"He deseado con todas mis fuerzas que el Destino que escribiste durante la destrucción de nuestro pueblo se viera cumplido algún día"
- Hitomi - No hubo respuesta - ¡Hitomi!
- ¿M ... mamá ...? - Dijo Hitomi a su madre mientras apartaba la almohada de su cara.
- ¿Qué haces todavía dormida? Parece mentira que tan pequeña y seas tan dormilona. Tu padre y yo ya hace rato que preparamos el desayuno. - Dijo su madre a modo de sermón matutino.
La pequeña Hitomi reaccionó tan sólo cuando su madre levantó de un golpe la persiana apareciendo tras el cristal de la ventana los luminosos haces de luces que indicaban el inicio de un nuevo día, con el consiguiente quejido de Hitomi a lo que su madre no hizo caso. Tan sólo se limitó a sonreír tras escuchar a su hija quejarse de esa manera.
- ¿Sabes quién ha venido hoy a visitarnos?
Estaba demasiado malhumorada por la forma en la que su madre le había despertado para decir una sola palabra. Su madre no se enojó por aquello. Era una niña de apenas cinco años y era normal que se enfadara.
- ¿Por qué estás hoy tan malhumorada?
- Estaba soñando. - Dijo. Se frotaba los ojos para intentar así despegar sus aun cansados párpados. - Soñaba que estaba con un príncipe de un reino muy lejano. Tenía alas en su espalda y yo volaba junto a él ... ¡hasta que me has despertado!
- La abuela te está esperando abajo. Tiene muchas ganas de ver a su nieta favorita.
Los ojos de Hitomi se abrieron tanto como su boca después de aquella sorpresa. Hacía mucho tiempo que no veía a su abuela con quién mantenía una relación muy especial, tanto que ni siquiera recordaba la última vez que la visitó. Era normal ya que su casa se encontraba muy lejos de Tokio, en la ciudad de Kagoshima, prácticamente en los confines del Japón. Odiaba viajar en avión y ni siquiera su cariño hacia su familia y a su única nieta eran razones para viajar en unos de esos trastos infernales, algo que hacía muy de vez en cuando y de manera casi excepcional. Este era uno de esos momentos. Sentía como cada vez sus fuerzas que la aferraban a la vida se desvanecían cada vez mas rápido con el paso de los años y el cariño hacia su familia era prácticamente lo único hermoso que aun conservaba.
- ¡Abuelita! - Gritó Hitomi desde la escalera alzando sus dos pequeños brazos. Parecía mentira como una niña de su edad era capaz de bajar a esa velocidad los escalones sin caerse. Sin duda, algún día llegaría a ser una gran atleta.
- ¡Pequeña Hitomi!
Abuela y nieta se fundieron en un cariñoso abrazo. Estaba sentada en el sillón preferido del padre de Hitomi viendo la televisión con su nieto Kenitshi, de algo mas de un año de edad. Prácticamente era aun un bebé que pasaba el tiempo delante de la televisión jugando con sus osos de peluche aunque de vez en cuando sus ojos se fijaban en la pantalla cuando, a esas horas de la mañana, quedaban grabadas en sus retinas aquellas series de robots gigantes a la que tanta afición tenían los niños por aquellos días.
- ¡Cuánto has crecido, pequeña! Tus padres te alimentan muy bien. - La abuela intentó alzar a Hitomi para que esta se sentara sobre sus piernas pero las fuerzas a abandonaron. Se estaba haciendo mayor. - ¡Demasiado bien diría yo!
- ¿Sabes abuelita? He tenido un sueño muy bonito. - Dijo la pequeña con una gran sonrisa en el rostro.
- ¡Vaya! ¿Y te acuerdas de lo que has soñado? Estoy segura que estás deseando contármelo.
Hitomi dijo sí con sus grandes ojos llenos de ilusión y sus continuas palmas.
- ¡Estaba con un ángel, abuelita! ¡Sobrevolaba un palacio con un árbol muy muy grande. - Sus manos se abrieron dando la impresión que aquel árbol del que hablaba Hitomi era verdaderamente inmenso. - ¡Y de noche se podía ver en los cielos un planeta azul con una luna a su lado!. Era tan bonito ... ¡y que guapo era el ángel! Era un príncipe ¿sabes abuelita? Me lo decía mientras volaba junto a él. Sus alas eran completamente blancas como una gaviota y su vuelo era igual de grácil. Volábamos juntos agarrados los dos de las manos mientras sobrevolábamos su reino; era muy pequeño pero muy bonito con gentes muy simpáticas ...
Su abuela escuchaba con atención el relato de Hitomi, atención que se convirtió pronto en un interés inusitado. Preguntó sobre multitud de detalles y esta parecía poder responder a todas ellas sin ningún problema. Poseía una memoria excepcional para recordar incluso los detalles mas ínfimos.
- ¿Acaso no venís a desayunar? -Dijo la madre de Hitomi mientras bajaba las escaleras cargada con numerosas ropas y sábanas sucias.
- No hija. Mi nietecita y yo vamos a desayunar aquí juntas mientras hablamos de nuestras cosas. ¿Qué te parece, pequeña?
Hitomi movió rápidamente la cabeza de arriba abajo. Estaba muy ilusionada.
- Entonces traeré zumo y pastas. Conociéndoos me temo que estaréis mucho tiempo hablando.
La madre de Hitomi entró con dificultad en la cocina, cargando aun con aquellas ropas y trapos sucios. Su marido apenas se molestó en ayudarla ni siquiera para abrir la puerta, estaba demasiado concentrado leyendo el periódico mientras una generosa taza de café caliente extendía su aroma por toda la casa.
- Abre la palma de la mano y cierra los ojos. - Dijo su abuela. Tomó con suavidad la mano de Hitomi y esta cerrando los ojos. Entonces sintió un ligero tacto de algo pequeño y frío. - Es un regalo. Ábrelos ya.
Hitomi así lo hizo. Su mano portaba un pequeño pero hermoso colgante de color rosa en forma de lágrima.
- ¡Que bonito! - Dijo la pequeña sin cesar de admirar aquella pieza de orfebrería. - ¿Es tuyo?
- Perteneció a un hombre que conocí en un lugar muy lejano hace mucho tiempo. - Dijo. - Me lo dio como regalo y ahora me gustaría que tu lo llevaras. Da buena suerte ¿sabes?
