34. Ending dance
Harry se quedó helado tras las últimas palabras de Jill. Tanto, que pasó un rato largo antes de que pudiera reaccionar y, cuando lo hizo, fue para asegurarse de que había oído bien.
— ¿T... t... tu primo? —tartamudeó, sorprendido—. ¿Tu primo Cedric has dicho?
Jill se relajó un poco, pero todavía parecía furioso.
— Sí —respondió fríamente—. Murió el año pasado, porque le dejaste tocar ésa maldita copa.
Ron adelantó un paso, indignado. ¿Pero de qué iba el niño aquel?
— Eh, eh, no tan rápido. A ver si piensas antes de hablar, Jill —dijo, molesto—. Harry no tuvo la culpa, no sabía nada... él también estuvo a punto de morir. ¿Qué te crees, que tocó esa copa por gusto?
— Sí, ¡todo el mundo dice lo mismo! —replicó Jill alterándose de nuevo—. Mi familia traga con eso, están todos destrozados, pero no te echan la culpa. Nadie te dice nada, porque eres el gran Harry Potter, el salvador del mundo. ¡Pero eso a mí me da lo mismo! Lo quieras o no, metiste la pata y por culpa de eso mi primo murió. ¡Y ni siquiera te acordabas! Seguías jugando al quidditch como si nada, seguías con tu tonta vida sin siquiera interesarte por todo el daño que había causado la muerte de Cedric... ¡y eso yo no podía soportarlo! ¿Te enteras? Así, que como nadie te decía nada, decidí actuar por mí mismo. ¿Y sabes? ¡No me arrepiento de nada de lo que he hecho! ¡Te lo mereces!
Y sin añadir nada más, echó a andar hacia la puerta, apartando a Harry de un empellón y saliendo de la habitación como una exhalación. Harry lo miró mientras salía pero no hizo nada para detenerlo. Estaba completamente confuso. Había pasado de ser la víctima a ser el asesino. Las palabras de Jill le habían calado hasta muy hondo, aunque no lo manifestó abiertamente. Eso sí, se mantuvo callado y pensativo, mientras Hermione lo miraba preocupada. Ginny apoyó la mano en su hombro y trató de animarlo.
— Venga, Harry, no dejes que te afecte... sólo está dolido por la muerte de su primo, es normal —dijo.
Harry no respondió. En su lugar, Ana se acercó a la pared pintarrajeada y la examinó con interés.
— Tengo que aprender a hacer este hechizo —dijo, impresionada—. Por cierto, ¿cómo creéis que habrá logrado entrar el idiota ése? Es un Slytherin —añadió al cabo de un rato, dándose la vuelta.
Ron se encogió de hombros.
— Habrá escuchado a escondidas las contraseñas o algo, no sé... tú misma dijiste que si eres lo bastante espabilado te puedes colar en las demás casas sin mucha dificultad.
— Ya, es verdad —Ana asintió.
Harry bufó, cansado por las emociones del día y la insulsa conversación. Pero sobretodo por la imperante necesidad de estar solo y pensar que se había apoderado de él. Los demás lo notaron y al cabo de poco tiempo se despidieron de él y bajaron a la sala común. Cuando se encontró solo, Harry se dejó caer en la cama y enterró la cabeza en la almohada. De pronto sentía que toda la euforia acumulada en el partido de quidditch le había abandonado por completo. Aquella iba a ser una noche muy larga. Demasiado larga.
Las semanas de principio de junio fueron muy ajetreadas. Empezaba la temporada de los TIMOS, que a pesar de todos los eventos que recientemente habían atacado al colegio no se suspendieron. Harry había ya acabado con el quidditch, por suerte, y pudo dedicarse plenamente a su trabajo. Hermione no sacaba la cabeza de los libros en todo el día y Ron procuraba tomárselo con calma. Krysta también tenía mucho que estudiar y no solía verlos muy a menudo, solía acompañar a sus amigas de Ravenclaw para repasar los exámenes más próximos. Sin embargo, en los ratos que podían estar juntos, entre exámenes u horas de estudio, los niños la notaron de mucho mejor humor. Parecía que por primera vez en mucho tiempo la suerte le sonreía. Krysta no podía estar más feliz.
A Jill, sin embargo, no lo vieron apenas. Ana ya no volvió a encontrárselo ni a costa de las bromas. Se mantenía aparte, casi siempre cerca de Malfoy, pero silencioso y taciturno. Harry sentía algo bastante desagradable cada vez que lo veía y le entraban ganas de ir a disculparse, pero nunca se decidía a hacerlo. Si Jill quería que se sintiera culpable, sin duda lo había conseguido.
De todas formas, un inesperado anuncio en el tablón de la sala común a mediados de junio, ya a punto de acabar los exámenes, contribuyó a mejorar el humor de todo el mundo. Se anunció que dos días antes de acabar el curso se realizaría un baile de despedida y se anunciaría al ganador de la copa de las casas. Harry supuso que Dumbledore había tomado esa decisión con el fin de descargar la tensión acumulada.
Con la esperanza de que llegara el 28 de junio cuanto antes, los alumnos se enfrentaron a los últimos exámenes y dejaron que las últimas semanas en Hogwarts pasaran lentas pero sin pausa.
Harry se mojó el pelo rápidamente con la vaga intención de colocarlo en su sitio. Con ello no consiguió más que llenarse toda la túnica de gala de agua, porque lo que es su pelo, ni se inmutó. Volvió a ponérsele tieso y todo de punta. Ron, vestido con su túnica azul marino y colocado a su a su espalda, soltó una carcajada.
— No sé ni para qué lo intentas, si siempre te pasa lo mismo —dijo, divertido—. Va, hombre, ¿has acabado ya? Nos estarán esperando abajo.
Harry dio por perdida la batalla con su pelo y se apartó del espejo para acompañar a Ron a la sala común. Bajaron las escaleras, charlando animadamente pero las chicas, contradiciendo la afirmación de Ron, todavía no habían bajado. Ellos se sentaron en un sillón, junto con Seamus y Dean para hablar y matar el tiempo mientras las otras acababan. Tuvieron que esperar bastante hasta que Hermione, seguida de Ginny y Ana, aparecieron en la sala común.
