Capítulo 7

Las tortitas nos salen buenísimas. No es porque lo diga yo, que sí, que lo digo, pero nos han quedado deliciosas, tostaditas y crujientes en el punto justo. Además, ha sido bonito hacerlas con ella batiendo los huevos a mi lado y colaborando como un auténtico equipo. No ha costado mucho cocinarlas, de acuerdo, pero ha sido igualmente gratificante.

Y ahora nos las comemos juntos, uno frente al otro, mirándonos de vez en cuando con una sonrisa, mientras me devano los sesos, sin resultado, imaginando algún tema de conversación inocuo pero que le dé la libertad suficiente como para contarme lo que quiera, sean o no los secretos de que me hablaba antes. Aunque tampoco es que estemos en silencio, ni por un momento: mantenemos una charla amena plagada de comentarios sobre nimiedades. Claro que, pensándolo bien, quizás esa sea la mejor manera de llevar la conversación a un terreno donde se sienta segura: hablando de cosas sin importancia. Y, de hecho, si aún no está preparada para contármelo, sea lo que sea, y prefiere esperar, a mí me parece genial. O sea que, a lo mejor, no hace falta que me preocupe tanto por nuestro diálogo y, con esta idea en mente, me esfuerzo por relajarme y dejarme llevar. Estábamos hablando de mi lista de la compra, repasando los objetos que puede necesitar que le conjure o que le traiga del exterior, y me decido a sacar una pequeña libreta muggle y apuntarlo todo, en dos pulcras columnas, más para inventarios posteriores (¿aún te queda champú, necesitas algo más, a ver qué dice la lista?) que  porque me vaya a olvidar de nada. Sin ánimo de jactarme, he de decir que tengo una buena memoria, y una lista de cosas, que, encima, ella necesita, no es lo suficientemente complicado como para no poder recordarlo. Y más si ella lo necesita: es como si tuviera más razones para recordarlo. El más prosaico artículo de limpieza o higiene se convierte en algo crucial si lo pide ella. 'Se me está acabando el suavizante', me dice, y mi imaginación salta rápidamente a la imagen de ella descubriendo el bote vacío, buscando otro, peinándose con dificultad por mi culpa. Me monto una película, sí, y yo solito, pero con eso se me graban sin esfuerzo los detalles de lo que me dice.

Hacemos una pausa mientras yo garabateo la lista, añadiendo dos nuevos objetos.

- ¿Quieres que te traiga más libros? - sugiero, con la vista fija en las letras que me ocupan.

- No creo - duda ella. - Aún tengo un par por leer, y siempre me puedo releer alguno de los más viejos. Muchas gracias, Sirius, pero creo que será mejor que estés unos días alejado de la librería, o al final...

Sospecharán, entiendo, sin necesidad de que acabe la frase.

- No te preocupes, Mar - la tranquilizo, con una mirada afectuosa. - Monté una coartada incluso antes de que tú llegaras aquí.

- ¿Una coartada? - repite ella, mirándome sorprendida.

- Claro. Los primeros libros, los que ya estaban aquí cuando entraste, los fui comprando poco a poco en la misma librería. Soy un cliente asiduo. Y, aún más: por si alguien pudiera dudar de mi fidedigno interés en la literatura muggle best-seller, he ido creando una excusa completamente egoísta y casi infantil, del tipo que satisface incluso al Devorador más escrupuloso. Digamos que desde el principio busqué una librería con una librera, y no con un librero.

Ella me mira con comprensión en los ojos.

- Finges estar enamorado de ella - murmura, incrédula.

- Más o menos - asiento. - No es que finja propiamente, pero dejo caer alguna insinuación en el trabajo, y así. Y, por si me siguen hasta la librería, monto la mejor de las comedias, arreglándome para la ocasión y cosas así. Aunque nunca sugiero nada delante de ella: sería cruel, si ella se lo creyera y de alguna forma se hiciera ilusiones.

- Claro - asiente, con una sonrisa comprensiva. - ¿Crees que es una buena coartada?

Le sonrío con una mueca.

- Es bastante creíble. Con lo aburrido que soy en lo que respecta a amores, es casi esperable un enamoramiento tan inocente y casi ridículo, de inexperto.

Me mira con una expresión entre sorprendida e interesada.

