32. Sombras del pasado

Harry observaba, entristecido, el ir y venir de Krysta de una parte a otra del pasillo, justo delante de la puerta de la enfermería. La niña caminaba cabizbaja, pálida, nerviosa y asustada. Tenía algún que otro cardenal de poca importancia como consecuencia de la batalla recién librada. El propio Harry tenía una herida en el brazo y varios hematomas. Sin embargo, ninguno de los dos estaba grave. Hermione, junto a ellos, era la que mejor se encontraba, pero no se podía decir lo mismo de Ron. Este estaba dentro de la enfermería, reponiéndose del golpe mientras Ginny lo acompañaba. La enfermería estaba llena de gente, la mayoría profesores. A decir verdad, Ron era el único alumno fuertemente herido. Harry y Krysta estaban en lista de espera, pero no les importaba. Krysta ni siquiera parecía haberse dado cuenta de sus propios golpes, tenía la cabeza en otra parte.

— Krysta, deberías calmarte un poco —trató de animarla Hermione.

La otra la miró, angustiada, sin dejar de caminar.

— No puedo... ¡no puedo! Estaba muy grave, la enfermera Pomfrey ha dicho que estaba muy grave. ¿Qué haré si se muere? ¡No puedo calmarme! —se lamentó, más nerviosa incluso que antes.

Harry y Hermione se miraron, preocupados. Era verdad lo que decía Krysta y comprendían que estuviera tan asustada, pero no podían hacer otra cosa más que intentar animarla. Quizá pronto tuvieran noticias nuevas. De momento no tendrían más remedio que esperar.

Durante varios minutos estuvieron allí, de pie en el pasillo, esperando pacientemente a que la puerta de la enfermería se abriera dando paso a la enfermera Pomfrey. Por fin, cuando ya empezaban a impacientarse de verdad, la puerta se abrió y apareció Ron, seguido de Ginny y de la enfermera. Al verlo, a los niños se les iluminó la cara. Hermione corrió hacia él y lo abrazó emocionada, gesto al que Ron respondió con una adormilada sonrisa, pero sin mover un músculo. Estaba como atontado. Harry se acercó también y Krysta lo imitó, tratando de sonreír con toda la alegría de que era capaz en aquellos momentos. La enfermera Pomfrey los miró, severa.

— Nada de escándalos, necesita descansar —sermoneó—. Se ha llevado un golpe muy fuerte en la cabeza y no está como para hacer tonterías. Deberíais acompañarlo a su habitación.

— Yo lo acompaño —se ofrecieron Ginny y Hermione a la vez.

Riéndose, decidieron ir juntas. Después de todo, ellas se encontraban bien y allí estaban de más. Harry y Krysta se quedaron mientras Hermione y Ginny cogían a Ron cada una de un brazo y se lo llevaban por el pasillo, como a un sonámbulo.

Una vez se fueron, Krysta se dirigió a la enfermera.

— ¿Cómo está? —preguntó, anhelante.

Algo se ensombreció en la expresión de la enfermera al contestar.

— Sigue dormido, aunque parece más tranquilo —explicó—. Lo lamento, pero mucho me temo que no puedo hacer nada más. No queda más que esperar a que despierte. He hecho todo lo posible.

Krysta pareció desazonada al oír aquello.

— ¿Puedo verlo? —imploró.

Tras meditarlo un momento, la enfermera le dio permiso. Abrió la puerta y dejó que Krysta pasara. Luego, cerró la puerta de nuevo, quedándose con Harry para no molestar a la niña.

Al entrar, Krysta avanzó lentamente hacia el lecho que estaba justo delante de la puerta. Sobre él, Andrew Darkwoolf descansaba boca arriba, dormido, pálido como un cadáver. Tal y como había dicho la enfermera, Andrew parecía tranquilo, tenía los párpados bajados y respiraba lentamente. Sin embargo, se veía a las claras que no era un sueño natural.

Krysta se acercó, acongojada, dejándose caer sobre la silla que había al lado de la cama. Pasó un largo rato mirándolo, en silencio y sin moverse. Finalmente, se inclinó un poco hacia delante y apoyó la mano en el hombro de Andrew.

— Tío, soy yo —dijo, en voz baja.

No obtuvo respuesta. Volvió a probar otra vez, llamándolo, pero no surtió efecto alguno. Atemorizada le tocó la mano y el frío que sintió al contacto hizo que se le apretara un nudo en la garganta. Rápidamente, se inclinó sobre su pecho y respiró aliviada al oír los latidos de su corazón. Lentos, pero audibles.

— Vamos tío, estás vivo, ¿por qué no te despiertas? —preguntó, desesperada—. Dime qué fue lo que hiciste para quedarte así. ¡Dime por qué no te despiertas!

