Disclaimer: Digimon y todos sus personajes pertenecen a Toei Animation (Akiyoshi Hongo) y este fic está escrito sin fines lucrativos. Historia inspirada en la saga de videojuegos Fatal Frame [Project Zero], tributo por el 20º Aniversario de la saga, la cual pertenecen a Tecmo. Soy autora de mi propia narrativa. #MimatoDiaDeMuertos2022


El mundo de las flores

Las hojas de los árboles habían comenzado a mecerse tras la suave brisa de la mañana, anunciando el apogeo del otoño. Tras contemplar aquel paraje idílico y sintiendo una absoluta indiferencia ante la naturaleza, el apuesto caballero rubio apartó la mirada de la ventana. Sus ojos azules cual zafiro se habían posado ahora sobre la vista que tenía frente a sí. Al observar que la carroza donde viajaba se había desviado hacia un sendero más angosto, se dirigió hacia el conductor.

—Disculpe señor… —Sonó la voz del hombre misterioso a través de la pequeña ventana que separaba ambas cabinas. El conductor sostenía las cuerdas que fijaban a los caballos, mientras que éstos tiraban del vehículo. ¿Aún estamos lejos de la hacienda?

—No, conde Ishida. Falta poco para llegar —Respondió cortésmente en un japonés rudimentario y el hombre solo asintió.

Los ojos azules del apuesto conde se posaron ahora sobre el delicado bastón que sostenía con su mano izquierda y a su vez el cual yacía sobre su regazo. Contempló su pálida mano y tras unos segundos, reparó en el anillo que adornaba su dedo anular. El ornamento estaba finamente tallado en oro y al centro se hallaba un rubí iridiscente que brillaba con el más mínimo rayo de sol. El joven apretó su bastón y suspiró con frustración, haciendo sonar el metal de la joya contra la madera. Habían transcurrido tres años desde aquel acontecimiento, y sintió que una parte de él también había muerto con la promesa que en su momento representó el anillo. El objeto había pasado de simbolizar la pureza de un enlace nupcial, para convertirse en el recordatorio perpetuo del engaño y la decepción.

Y a pesar de ello, el joven no había encontrado el valor para desterrar su joya, pues en lo más profundo de su ser, continuaba amando a aquella doncella que le había traicionado.

Los turbios recuerdos del conde cesaron cuando el conductor se detuvo frente a un portón con herrajes colgantes y detalladas curvas que se entrelazaban al infinito. El conde Ishida se hallaba ciertamente desconcertado, ya que no había tenido oportunidad de apreciar aquel tipo de arquitectura con anterioridad.

El carruaje tirado por caballos ingresó por la puerta de herrajes y frente a la vista del conde Ishida se irguió un camino adoquinado que atravesaba un majestuoso jardín, lleno de tantas flores como jamás había visto. De repente, el mundo a su alrededor comenzó a encenderse de sonidos tan ajenos a su cultura, que giró la cabeza ligeramente desconcertado. Las voces vibrantes y llenas de pasión se escuchaban tan lejanas como íntimas a su oído, y por un momento pensó que había entrado a una dimensión alterna llena de luces y colores.

Aunque después de todo, se encontraba al otro lado del mundo y rodeado de un idioma que no había escuchado hasta ese día, todo gracias a su mejor amigo.

La carroza se orilló frente al edificio principal, el cual era una especie de rectángulo alargado con arcos decorando la planta baja, mientras que en el primer piso, cada ventana estaba acompañada de un pequeño balcón, siendo aquel un típico ejemplo de una hacienda. Tras un largo viaje, el joven rubio finalmente descendió y apoyó su bastón en el piso, el cual funcionaba más como ornamenta que soporte.

Inmediatamente, dos mujeres aparecieron por la puerta principal y se pararon frente al apuesto joven, para reverenciarlo brevemente. Su aspecto capturó la atención del chico, pues ellas tenían el cabello tan negro como la noche y una tez morena que había sido besada por el sol. Su ropaje estaba conformado por una túnica blanca gruesa cuyo bordado en brillantes colores encajaba perfectamente con vibra tan soñadora de aquel inhóspito lugar.

