¡Ohhh Ryu, Ryu...! El buen (buenote) Ryu. Le agarran del cabello y lo tiran como saco de papas hacia el camión policial. La misma escena se repite cada semana y Anna sueña sentadota en su silla, con la cara recostada sobre sus manos, frente al televisor, suspirando...
No se perdía un solo día las noticias policiales, en las que siempre veía que arrestaban a los participantes de las peleas callejeras clandestinas, y su amor platónico siempre terminaba preso y luego vuelto a las andadas. Tipo rudo y bandolero, pero reservado y misterioso, metido en ese mundo de peleas y violencia. Con ese cabello castaño y salvaje, pero que se veía suave y que ella estaba segura que olía riquísimo y hasta podía sentir su textura en sus dedos. Solía andar en jeans y camiseta, esta ves una blanca que con el sudor del trajín del arresto, se traslucía para evidenciar unos músculos bien formados y preciosos debajo... Eso sí, todas sin excepción, le quedaban ajustadas...
Pero ella veía más allá del físico, veía su alma y a un hombre bueno y sensible, tierno, que gustaba de ayudar y se lo veía aveces jugando con niños o escuchando a ancianos. Y ahora era arrojado a un burdo camión policial. "¡No! ¡¿Por qué te golpean?! ¡Tu cuerpo no es para ser golpeado, es para ser amado! Ven aca, yo te amo, ven..." avanzaba haciendo puchero al televisor.
Un hilo de baba caía de se su boca y el sonido abrupto de la alarma la hizo sobresaltar y salir de su ensoñación.
"¡Uy! Son las 4 pm. Almuerzo familiar"
Mientras se alistaba, divagaba "¿Qué daría yo por robarle un beso? ¡Un millón de dolares! ¡Ja, ja! Si los tuviera..."
...
...
Estar en casa era como estar en una máquina del tiempo, quince años atrás, cuando todavía era una adolescente, y se repetían las mismas rutinas: recoger la mesa a la orden de mamá, sentarse en las piernas de papá, quitarle su puro de la boca y darle un beso, agarrarse a trompadas con su hermano, comer rico, no pensar en nada, y adorar a Ryu en la televisión.
Por fin llegó a casa de sus padres, una gran cena familiar, con los miembros más íntimos y por ahí, el clásico viejo amigo que se zampa sin que lo inviten.
En este caso, "viejo" era la descripción precisa, porque don Cordano era eso, un viejo que daba pena.
Lo conocieron hacía más de tres décadas, de cabello largo y engominado, que pretendía emular a los cantantes de baladas de los setentas, porque él cantaba algo bien, con lo cual creía enamorar a las chicas, después meterles labia, trago y si caían... nunca caían y nunca se le conoció alguna novia, ni siquiera algún agarre. Y ahora, tres décadas después, se aferraba a ese look anticuado y penoso, creyendo que aún podría atraer mujeres, pero que no era más que unos cuantos mechones de cabello crecido, pegajosos por la goma, y esparcidos por un cráneo lleno de huecos de caspa y calvicie.
Además era el infaltable en las navidades de la familia. Aveces desaparecía todo el año, pero sin falta aparecía cada navidad trayendo buenos regalos para cada uno: Joya para mamá, reloj de marca para papá, Nintendo para hermanito y perfume para hermanita. Nadie sabía cómo conseguía todo eso, ya que no le conocían ningún trabajo "bien" solo se ganaba la vida como cantante o animador de shows de mala muerte en cantinas o chinganas, y en el mejor de los casos, en algún matrimonio masivo municipal. También se recurseaba ocasionalmente como albañil/refaccionador/reparador de casas, tipo arreglar algún fregadero, alguna tubería, pintar alguna pared. Cualquier cosa malograda en casa, don Cordano entraba en acción, así lo hiciera mal y lento, muy lento; además cobraba caro, pero era una buena forma de darle la mano. Incluso se hacían los desentendidos cuado él decía no tener cambio.