- ¿Aburrido? - repite, inclinándose un poco hacia delante para acercarse más a mí.

- Aburrido - confirmo. - Siendo auror, y todo...

- Claro - concede ella, asintiendo con cara de haber pensado en ello antes de que yo lo dijera. - ¿Con cuántos años entraste en la Orden?

Frunzo el ceño, contándolos, pero no puedo evitar, a la vez, sonreír divertido ante la mención de la 'Orden'. ¡Cómo se nota que su principal contacto con nosotros es Moody: sólo él nos llama así!

- Cuando salí de Hogwarts - explico - estuve dos años preparándome para los exámenes, y luego tres meses más haciéndolos. Después de eso, se acabó mi vida privada.

Ella me sonríe con simpatía.

- Debe de ser duro - murmura y veo, con sorpresa creciente, cómo sus ojos se apagan a medida que dice la frase. Al final, ella baja la vista, suspira en silencio y se frota la frente, en la cual han aparecido tres arrugas paralelas de preocupación, con el índice y el pulgar, como si quisiera ahuyentar un incipiente dolor de cabeza. - Sirius - me dice, sacudiendo la cabeza con pesar, - creo que te debo una explicación.

Yo alargo una mano y le acaricio el antebrazo, confortándola.

- No te preocupes - la tranquilizo. - No hay prisa. Ya hablaremos cuando llegue el momento, cuando te sientas preparada.

- No - insiste ella, y alza los ojos para mirarme penetrantemente. - Quiero explicártelo, Sirius, porque estás siendo tan bueno conmigo...

Se interrumpe, y noto que está conmovida por lo que, según dice, hago por ella. Se tapa los ojos con la mano y resopla, intentando controlar sus emociones. Antes de que vuelva a mirarme yo ya estoy ante ella, de rodillas, apoyando las manos en su regazo.

- No seas tonta - la riño, tan cariñosamente como sé. - Cuando estés lista hablaremos.

- Estoy lista - me asegura, mirándome, irónicamente, insegura. - Quiero soltarlo.

- Pero no por una gratitud que no merezco - impongo como condición.

- Yo creo que sí la mereces - corrige ella. - No tenías por qué volver, anoche, y no tenías por qué quedarte a dormir... ¡Ni siquiera tenías por qué entrar a consolarme! No es tu misión. No es lo que te han ordenado.

La miro, con el ceño fruncido y una expresión enfadada.

- ¡Pero bueno! - exclamo, regañándola con una sonrisa. - ¡¿Tú qué te crees, que sólo hago lo que se me dice que haga?! No sé de dónde has sacado una imagen así de los aurores, bonita, ¡pero te equivocas, de la misa, la media! Me ordenaron protegerte y cuidar de que los malos no te pillaran - explico - pero ¡soy más que un auror! ¡Soy más que un guardián! No seas tonta, anda - repito, suavizando por completo mi expresión. - No inmerecidamente soy bueno contigo y, por lo tanto, no tienes ninguna deuda de gratitud conmigo. Sólo soy yo, la persona, en una situación en que hemos de convivir unas cuantas horas y en la que soy quien te cuida. Y te cuido porque somos amigos, porque te aprecio y porque me necesitas. ¡Si vuelvo a ver que piensas que soy un auror que tan sólo cumple órdenes, me enfadaré!

Ella sonríe suavemente, avergonzada.

- No quería decir eso - musita. - No me he explicado bien.

- Sí que lo has hecho. Te sientes agradecida para conmigo por lo de esta noche. Bueno, tómalo así: yo quería quedarme a dormir aquí, contigo, tanto como tú me pudieras necesitar. Y, cuando te consuelo, y eso, ni siquiera pienso en nuestra situación oficial. Mar, para mí eres sólo una amiga que me necesita, no una misión de auror.

Parece que la convenzo, porque me mira con una sonrisa afectuosa y me acaricia la mejilla con los dedos.

- Gracias - dice, al fin. - Como amigo, y no como auror, gracias. Gracias por estar a mi lado.

- De nada - acepto. - Pero, oye, ¿qué pasa? ¿Llevo mi oficio pintado en la cara, o qué? Porque tú no lo olvidas, ¡y mira que nunca me pongo el uniforme para venir aquí, a pesar de que me hace un culito superior!

