Tom
Capítulo 7: Ocio, trapos y espionaje
- ¿Qué te ha pasado? - le preguntó, cortés.
- Unos animales - explicó él. - Estaba débil y no me pude defender. Casi me comen. Silvia me ha salvado la vida.
Faust asintió suavemente.
- Has tenido mucha suerte de encontrarla - comentó.
Tom se envaró y observó con disimulo la reacción del visitante. ¿Retintín? ¿Ironía, sospecha? No, nada. Al parecer, era sólo un comentario inocente; nada que implicara que hubiera ido a para a casa de Silvia por alguna razón inconfesable. Tanto mejor.
- Estaba muy mal - comentó la chica, que ya había llegado a la puerta de entrada a la casa y la sujetaba para que pasaran los dos. - Si no lo hubiera encontrado...
Terminó la frase con un escalofrío, como si la sola idea fuera demasiado horrorosa, pero nada de todo eso iba dirigido a él. Miraba a Faust, hablaba con Faust y, sinceramente, para alguien acostumbrado a estar a solas con ella durante días enteros, no era una sensación agradable. ¡Que se fuera ya!
- Deberías haberme escrito, Silvia - suspiró el otro. - Te podría haber ayudado, aunque fuera sólo yendo por ti al mercado, y cosas así.
La puerta se cerró tras la chica, y la alfombra de Tom enfiló pausadamente hacia la habitación.
- ¿Y estropearte las vacaciones de ensueño en Siberia? - la oyó reír, algo rezagada. - No era nada que no pudiera controlar, pero gracias. Si hubieras estado cerca quizás si te hubiera utilizado - dijo, con sorna - pero no iba a molestarte por eso...
- ¿Lo vio un médico?
Oh, Merlín. De verdad, ¡¿no tenía trabajo?! Los Snape no eran una familia de tanta solera como los Moran, lo que quería decir que no tenían la misma fortuna, o sea que seguro que él necesitaba trabajar para vivir. ¡¿Es que no lo reclamaban en ninguna parte?!
- No. Dudé mucho si llamar a uno, pero al final parece que no fue necesario.
Bueno. Medio verdad. Silvia aún lo consideraba necesario, pero él había insistido en que era una pérdida de tiempo y de dinero, y que se sentiría fatal si lo llamaba. ¡Total, eran cuatro magulladuras de nada!
- Ella es increíble - susurró débilmente, para que pareciera que quería que sólo Faust lo oyera, aunque sabía perfectamente que ella estaba lo suficientemente cerca como para no perdérselo. - Si no hubiera sido tan buena doctora, habría necesitado llamar a uno, pero, de verdad, lo ha hecho genial.
El chico asintió y sonrió levemente.
- Has tenido mucha suerte - repitió. - Sólo con que hubieras caído unos metros más allá, en mi jardín, no te había encontrado nadie hasta... demasiado tarde.
- Sabía que Silvia vivía aquí - explicó él, fingiendo avergonzarse, como si de un tímido enamorado se tratara. - La verdad es que consideraba... visitarla. Sólo que... no así.
Ella se acercó a ellos por fin, cargada con trapos limpios y una cajita de crema. Tom cerró los ojos con resignación incluso antes de que ella abriera la boca.
- Bueno, me alegro de que vinieras - le respondió la chica. - De una pieza hubiera sido mejor, claro, pero me alegro mucho de que pensaras en hacerme una visita, la verdad.
Tom abrió los ojos y la miró suplicante, señalando con inclinaciones de cabeza las vendas y los trapos que traía en la mano.
- ¿Otra vez...? - se quejó, en un murmullo.
- No - le respondió ella, en el mismo tono, aunque visiblemente divertida. - Son para después, tonto. ¡Pareces una criatura! ¿Tanto te duele?
Tom sacudió la cabeza y miró a Faust con una sonrisa de disculpa.
- Siempre estamos igual - explicó, mientras ella dejaba las cosas sobre la mesita de la habitación. - ¡No para! Pero, sigue, sigue. ¿Qué decías, de Siberia? ¿Es bonito?
- Mucho - asintió él. - Un paraíso.
- Tengo que ir, algún día - mintió Tom, sólo por seguir la conversación. - ¿Tú has estado alguna vez, preciosa?