Exclamó, esta vez mucho más alto. Sacudió al hombre de nuevo, furiosa. Tenía que despertarse, tenía que abrir los ojos. Estaba vivo y no se iba a morir. No iba a permitir que muriese.

Nada pasó. Krysta volvió a derrumbarse sobre la silla. No sabía por qué, pero tenía muchas ganas de llorar. Ella no quería que muriera, no podría soportarlo. No quería quedarse sola otra vez, ya lo había estado durante demasiado tiempo. Largos minutos pasaron sin que nada más se moviera en la sombría habitación. Al cabo de bastante rato, Krysta, con voz ronca, volvió a dirigirse al enfermo.

— Tío, ¿qué voy a hacer si te mueres? —preguntó, con lágrimas en los ojos—. No tengo dónde ir, sé muy poca magia y no quiero… no quiero estar sola.

Desesperada por el silencio insoportable, la niña se levantó y, movida por un impulso repentino, se dejó caer sobre Andrew, enterrando la cabeza en su hombro.

— ¡No puedes hacerme esto! —exclamó, al borde del llanto—. ¿Es que te vas a morir para acabar de estropearlo? ¿Tienes que joderme la vida hasta el último momento?

Una vez más, silencio. Krysta ya lo iba a dar todo por perdido, cuando, estando como estaba, sintió una ligera vibración por debajo de ella. Y un momento después, un sonido extraño se acrecentó junto a su oreja. Tardó un poco en percatarse de que el sonido no era otra cosa que una suave carcajada.

Alarmada, se separó de él y lo miró directamente. Estaba sonriendo, con los labios medio abiertos. Se reía. Lentamente, abrió los ojos y posó la mirada sobre ella, que observaba desconcertada. Andrew tenía los párpados algo abultados, como consecuencia del sueño, y una expresión de cansancio y agotamiento más que evidentes. Pero a pesar de eso, los ojos le chispeaban burlones.

— ¿Tan malo crees que soy? —dijo, sin variar la expresión.

Krysta apenas acertó a contestar.

— E... estas —la expresión se le iluminó de pronto, con una alegría indescriptible—... ¡Estás despierto! Pe... pero... ¿por qué...?

Andrew hizo un considerable esfuerzo para incorporarse levemente y sonreír, con sorna.

— Bueno, he despertado hace un rato. Te estaba oyendo pero encontraba las fuerzas para moverme ni decir nada —Andrew desvió la vista un momento con una expresión que Krysta no supo identificar. Después sus ojos volvieron a cambiar y recuperaron el tizne burlón—. Además, tenía curiosidad por ver lo que hacías.

La niña abrió todavía más los ojos, con una mezcla de alivio, asombro y furia. Finalmente frunció el ceño, colérica, y se apartó de la cama, empezando a dar grandes zancadas por la habitación, descargando a gritos la tensión acumulada.

— ¡Ah! ¡Eres insufrible! —exclamó, sin parar de moverse—. ¡Me has dado un susto de muerte! ¿Por qué tienes que portarte siempre como un cerdo? ¿Es que no puedes ser normal por una vez? ¡Estaba desesperada, parece que no tengas cabeza! ¡Ni consideración! ¡Eres peor que un crío, eres...!

— Perdóname.

— ¡No me interrumpas! ¡Después de todo lo que me has hecho pasar, ahora…! —Krysta se detuvo en seco y se dio la vuelta para mirarlo, extrañada—... ¿eh? ¿Qué has dicho?

Andrew se había incorporado en la cama. Estaba sentado y miraba hacia abajo, sombrío. Ya no sonreía y sus ojos habían recuperado esa melancolía que oscurecía su semblante por completo.

— Perdóname —repitió, aún sin mirarla—. Tienes razón, soy un cerdo.

Krysta había esperado cualquier cosa menos eso. Se quedó mirándolo en silencio sin saber qué contestar. A los pocos segundos, la posibilidad de decir algo perdió completamente su sentido. Ambos se quedaron callados, sin atreverse a mirarse a los ojos.

Pasaron unos segundos hasta que Andrew volvió a hablar.

— Sé que no tengo derecho a pedírtelo. Sé que no deberías siquiera escucharme. Y sé que he sido un miserable, pero aun así… ¿Crees que podrás perdonarme?

Krysta esperó un momento antes de contestar.

— No lo sé —levantó la vista y se encontró con los ojos de Andrew por fin fijos sobre los suyos—. Tendrás que ganártelo.

Andrew sonrió levemente.

—Ya.

—Aunque… —Krysta le devolvió la sonrisa—. De momento te perdono el susto que me acabas de dar.

Andrew rio.

— Es un principio.

Inmediatamente frunció el ceño, cambiando su semblante risueño por otro de honda preocupación.