Pero también era un viejo pervertido y mañosón, que andaba echándole el ojo a la niña de la casa, no haciendo ni el mínimo esfuerzo por ocultar su atracción depravada por esa niña de aspecto de crecidita, pero niña después de todo. Y no perdía la oportunidad para soltar sus comentarios de doble sentido, lo cual resultaba tremendamente incómodo y hasta asqueroso para ella. Y perduró esa atracción degenerada, hasta ahora, de adulta, como cuando un día bajó las escaleras vestida muy sexy, con escote pronunciado que evidenciaba el push up que tenía debajo, lista para su cita. Hasta que se desmoronó al escuchar esa voz gallosa, disparando directo a su pudor: "Aquí ceno (seno), almuerzo y desayuno"
"¡¡Ajjjjj!! ¿¿Por qué?? ¿¿¿Por qué??? ¿¿¿Por qué a mi??? ¡¡¡Maldito viejo!!!"
Eso la desmoralizó y logró que bajara avergonzada, cubriéndose una culpa que ella no debía tener.
Y así por el estilo, siempre con sus comentarios descarados, más cuando la encontraba sola...
Después de comer, mamá ordeno: "Anna, levanta la mesa y lava los platos" Qué linda mamá y su tradición sexista a la antigua. "Lo que tú digas, mami"
Cuando todos descanzaban en la mesa, y Anna al fondo en la cocina lavando los trastes, entró don Cordano sabiéndola sola, y le entregó sus platos. Ella los recibió fastidiada, esperando que soltara alguna de sus desfachateces, mientras escurría el mapo. Y de pronto escuchó esa voz depravada que temía escuchar: ¿Cómo exprimes el mapo? ¿Lo apachurras? ¿Lo aprietas? Enseñame cómo lo estrujas"
Ella solo tenía la mirada pa' abajo y sonrojada, se hizo la desentendida y salió corriendo de ahí.
Qué odioso resultaba, pero a la ves qué penoso. Un hombre estancado en el tiempo, viejo, solterón, pobre... Pero recordaba las navidades juntos y cuando los cuidaba de pequeños, con lo que sus sentimientos encontrados la obligaban a callar para que los demás no se llevaran una mala impresión de él, sobre todo su hermano, que lo veía como un tío.
Dejando de lado tan incómoda interacción, se tiró al sofá con su familia y se quedó muda: Otra ves, las noticias; arrestaron a ese luchador llamado Ryu... comentaban las panelistas de espectáculos, porque, aunque era algo policial, el hecho curioso que fuera tan sexy el cabecilla de esos clubes de peleas, hacía que se desviara a los temas de espectáculos. De esa manera banalizaban su arresto, su sufrimiento, los medios lo reducían a un sexy peleador, sin mencionar su filosofía, su arte, su técnica, sus años de entrenamiento, nada de nada. Felizmente el mecionado peleador ni se lo daba por enterado.
"¡¡Bahh otra vez ese Ryu, malo se cree!! Que venga, yo le pego" escuchó decir a su hermano, un flujo de sangre remontó a su cabeza.
—¡No podrías con él ni en un millón de años!— Y palpó su brazo —¿Ya ves? ¡Esto es puro raquitismo!
—¿Ah si? ¡Mira cómo pego!
—¡Mira tú, idiota!
Y se agarraron a trompadas ahí, frente a sus padres. Papá pasaba las hojas a su diario con indiferencia y mamá se movía para poder ver la TV. El inoportuno de Cordano se acercó con una cara de estúpido "Anita, yo también le pego a ese Ryu" ese comentario la enfureció y salió tirando la puerta. Esta ves sí sintió odiar a don Cordano.
Al cruzar la puerta hacia la calle, tenía otra ves veintipicos. Suspiró "Ahhh hogar, dulce hogar"
En la carretera, manejando de noche, no paraban de invadir su mente las imágenes de aquel hombre hermoso en las redadas policiales, esposado, con esa camiseta blanca ajustada, tan bello él... "¿Cómo será en la cama? ¡¡Ajá!!"