¡Bum! Tom no pudo disimular una sonrisa divertida ante la mirada de Silvia que, demasiado sorprendida por el apelativo, había tirado los trapos que llevaba al suelo y, aún más rápido, se había girado para mirarlo, con cara de no creer sus oídos. La oyó renegar en un murmullo, ya girada de nuevo para ver el desastre que había causado. Era muy estricta con la higiene y, conociéndola, el cincuenta por ciento de los trapos que habían caído en columna al suelo, por bien que sólo uno lo hubiera tocado, volvería a ser desinfectado como si estuviera lleno de sangre y pus. Casi, y sólo casi, se sintió culpable por haberla distraído así. Y sólo casi porque, ¡vaya, había sido un golpe de efecto bastante bueno! No lo había meditado mucho, de acuerdo, pero, incluso instintivo, había sido brillante: distraerla en presencia del posible competidor, llamarla con un apelativo afectuoso, demostrarle ser más que un paciente. ¡Ja!
Pero ahí estaba el otro para ganar puntos, también, y Tom se sintió enfurecer.
- ¿Te ayudo?
- No, no te preocupes - le respondió ella. - No es nada, gracias. Y... no, no he ido nunca, Tom.
Él asintió y se incorporó en la alfombra. Habían llegado junto a la cama, seguidos de cerca por Faust.
- ¿Sabes qué? - propuso Tom, mientras se movía cuidadosamente hacia el borde de su montura. - Cuando ya esté bueno, si quieres, podríamos ir de viaje a donde tú quisieras. ¡Como pago por haberme curado tanto!
- No hace falta - dijo ella, ayudándolo a subir a la cama. - No hago esto porque luego me lo pagues. Pero tú ponte bueno y hablamos, ¿de acuerdo?
Tom asintió, rodó hasta la cama y acarició, casi de pasada, como sin pensarlo, la mano de la chica.
- Pronto estaré bueno - prometió. - Ya lo verás. - Hizo una pausa, y luego se giró hacia Faust, que también había entrado en la habitación y los observaba en silencio. - ¿Con quién has ido, por cierto?
- Con unos cuantos amigos - explicó él. - De Hogwarts, más que nada.
- ¿Ha estado bien, o era más bien por compromiso? - continuó Tom. - Igual sueno como un bicho raro, pero lo cierto es que hacía años que no veía a nadie del colegio.
- Nosotros siempre hemos tenido bastante relación - explicó el chico. - No perdimos el contacto, después del séptimo, y vamos de vacaciones juntos, y eso.
Tom miró a Silvia con una ceja alzada interrogativamente. ¿Ella también? La chica se perdió el gesto, puesto que estaba girada hacia Snape.
- ¿Qué has hecho tú en todos estos años? - le preguntó Faust después de un instante de silencio.
- ¿Yo? He conocido Europa - dijo Tom, con media sonrisa. - Cuando acabé Hogwarts... bueno, soy huérfano - Entonces no lo era, se corrigió mentalmente, pero aquello ya no era una mentira. - No tenía mucho que hacer: ni familia, ni trabajo, ni ninguna carrera en especial, así que decidí ir a ver mundo. Quería conocer culturas cercanas a la nuestra, y ver cómo vivía la gente allí, y me fui primero a Europa Occidental y luego al Centro. Me temo que tu Siberia es para mí una asignatura pendiente.
Faust asintió.
- Te gustará - aventuró. - Ahora entiendo que no supiéramos nada sobre el prometedor señor Riddle.
Tom botó prácticamente en el lecho ante el apellido. No estaba nada acostumbrado a su nombre y, aunque toleraba Tom de labios de Silvia sin demasiada dificultad, o incluso su nombre completo en algunas ocasiones, oír que lo llamaban usando el apellido que había maldecido durante años fue más duro de lo que recordaba. Silvia pareció notar su reacción, porque le apretó suavemente la mano con que él la había acariciado. Si no lo hubiera hecho, probablemente Tom no se hubiera dado cuenta de que ella no la había movido tras el contacto, y no hubiera notado una preocupante falta de sensibilidad de la que tendría que preocuparse más tarde.
- Será mejor que te dejemos descansar - susurró la chica, mirando alternativamente a Tom y a Faust, probablemente buscando apoyo. - Estás cansado; intenta dormir un poco, ¿vale?
