Notas Iniciales: No sé qué estoy haciendo. Entré a este fandom por curiosidad y... terminó de gustarme este ship. Voy a explorar estos personajes tan profundamente que estoy segura muchos se podrían incomodar, así que no me hago responsable de nada. Y no, no estoy usando los "fan-names".

Advertencias: Erotismo monstruoso


Borde sin Retorno.

Antes de todo, mucho antes de siquiera razonarlo ya eran tres. Extraños, ignorantes y huecos, casi curiosos, casi sorprendidos. En una silla estaba el tipo rojo; de cabeza barbuda y ojos saltones, desnudo sin ánimos de socializar. En otra silla estaba una especie de ave verde, un pato con traje también de ojos saltones. Más allá en la última silla se encontraba un tipo amarillo de cabellos azules vistiendo una jumper con una "D" cosida en el bolsillo superior, al cual le dolía la simple tarea de pensar. Los tres se encontraban en un pequeño cuarto ante una mesa con mantel (a veces en una sala), bajo un techo acogedor que no tardaron en reconocer como hogar aunque a veces lo cuestionaran.

Cuándo, cómo o porqué estaban ahí eran preguntas que hasta el momento no contaban con respuestas concretas pero se sentían cómodos igual que animales domesticados, resguardados por los muros de colores chillones como hipnotizados, pues nunca revisaron el calendario en la pared, el cual no mostraba otro día que no fuera el 20 de Junio a pesar de las noches durmiendo y los amaneceres asomándose por la ventana, de hecho ni siquiera lo notaban cuando por algún motivo lo registraban para establecer una fecha en plenas actividades. Sin embargo, eran conscientes de una historia familiar a nivel personal, tenían muy presentes ciertos temas sin necesidad de que cualquier objeto animado apareciera con intenciones de ilustrarlos en el arte del tiempo o la muerte, tal como sus nombres y edad; el pato sabía que era el más adulto de los tres, por ello insistía en convertirse en el padre de este peculiar grupo reunido.

Los tres tenían conocimiento sobre lo que les gustaba hacer, poseían una personalidad propia y eran afectados de distinta forma por los acontecimientos que cada vez se vieron obligados enfrentar en el interior de esa construcción silenciosa de cuestionable función. Apenas se conocían pero conforme ocurrían cosas aprendían a soportarse después o antes de matarse. Eran tres de ellos, siempre.

Los tres pasaron tanto que en ocasiones era confuso el sólo mirar alrededor y darse cuenta que algo más estaba pasando mientras esperaban porque cualquier situación se desarrollara teniéndolos de protagonistas entre la decoración infantilezca. Además de aquellas experiencias espeluznantes que preferían ignorar (clasificarlas como malos e insignificantes sueños, quizás recuerdos distorsionados), sabían que se tenían entre sí. Tres de ellos cada vez y probablemente por siempre; aquello era algo de lo que no tenían absoluta certeza, así que no tenían otra opción que sumarlo al arsenal de incógnitas adornando su misteriosa realidad por la que internamente se preguntaban sin haberlo compartido en voz alta.

Pero dos estaban descubriendo una extraña química que bullía sin real intención. El tipo amarillo hubiese podido ayudarles a comprender si sus baterías no estuviesen desgastadas al punto del desecho. Ocurría algo más extraño que el tipo rojo notó en algún punto de tan singular travesía y eso era que le gustaba ver a su compañero verde, también le gustaba mirar al tipo amarillo pero lo primero le generaba un sentimiento especial. El tipo rojo se había identificado como alguien introvertido desde el principio, cuyas emociones se mantenían discretas la mayor parte del tiempo pero eso no significaba que fuera ajeno a ellas y desde el incidente de la electricidad había descubierto que no le desagradaba la monótona rutina plagada de desniveles a la que estaba sujeto mientras tuviera a los otros dos cerca, sufriendo el mismo aprisionamiento que él, así que por supuesto que le tomó gusto a verlos merodear su rango de visión, escucharlos decir tonterías, que se peleasen con él por el más mínimo detalle. Y aún así ver al pato evocaba nuevas sensaciones bajo su roja piel.

Habría sido sencillo expresar esta duda a la atmósfera para que alguien se apareciera de la nada para instruirlo con ridículas canciones y abruptos cambios de escenario pero de alguna forma se dio cuenta que era un dilema que querría resolver por sí mismo, en privado, así que mencionarlo para que estos cantarines maestros entonaran respuestas a todo volumen no sería lo más agradable para él; el rojo estaría dispuesto a todo pero no en esto. No cuando el directo causante de sus recurrentes pensamientos estaría presente para escucharlo; le avergonzaría a niveles que no estaba preparado averiguar si de eso dependiese su vida.