Esa idea se volvió obsesión en el transcurso de los días. No paraba de pensarlo desnudo, calientito, fogoso, ¡¡uuffff!!
"¿¿¿Pero por qué no se lo pides al pozo de los deseos???" Le cuestionó su mejor amiga, no creyendo que desconociera algo tan obvio. Pero la veradd es que Anna no conocía nada de eso, y quedó entusiasmada cuando se enteró que existía tal cosa surrealista.
Escalaron una montaña altísima y acamparon dos días, a mitad de ella. Luego, continuaron su camino hasta que por fin, la cima... Rocosa, áspera, inhóspita; llegaron muertas de sed, ya se habían acabado raudamente sus provisiones de agua.
En medio de dos colinas rocosas y áridas, un bello pozo de agua cristalina emergía de la tierra. De pronto empezó a parecerse más a un charco, porque el agua comenzó a turbarse, a ponerse marrón y a formar un remolino violento que arrastraba las piedras y ramas secas de alrededor. Las chicas retrocedieron. Cuando todo húbose calmado, un rostro de facciones duras se formó en el agua. Una voz profunda y determinante habló:
—Anna, antes de venir ante mi, ¿guardaste ayuno de 7 días?
Anna abrió los ojos enormes con terror y asombro, y su amiga ya lo conocía, aunque no dejaba de asombrarle semejante ser mágico.
—S s sí, me muero de hambre.
—¿Hiciste las 7 maldades?
—S s sí. Maldije a mi madre, insulté a mi padre, pegué a mi hermano, pegué a mis mascotas, robé la cartera de una vecina, robé el dinero de la caridad y me lo gasté en joyas que ni usaré, humillé a don Cordano...
—¡Ja, ja! ¿En serio? Y ¿cómo humillaste a un ser que vive humillándose?
—Pues... ¡le dije que era un viejo que iba a morir virgen!
—Bien, bien... Pero veo en tu mente que quieres vender las joyas y devolver el dinero a la caridad. Debes saber que no me puedes traicionar, porque sino...
Anna tragó saliva y bajó la cabeza —Lo sé...
—Bien. Tienes tres deseos.
Anna alzó la cabeza, emocionada:
—¡¡¡Qqq qui quiero una noche con Ryu!!!
—Bien.
—¡¡Espera!! No te he dicho quién es, ¡¡Hay tantas personas en el mundo con el mismo nombre...!!
—Se a quién te refieres. Puedo leer tu mente.
—Okay... — Asintió confiando en el mago. —Mi siguiente deseo es...
—No puedes pedir más deseos— interrumpió el mago —Ese deseo equivale por tres, porque verás, tengo que hacer que él tenga otra cosa en mente que no sean las artes marciales, lo cual es casi imposible, y además tengo que volverlo...
El mago calló mirando de lado, titubeando.
—¿Volverlo qué? ¡Vamos, habla, mago!
—Siento decepcionarte... ¡¡volverlo hetero!!
–¡¡¡¿Quéééé?!!! ¡¡¡¿Ryu es gay?!!!
—Lo siento... pero eso no impide tu deseo si uso mi magia.
—No. Lo quiero así tal cual es. Ya veré cómo le hago...
—Te recuerdo que si pides esto, ya no podrás pedir la paz del mundo, ni el fin de la guerra, ni de la contaminación, ni que todos los niños del mundo tengan donde dormir, ni eliminar el cáncer del mundo...
—¡¡Sí, sí, sí, sin pensarlo lo quiero!! ¡¡Lo quiero!!
—¿Estas segura de que prefieres una noche con Ryu, que la paz mundial?
—¡¡Síííí!!
—¿Y el cáncer del mundo?
—¡¡Sííí!! ¡¡Obviamente!! ¡¡Lo quiero ya!!