—¡Yamato! —Gritó una voz masculina desde el interior de la casa, la cual percibía llena de alegría.

—Ay no… —Susurró el aludido sin poderse preparar.

En cuestión de segundos, un joven moreno de cabellos alocados corrió hacia su dirección y atravesando el umbral de la puerta, saltó para abrazar a Yamato.

—¡No puedo creer que estes aquí! Bienvenido a Guanajuato —Expresó aquel hombre lleno de entusiasmo.

—¿Cómo? —Respondió Yamato confundido y con dejó de pánico en su voz— ¡¿Qué esto no es México?!

—Taichi, por favor —Dijo una voz femenina que también había cruzado el umbral hacia el jardín para reunirse con los dos amigos.

Una estilizada y refinada mujer había bajado dos escalones para quedar justo frente a Yamato, y colocó una mano sobre el hombro de Taichi, quien a su vez soltó a su amigo.

—Dale un respiro, cariño—Pidió con una suave sonrisa y el chico asintió—. Tan solo acaba de llegar tras meses viajando.

Yamato reparó en la mujer que había llegado y le reverenció brevemente, por lo que ella le dedicó una sonrisa condescendiente y le reverenció de vuelta. Su cabello castaño se encontraba recogido en una trenza, la cual estaba decorada con un broche dorado de mariposa y que descansaba sobre su hombro derecho. Su vestimenta era más sobria y portaba un vestido color crema, con algunos hilos dorados decorando los bordes del mismo.

—Es un gusto que por fin hagas llegado, Yamato-san. Llevábamos mucho tiempo esperándote. —Dijo gentilmente la mujer.

—Siento la tardanza, Menoa. Jamás pensé que mi amigo se mudara al otro lado del mundo.

—Lo sé —Admitió la joven mientras Taichi entralazaba sus manos con las suyas afectuosamente—. A veces el amor nos hace cometer actos inesperados.

Yamato solo sintió su corazón estremecerse y bajó ligeramente la mirada.

—Por favor pasa, debes estar exhausto —Reconoció Menoa con gentileza.

—Y debes descansar antes de la fiesta. Y sí… Guanajuato está en México —Añadió Taichi antes de que los ayudantes de la hacienda llegaran y recogieran las valijas de Yamato, por lo que éste solo suspiró.

El resto de la tarde, los tres jóvenes lo pasaron en el jardín de la hacienda, ya que Taichi y Menoa había organizado un banquete de bienvenida para el recién llegado. A pesar de no tener mucha energía, Yamato agradeció el gesto y aprovechó para ponerse al corriente de todo lo que había pasado en los últimos años que no se habían visto. Fue así que supo un poco más de la historia tan alocada de su mejor amigo.

Tras verse por última vez, Taichi había sido designado por el imperio como uno de los representantes japonés en el Nuevo Mundo, cargo que había tomado a todos desprevenidos, pues era de conocimiento general el hermetismo y misticismo que quería mantener Japón en el resto del mundo. Por lo que tras tres años de viajar por todo el continente americano, finalmente llegó a México, donde conoció a Menoa y decidieron establecerse indefinidamente, renunciando así a toda posibilidad de regresar a Japón. Menoa, siendo hija de inmigrantes americanos, arribó en México en 1846 tras la invasión estadounidense, pero no fue sino hasta años después que conoció a Taichi. Y tan solo un año después contrajeron matrimonio.

Si bien Yamato no pudo acudir a la boda, debido a la distancia y a que las cartas tardaban meses en llegar, decidió que era el momento de ver a su mejor amigo para celebrar el primer aniversario del enlace nupcial. Y de alguna manera, también aprovechó para abandonar aquello que le atormentaba en tierras niponas.

Mientras le servían una copa de aquel licor dulce, Yamato no pudo responder la pregunta que le había hecho el mozo, en aquel idioma tan melódico y vibrante, y solo atinó a encogerse de hombros.

—¿Deseas algo más, Yamato? —Preguntó Menoa con amabilidad a modo de intérprete.

—No, gracias —Dijo con un ligero movimiento de cabeza, a la vez que los bordes de su camisa rozaban su cuello.

