar de origen del estruendo, al parecer. Los niños lo seguían, sin esperar nada impresionante. Seguramente no era más que eso, un mueble que se había roto de viejo, pero de todas formas la ocasión era única. Muy rara vez podían tener acceso a aquella sección de la biblioteca los alumnos de su curso. Ron sonrió para sí, pensando en la cara que pondría Hermione cuando le contaran que habían estado en la sección prohibida y habían tenido la oportunidad de curiosear por las estanterías. Krysta parecía estar pensando lo mismo, porque a veces incluso se detenía para examinar algún libro que le llamaba la atención, hasta que Ginny tiraba de ella para que siguiera caminando.
Andrew, por su parte, no se sentía tan optimista. No sabía lo que era, pero de alguna manera le daba la impresión de que allí pasaba algo raro, fuera de lo normal. Se podía decir que estaba en guardia. Caminaba mirando cuidadosamente en todas direcciones, e incluso había tomado la precaución de hacer uso de la magia mental, por si esta le revelaba algo de interés. Por fin, llegaron a una clara bifurcación del camino entre las estanterías. En ese momento, algo muy extraño cruzó por la cabeza de Andrew. Había percibido alguna cosa, una especie de sombra, de sentimiento maligno, de emoción. Sintió un escalofrío y se detuvo, mirando hacia la izquierda. El sentimiento era más potente en aquella dirección. Una clara emoción, mezcla de nerviosismo y malignidad, provenía de aquella parte de la biblioteca. Una emoción que únicamente podía pertenecer a una mente humana. Allí había alguien.
Los niños advirtieron su indecisión y se acercaron a preguntar, pero el profesor los interrumpió.
— Seguid por ahí —les indicó, señalando hacia la derecha—. Yo iré hacia la otra parte y acabaremos antes.
Krysta advirtió que algo había despertado aprensión en su tío. Parecía que alguna cosa le llamaba la atención en el pasillo de la izquierda.
— Tío, ¿quieres que te acompañemos alguno? —preguntó Krysta.
— No, haced lo que os he dicho —replicó Andrew, tajante.
— Pero...
— Déjalo, Krysta, vayamos nosotros por aquí y ya está. Total, ¿qué mas da?
Krysta no pudo replicar, ya que Ron estiró de ella y se la llevó hacia la derecha. Algo le decía que Andrew tenía sus razones para actuar así. Además, ¿qué podía haber de peligroso en la biblioteca de Hogwarts? El grupo se alejó mientras Andrew los observaba. Cuando estuvo seguro de que no le seguirían, se dio la vuelta y siguió la otra dirección.
Había hecho bien en librarse de los estorbos. Fuera quien fuera el que allí se hallaba, no parecía tener intenciones amistosas. Sacó su varita mientras caminaba, guiándose por aquel vago sentimiento, que a cada instante se hacía más intenso. Sonrió, seguro de sí mismo. Ningún ser humano podía esconderse de él, al menos físicamente. La mente era más que suficiente para revelar su paradero. Y estaba cada vez más cerca. No pudo evitar estremecerse. El presentimiento oscuro que le había asaltado hacía un rato era cada vez más intenso. Preveía algo preocupante, pero no podía decir qué. Y el hecho de que alguien se escondiera en la biblioteca despertó todavía más su desconfianza.
Al cabo de un rato, empezó a percibir con más intensidad las emociones que se revelaban de la mente ajena. Debía de estar cerca. Llegó a una nueva bifurcación, siempre caminando en silencio y procurando confundirse con las sombras. Sin embargo, había algo muy extraño en aquel nuevo pasillo. Hacia la izquierda no se veía nada más que oscuridad, pero un tenue y tembloroso resplandor rosado parecía bañar el corredor de la derecha y se volvía más claro conforme éste avanzaba. Aquello sí que era raro. Y de algún modo, también siniestro. Como fuera un alumno el autor de aquella broma, se iba a acordar de él. Sin pensárselo ni un segundo más, siguió el pasillo a su derecha, caminando hacia la fuente del resplandor. No tardó en llegar al final, y lo que vio cuando lo hizo, consiguió que bajara la guardia por completo. Durante un momento, olvidó la magia mental y se quedó observando la misteriosa y sobrecogedora escena que apareció ante sus ojos.
