Desaparecida

Capítulo 9

Una hora después, cuando ya hemos comido y mientras se friegan los platos, la tomo de la mano y la llevo, con un brazo alrededor de sus hombros, hasta el sofá. Nos sentamos, ella entre mis piernas, y la abrazo, muy fuerte, desde atrás.

- Qué guapa eres - musito a su oído, mientras le peino el pelo por detrás de la oreja.

Ella sacude la cabeza y roza mi pómulo con la coronilla, acariciándome. Esta vez, no me callo la imagen que cruza por mi mente.

- ¿Eres una gatita?

Sonríe, sorprendida, y se encoge de hombros.

- Bueno - concede, divertida. - ¿Y tú qué eres?

Me lo pienso un poco antes de acariciarle el pelo con la nariz.

- Un gran can loco por ti - concluyo, aludiendo a la constelación de la cual mis padres tomaron la estrella alfa para darme nombre. - ¡Jo, Mar, no sé qué me das, que cada vez te encuentro más bonita!

Ella ríe suavemente y me mira, de perfil, enrojecida y halagada a la vez.

- Eres muy dulce, ¿sabes? - me dice, flojito, antes de besarme en los labios.

- Me alegro de que te guste - musito, entre besos rápidos, y le acaricio el abdomen con las yemas de los dedos, haciéndola reír. - Tú sí que eres dulce.

Ella sacude la cabeza y se relaja contra mi pecho, tumbándose un poco sobre mí.

- Aún no me lo puedo creer - me confiesa, con una mueca, y cruza las manos sobre las mías, aún en su vientre. - Ha sido todo tan repentino...

Chasqueo la lengua.

- No sé qué decirte - objeto. - Yo llevo muchos días pensando en lo maravillosa que eras, y preguntándome cómo hacer para que dejaras de odiarme. Para mí no ha sido repentino: llevo días loco por ti.

Suspira y asiente.

- Vale, vale - me dice, con una mueca que, con ella de espaldas a mí, sólo puedo intuir. - Supongo que no ha sido tan repentino: yo también llevo algún tiempo pensando que eras muy atractivo y que parecías una buena persona y que... me interesabas más de lo que parecía. Pero no creí jamás que fuéramos a... empezar esto aquí dentro.

- No podía darte oportunidad de escapar - susurro yo, tierno. - Este auror se había enamorado de ti, Marianne, ¡y cualquiera deja que salgas, con la buitres que hay por ahí!

Ella se vuelve a girar hacia mí, me mira con una gran sonrisa y me acaricia la mejilla.

- Eso es algo a lo que no estoy acostumbrada que hagan los aurores - me dice, con una mirada muy dulce.

- No - acepto - porque sólo conoces a Alastor.

- Ajá. Y porque acostumbro a tener más éxito entre los Caballeros de papá.

Frunzo el ceño y me inclino hacia delante hasta que hago que choquen nuestras cabezas.

- Qué tonto - digo, flojito. - ¡Mira que acercarse a ti con esas intenciones y no darse cuenta de lo increíble que eres!

Ella alza un hombro, insegura, cierra los ojos y se reclina otra vez en mí.

- Tonto - repite, con convicción. - Pues él se lo pierde.

- Y tanto que sí - afirmo, con ímpetu. - Él se lo pierde, y yo no.

Ríe suavemente de mi tono exagerado, se relaja y yo la mezo, intuyendo su sueño. Aparte del nubarrón negro que supone Malfoy en su vida pasada, que yo habré de borrar, cueste lo que cueste, me siento como un adolescente perdidamente enamorado que se ilusiona exageradamente al descubrir cada detalle del mundo que lo rodea en los ojos de su chica. Se gira y pasa las piernas sobre mi rodilla, quedando de perfil a mí, y la cojo fuerte para que no resbale. Me siento feliz y lleno de cariño, y sólo pienso en hacerla feliz también, en besarla, en acariciarla. Como si tuviera que expresar en dos horas todo lo que he ido plantando y viendo crecer en estos días. Me encuentro pendiente de cada mirada, de cada gesto, hambriento, sediento. Y ella, si bien no tan decidida, me responde igual, mirándome, sonriéndome, abrazándome y besándome, tratando, como yo, de no perder contacto. Adolescentes, sin duda alguna, con nuestro amor como ombligo y sin ver nada más en derredor. ¡Ay, qué bien que se está! Probablemente ahora mismo sería un desastre como guardián y protector y cometería más indulgencias peligrosas de las que he sufrido en toda mi vida. Es seguro que hay un motivo detrás de todas las normas de no implicación sentimental entre aurores que comparten una misión, y es casi seguro que ese motivo incluye de alguna forma las posibles deficiencias de seguridad.