Hitomi seguía maravillada por la belleza del colgante. Tras la pequeña perla rosada pendía un hilo de metal muy fino conectada a esta por un pequeño trozo de metal dorado.
- Balancéala. - Le pidió su abuela. La pequeña Hitomi así lo hizo. Asió con extrema suavidad el colgante por el fino hilo de metal y con un simple movimiento de muñeca, siempre guiada por la abuela, el colgante comenzó a describir pequeños arcos al mismo tiempo que el segundero de un reloj de manecillas que se encontraba junto a ellas se movía.
- Un balanceo equivale a un segundo.
Hitomi estaba muy cansada. Hace ya varias horas que abandonaron Palace precipitadamente y desde entonces había intentado dormir, pero tan agotada estaba que ni siquiera tenía fuerzas para cerrar los ojos y mantener la mente en blanco. Sólo las fuerzas volvieron a ellas cuando por alguna razón, su mente se llenó de recuerdos de su desaparecida abuela. Recordó cosas que creía enterradas para siempre, como el día en el que el colgante llegó a ella. Siempre supo que fue un regalo de su querida abuela pero por mucho que intentaba esforzarse en recordar, su memoria siempre se bloqueaba. Era demasiado pequeña.
¿Por qué me vienen ahora estos recuerdos? Soñé con él. - Recapacitó en silencio, acostada sobre la cama. - Soñé con Van cuando sólo tenía cinco años.
Hitomi giró la cabeza y vio una de las cartas del Tarot en el suelo de su habitación. Seguramente se cayó de la baraja la guardar esta en su bolsa de viaje. No se perdonaría jamás que se perdiera una de aquellas preciadas cartas, ya que al fin al cabo eran regalos de su abuela al igual que su colgante. Jamás olvidará el día ya que por aquellos tiempos tenía ocho años de edad. Seguramente su abuela había esperado a que fuera mayor para entender mejor las complicadas reglas que regían al Tarot aunque de muy pequeña poseía un talento especial para este tipo de cosas..
- La Templanza. - Dijo en voz alta. La carta de La Templanza, representando con la imagen de un ángel, la armonía de la naturaleza. - Muestra todo lo bueno y lo malo que hay entre nosotros al igual que los ángeles, ya que al fin al cabo, los demonios son también ángeles.
Hitomi se levantó de la cama y se apresuró a recoger la carta. No quería que se extraviase. Ya en su mano la observó detenidamente. Era extraño. No era la carta que ella estaba acostumbrada. Desde niña y gracias a las enseñanzas de su abuela había aprendido a utilizar las cartas para predecir el futuro y las conocía hasta el mas detalle mas ínfimo. Aquella carta era diferente. Los ojos del ángel eran completamente oscuros. Parecían enormes perlas negras. El rostro del ángel cambió súbitamente así como sus alas, ennegreciéndose estas lentamente tiñéndose de un color cada vez mas oscuro y tenebroso. Sus ropajes también cambiaron. De la fina tela que envolvía al ángel ya poco quedaba. En su lugar, un cuerpo completamente cubierto por la mas cerrada de las armaduras, envuelta esta por una gran capa de tal negrura que mirarla fijamente producía nauseas y mareos. Aquella figura, ya vagamente lejana del retrato de un hermoso ángel, giró su rostro y miró fijamente a Hitomi. La joven terrícola quedó paralizada por el miedo. La carta cayó al suelo hundiéndose en lo que parecía un estanque de oscuras aguas donde Hitomi parecía flotar sin problemas. A su lado una temible presencia. Aquel ser se encontraba junto a ella, mirándola, observándola. Ataviado con una gran manto oscuro mucho mas largo que varias veces su cuerpo, tapaba casi por completo la gran armadura que portaba dejando ver únicamente parte de su pierna de metal. La capa parecía tener vida propia, plegándose y contorneándose como movido por un inexistente viento, su superficie cambiaba formando en él lo que parecían rostros de seres humanos dominados por el dolor y la tristeza, gimiendo debido al dolor que sentían y pidiendo ayuda a Fortuna para que les ayudase.
De la espalda que aquel misterioso ser aparecieron dos espléndidas alas oscuras. Hitomi ya no tenía duda alguna. Era el hombre que tantas veces había visto en sueños. Este le miró, ambos se miraron hasta que su tenebrosa voz rasgó el silencio que reinaba hasta ahora en la habitación.
- Diez mil años sin ti ha sido la peor de mis torturas, querida esposa. - Dijo. - He deseado con todas mis fuerzas que el Destino que tu escribiste durante la destrucción de nuestro pueblo se viera cumplido algún día. Soy dichoso por ver como mis mas añorados sueños se han convertido en realidad.
- ¿Quién eres? - Se limitó a preguntar Hitomi. No había temor en sus ojos. Una extraña sensación de bienestar y seguridad se apoderó de ella.
- Alguien que sacrificaría todo cuanto tiene para volver a abrazarte. Alguien que no dudaría en remover los cimientos que rigen el Destino de los seres vivos de Gaea para sentir una vez mas el tacto de tu piel.
Hitomi se encontraba perturbada. Las palabras de aquel hombre eran confusas y carecían de significado para ella, pero su determinación a la hora de conseguir sus objetivos la asustó. Estaba dispuesto a matar y destruir a todos los seres que habitaban en el mundo de Gaea sólo por ella, y eso la hacía estremecer. Quizás todo lo que estaba ocurriendo era de nuevo culpa suya y no podía soportar tal hecho.
- ¿Quién soy para merecer la muerte de tantas personas? - Gritó. - ¿Toda la destrucción de Palace, todas esas muertes, todo ese dolor es fruto de tu amor por mi?
- Sí. - Contestó el hombre sin vacilación alguna.
- ¿Por qué? - Preguntó Hitomi con desesperación. Era incapaz de entender las razones por las que aquel ser estaba dispuesto a causar tantas muertes.
- El amor es una fuerza superior al Destino. Comprenderás mis palabras cuando recuerdes quién eres en realidad. Sólo entonces estarás dispuesta a aniquilar a cuantos se interpongan en tu camino por la consecución de tus sueños.
- Te equivocas.
El hombre sonrió de manera maliciosa tras escuchar las palabras de la joven terrícola. Estaba comenzando a cambiar y lo notó.