—Mmm bien, bien...— El mago se acarició el mentón y meditó unos segundos... —Bien. Entra por esa puerta, ve al fondo y te encontrarás con tu deseo.
Ella avanzó nerviosa, pero antes retrocedió:
—Primero quiero saber una cosa... Si es posible venir aquí, ¿por qué sigue habiendo guerras y efermedades?
—Porque las personas suelen pedir cosas individualistas, como TÚ comprenderás. Son incapaces de pensar en colectivo. De hacer consciencia del mundo que les rodea. Y el otro grupo no es capaz de hacer las 7 maldades, porque su ego es tan grande que ponen por encima de la paz mundial, su "moralidad"
Anna quedó pensativa. Volteó a mirar a su amiga —¿Y tu qué pediste?
—Pues... más trasero y más chichis.
—¿Y el hambre en el mundo?
—Pues... alguien ya lo pedirá...
El mago interrumpió:
—Ah espera... — y la señaló sentencioso —Hacer que ese hombre sea tuyo me está costando mucha magia y mucho poder, ¿sabes? Así que vas a tener que hacer algo más, algo que no te gusta, un anti deseo— Como el mago era omnisapiente, sabía todo acerca de ella, lo que amaba y lo que odiaba. —Antes tendrás que acostarte con... ¡don Cordano!
—¡¡¡¿Don Cordano?!!! ¡¡¡¿El depravado de don Cordano?!!!— Escupió al suelo
—Okay, okay, todo sea por Ryu... ¡Pero espera! Siquiera déjame hacerlo después, no quiero llegar traumatizada a comerme mi platillo favorito.
—Bien. Ahora entra por esa puerta, avanza hasta el fondo y te encontrarás con tu deseo.
...
...
Avanzó por un camino celestial, lleno de nubes blancas que ella podía tocar tan solo con estirarse un poquito. Hasta que llegó a unas puertas blancas adornadas con rosas, las abrió de par en par. Dio el primero paso adentro e inmediatamente sintió que flotaba. Su ropa iba desintegrandose a medida que avanzaba, esfumándose como las cenizas que se lleva el viento, hasta que quedó completamente desnuda. Frente a ella una cama enorme rodeada de tules y sedas, y acostado estaba él. Su hombre. Su deseo. Su pasión. Ryu. Tendido boca abajo, los brazos extendidos hacia arriba, en posición de gato estirándose. La miró con una sensualidad que la invitaba a comérselo enterito. Al sentir la proximidad de la mujer que tenía todas las riendas del asunto, cerró los ojos con lentitud y arqueó su espalda levemente, levantándose su cola.
Se acercó temblorosa y lo abrazó de la cintura, apretándose tiernamente contra él. Recostó su mejiila en su espalda y cerró los ojos. Su olor a colonia mezclado con su olor natural masculino, estremeció su olfato. Y solo deseó sentirlo: su piel, su aroma, su calor; apoyada su cara contra su espalda. Sus manos recorrieron en caricias vehementes esos firmes y duros pectorales, luego bajó por sus abdominales marcados y finalmente sus manos llegaron a ese miembro duro y palpitante. Sintiose extasiada, conmovida y colosalmente excitada. Estaba tan excitada que su cara quemante delataba la velocidad del flujo de sangre que recorría su cuerpo entero, y empezó a marearse. Se tuvo que agarrar para no caer. Él, por supuesto la sostuvo en sus brazos y luego la acomodó de nuevo sobre él, para que tome el control, y se puso otra ves en posición de gato estirándose, como invitándola a poseerlo.
