...Él la devoró.

Caperucita Roja - Charles Perrault


Comida con amor


Era tan malo. Sentir hambre y dolor. La fiebre le subía.

Y peor.

Las sobras de Cochlea...

No eran suficiente.

Haise había comenzado a rechazarlas. Estaba débil. Pero aquella comida infame no lo ayudaba.

En cama, como un moribundo, casi un lisiado permanente, Haise escuchó a sus subordinados.

(Y se sonó los dedos mientras lo hacía).

—¡Debemos hacerlo! —dijo Tooru. Cuando alzaba la voz, su timbre resultaba agudo, como el de una mujer.

(Lo era).

—No. Estás precipitándote.

Urie. Por la manera en la que hablaba, sin entreabrir los párpados, Haise supo que negaba con la cabeza.

Susurraban, al principio. Pero Sasaki casi no despertaba. Arima dijo que si había que ponerle un respirador...

...Prefería solo devolverlo a la prisión.

Haise rogó a sus subordinados, ahogado en su dolor y sus palabras mal pronunciadas, sin aire.

Ellos callaron.

Tooru presionó a Shiba por un informe médico falso.

Y Haise se quedó en el Chateau. Donde sus alumnos discutían qué hacer con su remedo de incapacitado.

—¡No digas que me precipito! Has visto a mi Maestro. Sasaki no puede seguir así, al borde de la muerte...

Tooru lloraba. Urie tal vez quiso abrazarla. Haise trató de alzar su mano temblorosa hacia ella. Pero...

—No lo harás. No puedes...—empezó Urie.

Y tal vez Tooru sonreía. Con tristeza, resignación. Pero decidida.

(Haise había admirado verla así).

—Te sorprendería lo que haría...por amor. Todo lo que tú no.

Amor, la palabra desconcertó a Haise.

—Tooru...no.

—¡No puedes darme órdenes! No eres el líder de los Quinx.

—Shirazu...

—¡Él está de acuerdo conmigo! Pregúntale. No podemos prescindir de nuestro Maestro.

—Yo...

—¡Cállate, Urie! Deberías entender. Cuando Shirazu casi muere...

—Me sentí fatal.

—Exacto.

Urie murmura entre dientes. Tooru deja su habitación, va hacia abajo en las escaleras. Sale dando un portazo y...

Sasaki sigue pensando en el amor, en el pasado.


El amor es algo caliente. Si.

Amor es café recién hecho.

¿Y quién lo sostiene?

Alguien hermoso. La persona más bella que Haise ha conocido.

Tal vez no es la chica más bonita del mundo. Es difícil de explicar. Haise tiene una superior del CCG que parece una modelo. Ha arrestado prostitutas ghouls.

Pero la mesera de :re es...

Tan diferente.

Cuando la ve, deja de ser él mismo. Pero no tiene miedo. No como cuando está amenazado y sabe que no es suficiente.

Tal como es.

Haise.

Es como si la correa que lo asfixia se disolviera. O empezara a hacerlo.

Y es...inevitable todo lo demás.

El sufrimiento.


Ella huele de un modo tan particular.

Calor.

Hogar.

Café recién hecho.

Memorias recuperadas.

Una identidad negada.

Él...

Es un monstruo, si.

Pero con ella...

Es, puede, quiere ser...

Un monstruo amado.


—Despierte y coma, Maestro.

—¿Qué es...? Mutsuki.

—Es...comida. Su comida.

Mutsuki no parece él mismo, ella misma frente a Haise, esa noche. Está encima de su cuerpo, jadea, con los ojos muy abiertos, como lunas antes de un pleno eclipse. Algo en ella le causa enorme rechazo a Haise. Miedo.

Pero también...

Una enfermiza fascinación.

Lo que sea que ella trae, huele delicioso, él no puede controlarse.

—¿Es...para mí?

—¡Si! Coma...

Tooru aplasta la carne sangrienta contra los labios de Haise. Ella tiene las manos embebidas en rojo. Y el uniforme del CCG igualmente empapado. Como una carnicera.

—Si...pero luego...—es una ocurrencia absurda—. Déjame cocinar...para ti.

Ella asintió, muy orgullosa. Haise comió de sus generosas manos, hasta saciarse.