—Me intriga saber cómo es que puedes hablar tantos lenguajes diferentes —Reconoció Taichi dándole un sorbo a su copa.

—No lo sé —Admitió Menoa con aquella sonrisa elegante y condescendiente tan propia de ella—. A veces siento que los idiomas se me dan con tanta facilidad porque tuve otras vidas para poder aprenderlos.

Yamato le miró un tanto intrigado por el comentario y asintió cortésmente.

—Me retiro, gracias por los alimentos —Dijo Yamato poniéndose de pie y haciendo una leve reverencia.

—¿Estás seguro? —Preguntó Taichi y el rubio se limitó a asentir—. Mañana nos espera una gran fiesta, ojalá puedas descansar un poco —Dijo Taichi con entusiasmo, acercándose a su mejor amigo para extenderle la mano.

Ambos jóvenes estrecharon su mano y tras el gesto, Taichi se despidió mientras que Yamato ingresó a la hacienda por la puerta frente al jardín. Subió una escalinata y tras dirigirse hacia el ala derecha, se percató que algunos pasos le seguían, por lo que el hombre ojiazul se giró, solo para encontrar otro par de ojos azules —aunque más claros— observarle con gentileza.

—Esta es la dirección para la cocina. Las habitaciones está del otro lado —Explicó Menoa amablemente. Yamato asintió y dejó guiarse por la joven esposa de Taichi, quien caminó hacia la dirección opuesta. Tras atravesar un pasillo y subir otro piso, Menoa le guió hasta la puerta de madera que sería su habitación por las siguientes semanas.

La chica sacó una llave plateada con una placa de madera y procedió a abrir la puerta. Tras reverenciar a Yamato, y una vez que él ingresó a la habitación, éste le miró de vuelta.

—Menoa, gracias —Sinceró el joven rubio

—De nada, quédate el tiempo que necesites.

—No, no es por eso. Yo… nunca había visto a Taichi tan feliz.

Menoa sonrió agradecida y continuó.

—Espero que tú también lo encuentres. Llegará el día en que tú también serás así de feliz.

—No lo sé —Dijo el rubio a modo de respuesta, haciendo clara alusión a su fallido matrimonio. Que había fracasado miserablemente antes de siquiera empezar.

—Yo sí y por eso estás aquí —Reconoció Menoa con una sonrisa enigmática. De repente, pareció que el resto de las velas de su habitación se habían encendido por sí solas—. Descansa, te espera una gran celebración—Dijo ella antes de cerrar la puerta detrás de sí.


Al día siguiente, Yamato no tenía fuerzas ni quizá los ánimos para verse rodeado de tanta gente. Sin embargo, entendía que no se trataba de él sino del festejo de su mejor amigo y su mujer, por lo cual salió a dar una vuelta para conversar y pasar tiempo con Taichi. Tras una tarde llena de historias y silencios que reconfortaban, finalmente Yamato se dirigió a su habitación para prepararse para el banquete. Luciendo una gabardina azul marino con hilos dorados que enmarcaban los detalles de la prenda y un traje a juego del mismo color sobre una camisa blanca, Yamato se miró al espejo. Tomó su bastón con la mano derecha e intentó ocultar el anillo con una piedra roja preciosa. Una vez alistado, salió de la habitación en silencio.

Yamato se dirigió a la zona del evento en la casa señorial. Al entrar al casco, se percató que el recinto se hallaba conformado en un gran cuadrado, iluminado por múltiples candelabros de velas con cristales colgantes. Las mesas estaban lujosamente decoradas con una exótica flor naranja de múltiples pétalos, como si se trataran de veinte pétalos unidos entre sí. El aroma tan característico de aquella flor le transmitía un paradójico sentimiento de paz. Todo aquel salón lleno de luz y vida le hacía sentirse fuera de lugar. Al girarse hacia los demás invitados que habían entrado al mismo tiempo, Yamato trató de buscar una explicación al hecho de que hubieran comenzado a colocarse un antifaz.

—¡Yamato! —Dijo Taichi acercándose a su amigo—. Lo siento, ha sido idea de Menoa. Me ha dicho que hoy se celebra el Día de Muertos —Respondió su amigo mientras le tendía un antifaz—. No es necesario que lo utilices, pero pensamos que podría ser buena idea.

