Nota de la autora: Vale, vale. ¡He vuelto! Siento muchísimo el retraso (¡que no ha sido poco!). Primero fue Pero no entre sí, y ahora ha sido Tom la historia que se cuela y me pide atención casi constante. Sé que no debería dejar las cosas a medias durante tanto tiempo, y sólo puedo pediros perdón. De verdad que lo siento. Ya ni me planteaba seguir pronto la historia, así que este capítulo va dedicado a Marina (marin_8@l...), por insistir y darme ganas de repente, y a Llad, por secundar la idea y por la tan buena crítica que de ella he recibido.
Hay más. De verdad que sí. No prometo para cuando, pero el capítulo 7 está en marcha y ya hay un trocito. ¡A ver si consigo no dejaros más en la estacada!
Capítulo 6Nah. Al final, no me voy.
¡¡Ey, no soy tonto!! ¿Cómo me iba a ir después de que se durmiera? ¡¿Cómo iba a cambiar una cama individual compartida con una preciosidad abrazada a mí por mi lecho solitario?!
Oh, pero no ha habido nada. La dejé sobre el colchón, hablamos un par de minutos, se preparó para meterse en la cama y yo me tumbé a su lado, sobre las mantas, y nos tapé con el edredón. En unos pocos segundos mi brazo le servía de almohada, ella ponía casualmente la palma de su mano sobre mi pecho, como para asegurarse de que estaba allí y hablábamos suavemente, en susurros, sobre cosas intrascendentes. Hablamos sobre la ropa de la cama, sobre la persiana de su habitación, sobre James y sobre su madre, sin profundizar demasiado en ningún tema, y, calculo que, más o menos, al cabo de una media hora, noto que ella se acerca más a mí, se refugia en mi pecho, escondiéndose, y oigo cómo su respiración se hace más profunda y sosegada. Se duerme pegada a mí, de una manera dulce y protectora que me hace sonreír, enternecido, y yo me niego a marcharme, por mucho que hayamos quedado así al principio. En cambio, me relajo completamente junto a ella y doblo el brazo en que apoya la cabeza para abrazarla también y rodearle los hombros, hasta que me duermo, con la barbilla contra su mejilla.
¿Qué se siente, al dormir con alguien? La palabra que me viene a la mente, invariablemente, es dulzura. Dulzura y suavidad, con una calidez cómoda y acogedora envolviéndote por todas partes. Es como sentirte seguro por primera vez en mucho tiempo, resguardado de todo, arropado por la respiración y las manos y el edredón que compartes. Mmm, calor. Calor y la conciencia clara de la realidad tangible del cuerpo de la otra persona.
Es curioso que sea el tacto lo que me hace notarla más real, pero eso es justo lo que sentí al abrazarla esta noche. Pones los brazos a lado y lado de la otra persona, uno de ellos como almohada, ella respira suavemente, adormilada, doblas los brazos en su espalda, rodeándola, y te das cuenta de que tienes algo entre las manos; no es una ilusión más. Se mueve hasta que se adapta a tu cuerpo, hasta que está cómoda y tú, sin pensar para nada en que lo haga egoístamente, crees saber que estáis hechos el uno para el otro y que así es como tiene que ser el resto de tu vida. La percibes mediante un sentido que estaba algo descuidado hasta ahora, el tacto, la presión, y cuando te quieres dar cuenta estás perdido en la contemplación de la belleza de su existencia a tu lado.
O, lo que es lo mismo... que creo que dormir con ella ha sido una mala elección.
Oh, vamos, ¿yo y Mar? Hay una gran diferencia entre un amor platónico, que te eleva hacia el Bien Supremo (casi veo a Jamie mirándome con una expresión rara al escuchar un razonamiento de filosofía muggle) y enamorarme de verdad de ella. Lo sé, lo sé, jugaba con fuego. Me sentía atraído por ella, claro que sí, pero ella me odiaba, me despreciaba, era de hielo. Era seguro permitirme esos sentimientos. Era casi inocuo: yo sólo soñaba una vida mejor, poderle ofrecer seguridad de verdad, poder prometerle que nada le pasará y hacer que confiara en mí, incluso por encima de los aurores. Y tanto: dejando a los aurores bien al margen. Soñaba con un mundo perfecto, a sabiendas de que era imposible.