- ¡Te equivocas! - Repitió Hitomi. Su tono de voz era cada vez mas grave, tanto que ni siquiera ella se reconoció. Era como si algo en su interior, algo horrible se hubiera liberado de las cadenas que lo tenían retenido.
- Un ángel puede convertirse en el mas temible de los demonios. Ese es nuestro origen, el origen de los Syarain.
Un ligero golpe en el casco de la nave despertó a Hitomi de su letargo. Su cuerpo, empapado de sudor, temblaba de miedo después del horrible sueño que había presenciado. Sólo un sueño si no fuera por la carta de La Templanza que se encontraba tirada en el suelo. Con dificultad, la joven terrícola se levantó de la cama e intentó, con miedo y desconfianza, recogerla y guardarla, pero una respiración profunda mas parecida a la de una bestia que a la de un ser humano agarrotó todos los músculos de su cuerpo debido al terror que se apoderó en ese instante de ella. Giró muy lentamente y allí se vio a si misma, reflejada en unos temibles ojos sin fondo, oscuros pero a la vez reflectantes como la perla marina mas pulida. El hombre continuaba junto a ella, mirándola esta vez de manera amenazante. Las tinieblas provocadas por su gran capa comenzaron a extenderse por toda la habitación apareciendo sobre estas rostros de seres humanos atormentados por la mayor de las torturas.
- Los demonios oscuros regresan de su exilio.
Hitomi gritó.
...
- ¿Donde está Hitomi?
- Durmiendo en su habitación. Ha sido un día duro, especialmente para ella.
- Siento que no todo haya salido como esperabais, pero mas lo siento por Hitomi. Creerá que los problemas la persiguen e intentará alejarse de sus seres queridos para evitar causarles daño alguno.
Van y Allen se encontraban solos observando con detenimiento el guymelef enemigo abatido por Lorel. Dos niveles mas abajo, Dryden, ayudado por algunos cruzados y soldados de Fanelia, intentaba desvelar los oscuros secretos que escondía tal máquina de destrucción. Los conocimientos de ingeniería en melefs sin duda le eran útiles en estos momentos pero en todo caso insuficientes debido a la avanzada tecnología utilizada tanto en su construcción como en su funcionamiento. Hasta ahora había habido pocos avances en sus investigaciones. Estaba claro que el armazón de aquella bestia esta construida con metal glima, un material que hasta ahora sólo utilizaba el Imperio Zaibach en la construcción de armas. Su funcionamiento sobrepasaba a veces los conocimientos humanos. El glima era básicamente un líquido orgánico, y por lo tanto no metálico, muy parecido en apariencia al mercurio. Sus dos características mas impresionantes eran su alta volatilidad, lo que lo convertía en un combustible ideal para alimentar los terroríficos lanzallamas de los guymelefs del Imperio, y su capacidad para solidificarse mediante pequeños impulsos eléctricos. Sin embargo, el glima utilizado en el melef capturado era diferente. Su estado natural era el sólido y parecía volverse líquido mediante electricidad. Era así como conseguía moverse. Aplicando energía sobre determinados puntos del armazón, el metal era capaz de retorcerse sobre si mismo provocando la sensación de movimiento.
- ¿Qué pensáis hacer? - Dijo Allen. - Sabes al igual que yo que Hitomi no debe quedarse. No sólo está sufriendo, también corre peligro al igual que todos nosotros. Si tiene una oportunidad para escapar, mejor que sea así a que arriesgue su vida.
- Aun no he hablado con ella, pero ... - Van apoyó su cabeza sobre la baranda de metal del hangar, pensativo. - ... estoy seguro que no querrá irse, no sabiendo que nosotros estamos en peligro.
- No querrá irse si tú no se lo pides. A ti te escuchará.
Van no contestó. Seguía pensativo. El Caballero Celeste frunció el ceño y habló con un tono mas duro.
- No quieres que se vaya ¿verdad?
- No lo se. - Contestó de manera escueta el Rey de Fanelia.
- No es una respuesta digna de un Rey. Como tal debes decidir por el bien de tu reino y por los que te rodean. Hitomi te quiere y has de decidir que es lo mejor para ella.
Un sonido brusco interrumpió la conversación que mantenían el Rey y el Caballero Celeste. Un cuerpo pesado se desplomó al suelo desde una escotilla situada en el techo a un par de metros a sus espaldas. Lorel cayó de bruces sobre el frío suelo metálico del Phaere sin mayor protección que la escueta armadura de cáñamo que llevaba en ese momento al igual que todos los soldados de Fanelia.
- Ya te dije que tuvieras cuidado cuando abrieras la compuerta. - Dijo una voz proveniente de la esclusa recién abierta. La Cabeza de Brant apareció tras ella y miró a Lorel. No pudo dejar escapar una carcajada al ver como su compañero se quejaba como un niño tras el golpe recibido, a lo que el General de Fanelia contestó con un derroche interminable de insultos.
Van se acercó a Lorel y le tendió la mano para ayudarlo a levantarse, algo que agradeció.
- ¿Cómo van las reparaciones de la nave?
Los mayores conocimientos de ingeniería de Brant le permitieron contestar a la pregunta de su Majestad de manera mas clara y concisa que su compañero de reparaciones.
- Los desperfectos no llegan al diez por ciento de la totalidad del navío, mi señor. Es increíble que una nave tan fantástica como esta pueda resistir tantos impactos sin tan siquiera resentirse. Desgraciadamente, la hazaña de Lorel provocó que parte del casco situado a estribor desapareciera por completo afectando al timón y dejando nuestra maniobrabilidad muy mermada.
- Habríamos perdido algo mas que maniobrabilidad si no fuera por mí. - Protestó Lorel.
La cabeza de Brant volvió a desaparecer tras el conducto pero su voz continuó martilleando la cabeza del General antes de cerrar la esclusa de aire.
- Espero que alguien te salve el cuello muy pronto, o de lo contrario nos restregarás lo mismo de por vida.
Lorel gritó quejándose de la actitud de Brant pero era ya inútil. Los continuos golpes que se dejaban oír por toda la nave indicaba que su arduo trabajo para la reparación inmediata del Phaere había comenzado.
- No podremos llegar al monte Mithi antes de dos o tres días. - Dijo Lorel. Se limpiaba las manos concienzudamente con un trapo sucio llenando este de grasa.
- Lo se. - Contestó Van. - Dar toda una vuelta nos llevaría un día entero con el timón en tal estado ¿no es así?