Se hallaba en una sala un poco más amplia, rodeada de estanterías repletas de libros de diversos temas. Justo en la pared de enfrente, una estantería se había volcado, probablemente causando el ruido que antes habían escuchado. Libros, hojas y cuadernos se habían desperdigado por el suelo y el mueble había sufrido también algunos daños, pero lo que realmente provocó el asombro de Andrew fue lo que vio detrás de la estantería. Justo en el hueco que había dejado esta tras de sí al volcarse, en la misma pared de piedra, un óvalo de luz rosada emitía destellos irregulares. Daba la impresión de que la pared se hubiera vuelto de un material gelatinoso que se agitaba y emitía luz. El extraño agujero ovalado o lo que fuera, era poco más grande que un adulto de mediana estatura y, de alguna manera, presentaba un aspecto amenazador.
Andrew se acercó despacio al enigmático óvalo de luz, sin comprender en un principio de qué se trataba. Rodeó la estantería volcada y se acercó a la pared. Examinó cuidadosamente el óvalo durante unos segundos y finalmente alargó la mano para tocarlo. Justo en ese momento, cayó en la cuenta de lo que era y sintió que un sudor frío le corría por la espalda. Detuvo su gesto en el aire y salió de su momentáneo desconcierto. Volvió a su estado de alerta, irguiéndose de repente. Algo se acercaba a él por detrás. Lo percibió apenas un segundo, pero cuando trató de darse la vuelta y descubrir qué era lo que se hallaba a sus espaldas, fue demasiado tarde. Sin que tuviera tiempo de defenderse, algo lo atacó por detrás. Lo que sintió después fue un seco golpe en la nuca y un repentino dolor de cabeza. Después de eso, todo se volvió negro.
Harry sintió que el remolino vertiginoso perdía velocidad y que los colores confusos empezaban a tomar forma. Al cabo de un rato, sintió que caía hecho un guiñapo sobre un suelo algo blando y áspero. También notó cómo la fuerza de la gravedad volvía a afectar a su cuerpo al tiempo que los colores se detenían, ocupando su lugar correspondiente. Sólo había un problema, seguía viendo borroso. Trató de enfocar mejor, pero no lograba distinguir más que manchas y sombras de colores azulados y oscuros. Preocupado, intentó ponerse de pie, pero un peso extraño sobre su cuerpo se lo impidió. No entendía nada, y tampoco le gustaba aquella situación. Iba a empujar de nuevo, cuando una voz conocida se dejó oír cerca de su oído.
— ¡Harry, llevo puestas tus gafas!
Sobresaltado, el niño se dio la vuelta para mirar hacia la voz. La cara borrosa y oscurecida de Hermione se presentó ante su vista. La niña le tendió sus queridas gafas y por fin, el mundo que le rodeaba volvió a la normalidad. Harry tuvo que reprimir una carcajada al ver el estado en que se encontraban.
Se hallaba tendido en el suelo, sobre una alfombra de aspecto caro, medio sepultado por un nudo de manos, pies, piernas y cabezas, que no eran otra cosa que Draco y Hermione. Ambos luchaban por adquirir una postura normal y ponerse de pie. Finalmente, lograron separarse y rodar hacia el suelo, justo al lado de Harry. Hermione bufó.
— ¿Traes así a tu casa a todos tus invitados, Malfoy? —preguntó, malhumorada.
— Desde luego que no, sólo a los invitados de honor —replicó Malfoy, con sorna, al tiempo que se ponía de pie.
Los otros dos lo imitaron. Harry tuvo que hacer un esfuerzo para evitar que las piernas le flaquearan y caer derrumbado al suelo. Todavía le duraba el mareo. Malfoy lo miró, divertido.
— Estómago delicado, ¿eh, Potter? —dijo, con aspecto de estar pasándoselo bomba.