Pero, ¡¿qué?! Mar, mi chica, se relaja y se duerme en mis brazos, acurrucada para estar tan juntitos como se puede, sonríe incluso en sueños y se abandona, completamente segura y protegida entre mis brazos. Si atacaran, tendríamos problemas porque yo, demasiado enamorado, a lo peor no me fijaría en los detalles o, temiendo demasiado por su seguridad, actuaría de manera irracional. Bueno. Pero eso sería si atacaran y, después de tanto tiempo en un refugio tan secreto y acorazado, eso parece casi imposible.

Y, en cambio, es muy probable que ya no llore más antes de dormir, que ya no me esconda más cuándo está triste, que ya ni siquiera recuerde lo que le hizo ese idiota de Malfoy.

Contento, cierro los ojos también, la abrazo con más firmeza para que no se caiga mientras duerme, y me dejo caer rendido a su lado, seguro de que yo también sonreiré en sueños.

Y una sonrisa enorme, que casi duelen las mejillas de lo grandota que es, es en lo que se convierte mi vida en adelante. Con un quizás enfermizo síndrome de Estocolmo, sin demasiado entre qué elegir dado que soy lo único que ve Mar en todo el día, descontando la sencilla decoración del refugio, empezamos una relación preciosa. Y, sí, bueno, me parece preciosa porque estoy implicadísimo en ella, sí, sí, bueno, no soy imparcial, pero de verdad que parecemos hechos el uno para el otro. Yo no sé ella, pero estoy tan decidido a que esto salga bien, pase lo que pase, y de que no sea otro trauma para mi gatita (me gusta tanto esa imagen que al final acabo usándola con toda frecuencia) que me desvivo por estar con ella y por estar bien. Es una sensación curiosa. Siempre he sido un timorato, en la vida, y he intentado implicarme tan poco como fuera posible en todo aquello que no fueran mis amigos, y, aún así, nunca más allá de los estrictos umbrales de una mínima seguridad. He pasado a través de una adolescencia y una juventud dedicada al Cuerpo, sin detenerme demasiado, intentando intimar bien poco con nadie y mintiendo más a mis amigos, que se supone que deberían de saberlo todo de mí, sin filtros, que Malfoy en un supuesto (espero que futuro) juicio por sus usos de la magia negra. Y ahora, de repente, me encuentro viviendo con una mujercita deliciosa que dice quererme y a quien yo sin duda correspondo, compartiendo cenas llenas de comentarios completamente sinceros y luego durmiendo juntos, abrazados, cuidándonos mutuamente. ¡Por fin hay alguien a quien se lo cuento todo, por fin tengo un igual, por fin algo tiene sentido! Es, de verdad, algo muy extraño.

Vivimos juntos. Sé que tengo un hogar y una tapadera por mantener, que trabajo y que visito a mis amigos, que ella pasa gran parte del tiempo sola, aquí, encerrada, justo igual que antes, pero me siento positivamente como si fuéramos una pareja completamente normal que justo empieza a compartir el nido. Una pareja curiosa, simétrica, de mago y muggle (algo inadaptada a su condición de muggle, por cierto, pero bastante resignada, según me aseguró montones de veces cuando lo hablamos la última vez), uno obsesionado por la seguridad, la otra por relajarlo a él, una pareja que no tiene que lavar calcetines ni pelearse por fregar los platos, una pareja en la que él no ensucia y ella no limpia, que ya me encargo yo, que tengo varita, es lo mínimo que puedo hacer a quien he quitado la magia, y una pareja que se ve demasiado poco rato como para que surjan fricciones entre ellos, pero una pareja al fin y al cabo. Una pareja llena de días perfectos que, me he hecho el firme propósito, seguirán cuando ella salga de aquí y vayamos a vivir juntos en serio, día y noche, sin aurores (otra cosa que he decidido, por cierto, aunque ésta no se la he dicho porque quiero que sea una sorpresa: voy a dejarlo en cuanto acabe esta misión, voy a pedirle que se case conmigo, después de un tiempo prudencial para que nos conozcamos mejor en ambientes no aislados y que veamos si cuando hay más gente alrededor también estamos bien juntos, y voy a dedicarme por completo a su protección, mandando a paseo al resto del mundo).

Una pareja que, por una rajita, hoy va a ver un poco la luz, después de un par de primeros días espléndidos.

