TW: Situaciones de violencia, muerte y sangre explicitas. Además de menciones recurrentes a enfermedades mentales y traumas del pasado. Leer bajo su propio criterio.
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"Dios mata indiscriminadamente y nosotros también.
Porque ninguna criatura de Dios es como nosotros.
Ninguna se parece tanto a Él como nosotros."
Tom Cruise.
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El sabor de la sangre me inundó la boca. Logrando que se volviera mi principal adicción. A ese vicio que me recuerda que ya no soy humano. Un humano que dejé de ser hace años.
Ya era la rata número veinte de la noche. El animal me chilló en las manos y me arañó tratando de escapar de la muerte. Succioné un par de segundos, hasta que los jadeos de la rata se hicieron más débiles para acabar esfumándose, dejándome desamparado. En esas catacumbas cubiertas de la esencia de la muerte.
Para cuando me limpié la boca con rastros de sangre, me percaté de la escena por la que era rodeado, con los cadáveres de esas criaturas, que ahora eran piel y huesos. Me doy asco, pero no puedo hacer nada al respecto; la sangre es el agua que requiero.
Soy Draco Malfoy, un vampiro desde que tengo memoria, y al mismo tiempo el mejor mago de la generación.
La peor parte de esta tragicomedia es, que esa pequeña descripción es únicamente, la punta del iceberg de las desgracias que he vivido.
Mira, yo estoy escribiendo esto por él y por la psicóloga, que insiste que es la mejor forma de liberarme de todo lo que me preocupa en la vida.
Acepté a regañadientes, porque no quiero que me vuelvan a dar de nuevo esas pastillas que me quitan el sueño por la noche (y por MI varita, ya han pasado años desde que la perdí).
Nunca he sido bueno para la escritura, en realidad, es la primera vez que me enfrento a escribir algo en estas máquinas muggles. Cuando estudias magia por toda tu vida, si quieres profundizar tu aprendizaje la literatura es trascendental.
No recuerdo haber hecho un informe escrito, en lugar de eso los profesores se conformaban con que tuviéramos una caligrafía decente, la pronunciación clara y supiéramos leer. Nada más.
Siempre me gustó leer, porque era un rarito. Es algo que viene de nacimiento.
De cualquier modo, mientras mis dedos se mueven rápidos sobre el teclado y escribo palabras que ahora mismo tienen sentido, continúo pensando en varios de los tormentos. De los momentos en los que toqué fondo.
Una historia tiene inicio, desarrollo y final.
Así que voy a comenzar con eso.
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Fue un día lluvioso, de esos en los cuales no puedes dormir porque escuchas como el agua golpea el techo con una preocupante fuerza.
Los días lluviosos son de mis favoritos, ahora que soy un adulto en los treinta, pero cuando tenía cinco, era un completo martirio.
De esa noche me acuerdo muy bien (¿Cómo no hacerlo?), porque todo lo que consideraba "normal" dio un vuelco total que acabó por arrebatarme la inocencia.
Mamá y papá decidieron salir y dejarme encargado con una niñera (que se suponía era eficaz); la muchacha era joven y a ellos les cayó bien. Luego de una charla, en la que no tuve voz ni voto, me hallaba con esa desconocida en la casa. El que era el lugar más seguro del mundo.
Como lloraba a mares, la niñera tuvo que leerme un cuento para que pudiera dormir, aunque no ponía ni una pizca de mi parte. Terminó por darme sueño después de tanto llanto, por lo que, la joven consideró que lo mejor era quedarse conmigo hasta que me durmiera.
He de aclarar algo en este punto. Si esa chica se hubiese ido a otro cuarto a dormir, lo más probable es que solo hubiese sucedido una desgracia aquella noche; porque el aroma de los niños pequeños es casi imperceptible.
Ella se acomodó en la mecedora y yo me quedé asustado como un ternero. Escuché un sonido en la planta baja, y grité ocasionando que la chica volviera a alterarse.
—¡Draco, no es nada! ¡Solo está lloviendo! —exclamó la chica, su nombre era algo dulce, como Lily o Flora, ya no me acuerdo—, ¿quieres que te lea otro cuento?
