35. Despedida en el tiempo

Harry sintió la calidez de los rayos de Sol sobre sus ojos y los abrió despacio, cayendo en la cuenta de que por fin había despertado. Se revolvió un poco en la cama y luego se desperezó estirando los brazos. Bostezó, para librarse después de las suaves sábanas y así poder incorporarse. Se sentó en el borde de la cama y se frotó los ojos. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de un pequeño detalle: la habitación estaba completamente vacía, salvo por él mismo. Alarmado por la inusitada altura del Sol en la ventana, miró su reloj de pulsera para comprobar, asombrado, que eran las 11:30 de la mañana. Como no tenían clase debían de haberlo dejado dormir.

Fastidiado se levantó rápidamente y empezó a vestirse, apresurado. En cuanto estuvo más o menos listo, dejó la habitación y bajó las escaleras de la torre a toda velocidad, colocándose la túnica debidamente mientras lo hacía y saludando por encima a algunos compañeros de casa al pasar por la sala común como una exhalación. Después, dejó la torre de Gryffindor para correr hacia el vestíbulo y ver si todavía estaba a tiempo de desayunar. No tardó mucho en llegar a las escaleras que daban al vestíbulo. Las bajó a toda prisa, pero antes de llegar al pie, algo detuvo su carrera de golpe. Algo contra lo que había chocado. El impacto hizo que cayera hacia atrás y se quedara sentado en un escalón. Harry alzó la vista para ver contra quién había chocado y se encontró con un molesto Draco Malfoy, acompañado de una risueña Lara.

— Mira por donde vas, Potter. Me has arrugado la túnica —gruñó Draco, estirándose la manga, frío.

Lara se rió y le tendió una mano a Harry para ayudarlo a levantarse.

— No hagas caso a mi novio, es que a veces es un poco idiota —dijo, mientras Harry le cogía la mano y se ponía en pie.

— Ya, ya... es comprensible —Harry se colocó las gafas—. ¿Tu novio?

— ¡Sí! Ya te dije que hacíamos buena pareja... tenemos muchas cosas en común, ¿verdad Draco? —replicó Lara, emocionada.

— Sí, claro... pero vayámonos de una vez. Tengo que buscar a Crabbe y a Goyle, se me han perdido hace un rato

— Jo, ¿pero es que siempre has de ir con esos? Me voy a poner celosa, parecéis novios —se quejó Lara—. Además, son tontos del culo.

— Ahí está la ventaja, preciosa —respondió Draco, con una sonrisa torcida—. Venga, no te quedes ahí.

Harry vio como Draco echaba a andar, seguido de Lara, que parecía bastante malhumorada. Dejó que se alejaran mientras él mismo caminaba hacia el comedor, más que atontado por el hecho de que Draco Malfoy se paseara por la vida con una novia. Sin embargo, antes de llegar a la enorme sala, una voz le llamó desde algún punto del vestíbulo. Harry buscó con la mirada y no tardó en ver a Ron, que le saludaba con la mano. Se hallaba al lado del portón de entrada, junto a Hermione, Krysta y Ana. Harry se acercó rápidamente y, nada más llegar donde ellos estaban, se encaró con Ron.

— ¡Eh! ¿Por qué me has dejado dormir? ¡Ya que te levantabas podías haberme avisado! —protestó el chico.

— Venga ya, tío, estabas como un tronco... no me he atrevido a despertarte. Además, da lo mismo, hoy no tenemos clase —se excusó Ron, encogiéndose de hombros—. Por lo menos has dormido bien, ¿no?

— Sí, desde luego —contestó Harry, un tanto irónico.

— Um... eso me recuerda a un sueño muy raro que he tenido esta noche —comentó Ana, pensativa—. Estábamos Jill y yo en un pueblo que tenía un nombre ridículo... Valdepigs of Hihostiazo, creo que era y montábamos en un burro y plantábamos alcachofas... la verdad, no he entendido nada del sueño, pero ha sido divertido... creo que voy a buscar a Jill para contárselo.

— ¿Burros y alcachofas? Ana, ¿qué clase de trauma tienes? —preguntó Ron, extrañado.

— Espera Ana, si vas a buscar a Jill te acompaño, he de devolver un libro a la biblioteca —dijo Hermione.

— Vale, vamos —aceptó la otra.

— Bueno, pues voy yo también y así me doy un paseo —se apuntó Ron— ¿Venís?

Harry y Krysta negaron con la cabeza. Por su parte, Harry aún tenía que desayunar. Los otros se despidieron asegurando que no tardarían y se fueron hacia las escaleras. Harry se giró hacia su amiga y se percató entonces de un enorme baúl que reposaba a su lado, en el suelo. El niño lo señaló, intrigado.

— ¿Y eso? —preguntó.

Krysta pareció asombrada de la pregunta un momento, pero luego cambió su expresión.

— ¡Oh, es verdad! a ti todavía no te lo había dicho... eso es mi baúl de viaje. Mi tío y yo nos vamos esta tarde, después de comer. Lo he bajado para cargarlo después en la carroza.

Harry la miró sorprendido.

— ¿Os vais? ¿Por qué? Si el tren sale mañana.

— Por mi tío. Tiene asuntos que resolver en el departamento de investigación. Dice que lleva casi un año sin aparecer por allí. Al parecer se ha estado haciendo cargo del departamento desde Hogwarts, pero quiere volver cuanto antes para no ir agobiado —explicó ella—. También quiere ver como está la casa y todo eso.

— Así que finalmente vas a vivir con él.

— Sí... se podría decir que he tenido suerte, después de todo.

— No sabes cuanta —dijo Harry, que sólo de pensar en los Dursleys se le revolvían las tripas—. En fin, es una lástima. Esperaba que nos fuéramos todos juntos.

— Sí, y yo... precisamente por este asunto quería hablar contigo. Antes de irme, quiero decir —dijo Krysta, con un tono que extrañó bastante a Harry.

— ¿Hablar sobre qué? —preguntó.

Krysta se metió la mano en el bolsillo y rebuscó por su interior. En un momento, sacó la mano a la vista y mostró en su palma abierta la piedra verde que tantos quebraderos de cabeza había dado. A Harry no le hizo demasiada gracia verla.

— De esto, quiero que te la quedes tú.

Harry miró a la chica, contrariado.

— ¡Pero si a mí no me sirve para nada! Ya acordamos ese tema una vez —protestó.

— A mí tampoco me sirve ahora. Quiero aprender a usar mi propio poder, y la piedra no me trae más que malos recuerdos. No te pido que la guardes siempre, puedes dársela a otra persona... pero quédatela tú de momento. Eres la persona de más confianza que conozco, Harry.

Harry miró la piedra, dudando. No le apetecía hacerse cargo de algo tan importante, pero también entendía a Krysta. Le costaba demasiado decir que no.

Por fin se resignó. Suspirando, alargó la mano y tomó La Piedra del Tiempo de manos de Krysta. La niña sonrió agradecida.

— Gracias Harry. Sé que tendrás cuidado con ella —dijo.

Harry asintió y se guardó la piedra en un bolsillo. Maldita sea... ¿y ahora qué hacía él con el maldito pedrusco?