— Cierra el pico —gruñó Harry—. ¿Es esta tu habitación?
Harry paseó la mirada por la amplia estancia. Desde luego, era lo que se había esperado. Una habitación de pijo rico. En una de las paredes, había un armario de madera impecablemente pulida y que tenía aspecto de valer una fortuna. La cama iba por el mismo camino. De madera oscura, con dosel y sábanas de seda. Encantador. En otra de las paredes había una estantería con un surtido impresionante de libros de todas clases, y algunos tenían títulos nada acogedores. La Nimbus 2001 de Draco también se hallaba allí, apoyada cerca de la estantería, con un set de cuidado de escobas bastante completo al lado. Un amplio ventanal se abría en la pared más alejada de la puerta, iluminando la estancia con los colores azulados de la noche. Incluso la alfombra sobre la que Harry se encontraba de pie parecía tremendamente cara.
— Por supuesto —replicó Draco—. Y lamento sinceramente que no puedas quedarte a admirarla, pero tenemos cosas que hacer.
Harry movió la cabeza, pensando que era mejor no replicar, no fuera que alguien los descubriera si empezaba una discusión. Miró su reloj de pulsera para hacerse una idea del momento en el que se hallaban. Las 7:32. Tenían bastante tiempo.
— ¿Seguro que tu madre duerme, Malfoy? —inquirió Hermione, desconfiada.
Draco asintió, mientras Harry se decía que el rubio slytherin no había mentido, después de todo. Aunque bien podía tratarse de una trampa. Mejor no confiarse.
— Bueno, Malfoy, ya que estamos en tu casa, me parece lógico que seas tú el guía de la expedición —comentó Harry—. ¿Por dónde empezamos?
— Por el despacho de mi padre, lógicamente —respondió Draco—. Está en este mismo piso, pero pasamos por delante de la habitación de mis padres, así que más os vale no hacer ruido.
Harry y Hermione asintieron. Poco después, los tres niños salían de la habitación y se internaban en un luminoso pasillo, bañado por la luz de la Luna, que se filtraba por entre una enorme ventana al final del corredor. Por lo poco que pudo observar, Harry se hizo su propia idea del aspecto que presentaba la Mansión Malfoy. Parecía una casa con mucha historia. La madera que cubría el suelo, aunque antigua, conservaba un aspecto señorial. Lo mismo se podía decir de las paredes de piedra, que en su mayor parte se hallaban cubiertas por tapices y cuadros mágicos y misteriosos. Había algunos realmente bonitos. Harry se dio cuenta de que, aunque la mayoría de objetos que adornaban las paredes y los pasillos debían valer un fortunón, estaban colocados con gusto. Sin duda, muchos adornos allí resultaban superfluos, pero la decoración no llegaba a ser recargada ni hortera. Los techos eran altos, a menudo adornados con cúpulas o vidrieras que filtraban la luz de una forma especial. Las puertas que se abrían a ambos lados del pasillo eran todas grandes, de madera y con adornos. Harry tuvo que admitir a regañadientes que en ese aspecto, envidiaba a Malfoy. Desde luego, prefería diez mil veces antes una casa como aquella a la infame y poco original morada de los Dursley. Aunque perteneciera a un mago tenebroso. Eso sí, jamás podría comparar la Mansión Malfoy con La Madriguera de los Weasley. Para él, ése era y sería siempre el modelo de una casa perfecta. Original, acogedora y, sobre todo, mágica.
Al cabo de dar unas cuantas vueltas por los pasillos del piso superior en el más absoluto silencio, Malfoy se detuvo delante de una puerta, que en nada se diferenciaba de las demás. El slytherin palpó su pecho, en busca de algo, y finalmente lo encontró. Extrajo de un bolsillo interior una llave pequeña y negra. La introdujo en la cerradura mágica y tras un leve resplandor azul, la puerta se abrió, dejando paso al grupo.
— Mi padre no sabe que tengo esta llave —dijo Draco una vez entraron—. La copié hace unos años para poder entrar en su despacho. Ni se os ocurra iros de la lengua o mi padre me matará.