Tom asintió y cerró los ojos con disimulado hastío, pero a la vez cogió más fuerte la mano de ella, pidiéndole sin palabras que se quedara con él. Aunque ella no captó el mensaje, porque tironeó delicadamente un par de veces para liberarse, Faust fue algo más perspicaz.
- Yo me voy ya - anunció. - Sólo quería pasar para decirte que he vuelto y para ver que estuvieras bien, pero creo que lo mejor será que te deje de enfermera. Me pasaré mañana, ¿de acuerdo? ¿Necesitas algo?
Silvia negó con la cabeza y Tom la soltó, más contento que unas pascuas ante la buena noticia.
- Gracias - dijo ella, enrojeciendo tímidamente. - Igual te pido la carroza un día de estos para ir al pueblo.
- Cuando quieras - aseguró él. - Ya te conoce, sólo llámala. Si no la necesitamos en casa, es toda tuya. Bueno, va. Me voy. Que te pongas mejor, Tom.
- Gracias - respondió este.
- Y tú cuídate, ¿eh, Silvia? ¡A ver si por curarlo te olvidas de tu propia salud!
Ella asintió, el chico saludó una última vez y luego desapareció con un pop suave.
- Tiene razón - murmuró Tom cuando se quedaron solos. - Tienes que cuidarte, bonita.
Ella lo miró un momento, sorprendida, y luego se giró para mirar los trapos que se le habían caído al suelo.
- Estoy bien, Tom - aseguró, con voz dulce. - Oh, vamos, ¡llevo una vida de lo más ordenada! No te preocupes por mí. Faust lo dice porque cuando murieron mis padres lo pasé bastante mal, y supongo que teme que vuelva a perder el mundo de vista. No le hagas mucho caso: no me conoce demasiado.
Tom inclinó la cabeza, intrigado.
- Pero sois amigos, ¿no? Desde pequeños. Me acuerdo que en el colegio no se despegaba de tus faldas.
- Somos muy amigos - asintió ella, con una mueca. - Vive aquí al lado, y está siempre pendiente de mí, de si me hace falta algo, de si necesito ayuda con la casa o con las plantitas. Pero, a la vez, se preocupa mucho porque estoy siempre sola, y teme que no coma bien, que no me importe mucho a mí misma, y esas cosas. ¿Sabes?
Él sacudió la cabeza en un sí mudo. Muy amigos, mucha preocupación, atención constante.
- Te quiere - suspiró él, mirándola juguetonamente.
- Sí - dijo ella, sin entender las implicaciones de su expresión, que no se refería en absoluto a casual amor entre amigos de la infancia. - Llevamos toda la vida juntos; es normal. ¿Te acordabas de él?
Tom sacudió la cabeza con pesar. ¿Toda la vida juntos? ¡Qué bien!
- No mucho - confesó. - Cuando lo he visto, sí, pero lo cierto es que no había vuelto a pensar en los Snape. - Cuán cierto era eso, y como se arrepentía por su error. ¿Estaría en peligro todo lo que tenía pensado? Con fingido interés, se dedicó a la cortesía: - ¿Sus padres están bien?
Silvia asintió y descansó en la cama, medio sentándose cerca de él.
- Muy bien - aseguró.
- Y ese viaje - dudó él - ¿Con quién ha ido? Quiero decir que... me extraña que tú no fueras.
- ¿Yo? - se sorprendió ella. - Nah, no me apetecía. Lo tenían planeado desde hace mucho, e iban los de siempre... La mayoría del colegio, de cursos inferiores; no los debes de conocer. Y yo, no es que no me lleve bien con ellos, ni nada, pero... últimamente me he vuelto poco dada a las reuniones de sociedad.
Tom se mostró comprensivo, alargó la mano hacia ella y le apartó un rizo que le caía delante de la cara. Había esperado siempre iniciar la aproximación, especialmente la que implicaba contacto directo, sólo después de haber dejado de ser a todos los efectos un tullido, pero parecía que los planes tendrían que ser retocados y adaptados para combatir las posibles dificultades, y fortalecer el vínculo que los unía parecía una buena idea. Ella, por su parte, se mostró un poco sorprendida al principio, hasta que entendió el propósito de la mano de él, y luego le sonrió, agradecida. Bueno. Bastante bien, para ser casi la primera prueba. No se había desmayado de pasión, claro, pero Tom tenía que ser paciente: no estaban en el colegio y no podía esperar que ella cayera rendida a sus pies por una tonta caricia. No, esa era la liga superior, y se trataba de Silvia y no de alguna tonta adolescente que se deshiciera en risitas a cada mirada suya. Tendría que ir poco a poco, oh, sí, y conquistarla.
