Disclaimer: Todos sabíamos que una historia así era eventualmente inevitable, ¿no?


En la Noche

Ellos susurraron, durante décadas, una y otra vez, que en Royal Woods acechaba un monstruo.

Lucy sabía muy bien que tenían razón.

Había nacido en 1968; en una fecha exacta que ahora se le antojaba tan lejana, pero cuyo tiempo bien podría palidecer en comparación con la larga vida que actualmente quizá le esperaba.

Lo que le había sucedido a ella ocurrió en 1988, cuando solo tenía diecinueve años. Así, por ello, aparentaría tener diecinueve años, y tendría de hecho físicamente diecinueve años, por varias décadas más. Siglos, si era inteligente y lo suficientemente afortunada. Tal vez incluso por la eternidad, si tal destino fuese realmente posible.

Independientemente a ello, no obstante, a cualquiera que pudiese ser su incierto final, en el presente, era de noche, y ella estaba de caza.

Encaramada en el techo del hospital principal del pueblo, vestida completamente de negro para mezclarse aún más con las taciturnas sombras que en su silencio la rodeaban, olía y escuchaba. Millones de latidos palpitaban a su alrededor, millones de olores ligeramente diferentes provenientes de diferentes personas con diferentes tipos de sangre. Lucy buscaba entre ellos a uno en particular; lo había estado buscando durante décadas, pero él, como siempre, no parecía estar lo suficientemente cerca como para ser olido o escuchado.

Resignada a su suerte, y con una tenue mueca de disgusto dibujada en sus labios, se dispuso a saltar desde el tejado, para emprender su retirada, mas un movimiento oportuno cerca de las puertas del hospital llamó su atención. Un latido familiar se elevó para saludarla al oído; se giró, miró y, efectivamente, vio su figura vestida con una bata azul, cerca de las puertas de vidrio, preparándose para salir a la noche. Verlo no la sorprendió en lo más mínimo, pues poco a poco había empezado a familiarizarse con su horario. De hecho, sus caminos se habían estado cruzando últimamente con una cada vez mayor frecuencia.

Y, quizá, si su propio corazón aún latiese, lo habría hecho mucho más rápido en aquel momento.

En su lugar, ella saltó, y luego simplemente se dejó caer, aterrizando con gracia a unos cuantos pasos detrás de él, tan silenciosamente como lo habría hecho el más hábil de los felinos. La bufanda arremolinada alrededor de su cabeza se desprendió aun así, dejando al descubierto su cabellera negra, muy similar a la brea y al alquitrán.

El movimiento lo hizo a él darse inmediatamente la vuelta, con los ojos abiertos por la sorpresa.

"Hola, Lincoln".

"¿Lucy?", preguntó él, alzando nerviosamente la mano, casi que por simple e inercial instinto. "Hola", devolvió a continuación el saludo, exactamente cuatro segundos después, una vez su sorpresa inicial fue disipada.

Ella oyó como aumentaba el ritmo de su corazón, y sintió también como la sangre subía a sus mejillas. Afortunadamente, para los dos, los años le habían enseñado a controlar la irracional necesidad que en esos momentos la invitaba a alimentarse.

"Todo estará bien", pensó, mientras se acercaba un poco más y le ofrecía a él una pequeña y casi imperceptible sonrisa. "Todo estará bien", repitió, en silencio, absolutamente consciente de que así sería, en tanto aquella hambre voraz no se entremezclara con un sangrado abierto y abundante.

"Es bueno verte de nuevo", reconoció Lincoln, con sinceridad. Se encontraron rápidamente caminando juntos, muy cerca el uno del otro, tal y como lo habían hecho a menudo durante sus últimas reuniones. "¿Cómo has estado? ¿Cómo va tu libro?"

"No he podido trabajar mucho en el, si te soy honesta, he estado algo ocupada. Pero, ¿en general?, creo que las cosas van bien", respondió Lucy sus preguntas. "¿Y tú? ¿Cómo estás? ¿Cuánto falta para que termines esas clases de medicina forense?"

"Cuatro meses", aclaró. Su mano rozó la suya, y ella tuvo que resistir el impulso de apartarla. Por alguna razón, le avergonzaba que él pudiese sentir lo fría que estaba su piel, especialmente porque la suya era muy cálida en comparación. "Y entonces... bueno, aún no seré detective, pero es un paso más en la dirección correcta, ¿no?"

Ella no pudo evitar sonreír ante la sincera emoción que hilaba cada una de sus palabras. Luego se estremeció involuntariamente.