Y ahora, después de abrazarla, notarla, sólo con el suave pijama, respirar confiada sólo por notarme a su lado, después de respirar su olor, después de compartir toda una noche con ella, ahora, pobre de mí, no podré vivir sin ese mundo.
Lo cual, por cierto, no quiere decir que haya dejado de ser imposible. Para ella aún soy un auror pesadito que se responsabiliza exclusivamente de su seguridad y la mantiene alejada de todo lo que se relaciona con su padre.
Que, por cierto, aún no sé cómo se enteró de quién era. Estaba convencido de que era un secreto de estado y que no habría filtraciones ni en un bando ni en el otro, que nadie lo sabría jamás aparte de Moody, la difunta señora Moran, el padre y yo. Bueno, y Malfoy, claro: ¿por qué si no habría montado todo el plan para conquistar a la pequeña heredera, felizmente casado como estaba? Pero dudo que fuera él quién se lo contara a Marianne. No es el tipo de cosas que haría voluntariamente esa sabandija. ¡Rata de cloaca...!
¿Cómo lo debió adivinar, entonces, ella? Me dio a entender que fue sola; su madre no se lo llegó a explicar jamás. Bueno, supongo que, cuando eres hija del mago más poderoso de todos los tiempos (y, aunque pueda parecerlo, yo no creo que sea del todo una exageración: ¿quién más aparte de él podría haber llegado tan lejos? ¿Quién más podría controlar tan bien un ejército tan oscuro como los Devoradores de Muerte?), cuando su sangre corre por tus venas, acabas por darte cuenta de detalles que sólo se explican añadiéndolo a tu ecuación. La magia de Mar, por ejemplo: se la quité demasiado pronto como para poder observarla, pero estoy seguro de que supera la de muchos aurores. Después de todo, intentó hechizo tras hechizo sin varita, cuando cualquier mago normal, yo el primero, se habría sentido inútil sin ella. Y las serpientes... No se lo preguntaré jamás y no traeré ningún ofidio al refugio, pero me pregunto cómo debe ser poder hacerlo. ¿Qué conversación deben de tener los reptiles? ¿Cómo debe ser escuchar lo que nadie más escucha?
Marianne, entre mis brazos, suspira suavemente y mueve la cabeza, aún dormida. El movimiento hace que un mechón de pelo oscuro le caiga sobre la mejilla y hace una mueca, molesta por el contacto inesperado. Le aparto el rizo con tiento, procurando que no le roce más la piel, y ella parece relajarse. Durante un instante, mi expresión se ilumina con una sonrisa furtiva, mientras cala en mí el pensamiento de que yo también estoy viviendo algo exclusivo y estoy escuchando algo que nadie más escucha: a Mar despertarse entre mis brazos. Siseo suavemente, muy flojito, para evitar que se desvele del todo, y ella se vuelve a esconder en mi pecho.
Me he quedado a dormir y no nos hemos separado en toda la noche. Diría que prácticamente no hemos cambiado de postura, pero no me siento nada tenso ni agarrotado, sino al revés. Mar me sienta bien, pienso, divertido. Y me imagino diciéndoselo: Mar, preciosa, tú me sientas bien. O, de manera equivalente, mi niña, ¿qué tal si me quedo contigo, así de juntitos, hasta que canses de mí y me mandes a paseo? Porque, bonita, ¡creo que eres lo que más quiero en este mundo!