Lorel afirmó con la cabeza. Su silencio transmitía inquietud por la situación. Al fin añadió nuevas preocupaciones para Van y Allen.
- Y para complicar aun mas nuestra situación, el energiste está al límite de su resistencia. Al escapar de la ciudad ascendimos demasiado rápido. Fue del todo necesario pero quizás cometimos una imprudencia, y ahora es cuando lo estamos pagando.
- ¿Cuánto? - Preguntó Allen. Quería saber cuanto antes el tiempo que estarían varados.
- Según el señor Dryden, dos días de reposo como mínimo. Tres para estar completamente seguros. Una vez pasado ese tiempo, el energiste se habrá regenerado por completo.
- ¿Entonces debemos estar dos o tres días en la deriva? Hay demasiadas cosas que hacer para perder tanto tiempo. - Dijo Allen. - Debemos llegar cuanto antes al Monte Mihti para rescatar a los supervivientes para luego pedir ayuda a los países aliados.
- El Phaere sólo podrá viajar en dirección Norte durante los próximos tres días. - Meditó Van. - Sin embargo, disponemos de dos pequeñas pero veloces naves Astrianas. Podríamos utilizarlas ...
- Sólo el Crusade está operativo. - El Caballero Celeste se apoyó en una de las paredes del pequeño pasillo que comenzaba tras ellos. Parecía pensativo. - El otro crucero fue dañado durante el combate.
- Si continuamos nuestro rumbo actual, llegaremos a los límites de Bashram dentro de tres o cuatro días. - Dijo Lorel. Sus manos seguían llenas de hollín y grasa y por mas que se las limpiase, mas se empringaba a si mismo. - La nave de Astria podría dirigirse al monte Mithi mientras tanto y rescatar a los supervivientes que hayan utilizado los túneles de escape. Con su velocidad y maniobrabilidad podríamos reunirnos todos de nuevo antes de llegar a los territorios de Bashram.
- ¿Y los reinos limítrofes? - Dijo Van nervioso. - ¿Qué será de ellos si son atacados de la misma manera que ha sido atacada Palace?
- Fanelia no será atacada. - Allen. adivinó de inmediato las verdaderas intenciones de Van. - No creo que pierdan el tiempo en atacar un país que desgraciadamente fue arrasado durante la Gran Guerra.
- Temen a Bashram. - Prosiguió Lorel. - ¿Por qué sino interrumpir las comunicaciones con la capital? Si las noticias de la invasión se extendieran, no creo que el ejercito atacante pudiera hacer algo contra las fuerzas Bashramitas por muy poderosas que estos fueran.
- Pero no tiene sentido. No podrán mantener el cerco a Palace sin que tarde o temprano los países aliados se den cuenta de la situación. Está claro que la verdadera intención de nuestros enemigos es la de ganar tiempo.
El razonamiento del Caballero Celeste parecía tener una sólida base y así lo vieron Van y Lorel, pero quizás e mayor enigma de todos inquietaba especialmente al Rey de Fanelia.
- ¿Tiempo para qué?
Un grito procedente de la habitación de Hitomi heló la sangre a Van, un grito de terror tal que no sintió otra cosa en ese momento que un gran escalofrío recorriendo todo su cuerpo. Allen y Lorel también quedaron durante unos momentos paralizados y mirándose entre ellos. Jamás en sus vidas habían escuchado algo semejante y apenas pudieron reaccionar. Inmediatamente, el Rey de Fanelia se dirigió raudo a los aposentos de la joven. Estaba aterrado. Recordó el momento en el que, durante la Gran Guerra días antes de la invasión de Godashin por parte de los ejércitos del Imperio, Hitomi caía sin vida después de ser interrogado por el Zongi, el dophelanger enviado por Zaibach como espía.
La habitación estaba cerrada por dentro. El Rey gritó pero Hitomi no contestaba. El silencio que se produjo en ese momento era aun mas aterrador. Van no pensó mas. Los grandes goznes de metal apenas se desquebrajaron después de un primer y segundo golpe, algo que Lorel solucionó rápida y expeditivamente abalanzándose sobre la puerta sin apenas tiempo a avisar a sus compañeros, derribándola de manera algo brusca y dolorosa para él. La puerta cayó bajo la fuerza del joven de Fanelia provocando un tremendo estrépito. Allí estaba Hitomi. Van se asustó. Parecía una hermosa estatua de cristal, quieta e inmóvil a pesar de lo brusco que había sido Lorel a la hora de entrar por la fuerza en la habitación.
- ¿Qué te ocurre Hitomi? ¿Qué te pasa?
Hitomi seguía sin reaccionar. Van la agarró con fuerza de los hombros y comenzó a zarandearla .Temía hacerla daño pero estaba preocupado por el estado de la joven. Parecía un ser al que le acababan de arrancar el alma. La joven seguía quieta, con los ojos perdidos en el techo y mascullando palabras en un idioma desconocido hasta que, de repente, calló por completo. Van la había abrazado esta vez con ternura e Hitomi reaccionó al fin con el mismo gesto. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas hasta que al fin rompió a llorar sobre el hombro de Van mientras este acariciaba sus cabellos con suavidad. Allen y Lorel suspiraron aliviados. Tras ellos, Dryden acompañado por algunos cruzados y soldados de Fanelia; incluso Merle, llegaban a la entrada de la habitación asustados por el grito de auxilio de Hitomi. Allen hizo señas para que dejaran a solas, algo que no encontró ningún tipo de objeción, incluida la chica gato.
...
Silencio. Mucho silencio. Había pasado ya mas de una hora desde la llegada al Derethy y el traslado de Serena a uno de los múltiples laboratorios acondicionados por Yama para el terrible experimento de modificación del Destino, pero ya nada podía hacer. En su día perteneció a la Casta donde aprendió a obedecer órdenes como si de un autómata sin alma se tratase. Y eso era precisamente en lo que se había convertido a través de todos estos años, en un ser que acataba cada uno de los mandatos de los Brujos por sucias que sean; asesinatos, torturas, ajustes de cuentas, secuestros ... se había convertido durante muchos años en la mano ejecutora de un grupo de Chamanes dedicados mas en cuerpo y alma a sus rencillas personales que a la gloría de Zaibach, entre ellos Yama. Su entrenamiento se adaptaba perfectamente a las diferentes misiones que estaba obligado a realizar como "complemento" a las enseñanzas recibidas por los Syarain, aquellos a los que tanto odiaba al convertirle en el asesino que es hoy en día.