Ríe, divertida, y se pone guapísima. Le respondo con una sonrisa estúpida y enamorada, a la que ella parece no dar demasiada importancia, gracias al cielo.

- ¡Venga ya! - se queja. - Yo he visto el uniforme, ¡y tiene una capa larga!

Sacudo la cabeza exageradamente, aunque ella esté en lo cierto.

- ¡El de Moody, sólo, y por motivos evidentes! - sostengo, intentando aparentar ofensa.

Sólo consigo que ella ría más, tapándose la boca con la mano para ocultar que ha perdido y poder seguir con la broma.

- Eres un caso - me dice, cuando recupera el aliento, mientras me revuelve suavemente el pelo. - Aunque podrías ponerte el uniforme un día, sólo para que yo disfrute de la vista un ratito.

La miro con una expresión convencida, asintiendo rotundamente, aunque es, evidentemente, imposible, porque mi uniforme es tan recatado como el de todos. Pero la broma la he empezado yo, y me parece bien seguirla hasta ponerle el punto final.

- Hecho - aseguro. - Pero luego olvidas para siempre que soy un estiradillo auror, ¿vale?

Ella asiente.

- Ya está olvidado. Y no hace falta que te lo pongas - aclara. - No me engañas, sé que todos son iguales, y, además, imagino que debe ser muy peligroso llevarlo puesto, siendo, como eres, un secreto.

- Ni siquiera lo tengo - concedo. - No me lo he puesto más que para los exámenes. Es curioso, esperarías que llevar uniforme fuera algo incómodo, y, en cambio, aquél es casi una segunda piel.

- Está encantado - explica ella. - ¿No te entraron en los exámenes todos los mecanismos de seguridad con que los protegen, por cuestiones de traición o conspiración?

Asiento.

- Sí. Pero una cosa es saber que está preparado para ser comodísimo, entre otras muchas cosas, y la otra es comprobarlo.

- A mí me daba escalofríos - suspira, pensativa. - Moody sólo lo llevaba para ocasiones cuando tenía que hacer algo especialmente complicado conmigo, o sea, cuando necesitaba un cierto respeto, y pronto empecé a temerlo cada vez que venía con él.

- A mí me queda mejor - le aseguro, intentando distraerla del tema. - Aunque no me verás nunca con él, supongo. Y ahora, ¡va!, no hablemos más del tema: ¡olvida a lo que me dedico!

Ella asiente y me vuelve a despeinar afectuosamente, aunque algo ausente.

- Hablando de eso - musita, - Sirius. Mira, aún quiero contarte todo lo que no sabes, sobre todo para que sepamos los dos a qué atenernos, y... porque igual te sirve, para protegerme mejor. Ahora no tengo magia y, si volvieran a por mí... Bueno, ya lo sabes. Supongo que lo valorasteis antes de quitármela. ¿no?

Asiento levemente.

- No te preocupes - le digo, muy flojito, para no interrumpir el tema que está intentando seguir.

- No - concede. - Confío en los aurores. Tenían razón, después de todo, en un montón de cosas. Pero, a la vez, hay cosas que no le conté a Moody, por razones personales. Y... No sé hasta que punto puedo pedirte que desobedezcas órdenes.

Cruzo los brazos sobre sus rodillas y apoyo mi barbilla en ellos, sin dejar de mirarla.

- ¿Quieres que no se lo cuente a nadie? ¿Que no informe? - Ella me mira esperanzada antes de asentir. - No te preocupes, no tengo por qué hacerlo - la tranquilizo. - Soy independiente, en esto. Y, si no quieres, no les contaré nada de lo que me digas, en adelante.

- Te lo agradecería - asiente. - Juzga tú e informa de lo creas conveniente. Pero... aún se me hace difícil ira tan en contra de mi padre.

Sacudo la cabeza y me separo de ella.

- Vamos al sofá - sugiero. - Estaremos más cómodos.

- Sobre todo tú - me dice ella, con una sonrisa apenada, como disculpa por haberme tenido tanto rato de rodillas, y me da la mano para ayudarme a levantarme del suelo.

- Estoy bien - digo mientras me sacudo las perneras del pantalón de un polvo imaginario.

