"...No soy más sombra entre las sombras..."

Entró en la choza; parecía estar revuelta pues la paja estaba esparcida por todo el suelo. Había alguien más ahí, lo podía sentir e incluso escuchar una entrecortada y débil respiración en medio del mortal silencio. Después de quitarse las botas, se acercó poco a poco hasta donde creyó ver a alguien recostado. El bulto se movió lentamente, como si le doliera. Con el tenue resplandor que venía de afuera vio un par de ojos brillar. Era él

-Algo quiere que estemos juntos- dijo con las palabras quebradas - llamadme Dain, o conocedme así si es que nunca escucharé vuestra voz- Ella prendió una pequeña rama que serviría bien de antorcha. Se hincó hasta que lo pudo ver bien, pasó una mano por sus cabellos y entonces bajó la mirada: estaba terriblemente herido, tenía quemaduras en los brazos y bajo la tela se su ropa había bastante sangre. Un escalofrío recorrió su cuerpo, sus ojos turquesa dejaron escapar unas lágrimas mudas; desgarró un trozó de su vestido y puso una especie de vendaje donde parecía estar más grave

- Dama silenciosa- dijo él, cerrando los ojos y recostándose en su regazo. El tiempo se dejó ir como agua que fluye en un tímido cauce. Ella no pudo dormir ni un segundo, sólo sentía el calor de un cuerpo cerca de ella, sentía su sueño intranquilo cuando se quejaba o se movía repentinamente. Lo mantuvo escondido, no quería que lo lastimaran más. Después de todo no era tan difícil engañar a los orcos que nunca prestaban atención a los esclavos más que cuando no hacían lo que les ordenaban.

°°°°

Despertó y lo tenía a su lado, como desde hacía un tiempo. Lo miró un segundo; tenía mejor apariencia, sus heridas estaban sanando. Pero era de día y de nuevo había que salir a trabajar, era tiempo de cosecha y había que recoger todo lo que se habían encargado de sembrar hacía tiempo, el alimento de las tropas, comida de la que no probaban ni una mísera migaja. Se puso las botas que comenzaban a estar demasiado gastadas, el tiempo pasaba aplastando todo a su paso, las ropas, los picos de trabajo, la choza, todo se iba consumiendo poco a poco... pero ella seguía siendo igual, con una especie de brillo ahora opacado por la ceniza del aire, por la oscuridad de su vida. La desvencijada puerta se abrió de golpe. Una figura grande que caminaba chueco y gruñía palabras ininteligibles apareció frente a ellos

-¿con que escondiendo a los esclavos, eh, alimaña maloliente?- la voz del orco era reseca y mal pronunciada. Ella no dijo nada mientras la bestia la tomaba por el cuello y la apretaba contra la pared

-trabajarán en las minas ahora, inmundos, ¡aquí nadie descansa! - dijo el orco que aún la tenía aprisionada. Dain se levantó furioso y quiso golpearlo pero resultó peor

-¿pretendes salvarla?- el orco río con crueldad - Recibirán su castigo, ya han dado bastantes problemas-

Abrió la puerta de una patada y la con toda su fuerza la arrojó haciéndola caer al lodo, Dain corrió a levantarla, sus ojos relampagueaban de ira pero no intentó nada; le habló al oído

- este no es lugar para ti, hermosa - dijo mirándola a los ojos, ella (como siempre) no decía nada- si trabajamos en las minas moriremos en poco tiempo-

-¡A callar! - gritó el orco, pero Dain no hizo caso

-Hay una salida, un tunel, quiero que escapemos -

Ella negó con la cabeza, sus ojos estaban llenos de espanto.

-Vamos, vamos a las minas-

-¡ Me hacen perder el tiempo, malditos! ¡rápido, a las minas! -

Caminaron escoltados por el orco, junto con los otros esclavos. Las minas estaban lejos por lo que atravesaron todo el valle de Gorgoroth, hasta llegar al Ephel Dúath donde extraían negras y duras piedras de construcción. El camino fue pesado, los condujeron por una oscura gruta de olor azufroso y les dieron herramientas. El aire era tremendamente espeso ahí dentro, casi no podían respirar y muchos caían desfallecidos sin que nadie lo notase, y si lo veían, no le daban importancia. Dain se acercó lentamente hasta el lugar donde picaba la negra roca

- Es por allá, me lo ha dicho un amigo - dijo señalando un paso tapado con maderas podridas y varias rocas - pero no podemos hacerlo ahora, hay mucha gente; vendremos en la noche ... por qué vendrás conmigo... ¿verdad?- dijo inseguro

Ella bajó la mirada, no respondió.