Al verlas, Ron se levantó y se acercó a Hermione, quien, sin duda, sería su pareja en el baile de aquella noche. La chica se había arreglado concienzudamente, pero esta vez no se había alisado el pelo, sino que se lo había dejado suelto y formando moldeados bucles que le enmarcaban la cara. Llevaba una túnica azul claro y se había puesto un colgante. Iba muy discreta, como era Hermione, pero a Ron no podría haberle gustado más. Los dos se saludaron a base de cumplidos avergonzados mientras Ana y Ginny los miraban divertidas. Ginny, por su parte, también se había peinado trabajosamente el cabello, con un complicado recogido por atrás y mechones cayéndole por delante, además se había puesto su túnica de gala verde y los zapatos más elegantes que tenía. En cuanto hubo saludado a todos los presentes, se separó del grupo para ir a buscar a Danny. Ana era la que menos tiempo había perdido con su aseo de las tres. Se había limitado a vestirse de gala, pero por lo demás, seguía llevando la larga coleta cayendo por detrás de la espalda y ningún adorno en especial. Se acercó para hablar con Harry, pero no fue a buscar a su pareja. El chico se preguntó quién sería.
Por fin estuvieron listos y se dispusieron a bajar al Gran Comedor. Todos los gryffindors estaban de muy buen humor aquella noche. Hacía apenas hora y media que habían dejado el comedor, después de cenar, y se había anunciado la victoria de Gryffindor en el campeonato de las casas, aunque por poquísimos puntos sobre Slytherin. Por quinto año consecutivo, Gryffindor era el ganador. Cosa que a los verde y plata no les hacía ni pizca de gracia, claro está. Harry no podía sentirse más feliz mientras caminaba hacia el vestíbulo. No sólo habían "ganado" el campeonato de quidditch y la copa de las casas, sino que Voldemort parecía haberse esfumado realmente. Pensó por un momento si sería posible que hubiera vuelto a quedar medio muerto, como la primera vez que cayó, pero decidió olvidarse del tema y disfrutar de la larga y alegre noche.
Llegaron por fin al Gran Comedor, a cuya entrada se apiñaban profesores y alumnos, que tanto entraban como salían. Cuando ellos entraron, no pudieron evitar quedarse embelesados mirando hacia todos lados. El comedor había sido decorado con estandartes y cortinajes que representaban a todas las casas. Había, además, hadas y duendes brillantes que volaban o saltaban por todas partes, soltando chispas de colores de vez en cuando. La pista de baile había sido preparada como en navidad, colocando mesas pequeñas y redondas alrededor de la misma, pero esta vez no había barra de bebidas, sino los conocidos menús mediante los cuales pedías la que querías y aparecía instantáneamente en tu vaso. Estaba lleno de gente, y algunos ya se habían sentado y conversaban alegremente. La música ya alegraba el ambiente, pero no se veía a ningún grupo tocar, por lo que no supieron de donde provenía. Algunos empezaban a bailar aunque aún con poca seguridad. Sin embargo otros ya estaban pasándoselo en grande, como Dumbledore que zarandeaba a la profesora Sprout en un baile alocado, entre risas y bajo la divertida mirada de otros profesores. El comedor estaba resplandeciente de luz y el cielo estrellado de la noche aparecía en el techo, cubierto por algunas nubes azuladas. Se estaba genial. El grupo echó a andar hacia una mesa, cuando una voz los llamó desde alguna parte.
— ¡Hola!
Se dieron la vuelta y vieron a Krysta, que se les acercaba radiante. Iba vestida con una bonita túnica violeta claro, que combinaba estupendamente con su tono de piel. Llevaba suelta la larga melena rubia y se había puesto el colgante que le regalaron por navidad, además de algunas pulseras.
— Habéis tardado un poco —les recriminó cuando estuvo cerca.
— Culpa de ellas —Ron señaló a Hermione y a Ana.
Krysta se rió.
— Venid, he cogido una mesa con Ginny y Danny que está bastante bien —les invitó, moviendo la mano y echando a andar. Ellos la siguieron.
— ¿Ya han venido? —preguntó Harry.
— Sí, hace un momento —replicó Krysta—. Míralos, ahí están.
Krysta señaló hacia una mesa cercana a la pista de baile, donde una chica pelirroja y un chico alto de pelo castaño estaban sentados y conversaban animadamente. Cuando llegaron y se sentaron a la mesa, Danny pareció cortarse un poco. Todos se saludaron y miraron los menús, pensando en beber algo antes de salir a bailar.
Andrew entraba en el Gran Comedor al mismo tiempo que los niños se sentaban. Caminó junto a la pared un poco, mirando a su alrededor sin saber muy bien para qué había venido. Vio a Krysta sentada con Harry y los demás en una mesa y decidió no molestarla. Tampoco tenía ganas de acercarse a los profesores. Remus y Sirius también estaban y, la verdad, lo último que le apetecía era acercarse a ellos y aguantar sus sarcasmos. Ah, qué idiotez. ¿Se podía saber qué pintaba él en un baile si ni siquiera sabía bailar? Se dejó caer en la pared y resopló, buscando alguna otra cara conocida para mantener al menos una conversación decente con alguien, mientras la música seguía sonando y la gente se empezaba a animar. Pero al no ver a nadie, decidió que daría una última vuelta a la sala y si no encontraba nada que hacer, se iría. Iba a moverse, cuando una voz melosa sonó junto a su oído.
— Cariño, ¿te aburres? Yo puedo solucionar eso.
Andrew palideció antes de girarse porque había reconocido la voz. Se dio la vuelta y apenas acertó a pronunciar el nombre de la persona que estaba de pies junto a él con una sonrisa maliciosa en los labios.
— ¡Maudy! —gritó.
Ella respondió ampliando la flamante sonrisa.
— ¿Me echabas de menos? —preguntó, divertida.
— Tú... pero tú... qué... no... tu, se supone que tú... —Andrew no conseguía que su frase surgiera con un mínimo de sentido.
Maudy rió.
— Te preguntarás sin duda qué estoy haciendo aquí —Andrew iba a decir que le daba francamente igual, pero ella no le dio tiempo porque en seguida siguió hablando—. Bueno, es que no me apetecía mucho acabar en Azkaban, ¿sabes? Así que como Voldemort quedó vencido y Lucius salió huyendo, fingí tener la magno imperium.
Andrew la miró, incrédulo.
— ¿Que tú qué?