Harry no dudó ni un instante de que, efectivamente, así sería. Conociendo a Lucius Malfoy cabía esperar cualquier cosa. De pronto tomó conciencia de lo pintoresco de la situación. Se encontraba en casa de su natural antagonista, en busca de un objeto que podía asegurar la salvación de la sociedad mágica y compartiendo con Draco Malfoy los que seguramente serían sus secretos más celosamente guardados. Aquello de la llave copiada no parecía algo que hubiese contado a nadie, ni siquiera a Crabbe y a Goyle. Hermione parecía estar pensando algo similar.
— Bueno, ya está —dijo Draco—. Ahora será cosa de registrar el despacho, ¿no os parece?
— Sí, claro —replicó Harry echando una mirada a su alrededor—. ¿Por dónde empezamos?
— Mirad vosotros por ahí —Draco hizo un gesto impreciso que parecía ir dirigido hacia una librería que ocupaba absolutamente toda la pared de la izquierda, repleta de enormes volúmenes enciclopédicos y otros cachivaches no identificados... lo que probablemente era un suerte—. Yo me ocupo de su escritorio.
Harry y Hermione obedecieron, dirigiéndose cada uno a una parte de la enorme librería. Harry se acercó al mueble y lo examinó un momento antes de empezar a curiosear. Mientras separaba los enormes libros, tenía la impresión de haber vivido eso antes, hacía meses, en el despacho de cierto profesor de pociones. Costaba creer lo mucho que habían cambiado las cosas desde entonces.
Por su parte, Hermione no estaba acostumbrada a ese tipo de cosas. Parecía tremendamente nerviosa y rebuscaba en la librería girándose a cada momento y sobresaltándose a cada ruido nimio. Harry comprendió que Hermione estuviera nerviosa. Teniendo como escenario el despacho de Lucius Malfoy, no era para menos. Aquella habitación era siniestra y oscura. Bastante más que el resto de la casa. En realidad, no se trataba de una oscuridad física, ya que la ventana que se encontraba detrás del escritorio de Lucius proporcionaba una iluminación más que suficiente. Se trataba más bien de una sombra misteriosa que parecía cubrir el lugar. Quizá se tratara de los cuadros de colores tristes y apagados, algunos representando escenas horripilantes de seres fantásticos y agonías humanas. O quizá de los cachivaches no identificados ya mencionados antes, que tenían un aspecto amenazador. O incluso de los enormes libros repletos de maldiciones y cosas por el estilo. El caso es que tanto Harry como Hermione se sentían incómodos. Y Draco tampoco parecía moverse con soltura en el lugar. Aquella habitación no inspiraba buenos sentimientos.
Durante más de una hora estuvieron dando vueltas y más vueltas por el despacho sin encontrar nada, ni una miserable pista. Sin embargo, Draco no parecía desanimado. Más bien todo lo contrario. Tanto mejor si la piedra no estaba en su casa, después de todo, así podría olvidarse del tema. Harry y Hermione, por su parte, estaban ya más que hartos, pero no dejaron de buscar. Como no tuvieron mucha suerte mirando en los lugares obvios, se decantaron por las soluciones más absurdas. Los ángulos oscuros, el forro de un cajón, las patas del sillón, bajo las tablas del suelo...
Parecía impresionante la cantidad de recovecos inusitados que se podían encontrar en una habitación como esa. Tardaron otra hora más en dejar por terminada la exploración del lugar, cuando creyeron que ya no podía haber ni un solo sitio más donde mirar. Eran ya las 9:37 y seguían igual que al principio. Habían desperdiciado dos preciosas horas en la misma sala. Harry se dejó caer, harto de todo, fulminando a Draco con la mirada.
— ¿Qué quieres que le haga, Potter? —respondió el otro ante el gesto hosco de Harry—. Yo aporté la idea, pero no aseguré que funcionara.
— ¿No se te ocurre ningún sitio más donde mirar? —preguntó Harry, desesperado, negándose a creer que su última esperanza se les viniera abajo.