Ella extendió un texto al momento en que encendía la luz general de la habitación (Una habitación, que desde lo ocurrido esa noche, dejó de ser mía). Detuve el llanto, no porque la lluvia hubiese menguado, sino porque vi una mano asomarse por la apertura de la puerta. Me quedé de piedra y, paralizado del miedo, me oculté debajo de las tapas.
De ahí, con la cabeza cubierta, lo último que escuché fue un gemido ahogado y de súbito; la lluvia torrencial. Temblaba, deseando que, fuera lo que hubiera atacado a la niñera, no se encaprichara conmigo.
Lo hizo.
Antes del incidente, escuché de los vampiros (como cualquier otro niño) por los cuentos infantiles, quienes eran descritos como unos seres; altos, delgados, pálidos, demacrados y, sobre todo, horripilantes, pero la persona que me encontré no concordaba del todo con la descripción.
Lo recuerdo bien, porque era un chico moreno, tonificado y muy guapo, tanto que pensé que se trataba de alguna celebridad. Me quitó las tapas de encima, se sentó al costado, y comenzó a acariciarme la cabeza.
El chico era frío, en el sentido literal de la palabra, gélido y disfrutaba de la sangre que le llenaba la boca, volví a llorar en silencio con el aire escapándose de los pulmones. El chico me sonrió.
Me atreví a mirar al piso, donde el cadáver de lo que fue la niñera quedó abandonado. Ahora estaba tan delgada como si no hubiese comido hace años, el cuello se encontraba en una postura extraña (ya que el chico lo tronó) y pude notar la profunda mordida, aun sangrante, en el cuello. Volví a observar al muchacho, que seguía actuando cariñoso; de no ser porque acababa de masacrar a mi niñera, de seguro que me hubiese caído bien.
—¿Cuál es tu nombre, pequeño?
Su voz era suave e igual de hermosa que su rostro. Yo respondí tras varios intentos de recordar cómo se hablaba, pero al muchacho no le interesó, él quería divertirse con la comida.
Yo era la comida.
Por eso mismo que me atreví a preguntar:
—Me llamo Draco, ¿Si-sigues ha-hambriento? Te… te aseguro que yo no t-te voy a Sa-saciar.
El chico me hizo sentarme en su regazo, pero con la vista clavada en aquel bello rostro. Los ojos le brillaban divertidos, podía oler el aroma metálico de la sangre de la niñera, distinguí los piercing que decoraban las marcadas facciones y los afilados colmillos, que me sonreían en un gesto burlesco.
—Tranquilo, Draco, no pienso comerme a un niño tan tierno.
Eso fue un alivio, por lo que dejé salir un suspiro. El chico me pasó la mano por los mechones del cabello y me desabotonó los primeros botones de la camisa para dormir, pero fue tan suave que casi no lo noté.
Me dejó con la clavícula expuesta y como la ropa me quedaba algo grande, el joven podía ver hasta más debajo de la axila derecha. Me pasó los dedos por los labios y, con mucha tranquilidad, cuando acabó de entretenerse con mis temblorosos labios decidió definir el hueso de la clavícula.
—Escuché que le temes a la lluvia, Draco —mencionó, posando la nariz sobre mi cuello—, ¿Qué es lo que tanto te asusta de ella?
—E-el ruido.
—Comprendo… —Yo sigo pensando que, por el tono de voz que empleó, de verdad que lo compendia. Logró hacerme sentir comprendido—, yo soy muy viejo, ya no le temo a nada. ¿Quisieras saber por qué?
Yo asentí, y él se separó, con los ojos tornándose rojos; flamantes, malvados. Traté de levantarme del regazo, en cambio, el chico me apoyó las manos encima de mis muslos dejándome inmovilizado y volvió a posar la cabeza sobre mi pálido cuello. Las cosquillas me acariciaron, pero no pude reírme, porque la cabeza me dolía, llena de las conclusiones terribles de esos cuentos infantiles que buscan dejar una moraleja e infligir miedo a los niños.
—Porque he vivido de todo, Draco. Cuando vives siglos, dejas temer. Hoy, dejas de tener miedo.
El mundo se oscureció de repente, y para cuando me percaté, los dientes del chico me enseñaron lo que era el dolor. Fue tanto que me olvidé por completo de la lluvia, me sentí debilitado hasta el punto de que por fin, pude dormir; cayendo de bruces sobre la cama.