Volvieron más cansados que nunca hasta las míseras chozas de los esclavos. Arrojó las botas como siempre, las odiaba. Y también se quitó el lienzo de su cabeza por primera vez desde hacía mucho tiempo. Dain había creído que tenía algo, pero lo único que vio fue una cabellera dorado pálido, con algunos rulos enredados de tanto traerla tapada.

-¿por qué la ocultas?- dijo tocando un mechón, como si creyera que fuera falso. Ella encogió los hombros

-Es hermosa- decía, incrédulo. Pero en ese momento el rostro le cambió, se alejó y se sentó en el piso. Ella lo siguió

-¿Vendrás conmigo? -

Ningunas palabras le habrían podido cambiar tanto la vida. Un remolino de recuerdos regresó a ella, los orcos, las minas, el trabajo, el hambre... miró a su alrededor y ahí estaba todo, no había cambiado y no cambiaría nunca hasta que se consumiera y muriera de desdicha, o alguna miserable bestia la asesinara. Cerró los ojos de una manera diferente, ahora no escapaba de lo que veía sino que veía hacia adentro, hacia ella. Recorrió su vida en un segundo y entonces fue dueña de una fuerza que no conocía. Quiso hablar, pero sólo pudo abrir la boca y soltar un ruidillo ahogado por años de silencio. Entonces asintió con la cabeza.

Los ojos de Dain relampaguearon de nuevo

-Tendremos que darnos prisa-

Ella se puso las botas de nuevo, no sacó nada de la choza, no guardaba nada ahí que quisiera llevar consigo. Abrieron la puerta con sigilo, si algún orco los veía salir de noche era seguro que los matarían.

-No hay nadie, vamos-

Ella se puso la capucha de la raída capa, para pasar desapercibida al igual que Dain. La llevaba de la mano mientras corrían en silencio como asustados conejos que huyen de un lobo. Iban por detrás de las chozas y construcciones, pues el valle era extenso y sin vegetación que los pudiera ocultar, salvo algunos espinos que más que ayudar dificultaban la huída. Agotados llegaron hasta la entrada de las minas. Ya no tan lejos, el Morgai se alzaba imponente y oscuro, la entrada de las minas estaba abierta, pues en realidad no había nada valioso que se pudiera sacar de ahí. Dain prendió una pequeña antorcha ya en el interior de la gruta, para no llamar la atención; desde el valle de Udûn se escuchaban gritos y quejas de uruks y orcos -esos imbéciles deben estar peleándose de nuevo- pensó Dain El camino había sido largo y trabajoso, pero llevando ansias tales pudieron completar el camino antes del amanecer. El pasadizo taponado con roca y maderas estaba ahí, encendiéndoles más los ánimos. Rápido comenzaron a quitar las pesadas rocas y la lánguida muchacha le salieron fuerzas que nunca había empleado para trabajar. Dain la miraba, siempre impasible, con sus ojos aguzados y él sonreía...¿ quién era ella?...

Por fin estuvo despejado: era un camino estrecho, donde se tendría que andar a gatas y de uno en uno; pero eso no los hizo desistir

-Entra tú primero, yo cuidaré tu espalda- dijo Dain, entregándole las escasas provisiones que había podido recolectar - y tendrás que ser rápida-

Ella se introdujo en el canal, pero no soltó la mano de Dain

-Vamos, ve tú sola primero- dijo y después sonrió - que si no chocaremos -

Entonces se escucharon unas horribles voces y unas sombras se aproximaron hacia la entrada de la gruta; ya había amanecido en Mordor y era hora de abrir las minas para que los esclavos trabajaran. Un par de corpulentos uruks venían caminando, pero entonces se percataron de que había alguien ahí, pues en la prisa Dain se había olvidado de apagar la pequeña antorcha.