Yamato recibió el antifaz que su amigo le había dado y tras asentir y observar a Taichi volverse a alejar, guardó la máscara en el bolsillo de su túnica. Tras algunos minutos de beber e intercambiar palabras con algunos asistentes, volvió a quedarse callado nuevamente. Transcurrieron los minutos y el reloj había avanzado deprisa. Sintiéndose en profunda soledad en medio de aquella multitud, Yamato echó un último vistazo hacia su mejor amigo y Menoa, quienes se encontraban charlando con algunos invitados. Por lo que el joven rubio se dirigió a la salida del jardín con la clara intención de abandonar la fiesta, sin embargo fue detenido por la belleza más enigmática de la que alguna vez había sido testigo.

Ahí, en medio de los comensales que reían y bebían, se encontraba una hermosa mujer ataviada en un ostentoso vestido negro. Totalmente deslumbrado y pese a tener una mirada impenetrable, Yamato se giró para observar a aquella mujer que había caminado junto a él.

Los destellos tornasol del abanico que ella sostenía en su mano derecha, parecían haber capturado toda la luz del universo para comprimir el espectro de colores en su ornamenta. En su mano cubierta por un guante negro de seda, sobresalía un magnífico anillo de esmeralda en forma de gota de agua. Yamato subió ligeramente la mirada y notó que el torso de aquella mujer estaba ceñido en un delicado corset de seda y encaje negro, que hacía juego con el bolero de manga larga que portaba. La piel desnuda de su cuello contrastaba con una segunda esmeralda que engalanaba su cuerpo. A pesar del atuendo tan magnífico que la mujer lucía, fue su rostro lo que terminó de cautivar al joven.

Su rostro pálido se había hallaba acentuado por el maquillaje blanco que decoraba su piel. A diferencia de aquel juego de texturas, sus labios escarlata contrastaban sobre el fondo níveo. La punta de su nariz y el contorno de sus ojos se encontraban decorados por un maquillaje de tono negro cual hollín, el cual a su vez enmarcaba sus ojos. Algunas decoraciones azules y rosadas jugaban en sus mejillas sobre el resto de maquillaje. Finalmente, un sombrero negro que parecía estar decorado con las flores del jardín, descansaba sobre su larga melena castaña clara.

La imagen tan exquisita que devolvía aquella mujer era tan impresionante, que Yamato solo podía verla embelesado. Determinado, comenzó a caminar hacia ella sin saber muy bien qué diría, pero con la firme convicción de conocerle. La joven del abanico le miró con dulzura y pudo ver los ojos de color miel más expresivos que jamás antes había contemplado, para acto seguido sonreírle. Y fue entonces que su corazón se estremeció.

Era ella. No sabía cómo o por qué, pero era ella la mujer que había esperado toda su vida.

—Espera —Pidió Yamato desde su posición, mientras ella le sonreía de vuelta y colocaba su abanico cubriendo parcialmente su rostro y dejando sólo entrever sus ojos.

Yamato comenzó a moverse tan aprisa, abriéndose paso entre los invitados, hasta que perdió de vista el sombrero lleno de flores. El joven terminó en el punto donde ella había estado de pie y logró percibir un delicado aroma a rosas, que sobresalía entre todo lo demás.

Sin rastro de aquella joven, Yamato se dirigió enseguida hacia Taichi y lo apartó del grupo donde se encontraba platicando.

—Taichi, había una mujer vestida de negro con un abanico de colores. Estaba parada en medio del salón. ¿La has visto?

—¿Abanico de colores? ¿De qué hablas? —Dijo Taichi con una sonrisa, un tanto desconcertado.

—Sí, tenía un… ehm… sombrero negro con flores, como las del jardín. Sostenía un abanico de colores. Taichi, no me mires como si hubiera enloquecido —Reprendió Yamato con severidad tras ver la mueca incrédula de su amigo—. Estaba parada en medio del salón y nadie le hablaba. Tiene cabello castaño.

—¿Traía antifaz?