"¿Por qué estoy aquí? Me odio ¿Por qué entonces quiero seguir viviendo? ¿Estoy vivo? La vida es dichosa mientras que la muerte es desdichada ... ¿por qué vivo en un mar de desgracias? ¿En realidad estaré muerto y condenado a vagar eternamente por los infiernos? Mi vida es desgraciada, luego estoy muerto.
Gosser quedó en el suelo apoyado en una de las paredes metálicas, pensativo. Volvió a recordar las palabras de Folken que tanto atronaban en su cabeza.
"Destruirías lo que mas amas en este mundo con una sola orden del consejo"
Gosser seguía pensativo y triste. Estaba sólo, necesitaba estar sólo en estos momentos. Sus hombres apenas intentaron convencerle después de su llegada al Derethy de abandonar el transporte. Al fin al cabo eran buenos soldados y obedecían de inmediato cualquier orden suya por incomprensible que pareciera. Aun así estaban preocupados. Jamás desde la formación del ejercito Quimera hace ya mas de un año, meses antes de la Gran Guerra, habían observado un estado anímico tan degradado en su Comandante. Su mirada perdida y su rostro libre de cualquier atisbo de sentimientos humanos preocupó a sus hombres, incluso la reina Millerna, acompañada por los soldados a sus aposentos del Derethy, pero nadie se atrevió a dirigirle una sola palabra al General Quimera.
Un débil resplandor disipó por un momento las tinieblas que reinaban en el recinto. Numerosas chispas incandescentes se desprendieron del violento choque de dos aceros. Dos figuras altas, portando cada una de ellas una gran espada en sus manos, bailaban a la par una junto a la otra en un intercambio continuo de golpes iluminando estos momentáneamente la estancia en cada embestida. Una pausa llevó consigo una duradera oscuridad interrumpida esta gracias a un nuevo impacto sobre las hojas de ambos individuos. Esta vez sus rostros se encontraban cerca de su respectivo oponente, muy cerca. El tenso forcejeo en el que se encontraban se resolvió a favor del combatiente con mayor corpulencia y fuerza física, haciendo retroceder a su adversario. La oscuridad volvió a apoderarse del lugar cuando uno de ellos descargó un violento golpe con la intención de atravesar a su contrincante. Este adivinó sus intenciones y desvió con aparente facilidad el ataque. Nuevamente, sus miradas se cruzaron a pesar de la impenetrable oscuridad. El individuo de menor corpulencia, pero no por ello un poderoso guerrero al servicio de Zaibach, al verse vencido ante su oponente dirigió su puño hacia el rostro de su adversario. Su intención era derrotarle a cualquier precio, incluso obviando el uso de cualquier arma aunque sea degenerando la pelea en una burda lucha cuerpo a cuerpo. Un miembro metálico se interpuso entre ellos estrellándose lo que parecía lejanamente a una mano con afiladas y punzantes garras en lugar de dedos. La mano plateada cerró poco a poco aplastando la débil mano de su adversario produciéndole un dolor insoportable, desprendiéndose este de su arma. El combate había terminado a favor de Folken; otra vez.
Gosser intentó desembarazarse de la presa de Folken hasta que este le liberó de buena gana. Sonrió al escuchar las maldiciones que lazaba su adversario al tiempo que este apretaba su mano dolorida, y posiblemente rota.
- Has mejorado notablemente estos tres meses, pero tu ímpetu y arrebato a la hora de conseguir la victoria te hace aun muy vulnerable. Deberías dedicarte a controlar tus impulsos en lugar de mejorar tu técnica.
- Me has derrotado porque eres mas hábil, nada mas. No busques excusas donde no existen.
La luz de una lámpara de gas situada en una pared iluminó parte de la habitación, los aposentos de Folken de una gran fortaleza volante. El combate disputado era meramente ilustrativo para Gosser ya que el recién nombrado general de procedencia Atlante siempre le superó en destreza y fuerza en el combate a pesar de estar próxima la fecha en la que Gosser le superaría en combate, y esto era bien conocido por Folken aunque poco le importaba. En cuanto al futuro General del ejercito Quimera, tan sólo buscaba la perfección en el combate, batiéndose cuando le era posible con Folken para aprender de sus errores, esa era la razón por la que cada vez se convertía en un guerrero aun mas poderoso. Era hábil en el combate pero era su inteligencia y su capacidad de aprendizaje lo que le convertía en uno de los soldados Zaibach con mayor futuro.
- ¿Y pretendías vencerme tumbándome de un golpe en el rostro? Es una forma de combate muy poco ortodoxa, incluso para alguien como tú, pero tampoco me ha sorprendido. Estás demasiado acostumbrado a salir victorioso de un combate y no soportas la derrota. Eso te hace combatir con rudeza y deshonor ...
- Peleo como un Syarain. - Dijo Gosser, materializando los pensamientos de Folken. - Se lo que piensas pero quiero que sepas que no estoy orgulloso de ello.
La fortaleza en donde se encontraban no era precisamente lo último en tecnología Zaibach. Pequeño y destartalado en comparación con los enormes navíos de combate que actualmente se construían en los astilleros volantes en las proximidades de la capital, era principalmente utilizado para el transporte de chamanes y figuras con renombre dentro de la jerarquía del ejercito. Entre ellos estaban Folken y Gosser, que, a pesar de la juventud de ambos en comparación con otros grandes militares del Imperio, sus habilidades en el combate así como sus brillantes carreras dentro de la casta de Chamanes que compaginaban con sus tareas como soldados, especialmente Folken, fueron suficientes para hacerse un hueco en tan selectivo grupo.
El camino hasta el hangar principal pasaba atravesando una gran pasarela de metal de decenas de metros de longitud por apenas un par de metros de ancho. Era la única manera de acceder a él desde los aposentos de los oficiales debido a reparaciones de última hora en dos escotillas de acceso. Bajo la pasarela, un gran vacío con las tierras de Zaibach como paisaje, a tal altitud que incluso algunos pájaros con predilecciones a anidar en montañas aprovechaban cualquier resquicio en la piedra volante para establecerse y cuidar de sus crías recién nacidas.