Era una tarea que realmente le apetecía. Un pequeño y tímido reto con una suculenta recompensa.
- Esa emancipación - susurró, dejando que las yemas de sus dedos pasaran del mechón de pelo que habían escondido tras la oreja de ella a su mejilla, en una caricia casi inexistente, de tan ligera, hasta la barbilla - ¿se debe a pena y soledad o sólo a una digna y necesaria selectividad?
Ella lo miró un momento a los ojos, indecisa.
- Al principio me aparté de ellos por no tener que soportar su compasión - admitió, bajando la vista. - O no su compasión -corrigió y se mordió el labio inferior. - Ellos, con sus familias perfectas, con sus padres que los protegían, y todo...
- Debiste quererlos mucho - la interrumpió él, bajando la mano, puesto que la caricia ya había excedido su tiempo máximo de vida. - Para mí fui horrible desde el principio: ellos lo tenían todo, y yo tenía que vivir en aquel orfanato. Creí que jamás podría soportar sus sonrisas, sus comentarios banales, su estupidez floreciente. Y yo ni siquiera conocí a mis padres. Entiendo que no los quisieras ver: no quiero ni imaginarme cómo te debiste de sentir todos esos meses, y todo lo que te recordaban.
Silvia lo miró, agradecida, y Tom sintió ganas de sonreír, satisfecho. Qué bien hallado, el paralelismo. ¡Y tan rápido!
- Tampoco es que tuviera mucha relación con ellos, antes - siguió. - Fuimos perdiendo el contacto, excepto alguna excepción, como Faust, y alguno más. Yo trabajaba en el Profeta y empecé a tener otras amistades, mucho más... fugaces. Cuando perdí a mis padres lo dejé todo, aturdida, y nunca he necesitado retomar nada. Pero no es porque quiera alejarme de todo el mundo - concluyó, después de meditarlo unos instantes. - No, no creo que sea eso. Quizás me he vuelto selectiva con el tiempo, sí.
- Eso es bueno - aseguró él, con una expresión de calma que esperaba que ella captara como una promesa de paz y tranquilidad a su lado. - Hay que descartar cosas, o nos volveríamos locos. Y, si no los necesitas, si sigues siendo feliz, pues ya está.
Ella se mostró de acuerdo y le apretó la mano suavemente.
- Estoy bien - aseguró. - Tú concéntrate en curarte, y no te preocupes por mí, ¿de acuerdo?
Tom rió suavemente y mostró las palmas, extendidas, en señal de impotencia.
- ¡No es algo que esté en mi mano! - se quejó. - Por mucho que lo desee, no voy a reparar tejidos más rápido, Silvia.
- Lo harás si descansas - le respondió ella, tajante. - Va, duerme un rato mientras yo ordeno un poco la leonera, ¿eh?
Él la miró, con su más exagerada cara de cachorro desesperado.
- ¡No tengo sueño! - exclamó, con voz infantil. - ¡No me hagas dormir, mami! ¡Que me aburro! ¡Quédate conmigo, va...!
Lo que había que hacer para conseguir una mujer. Pero bueno, qué remedio.
- Tengo cosas que hacer, Tom - repitió ella, divertida por su pantomima. - Además, soy una mamá demasiado joven para ti, grandullón. ¿Te aburres de verdad? ¿No tienes sueño?
- No me aburro - la tranquilizó él. - No tengo sueño, vale, pero supongo que, si me dejas solo lo suficiente, acabará por venirme. Vete tranquila y haz lo que tengas que hacer. Yo estaré perfectamente.
- Te traeré un libro - le ofreció ella como consolación. - ¿O prefieres el Profeta?
- Lo que sea - convino. - Lo que sí que me gustaría leer, cuando tengas tiempo, son tus artículos del Profeta. ¿Los tienes en algún álbum, o así?
- Mamá los guardaba - asintió ella, con una mueca de duda. - Son muchos, y bastante aburridos, por no decir pasados de moda. ¿Estás seguro que te interesan?