—No, su cara estaba más bien maquillada con pintura, como si fuera oshiroi —Explicó Yamato tratando de asociar el maquillaje de aquella mujer al tinte blanco que comúnmente utilizaban las geishas para teñir su rostro— Y su rostro simulaba un esqueleto, bueno un cráneo…

—Yamato…

—¿Qué?

Hasta entonces, la expresión divertida de Taichi se había mantenido para transformarse en un semblante de preocupación y ciertamente de miedo.

—¿La has visto entonces?

—Te estoy diciendo que vi a la mujer —Respondió el rubio un tanto desesperado que su amigo no entendiese— ¿Es invitada tuya o de Menoa? Necesito hablar con ella.

—De ninguno. Yamato… —Comenzó Taichi algo confundido. Apartó a su amigo aún más de la multitud y se dirigieron a una esquina del salón—. Ella no es real.

—¿De qué estás hablando? Estaba ahí de pie.

—Creo que la has visto, a la mujer de negro.

—Es lo que te he estado diciendo por los últimos dos minutos.

—No, no. Creo que has visto al fantasma de la mujer de negro.

—¿Qué estás diciendo?

—Hay una leyenda en Guanajuato. Se dice que el Día de Muertos, los muertos cruzan su mundo y regresan al mundo de los vivos. Hoy es primero de noviembre, y se dice que en este día deambula una mujer de negro. Nadie sabe quién es ni de dónde viene. Pero se dice que deambula eternamente buscando al caballero que la acompañe a reinar en el mundo de los muertos. ¿Has visto las flores de mesa? —Preguntó Taichi señalando las flores naranjas que adornaban las pequeñas mesas para invitados—. Simbolizan la vida y la muerte. Y se dice que el mundo de los muertos está plagado de estas flores, por eso se le conoce como el mundo de las flores. Y el hombre que vea a la mujer de negro le acompañará a reinar en el más allá.

Yamato le miró con incredulidad y escepticismo. Tras un minuto de silencio, él volvió a hablar.

—Me estás diciendo que he enloquecido y he visto a alguien que no existe, ¿no cabe la más mínima posibilidad de que sea una de tus invitadas?

—Es ella, Yamato. Has visto un fantasma, y todo aquel que la haya visto no pasará más de media noche.

—Creo que me estás tomando el pelo —Dijo Yamato a la defensiva y le dio la espalda para irse. Sin embargo, volvió a voltearse y con furia vociferó—. ¡Estoy harto que me traten con tanta delicadeza después de lo de Sora! Como si estuviese loco o me tengan lástima. Sí, sí. Me fue infiel el día de nuestra boda pero la vida sigue. Y esta la primera vez que te pregunto por una mujer en años ¡y ahora piensas que enloquecí y vi un fantasma!

—Yamato… —Susurró Taichi— ¡no! No es eso lo que quise decir.

—Olvídalo, quiero estar solo —Dijo Yamato por toda respuesta y volvió a cruzar el salón para salir por el jardín, dejando a Taichi solo en aquella esquina. El moreno no tuvo más remedio que salir por un pasillo continuo.

Menoa notó que Yamato se alejaba y cuando éste cruzó la puerta hacia el jardín, la joven hizo un movimiento con su dedo índice a uno de sus empleados y este cerró con llave la puerta que daba hacia el exterior, liberando las cortinas para que cubrieran los cristales del mismo.


Yamato continuó caminando a través del césped, alejándose prontamente del bullicio y el furor de la reunión. Continuó alejándose y siendo consumido por su propio arrebato, lanzó su bastón hacia los arbustos y siguió su camino. Al llegar al extremo del jardín, salió por la puerta trasera y se adentró en una especie de terreno árido, lleno de piedras y algunas plantas solitarias. Caminando a una velocidad más normal, Yamato prosiguió con su caminata, hasta que escuchó unos pasos detrás suyo.

Y ahí detrás suyo, estaba la mujer hermosa que había llamado su atención.

—Lo siento, no quise interrumpir —Comenzó diciendo ella con una suave voz,—. Estás alterado y yo… —Dijo ella mirando su abanico—… solo quería saber si estabas bien.

Yamato le miró y se sintió extrañamente aliviado de tenerla cerca.

—También lo siento, yo… no puedo hablar en este momento.