— Dime, Krysta, ¿qué es lo que ha pasado? ¿Y Voldemort? —preguntó.

— Lo dejaste destrozado —explicó la niña.

— ¿En serio?

— Sí. No pudo ni defenderse cuando Dumbledore y los demás lo atacaron. Casi lo matan, pero por suerte para él, eso es imposible. Se largó con ayuda de un mortífago y los demás huyeron despavoridos. Dumbledore ha capturado un montón, algunos víctimas de la magno imperium, otros servidores ya veteranos de Quién-Tú-Sabes. Cuando se fueron trasladamos inmediatamente a la enfermería a todos los heridos, tú incluido. Ahora mismo hay mortífagos durmiendo en estas camas.

— ¿Y qué opina Dumbledore sobre la huida de Voldemort?

— Bueno, ha dicho que no molestará en mucho tiempo —Krysta sonrió—. En serio, tío, ha perdido un montón de poder, con eso que le hiciste. Más el ataque de los demás... te lo puedes figurar. Y encima han capturado a muchos de los suyos, aparte de la investigación del contrahechizo de la magno imperium. Creo que esta vez hemos ganado.

Andrew se dejó caer con pesadez, tumbándose de nuevo. A pesar del alivio que constituían las palabras de su sobrina, aún le quedaba una duda. Sí, ellos habían ganado, pero, ¿y él?

La voz de Krysta cortó sus pensamientos.

— Oye, tío... ¿qué fue ese hechizo? ¿Qué le hiciste a Voldemort? —preguntó, impaciente por aplacar una curiosidad que le atosigaba desde hacía horas.

Andrew iba a contestar, pero se paró en seco, dándose cuenta de que no lo sabía a ciencia cierta. Por fin se le ocurrió una idea.

— Creo que la hice —respondió más para sí que para ella.

— ¿Qué? Explícate, no te entiendo.

— La segunda defensa del avada kedavra, la más rara e infrecuente —explicó Andrew—. Creo que la hice, sin querer. Me siento muy débil, destrozado, y me duele todo el cuerpo... síntomas bastante claros. Precisamente a principio de curso di una explicación sobre ella en una de mis clases... es extraño.

Krysta observó la expresión ceñuda de su tío, sin ver realmente lo extraño.

— ¿El qué?

— Las circunstancias. Ese tipo de magia sólo se puede ejecutar de forma espontánea, fruto del miedo. Y yo lo hice, por lo que en aquellos momentos debía sentir que la situación era crítica. No me importa admitirlo: estaba muerto de miedo. Miedo por lo que Voldemort estaba a punto de hacer...

Krysta entendió entonces lo extraño del asunto. Entrecerró los ojos y observó muy fijamente a su tío, que de nuevo había fijado la mirada en un punto impreciso de la pared que tenía enfrente. Krysta frunció el ceño, haciendo la pregunta que en esos momentos más la atormentaba.

— ¿Y qué es lo que iba a hacer Voldemort, tío? —preguntó, lentamente—. ¿Iba a destruir mi poder? ¿O mi vida?

Andrew se giró hacia ella, rápidamente. La miró muy fijamente un instante, pero ella no le devolvía la mirada. La tenía dirigida hacia el suelo, con la cabeza un poco ladeada. Parecía no querer oír la respuesta.

— Krysta, mírame —ordenó él, firme pero sin rudeza.

Ella obedeció, algo cohibida.

Andrew se incorporó un poco, y la acercó suavemente obligándola a mirarle directamente a los ojos.

— Dímelo tú —pidió él—. ¿Qué iba a robarme Voldemort, eh?

Krysta observó en el inmenso océano de esos ojos azules, perdiéndose entre muchísimas cosas, ninguna desagradable. Trató de encontrar algún indicio que le hiciera desconfiar y no halló ninguno. Trató de detectar alguna clase de magia mental y no pudo hallar nada parecido. Sólo pura sinceridad. El método más simple, pero el que más extraño se le hacía, viniendo de él. Y una calidez nueva, misteriosa. Sonrió. Por primera vez en mucho tiempo, pudo afirmar que se sentía verdaderamente feliz.

Andrew no tuvo tiempo de reaccionar y, cuando quiso darse cuenta, tenía a su sobrina abrazada fuertemente a él. Le devolvió el gesto como mejor pudo y exhaló un suspiro de alivio. También sonrió. Después de todo, pensó, él también había ganado.