— ¿No soy genial, cariño? —replicó ella con una carcajada—. Lo que pasa es que me he aburrido mucho en casa, sin nadie.
Maudy se arrimó más a Andrew, que retrocedió automáticamente.
—...Y he decidido venir a hacerte una visita... ¡qué casualidad que sea día de baile!, ¿no?
Andrew frunció el ceño, fastidiado.
— Pero ¿tú te crees que nací ayer? Sabías que hoy había baile perfectamente —gruñó, apartándose un poco más, ante lo cual Maudy dio un par de pasos hacia él.
— Qué listo eres, cariño. Eres exactamente mi tipo, ¿no te lo había dicho?
— Me suena algo de eso, sí, en cierta tortura de la que me voy olvidando porque la boca ya solo me duele cuando me río —respondió él, irónico—. De todas maneras, eres la amante de Lucius. ¿No te basta con eso?
Maudy hizo un gesto de desdén.
— No se va a enterar, por favor, pensaba que eras más atrevido... además, se lo merece por insultarme aquella noche... oye, ¿no me guardarás rencor por lo de la tortura, no?
Andrew soltó como respuesta un sonido gutural que podía interpretarse de muchas maneras. Maudy, encantada, se le cogió del brazo.
— Venga, no seas muermo, vamos a bailar —pidió.
Andrew miró a su alrededor buscando desesperadamente una salvación. No tardó demasiado en encontrarla, unos cuantos metros más para allá, en la otra punta del comedor. Sonrió maliciosamente mientras una idea tomaba forma en su cabeza. En seguida apartó a Maudy suavemente y le dijo, con amabilidad.
— Escucha Maudy, no es que no quiera pasar una encantadora velada contigo, pero es que hoy estoy muy cansado. Mira, para compensarte, voy a presentarte a un amigo con el que seguro, te llevarás muy bien.
Maudy hizo un mohín de disgusto.
— ¡Pero yo te quiero a ti! —se quejó.
— No dirás lo mismo en cuanto lo veas. ¿No aceptas, seguro? Mira que luego te arrepentirás —Andrew forzaba una sonrisa con toda su buena voluntad, mientras trataba de convencerla
Maudy protestó durante un rato más, pero Andrew se mantuvo inflexible. Al final, y para su alivio, consiguió que aceptara su propuesta.
— Hum, bueno, por probar… ¡pero me debes una cita! —aceptó ella por fin, tras pensarlo un rato.
— Claro, claro —Andrew la cogió de la mano y se la llevó, caminando por entre las mesas—... Cualquier otro día.
"Dentro de doce milenios, aproximadamente" —añadió mentalmente.
Por fin llegaron a la mesa que le interesaba a él. Se colocó detrás de un hombre que estaba sentado de espaldas a ellos y le dio unos golpecitos en el hombro. El aludido se dio la vuelta y miró con curiosidad a Andrew.
— Lupin, quiero presentarte a una amiga —dijo éste, mientras esbozaba una sonrisa perversa en la intimidad de su mente—. Se llama Maudy y le apasiona bailar, ¿verdad Maudy?
Ella miró al que acababa de hablar y luego al confundido Remus. Al mirarlo, una amplia sonrisa apareció en sus facciones. Se acercó contoneándose y habló con exagerada adulación. Andrew lo interpretó como una buena señal.
— Claro, y más si es con alguien como tú, cariño—dijo, dirigiéndose a Remus, que ahora si que no entendía nada.
— Él es Remus Lupin —continuó Andrew—. Y es un bailarín consumado, tendrías que verlo con los tangos, ¡el rey de la pista!
— ¿De verdad? —preguntó Maudy emocionada.
— Oye, Darkwoolf, ¿de qué va esto? Yo no... —trató de protestar Remus mientras Maudy lo cogía del brazo y estiraba para levantarlo.
— Chst, no seas tonto... ¿no querrás ofenderla, no? Te advierto que es muy sensible —le dijo Andrew por lo bajini.
— No, claro, pero yo no...
— ¡Venga! —cortó Andrew con una fuerte exclamación y dándole una palmada en la espalda a Remus—. ¿A qué estáis esperando? ¡Hacéis una pareja excelente!
Remus no tuvo tiempo de contestar porque Maudy se lo llevó a rastras hacia la pista de baile, completamente feliz con la resolución de Andrew. Este suspiró y se alejó bajo la mirada curiosa de Sirius, que sentado a la misma mesa que Remus, lo había visto todo.
Andrew atravesó la sala y fue directo hacia la puerta. Salió y atravesó el vestíbulo en dirección a las escaleras. La música y el tumulto se fueron alejando conforme subía. Gruñó, bastante fastidiado, en cuanto estuvo lejos.
— Mierda de bailes...
Harry se percató de que Krysta buscaba a alguien con la mirada. Ginny y Danny se habían levantado a bailar, pero Ron y Hermione aún no se habían movido del sitio. Mantenían una entretenida conversación pero Krysta se había descolgado un poco de ella. Por eso Harry la observaba.
— Krysta, ¿buscas a alguien? —preguntó, al cabo de un momento.
— Sí, bueno... no veo a mi tío. Quería hablar con él un momento, pero creo que no ha venido.
— Hum, yo tampoco lo he visto —admitió Harry—. ¿Quieres que lo busquemos?
— ¿Eh? No, no es necesario. Ya lo busco yo. Supongo que estará en su habitación o en su despacho —Krysta se puso en pie mientras decía esto—. No tardaré, guárdame la silla, ¿vale?
— Bueno, ¿pero seguro que no quieres que te acompañemos alguno?
— Seguro —Krysta sonrió y levantó la mano mientras echaba a andar—. Hasta luego.
Harry le respondió al saludo y ella caminó hacia la puerta. Dejó la enorme y luminosa sala para integrarse en la penumbra del vestíbulo y subir por las escaleras. Deambuló un rato por los pasillos hasta que encontró la habitación a la que quería llegar. Sonrió al ver que la puerta estaba semiabierta y un rayito de luz azulada se colaba por la rendija. Abrió la puerta silenciosamente y la cerró tras ella, despacio. Se encontró en un dormitorio individual con una cama, una mesita, un par de sillas, cuarto de baño y una enorme puerta acristalada que daba a un pequeño balcón. La puerta acristalada estaba abierta y podía ver a través de ella a un hombre alto cuyo pelo negro se agitaba con el viento, apoyado en la baranda de piedra y mirando hacia el cielo, completamente absorto.