Ella reaccionó, le dio una nalgada y le levantó la cola. Cogió un falo de goma que estaba encima de la mesita de noche. No sabía cómo apareció por allí, solo fue automático el estirarse y tomarlo. Una travesura del mago, suponía. Se calzó el cinturón fálico en las caderas y sin previo aviso le dio una embestida que lo hizo gemir hasta el cielo. Ella era el macho que penetraba sin piedad mientras su hombre sodomizado gritaba con desesperación de dolor y de placer. Como una puta adicta sexual. Gemía tan duro y tan rico, cerraba los ojos, se relamía los labios, apretaba las sabanas, provocando en ella la sensación de proyectarse en esa goma que sentía como una extensión de sí y por donde empezó a eyacular, bañándole ese culito exuberante y los testículos de su fluido femenino que le brotaba a chorros. Y como si eso fuera poco, la vista desde ese ángulo era sensualmente desquiciante: unas nalgas maravillosas sobre unos muslos preciosos, bien tonificados, duros, y ahora bañados en jugo de amor; más arriba vióse acariciando unas espaldas anchas varoniles hermosas que acababan en una cintura delgada... y por abajo, sus brazos que aguantaban su peso sobre sus codos, marcaban deliciosamente unos biceps grandes y bien formados; un cuerpo digno de un modelo de revista triple equis gay.
Después de aquella intensa sodomía salpicada de voluptuosos sonidos y quejidos, de gomas y prótesis, él decidió que era momento de que se haga presente en la fiesta una verga de verdad. Una virilidad poderosa y brillante de unos 28 centímetros. La abrazó cambiando de posiciones ágilmente y ahora era él el activo que la cabalgaba... Un falo de verdad penetrando una vagina que lo aprisionaba comiéndoselo muerta de hambre de su carne, de su virilidad, mientras gemía aún más duro y más y más...
Finalmente, quedó exhausta recostada sobre su pecho y ambos supiraron largo y profundo. Ella se incorporó, le acarició el rostro con su dedo y le susurró:
—Soy tuya por siempre. Por ti soy puta cien veces para toda la vida. Y también soy tu macho que te posee cuando más lo desees... Te amo. Te amo demasiado, amor mio.
—Yo también soy tuyo por siempre. Tu hembra bien puta para que me invadas cuando quieras, y también tu macho dueño de ti, para llenarte toda. Por ti me declaro cien por ciento hetero.
Y después de aquella tierna y delicada declaración de amor, soltaron sus manos y tomaron caminos diferentes...
Pero lo que ella no se había dado cuenta era que su promesa "seré tuya por siempre" quedaba chica. No le alcanzaría la vida para cumplirla. No se había dado cuenta que ese miembro grande y poderoso, brillante y hermoso, que hace un rato la impregnó hasta el fondo, en realidad era tentáculos de pulpo, que sus nalgas preciosas tenían una cola de toro, y que sus piernas fuertes, largas y bellas acababan en pezuñas de cabra. Era el diablo quien le había hecho el amor, para alimentarse de toda su energía de lujuria y egoísmo.
Bien, ahora, después del gusto viene el disgusto... Ella lo sabía mejor que nadie. Y mientras más excitante, desbordante, apasionante es el gusto, más brutal es la caída desde ahí.
"Ahora tengo que buscar a... ajjjj..." No quería ni pronunciar su nombre. Don Cordano. Besándola, chupándola con su bogotito sucio y su pelo grasoso.
Pasar de acariciar un cabello suave y que olía a manzanilla, a uno grasoso y maloliente. De estrujar con pasión unas nalgas firmes y preciosas, a un poto flácido y seguramente apestoso. De unos labios suaves y mojados, a una boca sin dientes con un bigotito trinchudo que seguro se la pasaría hincándole. Definitivamente, era caer del cielo al infierno. Y nadie sobrevive de una caída desde un rascacielo.
Pero un recuerdo apareció en su mente como el sonido de una campanita: "Recuerdo que el mago me dijo que podía ser cuando yo decidiera... ¡Ufff! entonces definitivamente no ahora, ni mañana, ni pasado mañana, ni el año que viene..."
Y así, pasaron los días, los meses, los años, creyendo que le sacaba la vuelta al mago. Pero resultaba que esa zozobra la comía día tras día, mes tras mes, año tras año. Una inquietud galopante le comía las entrañas. Así que decidió ponerle una fecha definitiva.