—Lo sé. Siento todo lo que ha pasado ahí dentro, no fue mi intención ocasionarte un problema con tu amigo.

Yamato le miró con extrañeza y se acercó hacia ella. A pesar de su imponente vestir, se percató que era una chica pálida más baja que él, quizá de su misma edad.

—¿Quién eres? —Preguntó él con curiosidad

—Me llamo Mimi. Soy amiga de Menoa —Dijo ella con sinceridad, por lo que Taichi resopló—. Descuida, Taichi no me conoce aún.

—No puedo creerlo —Respondió Yamato mirando hacia el cielo— Me ha tomado por un perfecto imbécil.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Claro, Mimi.

—No pude evitar escuchar su conversación… ¿Quién es Sora? ¿Es tu esposa?

Yamato parpadeó evidentemente perplejo y tras contemplar la dualidad elegante de la joven contrastando con su inocencia, la vio sonrojarse, lo cual a su vez le generó cierta ternura.

—No es nadie ya. Nunca ha sido nadie —Dijo él sentándose en una piedra, por lo que Mimi también se sentó frente a él, haciendo sonar el material de su vestido contra la roca—. Solíamos estar comprometidos, pero se fue el día de la boda y solo me ha dejado con esto —Respondió agriamente señalando la sortija adornada con un rubí.

—Lo siento mucho —Dijo Mimi poniendo su mano derecha sobre la mano de Yamato, acariciando la joya en cuestión—. Algún día será muy tarde para que se arrepienta.

Yamato alzó la mirada y pudo verla de cerca. Las curvas azules que complementaban su maquillaje, adoraban su rostro y le restaban seriedad a su aparencia, a la vez que sus ojos bondadosos le observaban con calidez. Por primera vez en varios años, su corazón se sintió reconfortado por las palabras de aquella desconocida.

En una conversación que se extendió desde el ocaso hasta el anochecer y en medio de un terreno baldío, Yamato y Mimi continuaron conversando durante horas. Caminando a lo largo de aquel lugar y entrando hacia un sendero que terminaba en un barranco, ambos jóvenes se detuvieron, pues el tiempo se había ido entre sus manos. A la distancia, ya ni siquiera podían percibir las luces de la hacienda.

—Puedo acompañarte a tu casa.

—Podrías, pero no es necesario —Dijo ella con amabilidad—. Porque… tu amigo Taichi tampoco estaba equivocado

—¿Cómo dices?

—También tenía razón —Admitió ella con una sonrisa llena de pesar—. Yo no pertenezco aquí y debo regresar.

—¿Que estás diciendo?

—No has enloquecido —Aseguró ella con antelación y Yamato esbozó una sonrisa—. Es solo que mi lugar está en el mundo de las flores.

—¿Es en serio? —Preguntó Yamato y Mimi asintió. Había algo en sus ojos suplicantes y en su forma de contemplarle, que de alguna forma irracional le hacían saber que ella no mentía—. Entonces… ¿no eres real?

Mimi se retiró el sombrero y lo dejó caer al suelo.

—Lo soy —Afirmó Mimi alzando la vista para apreciar al joven directamente. Acto seguido tomó sus manos entre las suyas y Yamato sintió que su corazón palpitaba con rapidez—. Puedes sentirme —Reconoció la castaña y el joven asintió—. Pero… no puedo quedarme.

—¿Estás… viva? —Preguntó Yamato con un nudo en la voz, sintiendo que sus ojos habían comenzado a cristalizarse.

—Puedes sentir el calor de mis manos —Dijo Mimi a modo de respuesta, quitándose los guantes de seda para tocar la piel de Yamato por primera vez y continuar sosteniendo sus manos.

Instintivamente, ambos ladearon la cabeza y Yamato se inclinó hacia la castaña.

—Quédate, Mimi. Por favor quédate —Pidió el rubio, cuyo aliento en una íntima cercanía, había rozado la mejilla de la chica.

—Yamato… —Susurró ella mientras él colocaba su frente sobre la suya y él cerraba sus ojos.