A la alegría de la batalla ganada, se sumó una inesperada captura. Harry apenas se lo podía creer cuando, justo después de dejar la enfermería, apareció Sirius corriendo hacia él y lo llamó para que le acompañara, con un brillo de felicidad en los ojos que intrigó bastante al niño. Sirius se lo llevó a la sala de reuniones, donde, atado a una silla, un mortífago bajito y rechoncho se debatía furiosamente por soltarse. Harry lo reconoció de inmediato, contagiándose de la alegría de Sirius. Era Petter Pettegrew. Dumbledore y Snape, ya conocedores de la verdadera historia desde hacía tiempo, se hallaban junto a él. El director de Hogwarts aseguró que podrían conseguir un juicio justo, impuesto por el Ministerio con el fin de sacar a la luz la inocencia de Sirius y librarle por fin de su condición de fugitivo. Harry no cupo en sí de gozo. Aun tardaría un tiempo, pero aquello significaba la oportunidad definitiva para librarse de los Dursleys. Ojalá todo saliera bien.

Durante la semana siguiente al ataque, Hogwarts fue recuperando su ritmo normal de marcha. Dumbledore envió a Petter al ministerio, dando una explicación de lo ocurrido. Fue un shock para casi todos los integrantes de la comunidad mágica el descubrir que Petter Pettegrew no había muerto realmente. Aunque por el momento, no ocurrió nada de importancia. Sirius se limitó a esperar protegido por el director.

Las víctimas de la magno imperium permanecieron en Hogwarts una vez más. Los avances en el contrahechizo no eran pocos, y parecía que pronto tendrían resultados satisfactorios. Medio Ministerio estaba trabajando en ello, por lo que la esperanza parecía haber revivido. De Voldemort ya no se volvieron a tener noticias, aunque fueron capturados más mortífagos, debido a la investigación que un grupo de aurores llevó a cabo. En este aspecto, Lucius Malfoy tuvo suerte, ya que fue absuelto por falta de pruebas. A pesar de todo, Draco había logrado su objetivo.

El mes de mayo tuvo su final con un corto partido de quidditch, Gryffindor-Hufflepuff, que Gryffindor ganó con enorme ventaja y muy poca dificultad. El evento contribuyó a mejorar el estado de ánimo de todo el colegio, aunque los Hufflepuffs estuvieron un tanto entristecidos por la aparatosa derrota. Las clases, durante esas últimas dos semanas habían estado suspendidas, con el fin de dar tiempo a los alumnos y profesores y que recuperaran el ritmo normal. Pero al comienzo de Junio se reanudaron.

Sin embargo, la alegría de Harry después del partido no duró mucho. Había subido a su habitación en la torre de Gryffindor con el fin de darse una ducha y meterse en la cama un rato. Nada más se duchó y se deslizó entre las suaves sábanas, un picor insoportable lo acometió por todo el cuerpo. Saltó de la cama, rascándose furiosamente, y apartó las sábanas con el fin de descubrir qué demonios estaba pasando allí. Alguien había echado polvos pica-pica en su cama. Furioso, recordó de pronto que no era la primera vez que le pasaba algo parecido. Remotos recuerdos de principio de curso le vinieron a la cabeza. Y el hecho de que la cosa se reanudara no le hizo ni pizca de gracia.

Un rayo de luz de mediodía se filtraba por entre los cortinajes de la ventana de la soleada habitación. En ella, sentado en una silla de aspecto cómodo, un hombre se hallaba enfrascado en la lectura de un libro, justo al lado de una cama de aspecto mullido. El silencio era absoluto, tan sólo roto de vez en cuando por el piar de algún pájaro o las voces de los niños, paseando por el jardín. Mientras el hombre seguía allí, ajeno a lo que sucedía en el pasillo, una persona se acercó a la puerta de la habitación y llamó, tímidamente, golpeando con los nudillos. El hombre le indicó que pasara y el visitante obedeció.

Cuando notó que la puerta se abría, el hombre cerró el libro, levantó la vista, y se halló con asombro frente a una mujer alta, de pelo castaño-rojizo y ojos oscuros, envueltos en una profunda tristeza. Vestía una túnica de viaje y llevaba una precaria maleta que apenas abultaba. Ella habló primero.

— Remus... —no pudo pasar de ahí, por lo que el otro, que efectivamente era Remus Lupin, se puso en pie y se acercó asombrado.

— ¡Julia! —exclamó, con una creciente alegría—. Estas... ¡estás bien! ¿No?

Ella sonrió levemente y asintió con la cabeza. No parecía nada animada por el hecho de haberse curado.

— Venía a despedirme —dijo la mujer, levantando el brazo en el que sostenía la maleta—. He de volver a casa y... poner en orden algunas cosas.

Julia bajó la vista, algo avergonzada. Remus asintió, pero no dijo nada.

— El Ministerio encontró ayer el contrahechizo —explicó la mujer, buscando un medio de alargar la conversación—. Dumbledore nos lo ha suministrado hoy a muchas personas, algunos ya se han ido.

— Me alegro —repuso Remus, con una sonrisa.