Desde que podía recordar poseían una relación un tanto complicada. La actitud del ave verde tendía a ser pedante y provocadora, no medía sus palabras ni el tono agresivo con el cual llegaba a formularlas (sin mencionar lo violento que era), así que el que mejor lo recibió fue el tipo amarillo, quien sin importar cuántas veces lo mordiera en medio de una discusión, reiría con él mientras entablaban toda clase de conversaciones. El rojo tardó en acoplarse a él, así que primero tuvieron que desarrollar una extraña rivalidad, compitiendo sobre quién era el más sombrío, quién merecía morir, quién poseía las mayores cualidades para calificar como figura paterna o incluso por quién usaba la regadera primero en el transcurso del día. Eso había llevado al pato a considerarlo su mejor amigo aún cuando no lo habló directo con el mismo tipo rojo que todavía se cuestionaba cuán cercanos los pudo considerar.

Y en el presente este yacía sobre su silla mecedora en su zona favorita de la sala sosteniendo el periódico, arrugando el entrecejo cuando alguna noticia sin sentido saltaba ante su vista. El tipo rojo bufó discretamente, pues había aprendido a identificar estos gestos tan sutiles, lo que le había llevado a preguntarse el motivo de este obsesivo interés por el pato. Ya le había confesado que le gustaba mirarlo pero nunca habían vuelto a tocar el tema quizás por mera conveniencia, el tipo rojo había comprobado que evitaban hablar sobre eventos traumáticos del pasado como si lo borraran de sus cabezas. ¿Sería así? Nunca estaba seguro, tal vez era el motivo por el que pareciera que todos estaban de acuerdo en existir simplemente porque sí.

—¿Cuándo decoramos? —cuestionó el amarillo de pronto, intrigando a sus compañeros. Este mismo señaló las paredes en su intento por probar su punto—. ¿Alguien recuerda cuándo?

Como si realmente nunca se lo hubiesen preguntado, los otros dos acompañaron al amarillo en mirar alrededor. El más alto notó antes que nadie la falta de fotografías que justo después del funeral del pato aparecieron de la nada por toda la sala y un sector especifico de la cocina, lo cual desde un inicio le había resultado raro, el pensamiento entonces lo llevó a cuestionarse para sí mismo si las encontraría guardadas en alguna parte de la recamara; la sola posibilidad extrañamente lo entusiasmó por dentro.

—No, supongo que ya estaban ahí —dijo el pato para confusión del tipo amarillo.

—¿Qué? ¿Cómo?

—Si, considero que esta casa se adornó y creó por sí sola. No sería raro, ¿o si?

—¿Eso... eso no implicaría que la casa está viva también?

—Si, podría ser.

—Ya veo.

—No —negó el rojo rápidamente para dirigirse a su amigo amarillo, perturbado con la idea más que nada—, eso no es posible. No lo escuches. Quiero decir, sé que hay muchos... sujetos raros merodeando por ahí pero eso no quiere decir que la casa misma esté convida.

—¿Y por qué no? ¿Quién nos asegura que no es ella la que nos provee de comida? Ninguno nunca a salido a comprar la despensa, ¿recuerdan? Sólo estamos aquí o allá —evidenció señalando el comedor.

—Si salimos... ¿verdad? —inquirió el amarillo confuso, el rojo de alzó de hombros sin estar seguro de qué decir, el pato volvió a tomar la palabra.

—Estoy considerando que debería ofrecerle una ofrenda, ya saben, para mantenerla contenta y no intente en algún momento devorarnos a nosotros por ser unos terribles ocupantes que no la consideran valiosa a pesar de sus esfuerzos.

—¿Las casa nos comerá? —quiso asegurarse el tipo amarillo un tanto inquieto.

—Si.

—¡No! —volvió a negar el rojo irritado con la insistencia del ave—. La casa no es un ser vivo. No se comerá a nadie porque no necesita comer.

—¿Cómo lo sabes? —inquirió el tipo amarillo dudoso.

—Pues por si acaso... —El pato cerró el periódico que había estado leyendo y se levantó de su silla con decisión—, me iré a construirle un altar o algo así. Me las ingeniaré.

—Voy contigo.