Sin hacer ni un ruido se acercó a él y se colocó a su lado, apoyándose también. Iba a decir algo, pensando que no la había visto, pero él la interrumpió.
— Hola —dijo sin mirarla aún—. ¿Quieres algo en especial?
— No —dijo Krysta algo molesta por la imperturbabilidad de su tío—. Sólo saber por qué no estabas en el baile. Me apetecía hablar un poco contigo.
— Me he cansado del tumulto, eso es todo —replicó él—. ¿De qué querías hablar?
— De... —Krysta miró a su tío, que seguía con la mirada perdida en el vacío, sin prestarle excesiva atención—. Nada, da lo mismo. Creo que te he molestado.
Hizo ademán de irse, decepcionada por no ser capaz de comunicarse abiertamente con él, pero al moverse Andrew la cogió del brazo y la retuvo. Por fin sus miradas se encontraron.
— No me has molestado... sólo estoy algo nervioso. Dime de qué quieres hablar —pidió él, con un tono de voz más amable.
Krysta asintió y volvió a colocarse a su lado, apoyándose de nuevo en la baranda. Tardó bastante rato en encontrar las palabras adecuadas, mientras él la observaba con curiosidad.
— Es que... llevo mucho tiempo dándole vueltas en la cabeza a lo mismo... y me molesta, porque cada vez que me acuerdo me obsesiono con ello y me pongo nerviosa y... —Krysta hizo una pausa para tragar saliva—. Perdona, no creo que una noche como esta sea la apropiada para hablar de esto,¡, pero no he encontrado un momento mejor.
— Krysta, no me molesta en absoluto que hayas venido ahora, pero si quieres que entienda algo de lo que me dices, deberías explicarte un poco mejor —dijo Andrew, sonriendo levemente.
Ella también sonrió, pero nerviosa. Parecía que le costaba sacar el tema.
— Sí, es verdad, no me estoy explicando nada bien, pero es que... no sé si te acordarás de... de una cosa que me prometiste, aunque mentías —Krysta apretaba las manos contra la baranda con mucha fuerza. Andrew frunció el ceño, esperando a que terminara—. E... es que... desde entonces no me la he podido quitar de la cabeza. Me dijiste que... que podríamos volver... a por mis padres.
Krysta miraba al suelo, cohibida. Oyó el suspiro melancólico de su tío junto a ella, pero no se atrevió a mirarle. Pasó un corto período hasta que Andrew volvió a hablar.
— No me vas a creer, pero yo también he pensado en ello —dijo.
La niña levantó la cabeza, sorprendida.
— ¿Sí? ¿En... entonces...? ¿Lo haremos? Siempre he tenido la esperanza de que podíamos hacerlo... lo haremos, ¿verdad? —preguntó, anhelante.
Andrew vio tanta esperanza y tanta nostalgia en los ojos de su sobrina que casi no se atrevió a responder lo que se veía obligado a responder. Se acercó un poco a ella y la cogió por los hombros, inclinándose para poner su mirada a la altura de la de ella.
— Krysta, escúchame bien —dijo, severo—. Yo también quisiera que volvieran a la vida, pero es imposible. Cambiar el pasado de esa manera puede traer repercusiones muy peligrosas en el futuro, y no quiero arriesgarme... además, sería una operación totalmente ilegal. Ése poder que tienes conlleva una gran responsabilidad... supongo que resulta un poco irónico que yo diga esto, pero creo que he aprendido bastantes cosas últimamente.
— ¡Pero ya lo he hecho una vez! ¡Hice que volvieras! ¿Por qué no podemos hacer lo mismo por mis padres? —preguntó Krysta totalmente contrariada y sin entender realmente dónde estaba el problema.
— No es lo mismo. Aquella vez sólo hubo una pequeña diferencia de doce horas, y aún así fue muy arriesgado. Gracias a ello Voldemort descubrió tus poderes. Ahora estamos hablando de cinco años. Es muy peligroso, Krysta... te agradezco mucho lo que hiciste por mí, pero fue una trampa bastante impresionante. Sé que no lo querrás admitir, pero tienes que comprender que los muertos están muertos, y así se tienen que quedar —Andrew trató de ser lo más suave posible, pero sus palabras hirieron a Krysta.
La niña tardó un poco en reaccionar. Se quedó quieta y silenciosa, mientras una lágrima resbalaba desde su ojo por la mejilla izquierda. Permaneció estática y callada unos segundos, hasta que no pudo aguantar más, y la tensión que durante tanto tiempo había acumulado se desbordó, haciendo que se derrumbara sobre Andrew y empezara a llorar desconsoladamente.
Andrew se quedó completamente aturdido al principio, sin saber muy bien qué era lo que tenía que hacer. Krysta se apoyaba en su pecho, llorando. Al cabo de un momento, él reaccionó y le dio unas palmaditas en la espalda. Finalmente, se resignó a abrazarla. La rodeó con sus brazos y la estrechó suavemente contra él. Krysta siguió sollozando, más calmadamente, pero aún desahogando todo lo que le quedaba por desahogar, que no era poco. Andrew trató de animarla.
Oye… sabes que esto no se me da bien. No llores, vamos.
Krysta dio un sonoro sollozo como toda respuesta.
—Venga... ¿por qué lloras? No es para tanto. Vivir conmigo no es tan horrible... y seguro que Atlas estará encantado de verte. ¿Te acuerdas de Atlas? —Krysta jamás se hubiera imaginado que la voz de su tío pudiera llegar a sonar tan cálida y protectora.
Se separó por fin de él, secándose las lágrimas con el dorso de la mano, y sollozando suavemente. Miró a Andrew, asombrada por su actitud, pero algo más tranquila.
— ¿Tu gato? —preguntó con voz ronca.
— El mismo. Te gustaba mucho levantarlo del suelo y hacerle dar volantines sobre el sofá —dijo él, sonriendo divertido.
Consiguió el efecto deseado. Krysta sonrió y dejó escapar una breve risilla, aún limpiándose las lágrimas.
— Pero porque era pequeña... no debe de tener ningunas ganas de verme —dijo, animándose poco a poco—...Me acuerdo de que una vez se chamuscó el pelo de la cola por toquetear tu varita —dijo, riendo de nuevo.