Durante un momento ambos callaron. Finalmente, Julia retomó la palabra. Había un tono de profundo dolor en su voz.

— Lo siento mucho, Remus... aquella noche... dije cosas sin querer —se disculpó, azorada.

Remus movió la cabeza.

— No te preocupes, ya sé que no tienes la culpa. Estabas bajo la maldición, ¿no? ¿Qué importancia tiene?

— Sí, pero... me porté muy mal contigo. Nunca debí dejarte por licántropo. Hace mucho de aquello, pero me arrepiento. Soy una idiota... me entró miedo —A Julia le temblaba la voz. Remus sintió que el corazón le dolía de una forma cada vez más insoportable.

— Es normal, no te preocupes —respondió, sin saber muy bien si eso era lo que debía decir.

Julia movió la cabeza. Cada vez le costaba más hablar.

— Mira... será mejor que lo olvidemos. Será lo mejor para los dos, seguir adelante y punto—dijo Julia—. No quiero sufrir más por eso... ¿y tú?

Remus iba a contestar, pero se detuvo. La miró, de arriba abajo. Aquello significaba la separación definitiva. Era duro, pero tenía que aceptar que ella pertenecía al pasado.

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— No, claro —forzó una sonrisa como mejor pudo—. Tienes razón, olvidémoslo.

Julia le devolvió la sonrisa impregnada de tristeza. Luego, se apartó de la puerta, dispuesta a marcharse por fin.

— Me he de ir ya —dijo, como excusándose—. Nos veremos, ¿verdad?

Remus asintió sin estar muy seguro de ello. Ella sonrió de nuevo y se dio la vuelta. Anduvo un par de pasos y se detuvo en seco. Dirigió la vista hacia Remus una vez más.

— Por cierto, Remus... no le digas a Andrew que... me voy. No me siento con ánimos para... para hablar con él. ¿Me harás ése favor? —pidió.

Algo extrañado, Remus se lo aseguró. Claro que no se lo diría, ¿qué podía importarle a él Julia ni nada que tuviera que ver con ella? Le saludó con la mano mientras la mujer, envuelta en un aura de melancolía, se alejaba por el pasillo.

Remus abrió la puerta de la sala de reuniones sin prestar atención a nada de lo que le rodeaba. Cruzó la estancia a largas zancadas, con la vista fijada en el armario que reposaba al fondo de la sala, en la pared de la izquierda. Sacó una larga llave metálica con la cual abrió la puerta y asió con una mano el abultado portafolio repleto de pergaminos que Dumbledore le había encargado guardar. Distraído, lo dejó sobre un estante del armario, junto a otros tantos similares y volvió a cerrar. Su cuerpo en esos momentos, se encargaba de cerrar el armario, pero su mente estaba totalmente absorta, pensando en el suceso que había tenido lugar aquella mañana, en su dormitorio, con Julia. Otra vez sintió pena, pero lo cierto es que no podía parar de pensar en eso.

— Ya se ha despedido de ti, ¿verdad? —una voz a sus espaldas sonó fría, distante, pero pastosa y ronca, como si un terrible cansancio acometiera a su dueño. Remus se dio la vuelta, alarmado.

Lo que vio no pudo menos que asombrarle. Al fondo de la sala, justo en la pared opuesta, Andrew Darkwolf se hallaba sentado detrás de la única mesa de la sala de reuniones. Miraba muy fijamente a Remus, con un brillo en la mirada muy extraño, antinatural, y una expresión desafiante. Pero lo que realmente sorprendió a Remus fue el hecho de observar una botella de whisky recién empezada a su lado y un vaso vacío con el que jugueteaba, por encima de la mesa.

Remus le respondió con desprecio.

— ¿Desde cuando bebes? —preguntó, sin mirarle, dirigiéndose hacia él con la intención de dejar la sala.

— ¿Te sorprende? —preguntó el otro, torciendo una sonrisa bastante desagradable en sus facciones—. Supongo que es normal, en el país de los unicornios y las piruletas de dónde vienes tú la gente, además de ser experta en tocar los cojones, es abstemia.

Remus frunció el ceño y lo miró, deteniendo sus pasos de golpe. Antes de que pudiera replicar nada mínimamente mordaz, Andrew continuó.

— Y de todas formas, no pintas nada aquí —dijo, devolviendo su atención al vaso vacío con el que seguía jugueteando—. Lárgate y no violes mi intimidad.

Remus profirió un bufido de desdén y se acercó al otro, como un padre que tiene que aleccionar a un crío insoportable. Inclinándose sobre la mesa, cogió la botella de whysky.

— Mira, ya estás bastante demente sin esto —dijo, haciendo ademán de llevársela—. Hazle un gran favor a la humanidad y déjalo, ¿quieres?