La carne era deliciosa. Él nunca probó nada semejante. No era como la basura que daban en Cochlea.

Podía beberla y saborearla. Masticarla con sed. No queria que se acabara. Hasta el último pedazo, de manos de Tooru Mutsuki, quien observó a Haise con algo maternal en su macabra ternura.

Y entonces...lo afectó más. Tras el último bocado. Tuvo una nueva inquietud. El calor, la nostalgia, fueron insoportables.

Solo quería consuelo. Como si la carne no fuese suficiente.

Iba a llorar. Y deseaba...

Entre el llanto.

Maestro...

—Mutsuki...¿Crees que podrías...?

Ni siquiera sabía qué pedir entre la fiebre. Pero sujetó la muñeca de Tooru y tiró de ella, hasta que la chica cayó en su cama. Como probablemente su pupila quería desde hacía tiempo.

Fuese lo que fuera esa carne, Haise no dejó que su energía se desperdiciara.


Solo unos minutos. La primera vez.

Haise agarró a Shirazu viendo pornografía en una ocasión. Un video de ocho minutos en la tv. Le dio un sermón al respecto.

"El verdadero sexo normalmente no dura tanto", le dijo, como si supiera.

Pensó que tendría miedo. Normalmente sí. Pero aquella vez, Haise pensó que el sexo era como devorar. Tenía hambre.

Dentro de su estómago, la carne se digería, lo que le trajo fuerza y vitalidad. Levantó su erección. Como si buscara una especie de justicia.

—Lento...por favor...Maestro...

Tooru lloraba. Normalmente...Haise la hubiera escuchado. Pero no entonces. El sufrimiento de Tooru solo lo excitó más. Como si la chica fuese un banquete que tenía que terminar.

Hasta el último bocado.


Se podría decir que invirtieron los papeles. Tooru quedó relevada a la cama, postrada, semi inconsciente.

Haise pensó que era como la escena de un crimen. Sangre, semen sobre un cuerpo desnudo y herido. A él se le crisparon los dedos. Antes de irse a buscar su café matutino, recuperado, tuvo el impulso de arrancarle el parche del ojo a Mutsuki.

Para ver su pupila oscura. Pero...

¿Por qué tenía ese anhelo? No. No, era por ella.

—¿Maestro?

—Saldré —dijo sin darse cuenta—.


Queria café. Pero no, no realmente.

Quería ver a Touka. La chica del café.

Qué hermoso nombre. ¿Ella se lo dijo? ¿Haise lo sabía?

A lo mejor era el destino que se encontraran.

Sería perfecto verla de nuevo. Haise solo se sentaría y ella ya sabía qué quería él. Ella lo entendía todo. Aunque solo le sonriera y se inclinara.

Era obediente y suave pero ocultaba una secreta fortaleza digna de adoración. Su cuerpo tenía una redondez aquí y allá, sus cabellos mantenían una fragancia especial, como a limpio y cálido.

Si.

En Anteiku estaría mejor.

¿Anteiku? :re.

Si, en :re.

¿Qué era Anteiku?

Anteiku...

Era como hablar del Edén. Un lugar paradisiaco. Negado. Perdido. Ya no tenía sentido en ninguna parte.

:re si, pensó Haise, tomando un taxi, porque hubiera sido irresponsable manejar, en su estado.

¿Estado? Se sentía bien, mejor que nunca. Cuando hablara con Arima, él se reiría de la mera posibilidad de la eutanasia y un respirador.

Pero Haise aún tenía hambre. Un hambre extraña, como gula.

Deseaba la carne, la carne de la culpa que Tooru le había proporcionado.

(Y nunca le dio las gracias a su pupila, algo dentro suyo le pedía que no lo hiciera, así como un impulso lo obligó a lastimarla y a experimentar un enorme placer al llevarlo a cabo).

Solo necesitaba ir a :re a pensar, a estar, a sonreírle a la mesera, Touka. Sería perfecto. Para liberar tensión. El café de ahí era distinto. Podían comprarlo y hacerlo en el Chateau, Tooru lo hizo, nunca era igual. No suficiente.

Era como si todos en :re conocieran a Haise. Era como si ahí todos lo amaran y nadie lo decía pero él pertenecía.