Me despierto a su lado por tercer día consecutivo. Abro los ojos, por suerte, unos cinco minutos antes de que suene el despertador, alargo una mano para apagarlo, suspiro quedamente y me giro para verla. Está a mi lado, profundamente dormida, su mano sobre mi hombro, casual, y tengo mucho cuidado de no despertarla involuntariamente cuando le doy el beso de buenos días. Está toda despeinada, con el pelo suelto enredado y desordenado, aplastado por algunas partes, con demasiado volumen por otras, y veo sólo la mitad de su cara, pero, sólo por la expresión de paz que adorna sus facciones, me siento el hombre más afortunado del mundo. Suspiro otra vez, igual de callado, me separo suavemente, le tomo la mano afectuosamente un instante y me levanto de la cama con mucho cuidado. Ella se remueve inquieta unos instantes, como cada día, pero no lo doy ya mucha importancia, puesto que nunca se ha despertado del todo sino que sólo se queja por el inesperado cambio de forma del colchón.

Me ducho en medio de un hechizo silenciador, para evitar molestarla. Es muy raro ver el agua caer sobre ti y a tu alrededor y no escucharla repiquetear contra el suelo, o escuchar el suave zumbido de cada minúsculo canal al salir de su agujerito en el grifo teléfono. Es desacostumbrado. Y, sí, podría haber hecho mejor el hechizo para que sólo ella no oyera el ruido, sí, pero es más fácil así y, sinceramente, tampoco merece la pena complicar más la cosa, si así ya funciona y si es la manera más sencilla.

No sé si se despertará, hoy. El lunes lo hizo, un poco más tarde que yo pero antes de que acabara de ducharme, pero ayer me fui sin verla despierta. Llevamos dos días yéndonos a dormir un poco tarde, entre que nos metemos en la cama y charlamos y todo y, si ayer ya estaba demasiado cansada como para madrugar por mí, imagino que hoy aún estará peor. En cualquier caso, no está despierta cuando, ya vestido de limpio, salgo del lavabo y voy a la cocina a preparar el desayuno. Tengo aún unos veinte minutos antes de tener que salir para el trabajo, así que me da tiempo de preparar algo bueno a mano, y no con magia. Que ella no nota la diferencia, ya lo sé, pero yo me siento mal si la uso. Es casi comer un caramelo delante de un niño que no tiene. En todo lo que puedo, prefiero no usar la magia, esté ella o no presente.

Estoy a medias con la macedonia que pensaba dejarle preparada para el almuerzo cuando oigo el agua correr en el lavabo, señal de que se ha despertado, un cuarto de hora más tarde. Cojo mi taza de leche y doy un buen trago, calentándome el ansia de volver a verla, antes de seguir haciendo trocitos de una piña.

- Buenos días - la oigo decir, ronca, nada más entrar en la cocina.

- Buenos días - respondo, dejo el cuchillo y me giro para mirarla con una sonrisa enamorada mientras me seco las manos. - ¿Cómo has dormido?

Se encoge de hombros, se acerca, se inclina hacia adelante y se apoya, pecho contra pecho, en mí, dejándose caer. Pronto está abrazándome, con la cabeza apoyada en mi hombro, y cierra los ojos, aún llena de sueño.

- Bien - bosteza. - Me he levantado tarde. Lo siento.

Sacudo la cabeza.

- No tenías que levantarte en absoluto - la riño, en cambio. - No hacía falta. Yo ya me voy, y es muy temprano. Tú no tenías que madrugar. Métete otra vez en la cama, anda.

Se vuelve a encoger de hombros, pero no protesta. La estiro un poco hacia mí, sujetando todo su peso, y escucho como su respiración se va haciendo más relajada. Sigue con los ojos cerrados y no dudo que, si estuviéramos tumbados, ya estaría otra vez dormida. Chasqueo suavemente la lengua, para despertarla, y la miro reprobadoramente cuando ella se da por aludida y se separa para mirarme también.

- Vete a la camita, preciosa - le aconsejo. - Estás cansada.

Ella asiente.

- Cuando te vayas - me asegura. - ¿Has hecho el desayuno...?

- Estaba en ello - corrijo. - Te he dejado la leche y tostadas en la mesa, y te estaba haciendo una macedonia por si tenías hambre a media mañana.

- Gracias - suspira, con los párpados pesados. - No hacía falta, ya lo hacía yo. Tampoco tengo nada más que hacer.

Sonrío a modo de disculpa y me encojo de hombros.