Levantó la botella, pero la mano rapidísima de Andrew le cogió por la muñeca con tanta fuerza que hasta le hizo daño. Remus se quedó con la mano suspendida en el aire, aún sujetando la botella, mientras Andrew lo agarraba con fuerza. Ambos conectaron miradas, idénticas en lo que a odio se refería.

— Espera, Lupin, espera —dijo Andrew, arrastrando muy lentamente las palabras, frías como el hielo—... antes de que me des una lección que nadie te ha pedido, podrías al menos responder a mi pregunta, ¿o pido demasiado?

Remus entornó los ojos sin contestar, por lo que Andrew continuó.

— Se ha ido, ¿verdad? Se ha despedido de ti —preguntó, con un resentimiento en la voz que el otro no podía comprender.

Remus trató de soltarse, pero Andrew se lo impidió, sujetándolo con más fuerza. Los ojos le brillaban de tal manera que parecía haberse vuelto loco. Remus no quería saber nada de él y, además, no podía responder a esa pregunta. Se lo había prometido a ella.

— Suéltame —ordenó—. ¿A qué se supone que juegas, Darkwoolf?

Andrew frunció el ceño. Parecía realmente furioso. A Remus le entró hasta miedo. No parecía que el otro estuviera muy en sus cabales y lo conocía demasiado bien como para saber que no dudaría en hacer algo desproporcionado si se le cruzaban los cables.

— ¿De verdad quieres saberlo? —replicó Andrew con un odio pronunciado—. Muy bien: el juego se llama "quítale la novia a Darkwoolf".

Remus alzó las cejas, sin entender absolutamente nada.

— ¿Quieres conocer las reglas? —preguntó Andrew con una sonrisa maléfica.

Remus siguió sin contestar.

— Son de lo más simple —siguió Andrew, apretando la muñeca de Remus todavía más—. Consisten en esto: Darkwoolf vive completamente feliz, tiene dinero, un trabajo próspero y una novia a la que quiere de verdad. Ella no es perfecta, ni mucho menos. Es algo infantil, ingenua y desconfiada, pero de alguna manera, perfecta para él.

Remus se olvidó por completo de forcejear para soltarse. Seguía sin entender nada, pero había algo en la voz de Andrew que le llamaba la atención. Un deje de nostalgia camuflado entre la maldad y el odio. Andrew seguía.

— Él la quiere tanto que, a pesar de tener ciertas aspiraciones que chocan frontalmente con la mera idea, está dispuesto a intentarlo y casarse con ella. Pero, ¿sabes? A veces la vida derrocha sentido del humor y juega malas pasadas.

La sonrisa de Andrew se volvió todavía más sombría.

— De repente, un licántropo al que nadie ha invitado, se mete por en medio. Y no sólo amenaza el puesto de trabajo de Darkwoolf sino que además, empieza a follarse a su novia. Pero ya sabes, la cosa no acaba aquí. Darkwoolf se venga y quita de en medio al maldito licántropo convirtiéndose así, no deja de ser gracioso, en el malo de la película. ¿Le encuentras moraleja a todo esto, Lupin?

Remus abrió unos ojos como platos. Empezaba a comprender, pero no podía creerlo. No quería creerlo. Gotas de sudor frío se le empezaron a acumular en la frente y se puso pálido, de puro estupor. La confusión más absoluta se había apoderado de él.

— No... no puede ser. ¿Tú... querías a Julia? —balbució, confundido.

Andrew soltó bruscamente el brazo de Remus y dio un fuerte golpe en la mesa con el puño.

— ¡Joder! ¿Pero es que eres retrasado o te lo haces para molestarme? —exclamó, furioso—. ¡Pues claro que la quería! ¡Era mi maldita novia! Ahora respóndeme: se ha ido, ¿no?

Remus se quedó callado un rato. Bajó la vista, sintiéndose más y más culpable a cada segundo, sin poder evitarlo. No tuvo más remedio que responder. Era justo.

— Sí, se ha ido —dijo, en voz más bien baja, con la vista fija en el suelo—. No quería que te lo dijera. Supongo que tenía miedo de hablar contigo... debía de sentirse muy culpable.

Andrew asintió en silencio. Todo su ánimo parecía haberse evaporado por completo. Apoyó la frente en las manos, desinflándose de una manera que parecía impensable en él. Remus, en silencio, dejó la botella encima de la mesa y se sentó en una silla al lado de Andrew.

— Nunca me lo dijiste —le increpó, como auto excusándose.

Andrew soltó una carcajada sarcástica, sin alzar la vista aún.

— Claro, seguro que eso lo habría solucionado todo. Dime, Lupin, ¿tan buena persona eres que me la habrías devuelto? A veces pareces idiota.

Remus frunció el ceño.