— Pues claro que se me ocurren, pero no son tan sencillos. La biblioteca es uno de ellos, pero es enorme y no sé si encontraremos algo. El otro es la habitación de mis padres, donde está mi madre durmiendo —explicó Draco, con cierta ironía—. Elige tú, Potter.
Mientras Harry y Draco discutían la solución, Hermione había seguido su registro por el despacho de Lucius Malfoy. Sin prestarles la más mínima atención, se hallaba inclinada sobre una papelera que había debajo de la mesa, registrando su contenido. La puso boca abajo y comenzó a descartar los papeles que no le satisfacían.
— Ninguno me hace gracia —contestó Harry, siguiendo la conversación—. En esa biblioteca podemos perder mucho tiempo útil.
Draco se encogió de hombros.
— Tú mismo. Mi casa es gigantesca y esas son las habitaciones más frecuentadas por mi padre. No puedo imaginar otro lugar más lógico.
Harry meditó un momento.
— ¿Qué me dices de la cámara bajo la sala auxiliar? —propuso al cabo de un momento.
Draco se sobresaltó.
— ¿Cómo sabes tú eso? —exclamó.
— No importa —cortó Harry, impaciente—. Ahora no. Sólo dime si es un lugar en el que podamos mirar.
— No, no lo creo —respondió Draco negando al mismo tiempo con la cabeza—. Hace ya tiempo que el Ministerio registró esa habitación. Mi padre ya no guarda nada de valor ahí.
Harry suspiró, resignado. Si no había más remedio... tendrían que registrar las otras habitaciones propuestas por Malfoy, pero la idea no le hacía ni pizca de gracia. Y ni siquiera había cogido la capa invisible. ¡Qué idiota había sido! Con lo fácil que habría sido traerla... pero ahora ya estaba hecho. Tendría que apañárselas sin ella.
— Está bien, Malfoy, vamos a ver qué se cuece por esa bliotec...
Una súbita exclamación de sorpresa cortó las palabras de Harry. Tanto él como Draco miraron hacia el escritorio de Lucius, debajo del cual, Hermione continuaba arrodillada, con la boca abierta y los ojos dilatados.
— ¡La encontré! —exclamó, excitada—. ¡La he encontrado, sé dónde está, mirad est...ouch!
De la emoción y la sorpresa, Hermione se había levantado sin fijarse y se había golpeado en la cabeza con la mesa de Lucius. Mascullando, dolorida, se apartó del escritorio y se incorporó, tendiendo un papel arrugado y oscurecido hacia los dos niños. Draco Malfoy se lo arrebató y clavó su mirada sobre él, con el ceño fruncido. Era un papel gastado y estropeado, en el cual se podía apreciar una corta escritura, que parecía realizada con cierta prisa. Una de las esquinas del papel aparecía rota y ennegrecida, como si alguien hubiera tenido la intención de quemarlo pero lo hubiera dejado en el último momento, quizá por las prisas. Seguramente esa era la razón por la cual el papel había aparecido doblado y abandonado en la papelera. Sin embargo, lo fundamental era el mensaje que llevaba. Draco se esforzó por leerlo, pero la tinta estaba tan desgastada y corrida en algunos trozos, que simplemente se acercó a Harry para que pudiera leerlo él también. Esto era más o menos lo que decía:
"Todo va bien. El plan "ctnuará" según lo "pvisto". No "hgas" "nda" sin consultar a "Vlmrt" -luego un largo espacio completamente ilegible-...mantén el engaño, LPDT "prmanecrá" en Hogwarts."
Harry se quedó mudo de asombro y miró a Hermione, que tenía una expresión preocupada. Draco apartó su mirada del papel y la dirigió hacia los otros dos. Harry fue el primero en hablar.
— ¿LPDT? —dijo—. ¿Se refiere a La Piedra del Tiempo?
— Sin duda —fue la respuesta de Hermione.
— ¡Pero si es así, según esto la piedra se encuentra en Hogwarts! —exclamó Harry.