Andrew tomó el último libro que quedaba en la vieja estantería para lanzarlo sin fijarse demasiado dentro de su baúl. Cualquiera que hubiera entrado en su despacho en ese momento habría pensado que se había equivocado de puerta. El huracán de trastos que había acompañado a esa habitación durante todo el curso había desaparecido por completo, pasando a formar parte del equipaje del profesor. La sala parecía ahora tremendamente vacía y aburrida, carente de vida. Andrew observó el contenido del baúl que acababa de llenar. Era el último que faltaba por bajar al vestíbulo. Ya no cabía nada más dentro, estaba tan lleno que apenas podía cerrarlo. Tuvo que sentarse encima para conseguir que se cerrara, lo que arrancó las carcajadas de alguien a su espalda. Andrew se levantó y miró hacia atrás sobresaltado. El espíritu de cuarto menguante que había sentado encima del alféizar de su ventana le dedicó una burlona sonrisa. Su hermana, de pie junto a él, miraba a Andrew con curiosidad.

— ¿Siempre tienes que aparecer sin avisar? —gruñó Andrew, al percatarse de la presencia de su peculiar y a veces molesto amigo—. No lo soporto.

— Ya, por eso lo hago —rió el otro—. Estás ridículo, ¿sabes?

— Cierra la boca.

Yala, que había estado observando al hombre durante ese tiempo, intervino en la conversación.

— ¿Se va, señor? —preguntó, tímida como siempre.

Por más que Shizlo se burlara de ella, Yala no se atrevía a tutear a los humanos adultos. La intimidaban demasiado, especialmente Andrew, por ser el jefe de su hermano.

— Sí, dentro de poco. No tengo nada más que hacer aquí —replicó Andrew con indiferencia.

— Pues qué casualidad —Shizlo bajó del alféizar con un salto—. Nosotros veníamos a despedirnos. Tampoco tenemos nada más que hacer aquí.

Andrew dirigió la vista hacia el espíritu y lo miró intensamente, para después sonreír. Se dio cuenta de que esta última frase de Shizlo era a la vez una afirmación, una pregunta y una exigencia. Los espíritus le miraban muy fijamente, esperando una respuesta válida, sin duda alguna.

— Muy bien. Nos veremos en la próxima catástrofe mundial —dijo Andrew, con una sonrisa torcida—. Hasta entonces, ¿para qué quieres todo ése dinero que me has exprimido?

Ambos espíritus sonrieron aliviados. Yala miró a su hermano, que se apresuró a responder.

— Para muchas cosas. El dinero humano es una reliquia valiosa y muy difícil de conseguir entre los nuestros. Todos quieren un poco, por eso ahora seré famoso. Y Yala también — explicó Shizlo, encantado.

Andrew asintió con la cabeza.

— Qué sociedad tan estúpidamente humana tenéis —dijo, irónico.

— No nos insultes —protestó el espíritu.

Andrew sonrió de nuevo y se acercó un poco a los extraños seres que tantas sorpresas le habían desvelado en el último año.

— Bueno, va siendo hora de que os vayáis. Lo estáis deseando —dijo.

— A veces tengo la impresión de que me lees el pensamiento —contestó Shizlo sonriendo también—. Así que... hasta la próxima catástrofe mundial, ¿no?

— Exacto. No os libraréis de mí tan fácilmente.

— Adiós, señor —se despidió Yala.

— Pues nada, ya nos vamos... y, ¡ah!, gran bocazas, no le cuentes a nadie lo que sabes sobre nosotros si quieres seguir vivo —amenazó Shizlo.

— Shizlo, creo que te estás olvidando de cuál es tu posición... yo solía ser el que amenazaba, ¿recuerdas? —dijo Andrew, alzando una ceja.

Shizlo no respondió. Como toda respuesta le dedicó a su "jefe" una sonrisa burlona y se encogió sobre si mismo para convertirse de repente en una luminosa bola de luz verde-azulada. Yala hizo lo mismo, y en cuestión de un segundo ambos habían desaparecido. Los espíritus de cuarto menguante, lacónicos y presurosos como siempre, habían iniciado su viaje hacia una época que nadie podía conocer.

Andrew quedó pensativo un momento, mirando hacia el lugar en que un momento antes estaban los espíritus. Se habían marchado muy rápidamente, probablemente sin despedirse más que de él. Y era casi seguro que no los volverían a ver. Se sorprendió a si mismo pensando que quizá llegara a echar de menos al sarcástico y descreído Shizlo.

Suspiró y movió la cabeza, como apartando esa idea de su mente. Parecía que toda la historia había llegado a su fin definitivamente. Ahora no tenía más que bajar el baúl al vestíbulo, despedirse debidamente de unos cuantos y estaría todo hecho... ah, no, aún le quedaba una cosa por hacer. Tenía que aclarar un asunto con... —hizo una mueca de cansancio— Remus Lupin. Pero qué remedio. Más valía hacerlo cuanto antes, ya que se había obligado a si mismo a hacerlo. Resignado se inclinó sobre el baúl y lo cogió de un asa, para llevarlo abajo. Lo arrastró hasta la puerta y alargó una mano para abrirla. Al hacerlo se quedó de piedra, porque justo detrás de ella se encontraba la persona en la que pensaba hacía apenas un momento. Remus Lupin lo observaba desde el otro lado del umbral, con la mano levantada en actitud de llamar y una expresión de extrañeza más que evidente en el rostro. De la impresión, Andrew soltó el baúl que sostenía, que cayó con estrépito contra el suelo. El sonido hizo que reaccionara por fin.

— ¡Lu...Lupin! —exclamó.

Remus no replicó nada, porque estaba muy ocupado en observar fijamente a Andrew. Parecía que hubiera visto un fantasma, o algo. Andrew trató de sacar adelante la conversación, antes de que el otro pudiera hacer ningún comentario.

— Bueno... no te quedes ahí parado como un idiota y cuéntamelo de una vez.

Remus lo miró sin entender.

— ¿Qué tal con Maudy? —aclaró Andrew, con más que evidente mofa.

Al oír el nombre de la mujer, Remus reaccionó frunciendo el ceño y pareciendo por fin dispuesto a hablar.

— Precisamente venía a preguntarte de dónde habías sacado a ese diablo de mujer —dijo, con reproche.

— Una conocida nada más —Andrew analizó la expresión de molestia de Remus—. ¿Así que no fue bien?

— ¡Oh! Ella se lo pasó de miedo. Al acabar la noche estaba tan cansada que le tuve que dejar mi cama —contó Remus, con cierto fastidio—. Es más, debí caerle genial, porque me pidió salir otra vez.

— Da la impresión de que no te gustó.

— Eh, bueno... no es que no me gustara. A ver si me explico, es lista, guapa, baila mucho mejor que yo... pero es tremendamente infantil y tiene una faceta, um, como te la describiría... es... diabólica.

Andrew soltó una carcajada.

— Queda con ella, es justo lo que necesitas —dijo.

— No estoy muy seguro de eso.

— Tú hazme caso, San Remus —se burló el otro, dándole una palmada en la espalda mientras estiraba una pierna para empujar el baúl fuera de la habitación.

— ¿Qué quieres decir con eso de San? —preguntó Remus, algo mosca, haciéndose a un lado para dejar paso a Andrew y a su baúl.