- Me apetecía dejártelo preparado, preciosa - le digo, con voz mimosa, y cambio de tema. - ¿Sabes que te echo de menos, verdad?

Asiente y roza su nariz contra mi barbilla.

- Es lo que tiene tener dos trabajos - me reprocha, con voz divertida, aunque su cara se dulcifica rápidamente para añadir: - Yo también te echo de menos.

La miro a los ojos con una mueca apenada, en parte exagerada, aunque no del todo fingida, por lo menos en su origen, y ella me devuelve la mirada con una mueca que viene a decir, más o menos, que me aguante, que es culpa mía. Y tiene razón, concluyo con la sonrisa que adorna mi cara en respuesta, es culpa mía y, aunque podría quedarme todo el día con ella, abrazados y contemplándonos mutuamente, y aunque eso nos haría muy felices a los dos, sé que estoy haciendo lo correcto al mantener nuestra coartada saliendo cada día para el Ministerio.

- Cuando salgamos será mejor - le prometo, en un murmullo, y la acerco bruscamente a mí para cogerla en brazos. - Ahora, mi vida - le digo, amenazante - nos vamos arriba y te meto en la camita.

Ella ríe suavemente y frota la mejilla contra la mía, remolona. Alarga un brazo y toma un trozo de fruta, que se mete en la boca un poco ausente.

- Hm - suspira. - ¿Será... pronto?

Me encojo de hombros, le hago una mueca de duda, refiriéndome sin palabras a Moody, y cambio de tema para comérmela a besos. Ella me deja, aún pensativa, pero no me los empieza a devolver hasta pasados unos instantes. No puedo negar que me sorprende verla distante y estoy tentado de separarme de ella y preguntarle si va todo bien, de lo que me preocupa, pero no me da tiempo de decidirme antes de que ella reaccione. Y, en todo caso, puedo imaginarme a la perfección lo que la preocupa, visto el cauce de nuestra conversación. Salir. Malfoy. Nosotros. Ugh. Reprimo un escalofrío y me concentro en mi preciada prisionera, que, a pesar de haber dejado de estar tan distraída, sigue preocupada por lo de salir; se le nota sólo por cómo me abraza. Abro los ojos y me encuentro con tres rayas paralelas en su frente, de pura inquietud, me separo de ella y, después de mirarla tan tranquilizadoramente como sé, me enderezo y la subo arriba.

- A dormir - repito, paternal, mientras salimos de la cocina. - Y que no me entere yo que le das vueltas a lo de salir. - Ella me mira, sorprendida, aunque algo enrojecida también, supongo que por lo bien que, espero, la he sabido interpretar. - Todo irá bien - le aseguro. - Yo me encargo.

Asiente, más convencida, y se esconde en mi pecho, buscando un rinconcito oscuro para dormirse otra vez. No se duerme en el camino hasta la habitación y cuando la dejo sobre la cama me cuesta mucho separarme de ella, porque me vuelve a mirar con la resignación ajena de antes. Durante unos segundos me siento un poco culpable porque es mi decisión la que nos separa ahora, y, aunque ya haya quedado en que es lo más inteligente, porque necesitamos la coartada, no puedo evitar desear quedarme con todas mis fuerzas. Con bastante fuerza de voluntad, por eso, consigo romper el abrazo que nos unía, la beso una última vez y, después de arroparla bien, me despido y salgo de la habitación para recoger la cocina. Para cuando me voy al trabajo, cinco minutos después, ella ya duerme tranquilamente de nuevo y mis remordimientos se han desdibujado.

Lo cierto es que, de hecho, sólo pienso en ella y en Jamie.

¿Y por qué en Jamie?

Pues porque es mi excusa para el regocijo.

Soy feliz. Soy inmensamente feliz. Cojo la moto, arranco con una fuerte patada y dejo que el viento aúlle en mis oídos. Me haces feliz, gatita. Escondida, desaparecida de la faz del mundo para todos menos para mí, como un brillante perdido en medio de una mina oscura, eres mi tesoro y mi alegría. Acelero bruscamente, llevo la moto hasta su máximo, siempre amparado en los numerosos hechizos que lo hacen seguro, y disfruto de la vida. Disfruto de estar vivo. Es curioso, tantos años de aventuras (y desventuras) entre los aurores, tantos años de vivir al límite, entre dos realidades, espeluznado, apasionado, decidido a sobrevivir y a conseguir que otros sobrevivieran y es ahora, en una de esas misiones, por proteger a alguien más, que descubro que es increíble estar vivo. Me inclino hacia adelante, por ser más aerodinámico, entrecierro los ojos y me dejo caer en picado, girando abruptamente en barrena, contengo la respiración y aparezco, casi de la nada, ante la casa de James y Lily en Godric's.