Así, entrelazando sus manos y tan cerca uno del otro, permanecieron en silencio. Yamato rozó furtivamente los labios de la joven y sintió que la tibieza de los mismos se había disipado. Sin embargo, Mimi correspondió y acarició los labios de Yamato en un tímido pero sincero gesto.

Tras besarse, volvieron a mirarse de vuelta y esta vez, sin vacilación alguna, Yamato habló.

—Por favor, no te vayas —Pidió él nuevamente mientras colocaba su mano izquierda sobre la mejilla de Mimi. Ella sonrió con alegría y dedicó una mirada llena de cariño.

—¿Querrías venir conmigo? —Preguntó ella, apreciándolo con aquellos dulces ojos color miel.

Sabiendo lo que eso implicaría, Yamato se separó de Mimi y asintió. Al ver la determinación en su rostro, Mimi —quien aún sostenía las manos del hombre— se retiró el anillo de esmeralda y lo depositó sobre la mano izquierda de Yamato.

—Solo puedo llevarte al mundo de las flores si es lo que tú deseas. El anillo podrá guiarte hacia mí. Pero… —Dijo Mimi separándose de él— deberás dejarlo todo atrás —Condicionó ella señalando el anillo que había pertenecido a Sora.

Mimi dio dos pasos hacia atrás tomando distancia de Yamato y éste le miró desconcertado.

—Yo… te quiero —Declaró Mimi ante el asombro del chico, notando que sus mejillas se habían ruborizado—. Pero no puedo quedarme más.

Y dedicándole una última mirada, Mimi se dio la media vuelta y comenzó a caminar hacia el barranco. Presa del pánico, Yamato vio horrorizado cómo la joven que le había declarado su amor estaba marchándose. Sin pensarlo más, se quitó el anillo que había intercambiado con Sora y lo arrojó al piso, colocándose rápidamente el anillo esmeralda en forma de gota de agua que Mimi le había dado. El rubio volvió la vista al frente y notó que Mimi ya se había alejado lo suficiente, por lo que comenzó a correr detrás de ella.

Sus pasos continuaron resonando en la grava, acelerando su andar detrás de Mimi, quien le había dado la espalda y continuaba alejándose de Yamato.

El amor de su vida había emprendido un viaje de no retorno, y el joven rubio no tuvo más opción que correr desesperadamente detrás de ella. En un vano intento por alcanzarla, Yamato extendió su mano izquierda –aquella donde portaba el nuevo anillo de su amada– y el joven suspiró con satisfacción al sentir el encaje del vestido negro rozar sus dedos.

—Te seguiré —Alcanzó a susurrar joven mientras esbozaba una sonrisa. La mujer vestida de negro se giró hacia él y le miró con ternura y agradecimiento. Su pálida piel empezó a brillar y se desvaneció rápidamente hasta dejar ver su estructura ósea, revelando así su verdadero aspecto. Lejos de asustarse, Yamato alzó su otra mano para tocar el hueso maxilar del rostro de Mimi y acarició la superficie lisa del hueso con su pulgar. Contempló las cuencas vacías del cráneo y se sintió extrañamente reconfortado, pues sabía que los ojos color miel que le habían mirado con embeleso seguían ahí.

Siempre había sido ella.

El piso donde corría Yamato desapareció bajo sus pies, quedando a merced del vacío del barranco. Las constelaciones que se extendían en el firmamento sólo alcanzaban a iluminar el camino que había recorrido el joven, sin embargo ya no quedaba rastro del mundo terrenal, pues se hallaba suspendido en el aire. El aroma a rosas inundó su olfato y cerrando sus ojos, abrazó a Mimi, sintiendo que rodeaba sus huesos, mientras ella se aferraba a su cuello. El cielo se había encendido y volvió a percibir una mezcla de rosas, así como de aquellas flores naranjas, tan punzante y ácida, que le hizo saber que Yamato había logrado permanecer a su lado.

Un estruendo resonó en aquel terreno baldío, pues un objeto pesado había caído sobre el barranco, seguido únicamente del silencio sepulcral que había envuelto la noche.

Y así, Yamato había logrado reunirse con Mimi en el mundo de las flores, donde nada podría separarlos durante la eternidad.