Andrew se encogió de hombros con una sonrisa, mientras le daba la espalda a Remus para cerrar la puerta. Sacó las llaves de su bolsillo y aseguró la cerradura con ellas. Remus se percató entonces de las extrañas maniobras que el otro estaba llevando a cabo.

— ¿Te vas? —inquirió.

— Sí, asuntos pendientes en el ministerio —respondió Andrew, lacónico, dándose la vuelta otra vez y guardándose las llaves.

— Ah, claro... se me olvidaba que ahora eres el director del departamento de investigación. Debes de tener una agenda muy apretada —dijo Remus, irónico.

Andrew sonrió ante el resentido comentario de Remus.

— Eres más rencoroso de lo que pareces, pero se te van a quitar las ganas de odiarme. Aún me tienes que devolver la jugada que me hiciste con Julia —dijo, divertido, pensando que había llegado la hora de aclarar ése asunto pendiente.

— ¿Y por qué tendría que hacerlo? —preguntó Remus, escéptico.

— Porque desde hoy trabajas en el departamento de investigación —Andrew se agachó mientras decía esto, para coger el asa de su baúl, levantándose después—. Y lo que es bueno para el departamento, es bueno para mí.

Andrew le tendió la mano, sonriendo ante la sorpresa y desconcierto de Remus, que no acertó a reaccionar. Ante la pasajera parálisis del otro, Andrew decidió tomar la iniciativa y le cogió él mismo la mano, para estrechársela y dejar zanjado el asunto.

— Deduzco por tu expresión de estúpido integral que la idea te ha conmovido, así que lo tomaré como un sí —dijo Andrew, con una media sonrisa—. El uno de septiembre a las ocho quiero verte en el departamento de investigación de Londres. Allí aclararemos lo referente a tu puesto de trabajo y otros detalles —puso un tono bastante significativo en esta última palabra—. Ahora tengo que irme.

Andrew soltó la mano de su antiguo enemigo, que seguía sin reaccionar, y cogiendo el baúl dio un par de pasos, pero antes de alejarse demasiado se giró de nuevo para dar una nueva recomendación.

— Ah, y no se te ocurra llegar tarde. No tolero la impuntualidad —avisó, estricto.

— Pero... —intentó articular el sorprendido Remus.

— El uno de septiembre a las ocho. Y saluda a Black de mi parte, si lo ves. No creo que tenga tiempo ni ganas de despedirme.

Dicho esto, dio la conversación por zanjada y echó a andar por fin, dejando atrás a Remus, que seguía con la mano levantada, mirando anonadado como el otro se alejaba. Al cabo de un momento pudo volver por fin al mundo real. Bajó la mano, suspiró y clavó la vista en el suelo, pensativo. No se lo podía creer. ¿Qué mosca le había picado a Darkwoolf? En cuestión de unos cinco minutos, su vida había dado un nuevo giro inesperado... aunque por el momento, parecía que era para bien. Remus puso los brazos en jarras.

Gracias Andrew... —murmuró, hacia el cuello de su camisa.

Harry decidió dejar el Gran Comedor incluso antes de tomar el postre. Hacía ya un buen rato que habían entrado a comer y Krysta todavía se hallaba sentada en su sitio, con sus compañeros de Ravenclaw. Sin embargo, no había visto a Andrew en todo el rato, su sitio en la mesa de profesores había permanecido vacío hasta ahora. Supuso que había entrado a comer antes, y que en cuanto Krysta terminara se marcharían. Fue por eso por lo que decidió salir del comedor inmediatamente. Se despidió momentáneamente de Ron y Hermione y se fue de la enorme sala, para cruzar el vestíbulo en dirección al jardín.

Había tomado una decisión. Una decisión importante y justa, pero esperaba no tener que arrepentirse. Dio una pequeña ojeada al terreno frontal de Hogwarts y no tardó en encontrar, a lo lejos, lo que estaba buscando. Un coche pequeño, del que tiraban dos caballos blancos, estaba aparcado en el caminito terroso que salía de Hogwarts y servía para llegar a Hogsmeade. Un hombre estaba cargando trastos en el vehículo, pero pudo distinguir a otro que caminaba hacia el coche varios metros por delante de él, arrastrando un pesado baúl. No podía decirlo con certeza, pero Harry creyó reconocerlo como Andrew. Al verlo, echó a andar rápidamente para alcanzarlo, jugueteando nervioso con la piedra guardada en su bolsillo. No le costó demasiado alcanzarlo, ya que el otro caminaba bastante despacio debido al peso que tenía que arrastrar. Se acercó a él y le dio un toque en el hombro para que se diera la vuelta. Éste lo hizo, y Harry pudo comprobar que en efecto era Andrew, ¿pero qué llevaba puesto? El niño observó el atuendo del hombre, que consistía en un traje de chaqueta gris claro con brillantes zapatos negros y una camisa también negra. Harry no hizo nada por disimular su asombro.

— ¿Andrew? ¿Qué llevas puesto? —preguntó, extrañado.

Andrew se miró el traje, algo desconcertado.

— ¿Qué pasa? ¿No voy bien? —preguntó a su vez.

— No, si no es eso... vas bien, pero llevas un traje muggle —se explicó Harry.

— ¡Ah! —Andrew sonrió, comprendiendo donde estaba el problema—. Ya, claro, es preciso si quiero pasearme por Londres sin llamar la atención. Menos mal, me habías asustado. Pensaba que me había equivocado en algo —por como dijo esto último, parecía que le hiciera gracia la idea de que él pudiera haberse equivocado.

— Oh, ¿vives en Londres?

— Sí, una bonita ciudad, pero infestada de muggles curiosos. Es fácil que noten algo raro si no vas con cuidado... por supuesto, a mí jamás me han notado nada.

— Por supuesto, por supuesto —replicó Harry.

— En fin, ¿qué querías? Ahora mismo llevo algo de prisa —dijo Andrew cambiándose de mano el pesado baúl.

—Sí, lo sé... perdona que te retenga un poco, pero creo que el asunto te interesará —respondió Harry.

Andrew observó al chico con curiosidad, esperando a que este sacara lo que fuera que rebuscaba dentro de su bolsillo. Por fin, Harry sacó la palma a la luz, mostrando en ella La Piedra del Tiempo. Andrew se mantuvo impasible al verla, por lo que Harry no supo muy bien qué decir.

— Teníamos un trato —empezó, incómodo—. Tú has cumplido con tu parte, y Voldemort ha caído, se podría decir que de momento esto ha terminado. Ya sé que no cumplí mi parte del todo bien, pero al menos quiero cumplir con lo acordado al final, así que coge la piedra. Krysta me la ha devuelto y a mi no me sirve. Es tuya.

Andrew observó a Harry muy intensamente durante unos segundos, y luego fijó la vista sobre la palma de él. Tras un momento de espera, alargó la mano y cogió el mágico objeto. La mantuvo en su palma mientras le daba vueltas con los dedos, jugueteando. Finalmente la levantó un poco y la miró, pensativo.