- Claro que sí - aseveró él. - Mucho. ¿Me los buscarás?
- Sé dónde están - corrigió ella. - Voy y te los traigo en un momento, si quieres, y luego te dejo solo, ¿vale? Pero, no sé, de verdad, creo que no te van a gustar nada. No te sientas obligado a leerlos sólo porque son míos, ni nada de eso, ¿eh? No son brillantes, ni nada por el estilo.
- No me lo creo - la halagó él - aunque supongo que tampoco te pagaban por serlo. ¿Eran de actualidad o de opinión?
- Opinión - contestó ella. - Una columna diaria, para cuando lo dejé, durante meses. Y mamá era concienzuda: te advierto que no hay cuatro o cinco.
- Me sobra el tiempo - constató él. - Búscamelos cuando puedas, no corre prisa.
- No me cuesta nada. Están bastante a mano. Ahora te los traigo, ¿vale?
Después de que Tom asintiera, ella se levantó, le golpeó suavemente el revés de la mano como despedida y se dirigió hacia la puerta. Artículos de opinión: una estupenda manera de ver cómo era en realidad su futura pareja, qué pensaba y qué recursos empleaba para expresarlo. Un filón, realmente, por lo que podía imaginar.
Dos días más tarde, Tom cojeaba ya por la casa, ayudado de una muleta, y seguía leyendo la amplia colección de recortes de diario que la difunta señora Moran había legado a su hija. Había montones de escritos de Silvia, como ella bien había amenazado, y la mayoría estaban tan tintados de pasada actualidad, que, por cierto, había sido ajena a Tom, en todos aquellos años perdidos en tierras albanesas, que a él le costaba bastante enterarse de lo que los inspiraba. Entendía, claro, el concepto latente en la mayoría de ellos, las opiniones de ella y la polémica que en su momento debieron generar las diferentes situaciones, cuando habían sugerido una columna, y veía también diplomacia, tacto e inteligencia, condiciones realmente interesantes que, aunque no le dudaba, era bueno comprobar que seguían dentro de la chica. Aunque fuera demasiado moderada en su postura y simpatizara peligrosamente con aurores y muggles, Silvia seguía siendo la misma que años atrás, a grandes trazos. Y, bueno, tampoco la consideró jamás una militante de cualquier sociedad que él pudiera formar. De hecho, por eso la había escogido a ella, en concreto: tenía que ser alguien a quien difícilmente relacionaran con él.
Con una pierna en alto, un poco flexionada e inmovilizada en una fuerte venda, Tom sonrió levemente, divertido con la sutil ironía de las palabras de Silvia. Oh, sí. Qué bien escogida. ¿Cómo no se había dado cuenta de la brillantez de Nott antes, cuando jugaban con el fuego, cuando le confesaba lo lista y divertida que era, cuando tanto la ensalzaba? Vaya tonto había sido él entonces, y mira que se consideraba superior a Ed por no sentir debilidades carnales. Más allá de las puramente físicas, se tuvo que corregir, recordando las tardes de Anna. ¡Oh, Anna! Ni siquiera había vuelto a pensar en ella. Se casó con Malfoy. ¿Cómo debía de irle? Y, ya que estaba, ¿qué sería de Ed? Dejó de lado el artículo que leía en esos instantes, abandonándolo sobre el sofá. Se había vuelto muy pero que muy desarraigado. Siempre lo había sido, de hecho, y no era que le sorprendiera entonces. No había pensado en ninguno de ellos durante todos aquellos años. Era extraño que lo hiciera a esas alturas.