Andrew secundó sus risas.
— Ahora ya no hace esas cosas, está viejo y aburrido —dijo.
— ¿Por qué no lo has traído a Hogwarts? Ya ni me acordaba de él.
— No quise llevármelo, los viajes le sientan mal... además, Windy lo cuida—explicó Andrew, aliviado de que a Krysta se le fuera pasando la llorera.
— ¿Quién es Windy? —preguntó la niña, aún algo nerviosa por los sollozos incontrolados.
— Mi elfina doméstica... me hice con una en cuanto me di cuenta de que era un desastre manteniendo ordenada la casa. Hasta que no vino, mi despacho parecía un cuarto trastero.
Krysta se rió.
— Así que en eso no fingías.
— No —Andrew dirigió la vista al jardín otra vez.
¿Era imaginación de Krysta, o su tío se había ruborizado levemente? Debía de ser un momento histórico.
— Bueno, ¿y a qué ha venido este berrinche, si puede saberse? —preguntó él, cambiando de tema rápidamente.
Krysta tardó un poco en responder. Se acercó otra vez a la baranda y miró hacia el vacío.
— No... no sé... es que... bueno, supongo que en el fondo siempre tuve la esperanza de que volvería a ver a mis padres, pero ahora me he dado cuenta... de que no...—Krysta parecía triste y decaída otra vez.
— Te estás confundiendo Krysta, ¿acaso he dicho yo que no los volveríamos a ver? —preguntó Andrew con un tono enigmático en la voz.
Krysta lo miró confundida. Al ver la cara de desconcierto de su sobrina, Andrew sonrió.
— Pero... pero si acabas de decir que no... —como Andrew seguía sonriendo, Krysta se desorientó del todo.
— Una cosa es resucitar a los muertos y otra muy distinta es ir a hacerles una visita, ¿no? —explicó él, sonriendo más ampliamente.
Krysta lo entendió entonces y se animó repentinamente.
— ¿De verdad? ¿Podemos? ¡Es verdad! ¡Claro que podemos! Con La Piedra del Tiempo, en un momento podríamos estar con ellos. ¡Es una idea genial! ¿Cuándo iremos? —Krysta estaba realmente emocionada, pero Andrew tuvo que cortar su euforia.
— Eh, eh, no tan rápido. Olvídate de La Piedra de Tiempo porque te prohíbo usarla rotundamente. Quiero que aprendas a dominar tu propio poder —dictaminó poniéndose serio.
Krysta lo miró sin entender. Un brillo de desconfianza que no pudo evitar, apareció en sus ojos.
— ¿Por qué? —preguntó.
Andrew suspiró, paciente.
— No tiene nada que ver con lo que estás pensando. Quiero que aprendas a dominarlo porque lo posees y no quiero que desaproveches una oportunidad como esa. No quiero que dependas siempre de La Piedra del Tiempo para utilizar tus capacidades. Y además, ¿no tiene mucha más gracia el premio, si cuesta de conseguir? —Andrew le guiñó un ojo.
Krysta sonrió entonces y volvió a emocionarse.
— Tienes razón. ¡Aprenderé a viajar sola, entonces! Pero ¿me ayudarás, no?
— Claro que sí.
Krysta se sintió entonces más feliz de lo que lo había sido nunca durante cinco largos años. No pudo evitar que un ataque de desbordante gratitud la asaltara de repente y, antes de darse cuenta de lo que hacía, se había colgado del cuello de Andrew con una breve carcajada de felicidad.
— ¡Es perfecto! —exclamó, excitada—. ¡Gracias tío Andy!
Al momento, Krysta notó que Andrew la apartaba, y se asustó un poco al ver la repentina seriedad que había adoptado. Él le puso las manos sobre los hombros y la miró a los ojos, grave.
— Krysta, ¿puedo pedirte un favor? —preguntó.
La niña lo miró, intrigada y algo preocupada.
— Claro —dijo—. ¿El qué?
— Por lo que más quieras —Andrew tenía una expresión de auténtica súplica en la mirada—. No vuelvas a llamarme Tío Andy. Jamás.
Krysta tardó un microsegundo en reaccionar, pero inmediatamente cayó en la cuenta de lo que le había dicho y se echó a reír.
— Hay que ver las tonterías que haces a veces —le replicó divertida al tiempo que le pasaba un brazo por detrás de la espalda y se apoyaba en él—. ¿Sabes? Cuando quieres puedes ser muy divertido.
Andrew le pasó un brazo por los hombros, respondiendo al gesto.
— Eso no es nada nuevo —replicó con claro sarcasmo y algo de disgusto.
Krysta asintió, pero no contestó nada. Pasaron unos segundos de relajado silencio, tras los cuales Krysta retomó la palabra, aunque parecía ahora mucho más seria y algo avergonzada.
— Oye, tío ¿te acuerdas de cuando me pediste perdón, en la enfermería?... pues... yo también quiero pedirte perdón por algo —dijo, mirando hacia el jardín muy fijamente.
Andrew la miró asombrado.
— ¿Por qué?
— Um... por... esto... dejarte encerrado aquella noche en... bueno, ya sabes... estaba muy enfadada y dolida y no pude hacerlo mejor. Lo siento —acabó, nerviosa.
Andrew no contestó. La miró un momento, impasible. Krysta se revolvió incómoda.
— ¿No me vas a perdonar? ¿Sigues enfadado? —tanteó.
Ante esta pregunta, Andrew sonrió un poco.
— No estoy enfadado, pero no me pidas perdón. Yo tengo la culpa de todo lo que ha pasado y lo acepto, así que olvidémoslo.
Krysta asintió sin decir nada. Durante un tiempo permanecieron así, apoyados el uno en el otro, mirando pensativos hacia el lago. Pero al cabo de un rato ella se separó por fin de él y le cogió el brazo, dándole un pequeño estirón.
— Bueno, dejemos ya este tema tan embarazoso, hoy hay que divertirse ¿no crees? Volvamos al baile—propuso, feliz.
Vuelve tú, yo no tengo ganas.
— No seas tonto, ¿te crees que te voy a dejar aquí solo? Es broma, ¿no? —Krysta lo cogió del brazo y estiró de él, que se dejó llevar un poco, pero en dos pasos se volvió a parar, protestando.