— ¿Por qué me la das? —inquirió—. ¿Estás seguro de que no me voy a volver loco, te voy a matar por estorbo, luego a someter a mi sobrina, apoderarme de sus poderes, aplastar el ministerio y adueñarme del país?

Harry se quedó muy aturdido tras esta pregunta, formulada con tanta seriedad por parte del otro que no pudo menos que desconcertarle.

— S...sí. Bueno... creo que sí.

Andrew sonrió, ante el nerviosismo del niño.

— Pues estás en lo cierto. Tan en lo cierto que puedes quedártela. Ya no la quiero para nada.

Y tras decir esto, lanzó la piedra al aire despreocupadamente, dejando que Harry la cogiera antes de llegar al suelo. Luego se dio la vuelta y echó a andar de nuevo, dejando por zanjado el asunto. Harry, más asombrado que nunca, lo siguió rápidamente.

— Pero... ¿por qué? —preguntó, colocándose a su lado—. Después de todos los esfuerzos que has hecho para conseguirla, no...

Andrew le cortó con un gesto.

— Después de todas las maldades que he hecho para conseguir su poder —corrigió, con indolencia—. He comprendido que en el fondo no vale la pena.

— No te entiendo —dijo Harry.

— No hay mucho que entender. Simplemente he aprendido algunas cosas. Da igual cuanto te esfuerces por buscar poder, al final nunca lo encuentras de la manera que esperabas y, de todas formas, roba demasiadas cosas. He necesitado algo más de nueve años para llegar a esta conclusión. Ahora tengo algo muy valioso, algo nuevo, y me gusta la sensación. No quiero perderla —explicó el hombre—. Puede que luego me arrepienta, pero de momento he decidido seguir con mi vida normal.

Harry lo miró con los ojos muy abiertos.

— Oye ¿tú eres Andrew? Quiero decir... ¿eres Andrew, no? —preguntó, anonadado.

Andrew esbozó una sonrisa torcida de esas que se le daban tan bien, mientras llegaban junto al coche y dejaba el baúl en el suelo.

— Además, si quiero el poder del tiempo ya está Krysta para prestármelo. Seguro que cuando aprenda a usarlo el departamento de investigación será noticia. Es perfecto. Con un poco de ayuda del Profeta y otro poco de mi cartera, verás que...

Harry puso los brazos en jarras y movió la cabeza, hastiado.

— Sí, eres Andrew. Ya no me cabe la menor duda.

Andrew no respondió. En lugar de ello, se dio la vuelta para dirigirse al cochero y pedirle que le ayudara a cargar el pesado baúl. Harry suspiró, resignado, y se apoyó en la carroza, dejándose caer con languidez al tiempo que lanzaba la piedra arriba y abajo, aburrido. En ése momento se percató de que un grupo de gente se acercaba desde el castillo, siguiendo el camino que momentos antes él recorría con Andrew. No tardó en reconocerlos, eran Ron, Hermione, Krysta, que arrastraba otro baúl, y el mismo Albus Dumbledore. Le llamó la curiosidad, y ya que ahí no estaba haciendo nada, decidió dejar a Andrew con su organización del equipaje y acercarse al grupo de recién llegados. Se guardó la piedra otra vez y echó a correr hacia sus amigos, alcanzándolos en muy poco tiempo. Al llegar, Dumbledore se adelantó a los demás, hablándole primero.

— ¡Harry! Me alegro de verte... precisamente veníamos buscándote. Krysta me ha dicho que ahora guardas tú La Piedra del Tiempo —dijo el director, intrigando bastante al niño.

— Sí —replicó Harry, mirando primero al director y luego a Krysta, que dejó su baúl en el suelo—. ¿Por qué?

— Por un último asunto que hay que solucionar antes de que los Darkwoolf se vayan —Dumbledore miró afectuosamente a Krysta—. Siempre que tú estés de acuerdo, claro.

—Sí, profesor, ya se lo he dicho, me parece bien —respondió la niña, tranquila.

Harry tenía la sensación de estar perdiéndose algo importante.

— ¿Pero de qué estamos hablando? —preguntó.

— De un último viaje en el tiempo, al año 2097, la fecha exacta a la cual tú llegaste en aquel pequeño accidente —explicó Dumbledore, risueño.

— Pero... ¿aquí? ¿Ahora? ¿Por qué? —preguntó Harry de corrido, sin entender la idea.

— Porque es necesario Harry —esta vez fue Hermione la que intervino—. A pesar de que ganamos la batalla y devolvimos el orden al mundo mágico, es casi seguro que Quién-Tú-Sabes sigue vivo, y el profesor Dumbledore cree que aún es poderoso.

— Así es —corroboró el director—. Nuestro ataque final no fue tan fuerte como para despojarle de sus poderes, ni aún con el hechizo de Andrew, que lo dejó a nuestra merced. Por ello el viaje, quiero saber si nuestros actos en este presente han cambiado algo en aquél presente. Nuestro futuro.

Harry asintió, y de pronto comprendió que Dumbledore llevaba razón. Ellos habían luchado para vencer a Voldemort, habían salvado su presente, pero de ahí en adelante podía pasar cualquier cosa. El problema era que tanto el director como el propio Harry, se negaban a creer que todo lo sucedido en esas últimas fechas había caído en balde, sin cambiar nada para el futuro, sin cambiar en nada la historia. La Piedra del Tiempo tuvo que tener repercusiones, al aparecer de pronto en sus vidas y hacer que Krysta volviera, resucitar a Andrew, mover a los espíritus de cuarto menguante... Algo tenía que haber cambiado. Y para eso era el viaje, para comprobarlo.

— Es verdad, no había pensado en ello. Pero tendrá que ser cuanto antes, Andrew está decidido a irse dentro de nada —advirtió Harry.

— Pues que se espere. Esto es más importante —dijo Ron, que nunca había albergado especial simpatía hacia su nuevo profesor de defensa contra las artes oscuras.

Nada más decir esto Ron, y hablando del rey de Roma, Andrew apareció por el sendero que venía desde el coche y se les acercó, colocándose junto a ellos en un momento.

— Lamento interrumpir esta tertulia, pero va siendo hora de irnos —dijo, tranquilo—. Krysta, ¿me das tu baúl? Es el último que queda por cargar.

Krysta se acercó a su tío con el baúl, pero no para dárselo, sino para explicarle la nueva situación.

— Tío, vamos a tener que esperar por lo menos... una hora más. Es por un asunto que ha surgido —dijo, sin explayarse demasiado.

Andrew la miró contrariado y algo molesto. Parecía que iba a protestar algo, pero se fijó en las enigmáticas expresiones de los demás, especialmente en la del director. Se mantuvo quieto un segundo y al fin, resignado, bufó y se agachó para coger el baúl de Krysta.

— Está bien, no me lo expliquéis, no quiero saber nada más de vuestros líos. Krysta, me llevo tu baúl al coche, te esperaré en él, no tardes en exceso —y diciendo esto se dispuso a darse la vuelta para marcharse—. Que os vaya bien.

Dumbledore, sin embargo, no le dejó dar ni un paso, porque lo cogió del brazo y lo retuvo, con fingido enfado.