Al ver cómo sus pequeños amigos avanzaban hacia la puerta contigua, el rojo no tuvo más remedio que imitarlos y alejarse de su sillón, más obligado que curioso por ver lo que aquellos dos planeaban hacer para pasar el rato, ubicándose en una esquina libre del pasillo rumbo a la habitación que compartían para comenzar a planear.

—Bien, ¿cómo hacemos esa ofrenda?

—Podríamos encimar cajas —propuso el amarillo—, ponerlas unas sobre otras hasta formar una especie de caja gigante.

—Y podríamos cubrirlo con una sabana o lo que sea para que no se note que son cajas —aportó el rojo alzándose de hombros—. luego adornarla con rocas y cosas así, aunque sigo sin entender para qué haríamos algo así después de todo este tiempo.

—Hey, no critiques —espetó el pato—. Todos saben de cualquier modo que es mejor tarde que nunca, ¿no crees? —y codeó el sujeto amarillo, quien con una sonrisa asintió.

—Bueno, supongo, no lo sé —aceptó el rojo un tanto inseguro por la establecida actividad.

—Buscaré esas cajas, ustedes podrían ir a traer las presuntas decoraciones.

—¿Puedo traer flores? —quiso saber el amarillo

Fue justo en ese momento que un maestro con aspecto de flor se apareció de la nada, sorprendiendo sólo un poco a los tres involucrados que lo escucharon parlotear sobre la importancia de tener plantas y objetos coloridos en un hogar, ya fuera para darle un ambiente fresco, acogedor o simplemente agradable para futuras visitas. El pato le había dicho que ellos jamás habían invitado a nadie a su hogar cuando el rojo decidió marcharse a su habitación compartida porque no le apetecía escuchar una canción con moraleja tan temprano. Los dos a sus espaldas siguieron prestando atención a lo que el instructor flor decía mientras él cerraba la puerta para tener un poco de privacidad.

Entonces empezó la búsqueda por los susodichos adornos.

Cuando se dio cuenta que podría aprovechar esta oportunidad para averiguar el destino de las mil y una fotografías del pato, abordó cada baúl y mueble destinado a resguardar objetos cotidianos, encontrando toda clase de utensilios con los mismos tonos chillones. Rebuscó tanto como pudo hasta hartarse, así que revisó debajo de los colchones de cada uno, incluyendo su propio lado, logrando ver debajo de la cama un azulejo mal colocado, esto sin duda llamó su atención por lo que se arrodilló para tomarlo, sólo para encontrar un montón de trozos de papel. Al unir sólo dos pudo darse cuenta que la imagen impresa rota era color verde y no tardó asumir podría tratarse de una de esas fotografías, así que se apresuró llevárselas todas a la cama después de obtener una cinta para comenzar a ordenarlas.

Sus sospechas eran acertadas: había logrado formar una de las tantas fotografías aparentemente desaparecidas. ¿Quién pudo haberlas quitado y destrozado? ¿El propio pato? Pues el amarillo estaba demasiado ocupado rompiendo cosas por su torpeza que por real intención. La idea lo llevó a preguntarse porqué le importaba a él mismo siquiera, no tenía sentido que quisiera ver una foto suya cuando lo tenía al alcance pero de alguna manera comprendió lo necesitaba para un uso personal; aún si desconociera todavía cómo había llegado a esa entrañable conclusión.

—Hey. —El llamado repentino lo incitó ponerse de pie de un salto, ocultando la fotografía recién armada tras la espalda; era el pato que parecía haberse librado de una explicación extendida por parte del reciente instructor—. ¿Encontraste los adornos?

—¿Eh? Uh, no.

—¿No?

—No, estaba... ocupado.

—¿Haciendo qué?

—Mirándote.

—¿Qué?

—Mirando tu cama —rectificó.

—¿Mi cama? ¿Por qué mirarías mi cama?

—No lo sé, supongo que me distrajo, ¿de acuerdo?

—Bien, como sea. Hemos puesto las cajas y algunas flores en la ofrenda, así que venía por un mantel. Esperaba que tuvieras más adornos para aportar pero veo que haz estado simplemente perdiendo el tiempo, tú grandísimo holgazán —bromeó.

—Si... jeje —dijo por inercia mientras lo veía deslizarse por el cuarto llevándose consigo el mantel mencionado de un baúl de peluche, todo mientras el rojo se giraba acorde a sus pasos para impedir que notase la fotografía que ocultaba—. Um, intentaré darme prisa esta vez.

—Muy bien, te esperamos. La casa preferiría que todos la honraran.