Para cuando desperté, la semana siguiente, mamá, tenía los ojos hinchados de tanto llorar, y yo yacía recostado en una cama gigante que no me pertenecía. Cuando se percató de que recuperé la consciencia, soltó unas lágrimas de felicidad inmensas y para que al momento empezara a disculparse una y otra vez.
Desde ese día, varias cosas cambiaron: yo no volví a quedarme solo en casa, ya no le temía a la lluvia y era un vampiro, que en unos cuantos años más comenzaría a sufrir los primeros cambios trascendentales.
Aunque, aún falta para llegar ahí.
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El abuelo, Abraxas, fue el más afectado por este vampírico asunto. Al enterarse, según palabras de papá, casi le da un paro cardiaco, y por despecho hizo estallar la casa de algún muggle, haciéndolo pasar por un incendio accidental; ¿Cómo era posible que el heredero de los Malfoy tuviera la sangre contaminada?
El vampirismo en sí no es del todo una enfermedad, son lo que caracteriza a un ser. Soy un ser, aunque antes de descubrir esto y estudiarlos en tercero, siempre creí, gracias al abuelo, que padecía alguna enfermedad. Era repugnante, contagioso y una mancha en la familia, él fue el mayor partidario de borrarme del árbol genealógico y tratar de que mamá y papá, tuvieran otro hijo, sin embargo, se acordó que era mi abuelo, tal vez porque éramos, en exceso parecidos o por pena.
—No me muestres esos aberrantes dientes, y estaremos bien.
Como ya era pálido, y toda la familia es igual de blanca que la leche, a nadie se le vino la idea de que yo era distinto, que la razón por la que era más alto y delgado que los niños de la misma edad; se debía a los genes, junto a la sangre pura que corre por mis venas.
Mis papás intentaron tener otro hijo (un hermanito, Draco). Mamá y Papá discutían a diario, porque ella no se quedaba embarazada, lo intentaron de todas las formas posibles; fue un periodo duro que tuve que vivir como un mero espectador. Los dos decidieron dejar de tratar cuando el mejor sanador del país vino a la casa, analizó los exámenes y determinó:
—Me sorprende que hayan podido tener un hijo. Según los estudios usted es infértil, lo siento muchísimo. —yo escuchaba todo detrás de la puerta, grabando las palabras que no conocía para ir a buscarlas al diccionario—. El periodo no le ha llegado desde los dieciséis, y tuvo a Draco. Podría probar subiendo de peso, pero lo más probable es que eso no cambie nada. Lo siento.
Oí el llanto de mamá y a papá maldecir en voz alta. Cuando salieron me quedé mirando al doctor, sin comprender por qué yo no era suficiente. ¿Qué era lo que tenía de malo?
No es que estuviera defectuoso, el problema recaía en que ya no era humano.
Ahora que lo veo en retrospectiva, sin los celos de la época, si me hubiese gustado tener una hermanita. Mujer. Porque los hombres, con el respaldo de haberme relacionado con ellos durante toda la maldita adolescencia, son un desastre total. Las chicas, al contrario, siendo Pansy la mejor referencia, que puedo usar; son pulcras, ordenadas y huelen bien.
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Conocí a Pansy a los siete. Los Parkinson se mudaron a la casa del lado, y Pansy era la hija del medio entre dos hermanos mayores y la pequeña, que el Sr y Sra Parkinson tuvieron por accidente, o al menos, eso fue lo que Pansy me contó.
Desde la mordida, mis padres asumían el miedo de que me relacionara con el resto de los niños, porque para el resto era peligroso. De por si dejar solos a un par de críos mágicos, que no tienen ni idea de cómo controlar la magia, era un problema; ahora imagina que uno es un vampiro, que a pesar de todavía no desarrollar la sed de sangre, nada te aseguraba que no tuviera el impulso de morder a alguien.
Por eso, Pansy llegó a mí, caída del cielo, en el sentido tanto literal como figurado de la palabra.
Era una niña traviesa, los señores Parkinson nunca la tomaban en cuenta porque necesitaban estar más al pendiente de verificar si la menor no se atragantaba con algún juguete o de los problemas de los adolescentes. Pansy, desarrolló el don de ser invisible para su familia, pero brillar cuando se encontraba conmigo.