— ¿Qué os vaya bien? ¿Qué es eso Andrew? Voy a tener que enfadarme muy seriamente contigo ¡Te despides decentemente de todos los profesores y a mi me vienes con un miserable "que os vaya bien"! Vamos, hombre, creo que me merezco algo más, por lo menos dime algo como: "me ha encantado recordar mis viejos años en Hogwarts contigo, viejo chiflado" —se quejó el director.

Andrew no pudo menos que reírse, ante la espontánea ocurrencia del director.

— Tiene razón, señor director, ¿qué clase de infame soy, que se va sin despedirse? Tengo que decir, además, que me ha encantado recordar mis viejos años en Hogwarts contigo, viejo chiflado —Andrew y Dumbledore se estrecharon las manos burlonamente, tras hablar el profesor.

— No creo contar con tu presencia aquí el año que viene, ¿verdad? Como profesor, quiero decir — preguntó Dumbledore.

— No, tengo mi propio trabajo y mis propios asuntos que resolver. Es una lástima, ahora todos seguirán con esa estúpida idea de que el puesto de profesor de defensa contra las artes oscuras está gafado —suspiró Andrew—. Pero no, decididamente yo no soy profesor.

— Pues si te vas definitivamente, también tendrás que despedirte de nosotros —esto último lo dijo Harry, acercándose y tendiéndole la mano a Andrew.

Andrew sonrió y se la estrechó sin dudarlo.

— Sí, claro, ha sido un placer conocer al niño que vivió —replicó, con simpatía.

Harry se asombró. La única vez que Andrew había hecho alusión a su pasado fue en su despacho, cuando trataba de llevárselo a Voldemort hacía tanto tiempo. Desde entonces ya no había hecho ninguna mención al asunto y Harry se alegraba de que Andrew pareciera ignorar ese tema. Ahora resultaba que no lo ignoraba del todo.

Hermione se acercó, bastante más avergonzada que Harry, pero también quería despedirse. Fue ella quien le tendió la mano a Andrew a continuación.

— Adiós prof... Andrew, espero que nos veamos —dijo, y parecía sincera.

Andrew se quedó mirando la mano de Hermione tendida hacia él y soltó una ligera risilla. Hermione se quedó algo confundida al ver que no se la estrechaba, pero al mirar a Andrew vio que tenía un brillo burlón en los ojos.

— ¿Sabes Hermione? Tengo algo para ti desde principio de curso. Creo que lo llevas esperando desde la primera clase —dijo, enigmático.

— ¿El qué? —Hermione lo miró asombrada.

Andrew no respondió, sino que ante la aturdida Hermione, se inclinó un poco hacia delante y le plantó un beso en la mejilla. Cuando se separó de ella, estaba tan roja que podían haberla confundido con un cangrejo escaldado. Harry, Krysta y Dumbledore tuvieron que aguantarse las carcajadas a duras penas para que la pobre Hermione no pasara más vergüenza, pero Ron se había quedado estático.

— Eso —aclaró Andrew, divertido—. Lamento haber suscitado en ti sentimientos tan contradictorios este curso.

Ante este comentario, Hermione enrojeció todavía más, si era posible. Ron no se lo podía creer. Iba a protestar enérgicamente cuando Andrew le dirigió la palabra.

— ¿Tú no me despides, Ron? —preguntó, algo malicioso, sabedor de la molestia del chico.

— Adiós —replicó Ron con un tono de voz que podía haber congelado el Mediterráneo al completo.

— Ya sabes que me ha encantado jugar contigo al ajedrez —dijo Andrew, tendiéndole la mano.

Ron se la estrechó con total desgana, y mientras lo hacía, Andrew se le acercó un poco y le dijo, de forma que sólo él lo oyera:

— Esto por ganarme y no concederme la revancha, ahora estamos iguales, niñato.

Ron se quedó de piedra, mientras Andrew se separaba y le dedicaba una espléndida y torcida sonrisa. Luego, dio por zanjado el asunto de las despedidas y, levantando de nuevo el baúl que había apartado, se dirigió a su sobrina, quien lo había observado todo con más que evidente diversión.

— Bueno Krysta, me voy al coche. Ya sabes, te esperaré ahí... no me hagas esperar más de una hora, si no quieres que muera de aburrimiento —luego les dedicó un último gesto de cabeza a los demás—. Adiós.

Luego se dio la vuelta y echó a andar hacia el coche, cargando con el baúl de Krysta, bastante más ligero que los suyos. Krysta lo miró mientras se alejaba y se le ocurrió de repente una idea. Le molestaba dejarlo esperando al margen de algo tan importante, y además... su mirada y la de Dumbledore se conectaron en el aire, aguantando durante varios segundos, y como si eso hubiera bastado para captar los pensamientos de ambos, el director acabó por asentir levemente con la cabeza. Krysta sonrió feliz, y sin más echó a correr hacia el coche, donde su tío ya guardaba el baúl, dejando sorprendidos a los otros tres niños. No tardó en llegar junto a Andrew y cogérsele del brazo para llamar su atención. Andrew la miró extrañado.

— ¿Qué pasa ahora? —gruñó más que preguntó.

— Nada, es que yo también tengo un regalo para ti —dijo ella, encantada.

— ¿Sí? Vaya, ¿y qué es?

— Un pequeño viaje en el tiempo.

Los ojos de Andrew se iluminaron como harían los de un niño ante un helado enorme de chocolate.

Harry sintió que entre un insoportable hormigueo, su cuerpo se solidificaba y tomaba forma, de pie, sobre la hierba del jardín. Sólo había una pequeña diferencia con respecto a cinco segundos antes: ya no estaban en 2001. Ahora estaban en 2097, si es que Krysta no se había confundido. Harry abrió por fin sus ojos cegados por el resplandor verde que le había rodeado y se encontró en medio de una explanada de hierba verde, con un bosque al fondo y un caminito de tierra que salía no muy lejos de donde ellos estaban y se perdía por detrás de los límites del colegio. El coche de caballos de Andrew y Krysta había desaparecido y esa era la prueba irrefutable de que, estuvieran cuando estuvieran, aquello ya no era su tiempo.

Harry soltó su mano derecha de Ron y la izquierda de Dumbledore, para frotarse furiosamente los brazos doloridos. La mayoría lo imitaron, pero Dumbledore ignoró la sensación y Andrew se quedó mirándose un brazo como embobado.

— ¡Qué sensación tan maravillosa mientras viajábamos! Era como si miles de voltios me penetraran el cuerpo desde los brazos y me lo traspasaran entero —exclamó, emocionado.

— ¿Y qué tiene eso de maravilloso? —bufó Ron, agitando furiosamente las manos—. ¡Me duele todo como si me hubieran dado una paliza!

Harry recordó que para Ron y Hermione aquélla había sido su primera experiencia con viajes en el tiempo, y también para Dumbledore.

— Al final te acostumbras —explicó Krysta—. Ahora os duele más porque hemos viajado muchos de golpe... ha sido un viaje un poco difícil, espero no haberme equivocado.

Luego miró a su tío, que seguía palpándose el cuerpo, completamente embelesado y con aspecto de ser el más feliz del mundo.

— Tío, no sé de qué te asombras, ¡si ya es tu tercer viaje! Las primeras veces no hacías estas tonterías —le recriminó ella, en el fondo encantada de haberlo impresionado.