— No me apetece nada bajar ahí —se quejó.
— Pero es que no tienes más remedio que bajar, porque no voy a dejar que te quedes aquí —insistió ella, estirando otra vez—. Va, en cuanto te cojas a bailar te olvidarás de todo, seguro.
— Pero es que yo no sé bailar —Andrew se dejó arrastrar hasta llegar casi a la puerta, pero la idea de volver al baile no le hacía la menor gracia, y menos encontrarse con la pareja Lupin-Maudy.
— Bueno, pues eso lo solucionamos en seguida... seguro que encuentro a alguien que te enseña — respondió ella con una risa mientras abría la puerta.
— ¿Que qué? —Andrew no tuvo tiempo de replicar ninguna protesta frente a esta última afirmación, porque antes de que tuviera tiempo de reaccionar, se vio empujado fuera.
Un grupo de jóvenes de séptimo se hallaba conversando de pie, en mitad de la pista, tomando unos refrescos. Ninguno se había animado a bailar por el momento, pero algunas parejas ya parecían algo más dispuestas. Otros se limitaban a pasar el rato, disfrutando de la compañía de sus amigos. En esas estaban, tranquilos y ajenos a nada que fuera más allá de la música y su charla, cuando una chica de las que integraban el grupo notó que alguien le estiraba de la manga. Se dio la vuelta inmediatamente, para encontrarse con una niña de quinto, de largo pelo rubio y burlones ojos miel. La mayor sonrió.
— Hola Krysta, ¿qué tal? —preguntó, al reconocer a su compañera de Ravenclaw. Luego, alzó la vista un poco, para encontrarse con un confundido Andrew Darkwoolf, sujeto fuertemente del brazo por su sobrina—. Hola profesor Darkwoolf —añadió, ampliando la sonrisa aún más.
— Aerin —dijo Krysta, sonriendo con malicia—. Me gustaría pedirte un favor.
— ¿Qué? —preguntó Aerin, sorprendida.
— Mira, mi tío quiere que le enseñes a bailar —dijo, estirando del hombre adulto, que no podía comprender cómo se había metido en aquel atolladero.
— ¿Quiere? —preguntó Aerin, emocionada y echando chispas de ilusión por los ojos dilatados.
— ¿Quiero? —preguntó Andrew, deseando que se lo tragara la tierra.
— ¡Claro! ¡Ya verás cómo te diviertes! —dijo Krysta empujándolo hacia la otra alumna.
— Pero, si yo no... —trató de protestar Andrew.
— Chst, no seas tonto... ¿No querrás ofenderla, verdad? Te advierto de que es muy sensible —le dijo Krysta al oído mientras lo empujaba.
Andrew gruñó fastidiado. ¿De qué le sonaba a él aquella comedia? Aerin lo tomó del brazo, feliz como una cría de párvulos.
— ¡Venga profesor! ¡Todavía tengo que agradecerle aquel diez en el trabajo! —dijo, divertida.
Y sin poder evitarlo, Andrew se vio arrastrado al centro de la pista. Krysta los miró mientras se alejaban, riéndose para sus adentros. Luego echó a caminar hacia la mesa que había dejado hacía tanto tiempo. Cual no fue su sorpresa al ver que se hallaba vacía salvo por un solitario Harry, que miraba hacia el vacío con pintas de aburrido mortal. Krysta se acercó y se apoyó en la mesa, aún sin sentarse.
— ¡Eh, Harry! Ya he vuelto... ¿qué haces aquí solo? —preguntó nada más llegar.
— Uf, nada... es que los demás han salido a dar una vuelta por el jardín con sus parejas y, esto... bueno, yo no he tenido ganas —explicó Harry, ambigüo—. ¿Y qué? ¿Has encontrado a tu tío?
— Sí —replicó la niña, con malicia—. Precisamente...
— ¡Hola!
Krysta se asombró al escuchar el entusiasmado saludo que había cortado sus palabras. Se giró hacia el lugar de donde provenía la voz y se encontró cara a cara con una joven de su clase, de mediana estatura, algo delgada, morena, de ojos marrones y pelo castaño que le caía por debajo de los hombros, recogido en una pinza azul a juego con su túnica. Iba adornada con algunas joyas e incluso se había puesto zapatos de tacón. Sonreía abiertamente y los ojos le chispeaban de alegría. Cogida de su brazo, para tremendo asombro de Harry y haciendo juego con el elaborado atuendo de su pareja, no iba otro más que el propio Draco Malfoy, con un aire petulante, el pelo más engominado que de costumbre y su túnica de terciopelo negro de marca.
— ¡Lara! —respondió Krysta al verla, alucinada—. ¿Qué...?
— ¿Verdad que hacemos buena pareja? —cortó la otra, eufórica—. Nos hemos cansado de tanto bailar y veníamos a descansar un poco... ¿tú no bailas?
— No, no es mi fuerte —admitió Krysta con tranquilidad—. Y tampoco tengo pareja... caray, Lara, qué suerte. Con las ganas que tenías de...
— ¡Eh, calla! —siseó Lara, con una risilla—. ¡Que me pones en evidencia!
Ambas rieron por lo bajini, mientras Draco se dirigía a Harry, tan inflado de orgullo personal que parecía apunto de despegarse del suelo.
— Dime, Potter. ¿Dónde está tu pareja? —preguntó, con una sonrisa torcida.
— Ha ido a por las bebidas —replicó el otro, lacónico.
Draco se encogió de hombros.
— Si tú lo dices...
— ¿Qué quieres decir con eso?
— Pues que debe de tener muy mal sentido de la orientación, porque llevas ahí solo más de veinte minutos.
— El baño está lejos —replicó Harry, sin prestar atención a su molesto antagonista.
— ¿No había ido a por las bebidas? —preguntó Malfoy, ácido.
— Claro.
— Al baño.
— Sí.
— A por las bebidas al baño.
— ¿Qué te pasa? ¿No has oído hablar de las ventajas de beber agua del grifo? —gruñó Harry, asqueado ya de la tonta conversación.
— Ah, perdona, soy algo ignorante en esas cuestiones.
Por suerte, Lara intervino, cortando lo que podía convertirse en una disputa de absurdos continuos.
— Eh, Draco, ¿volvemos a la pista? Están tocando una preciosa —pidió, emocionada.