¡Ja! ¡Estoy aquí, campeones! ¡Y vengo con ganas de marcha!

Sin casi ni darme cuenta, formo una mueca de pena con los labios, sacando un poco el inferior. Ganas de marcha, sí, ¡pero la tengo en el zulo!

Será pronto. Será pronto. Dejaré de ser auror, le pediré que se quede siempre conmigo para que no tenga que secuestrarla, le abriré mi corazón al mundo y dejaremos a un montón de Hambrientos, y aún no puedo evitar sonreír ante el apelativo, inventado por Mar, con un giro tan sutil e irónico que no puede dejar de ser cierto, Hambrientos, con un palmo de nariz. Bueno, bueno - los que no lo tengan ya.

Y por cierto que mi suegro (¡ay! Una sonrisa enorme se me escapa, y no precisamente por el Señor Oscuro en concreto) será un espectáculo digno de ver con un palmo de nariz.

Bajo de la moto, la aseguro y me enderezo en un solo movimiento fluido. Entro en casa de James moviendo suavemente las caderas al compás de la música imaginaria de mi cabeza, comparsa no siempre igual pero que tiende a atacarme con frecuencia cuando mi ánimo se levanta. Desde el domingo, por ejemplo, tengo una banda de Pop en alguna parte del cráneo, que no deja de tocar canciones radiantes sobre amores perfectos y chicas increíbles que nos quieren, a mí y a los del grupo, a mí, a mí solito; chicas preciosas que nos cuidan y nos sonríen y dejan de odiarnos por haberlas sacado de su vida y nos aprecian, auror o no, secuestrador o no, hasta el punto de querer pasar tiempo y tiempo con nosotros. Conmigo. ¡Lo que sea!

Jamie me ve, me saluda, me sonríe con incredulidad. Le tarareo una cancioncilla fácil y pegajosa, rápida y con ritmo, como saludo, le coloco un mechón de pelo no bien pero sí mejor que como lo llevaba, de punta y hacia un lado, y me siento en la mesa de la cocina, con los pies colgando.

- Bombón - le digo, por fin, y James, con la taza de leche en la mano, me saluda completamente normal, como si ya no le quedara nada de qué sorprenderse conmigo.

- Sirius - responde, se gira y coge una cuchara.

- ¡Hola! - exclamo, intentando contagiarle mi euforia. - ¿Cómo hemos dormido? ¿Se ha despertado mucho el pequeñajo?

Sonríe y sacude la cabeza, con la boca llena.

- Sólo una vez en toda la noche - me explica, orgulloso. - Y porque tenía hambre. ¿Y tú? ¿Cómo has dormido?

Vuelvo a canturrear, muevo los hombros al compás y le dedico una sonrisa enorme.

- Magníficamente - le digo, con una mueca de seguridad.

Él sonríe ante la palabra, divertida de arcaica y exagerada, y me mira con las cejas alzadas.

- Algún día tendrás que decirme con quién duermes que te tiene tan feliz, chico - me amenaza.

- Cuando quieras te la presento - bromeo, aunque más en serio de lo que espero que él crea.

- ¡Oh! ¿No la conozco?

Sacudo la cabeza.

- Pero te la presentaré - aseguro. - ¡Pienso casarme con ella!

James me mira receloso, baja una ceja e inclina la cabeza hacia un lado.

- Sirius - me dice, serio, - ¿hasta qué punto haces broma?

Me encojo de hombros y balanceo los pies de alante a atrás.

- Hasta el que es seguro - proveo.

James se sienta a mi lado y me golpea suavemente con el hombro en mi antebrazo.

- Cuenta - me pide, sin demasiada fuerza, por miedo, supongo, a tocar uno de los temas sobre los que no puedo explicarle casi nada.

- Hay una chica - comento, paladeando golosamente las sílabas.

- Una chica - repite él, con una expresión de interés.

- Una chica - vuelvo a decir yo. - Una chica sobre la que no puedo decir mucho aún y sobre la que espero que tú tampoco digas nada a nadie - prevengo - pero una chica, sí. Una morenita de ojos azules y labios dulces...

Me interrumpo, travieso, picando la curiosidad de Jamie - y vaya si lo consigo. Se gira hacia mí, me mira con ojos como platos y sonríe con una expresión de agradable sorpresa.