"Dios…", suspiró igualmente tremulosa en su mente. "¿Qué estoy haciendo?", se preguntó, con pesar.

Él solo tenía veintidós años. Aún joven, de ojos brillantes y lleno de vida. Todavía dulce y amigable. Se estaba educando para ser un detective, porque lo único que quería era ayudar a las personas. Y ella era una mujer muerta que pasaba las noches persiguiendo a individuos como su asesino, intentando proteger a los que aún estaban vivos por lo que quizá fuese un inadecuado sentido de justicia.

"¿Tienes frío?", la interrogó él, después de verla temblar. "Puedo prestarte mi chaqueta, si la necesitas".

"No, no, está bien, no me molesta, en realidad", dijo, antes de inclinarse un poco hacia su costado y retomar su andar, para evitar sus preocupaciones.

Odiaron, aun con ello, y a pesar de todo, el despedirse el uno del otro incluso una hora después, aun cuando ambos habían tomado deliberadamente el camino largo a casa.

~0~

Pasaron las semanas; y ella continuó asegurándose de que todas esas jóvenes mujeres, tan jóvenes como lo había sido ella alguna vez, estuviesen seguras en sus camas, antes de arrastrar a abusadores, violadores y asesinos al callejón más cercano para arrancarles la garganta.

Buscó y encontró, como lo había estado haciendo durante los últimos treinta y tantos años, policías brutales, proxenetas abusivos y prestamistas inmisericordes que mantenían a individuos y familias atrapadas en deudas aplastantes, halló en su búsqueda también a supremacistas raciales, traficantes de drogas y señores del crimen.

No deseo nunca tomar la vida de inocentes para saciar su sed, y jamás tuvo que hacerlo, porque incluso con su protección adicional, no hubo escasez de personas en Royal Woods que anhelasen hacer el mal.

Nunca había logrado atrapar a la criatura que le había hecho ello, aquella que la había vilmente asesinado y la había condenado a ser otro monstruo igual a él.

Por lo que ella sabía, se lo había hecho a otras tantas personas después; seguramente existía una lista muy larga con el nombre de todos los inocentes a los cuales había matado, y cualquiera podría haber sido como ella, una víctima con la cantidad suficiente de sangre en sus venas para poder resucitar; ¿y cuántos de esos nuevos renacidos serían como ella?, quien se aseguraba de drenar hasta la última gota de sangre de las personas de las cuales se alimentaba, ¿cuántos serían como él?, quien solo dejaba tras de sí un rastro de muerte, caos y destrucción.

Cuantos, sería quizá por siempre la pregunta.

~0~

A medida que las semanas se transformaban en meses, también se encontró interactuando más y más con humanos fuera de su círculo de protección y alimentación.

Tenía a su mejor amiga, quien recitaba con maestría poemas y haikus en su club nocturno favorito; a una conocida cercana, físicamente algunos años mayor a ella, cuya fascinación por los mimos y las artes escénicas la había encaminado a perseguir una carrera en el mundo teatral; y a una joven que, temerosa tal vez de quemarse bajo el inclemente sol del verano o de derretirse cual bruja bajo las heladas lluvias del invierno, llevaba siempre consigo una muy prominente sombrilla.

Por supuesto, siguió también encontrándose con Lincoln.

Sus estudios no terminaban sino hasta después de ocultarse el sol, un hecho que jugaba siempre a su favor; y en cualquier caso, él mismo había afirmado que con el tiempo que en ocasiones dedicaba a sus hermanas, nueve en total, solo la noche se sentía realmente suya.

Así, continúo reuniéndose con él para tomar café, para conversar sobre el día a día, o simplemente para pasar el rato en museos y galerías de arte que abrían inusualmente tarde.

Se encontró disfrutando cada vez más de su compañía, hasta el punto en el que pudo recordar plenamente lo que alguna vez había sido el tener el corazón acelerado.

A menudo, Lincoln tomaba su mano mientras caminaban de regreso a casa, y ella olvidaba alejarse; y olvidaba, también, aquello que se repetía a sí misma cuando estaba sola: que no podría esconderse para siempre, que él huiría aterrorizado en cuanto descubriese lo que realmente era ella.

En su cercanía, sin embargo, se familiarizó aún más con sus latidos, y con el pasar de los días, al verlo detenerse para hablar con extraños al azar en la calle, arrojar billetes de dos y de cinco dólares en los cubos y estuches de guitarra de las personas menos afortunadas, bromear con los niños y reír despreocupadamente luego de cada pequeño infortunio, se convenció, y prometió a los cielos que nunca, jamás, le haría daño.