— No tienes derecho a quejarte, Darkwoolf —protestó—. Puede que yo me equivocara, pero tú no actuaste como un pobre desvalido víctima de la injusticia, precisamente. Me la devolviste con intereses.

— Puedo jurar que te habría matado —respondió Andrew, impregnando sus palabras de tanto odio y maldad como pudo—. Si te dejé vivir fue sólo porque Julia jamás me lo habría perdonado.

— Qué considerado —dijo Remus, con una mueca irónica.

Andrew no respondió, por lo que durante un rato, el silencio se adueñó de la estancia. Mientras Remus se perdía en sus pensamientos, Andrew se llenó otro vaso de whysky.

— ¿Por qué te dejó? —preguntó Remus al cabo de un rato, sin poder reprimir su curiosidad.

— Teníamos problemas desde hacía tiempo, yo disto mucho de ser atento y ella me lo echaba en cara siempre que podía. Tampoco pudo perdonarme que me ensañara contigo. Es irónico, ella era la primera que había sido una zorra poniéndome los cuernos. Pero después me dijo que cómo había podido vengarme así, que era un miserable —Andrew hizo una mueca, un gesto que buscaba ser despectivo pero fue más bien sombrío—. Se enamoró de ti porque eres tan penoso como ella, necesitas que estén encima de ti y te hagan sentir necesario. Yo no puedo competir con eso, no soy así.

Remus no respondió. Podría haber rebatido el ácido comentario de mil maneras, pero sabía que no tenía sentido. Andrew sólo estaba dolido, el alcohol había hecho aflorar su parte más vulnerable.

— Y todavía te ama —continuó Andrew, con un resentimiento ahora mucho más evidente.

— No lo creo —ahora era Remus el abatido—. Me pidió que lo olvidáramos.

— A ti por lo menos te habló.

— No dijo gran cosa.

— ¿Intentas consolarme? —se burló Andrew.

— Intento no sentirme culpable.

Andrew esbozó una sonrisa torcida.

— Es un poco tarde para eso.

— Nunca es tarde para nada.

Andrew movió la cabeza, silencioso. De nuevo callaron, aunque no por mucho tiempo.

— ¿Sabes? Yo creo que Julia es una amargada —dijo Andrew al cabo de un momento, bebiendo whysky de nuevo.

Remus rio, aunque tristemente.

— Sólo lo dices porque aún te duele que todo acabara como acabó —dijo, burlón—. Pero tienes razón, no sabe lo que quiere.

— Como si tú lo supieras —replicó Andrew con desdén.

— Pues mira, de momento quiero olvidarme de ella. Aunque me duela —replicó Remus, seguro.

— Buen proyecto de futuro —Andrew le dio un empujón a la botella de whysky, que se deslizó sobre la mesa y fue interceptada por Remus—. ¿Gustas?

— ¿Tan desesperado se me ve? —dijo éste, con una sonrisa—. Pero en fin, no me vendría mal desahogarme un poco.

Sin más dilación, movió la varita e hizo aparecer un vaso, que llenó inmediatamente. Luego le pasó la botella a Andrew, quien se añadió un poco más al escaso whysky que le quedaba.

— Se suele brindar en estos casos, ¿no? —preguntó Remus.

— Eso parece. ¿Por qué brindamos?

Remus meditó un momento.

— Pues... por dos fracasados sin suerte.

Andrew soltó una carcajada y levantó el vaso.

Me encanta, joder —dijo.

Los dos recipientes chocaron en el aire con un suave tintineo y acto seguido, dejaron caer su contenido por las gargantas de los dos enemigos.

Harry, Ron, Hermione y Krysta caminaban por el pasillo para dirigirse a la siguiente clase. Harry no estaba muy animado. El atentado recientemente sufrido contra su cama le ponía de mal humor. Limpiar todos los polvos pica-pica de las sábanas había costado un tiempo considerable. Y aún tenía escozor en algunas partes del cuerpo.

— ¿Qué os toca? —preguntó Krysta, repasando unos apuntes distraídamente.

— Transformaciones, con Flitwick —explicó Hermione—. La profesora McGonagall sigue bastante afectada por lo de la magno imperium... fue impresionante, ¿cómo nos íbamos a imaginar que podía estar bajo los efectos de la maldición? ¡Y todo el tiempo, desde el primer ataque!

— Sí, me costó mucho creerlo al principio. La firma en la nota que encontramos en casa de los Malfoy nos despistó por completo. Como eran dos eses... —dijo Ron.

— Probablemente ése era su fin, engañar —afirmó Hermione.

—Bueno, todo ha sido bastante complicado—respondió Krysta—. Casi no me puedo creer que se haya terminado.

— No creo que se haya acabado —dijo Harry.