...Era como si Haise estuviera cansado de ser él mismo. Haise ya no quería ser Haise. ¿Pero quién sería entonces?

A lo mejor y Touka lo sabía.

A lo mejor y ella tenía dos ojos negros, reales, no solo uno, artificial. Touka era auténtica aunque mintiera y se ocultara para sobrevivir.

Tooru...

Haise solo se sintió mal por ella. Pero brevemente.

(El hambre, la gula, sus propias visceras, le dijeron que odiar a Tooru estaría bien).

De todos modos...

El edificio de :re estaba clausurado con las cintas que prohibían el paso por investigación ghoul. Haise se bajó del taxi, desolado. Casi olvidó pagar, hasta que el conductor lo insultó. Haise sonrió con tristeza, sus ojos lloraban sin permiso.

Como si Touka hubiera podido verlo desde la oscuridad del local cerrado.

Con el sentido del olfato sumamente refinado...Haise pudo jurar que adentro del abandonado :re se percibía un fuerte olor a sangre.

Y eso solo le dio más hambre. Como si quisiera hacer justicia.


Tooru dormía cuando Haise regresó. Pero se despertó ni bien él cerró la puerta tras de sí.

—¿Maestro?

Silencio. Ella se sentó en la cama, tomó un vaso de agua que había en la mesa de noche y mordió una píldora de hierro, recetada por Shiba para su anemia. No llevaba su parche. Supuso que él la preferiría así.

—Maestro...si quiere volver a hacerlo, está bien.

A ella no le molestaba que el cabello de Haise se hubiera vuelto oscuro por la nutrida dieta que llevaba. La alteraba un poco. Pero...seguía siendo su Maestro.

—Tooru...

—¿Si?

Ella bostezó, se acostó a un lado en la cama, para hacerle lugar.

Pero él no se sacó el traje, solo se colocó junto a su cuerpo. Ella seguía desnuda bajo las sábanas.

—Sé la verdad.

—Maestro...

Él le acarició el cabello, la mejilla. Acercó tanto los rostros de ambos, que Tooru se preparó para recibir un beso.

—Está bien...

La mano de Haise se metió entre las sábanas, buscó entre las piernas de Tooru, hasta arrancarle un gemido.

Ella...solo se lo daría todo. Como siempre.

Él fue brusco. No tenía suficiente lubricación, la pellizcó, penetró con dos, tres dedos. Ignoró que Tooru lloraba. Pero seguirle el ritmo era natural.

Ella lo prometió. Cerró los ojos, ahogó sus gemidos.

—Lo...amo...

—Lo sé.

—¡Ah!

La estaba sujetando muy fuerte allá abajo. Muy fuerte...Como si quisiera...

Nunca lo harás otra vez, ¿cierto?

Tooru abrió los ojos de golpe, aterrorizada. Aún en la oscuridad, pudo ver el pálido rostro de Haise retorcido por la ira.


—¿Dónde está Mutsuki?

La casa había ido vaciándose en los últimos meses. Saiko se encerraba y Shirazu se perdía en prostíbulos donde las rameras ni siquiera eran humanas. Urie estaba desesperado.

Haise, sin embargo, parecía haberse recuperado.

La escena era típica. El superior de Urie preparaba un desayuno nutrido. El olor de la carne cocinándose en la estufa le dio escalofríos a Urie.

Algo que él nunca sentía.

Excepto cuando estaba tan cerca de Tooru que podía oler su piel con perfume de varón.

—No sabría decirlo, ¿por qué no tomas asiento? Saiko ya me dijo que no está de humor para comer pero nosotros nunca tenemos ocasión de ponernos al día, ¿verdad, Urie?

"Vete al diablo", pensó Urie, pero tomó el lugar que Haise le señaló con un cabeceo y esperó a que el Investigador Especial tutor de los Quinx le sirviera su porción.

—¿Es suriyaki? —señaló Urie, ligeramente sorprendido por el lujo de la comida, las especias que se olían y la calidad de los vegetales que acompañaban los fideos.

No comían nada así desde los festivales. Sassan les había dicho que escogería un día especial para prepararlo pero que sería una sorpresa.

Casi un año atrás. Cuando todo entre ellos estaba bien y...