Era la última persona en Royal Woods que lo merecía.

~0~

La noche seguía llegando, y en cada nuevo encuentro, las sombras que caían sobre la ciudad como un manto de terciopelo protegían sus secretos, resguardaban su amistad.

Lincoln aún la veía como nada más extraña que una insomne de piel sensible, y todavía sonreía cada vez que se volvían a encontrar. Él le contó historias sobre sus hermanas, y ella quedó cautivada en cada relato con las aparentemente excéntricas personalidades de cada una de sus protagonistas; a cambio, le recomendó todos sus libros favoritos de los años ochenta y noventa, y él prometió leerlos tan pronto tuviese oportunidad.

El otoño se había convertido en invierno, y el invierno en primavera, cuando ella se atrevió a quedarse en el umbral de su puerta. No había comido en varios días y tenía hambre, necesitaba cazar, alimentarse, y aun así se quedó, y esperó, hasta que él le habló.

"¿Quieres entrar?", preguntó Lincoln, dándose la vuelta y ofreciéndole a ella una pequeña y algo tímida sonrisa.

Lucy simplemente asintió; y minutos después, pensó en el icónico "yo nunca bebo… vino" del Drácula de Béla, mientras aceptaba una copa de él y lo rodeaba tentativamente con su brazo al mismo tiempo que se hundían en su mullido sofá y se preparaban para ver una película.

A su relativa sorpresa, él aceptó y se acurrucó bajo su toque con facilidad, claramente sin importarle la frialdad en su piel. Y se sorprendió por ello mucho menos al final de la película, cuando él se inclinó y la besó, mientras acunaba su rostro con gentileza y suavidad, como si fuese lo más hermoso y preciado que alguna vez hubiese sostenido entre sus manos.

Su inicial falta de respuesta hizo que Lincoln se apartara de ella, luciendo avergonzado. "Lo siento… no quise… o bueno, en realidad, si quise… pero no… uh, lo que quiero decir es que… si no quieres, entonces no tenemos que..."

Al verlo tartamudear, Lucy casi se rio, y olvidando sus temores, lo besó, y luego lo acercó, lo suficiente como para sentir su corazón retumbar contra ella; su deseo de alimentarse ahora reemplazado por un deseo completamente diferente, por un hambre tan voraz como nunca antes había sentido.

Entre besos, se dirigieron a su habitación, y allí, ella se desabrochó la blusa, se subió la falda y le quitó a él la ropa; y aunque su cama estaba algo desvencijada, y fue un poco desordenado e incómodo al principio, ambos lograron eventualmente encontrar su ritmo y pudieron abrazarse, tocarse y acariciarse durante varias horas, saciando su hambre y su deseo, con roces suaves, susurros honestos y besos llenos de afecto.

Lucy se marchó antes de que saliese el sol, pero dejó una nota en la mesita de noche de él, pidiéndole que se reuniese con ella la noche siguiente.

No fue hasta que regresó a su propia casa que se dio cuenta de la magnitud del error que había cometido; especialmente, porque la noche siguiente, antes de que tuviese la oportunidad de verlo, reconoció el olor de una persona diferente en el viento. Un aroma dulce, y francamente enfermizo, que se había grabado a fuego en su cerebro hacía ya más de treinta años.

Dando vuelta en una esquina cercana, lo vio.

Delgado, hasta el punto de aparentar ser casi un esqueleto, con la piel tan blanca como la tiza y el cabello tan negro como el carbón. Sus labios goteaban sangre mientras presionaba a una niña contra la pared del callejón, el rojo oscuro caía por su camisa y formaba un charco sobre el cemento sucio que aguardaba estoico bajo sus pies. La niña ya estaba muerta, y en su ominoso júbilo, la silueta se giró, miró, vio a Lucy, y sonrió como un maníaco.

Aunque era varias décadas mayor a ella, ciertamente no había vivido lo suficiente como para olvidar el rostro de una de sus víctimas.

"¿No te había yo asesinado?", inquirió, lamiendo con placer sus labios enrojecidos. "Claramente no hice mi trabajo lo suficientemente bien".

Ella solo alcanzó a gruñir agresivamente.

Y ya sin autocontrol alguno, sus ojos brillaron en rojo, sus uñas se extendieron hasta ser garras y sus caninos superiores crecieron hasta convertirse en largos colmillos. Nadie podría confundir lo que ella era, al verla.

"Finalmente…", masculló, con el más intenso de los odios. "Finalmente podré matarte".