— Sí, y es muy probable que nunca saliera de allí —afirmó Hermione—. De alguna manera, quien fuera el que la guardó supo hacerlo de forma que los espíritus no lograran captarla.
Harry se quedó parado por completo. ¿Cómo era posible que no la hubieran encontrado, estando dentro del mismo castillo? Aquella nota debía equivocarse. O la nota o Hermione.
—Así que mi padre mintió —comentó Draco pensativo, sobresaltando a Harry y Hermione que casi se habían olvidado de él—. ¿Con qué fin?
Hermione lo miró un momento, y luego respondió, tomando el papel
—Se marcó un farol —concluyó la niña, después de releer el papel—. Seguramente formaba parte del plan. Tu padre y algunos otros debieron difundir ese falso rumor entre los que conocían la piedra para asegurar la seguridad de la misma. Mira, puede que lo de "...mantén el engaño" se refiera a eso. Si te lo dijo a ti fue probablemente con la idea de introducir el falso rumor también en Hogwarts. ¿No dices que te envió una carta?
— Sí, ¿por qué?
— Porque es muy probable que pensara que, de ese modo, cualquiera podría leerla y difundir la noticia, de modo que llegara a oídos de Dumbledore. Una carta no codificada es poco fiable si lo que se quiere es transmitir una información secreta y de vital importancia como esta. Tu padre trató de jugar con las circunstancias, Malfoy. Sabía que la carta podría acabar fácilmente interceptada y si no, como en este caso, su contenido se filtraría —explicó Hermione, cada vez más segura de que había encontrado la respuesta conforme hablaba.
Draco asintió pero no dijo nada. Permaneció callado y pensativo.
— Pero, una cosa, Hermione, si la piedra ha permanecido en Hogwarts, ¿quién la encontró y se encargó después de custodiarla? —preguntó Harry.
Hermione se concentró, tratando de hallar una respuesta, pero antes de que pudiera contestar, Draco se le adelantó, despertando de sus pensamientos.
— Yo he visto algo antes —dijo, cogiendo el papel de las manos de Hermione—,A ver... sí, aquí , mirad.
Señaló unas letras pequeñas y difíciles de distinguir, al pie del escrito. No decían más que "S.S"
Harry abrió los ojos, impresionado.
— ¡Severus Snape!
Draco y Hermione lo miraron, incrédulos.
— No, no puede ser —dijo la niña—. Severus Snape traicionó a Voldemort hace años, Harry. ¿Por qué iba a ayudarle ahora?
— Yo os diré por qué —replicó Harry, seguro de sus palabras—. La magno imperium. Snape estuvo presente en el ataque, debió sufrir la maldición. Y además, la piedra desapareció justo después de que él y McGonagall salvaran a Krysta de Macnair. ¿No creéis que tiene sentido? Es más, ¿de qué otra manera iba Voldemort a enterarse de todo lo de la piedra? Snape se lo tuvo que contar, pues él lo sabía.
Hermione y Draco se miraron, obviamente compartiendo la opinión de Harry. Tenía sentido.
— ¡Hemos de volver inmediatamente y contarle todo esto a Dumbledore! —saltó Hermione, asustada—. Si lo que hemos descubierto es cierto, Hogwarts corre pelig...
Hermione se interrumpió, al ver que Draco y Harry la miraban, como asustados. Confundida, siguió sus miradas que se posaban sobre el bolsillo de su túnica, para ver cómo un hilillo de humo dorado ascendía hacia el techo desde su interior. Hermione se tranquilizó, en parte.
—Es un mensaje de Ron —aclaró, aliviada.
Sacó la varita de su bolsillo, la cual emitía ése extraño humo dorado. Con rapidez, el humo se fue dispersando a la altura de los ojos de los tres niños y empezó a tomar diversas formas. Al cabo de pocos segundos un mensaje escrito con letras doradas brillaba en el aire, como una aparición fantasmagórica. Harry y Hermione sintieron que se les congelaban las entrañas, al tiempo que Draco entornaba los ojos, con preocupación, al leer estas palabras:
"Ayuda. Hogwarts atacado."