Soy un exagerado otra vez. Me siento genial con ella, de verdad, y me atrae físicamente. Además, hace mucho que su personalidad me cautivó y nunca me había gustado más una persona. Después de probar cómo es estar cerca de ella, me estoy volviendo dependiente, pero eso es todo: nada más me puedo permitir. Cuando se despierte por fin y me riña por haberme quedado a dormir, cuando le dije que iría a casa, y cuando me mire con esos ojazos azules pero sin expresión alguna en ellos o, al menos, no con la expresión enamorada que yo querría encontrar, todo volverá a la normalidad y se me pasará la tontería de querer hacer nuestra relación más real. Porque eso es lo que me pasa: hoy, que me he dado cuenta de la proximidad y tangibilidad de su persona, quiero que los lazos que he creado para nosotros, a base de imaginación e inexpresado afecto, sigan el mismo camino y se declaren, se fortalezcan, se vuelvan visibles para el mundo, para que mi abrazo no desaparezca hoy para siempre. Quiero que algo entre nosotros, ¡lo que sea!, sea tan real para ella y para mí como lo somos ella y yo por separado. Quiero hacerla reír y borrar para siempre sus lágrimas, protegerla y cuidarla. Quiero aislarla de todo lo que le puede hacer daño, pero no bajo la cobertura de auror sino bajo la de alguien que la quiere.
Quiero, quiero, quiero. Eso mismo. Quiero. A ella. La quiero.
Dejé que entrara en mis fantasías, primero como una pobre chica por la que sentía compasión y a la que quería proteger, ya que era mi misión, y luego, cuando la conocí, todo me empezó a afectar de manera más personal. Le abrí un camino a mi corazón, porque no sé hacer mi trabajo de otra manera que poniéndome en el lugar de los que he de cuidar y sintiendo míos su vida y sus problemas, y, en cuanto ella dejó de odiarme y me sonrió, y en cuanto su control se quebró y me demostró las grietas que había dejado el pasado en ella, caí de bruces a sus pies para remendar lo que pudiera. En cuanto la he visto vulnerable, todo lo que he estado incubando durante días, soñando con ella y pensando que eran sueños inocentes, de imposibles, se me ha revelado. La quiero. ¡La quiero!
Se mueve otra vez, ajustando su posición a mi lado, y yo aprovecho para acercarla más a mí, abrazándola un poco más firmemente, aunque sin mucha fuerza, porque no quiero hacerle daño o que se despierte, y escondo su cara en mi cuello, apoyando mi mejilla en su frente. Está intranquila y me pregunto si estará soñando lo que evité anoche cuando interrumpí su llanto.
- Nada te pasará - suspiro, muy flojito. - Te cuidaré, bonita. Tu padre tendrá que matarme para volver a acercarse a ti...
Su mano, que tenía sobre mi estómago, se cierra en un puño unos instantes, en sueños, pero pronto se relaja. Vuelvo a sisear, aún más flojito, y murmuro, casi inaudiblemente, para tranquilizarla.
- No pasa nada. Estoy aquí. No pasa nada.
- Hum - asiente, en un balbuceo nasal. - ¿Sirius...?
- Sí - le digo, y ella se relaja.
Al cabo de sólo un instante respira sosegada, relajada de nuevo entre mis brazos, y no vuelve a moverse en un par de horas, hasta que el sol aparece en su ventana. Yo me quedo muy quieto también a su lado, dormitando a ratos y observándola otros, pensando y soñando despierto. Supongo que no tengo remedio.
Cuando se despierta, yo estoy en uno de mis ratos de sueño, y ella se queda a mi lado, como he hecho yo cada vez que me he despertado durante la noche, hasta que el sol me despierta también. Sigue escondida en mi cuello, abrazándonos aún, y me despierto casi sin darme cuenta de que dormía antes. Al principio, soy consciente de su forma, pero no me pregunto si se ha despertado, dando por sentado que no ha pasado prácticamente tiempo desde que me dormí. Abro los ojos, miro un momento su cabeza, bajo mi nariz, y sonrío enternecido por la sensación de despertarme a su lado. Un poco después me doy cuenta del reflejo del sol en la pared delante mío y pienso por primera vez en la hora que debe ser, mucho después del amanecer.