— Claro, preciosa, lo que tú quieras —replicó el joven rubio, dándose unos aires de marqués que podían sentirse a varios kilómetros de distancia. La pareja echó a andar, pero antes de haberse alejado mucho, Draco se giró hacia Harry y le gritó, burlón:
— Por cierto, Potter, la próxima vez recuérdale a tu pareja que puede pedir las bebidas en el menú, así no se te perderá.
Harry cogió el vaso de zumo de calabaza que Ron había dejado a medio terminar e hizo ademán de ir a tirárselo a la cabeza al petulante slytherin. Por suerte, Krysta intervino, deteniéndole el brazo antes de que el vaso saliera volando.
— ¿Qué haces, Harry? ¿Estás loco? —Harry miró a Krysta algo perdido y a la vez fastidiado—. ¡Es un zumo de calabaza muy bueno!
Harry iba a protestar, pero al entender lo que acababa de oír soltó una carcajada y dejó el vaso en su lugar. Krysta también rió mientras se sentaba a su lado, en la mesa.
— Bueno, dime la verdad, no tienes pareja, ¿no? —dijo la chica, nada más sentarse.
— No —tuvo que admitir Harry, algo avergonzado—. Cho no estaba muy animada, y no he sabido pedírselo a nadie más. Algunas fans me lo pidieron, pero...
Krysta rió una vez más.
— Te entiendo, debe de ser horrible salir con un fan. De todas formas ya ves, estoy igual que tú — dijo Krysta sin parecer alterada en lo más mínimo.
— Sí, no hemos tenido mucha suerte.
Krysta no respondió, porque estaba mirando en ese momento a su tío, que trataba de esquivar a Aerin mientras ella trataba de que se moviera... lo que parecía una tarea más que perdida. Krysta sonrió, divertida por lo ridículo de la historia. Al mirarla, Harry recordó una cosa que desde hacía tiempo quería preguntarle y nunca se había acordado en el momento que tocaba.
— Oye, Krysta. ¿Puedo preguntarte algo quizá fastidioso? —inquirió.
— Claro, da la impresión de que esta es la noche de las preguntas —contestó Krysta, bebiendo zumo tranquilamente.
— Bueno, es que... hay una cosa en todo este asunto trasnstemporal que aún no he conseguido entender. Cuando tú te comunicaste con el pasado inconscientemente, ¿por qué recibí precisamente yo tus mensajes? —preguntó Harry al fin.
— No sé por qué, pero me imaginaba que me saldrías con algo de eso —rió Krysta—. La verdad es que no estoy muy segura. Mi tío también recibió algunos, así que supongo que envié mensajes a aquellos que yo conocía o recordaba de mi tiempo. Como lo hice de forma inconsciente no pude elegir, pero no creo que fuera azar... yo siempre te he admirado, ¿sabes? Te dije la primera vez que nos vimos que quería conocerte.
— Sí, me acuerdo. Supongo que tiene sentido —Harry se sentía un poco incómodo.
— Además, tengo otra teoría. ¿No te has preguntado nunca por qué, entre todas las épocas existentes, siempre aparecías en las mismas? El futuro, tu presente...
— La verdad es que sí.
— Yo creo que es por lo mismo. Tú sólo tienes plena conciencia de tu tiempo, pero al mismo tiempo, recibías mis mensajes, procedentes de otra época. Ello te impactó, y a la hora de viajar por el tiempo, tu mente debió de evocar esas imágenes y mandarte a mi época. Además, sólo podías viajar entre un margen de días concreto, los que yo te permitía. En cuanto a las demás épocas, son demasiado difusas para ti, porque no tienes magia temporal. Por ello tendrías que aprender a usar el poder de la piedra correctamente para viajar a ellas —explicó Krysta—. ¿Qué te parece?
— Que no se me ocurre otra explicación mejor —replicó Harry con una sonrisa—. Pero voy a ser buena persona y voy a dejar que cambies de tema. Ya sé lo que quería saber.
Krysta también sonrió.
— Eso está bien —dijo, levantándose ante el asombrado Harry—. ¿Bailas?
Harry la miró extrañado.
— ¿Y a qué viene eso? —preguntó.
— Jo, Harry, si hasta mi tío está bailando, ¿qué hacemos aquí sentados? —argumentó ella, levantándolo.
— Pensaba que no te apetecía —dijo él, siguiéndola mientras echaba a andar.
— Me he animado —explicó la chica, burlona—. ¡Vamos!
Y dejando de lado cualquier preocupación se fundieron con el resto del colegio, por una enorme pista de baile en el seno de la cual, los problemas parecían pertenecer a otro mundo.
Ana trastabilló por el caminito de tierra que corría por entre los setos del jardín. Hacía poco que había salido, cansada de deambular por la pista sin nada concreto que hacer. Ahora no es que hiciera mucho más, pero por lo menos no era lo mismo. Aquí se respiraba un aire más puro, se podía pensar... unas voces interrumpieron su monólogo interior. Las reconoció de inmediato, por lo que decidió buscarlas. Al girar un recodo se encontró con un nuevo pasillo entre los setos, por el cual una pareja paseaba. El chico, alto y pelirrojo bromeaba con algo, mientras la chica, de rizado pelo castaño se reía feliz. Eran Ron y Hermione. Caminaban alejándose de ella y estaban tan ajenos al mundo exterior que Ana no se atrevió a molestarlos. Se dieron un beso en los labios y luego siguieron su camino, enlazados.
Ana resopló, aburrida, y se dio la vuelta para seguir paseando. No había dado ni dos pasos cuando se tropezó con alguien bruscamente. Se apartó algo aturdida y se encontró con una divertida Ginny que caminaba junto a Danny. Demasiado juntos, para el gusto de la recién llegada.
— ¡Hola! —saludó la pelirroja, efusivamente—. ¿Qué haces por aquí, Ana? ¿Y tú pareja?
— No tengo —replicó la otra, disimulando su fastidio—. Sólo doy un paseo.
— Oh, pues espero que te lo estés pasando bien.
— Sí, muy bien —Ana sonrió.
— Pues nada, nosotros vamos a seguir andando... se está muy bien aquí fuera —dijo Ginny mientras echaba a andar y se despedía de su amiga con un gesto de cabeza.
— Adiós —añadió Danny moviendo la mano.