Finalmente el pato se marchó para dejar que los músculos tensos del rojo se relajaran como nunca lo hicieron, arrancándole inclusive un suspiro agotado que levantó las cuerdas de su cabeza a la altura de su boca mientras pensaba en lo pequeño que el pato era, casi podría llamarlo tierno sino fuera un homicida en potencia, especialmente teniendo conocimiento de lo fácil que era para él matar a cualquiera que lo irritaba. Cierta cosa rosa de plastilina había dicho algo sobre enamorarse el corto tiempo que se unió al grupo antes de ser brutalmente asesinada pero qué significaba realmente esa palabra. Ojalá fuera capaz de darle una respuesta pronto.

.

Esa noche el tipo rojo no concilió el sueño como sí hicieron los otros dos. Dio un par de vueltas sobre el rechinante colchón hasta que recordó la fotografía que yacía bajo su almohada, razón por la que -después de tomarla con cuidado entre sus dedos- se dirigió al baño que cerró con llave por mera comodidad. Admirando su trabajo con cinta se dedicó a pensar un poco más en lo que había dejado pendiente aquella mañana, comenzando a ordenar preguntas clave que posiblemente lo ayudarían a descubrir la complejidad de sus sentimientos. ¿Qué le gustaba del pato? Generalmente lo bajito que era, incluso más que el tipo amarillo. También le gustaba lo directo que solía ser y lo ruidoso que se tornaba en circunstancias concretas. De hecho le gustaba su apariencia esponjosa; era prácticamente un peluche con pico y con delgadas (muy delgadas) piernas amarillas.

El rojo se removió contra el muro sobre el que se recargaba sin motivo aparente, pues la fantasía de acariciar esa redonda cabeza y apretarla suavemente despertó una extraña sensación bajo su piel que identificó un poco más cálida de lo que había estado consciente en un principio. Quiso experimentar recreando otro pensamiento similar para comprobar que por ello se estaba sintiendo así y lo logró. Pensar en el cuerpo del pato verde estaba haciendo a sus sistemas internos trabajar. Algo bajo su carne se animaba con sólo imaginarse con él efectuando escenarios para nada habituales.

—Esto... se siente... —susurró pero no sabía cómo se sentía. ¿Bien? ¿Mal? ¿Sólo extraño? No estaba seguro de qué le estaba pasando, ya que mientras estructuraba momentos su sangre hervía como si de agua se tratase. Decidió parar, pues de algún modo era espeluznante y le dio miedo, no quiso continuar—. Probablemente debería dormir.

Y eso hizo, quitó el seguro a la puerta, apagó la luz del baño y se acercó a su cama silenciosamente, no sin antes perder su atención en la figura dormida del pato, quien yacía abrazado a la almohada igual a un bebe, un hecho que al rojo enterneció, deseando por un momento ser él lo que el pato abrazaba. Abochornado se fue a cubrir con las cobijas hasta los ojos en un vano intento por eludir esas fantasías que parecían salirse de control ahora que las había invocado. ¿Podría detenerlas? Pues tampoco lo consideró muy urgente, mucho menos cuando se veía a sí mismo tomando sus manos accidentalmente, perdiéndose en sus ojos como si fueran la cosa más extraordinaria que hubiese visto. Tampoco le dolió imaginar que era el ave quien lo tocaba, sujetando su brazo para llamar su atención, mirándolo fijamente desde su posición baja, sonriendo con esa picardía que lo caracterizaba antes de posar su pico amarillo contra su piel roja para deslizarlo de un lado a otro sin llegar a lastimarlo con su filo.

El rojo se descubrió buceando entre esos hipnotizantes pensamientos, gozando de estar en privado dentro de la tenue oscuridad, sin instructores listos para adornar un día flojo, única y exclusivamente ellos dos a una distancia muy corta.

Le agradó sentir que juntos creaban una cortina de calor mientras rompían más y más su espacio personal hasta que literalmente lo tuvo sobre su regazo, jugueteando con las cuerdas rojas de su rostro con las manos antes de apartarlas de su camino, descubriendo sus dientes cuyos bordes babeaban por una necesidad inmensa. El tipo rojo desconocía hacia dónde estaba yendo esa situación, más no entró en pánico aunque se vio en la necesidad de abrir la quijada para dar paso a su lengua viperina, cuya tonalidad púrpura poco inquietó a su acompañante que la introdujo a su cavidad sin pensárselo dos veces, succionándola de manera que el rojo sintió una subida de excitación abrupta sin siquiera notar que lo estaba tumbando sobre ese suelo negro, capturándolo entre sus largas extremidades. Sonidos ahogados llenaban la atmósfera en tanto el rojo apreciaba un poco más esta nula distancia entre los dos. El verde había emitido un quejido lejano al dolor cuando abandonó su cavidad con la alargada lengua para dirigirse a su cuello con intenciones claras. El ave verde tenía un aspecto desesperado, tímido, ajeno a todo lo que el rojo había visto de él. El más alto quería morderlo. Sus dientes rectos se deformaron y afilaron de un momento a otro mientras un pensamiento causó eco por todo el entorno con una fría afirmación.