"¡Oh, puedes intentarlo, querida! Muchos lo han hecho".

Se desgarraron el uno al otro como gatos callejeros rabiosos luego de aquellas palabras, con él riéndose abiertamente de su ira, de sus gritos de dolor. Por su parte, cada vez que la pobre chica muerta entraba en su línea de visión, los sentidos de ella se agudizaban y sus garras se clavaban un poco más en el cuerpo de su enemigo.

Lo tenía inmovilizado en el suelo, con los colmillos aún al descubierto en un gruñido amenazante, con una de sus manos levantadas, lista para perforar su corazón con sus garras, cuando escuchó una voz familiar.

"¿Lucy?"

Al levantar la vista, al verlo a él, se dio cuenta de que todavía llevaba puesta la bata azul del hospital.

La miró fijamente, con los ojos muy abiertos, y la respiración agitada. El semblante en su rostro era de asombro, de comprensión, de darse cuenta de inmediato de quien era ella, de lo que realmente era, del horror que representaba.

A pesar de que su corazón ya no funcionaba, aún se las arregló para romperse en mil pedazos.

En su duda, la criatura soltó su agarre, derribándola y poniéndose de pie. Pisoteó su espalda y aplastó su rostro contra el concreto. Ella solo alcanzó a retener sus lágrimas.

"¿Amigo tuyo?", le preguntó. El olor repugnantemente dulce, la voz alegre, ambos recorrieron sus sentidos. "No sabía lo que eras, ¿eh? ¿Qué tú y yo somos los monstruos de los que le hablaron cuando era niño? Tal vez aún no lo crea. Tal vez debería probárselo".

"No te atrevas. No te atrevas a tocarlo…", logró decir ella contra el pavimento. "Si lo lastimas… Si lo matas, te juro que..."

"Oh, yo no voy a hacerle nada", la interrumpió, antes de bajarse de su espalda para acercarse a él; Lincoln retrocedió rápidamente, mas no lo suficiente, porque la criatura lo agarró por la parte delantera de su bata con facilidad. ", por otra parte…"

Su garra abrió solo un corte delgado y poco profundo en el costado del cuello de Lincoln, pero el olor a sangre que se liberó en el aire fue inmediatamente abrumador. Se había alimentado hacía poco, no obstante, su progenitor claramente conocía lo que aquel aroma provocaba en ella, en ellos, lo difícil que sería controlar su inquisitiva hambre. Jadeó entonces, y bebió con ello del aire, en una acción condenatoria, que solo intensificó el olor y agudizo la necesidad en su estómago.

Ella había tenido un pequeño corte en su propio cuello la noche en la cual él la había atacado.

Lucy se puso de pie y respiró entrecortadamente. Su victimario empujó a Lincoln hacia adelante, de modo que cayó en sus brazos. La sangre goteaba ya por el lado izquierdo de su garganta, y él la miró, con los ojos aún muy abiertos. Ella entendió, en esa mirada, entendió y aceptó la idea de que él estuviese aterrorizado por ella, de que sintiese repulsión debido a ella; sus colmillos y garras aún estaban extendidas, su iris titilaba erráticamente en rojo a través de su flequillo, y su respiración se agitaba aún más a cada segundo por el olor de su sangre; debía verse, de pies a cabeza, como el monstruo que en el fondo ella tristemente sabia era.

Pero Lincoln la sorprendió una vez más. Él no trató de escapar, sino que tomó su rostro entre sus manos, de la misma forma y con la misma delicadeza con la cual lo había hecho una noche atrás. Y, mientras aquella blancuzca silueta aullaba de risa por el gesto, le susurró, en un tono demasiado bajo para ser oído por cualquier otro.

"No creo que lo hagas, Lucy".

Sus manos adornadas con garras rodearon sus muñecas y sus ojos se encontraron. Luego, ella lo soltó muy suavemente, alejándose varios pasos de él.

El otro ser dejó de reír en consecuencia, sus ojos se agrandaron con sorpresa e indignación. "¿Cómo…?", bufó molesto, antes de dirigir a ella su mirada. "¿Por qué?", le gruñó.

"¿Por qué?", repitió Lucy la pregunta, con voz plana y aparentemente controlada. "Porque no soy como tú", dio entonces su respuesta, sin quitarle ahora la vista a su enemigo, quien seguía de pie allí, quieto en su lugar. "¿Por qué?", volvió a preguntar, mientras sentía su cuerpo temblar y algunas lágrimas finalmente caer. "Porque jamás he deseado ser un monstruo, porque no puedes tener control sobre este pueblo, porque no puedes tener control sobre mí. Ya no. ¡Nunca más!"