Ana les devolvió el saludo y siguió su camino, decaída. No anduvo mucho, porque en poco tiempo llegó a una pequeña placita entre los setos, con una fuentecilla de agua clara y saltarina cuyo murmullo resultaba muy agradable. La niña vio un banquito enfrente de la fuente y se sentó, completamente aburrida. Miró hacia la fuente y se perdió en sus pensamientos, absorta. No le gustaba pensar en ello, pero lo cierto era que no se lo estaba pasando tan bien como le gustaría. Qué muermo, ¿por qué todos tenían pareja menos ella? Aquello parecía la noche de las parejitas felices. No había nada peor que aguantar a parejitas felices cuando se estaba sólo y aburrido.
— Joder, vaya asco de noche —murmuró, arrancando una ramita de un seto y jugueteando con ella.
— Eres un poco tonta.
Ana se dio la vuelta, sobresaltada. A su lado, sentada en el banco, se hallaba la persona con la que menos le hubiera gustado encontrarse en esos momentos. No la había oído llegar.
— ¡Jill! —exclamó asombrada. Luego cambió la extrañeza por auténtica furia—. ¿Qué haces tú aquí?
— Lo mismo que tú, creo. Pero yo trato de divertirme y no insultar a los setos como tú, que pareces idiota —replicó él, tranquilamente.
— Yo no estoy insultando a los setos —Ana se cortó a mitad de frase para mirar la ramita que retorcía en la mano—... ¡ah! ¡Lárgate! No estoy de humor para aguantarte. Llevo mucho cabreo encima por tu culpa, ¿vale? Así que mejor te vas, antes de que te parta los morros.
— Vete tú —respondió Jill, sin hacerle el más mínimo caso.
— ¡Yo estaba antes!
— Pues ahora estoy yo.
— ¿No me digas? Te hablo en serio, desaparece. Me están entrando ganas de machacarte por lo que le hiciste a Harry —amenazó Ana.
— Y una mierda —soltó Jill con desdén—. Se lo merecía. Además, Potter no pinta nada en esta conversación. Si estás preocupada por tu novio no lo pagues conmigo.
— ¡Pero serás capullo! Tú tienes toda la culpa de lo que pasó —gritó Ana—. Y no es mi novio, hablas como un celoso cualquiera.
— Sí, es posible.
— ¿Qué? Oye tío, ¿estás en la Luna? Se supone que te tienes que enfadar, y entonces nos pegamos y eso... vamos, que es la tradición —dijo Ana, que no acababa de entender la actitud del otro.
— Pero es que no tengo ganas de enfadarme, prefiero que te enfades tú —repuso Jill.
— Eres imbécil... bah, déjame. Nunca dejarás de ser el mismo pedante lameculos, ¡me pones de los nervios! —Ana estaba ya más que harta y se le había encendido la cara de rabia. Jill siempre conseguía irritarla.
— Eso, eso, estás mucho más guapa cuando te enfadas —se burló Jill.
Ana se giró hacia él, colérica. Se puso todavía más roja y se abalanzó contra el otro.
— ¡Voy a cerrarte la boc...!
No pudo terminar la frase porque los labios de Jill sobre los suyos propios se lo impidieron. Ana se mantuvo estática varios segundos, sin moverse, recibiendo el beso del otro sin hacer el más mínimo movimiento. Mientras sentía el contacto de la boca de Jill sobre la suya, Ana tuvo la impresión de que el tiempo se había detenido y una especie de campana los hubiera rodeado, aislándolos del mundo exterior. Por fin, y tras los cinco segundos más extraños de su vida, se echó hacia atrás y miró a su antagonista, que le sonreía tranquilo. Ana no conseguía asimilar el suceso.
— Pero... pero... ¿por qué has hecho eso? —tartamudeó asustada, con los ojos muy abiertos.
— Porque me gustas —replicó Jill encogiéndose de hombros.
— Pero tú... ¡estás como un cencerro! ¿Cómo se te ocurre...? —Ana se puso roja otra vez, pero ahora de pura vergüenza. Bajó la cabeza y miró al suelo, removiendo la tierra con la ramita que había arrancado hacía un rato—. Eres... jo, eres tonto.
— Bueno, vale, ¿nunca te cansas de insultarme? —bufó Jill—. Acabo de decirte que me gustas.
— Sí, ya, jopé, es que... ¡uf! ¡Eres un idiota! ¡Tú tienes la culpa!
— ¿Y ahora qué he hecho?
— ¡Es que también me gustas!
A Jill se le iluminó la cara.
— ¿De verdad?
Ana lo miró, cortadísima. Asintió con la cabeza, aún jugueteando con la ramita.
—Sí... de verdad.
Jill se puso en pie y amplió su sonrisa, sintiéndose como en la cima del mundo. Se inclinó un poco hacia delante y le tendió una mano a Ana, que no se movió. Se quedó mirando a Jill completamente perdida.
— Eehh... ¿qué? —preguntó extrañada.
— Vamos, muévete. Tenemos que bailar, ¿no? Es que no cooperas nada —protestó Jill.
Ana le cogió la mano y dejó que estirara de ella para levantarla. Lanzó la ramita al otro lado de la placeta, mientras Jill seguía estirando de ella y echaban a andar. Caminaron un momento en silencio, pero al llegar junto a la puerta de entrada, Ana detuvo a su nueva pareja.
— Oye, ya que vamos a bailar juntos... dime, ¿qué tal se te da? —preguntó.
Jill se puso tieso e infló pecho.
— Bua, vaya pregunta... no has visto a nadie que se marque mejor unos pasos, ¡soy el amo! —presumió.
Ana se cruzó de brazos.
— No tienes ni idea, ¿verdad? —preguntó, escéptica.
— Eeeehhh... no —Jill se rascó la cabeza.
Ana no pudo evitar soltar una carcajada. Dio un paso hacia Jill y se le cogió del brazo, perdiendo la timidez.
— Pues tienes que practicar, tronco —se burló—. Vamos para dentro.
— Esa era la idea —se encogió de hombros Jill.
Y juntos, se perdieron en la penumbra del vestíbulo, caminando uno al lado del otro pero por primera vez, sin intercambiar ni un solo insulto en el proceso. Por primera vez en meses, la noche prometía ser larga y feliz... larga y feliz para todos.
