Disclaimer. Todos los personajes conocidos y lugares mencionados en este escrito pertenecen al genio de J.R.R Tolkien, todos los demás desconocidos son inventos de mi imaginación. Una vez mas, retribuyo algunas ideas estampadas aquí a mi adorado A Dumas. =snif=
El rey, habituado a estos últimos cantos de guerra, cuyo alma había sido forjada en duro metal resistente a toda terrible emoción, no pudo menos de estremecerse al leer el nombre su amado hijo en aquellas líneas que le traspasaban el corazón a cada palabra.
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Temprano en la mañana se había dispuesto un grupo de 10 bravos guerreros entraran ala cueva donde Gollum había ubicado su ultima escapatoria. El primero era encabezado por Gandalf, seguido del heredero de Isildur, el segundo y ultimo encabezado a su vez por el príncipe Altadil, la reserva esperaba afuera de la cueva con Haldir al mando.
Cabe mencionar que el joven de nombre Ascar iba siempre acompañando como en las ultimas fechas al príncipe. Al entrar la primera carga de hombres no ocurrió incidente alguno, todos los caballeros iban armadas de arcos, flechas, y espadas, unida a su mano algunos mas llevaban antorchas iluminando esa oscuridad. Un rugido pudo percibirse al fondo de la caverna y nos puso a todos en franca alerta, Gollum nos había dado su bienvenida, y a la vez le servía como señal para su planes de emboscada.
A fuera de la cueva, un gran grupo de orcos se dejaban caer desde las rocas grises que rodeaban a la caverna, Haldir y diez mas luchaban fieramente contra ellos, mas el número alcanzo a rebasarlos en un momento y dieron pocos metros atrás tratando de reagruparse.
Como si estuviera predeterminado de antemano, otro grupo de orcos salía de la oscuridad de la cueva atacando al primer batallón de soldados, defendían al cruel Gollum que gritaba y maldecía desde el fondo de la cueva, alentando a las huestes del Oscuro para que terminaran con todos nosotros. Tanto el frente como la retaguardia necesitaban de apoyo y el bando de la mitad se partió en igualdad de número.
Y mientras Aragorn y Altadil trataban de acercarse a Gollum, Gandalf iluminaba aquel lugar con la piedra mágica que llevaba en su bastón, mas la luz era escasa y se hubo que confiar mucho en los sentidos de cada uno. Así se libro una de las batallas mas sangrientas que he podido atestiguar. El joven príncipe fue el primero de su grupo en vencer por su propia espada a dos orcos que le esperaban a la salida, el joven Ascar no fue tan afortunado y habiendo derrotado al primero, fue tarde cuando pudo percibir que un Orco se acercaba encima el para asesinarle por la espalda, el príncipe al ver semejante injusticia corrió en su ayuda y terminando con uno por su arco el otro le mato con la espada entera.
- Mira que tu vida vale oro en estos momentos Ascar, tu hijo te espera y necesita y deseo que llegues con bien hasta el.
Dijo el príncipe en la batalla, sin descuidar ni un momento el orco que tenía frente a él, Se podía apreciar la gratitud y asombro del joven Ascar, pues sus ojos se iluminaron con esperanza. Viendo las tropas de orcos el daño que estaba haciendo esta nueva ayuda a la salida de la cueva, cayeron varios sobre el grupo del joven Ascar, bien podían con sus espadas terminar con unos y otros, mas la suerte fue funesta y el destino de Ascar estaba en franco peligro, advirtiendo Altadil que un grupo de arqueros se encontraba encima de ellos, tiro al joven Ascar por los suelos recibiendo en su espalda cinco flechas que hasta el final se pudieron contar, el primer grupo había retrocedido, llevando Aragorn y el mago a Gollum consigo, apoyaron su grupo al de Ascar, quien con ojos húmedos y abiertos extraordinariamente observaba el cuerpo de un joven príncipe elfo a sus pies, no puso mas atención a su alrededor, el ruido de las espadas y escudos chocando, las flechas silbando a su alrededor, todo ello desapareció para él en ese momento, ante la vista de ese joven que le debía la vida a tan excelente guerrero.
- No temas, haremos que te revisen, no desistas, por favor! – exclamó el señor Ascar ante un Altadil cubierto de sangre y polvo, la cabeza baja, sus brazos aun sujetando las piernas que le habían tumbado.
- ¡Oh! Príncipe, ¡te salvaremos! – gritaba el señor Aragorn sin dejar de pelear mas con la vista visiblemente empañada.
- ¡Resiste Altadil! – grito a su ves el guerreo de Lorien defendiendo al centinela del bosque Oscuro y al hermoso elfo caído.
Se podía ver que los ojos tan hermosos y brillantes del príncipe empezaban a cerrase, fueron testigos de sus ultimas palabras, Ascar le tomó con cuidado de la cabeza y le acercó a su regazo, tomó una de sus manos mientras le decía "no mueras, por favor, te necesitan aquí, Legolas, Rosswen, vuestro padre y señor.. yo mismo a quien alguna vez llamaste amigo.."
Los ojos de Ascar se llenaban de gruesas lagrimas, que limpiaban al caer la suciedad de su rostro, Altadil respiraba ya mas lentamente, sonrió conmovido ante el rostro nublado de Ascar, apretó la mano del elfo y dijo mientras cerraba sus ojos, límpidos como el azul del cielo, " Di a Rosswen que le he amado y suyo seré siempre, un abrazo a mi padre y a Legolas.. mi corazón y mi reino.."
"¡Altadil!" grito el Señor Ascar, el joven príncipe ya no respiraba y sus ojos habían caído en el sueño eterno. Recorría el joven Altadil colinas hermosas y de un verde inimaginable, subía con gran esmero para llegar a la cima, donde vio dibujarse en negro, sobre el crepúsculo que anunciaba una bella noche, las formas aéreas y poéticas de Lassiriel tan bella como le recordaba. Altadil tendía la mano para llegar a su querida madre y ella le correspondía presentando la suya. Sintiendo la fresca brisa que le recibía, Altadil entró de mano aquella hermosa mujer, a ese paraíso que los vivientes no contemplaran jamás.
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El rey no pudo leer mas, dejo aquel pliego sobre su mesa, despidió al enviado y al final de su habitación en aquella silla donde había recibido a Altadil el día en que nació, en aquella cama donde había partido su amada Lassiriel, derramó las lagrimas mas amargas que alguna vez elfo alguno pudo soportar, su amado hijo y heredero le dejaba, sin siquiera despedirse, sin tener la oportunidad de expresarle el amor tan celosamente guardado que tenía para el.