Estaba hambriento. El aroma de su sangre era deliciosa. Se lo comería.

Pero antes de que concluyera el tan ansiado recorrido, el tipo rojo abrió los ojos exaltado y de un movimiento alejó la cabeza de su almohada, mirando de un lado a otro con la respiración agitada para darse cuenta que todo había sido una pesadilla, una especialmente aterradora. ¿Era esa la respuesta a todas sus preguntas? ¿Realmente era ese el deseo que tenía por el verde? No podía ser, él jamás pensaría en comérselo, nunca. No soportaría que volvieran a ser dos en esa infernal casa de apariencia inofensiva. Perder al pato sería como morir para él. Agitando la cabeza trató de alejar las malas memorias que lo invadieron, sus barbas danzando en el movimiento, y trató de consolarse con la idea de que todo estaría bien mientras no intentase maniobras peligrosas dentro de tan retorcida realidad otra vez. Si obedecía y no intentaba cruzar los límites estarían todos a salvo.

«Ha muerto muchas veces ya. Mientras antes lo aceptes, mejor será para ti»

—¿Qué? —cuestionó, aterrado por la voz repentina que acababa de pulular en el viento.

Se suponía que ya estaba despierto, no debería estar escuchando cosas en su cabeza de esa manera, así que buscó algún indicio en el techo que le ayudara recobrar la consciencia que aún debiese permanecer dormida, vislumbrar un aparato de esos raros que abundaban en su rutina destinado a molestarlo por diversión, pero no encontró más que una fría aseveración de que sólo estaba él con su cabeza, los otros ya se habían levantado de sus camas, así que le sobresaltó un poco cuando ambos cruzaron la entrada, mirándolo casi con reproche.

—Al fin despiertas —le dijo el pato.

—Hey, date prisa. Hay hot cakes para el desayuno de hoy. ¡Yay! —celebró el amarillo igual que un niño, alzando sus escuálidos brazos en alto. Verlos alivió la preocupación del más alto, alejándose nuevamente de cuestionar lo que acababa de pasar.

.

Ese día habían vuelto a ofrendar toda clase de artículos (en su mayoría rotos) en el altar que habían alzado en honor a la casa, pues en algún momento -que el tipo rojo ignoraba- sus compañeros acordaron convertirlo en una costumbre para evitar la posible furia de la misma. Al rojo en realidad le dio igual, así que simplemente les siguió el juego ofreciendo dos bolas de estambre azul que había encontrado en un cajón del tocador como única prueba desinteresada de devoción. El tipo amarillo agregó un par de dibujos coloridos y el pato una vieja videocasetera sobre la cual además acomodó una antena de conejo.

—Entonces... —habló este último al terminar—, ¿qué deberíamos hacer a partir de ahora?

—¿Vemos una película? —sugirió el amarillo sin real entusiasmo.

—No, eso lo hicimos el día anterior a ayer.

—Podemos sólo no hacer nada —intervino el rojo—. Que cada quien se ocupe de sus cosas antes de que ocurra cualquier otro incidente. —Después de todo él mismo tenía muchas cosas en qué pensar y quería evitarse un improvisto perturbador.

—¿Qué quieres decir con eso? —inquirió curioso el de cabello azul.

—Nada, no importa.

—Bueno, supongo que yo tomaré un baño. Nos vemos luego, chicos —se despidió el pato con simpleza para luego dirigirse de vuelta a la habitación compartida. Los otros dos siguieron su travesía con la vista por mera inercia poco antes de que el amarillo decidiera hablar.

—Ten cuidado con el señor coladera, la otra noche antes de acostarme intentó engullirme directo a su garganta cuando rechacé su invitación.

Semejante comentario llamó la atención del rojo mientras por otro lado el pato le restó importancia respondiendo un escueto «lo tendré en cuenta» sin dejar de caminar hacia su establecido destino, aún así el más alto no quiso hacer a un lado el tema.

—¿Qué?

—¿Eh?

—¿Qué dijiste sobre la coladera?