Ella se pone de pie también a mi lado y me espera para ir al comedor. Dudo un momento si recoger la cocina, pero en seguida me doy cuenta de que sería ridículo romper así la atmósfera de confianza que estamos creando, así que me giro rápidamente hacia ella y la sigo. En un arrebato de descontrolado cariño, le paso el brazo alrededor de la cintura, tan inocuamente, en lo sexual, como me es posible. Me deja, sin más comentario que una mirada algo sorprendida acompañada por una sonrisa fugaz, y pronto estamos sentados, mucho más cómodos, en el sofá del comedor.

- Ayer te mentí - comienza ella, cuando me relajo a su lado.

La observo, con las cejas alzadas, pero en silencio. ¿Me mintió? ¿Cuándo?

- Cuando te dije que a quién odiaba era a papá - explica, entendiendo a la perfección mi muda pregunta.

Noto perfectamente la falta de ambigüedad en la construcción de la frase. No me mintió al decirme que odiaba a su padre, sino al decirme a quién odiaba.

- ¿Me lo quieres explicar? - la animo, intentando parecer todo amor y comprensión.

Inclina un hombro, dudosa.

- Poco a poco - decide. - Empecemos por papá. Te sorprendió mucho que supiera quién era.

- Mucho - acuerdo. - Según los informes de Moody, no sabías por qué los aurores eran tan pesados contigo, y por eso te resistías un poco a su autoridad.

- Sí, en parte, tenía razón. Mamá nunca me dijo quién era él y, cuando ella murió, Moody ocupó su papel, con el mismo secretismo pero aún más insistente. Él quería sustituirla, en cierto modo, y yo me rebelé contra eso, porque él no era ella, y la echaba de menos. Moody... bueno, puede ser muy cargante.

Asiento, con conocimiento de causa.

- Se lo toma todo demasiado en serio - la respaldo. - Entiendo que te rebelaras.

- Era joven - se excusa ella, con una mueca incómoda. - Fui algo desobediente e irrespetuosa, pero sólo era una niña. Había perdido a mamá, que era... Bueno, supongo que has leído los informes psicológicos.

La miro con el ceño fruncido.

- Los he leído - admito - pero eso no quiere decir que los crea como verdades supremas. Quiero conocerte a ti, y no creerme lo que otros dicen que eres.

Ella me mira con una sonrisa agradecida.

- No creo que haya mucha diferencia - insiste, sin ganas.

- Por ahora, un abismo - la corrijo yo. - Y me interesas tú, no los informes. ¿Lo pasaste muy mal cuando ella murió?

- Bastante - admite. - Mi mundo era chiquitín, y estaba muy acostumbrada a ella. La quería mucho. Y Moody se presentó en seguida para poner el brazo, hasta el codo, en la llaga. Sólo quería ayudar, lo sé, pero me dolía mucho. Por eso siempre actué como si no supiera nada, como si no entendiera su preocupación por mí. No era irresponsabilidad, sólo necesidad: necesitaba quitármelo de encima. Necesitaba tener motivos para despreciar sus medidas de seguridad.

- Y fingías no saber quién era tu padre.

Asiente.

- Yo no consideraba necesaria la protección de los aurores. Los muggles tienen un dicho, algo sobre Dios, que aprieta pero no mata...

- Dios aprieta pero no ahoga - proporciono.

- Eso mismo. Pues yo me sentía así: atribulada por mi ascendencia, sí, pero, a la vez, con la suficiente fuerza, gracias a esa misma fortaleza, como para soportar todo lo que me caía encima, gracias a esa misma ascendencia. Es decir, sí, me perseguirían, quizás desde los dos bandos, para hacerse conmigo como aliada, pero era más fuerte que la mayoría. ¿Me entiendes?

Asiento sin dudarlo. Eso sí estaba en los informes, con una explicación similar, probablemente copiada de las palabras de queja de ella contra Alastor.

- Pero sabía quién era papá desde poco antes de que mamá muriera. Ella... ella fue la culpable de que lo supiera. No me lo dijo jamás, eso no, porque era demasiado joven, por no asustarme, por no dar pie a que me volviera como él por el peso de Slytherin. Pero, a la vez, puso más defensas en casa de las que yo jamás había visto, y cultivó la amistad con Moody, me avisó sobre desconocidos...

- Te protegía más de lo que te decía - sugiero. - Y, sólo por cómo te protegía...