- Ya decía yo que estabas tú muy contento últimamente - comenta. Me pasa un brazo alrededor de los hombros. - ¿¿Tienes novia, Sirius??

Después de una pausa táctica, en la que le dirijo un estudiado reojo que no sabe disimular mi alegría, asiento rotundamente.

- ¡Y qué novia! - comento, henchido. - Ya la verás, Jamie, ¡¡te encantará!! ¡Es una gatita!

James se pone serio, me mira con una sonrisa juguetona y sé, sólo , que en su próximo comentario saldrá la que fue nuestra profesora de Transformaciones.

- Ya era hora de que le correspondieras - me aguijonea, en tono de broma. - ¡Con lo que ella llegó a sufrir por ti!

Es una vieja broma entre nosotros. Demasiado vieja, de hecho, como para que tenga ningún sentido. La profesora en cuestión nos tenía un aprecio especial y a veces comentábamos (comentaban, si se me permite corregir, y yo los sufría en silencio) que no era por nuestros talentos sino más bien por nuestros físicos. Y como ella se podía convertir en gata, broma servida, pero nada más que eso: una broma.

- No es ella - rezongo. - Para nada. Es alguien que no conoces y que pienso invitar a mi vida, tanto como ella quiera. - Sonrío, alelado. - Soy feliz, Jamie.

James me devuelve la sonrisa y me abraza amistosamente.

- Me alegro un montón, Sirius - me confiesa, algo emocionado. - ¡¡Ya era hora, campeón!! ¿¿Cómo ha sido?? ¿Cuándo? ¿Cómo la has conocido? ¿Hace mucho?

Me encojo de hombros.

- La conozco desde hace un mes o así - miento, con la certeza de que en lo sucesivo tendré que mentirle más que hablarle, por lo menos hasta que deje de pedir detalles concretos. - No sé cómo la conocí, nos encontramos un día, paseando, y empezamos a charlar. Me gustó casi enseguida, aunque creía que a ella yo no le interesaría jamás. - Una gran verdad, por cierto. - El domingo estuvimos hablando más, cuando me fui de aquí, y... Bueno. Que - dudo - me equivocaba. Ella también me quiere. ¡Y estamos juntos!

- ¿Y duermes con ella? - inquiere, sorprendido ahora por el comentario de antes sobre lo de con quién dormía.

- Ajá - asiento. - ¡Abrazaditos y bien encantados de hacerlo! ¿Tú no duermes con Lily?

Me hace una mueca de envidia.

- ¡Pero yo llevo con ella años, y tú tres días! - objeta. - Y, ¿qué, qué?

Sonrío.

- Conocerla es lo mejor que me ha pasado jamás. Y dormir con ella es muy bonito. Todo es muy bonito.

- La quiero conocer - me dice, de repente. - Y Lily también querrá. ¡Y Remus, y Petey! Y tiene que conocer a Harry, que será su ahijado...

Una mirada prudente mía le interrumpe.

- Jamie - comienzo, con voz átona.

- No se lo puedo decir ni a ellos, ¿verdad? - me interrumpe automáticamente.

- A Lily sí - concedo - siempre y cuando no sea fuera de esta casa. Pero a Remus y a Peter no, ¿vale? Yo se lo diré, más adelante. Cuando sea más... seguro.

- ¿Y la invitarás a cenar? - intenta él.

- Sí - le garantizo. - Dentro de un tiempo.

- ¿No es seguro?

Dudo un instante y una mueca de incomodidad se escapa a mi rostro.

- No - acabo por confesar.

- Es una de esas cosas tuyas peligrosas - deduce él a media voz.

- Más o menos - suspiro. - Pero os la presentaré pronto. Te lo prometo.

Él asiente, con cara de comprenderme, aunque no pueda entender muy bien lo que oculto, o así yo lo espere.

Será pronto, lo sé. Esto no aguantará mucho más, será pronto, saldrá pronto, hablaremos con Moody, le diré que lo dejo, que la quiero, que seré su auror particular, que, con su bendición o sin ella, nos casaremos a la que ella acepte y que me paso por el forro a prueba de hechizos de todos los elementos de la naturaleza de la capa de auror del uniforme que nunca me pongo todo lo que él pueda decirme o dejarme de decir al respecto.

¡Que vaya si la quiero!

******************************************************************************

Siento haber tardado un poco con este capítulo. He estado intentando subirlo desde el viernes, pero llevo toda la semana débil y mareada y casi no he podido ponerme con nada. :) ¡A ver si me dura el encontrarme mejor!