— Las primeras veces tenía la cabeza en otras cosas, esta vez quería disfrutar del viaje. ¡No recordaba lo espléndido que es! —concluyó, emocionado.

Harry recordó con disgusto que una de esas "otras cosas" que había tenido Andrew en la cabeza la primera vez que viajaron juntos era un plan perfecto para capturarlo y entregarlo a Voldemort. Suerte de aquel viaje, sino probablemente ahora tendría lavado el cerebro.

— Bueno, creo que la mayoría tenemos una idea diferente de lo que es espléndido —comentó Hermione.

Harry decidió dejar de lado la conversación y se dio la vuelta para mirar hacia el castillo y reprimir así una curiosidad que lo atenazaba desde hacía un momento. Casi se le corta la respiración al descubrir un imponente castillo medieval en pie, en el cual parecía reinar actividad, pues de lejos podía ver a algunas personas caminar cerca de él o salir de su interior a intervalos más o menos regulares. Era Hogwarts. Hogwarts... y estaba en pie. Nada de ruinas deprimentes, ni rastro de abandono. Miró al otro extremo del jardín y descubrió también en pie la caseta del guardabosques. Una oleada de júbilo lo asaltó de repente. Notó una mano apoyada en su hombro.

—Así que estas son las famosas ruinas de Hogwarts —dijo una voz risueña a su lado.

Era el director, que sonreía aparentemente feliz con la vista. Harry le devolvió la sonrisa y en ese momento, Krysta se sumó a la alegría de Harry, señalando el castillo en pie. Ron y Hermione tardaron un segundo en comprender donde estaba lo raro, pero después se acordaron de las ruinas y escucharon con atención la detallada explicación de Harry sobre cómo se lo había encontrado todo la última vez que viajara a ese tiempo. Andrew se limitó a observar de lejos sin hacer ningún comentario. Krysta pareció caer en la cuenta de algo en ese momento.

—Pero... ¿y si no estamos en la época correcta? No conviene precipitarse, estoy casi segura de que he acertado, pero si me hubiera equivocado... bueno, ya sabéis, no es tan fácil —trató de explicar.

—Claro, por eso tenemos que ir a Hogsmeade y ver cómo está —afirmó, más que propuso Harry—. Será más rápido que preguntar en el castillo y nos evitaremos dar explicaciones.

— Sí, me parece bien, si estamos realmente en el 2097, eso quiere decir que cambiamos la historia, para bien o para mal —dijo Dumbledore.

— Yo creo que para bien —respondió Ron, optimista.

Así que decididos a comprobar la verdad de una vez, el grupo echó a andar por el conocido caminito de tierra que debía llevarles hasta Hogsmeade. En un cuarto de hora aproximadamente habían llegado hasta la base de la colina tras la cual se hallaba el pueblo mágico llegando desde Hogwarts. La subieron en poco tiempo, llegando Harry el primero a lo alto del todo y asomándose para analizar la vista. Tuvo un repentino acceso de pánico y casi se cayó hacia atrás. Notó que los demás se le acercaban por detrás y exclamó:

— ¡Ah, no! ¡Hogsmeade aún es una ciudad muggle!

Todos se acercaron corriendo para ver si era cierto, y no tardaron en comprobar que, efectivamente, así era. Ante ellos se extendía por todo un valle rodeado de colinas una enorme ciudad con gigantescos edificios de pisos, antenas de televisión y telefónicas, torres de telecomunicaciones, manzanas de casas unifamiliares a las afueras... una ciudad muggle al fin y al cabo, y una grande. Ron, Hermione, Dumbledore y Andrew observaron extasiados la sobrecogedora vista pero Krysta no se sorprendió demasiado, más bien parecía desanimada. ¡Qué miedo había pasado en esa ciudad, escapando de Roger Daniels durante días! Se conocía aquel sector de memoria: allí estaba la oficina de correos, allí el piano-bar, siguiendo aquella avenida se llegaba al museo mágico... ¡un momento, el museo!, ¿dónde estaba?

— ¡Harry! ¡No es la misma ciudad! —exclamó la niña, alborozada—. No sé si será la misma época, pero desde luego no es la misma ciudad.

Todos la miraron extrañados.

— ¡Lo digo en serio! Mirad, allí, en aquella plaza, tendría que estar el museo mágico, el más grande de Gran Bretaña, todo blanco, ¡como para no verlo! Y a la entrada de la ciudad hay una serie de edificios que no recuerdo... igual que en la avenida principal. ¡Y fíjate en el cartel de bienvenida, Harry!

Harry lo hizo. Ponia: bienvenidos a Hogsmeade. Pero faltaba algo, y él lo recordaba muy bien. Faltaba la alusión a la sede del departamento antimagia. No supo interpretarlo como una buena o una mala señal, pero desde luego, la afirmación de Krysta le había bastado para darse cuenta de que esa ciudad no era la Hogsmeade del futuro que recordaba.

— Es verdad, algo ha cambiado en esta ciudad —corroboró Harry.

Dumbledore cruzó miradas con todos los demás, que no sabían qué conclusión sacar. Finalmente llegaron a una resolución inevitable. Bajar y comprobar qué había pasado durante aquel siglo. Todos juntos emprendieron la bajada de la colina a buen paso, pero aún tardaron un rato en llegar a la entrada de la ciudad.

A la entrada llegaba una amplia autopista, que se internaba hacia la ciudad dividiéndose en numerosas y amplias calles y siguiendo luego hacia delante, formando la avenida principal de Hogsmeade. Mientras caminaban al borde de la autopista, por la acera de los peatones, pasaron por delante de varios parques y arboledas, pero los edificios propiamente dichos no comenzaban hasta llegar a la primera división de la autopista, en el centro de la cual se hallaba una grande y acogedora plaza de baldosas, con muchos árboles alrededor y banquitos para sentarse, además de un monumento en el centro. No prestaron mucha atención a la plaza, porque sus ojos se desviaron inmediatamente hacia un edificio no demasiado grande pero sí muy llamativo por su diseño futurista, colocado a la derecha de la plaza. Hermione leyó el rótulo que resplandecía sobre la puerta de cristal, con gran asombro.

— "Oficina de turismo de Hogsmeade. Información: magos y no-magos"

Hermione volvió a fijar la vista sobre sus confundidos acompañantes.

— ¿Qué quiere decir? —preguntó Ron más para si mismo que para los demás.

El director se mesó la barba.

— Um... no estoy seguro. En momentos como este, lo mejor es echar mano de una antigua filosofía, utilizada por los más grandes sabios de la historia para acumular conocimiento—recitó Dumbledore, sombrío.

— ¿Y en qué consiste? —preguntó Harry.

— Simple: entrar y preguntar —concluyó Dumbledore, con ojos risueños—. ¡Vamos!

El viejo y sorprendente director echó a andar con paso decidido hacia la puerta del edificio, seguido por todos los demás. Al acercarse a la puerta, esta se abrió hacia los lados automáticamente. Dumbledore entró mirando el umbral con creciente asombro y curiosidad.

— ¡Qué ingenioso sistema! Aunque parece un poco tonto, ¿no? ¡Así les deben de robar a todas horas! —exclamó, sorprendido por la puerta automática.