- Sí, entendí todo lo que pasaba. Poco a poco. Pero me seguía sintiendo capaz de defenderme sola. Y él nunca hizo nada para reclamarme, como Moody temía, o así...

Suspiro calladamente. No puedo ni imaginar cómo explicar según qué cosas, aunque, si todo va bien, cuando ella acabe de desahogarse lo haré yo y le contaré todo lo que pasó antes de que la secuestráramos.

Ella parece darse cuenta de mis pensamientos aproximados, porque me toma de la mano, confortadora.

- Hasta ahora - suspira también. - Me equivoqué al pensar que no me harían daño, y me quiero disculpar. Ahora entiendo que os necesito como protección, y que soy mucho más vulnerable de lo que creía. Mírate, por ejemplo: pudiste envenenarme sin que me diera cuenta de nada, me quitaste la magia y me encerraste aquí.

Sacudo la cabeza rotundamente.

- Eso no es así, Mar - me apresuro a corregir. - Sabes perfectamente que, si hubiera querido hacerte daño, no hubiera podido superar todas las barreras que puso tu madre.

- Pero papá también podría haber venido sin querer hacerme daño. O podrían haber mandado a alguien inocente y que luego me entregara, por error, a los que no eran... Soy vulnerable, Sirius. Ya lo sabía desde antes de que me secuestraras.

Me acerco más a ella y le aprieto la mano que tiene sobre la mía.

- No te preocupes - le susurro, mirándola cariñosamente. - Va, deja esto, no vale la pena revivirlo. Aquí estás bien y, cuando salgamos, me quedaré a tu lado siempre, protegiéndote y cuidándote como ahora, y por cierto que no podrás echarme con las mismas excusas que a Alastor porque yo ya me las sé. Te protegeré, Mar. No te tocará jamás.

Ella baja la vista y sacude la cabeza.

- Duele - me murmura mientras se inclina hacia mí hasta que apoya la cabeza en mi hombro. - Duele mucho, Sirius.

- Pero ya está - la consuelo, con caricias en los costados. - Mar, estás segura. ¡No tienes que sufrir más!

- ¡Pero yo lo quería! - exclama, escondiéndose rápidamente en mi pecho y rompiendo ya a llorar. - ¡¡Me enamoré de él como una idiota y me creí todo lo que me dijo!!

Enamorada. Me quedo petrificado por la súbita comprensión, me echo un poco hacia atrás y espiro lentamente, sin poder creer lo que acaba de decir. Ella se ha separado de mí cuando me he tirado hacia atrás y ahora solloza suavemente, girada hacia un lado, con los dedos de las manos entrecruzados con tanta fuerza que tiene los nudillos blancos.

- Lo sabes - acierto a decir, completamente anonadado.

Asiente con inseguridad y se frota una mejilla, por la que han empezado a caer lágrimas.

- Claro que lo sé - dice, con voz ronca pero controlada. - Tuvimos una riña el día antes de que tú aparecieras. Me inventé el por qué, queriendo justificarme para que no sospechara de lo que sabía. Y pensaba dejarlo la semana siguiente.

La miro con los ojos como platos y respiración acelerada.

- Mar, ¡¿lo sabías?!

Vuelve a asentir.

- Es a él a quien le vi el tatuaje - musita. - Papá me había contado, de muy niña, cómo hacerlo, y supongo que me dijo que lo haría, o así. Había rumores sobre la Marca. Y, cuando le pasé la mano por el brazo, se encendió. Él no la llegó a ver, y ni siquiera le debió doler, porque no dije el hechizo y porque... bueno, soy yo, y no él, aunque lleve su sangre. Lo empecé a entender todo entonces.

- Por eso lloras cada noche - pensé en voz alta, casi sin darme cuenta. - No por estar prisionera, sino por...

- Lucius - acaba ella, con un escalofrío. - Por eso lloro: porque creí que me quería, pero sólo seguía órdenes de Lord Voldemort para conseguir un nuevo heredero.

- Dios - suspiro, mirándola con pena, y extiendo los brazos para cobijarla. - Mi niña, qué mal tienes que haberlo pasado.

Ella sacude la cabeza en mi pecho.

- Estoy bien - me asegura. - Ya no lloro, ¿ves?