Pensativo, se incorporó en el sofá, apoyó con cuidado la planta del pie que tenía vendado y echó mano de su bastón para apoyarse, pero no lo encontró. Silvia estaba afuera, haciendo la colada, había dicho. Llevaba más de media hora desaparecida en combate contra los gérmenes y, aunque se resistía a seguirla, consciente de que ella difícilmente podía huir de él desde hacía una semana, empezaba, si no a preocuparse, a estar intrigado. Por algún motivo, Silvia sostenía que lavaba la ropa con detergente, la enjuagaba y la tendía, con ayuda mágica, sí, pero sin saltarse ninguno de los pasos. Y Tom estaba intrigado. ¿Por qué una bruja haría algo de forma más o menos muggle, si podía conseguir mejores resultados con sólo una sacudida de varita? Usaba jabones especiales, le había explicado ella. Y tenía la ropa encantada para que se secara sin problemas, por mucho que lloviera. Algunas cosas sí, pero otras no, y le había despertado la curiosidad. Con mucho tiento, saltó a la pata coja hasta la mesa más cercana. Contra una de las sillas estaba su improvisado bastón; lo cogió y lo usó para afirmar sus pasos hasta la cocina. Una olla se removía sola sobre la encimera, y un pastel de carne se hacía lentamente en el horno. Olía muy bien. Tom cogió un vaso, lo llenó de agua y se lo bebió, observando el jardín a través de la ventana. Ni rastro de Silvia, por lo menos a la vista. Suspiró y ojeó un poco a su alrededor, sin mucha curiosidad, más que nada por matar el tiempo. Al cabo de un rato salió otra vez al comedor y se paseó igual por el comedor, aburrido, meditando si estaba justificado salir a ver lo que hacía la chica. Quizás era la única manera de tener algo de intimidad, y no se sentía bien invadiéndola. Se volvió a sentar, retomó la lectura y consiguió concentrarse durante algo más de un cuarto de hora, hasta que se cansó, se levantó otra vez y repitió el itinerario, ahora acercándose más a la ventana. Como seguía sin encontrarla, decidió rendirse y salir a ver qué hacía.
Ella le reñiría si lo viera salir, se dijo ya en la puerta. Apenas comenzaba a dejarlo andar de nuevo, y siempre recorridos pequeños y fáciles; si le viera salir al terreno abrupto del jardín se preocuparía por él, porque podía caerse y hacerse más daño. En consecuencia, y siendo más prudente, por ella, de lo que se consideraba, silbó a la alfombra mágica para que se le acercara y se sentó cómodamente en ella.
- Vamos al jardín - le susurró a la persa.
El tapiz obedeció rápidamente, casi servicial, y lo sacó al exterior con movimientos suaves y ondulantes. Tom acarició la tela, más suave y cómoda que nada que hubiera conocido jamás, y pensó por enésima vez que llamarlo alfombra era casi un insulto. Se acercaba más a un colchón de agua forrado de una tela increíblemente blanda y sedosa. Suspiró, cómodo, y se tumbó hacia atrás. La alfombra se amoldó a su cuerpo antes de que éste llegara a tocarla, y Tom se permitió disfrutar sinceramente de la sensación de tenerlo debajo, casi envolviéndolo. Qué bien estaba. Oh...
¡Merlín, empezaba a tener incluso fantasías sexuales que implicaban aquella alfombra!
Divertido consigo mismo, se reincorporó y guió a su montura por el camino de entrada a la casa, en sentido inverso. Dejaron a un lado el invernadero, sin considerar que Silvia estuviera dentro, puesto que siempre le avisaba reiteradamente cuando se iba a perder entre sus plantas. Torcieron a la derecha, luego otra vez, y se acercaron a un claro del frondoso bosque que separaba las casas de los Snape y de la señorita Moran, el mismo que le había cobrado todas aquellas heridas a Tom, esperando que estuviera allí. Se oían voces, al menos, y, aunque sorprendido de ver a alguien más allí (no dudaba quién, claro, ese pesado no los dejaba ni a sol ni a sombra), el chico se alegró de haberla encontrado.
Fue una suerte ir en alfombra: su vuelo no hacía ni un solo ruido, ni siquiera por frotarse contra hojas o ramitas.
- Va, Faust - la oyó exclamar, acompañada de un ruido de agua removida. - Sabes que te lo agradezco.
- Lo sé - susurró él, zalamero. Tom rechinó silenciosamente los dientes. - Pero es que no puedo aceptarte el no, Silvia. Ahora está herido, vale, pero pronto estará bien, ¡en unos días, en una semana!
- ¿Y qué se me ha perdido a mí en Lisboa?
- Un oporto buenísimo, para empezar. Y fados. ¡No me digas que no te apetece escaparte!
- Fados - repitió ella, y Tom tuvo que contenerse para no cambiar una b por una l y pensar alguna obscenidad.
- ¿Te gustan, no?
- Mucho - aseguró ella. - Pero existen las grabaciones. Además, ¿tú entre muggles?