Ella se debe de haber dado cuenta de cuando me he despertado, por mi respiración o por algún movimiento, y noto que su mano se mueve confortadoramente arriba y abajo de mi brazo.
- Sirius - me llama, muy suave, antes de separarse de mí para mirarme. - ¿Estás despierto?
Yo también me separo y nos encontramos cara a cara.
- Sí - articulo, con la voz ronca por el prolongado silencio. - Buenos días, preciosa.
- Buenos días - repite, y vuelve a esconderse en mi clavícula. - Te has quedado a dormir.
Asiento, arrepentido.
- Pensé que no te molestaría - susurro, disculpándome. - Era tarde, y...
Pero ella me interrumpe
- Gracias - dice, con un hilo de voz. - Muchas gracias. Yo... lo necesitaba.
- De nada - respondo, inseguro, y la beso en la sien. - ¿Seguro que no te molesta?
- Para nada - me asegura. Me abraza un poco más fuerte un instante y ella también me da un beso, en la base del cuello, sobre mi camiseta. Noto su respiración sobre la zona, antes y después, y tengo que contenerme para no expresar un escalofrío de fruición.
- Gracias por dejarme quedarme - musito como respuesta. - He dormido muy bien.
Ella hace un ruido incrédulo.
- Pero si debes de estar incómodo - se queja, sin demasiado entusiasmo. - ¿Tienes espacio? Me parece que me he quedado con toda la cama...
- Tengo mucho sitio - le aseguro, algo sorprendido por su comentario. - ¿Y tú?
- Nunca había dormido mejor - me confiesa, con voz tímida. - Muchas gracias. De verdad.
- Bah - suspiro. - ¿Qué quieres que hagamos hoy? Sé que no hay mucha variedad - me disculpo, avergonzado - pero, dentro de las posibilidades, podemos hacer lo que tú quieras.
Ella se separa para sonreírme, se gira y se queda tumbada mirando el techo.
- Quédate - me dice, con la vista fija arriba. - Quédate y hablamos. Necesito hablar. Soltarlo todo. Que me... consueles.
Me giro hacia ella, preocupado, sobre todo por el tono inseguro que ha usado.
- Claro que sí - le prometo. - Lo que quieras, Mar. Si necesitas hablar, estoy aquí, ya lo sabes. Y, si aún no estás lista, sabes que me espero. Que estaré disponible para cuando lo necesites; no hay ninguna prisa. No quiero que te sientas mal por nada, bonita...
- Quiero contarte lo que pienso - reitera, aún sin girarse para mirarme. - Estás aquí para ayudarme, ¿verdad?
Sin pensar, avanzo hacia ella y le doy un beso en el hombro, espontáneo.
- En lo que necesites - declaro, escondiendo mi pasión peor de lo que esperaba. - ¿Preparo el desayuno y hablamos abajo?
Ella sonríe suavemente y por fin enfoca la vista en mí.
- Claro, Sirius - me dice, casi alegre. - Vamos a la cocina, desayunamos y te cuento mis secretos, ¿vale?
Y yo asiento pero, en lugar de levantarme y dejarla salir de la cama, me giro más hacia ella, rodando sobre la cama, me acerco y, de perfil, le doy un abrazo muy fuerte.
- Cuenta conmigo para lo que sea - le pido. - Sólo quiero que seas feliz.
Ella asiente, algo emocionada, y me abraza también.
Y yo sonrío, cuando ella no me ve, sonrojado hasta las orejas.
Me ha salido un 'sólo quiero que seas feliz'. Bonito y quizás sin muchas implicaciones.
Pero, mi niña, ¡no era eso! ¡Era sólo un 'te quiero'!
Y, por su abrazo y por la mirada en sus ojos, siento casi que lo ha entendido. En parte, al menos.