—Que intentó comerme.

—¿Cómo que intentó comerte?

—Si, lo intentó. Abrió su gran boca e intentó llevarme adentro.

—¿Por qué no lo mencionaste nunca? —cuestionó el rojo luciendo exasperado dentro de su semblante indiferente aunque a veces le resultase dificil lidiar con la actitud retrasada de su amigo sin importar cuánto le divirtiera que fuera tan tonto en ocasiones.

— …Lo había olvidado pero acabo de acordarme.

—¿Qué?

—Me dijo algo sobre mostrarme la importancia de las tuberías pero yo no quise ahí entrar por mi cuenta, no quería ir sino iban ustedes y eso se lo dije, entonces me contestó que buscaría la manera de comérselos de uno en uno para que yo accediera ser comido después.

—Oh no, esto es malo.

—¿Qué? ¿Por qué? —quiso saber con ajenidad.

—Escucha, quedate aquí, ¿si? No te muevas, volveré en un rato, ¿está bien? Intenta no convocar a nadie ni hacerles caso a nada de lo que te digan, ¿de acuerdo?

—¿Uh? Um, si, entiendo.

El tipo rojo corrió lo más veloz que pudo rumbo al cuarto de baño apenas consiguiendo mantener la calma pero cuando ni siquiera escuchó el sonido del agua caer, en verdad entró en pánico y terminó por temer lo peor, motivo por el que no dudó abrir la puerta de golpe sólo para encontrarse con la escena más incomoda en la que hubiese participado en su vida. El pico del pato se abrió por la sorpresa mientras el ojo de un extraño ser rosado enfocaba en dirección al improvisto visitante con una lágrima derramándose directo al suelo. Congelado en el umbral de la puerta, el rojo admiró detenidamente al otro, cuya característica vestimenta yacía en el cesto de la ropa sucia dejándole apreciar el pequeño cuerpo verde en toda su gloria; no era ni tan delgado ni voluptuoso y además yacía adornado por una serie de esponjosas plumas a las que consideró debían ser suaves al tacto, de hecho por un momento se imaginó frotándolas de arriba hacia abajo, rozando con las puntas de los dedos esa pronunciada cicatriz pintando su pecho. Desconocía qué era esa criatura rosa que se encontraba entre sus piernas pero verla alimentaba algo más dentro suyo que no comprendía.

—¿Y bien? ¿No podías esperar tu turno para tomar una ducha?

—Ehh... no, yo sólo... —Confundido por la aparente tranquilidad de su compañero pato, el rojo no acertó hacer más que balbucear sin sentido.

—¿Si? Te escucho —le insistió.

—Yo... lo siento, no puedo dejar de mirar esa... cosa, me distrae.

—Si, lo imagino. Se llama Morgan. Y no le gusta que lo miren mucho.

—Oh, perdón, no quería...

—No importa, sólo lárgate, ¿quieres?

—¿Eh?

—¿Entiendes lo que digo? Retrocede tus pasos y cierra la puerta. No sé cuánto tiempo pueda retener estos enormes deseos de asesinarte —decía mientras un tic nervioso se apoderaba de su parpado izquierdo—. Por eso vete ahora, ¿si?

—Si, por supuesto. Mis disculpas.

—No te disculpes, sólo... ¡desaparece de una jodida maldita vez! —exclamó lanzando todo el inodoro contra la puerta que el tipo rojo apenas consiguió cerrar a tiempo, sin saber cómo comportarse ante los gritos enloquecidos que emergían de aquel cuarto como si se tratase de una rabiosa bestia sedienta de sangre, misma que vociferaba groserías nunca antes escuchadas. Mientras tanto el rojo se encogía, adolorido por golpes imaginarios que le incitaban encogerse a medida que el ruido avanzaba. Fue en ese momento que el tipo amarillo se presentó para ser testigo de tremendo desfile de malas palabras efectúandose justo del otro lado de la puerta donde se detuvo.

—¿Él se encuentra en problemas? ¿Deberíamos entrar y ayudarle?

—No, en su lugar te aconsejaría dejarlo completamente solo por hoy.

—Oh. —Y juntos siguieron mirando la silueta que se proyectaba a través del vidrio moviéndose de un lado a otro arrancando cosas y destrozando otras más sin medida.

Fin.


Notas Finales: He aquí mi aporte al fandom, juju. Quizás en un futuro concluya la tensión que acabo de construir aquí para la pairing Fluffybird en un extra, pero por el momento esto es todo. Gracias por leer.