"Será el último día de mi vida, así no tendré tiempo para recordarlo y sufrir... bien, bien... listo, así será..."
Pero al cabo de unos días, seguía atormentándose con ello.
No, mejor no en su último día porque sus últimos años serían espirituales y no querría ensuciarse el alma ni el cuerpo entregándose a ese viejo zorro. Sería en el último día de él. Cuando esté por estirar la pata, cosa que ya ni fuerzas tendría para tocarla.
Que así sea...
Creyó estar conforme con su decisión. Y así fue, por unos años.
Una decada después, ya era toda una profesional, casada, con hijos. Adoraba a su marido, a sus hijos, a su carrera. Parecía tener una vida idílica, pero no. Ese recordatorio estaba día a día con ella clavándole la psiquis. Emergía en cualquier memento del día como la sangre cuando sueltas la herida.
Cuando sentía que podía ser feliz, aparecía como una sombra aquel recordatorio. Entonces se sentía flaquear y arrepentirse, pero cerraba los ojos y recordaba todo el amor que le dio su Ryu, ese día mágico. Y se reafirmaba con valentía. Pero luego, más pronto que tarde, volvía esa angustia hasta las náuseas.
Cada día la deuda pesaba más y más en su pensamiento.
Aquella angustia que le estrujaba el estómago se convirtió en el sentimiento perenne de sus días.
Una noche manejaba de regreso a su casa a toda velocidad por la carretera. La filtración de agua, las cañerías colapsadas y la explosión de los alimentadores de electricidad de su casa estaban comenzando a desquiciarla y a irritarla a tal punto de bloquearla para pensar cualquier solución. Ningún fontanero, ningún electricista operaba ese maldito feriado. Y no, no era una opción llamar a don Cordano. Su solo nombre la aterraba. Le había agarrado fobia.
En eso recibió la llamada de mamá, quien le preguntó preocupada por las averías de su casa —Sabes qué, hijita, ya me encargué de todo, ya llamé a don Cordano, le expliqué todo y ya debe estar llegando a tu casa.
—¿¿¿Quééééé??? ¡¡¡No quiero que pise mi casa!!!
—Tranquila hijita, no te cobrará demasiado, además ¿sabes qué? hay que ayudarlo, tiene cáncer...
Sintió un nudo en la garganta y un tapón a toda la espuma que queria salir de su boca.
—¿Pero, cómo? Me imagino que ya debe estar en tratamiento...
—No... tu sabes como es don Cordano, terco, no quiere nada de médicos, los odia, son brutos, dice. Pero en el fondo es porque ni plata tiene el pobre, estamos haciéndole entre todos una colecta pro fondos.
—¡Pero el hospital de neoplásicas es más o menos económico!
—No tiene, hijita, con las justas pudimos reunir alguito, la gente no dona así nomás, ¿o acaso dejarás de comprarte tu camioneta 4x4 para ayudar a un extraño?
Colgó el teléfono sintiendo arderle el estómago.
Una mezcla de odio y compasión se peleaban en su estómago, provocándole una acidez vertiginosa.
Y llegando a su casa, a diez cuadras más o menos, vio caminando pegado al borde de la carretera a un viejo jorobado. Lo reconoció con dificultad, por la aparencia claramente deteriorada. Enclenque, con su cabello largo y su clásico terno para ocasiones especiales. Cargaba en la espalda un pesado enrollado de alambrado.
Al pasar por su lado, titubeó en hacerlo subir y luego pensó con fastidio "¿En dónde va a entrar ese rollo de alambrado?" ¡¡Viejo idiota!! ¡¿Para que trae eso?!
Y aceleró, salpicándole el agua de la lluvia.
Media hora después, llegó don Cordano. Reparó todo. No demoró demasiado. No hizo conversación, mucho menos sus clásicos comentarios de doble sentido. Cobró lo justo. Tenía cambio.