- Hace algo mas de seis meses que no recibo instrucción de los Maestros Asesinos Syarain. Según Yama, he llegado a un nivel que resulta innecesario mi entrenamiento con esas bestias venidas del averno. - Decía Gosser mientras era acompañado por Folken al hangar donde se encontraba su guymelef personal. Ambos atravesaban sin poner especial cuidado en la pasarela, de suelo compuesto únicamente por finas rejillas de metal otorgándole un aspecto de fragilidad. - Pero algo me dice que oculta algo.
- ¿Creía que odiabas a los Syarain? Parece que te apena tu falta de entrenamiento por parte de los Maestros Asesinos.
Gosser ignoró las últimas palabras de Folken. Se sintió insultado después de escuchar sus insinuaciones. Era él quien odiaba mas que nadie a los Syarain.
- Existen rumores de la ruptura de relaciones con el pueblo Syarain. Es algo muy extraño teniendo en cuenta de nuestra dependencia respecto a su tecnología. Me preguntaba si sabías algo. Ya sabes que tus contactos en el Consejo son mas profundos que los míos.
Folken no contestó, se limitó a detenerse a mitad de camino entre ambas entradas del gran vacío en donde se encontraban. Este miró abajo, indicando a Gosser que este hiciera lo mismo. El crucero en donde se encontraban se situó en ese momento justo encima de lo que parecía un astillero volante de dimensiones descomunales. Construido en el interior de un volcán inactivo desde hace milenios, una gran cantidad de edificios surgían de sus entrañas construidas sobre la propia boca del cráter, un orificio gigantesco de dos kilómetros de diámetro y una profundidad indeterminada. En su interior, miles de cables de acero del radio de varios hombres sujetaban con fuerza una inmensa roca levitante donde se erguía una gran fortaleza de metal sobre sus entrañas, con multitud de grúas levantadas en sus enormes entrañas.
- Llevamos mucho tiempo planeando la construcción de esta fortaleza volante, preparando la logística necesaria para llevar a cabo tal empresa titánica. Al fin nuestros esfuerzos se han visto recompensados.
- ¿El proyecto Derethy está en marcha?
Folken afirmó con la cabeza. Gosser comprendió muchas cosas en ese momento. En aquella visión estaba la respuesta del supuesto comienzo de la ruptura de relaciones del Imperio con los Syarain.
- La construcción de un navío de tal magnitud incluye el diseño de una fuente de energía en consonancia con su poder. - Dijo Gosser contemplando maravillado la construcción de un proyecto ideado por los Chamanes desde hace décadas. - No esperaba ver jamás cumplido el sueño de contemplar tal maravilla porque nunca pensaba que los Chamanes se atreverían a contrariar las ordenes de sus tan adorados Caídos. Veo que me equivocaba.
- Cierto. Únicamente la energía que nos otorga la modificación del propio Destino podría mover una mole de piedra como el proyecto Derethy.
- Eso implica desempolvar libros considerados por los Syarain como prohibidos y retomar dichas investigaciones. Nuestros aliados dejaron muy claro hace décadas que únicamente aceptarían dotarnos parte de su tecnología si Zaibach abandona su proyecto de construcción de la máquina Parca.
- La idea viene gestándose en la mente de nuestro Emperador mas años de los que te imaginas. Afortunadamente, aunque los Syarain sospechan del nuevo rumbo de nuestras investigaciones, mientras no completemos a un nivel aceptable la máquina Kitia, la ruptura de relaciones no será total y efectiva.
- Es un error.
Folken miró extrañado a Gosser.
- ¿Es un error construir la máquina definitiva, aquella que materializará todos nuestros sueños? Con ella, Gaea conocerá al fin la era de paz que tanto anhelaba desde la desaparición de Adrian Centur.
- Es un error construir algo capaz no sólo de materializar nuestros sueños, sino también las mas horribles pesadillas enterradas en nuestro subconsciente. Zaibach está jugando con fuego, el mismo fuego que arrasó la mítica Atlantis.
Folken quedó en silencio, meditando. No era de su agrado hablar de la destrucción del reino mitológico.
- Atlantis alcanzó una gran plenitud tecnológica y cultura pero su ciencia de modificación del Destino era aun primitiva en comparación con nuestros conocimientos actuales. - Dijo al fin.
- ¿Te jactas de poseer un conocimiento mayor del funcionamiento del Destino que el de los propios Atlantes? No creo que su máquina fallara, si es eso lo que pretendes insinuar. En mi opinión, la Esfera de Felicidad Absoluta que construyeron funciono incluso mejor de lo que esperaban.
Folken y Gosser continuaron su camino hasta el hangar donde almacenaban los guymelefs de combate y transporte. Las grandes puertas principales se abrieron. Todos los soldados y técnicos presentes se detuvieron en sus respectivas tareas de mantenimiento y puesta apunto de toda la maquinaria Zaibach y saludaron de forma marcial la llegada de su general, tareas que se reanudaron de forma inmediata una vez que Folken les daba en consabido permiso.
- Veo que no acabas de acostumbrarte a tu nuevo puesto como General del Imperio.
Folken sonrió.
- Es en estas estúpidas formalidades a las que no me acostumbro. En Fanelia no necesitábamos tal actitud escrupulosa ante nuestros superiores.
- En cambio te veo muy seguro de ti mismo. Envidio tu falta de miedo ante tanta responsabilidad. Supongo que eso es fruto de tu pasado como príncipe. Desde muy pequeño, has sido aleccionado para regir el destino de tus súbditos y esos conocimientos y experiencias te han valido para afrontar tu nuevo puesto en los ejércitos de nuestro Emperador.
- ¿Tienes miedo a la responsabilidad?
- Me resultaría terrible cargar con las vidas de cientos de personas sobre mis hombros. No podría soportar un sólo muerto debido a una decisión equivocada. No he sido entrenado para regir sobre el Destino de los demás.
- Además de soldado perteneces a la casta de los Chamanes al igual que yo. Lo llevas en la sangre. Eres un poderoso guerrero y tu ingreso en la Guardia Imperial al servicio de nuestro Emperador sólo confirma el brillante futuro que te espera.
- Si, un futuro de sometimiento ante el Consejo.
Dos enormes grúas de metal situaron el novísimo guymelef Alseides de reciente construcción y diseño, grandes armaduras de combate con la última tecnología desarrollada a partir de los conocimientos cedidos por los Syarain. Un gran crujido indicó su correcto anclaje a la rampa de lanzamiento, dispuesto a ser soltado sobre la fortaleza cuartel Kennaro, el próximo hogar de Gosser durante los próximos tres años.