- Es por trabajo - dijo él, con voz de haber repetido esa excusa demasiado. - ¡Pero no me digas que no es una buena excusa para unas vacaciones!
- Faust, yo... Mira, no me siento bien con todo esto. ¡Él acudió a mí cuando estaba mal, y no puedo decirle que se vaya porque me arrastras a Portugal!
Tom sintió un nudo en el pecho. Odiaba la compasión más que casi ninguna otra cosa, quizás igualado con la incompetencia.
- Oh, pero él se irá pronto, ¿no? Quiero decir que ¿qué planes tiene? Vino a ti porque necesitaba que lo cuidaran. ¿Y ahora? ¿Se quedará en tu casa para siempre, con alguna excusa inverosímil? - El narigón sonaba irritado. - ¿Qué estaba haciendo, Silv? ¿Qué planes tenía?
- Buscaba su casa - dudó ella. - No sé qué piensa hacer, Faust. Se está poniendo bien; luego ya veremos. Yo no necesito más, tampoco. Quiero decir que... mis planes a largo plazo no se verán afectados por lo que pretendiera él en un principio, porque no pienso ir a Portugal. Va, no insistas más.
- Todavía no te he dicho - murmuró él, confidencial - que el hotel tiene colchón doble y de plumas, y que cerca hay un balneario con fama milenaria.
- ¡Faust! - rió ella. - ¡Qué malo eres! Esperas pasártelo bien, ¿eh?
- Si no te convenzo, difícilmente. Oh, vamos, Silvia, ¡te lo pasarás genial! ¡Te lo prometo!
- Te creo - convino ella, sonando divertida. - Pero Alice, y Ed... ¡Aún no entiendo lo que pintan!
- Más credibilidad aún. Creí que te gustaría pasar un tiempo con ellos. La verdad, planeé todo esto antes de ver que... tenías visita.
- Ya - se quejó ella. - Pues ahora tengo visita, como tú dices, y eso me obliga a ciertas responsabilidades.
- Es la semana que viene. ¡Diez días! Podría hacer toda una pierna nueva, en ese tiempo.
- No voy a ir, Faust. Conozco Lisboa; fui con mis padres en... ¿tercero?
- Sí - confirmó él. - Y yo te seguí con los míos. Anda, ¡deja que te guíe yo esta vez!
- Faust. No. Y es mi última palabra. Está Tom, y está Alice... Llevo huyéndole durante meses, desde antes de que se casara. No tengo nada en contra de ella, pero... ¡puede ser tan pesada, cuando se lo propone! Y mete la pata, y me siento mal. Te dejaré que me guíes en otra ocasión, ¿vale?
- Piénsatelo. Sólo piénsatelo. Mis padres confían en tu saber estar para ver con buenos ojos mi escapada. ¡Me destrozas los planes!
- Já - exclamó ella, sin muchas ganas. - Aún me necesitas.
- ¿Te lo pensarás?
- Pensaré en ello. Pero no cambiaré de opinión. Te lo agradezco, pero, pequeño, lo haces sólo para sacarte la espinita de haberme dejado atrás hacia Siberia.
- Deberías haber venido. De verdad, a veces pienso que te quieres enclaustrar aquí.
- Aquí estoy bien - objetó ella. - Es una casa preciosa, tengo todo lo que necesito y, por si eso fuera poco, me venís a ver sin que tenga que ir yo. Oye, por cierto, ¿cómo están Al y Ed? La última vez que los vi...
- Ya - interrumpió el otro. - Están pensando en tener un hijo. Ya la conoces.
Silvia suspiró con pesar.
- A ver qué tal. ¿No tienes que volver a casa? Tu madre al final pensará mal.
- Mamá está al corriente de las perversiones con que te agradezco tu protección durante años - dijo, seductor. - Con todo lujo de detalles.
Sí, era broma, pero, al parecer, el único que no sabía nada sobre ellos era el iluso de Tom. ¿Lisboa? ¡¿Obligaciones?! ¡Hum! ¿O sea que eso era todo para él? La traición lo hizo respirar rápidamente, acercándose rápido a la hiperventilación, y sólo controlándose por un instinto curioso de guardar silencio.
Ni siquiera se dio cuenta de qué pensamiento lo paralizó. Tampoco lo hubiera aceptado. Pero ¿qué iba a hacer él si ella se iba con Faust, en cualquier sentido?
*********
:)