—De hecho, si. Siempre que puedo, cumplo mis promesas —aseguró Sasaki, poniendo el plato frente a Urie.

El joven casi se rehúsa a comer. Por algún motivo. Ese fue su primer impulso, empujar el cuenco humeante, por muy sabroso que fuese su aroma.

Quería rechazarlo con culpa.

Porque Tooru hubiera debido estar ahí.

También Saiko y Shirazu. Pero sobre todo...

—No te preocupes por mí, Urie. Tengo mi propio desayuno —interrumpió Sasaki sus pensamientos.

—Ya...—suspiró Urie, pinchando con un tenedor la carne sobre los fideos, con tristeza. Una ansiedad, sin embargo, comenzó a gestarse en su interior.

El olor resultaba tan dulce.

¿Qué era? ¿Carne de cerdo?

Urie no dejaba de contemplar los cortes largos e irregulares, embebidos en el aromático caldo de verduras con especias. Sassan era un gran cocinero, tenía que reconocerlo.

Pero...

—¿Sabes? Estaba enojado con Mutsuki. Lo admito...Nuestra relación en las últimas semanas fue muy difícil desde que se cortaron los suministros y yo me enfermé...—comentó Sasaki, poniendo un plato en el lugar junto a Urie.

A Kuki Urie no le importaba ser grosero. Miró la comida de Sasaki. Su plato rebosante de carne cruda. Suave. Fragante como una fruta abierta. O una herida. Una carne con color vivo. Como el de un grito desesperado silenciado.

Como el llanto de una amante abandonada.

—Uhm...—atinó a decir, sin llegar a conclusión alguna. No podía ir más allá de observar ambos platos. La aberración única que podía ingerir Sasaki.

Y su propio platillo. Preparado con afecto. O acaso con reproche.

—Debo admitir que estuve enojado contigo también, Urie. Te culpaba...por la redada a Anteiku...digo, :re —agregó Sasaki, sin dejar de sonreír.

Pero Urie supo que más que hacerle un gesto de aprecio o relajación, Haise Sasaki le enseñaba los dientes con una mueca de psicópata lobotomizado.

Y no podía huír. Siquiera atacarlo. Todavía no.

El olor de la carne...El olor penetrante. Como la herida en el cuerpo de un compañero. Como su propio cuerpo después de que Urie lo canibalizara para ser más fuerte.

—Yo...

—¡Está bien! No te disculpes. Mutsuki me explicó todo. Ella...te obligó. ¿Verdad? A guardar silencio. Y a hacer eso.

Por supuesto. La mesera. Sin embargo...

—No tengo nada que ver con eso —trató de defenderse, de ganar tiempo.

Aunque...

—Pero sabías —le replicó Sasaki.

...La carne de ghoul huele distinta. Urie no sabía cómo recolectó esa información pero...

—Es nuestro trabajo. Tooru solo se preocupaba por ti.

...La carne de humano huele diferente. La carne de humano sabe...

La carne de humano llora después de ser preparada. Y eso es lo que les gusta a los ghouls.

Eso fue lo que le pasó al padre de Urie.

Eso fue lo que le pasó a la familia de Tooru.

(No importa para nada lo que ella dijo en sueños...)

(Todos pensamos que matamos a nuestros padres, hasta Urie).

—¡Lo sé, lo sé! Por eso te digo que ya no estoy enojado.

Urie quería llorar. De hecho. Las lágrimas le bajaban por los ojos. Dejó a un lado el tenedor. Sasaki solo clavó el suyo en la carne cruda y eso le dolió a Urie.

Porque...porque...

Los Quinx son humanos, después de todo.

—¿Dónde está Mutsuki?

Ya ni era necesario preguntar. Sasaki solo sonrió más. Sonrió tanto que era como si la cara se le fuera a romper y caer. Debajo de eso...no era diferente de Torso o de cualquiera de los dementes de la familia Tsukiyama, que veían a los humanos como ganado.

Si. Siempre...

Aquí...supongo que mentirte no es tan fácil. Eres más rápido que yo, Urie.

Por supuesto. Pero ya no se trataba de cazar a un ghoul ajeno al Chateau. Urie sacó su cuchilla, su armadura. No iba a esperar a que Sasaki terminara de comer.

...Al menos algo de Tooru merecía una sepultura.