Hermione, Harry y Krysta se rieron ante el desconcierto de Ron y Dumbledore por la puerta automática. Andrew no le prestó atención, obviamente estaba harto de verlas por Londres. En ése momento, Ron se percató de algo importante en la pared.

— ¡Genial, justo lo que necesitábamos! —Ron echó a correr hacia un póster en la pared, del que colgaban unas hojas con números—. ¡Un calendario!

Un hombre que leía el periódico sentado en una silla junto a la pared, cerca de Ron, levantó la cabeza y miró al pelirrojo muy extrañado, ante el visible interés que este presentaba por la común hoja colgada en la pared. El chico no le prestó atención, había comprobado lo que quería y volvió satisfecho junto al grupo.

— Sí que estamos en 2097. Como de costumbre, has dado en el clavo, Krysta —anunció, orgulloso de su hallazgo—. Divertidos estos calendarios muggles... los pintan todos de colorines.

— Pues si estamos en 2097, hemos tenido que cambiar la historia. ¡Ya veis cómo estaba Hogwarts! Entero y funcionando. ¡Es genial! —exclamó Harry alborozado.

— No conviene hacerse ilusiones. No sabemos en qué medida ha cambiado, ni si las cosas fueron bien —advirtió Andrew, más realista.

— Cierto, pero a mí lo que me sigue intrigando es el cartel de la entrada. Vamos a hacer unas preguntas —dijo el director echando a andar de nuevo.

Dumbledore cruzó la amplia y luminosa sala, adornada con algunas plantas de interior, pósters en las paredes, rodeada por sillitas para sentarse y esperar y con un mostrador al fondo, detrás del cual había varias personas. Algunas de estas personas estaban ocupadas atendiendo a otros clientes, así que Dumbledore se acercó a la única que estaba libre. Una mujer joven y rubia, que sonrió amablemente al anciano, en cuanto se acercó con todos los demás detrás.

— ¿Sí? ¿Puedo ayudarles en algo? —preguntó con simpatía, pero obviamente cumpliendo con el ritual de todos los días.

— Quisiéramos una información sobre la ciudad —pidió cortésmente Dumbledore.

— Como deseen, pero antes dejen que me asegure. Cinco magos y un no-mago, si no me equivoco —dijo la mujer, señalando a Andrew con un bolígrafo, mientras concluía.

Andrew la miró muy sorprendido por esta afirmación repentina y por el hecho de que lo hubieran confundido con un muggle. De que una muggle lo hubiera confundido con un muggle. Krysta se echó a reír.

— No, él no es muggle. Es mago, sólo va vestido así —explicó a la mujer riendo.

Sin embargo, a su interlocutora no pareció hacerle ni pizca de gracia el comentario. Miró a Krysta con el ceño fruncido y replicó, bastante seca:

— ¿Perdón? ¿He oído muggle?

Krysta abrió mucho los ojos ante la repentina hostilidad de la mujer, pero por suerte, Hermione que había comprendido rápido, la sacó del atolladero.

— ¡Krysta! ¿Cuántas veces tengo que decirte que no lo digas así? —fingió enfadarse. Luego se giró hacia la mujer—. Discúlpela, ha sido un lapsus. De donde venimos... um, no se... no se considera un insulto la palabra "muggle" Nadie la considera un insulto.

La otra pareció tomar por válida la explicación, porque volvió a su acostumbrada atención. Estuvo hablando durante un buen rato, dejando al grupo más que asombrado ante la explicación de los diferentes centros de interés de la ciudad, especialmente aquellos que más magos solían frecuentar. Les explicó que Hogsmeade era una importante ciudad de paso, en la que vivían más familias magas que muggles, debido a la proximidad de Hogwarts, y que por eso tenía un gran valor turístico. A Harry le sorprendió escuchar aquello, ya que las casas tenían todas aspecto muggle, y su propia interlocutora lo era. Decidió preguntar, aquello era todo muy confuso.

— ¿Quiere decir con eso que en Hogsmeade conviven los magos con los mug... no-magos? —preguntó.

— Pues claro, como en todo el mundo —replicó la mujer, dando por sentado que aquello era obvio.

Los otros se miraron entre si, impresionados. Como en todo el mundo... ¿acaso podía ser posible?

— De hecho, comprendo que les sorprenda Hogsmeade... es una ciudad especial. Su núcleo tiene un aspecto muy mágico, a principios de siglo era un pueblecito poblado exclusivamente por gente mágica. Después de la guerra contra El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado, se llevó a cabo la adaptación de los magos a la convivencia con los no-magos. Hogsmeade se fue ampliando, debido a la cantidad de gente que venía aquí a pasar sus vacaciones cerca del colegio y así poder visitarlo. Entre todos la hicimos crecer hasta lo que es hoy, pero la magia del centro ha quedado muy disimulada. Los edificios son todos de arquitectura muy poco mágica porque los magos no se esfuerzan mucho en esos temas... se dedicaron a copiar las demás arquitecturas. Claro, ellos lo tienen fácil, agitan un palito y ¡pum! Ya está, una casa idéntica al lado de la que antes era única. Así nos ahorramos esfuerzo todos —explicaba la mujer, contenta de poder dar tanta información a unos viajeros que parecían tan perdidos—. Pero ya les digo: la mayoría de gente, mágica. Sorprende que el alcalde no sea mago. ¿Saben? Si hubieran venido hace seis meses no estarían hablando conmigo. Este centro se abrió hace muy poco, por idea de Roger Daniels, el alcalde, que veía muy perdidos a los pobres magos que llegaban nuevos —la mujer soltó una breve risilla—. Como ustedes, sin ir más lejos.

Krysta y Harry se miraron. ¿Roger Daniels alcalde de Hogsmeade y amigo de los magos? ¿Estaban hablando del mismo Roger Daniels, sediento de venganza hacia los magos, perseguidor incansable de los mismos, erradicador nato de la magia?

— "No —se dijo Harry, sonriendo—. No estamos hablando del mismo Roger Daniels. Este es otro, el del nuevo futuro. Nuestro futuro."

Ahora estaba seguro, el mundo, la historia, ambos habían cambiado. En este futuro extraño y cercano a la vez, los muggles conocían la magia, la aceptaban, convivían con los magos... y los magos conocían la tecnología. También la aceptaban. Era todo lo contrario a lo que él había conocido en sus últimos viajes. Tan distinto... pero tenía todo un aspecto acogedor, maravilloso. Seguro que luego no era tan de color de rosa, el mundo siempre es así, pero por el momento se sentía tremendamente feliz. Voldemort no existía, dedujo que debió morir en aquella guerra que había nombrado la mujer. Todo era la sociedad esplendida que muchos magos habían soñado en su escondite frente a los muggles... y la que tantos muggles habían esperado, soñando con un mundo de fantasía pero sabiendo que nunca lo podrían tocar. Y ahora sí podían. Aquello era el futuro. Su futuro. El que ellos habían construido. No sabía como, pero habían sido ellos.