-¡¿Qué tenemos aquí?!- dijo el uruk sacando un látigo y dando un golpe al aire. A los orcos no les gustaba esperar ni ser sigilosos

Ella lo miró con espanto y Dain la apresuró

-¡Entra, entra antes de que vengan por ti! - decía desesperado al ver que los uruks se acercaban maldiciendo y tronando sus armas de crueldad. Pero ella se había aferrado a su mano y con señas le dijo que entrara al túnel también... pero era tarde ya, uno de los orcos lo había arrojado contra una pared de roca mientras el otro, con el fuego de la antorcha, encendía su látigo con quién sabe qué fines. No se pudo contener, la sangre hirvió por sus venas y de una fuerte patada hizo caer al orco que golpeaba a Dain, entonces, con furia y el látigo incandescente el otro uruk soltó un fuerte golpe que marcó su cara: una delgada línea curveada que atravesaba su mejilla izquierda y parte de su frente. Sintió el fuego arder en su propio rostro y retrocedió de nuevo al momento en que el uruk se levantaba y derribaba las rocas flojas de arriba, tapando la entrada de la estrecha gruta. Todavía por una rendija vio como se llevaban a Dain

-¡Imbécil, eres un imbécil! Dejaste ir a la otra -

- Morirá como una rata ahogada en ese agujero -

las risas chuecas y malvadas de los orcos sonó hasta que desapareció en el eco de la mina. Por un momento trató de empujar las rocas y volver, pero entonces puso los puños sobre la pared y en su mente dijo que nunca más. La fuerza se encendió y avanzó de frente a las tinieblas.

°°°°°

El aire le faltaba, llevaba días avanzado, siguiendo las paredes de la gruta que por un momento se hacían más altas y a veces aún con su delgado cuerpo apenas cabía. Se le había terminado la comida, pero todavía tenía algo de agua. La herida del rostro le escoció los primeros días y aún después cuando no había más dolor sentía la "S", la letanía de fuego encajada en su piel. La mente se le iba, llevaba días sin respirar un aire que no estuviera encerrado, días sin probar alimento y sin ver la luz. No pensaba en nada, no tenía nada en lamente más que a Dain siendo llevado por dos uruks. Y luego Dain y sus encendidos ojos... y su propio reflejo velado en el agua.... entonces vio la luz, un punto diminuto de luz que la cegaba después de no ver nada. El túnel se hacía más pequeño cada vez y creyó que se quedaría atrapada ahí y moriría como una rata, justo como dijo el uruk.... pero seguía avanzando, en contra de su cuerpo castigado y en contra del tiempo adverso.

Salió a gatas. Respiró profundamente un aire diferente; las nubes estaban grises, pero no un gris venenoso y ceniciento... vio un relámpago de luz plateada a lo lejos, arriba en el cielo y después un rugido grave que la hizo estremecerse y, temerosa, se acurrucó en sus sucias ropas. Una helada gotita caía desde las alturas hasta que se rompió en su cara. Arrugó la nariz, donde había ido a parar la gota y miró hacia arriba: miles de cristalinas gotas caían sobre ella, gotas de agua pura y limpia, agua que lavaría y arrastraría lejos la ceniza y el polvo. Se levantó y estiró las piernas, tambaleándose, como si fuese un niño que aprende a caminar.

Por primera vez en quien sabe cuanto tiempo, miró más allá de sus ojos: se extendía una llanura y un ancho río que se agitaba por la lluvia. Extendió los brazos con las palmas de las manos hacia arriba y sintió el agua caer. Repiqueteaba en su piel, un agua pura, limpia... miró hacia el cielo frunciendo el ceño por las gotas. Cerró los ojos

"...no soy la misma... arrodillada, me hinqué a recoger las perlas del milagro..."

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Waaaa pues este capítulo es decisivo para la vida de esta pobre muchacha jejeje, hmm pero lo que le espera. Gracias por sus reviews de ánimo (Nariko, Anariel), que me hicieron continuar con este segundo capítulo Tenna rato!