Se despidió discretamente y se fue. Anna corrió a ofrecerle llevarlo al paradero, pero este ya se había ido. Cuando se asomó al balcón, se sorprendió al verlo todo cubierto de alambrado. Protección para que no cayeran sus gatos, ya que don Cordano había escuchado por ahí que uno de sus gatos había caído y había muerto, dejándola con una pena irreparable. Pero ahora su balcón era un lugar seguro gracias a ese detalle. Además había puesto flores y una cara de gato de peluche en memoria a su felino caído.
...
...
Semanas después recibió una llamada de su hermano "¿No te has enterado? don Cordano esta muriéndose en el hospital"
Solo. Sin recursos. Sin familia. Sin amigos.
Esa noticia le hizo sentir un escalofrio en el pecho. Una lástima mezclada con rencor. Ese pobre viejo que compartió navidades con su familia, que ayudó a levantar las paredes de casa de su infancia, que se quedó dormido cuidando de su hermano y de ella... ese hombre moría solo, viejo, pobre, sin nadie que fuera a verlo. Pero también lo despreciaba. Puesto que siempre fue un mañoso que la incomodaba cuando podía con sus comentarios ambivalentes, que insinuaban su atracción por ella desde que era una niña, ¡qué perversión! lo cual resultaba más que incómodo, repugnante.
Pero más que nada sentía la hora de la revancha hundiéndose en su psiquis como se hunde el dedo sobre la pus.
Llegó al hospital municipal de noche. Tenía que atravesar la sala de emergencia con gente amariila y ojerosa vomitando bilis, mutilados en carne viva, ancianos pálidos y flacos; todo ello atiborrando los pasillos. Por doquier, sangre, muerte, muerte, olor a muerte y a miseria. Porque parecía que solo los pobres se morían. Todos apretados en los pasillos.
Esa noche vestía una falda. La escogió para que sea todo más fácil. Hacer conciencia de cómo había planificado ese detalle, le dio vergüenza, asco. Si su esposo y sus hijos la vieran... si Ryu la viera...
Llegó al gran pabellón, donde habían varias camillas de moribundos separadas con cortinas, bacinicas por todos lados, y un olor a berriche seco impregnaba el ambiente. Un vaho de orines, cloro y remedios, abrumó sus células nasales y gustativas.
Cuando lo halló: Con una delgadez cadavérica, los pómulos sobresalidos, la boca blanca y seca, le habían afeitado la cabeza, le habían arrebatado su identidad, ya no quedaba nada de ese cabello ridículo al que tanto se había aferrado; la barba canosa estaba crecida, las fosas nasales bien abiertas, miraba hacia el techo esforzándose en respirar.
—Ho, hola. Soy Anna— pronunció lentamente con lástima y repulsión.
El hombre no la veía bien por la sonda mal puesta que enredaba su cabeza, parte de un ojo y llegaba hasta su boca, recorrido que cubría parcialmente su rango de visión.
—Hola, Annita...— dijo casi sin voz, un sonido entrecortado y ronco.
Le dio tristeza verlo así. Tan frágil y tan nada. Sentía ver a la calavera misma en ese señor que compartió tantas anécdotas buenas y malas con su familia. Ya nada quedaba de ese insoportable viejo mañoso. Un hombre más muerto que vivo, sin ese vigor libidinoso que mal que bien, lo asentaba bien en el mundo de los vivos.
Ella, casi con la mente en blanco, pero sabiendo que era de sí o sí, rebuscó alguna entrada por la frazada que lo envolvía bien empaquetado y la abrió para tomarle el pene y acercar su boca... un olor a orines con alcohol y yodo emanó inmediatamente, haciéndola casi vomitar. Trató de masturbarlo a como diera lugar, sacudiendo frenéticamente ese pedazo de pellejo muerto, cuyos vellos canosos y piojosos escondían casi por completo ese poco de tripa que ere su miembro. Por más que se esforzaba en hacerlo reccionar, no conseguía avivar a ese muerto en vida. Empezó a entrar en estado de desesperación, sacudiendo ese órgano con brusquedad: "¡¡Vamos!! ¡¡Vamos!! ¡¡Por favor!! ¡¡Levántate yaaaa!! ¡¡Por favor!!! ¡¡Apúrate pronto!!"