Acaba por soltarme, un poco después, y se despereza suavemente, arqueando la espalda y estirando los brazos. No se ha alejado mucho y yo aún sigo tan cerca, medio abrazándola, que su movimiento hace que tope conmigo. Temo estarla molestando y dudo si soltarla y rodar otra vez hacia el otro extremo de la cama pero, antes incluso de que me dé tiempo a soltar mi abrazo, noto que ella se mece, frotándose tímidamente contra mi pecho. Se lleva un puño cerrado a un ojo, aún lleno de sueño, y me mira con el otro, sonriéndome una disculpa.
- Qué bien se está - murmura, a modo de disculpa, muy flojito, y no puedo evitar pensar en una gatita mimosa buscando el roce de las perneras de su amo.
La imagen me seduce rápidamente y alzo una mano para tocarle la mejilla, esperando casi que ronronee.
- ¿Qué te apetece desayunar? - le pregunto, dedicándole mi mejor sonrisa mientras me deleito secretamente en la caricia.
Ella sacude suavemente la cabeza, inclinando graciosamente la barbilla, casi juguetona.
- Hagamos algo - me propone, alegre. - ¡Algo muy bueno!
- ¿Dulce? - sugiero, asintiendo sin reparos a su propuesta.
- No lo sé. ¿Qué te apetece? ¿Tortitas?
Me lo pienso un momento antes de responder. No es que necesite reflexionar sobre el desayuno, pero encuentro que es una muy buena ocasión para regalarme unos segundejos de contemplación, cara a cara y abiertamente contentos.
- Mmh, sí - digo, al final. - Tortitas y una taza de leche con cacao. ¿Qué te parece?
- Bien - me responde, con una mueca de convicción. - Pero las hacemos a mi manera, ¿vale?
- Claro que sí - concedo. - Es mucho más divertido así. Pero los platos los frego a la mía, ¿de acuerdo?
Ella sonríe y asiente rotundamente. Fregar los platos no es ninguna delicia para alguien acostumbrado, como nosotros, a hacerlo con un solo movimiento de varita. Yo me encargaré de ellos, a la manera mágica, pero las tortitas son suyas, con mi indiscutible ayuda, para que experimentemos por los senderos no mágicos.
Se vuelve a rozar contra mí, sólo que ahora no se despereza. Se balancea suavemente, observándome con una expresión de satisfacción y paz. Felina, y tanto que sí, y con tanta comodidad y confianza que intuyo que se siente casi tan bien conmigo como yo con ella.
Tentado sólo de devolver las atenciones amplificadas, me inclino hacia ella y la beso en la mejilla, cerca de la nariz. Tiene la piel suave y fresca y aspiro lentamente cuando mis labios la rozan, buscando memorizar todo lo que pueda percibir de la situación a través de mis sentidos.
- Anda, vamos, preciosa - le digo cuando me separo. - ¿Quieres ducharte?
Ella frunce el ceño.
- ¿Es eso una indirecta? - me reprocha, en tono severo pero con un brillo jocoso en sus ojos.
- ¡No! - río yo. - Claro que no. Pero, si te quieres duchar, yo me espero.
- No hace falta - explica ella. - Me duché anoche, antes de que vinieras. ¿Tú quieres ir?
- A ducharme, no - aclaro, tomando conciencia de mi entidad física y sus necesidades fisiológicas. - Pero ve tú primero, ¿vale?
Ella acepta mi ofrecimiento, se acerca un poco a mí durante un instante, como despedida, y luego se destapa y camina hacia el lavabo con paso vacilante, inacostumbrado después de la noche de sueño. En unos segundos desaparece tras la puerta y yo me relajo en la cama, reviviendo su contacto. Me giro hasta quedar bocabajo, tumbado sobre el lugar que ocupaba ella hace sólo unos instantes, e inspiro profundamente con la nariz hundida en la almohada. Qué bien huele. Las sábanas están calentitas, desordenadas bajo mi peso, y, como si ella aún estuviera tumbada a mi lado, paso la palma abierta por ellas, imaginando que el contacto es otro y recuperando su temperatura. Cierro los ojos y dejo la mente en blanco, sólo notando que estoy ahí y pensando en ella en asociación libre.
Qué bien estoy. Qué feliz soy. ¡Y con tan poco!
