Odin Sphere y todos sus personajes pertenecen enteramente a sus respectivos autores y son usados aquí con meros fines de entretenimiento.
Al frente de sus sirvientes está Odette. Entre huesos y miasmas, la bella reina de los muertos observa y espera. Con ambos ojos ve todo lo que ocurre en el Inframundo y, de no hacerlo, es informada por sus fieles espectros que le susurran al oído, con voz suave, que un invitado llegó a su reino y debe darle la bienvenida. No recibe visitas seguido, y no las desea: la soledad de la muerte no debe ser perturbada por entes que respiran y en cuyas venas aún viaja la sangre. Todo lo humano le es ya ajeno y está bien así.
A pesar de todo, Odette conserva algo característico de los seres humanos, más aún, de las mujeres: la vanidad. Su feminidad se reafirma con el vestido entallado y ese escote generoso que parece desbordar los grandes senos, aunque si alguien pudiera tocarlos se daría cuenta que no son más que masas frías, tan heladas que podrían congelar las manos de cualquier incauto que osara faltarle al respeto a la señora de los muertos. Hace siglos que no tiene un amante, y no lo necesita: no añora el contacto humano, la calidez de la carne o, incluso, la risa de algún pequeño. De su vientre no emerge vida, sino patas de araña gigantescas que lo perforan y destruyen todo. A su paso sólo quedan piel, huesos y lamentos, la única música permitida en el Inframundo. Eso y los sollozos de los espectros son el arrullo para el sueño de la reina.
En su habitación, docenas de botellas de cristal reposan sobre un enorme tocador, conteniendo toda clase de perfumes que Odette utiliza para ocultar su aroma a putrefacción. El colorete ya no le ruboriza las mejillas sino que ensalza la palidez mortal de la mujer cadáver. Y ahí, en ese momento a solas, se permite que sus pensamientos vuelen y salgan del Inframundo. Se posan en el rey demonio Odín, a quien desprecia como a nadie por embustero y ladrón. No se conformó con obtener el conocimiento de los Magos, sino que su repugnante corazón ansioso de poder, desea más. Y en ese deseo se encuentra lo que habita en su reino y que ella se ocupa en proteger, esos puntos brillantes que no son más que almas de muertos en busca de descanso y que Odín usa para sus fines egoístas.
La virilidad del señor de los demonios se afirma con el dominio y la fuerza, el poder penetrar en su territorio cuando se le da la gana y llevarse una parte de ella, dejándola humillada. Aun así ¿De qué le sirve toda su pantomima, cuando por mucho que use su magia o por muchos secretos que robe a magos incautos, jamás será eterno? Algún día morirá. Ella lo sabe y lo espera pacientemente, al igual que las helas que se agitan, gozosas, con el pensamiento de la tortura, soñando con someter al rey demonio más cruelmente de lo que hacen, a diario, con el rey Gallon. ¿Cómo no disfrutar de lastimar en la muerte a quien en vida lo tuvo todo? El reino de la muerte es más justo de lo que será jamás el de la vida.
La vida… hay tantos vivos que llegan a su reino en busca de un favor especial. Normalmente los destruye, pero a veces le llevan presentes tan inesperadamente gratos, que es imposible no escucharlos. Uno de ellos, duque de las hadas, le entregó un tesoro más valioso que la vida misma: un chiquillo de pelo muy rubio y ojos brillantes. Odette no supo jamás si el insólito deseo por ese muchacho fue causado por la madre fallida o, más poderosa aún, por la mujer solitaria ansiosa de sentir una pizca de cariño, ansiosa de un amor que dista mucho del familiar. Quizá aquel paladín estaba destinado no nada más a convertirse en su sombra sino en el amante que, a su tiempo, permanecería en el Inframundo junto a ella y calentaría sus viejos huesos. O simplemente era el interés de toda monarca por tener una posesión más. Jamás lo admitirá, pero ella y el rey de los demonios, más aún el de los infiernos, no son tan diferentes. Y ella que afirmó siempre lo contrario…
Sin embargo y, para su desventura, jamás pudo apropiarse de aquel joven. Le fue entregado como una prenda que no pudo poseer del todo. Primero, porque el malnacido de Odín se lo llevó y después, porque contempló con sus propios ojos como su sombra prefería mantenerse al lado de una bella durmiente que sería despertada por su cálido beso. Un beso capaz de vencer el sueño eterno… ¿Quizá incluso vencería a la muerte?
Oh, muchacho. ¿Por qué la liberaste a ella y no a tu señora?
Muchos años atrás, el primogénito del rey demonio llegó a pedirle ayuda para destruir a su padre. La última nacida, llegó a destruirla a ella. Esa jovencita, la bruja de Odín, le arrebató algo más valioso que los fozones, más valioso que la vida y la muerte. Y antes de fundirse en la nada, Odette dio su sentencia: si antes la muerte daba miedo, ahora dará terror. El reino de los muertos estalla en caos por la partida de su soberana.
Pero hay alguien que, atormentado durante siglos, encadenado, envuelto entre piel muerta, sangre y carne agusanada, sonríe al pensar que finalmente ha comenzado el fin del mundo. Más aun, que ha comenzado su reinado.
Esta historia fue esbozada hace tiempo pero recién la terminé. Gracias por leer.