- No está mal para ser tu primer puesto de responsabilidad. - Dijo Folken, alejándose de la rampa de lanzamiento. Era peligroso estar junto a esa maquinaria infernal en pleno despegue debido a los vapores de altas temperaturas que utilizaba para desplazarse en pleno vuelo. - Te ayudará a tomar contacto con la jerarquía militar así como aprender a dar órdenes a tus subordinados.
Gosser se introdujo no de buena gana en la cabina de pilotaje del Alseides. Estaba visiblemente malhumorado desde que le asignaron un puesto de relevancia como jefe de instrucción en la academia de oficiales de élite, donde entrenaría a decenas de reclutas en el arte del combate. Le parecía algo impropio para un miembro de la Guardia Imperial. Y tenía miedo. La vida de sus alumnos dependían ahora de sus enseñanzas. Como buen Chamán del Imperio, el destino de decenas de hombres estaba en sus manos.
La presencia de Alexia interrumpió los duros y a veces borrosos recuerdos de Gosser. La esclava miró profundamente en sus ojos, encharcados en abundantes restos de lágrimas resecas por el dolor que sentía en esos momentos. La mujer se estremeció al ver a su señor en ese estado. Lo que mas anhelaba en ese momento era la de estar junto a él y consolarle.
- No puede contener todo ese dolor usted sólo. Necesita a alguien a quién compartir su sufrimiento. - Dijo la esclava. Esta de acercó a su señor pero la voz fría y carente de vida de Gosser la detuvo.
- ¿Por qué quieres ayudarme? Intenté matarte pero aun así deseas ayudarme. No merezco tu compasión ni la de nadie, no después de todos los pecados que he cometido.
Gosser apartó su mirada y se refugió en si mismo. Como un niño, escondió su cabeza entre sus piernas, completamente flexionadas, y comenzó a mascullar palabras ininteligibles entre sollozos. Alexia se apenó al ver a su señor en ese estado y se acercó a él. Su mano temblaba al contacto con su piel, pero no reaccionaba. Estaba tan absorto en sus pensamientos y temores que ya nada le importaba. Mientras tanto, repetía sin cesar una y otra vez las mismas palabras al tiempo que hacía lo posible por contener sus propias lágrimas.
- He destruido lo que mas amaba en el mundo. - Decía.
...
Yama siempre temía la oscuridad. Estaba rodeado por ella; suelo, paredes, techo, aire ... todo oscuro y tenebroso, pero el silencio que reinaba en la estancia era lo mas inquietante de todo. En cualquier otra situación se sentiría orgulloso de ser uno de los escasos lugares en donde ningún ser humano había estado jamás, al menos en vida. Desgraciadamente para él, dicho lugar podría ser considerado como la reproducción mas fidedigna del infierno. No un infierno con grandes volcanes que vomitaban ríos de llamas, interminables y profundos senderos y profundos acantilados que se extendían cientos de kilómetros al mas negro de los vacíos. No. Aquel infierno del Tántalo era mucho peor. En interior de la gran nave Syarain parecía creado por la mente de un loco paranoico con una inteligencia que sobrepasaba los límites humanos e inhumanos. Continuos pasillos sin apenas luz ya que los Syarain ven perfectamente incluso en la mas ínfima oscuridad. Pasillos construidos con millones de toneladas de metal glima solidificado que mas bien parecían grotescos conductos vivientes donde las columnas situadas continuamente a ambos lados de los pasillos que sostenían su enorme peso tenían formas orgánicas imposibles. Numerosos surcos oscuros sobresalían continuamente de las paredes que se fundían y bifurcaban no sólo con los pasillos colindantes, sino que también formaban parte de horribles estatuas que continuamente adornaban las paredes de la nave. Eran espeluznantes. Sus cabezas y cuerpos deformados en lo que lejanamente podría parecerse a un cuerpo humano o Syarain, poseían una belleza de pesadilla. Sus miembros, ya sean pies, manos o cualquier otro lugar de su anatomía se fundían entre si mismo con lo que parecían numerosos artilugios orgánicos y mecánicos cuyas partes también se moldeaban con otros cuerpos o consigo mismo.
Ahora estaba sólo. Soldados Syarain le escoltaron hasta la entrada una gran habitación. Las enormes puertas metálicas, tan grandes como un guymelef de colosal tamaño, eran adornadas con las mismas representaciones del grotesco arte que les caracterizaba. Eran dos seres humanoides cuyas deformadas manos parecían custodiar dicha estancia. Un gran estruendo y las puertas se abrieron dejando pasar una oscuridad impenetrable, mayor aun cuando los mismos soldados cerraban las grandes puertas dejándole con la única compañía de los latidos de su corazón.
- Eres afortunado - Dijo una voz. - Muy pocos humanos consiguen ver lo que tú has visto viniendo hasta aquí, al menos vivos. Me alegra que hayas accedido a mi invitación.
Yama tragó saliva, mucha saliva. Era lo único que podía hacer en ese momento. Tenía miedo. La oscuridad no disminuía pero lo que verdaderamente le inquietaba era el sonido de unos extraños pasos muy cerca de él. No tardó mucho en deducir que aquellos pasos lo producían unas grandes y pesadas garras. Eran animales, algún tipo de animal enorme. Pasaron muy cerca de él hasta que la desaparición de aquel sonido indicó que se detuvieron. Un gran crujido hizo tambalear a Yama. Era el ruido que producían numerosos huesos al ser molidos, uno tras otro. Mas crujidos y sonidos de mandíbulas arrancando y triturando carne hizo que la tranquilidad del Chamán desapareciera. Yeri notó su inquietud y decidió, con un mero chasquido, que la oscuridad abandonara de manera paulatina el lugar. El Señor de los Syarain se encontraba en el centro de la enorme estancia circular cuyo techo, la aun débil luz que irrumpía impedía contemplarla con todo su esplendor. No había nada en la sala excepto una sombría figura envuelta en una gran capa oscura que ocultaba su cuerpo y posiblemente una especie de trono sobre el cual estaba sentado. Sólo su cabeza, completamente de color blanquecino al igual que su larga melena pero muy diferente en cuanto a sus ojos. Un guantelete metálico sobresalía entre su capa, abriéndola y cerrándola de forma continua pero lenta. A un lado, dos crías de alguna raza de dragón desconocida, completamente negros y ojos brillantes, peleaban entre si por lo que parecían generosos trozos de carne, posiblemente humana aunque también podrían ser propios Syarain.