Harry se vio arrastrado fuera de sus cavilaciones cuando Dumbledore, dando las gracias a la mujer, se despidió alegando que ya sabían todo lo necesario. Luego todos salieron de la oficina, a la imponente luz del Sol, que arreciaba fuerte ese día. Los comentarios no tardaron en derivar hacia las maravillas que habían descubierto. Las preguntas se sucedieron a las respuestas como en un torrente, el tiempo se escapó en cavilaciones, pero Harry no las escuchaba. Ya había sacado su propia conclusión. Su futuro... y ahora que lo conocía, ¿qué? ¿Sabría luchar por él sin estropearlo? ¿Sin cambiarlo? Quizá estaba previsto que lo descubriera, después de todo. ¿Quién sabe? Tampoco puedes estar seguro de qué futuro es mejor para ti, al fin y al cabo.

Harry se acercó al monumento que reinaba en mitad de la plaza mientras reflexionaba y se fijó en él por primera vez. No se entendía nada. Sobre una plataforma de mármol, se alzaban cuatro estructuras de metal plateado, muy nuevo y reluciente. Una tenía la forma de unas gigantescas gafas, cerca hacia atrás, de pie y semi abierto, aparecía un libro. Al lado había un reloj de mesilla y en el centro de todos estos objetos se erguía orgullosa una dama de ajedrez. Arte moderno.

— "Incomprensible, pero tiene su gracia" —pensó Harry.

Le llamó la atención el trabajo que en ése momento un hombre llevaba a cabo para colocar una placa dorada al pie del monumento, en la plataforma de mármol. Debía de ser una dedicación, o una firma, o una explicación o vete a saber qué. Harry no podía leerlo desde donde estaba, y menos con el hombre delante. Alguien se le acercó en ese momento, colocándose a su lado.

— Qué, Harry, sorprendente el cambio, ¿eh?

Harry se dio la vuelta y se encontró con Krysta que le sonreía. No tardaron en acercarse todos los demás.

— Sí. Me pregunto si se llevarán bien de verdad los magos y los muggles —comentó Harry en voz alta.

— Seguro que sí. ¿Cómo podría sino tener Hogsmeade un alcalde muggle, siendo una ciudad mayoritariamente mágica? —argumentó Hermione.

— Yo creo que este futuro tiene muy buena pinta. Voto a favor —aprobó Ron.

— Y yo —se sumó Harry.

— Y yo, claro... la verdad es que Hogsmeade me había parecido la misma al principio... pero no. Esta Hogsmeade nueva es mucho más bonita —comentó Krysta.

— ¿Sí? ¿Aunque le pongan como monumentos esta especie de... cosas? —señaló Ron a la figura del centro de la plaza, que en ese momento todos observaban.

Krysta rió.

— Sí. Así y todo es más bonita.

— Pues a mí me gusta, el monumento. Lo veo original —dijo Hermione.

— Ya, claro, porque tú al mirar el trasto este debes de descubrir en él el sentido de la vida, o algo así, dónde yo sólo veo unas gafas. Unas gafas gigantes —bromeó Ron.

— No, no entiendo nada de lo que puede significar. Probablemente no tiene significado, pero me gusta —corrigió Hermione.

— ¿Qué no entiendes?

Todos se dieron la vuelta para ver cómo Andrew seguido del director se les acercaba por detrás. Harry le señaló el monumento.

— El cacharro ese. Estábamos comentando lo absurdo que es —explicó.

Andrew lo observó un momento. De repente, sus ojos se abrieron mucho. Miró al hombre que ponía la placa, luego al monumento y luego al hombre otra vez, hasta que al final se dio la vuelta y descubrió en los ojos del director una expresión de desconcierto idéntica a la suya. Los niños pudieron advertir extrañados, como el rictus de ambos iba pasando del desconcierto a certeza, de la certeza a la sorpresa, de la sorpresa a la diversión y por fin estallaron en estruendosas carcajadas. Hubieran acabado por los suelos de no ser porque Dumbledore estaba bastante viejo y luego no habría podido levantarse y Andrew prefería no mancharse su caro traje de muggle. Tenían hasta que sujetarse por los hombros de la risa que les había entrado. Los niños tenían la sensación de estar perdiéndose algo.

— Bueno, ¿y dónde está la gracia? —preguntó Ron al fin, mosqueado.

— No, nada... jijijiji... es que me ha sorprendido descubrir las... jajajajaja... inclinaciones artísticas del arte simbólico futurist... ¡JAAAAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!

Los niños miraron a Andrew pensando que se había vuelto loco. El director tenía que sujetarse la tripa, del ataque de risa renovado que le había entrado tras el intento de explicación de Andrew.

— No import... jijijijiji... no importa niños. No es nada, es por un chiste que... jijijijiji, nos hemos acordado y... no importa, no importa, venga, vámonos —cortó el director, antes de que las carcajadas pudieran causarle un infarto.

— ¿Ya? —protestó Hermione, que estaba emocionada con una visita cultural a la ciudad.

— Sí, ya, tenemos que irnos. Ya hemos perdido mucho tiempo, Krysta —dijo Andrew, poniéndose serio de repente.

Krysta se separó del monumento y se acercó a su tío, siguiendo a la malhumorada Hermione. Cariñosa se cogió del brazo de Andrew y se apoyó en él.

— ¿Crees de verdad que ha sido perder el tiempo? —le preguntó.

Él sonrió.

— No, es verdad, contigo uno nunca pierde el tiempo. Precisamente el tiempo no —respondió—. Me ha gustado viajar. Espero que no sea el último viaje.

— Pues claro que no. Nos queda uno muy importante —replicó ella haciendo alusión a su conversación de la noche pasada—. Y luego, más.

Andrew sonrió todavía más y echó a andar junto con su sobrina, para acercarse al director. Harry y Ron se habían quedado atrás, aún de cara al monumento. Ambos estaban pensativos, pero al fin, Ron formuló la pregunta que más le quemaba la curiosidad en ese momento.

— Harry... ¿tú qué crees que hicimos para cambiar la historia así? No ha podido ser sólo este curso en Hogwarts, tuvo que pasar algo después —dijo.

— Estoy de acuerdo. Supongo que lo de este año ha sido el principio de algo importante, Ron. Este es el resultado. Es extraño, tenemos el principio y el resultado, pero nos falta todo el desarrollo. Es una sensación extraña —replicó Harry.

— Sí. Esto me preocupa. ¿A ti no? ¿Y si la cagamos?

Harry sonrió.

— Ya lo he pensado y he llegado a la conclusión de que no me voy a comer la cabeza por eso. No se lo que hicimos, Ron, no lo sé... sólo estoy seguro de esto: tuvo que ser algo realmente grande.

Y tras decir esto, se dio la vuelta apartándose por fin del monumento. Ron lo siguió, dándole la espalda al hombre que en ése momento terminaba de colocar la dichosa placa y recogía sus bártulos para marcharse. Segundos después, un resplandor verde iluminaba momentáneamente la lisa superficie de nuevo metal, recién colocada en la piedra, cuya inscripción hubiera disipado más de una duda, de haber sido leída. Las letras en relieve resplandecieron con un fulgor verde durante un segundo, para después apagarse en la vulgaridad de la plaza.

"A cuatro grandes magos, disipadores de la era de las sombras en 2034"

"H. Potter"

"R. Weasley"

"H. Granger"

"K. Darkwoolf"

FIN