— Venga ya, Harry, no seas ceniz...

Ron no pudo terminar la frase. Un escándalo procedente del final del pasillo lo interrumpió. Algunos alumnos se reían a carcajadas, mezcladas a su vez con exclamaciones indignadas y grititos de asombro. No tardaron mucho en descubrir a los causantes del revuelo. A lo lejos, por el pasillo, un grupo de gente se acercaba, y en medio de todo eso, Andrew y Remus caminaban cogidos por los hombros y haciendo eses. Se reían y balbucían incoherencias. No era muy difícil averiguar qué tenía la culpa de esa confusión... sobretodo por la botella de whysky casi vacía que Remus blandía peligrosamente. Harry tuvo miedo de que pudiera acabar estrellada en la cabeza de alguien.

Los niños se acercaron corriendo, no muy seguros de estar despiertos.

— ¡Tío! —exclamó Krysta, en cuanto estuvo cerca—. ¿Se puede saber qué demon...?

Andrew la interrumpió.

— ¡Ah, Krysta! Tienes mala cara, sobrina. ¿Echas un traguito? —preguntó, mezclando los sonidos de tal manera que apenas se le entendía.

La pregunta arrancó las carcajadas de todos los presentes. Ron tenía que sujetarse la tripa, de puro ataque de risa. Krysta se puso roja como un tomate.

— ¿Qué? Es... estás haciendo memeces. ¡No seas ridículo! —protestó, con toda la dignidad que pudo—. ¿No te da vergüenza? ¡Son las once de la mañana y esto es un colegio!

Remus intervino.

—Andy, tu sobrina tiene razón. Estamos dando el escep… espet… eees-p-… táculo —consiguió articular al fin, generando más risas.

— Bah, Remsie, no le hagas caso. Es una abuela de 800 años—luego volvió a dirigirse a Krysta—. ¿No quieres seguro? Venga, que te quitará esa cara de vinagre.

— ¡Que te digo que no! —exclamó Krysta más roja todavía que antes—. Lo que voy a hacer es sacarte de aquí. ¡Estás haciendo el cuadro!

Las carcajadas eran ahora ensordecedoras. Krysta se acercó corriendo a Andrew y lo cogió del brazo, estirando de él.

— ¡Venga, muévete! —ordenó.

Andrew la siguió, dócil, y Remus la imitó. Pero la cosa no podía durar mucho así.

— Eh, Andy, ¿pasamos por el cuarto de Snape? ¡Podríamos tirarle una bomba fétida en los pantalones! —rio Remus.

Andrew coreó sus carcajadas.

— ¡Este tío es un genio! ¡Vamos! —exclamó.

Y soltándose de Krysta echó a correr por el pasillo, seguido de Remus, quien se reía a pleno pulmón. Krysta salió corriendo detrás —"¡eh, volved aquí ahora mismo!"—, desesperada. Harry, Ron y Hermione se quedaron plantados, observando cómo se alejaban, mientras el pelirrojo se secaba las lágrimas de la risa con la manga. Las risas en el pasillo aún continuaron un buen rato después de que se fueran. Cuando ya la gente se empezó a disipar y los ánimos se calmaron, Harry, Ron y Hermione volvieron a reanudar la marcha hacia clase

— A ver, sí, ha sido de lo más gracioso, pero aquí hay algo que no funciona. ¿Desde cuándo Remus y Andrew pasan tiempo juntos? —dijo Hermione, extrañada, a la par que divertida, mientras andaban.

— Sí, ¿y desde cuando se llaman por el nombre de pila? Y usando... ¡agh! ¡Diminutivos! —agregó Ron.

— ¿Desde cuándo son unos borrachos? —concluyó Harry.

Los tres se miraron y soltaron una carcajada. La escena que acababan de presenciar era de lo más surrealista. Cuando se calmó, Harry volvió a hablar.

— Pobre Krysta —dijo divertido—. No sé cuál es peor, si el Andrew sobrio o el Andrew borracho.

— ¿Y qué me dices de Remus? En mi vida me lo habría imaginado así —añadió Hermione—. ¡E iban juntos! ¡Como amigos de toda la vida! ¿Entendéis algo?

— Nada de nada —replicó Ron.

No pudieron seguir hablando del tema, porque en ese momento otra figura apareció corriendo por el pasillo y se colgó del brazo de Harry. El niño se giró, sobresaltado, para encontrarse con una radiante Ana, que le sonreía.

— ¡Harry! ¡Ya lo tengo, ya lo tengo! —exclamó.

Harry la observó sin entender.

— ¡Ana! ¿Qué... qué dices? ¿Qué es lo que tienes?

Ana amplió más su sonrisa.

— ¡Ya sé cómo puedes averiguar la identidad de tu atacante secreto!