- ¿Qué ha ocurrido?
Yeri dejó de un lado la diplomacia y las buenas maneras. Estaba enojado después de presenciar una batalla que había provocado muchas mas bajas Syarain que las inicialmente previstas.
- No lo sabemos. - Dijo intentando disculparse. - Según nuestros datos, Astria comenzó a reforzar sus defensas horas antes del inicio del ataque.
- Se anticiparon al ataque. - La voz del Syarain resonó por toda la estancia. Estaba enojado. Su pueblo había sufrido muchas mas pérdidas de lo previsto en un principio.- Sus primitivas defensas han sido lo suficientemente efectivas como para abatir a mas de dos docenas de nuestros guymelefs.
- En cambio, los melefs abatidos por vuestras fuerzas ascienden a varios centenares, incluido algunos Caballeros Celestes. En mi opinión, ha sido todo un éxito ...
Yeri se levantó de manera súbita de su trono con la mirada puesta en Yama. Este quedó de nuevo paralizado por el terror al igual que sus mascotas los dos dragones negros, que dejaron inmediatamente de devorar a su desgraciada víctima y retrocedieron sumisamente. Eran animales y como tales poseían un sexto sentido capaz de prever la llegada del mas terrible de los desastres.
- ¿Cómo te atreves a decir algo así? - Gritó. - ¡Mas de veinte de nuestros Nereides abatidos por esos pérfidos humanos, incluido un Xanas! Si el plan hubiera salido tal y como se planeó desde un principio, toda la ciudad hubiera quedado arrasada bajo nuestros pies sin tan sólo una pérdida. Algo salió mal ...
- No ... no me explico lo sucedido. - Dijo Yama intentando excusarse de alguna manera de las acusaciones de Yeri. Lógicamente, jamás admitía un error Syarain. - Verdaderamente, se anticiparon al ataque, pero no me explico el como ...
- Malditos bastardos. ¿Cómo es posible que un plan, sólo conocido por vuestro Consejo y el General humano Adelphos, haya acabado en manos de vuestros enemigos?
Yama no pudo contestar ya que no tenía las respuestas, pero sí Yeri. Para el Syarain, la respuesta al enigma era muy sencilla.
- Jamás me gustó Gosser. Su sangre está contaminada por una inmundicia aun mayor que la de los seres humanos. Además, su fijación por la mujer del experimento de modificación del Destino ...
El sumiso Chamán del Imperio, aparentemente bajo órdenes de Yeri, aventuró a adelantarse para hablar a favor de su alumno. No le agradaba en absoluto pero tanto el General Quimera como su ejercito era lo único que Zaibach conservaba de su antigua grandeza.
- Es indisciplinado pero jamás desobedecería una orden así. No creo que sea el responsable de la filtración. Es mas, dudo que haya existido filtración alguna ...
Yeri se acercó cada vez mas al Chamán. Su paso lento pero firme era un terrible presagio para Yama.
- ¿Cómo explicas si no lo sucedido? ¿Acaso crees que presintieron de alguna manera el ataque?
Las palabras de Yeri fueron como el chasquido que inicia la llama para el Chamán, el comienzo de una idea que tanto él como el Consejo creyeron enterradas después de la Gran Guerra. No sería descabellado pensar en la llegada a Gaea de un ser capaz de predecir los hechos futuros después de lo sucedido durante construcción de la máquina Parca. Pensó que, quizás, aquella joven procedente de la Luna de las Ilusiones había regresado al planeta en cuyos cielos ondea La Tierra.
- Me ocultas algo. - Dijo Yeri. La expresión de Yama así lo indicaron pero este intentó disimular en todo lo posible.
- Pensaba en la posibilidad de que Bashram construyera una nueva máquina Parca. Quizás aun se encuentren en la fase inicial del proyecto ...
- ¡Mientes! - Bramó Yeri. El Tántalo se estremeció al igual que yama. - Ocultasteis durante largos años la construcción de esa maldita máquina ante nuestros ojos. No permitiremos nuevos engaños y mentiras de Zaibach.
En ocasiones, si se está ocultando algo es mejor callar que defenderse. Así lo pensó Yama y así lo puso en práctica. Funcionó aparentemente ver como Yeri se alejaba de él para sentarse nuevamente en su sencillo trono de metal. Quizás este le creyó pero sabía que no debía sobrevalorar jamás a un Syarain, y menos a Yeri, poseedor de los increibles conocimientos que permitió a Atlantis llegar a una plenitud científica y cultural. Este, sentado, hizo un gesto con su mano derecha y las grandes puertas metálicas que daban acceso a la gran sala se abrieron por si mismas. La escasa luz volvió a atenuarse hasta desaparecer por completo. Era el momento de abandonar el Tántalo. Sin embargo, antes debía de tratar un tema incluso mas importante que las razones por las que había sido llevado ante Yeri
- Tanto Escaflowne como el Rey de Fanelia escaparon de nuestra garras. Es un peligro para la misión si consigue alertar a Bashram de la invasión a la ciudad humana.
Yeri se recostó sobre el trono, pensativo. Una mueca parecida a una sonrisa apareció en su rostro.
- Es una pena que no hayamos abatido al Dragón. Sería una hermosa y simbólica venganza por los siglos condenados a vagar entre tinieblas.
Yama no tenía en menor interés en las rencillas personales de los Syarain y así se lo quiso saber a Yeri, pero este habló adivinando los pensamientos del Chamán.
- En estos momentos nuestras tropas están exterminando las tropas astrianas situadas en el cementerio de los Dragones. Muy pronto, Darmalion renacerá de sus cenizas y el camino hacia Atlantis quedará abierto.
- Creía que el tránsito por el Espacio Multiplanar os llevaría al menos dos días.
- Efectivamente. - Afirmó Yeri. - Pero debido a los últimos imprevistos nos hemos visto obligado a forzar nuestros generadores al máximo para llegar tan solo en unas horas. Espero que el esfuerzo de nuestros ingenieros se vea gratamente recompensado.
- No fallaremos. - Contestó Yama con determinación. - No esta vez.