Se movió más rápido de lo que alguna vez hubiese creído posible. Y al segundo siguiente, antes de que esa cosa pudiese siquiera pensar en hacerle algo a cualquiera de los dos, cerró sus colmillos alrededor de él y le arrancó la garganta, como si fuese simplemente otra de sus víctimas, en lugar de al revés.

La sangre corrió por su boca, por su barbilla y goteó sobre su ropa mientras él caía a sus pies, muerto una vez más.

Se limpió la boca a continuación, con manos temblorosas, descubriendo que aún podía desafiar el aroma embriagador y el dolor ardiente en su estómago. Se aseguró también de no beber ni una sola gota, pues sería un insulto a la memoria de la chica que recién había sido asesinada.

Una mano se posó en su hombro al terminar su labor y ella se giró, lo suficiente como para poder ver con claridad el perfil de Lincoln. La forma en la que se movía era tentativa, y la miraba como si la estuviese viendo bajo una nueva luz.

"Tenías razón", susurró ella. "Yo no te haría daño. No lo haría".

Él asintió, y luego inclinó la cabeza ligeramente hacia un lado.

"De acuerdo. Yo... llamaré a la comisaría, para que vengan aquí, lleven a esta pobre chica con sus padres... llamen a la morgue y lo lleven a él al crematorio".

Lucy ni siquiera miró el cuerpo de la otra criatura; se sintió en paz, genuinamente eufórica de que él ya no pudiese lastimar a nadie, nunca más. "Asegúrate de que se haya ido para siempre", le dijo, con solo un poco de tristeza eclipsando ahora su recientemente descubierto sosiego. "Y Lincoln, puedes después olvidar todo esto y regresar a tu vida anterior. No te juzgaré, ni te odiaré por ello. No tienes que seguir enredado conmigo y mis, bueno, problemas".

Sus garras no habían terminado de ocultarse cuando su mano tomó la de ella.

"Eres una persona diferente a la cual yo creía conocer", admitió Lincoln. Ella retuvo sus lágrimas, y se preparó para decir adiós. "Pero... al final, no creo estar equivocado contigo, Lucy. Hay más luz en ti que oscuridad". Él la besó en la frente, luego caminó hasta el borde del callejón mientras ella lo observaba, atónita, una vez más, por sus palabras y acciones. "Estaré en casa. Por si quieres venir", le comunicó, antes de ladear la cabeza y ofrecerle a ella una sincera sonrisa. "Tú y yo aún tenemos mucho de qué hablar", finalizó, y sin esperar por una respuesta, salió a la calle.

Lucy podría haber gritado, en ese momento. Podría haber llorado, o incluso reído.

En lugar de ello, cuadró los hombros y puso una mano sobre su corazón. Entonces, una nueva paz, muy similar, pero igualmente diferente a la anterior, la invadió. Y sin dudar, salió también, siguiéndolo, y en poco tiempo alcanzándolo.

Así, los dos caminaron, uno al lado del otro, como lo habían hecho ya cientos de veces, en la suave y envolvente oscuridad de la noche de Royal Woods.


Luego, Lucy lo mordió y juntos formaron el clan Lucycoln.

Fin.

Atte. Lucy Loud.

~0~

De todas las historias que he publicado en este fandom, esta es a la que menos tiempo le he dedicado [unas 8 horas, si mi procesador de textos no me miente]. Resultó así porque este fue un intento de crear algo breve, sin pretensiones, y que no consumiese demasiado de mi tiempo.

Lo curioso fue que, durante varios días, fui incapaz de conectar con lo que intentaba escribir. Y no fue hasta que, en un momento dado, cuando prácticamente me disponía a empezar un nuevo proyecto que pensé: ¿y si es una Lucy joven, aún inexperta, quizá con las hormonas a flor de piel, quien escribe esto?

Así, de repente, todo tuvo sentido, y me fue mucho más fácil el editar esta obra.

Entonces, en pocas palabras, y haciendo a un lado las dudas que me suscitan ciertos cambios de último momento [El presente se situaba en los años 20, en el punto más decadente de la Gran Depresión, y Lincoln era originalmente pintor, no detective, por citar algunos ejemplos], los invito a evaluar esta historia bajo la premisa de que fue Lucy quien la escribió [y que es solo una muy consciente coincidencia que la protagonista y su interés romántico llevasen respectivamente su nombre y el de su hermano].

~0~

Un saludo.

Dark's Loud Symphony.