Le gustaba trepar por todos lados. Durante los días soleados, yo no salía al patio porque el sol quema en las tardes nubladas, siempre fui partidario de quedarme en la biblioteca leyendo algún libro. Ese día salí porque Pansy me observaba dentro de nuestro patio mientras leía en el bowindow, tratando de ignorar como ella me tiraba piedras para que la tomara en cuenta.
—¿Qué es lo que quieres? —cuestioné, abriendo la ventana algo temeroso. No conocía ese espécimen de ser humano que me miraba; era una chica, como mi madre o la niñera, pero con la que compartía edad. Ella olía a hojas secas y Shampoo fresado.
—Soy Pansy Parkinson, tu vecina.
—No te pregunte quién eres, te pregunté qué es lo que quieres.
Pansy me sonrió y, era la persona con los ojos más negros que había visto, hasta el punto, que sentía que podía verme por completo, a pesar del escuálido cuerpo que tenía en ese entonces. Pansy estiró las manos, para agarrarme de los brazos, obligándome a que me acercara a la sombra del gran árbol de la mansión.
—¿Qué es lo que quieres? —repetí, ella se detuvo y se dejó caer sentada en las grandes raíces del árbol—, dímelo.
—Quiero divertirme, y para eso necesito un amigo ¿quieres ser mi amigo? —Desde entonces me pareció que poseía una bonita voz, como de locutora—. Seamos amigos.
—Ni siquiera sabes quién soy, tonta.
—Si lo sé —contestó Pansy, arrodillada sobre el barro y sosteniéndome las manos de nuevo para que me sentara a lado suyo. Esta vez lo hice aunque no podía quitarle los ojos a la mancha que tenía el vestido rosado—. Sé que eres raro, porque te gusta leer; que eres un Malfoy y que mi hermano dice que tienes algún problema, porque nunca sales de casa.
—No soy raro.
—Entonces eres especial, pero eso me gusta. ¿Quieres ser mi amigo?
La examiné a ella y luego comencé a fijarme en la explanada de atrás de la mansión. Como nunca salía, el columpio se oxidó, al igual que el refalín y la casa del árbol. Tal vez, al fin podría volver a utilizarlos.
—Draco Malfoy —respondí, dándole la mano, ella la apretó, riéndose del gesto—. ¿Te gusta el Quidditch?
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Gracias a Pansy conocí a Crabbe y Goyle, y a Daphne, una niña irritante que no dejaba de querer tocarme el cabello (¡Es demasiado suave para que seas un niño!) Los chicos eran unos idiotas, tal vez ahí recaía toda la magia, en lo manipulables que eran; de Daphne no rescataba nada y, lo que ella no gozaba, Pansy lo abarcaba multiplicado.
Era la primera vez que me relacionaba con otros niños y seguido del espanto inicial, mamá estuvo complacida de que haya hecho amistades. Poco a poco, mis padres comenzaron a insertarme los ideales de sangre, para que pudiera filtrar a los amigos que hiciera.
Sin duda alguna, con quien pasaba más tiempo era Pansy, que se escapaba de su casa en cuanto terminaba de desayunar, y se quedaba conmigo en la mansión jugando. Primero fue afuera y, después de convencerme, la dejé entrar a la casa, con la condición de sacarse esos zapatos embarrados antes de entrar. Mamá decía que era una chica brusca como un varón, pero que lucía como una princesa.
Comenzó a hablarme de Hogwarts, mientras desordenaba mis cosas y se probaba mis camisas tratando de fingir ser un niño; yo la miraba porque era divertido observar, sin entender demasiado eso de las casas, los puntos y el plan de estudios.
En ese tiempo, me daba clases un profesor bajo, rechoncho y casi calvo, que olía a regaliz y magia fuerte. Él fue quien me enseñó a montar en escoba, a leer, escribir, todas las asignaturas básicas y a aprender a hablar francés. Casi todos los niños sangre pura (con dinero) tenían un profesor particular o asistían al jardín infantil.
Pero no conservaba un horario fijo. Nunca me guiaba por eso. Comía cuando me daba hambre (y con suerte daba un par de bocados), dormía cuando me daba sueño y estudiaba cuando me lo decían. Eso no era algo bueno para mi desarrollo en la sociedad, no obstante, ni a mamá o a papá les interesaba demasiado eso. Ellos querían que viviera tranquilo.