Casi suplicaba llorando, provocándole un dolor indescriptible al pobre hombre, lo cual probablemente aceleraba su muerte. Con la mente fija en su misión y en un intento desesperado, atinó a subirse la falda de una vez y montarse encima del pene y saltar y saltar sobre él con una frustración y asco estratosféricos, se tapaba la boca para aguantar el vómito que se le venía...
"¿Qué haces? Me estas matando" le dijo esa voz moribunda."¡¡Vamos!! ¡¡Vamos!! ¡¡Levántate!! ¡¡Qué se acabe yaaaa!!! ¡¡Pronto!! ¡¡Por favor!! Por favor...
Ti ti ti ti tiiiiiiiiiiii...
De pronto vio derramarse un fluido cristalino de esas fosas nasales enormes y de los oídos, y el hombre, agonizando, comenzó a tener espasmos, a patalear en sacudones de las piernas, que parecía más un ataque epiléptico, y debajo de ella sintió una erección que tan solo era por el rigor mortis... acababa de fallecer ante sus ojos. Estaba teniendo sexo con un cadáver. Se tapó la boca, aterrada. El vomito le ganó inmediatamente.
...
...
Esa misma madrugada lo velaron. Ella no podía permanecer más frente a ese ataúd, sentía que debía de hacer algo, y se largó con una furia que la hizo patear la puerta de salida ante el asombro de todos.
Escaló la montaña ella sola, sin equipos y con las manos desnudas, en un impulso grande por resarcirlo todo. Trepó desde la madrugada, diez, quince horas.
Tocó la cima al atardecer, frente a la muerte del sol. Llamó al mago en un tono desafiante. El mago se formó en el agua turbia.
—Anna, ¿hiciste ayuno de 7 días?
—¡Lo hice, no tengo apetito desde hace diez días!
—Bien, ¿a qué has venido?
"¿Y las 7 maldades?" Pensó, pero no quiso hacérselo recordar al mago.
—¿Te preguntas por qué no te exigo las 7 maldades? Porque ya las hiciste. Indirectamente mataste a un hombre que pudo no tener cáncer si tan solo pedías erradicarlo, fuiste infiel a tu marido, fuiste necrófila, fuiste...
—¡¡Ya basta!! ¡¡Quiero que erradiques el cáncer y el egoísmo de este mundo ahora mismo!!
—No puedo. Solo puedo cumplir deseos a una misma persona una ves. Perdiste tu oporunidad en un deseo fútil.
—¡¡Ese ni siquiera era Ryu!! ¡¡¡Ryu no es gay, no tiene cola de toro y no tiene pezuñas de cabra!!!
—¡¡No pude penetrar en su alma porque era muy poderosa... y cálida!! Pero repliqué su cuerpo y su aroma exactos, se los di de vestir al diablo, y ¡qué bien te has deleitado!
Se tiró de rodillas al charco —¡¡¡Devuélveme mi energía, maldito mago!!!— y juntó sus manos como puños para golpear al mago formado en el charco, pero este desapareció y solo consiguió cortarse las manos con las rocas debajo del agua turbia.
"¡¡Me has engañado!! ¡¡Maldito mago!!" Y de rodillas, mojada y ensangrentada, lloró copiosamente, larga y silenciosamente.
...
...
...
Pasaron los años y el castigo no llegaba. Pero era tan torturadora la espera, el miedo a que suceda algo terrible, que prefería que suceda ya mismo antes de vivir siempre con el temor.
Y murió de anciana, y nunca supimos si allá en el otro mundo, el mago se las cobró...