La oscura habitación se hallaba sumida en un extraño sosiego, puesto que la única fuente de luz provenían de dos velas en ambos extremos de un tocador de madera. Ella se encontraba sentada frente al espejo de la mesita, irrumpiendo la calma cada vez que su cepillo se deslizaba a través de los mechones de cabello castaño.

—Sabes… —Susurró Menoa gentilmente en un aparente diálogo consigo misma mientras contemplaba su reflejo, que a su vez le devolvía una mueca inexpresiva—… sigo sin comprender por qué le has acogido. Eso no era parte del plan.

Menoa colocó su cepillo de madera en el tocador que tenía delante y con una mirada llena de dureza, miró hacia la esquina izquierda de su habitación a través del espejo. La oscuridad del recinto había absorbido prácticamente toda fuente de luz, sin embargo los ojos azules de la mujer alcanzaron a percibir un movimiento errático entre las sombras. De repente, un espectro negro se anidó en dicha esquina y descendió lentamente hasta posarse detrás de ella.

—Tienes que ser más cuidadosa. No podemos ir dejando cabos sueltos y desapareciendo hombres —Menoa resopló y se llevó su índice derecho al mentón—. Aunque… supongo puedo decir que Yamato no soportó estar aquí y se marchó de vuelta…

En ese momento, la entidad amorfa volvió a distorsionarse y algunos pedazos de tela negra habían caído a sus espaldas, para transmutar en una estilizada figura negra con vestido de encaje. El rostro de aquel espectro era cubierto por una delgada capa de piel, la cual era lo suficientemente translúcida para develar el cráneo debajo de ella. Al igual que Menoa, el espectro femenino tenía un precioso cabello castaño claro.

El espíritu solo permaneció inmóvil detrás de Menoa, por lo que ella resopló. Era como si pudieran sostener una conversación tácita.

—Ya sé, Mimi. Sé que a este hombre le amas y él a ti… —Musitó Menoa en un delicado tono de fastidio, tan elegante que su gesto podrían pasar como inadvertido para quienes no le conocían—. Pero ahora tendremos que buscar otra fuente de energía.

—Taichi —Enunció Mimi con una voz gutural.

—¿Qué dices? Aún no podemos…

En aquel momento, su monólogo falaz se vio interrumpido por el golpeteo de la puerta. Acto seguido, Menoa se giró hacia la puerta y el espectro de Mimi se encontraba ya custodiando la entrada.

—Querida, es momento de dormir. Te espero en la habitación —Anunció afectuosamente Taichi.

Ya voy, cariño. Enseguida voy —Respondió Menoa con dulzura, dirigiéndose a Taichi, quien estaba detrás de la puerta. Una vez que escuchó sus pasos alejarse, volvió a dirigirse al espíritu de la chica—. Debes irte, Mimi.

Con un ligero movimiento de muñeca, Mimi tiró el cepillo que Menoa había estado utilizando y tomándola por sorpresa, la ráfaga de viento apagó intempestivamente las velas. Menoa dio un pequeño salto en su asiento, solo para recomponerse tras una fracción de segundo.

—No te será difícil —Comenzó Menoa con un ligero tartamudeo en su voz, que desapareció al retomar la compostura—, solo cuida de Yamato en el mundo de las flores. Él estará a salvo contigo… y tú podrás encargarte de Sora una vez que llegue. Ella ya viene en camino…

Las velas se encendieron con exabrupto, y Menoa pudo observar que en la piel que decoraba el cráneo de Mimi había una sonrisa sardónica. El espíritu profano de Mimi comenzó a desintegrarse ante la mirada de Menoa y ella prosiguió.

—Hasta entonces, retomaremos el plan. Mientras tanto, hay que alimentarnos. No todos los humanos despiden la misma energía y tenemos hambre —Admitió Menoa con naturalidad, apagando las velas y dirigiéndose hacia la puerta, abriéndola con delicadeza. Cuando cruzó el umbral, dio un último vistazo hacia la habitación y cerciorándose que Mimi había desaparecido, cerró la puerta detrás de sí.

FIN.


Notas de la autora: Espero que les guste mucho mi fic, ha sido una colab que he disfrutado infinitamente con mi artista favorita, Azuka Kaiba 3.