- Sí - le respondo, con una sonrisa en la voz. - ¡Pero lo siento tanto! Si lo hubiera sabido, ¡hace tanto que te hubiera explicado por qué estabas aquí! Y podría haberte intentado animar, o por lo menos distraerte. Me podría haber quedado aquí contigo día y noche y...

Callo. Ni siquiera ahora, que sé que lo sabe, se me ocurre cómo ayudar. ¿Qué hubiera podido hacer yo desde el principio, aparte de sufrir con ella y quererla tanto como ahora?

- Está bien, está bien - me calma, saca la cabeza de su escondite y me mira cariñosamente. - Me duele la traición de papá y el riesgo que corrí, sin ni siquiera sospecharlo. Me duele que fuera capaz de planear algo tan ruin y que usara a un hombre casado y con un bebé recién nacido para llevarlo a cabo.

- También lo sabes - observo, mirándola con una sonrisa triste pero, a la vez, orgulloso de ella.

- Le vi el tatuaje por la noche - me explica, con una mueca de dolor. - Estábamos en la cama, la primera vez que se desnudaba delante mío. Si no se hubiera quitado la camiseta, ahora quizás sería demasiado tarde. Por eso te pedí que te desnudaras así. No quería cometer los mismos errores. Aquella noche no dormí nada y, por la mañana, sin avisar, me presenté en el Ministerio. Él no estaba, porque tenía una reunión, y yo lo sabía, y aproveché para enterarme de su vida real. Conseguí su dirección y me presenté en su mansión, con una excusa barata.

- ¿Él se enteró?

- No lo creo - susurra ella, con un brillo de rabia en la mirada. - Conocí a Narcissa y al pequeño, Draco, y estuvimos un rato hablando, pero iba disfrazada y nunca dije quién era yo.

Suspiro, la abrazo más fuerte y la beso en el pelo, consolador.

- Mi niña - repito, meciéndola suavemente. - Cuánto lo siento. Te debiste de sentir tan mal...

- Llena de ira - observa. - Sólo pensaba en cómo había jugado conmigo y con su familia y en lo mala persona que era. La rabia me cegaba, y era casi... agradable. Fue peor cuando la burbuja se desinfló y sólo me quedó sentirme abandonada y traicionada. Entonces sí dolía.

- Creía que no lo sabías - comento, sin saber muy bien qué más decir. - Iba a explicártelo hoy mismo, y temía cómo te lo tomarías. Debí haberlo visto...

- Nah - me tranquiliza, con el esbozo de una sonrisa. - Lo has hecho muy bien. Yo debería de habérselo contado a Moody cuando tuve oportunidad. Os hubiera hecho falta para montar mejor la coartada. Que no es que lo hayáis hecho mal, ¿eh? Pero... me arrepiento de no haber colaborado antes.

Sacudo la cabeza. Ahora mismo, nada me importa menos que los aurores.

- ¿Cómo estás? - le pregunto, muy preocupado.

- Bien - me asegura, frotándose las mejillas de nuevo para borrar un invisible rastro de sal. - Ya lo llevo mucho mejor. Aún me desespero, sobre todo por las noches, pero cada vez me importa menos él. Me duele la traición, pero no haberlo perdido. Ya no.

Asiento, sin creérmelo demasiado.

- ¿Le querías mucho?

Ella alza un hombro, dudando.

- Le quise un poco - admite, algo reacia. - No te creas que me engañó del todo, por eso. Yo sabía cómo era él, y no me acababa de convencer. Teníamos nuestros más y nuestros menos, que normalmente arreglaba con zalamerías. Era la primera persona que se acercaba tanto a mí, y yo confié en él y me dejé embaucar. Pero, la verdad, siempre supe que era poco más que un juego. No lo racionalizo, Sirius, aunque pueda que parecer que sí: le quise, sí, pero, a la vez, lo conocía mejor de lo que él creía.

- Entonces - comienzo, con tacto - ¿te lo esperabas?

- Para nada - suspira. - No, qué va, nunca hubiera esperado todo eso. Sabía que podía ser mezquino a veces, pero, aún así, era mi novio y lo valoraba. Todo eso me hizo pensar que jamás podría confiar en nadie, que nadie me querría por mí misma en vez de por mi ascendencia, que me sentiría tan sola como siempre el resto de mi vida. - Se vuelve a llevar la mano a la mejilla y veo que está llorando otra vez, muy quedamente. - Eso me mató.