—Tienen muchas asignaturas: pociones, cuidado de las criaturas mágica, encantamientos —contaba Pansy emocionada—; ya estoy deseosa de cumplir los once y entrar al colegio ¿Crees que entremos a la misma casa?
—¿Cuál me dijiste que era la de los sangre pura? —pregunté, dándole una mordida a una galleta— la de la serpiente ¿no es así?
—Slytherin. ¡Esa es la mejor!
—Yo pienso lo mismo. Siempre debemos ser los mejores.
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Vi a la lechuza familiar entrar en picado por la ventana, con una carta en el pico. La carta cayó encima del plato, al mismo tiempo en que Pansy golpeaba como desquiciada la puerta de la cocina.
Me levanté y la quedé mirando, agitaba la carta por sobre la cabeza, el elfo doméstico la observó por un segundo y la imitó, algo por lo cual no pude evitar reírme.
—¡A ti igual te llegó! —exclamó levantando la carta de la mesa—, ¡Ábrela!
Leímos las cartas juntos, y cuando llegó papá del trabajo se la entregué. Desde Navidad que no lo veía sonreír, y ese día me despeinó tanto el cabello que tuve que subir a la habitación para arreglármelo antes de la cena.
No comprendí ese gesto hasta los años venideros. Claro que papá estaba contento, esa era la muestra de que no estaba al tanto de que era un vampiro y que seguía teniendo el don magia.
Era la muestra de que seguía siendo válido.
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Conocí al niño más importante de la generación (de toda mi vida), sin saber que lo conocí. Harry, maldito, Potter. Gracias a Pansy, copié esa actitud conversadora y pensé que fui agradable, al final de cuentas, fui yo mismo, como me comportaba con mis amigos. No lo noté en ese entonces, ya que creía que era un chico tímido (Erré, ese imbécil, siempre sale con algo debajo de la manga). Entre las telas de nuestros uniformes, no logré a identificar la cicatriz (esa maravillosa y casi esotérica, cicatriz), y a través de los patéticos lentes, Potter se veía como todo un nerd.
Mamá lloró un mar antes de soltarme para subir al Hogwarts express; Pansy, Crabbe y Goyle me esperaban dentro de una cabina desocupada, con otro par de niños que yo desconocía. El tren se puso en marcha. Comencé a impacientarme, al momento en que las tripas me rugieron de hambre.
—¿Y el carrito del que me contaron? —pregunté al aire, Pansy se encogió de hombros y rebuscó dentro del bolso que llevaba a todas partes, extendiéndome una barrita de chocolate—, demonios, yo quería unas pastillas ácidas.
Me levanté del asiento, con el propósito de ir yo mismo a buscar el carrito, Pansy rodó los ojos, pero de todas formas, se puso de pie, al mismo tiempo que Crabbe y Goyle.
Al estar en las primeras cabinas, no nos enterábamos de nada. Sin querer, choqué con una niña de pelo encrespado que andaba buscando un sapo.
—¿Me ves cara de dueño de tienda de mascotas? Anda a preguntarle a otro, niña.
No me contestó y se fue, agitando la feroz melena de cabello, con orgullo. Al día siguiente descubriría que ella era Hermione Granger. Alias miss perfecta. Alias, la única estudiante que nunca pude superar en ningún maldito examen.
Lo siento, aún tengo el resentimiento clavado. Ahora sí puedo continuar:
Casi llegábamos al final cuando escuché las quejas del resto de estudiantes que tampoco recibían dulces y los murmullos de que el famoso Harry Potter viajaba en el tren. Eso me hizo clic, y decidí que debía ir a conocerlo.
Crecí con las historias de Harry Potter, aunque se trataba de la versión algo cambiada. En aquella, el niño que vivió no fue derrotado por el Innombrable, sino que era parte del plan maestro. En esa historia, se nos decía que Harry era la pieza clave, de algo aún más grande. Que Potter era un sangre pura, lucía una cicatriz en forma de rayo y su color favorito era el verde.
Me llevé una decepción cuando vi a Potter, rodeado de envases vacíos, mientras masticaba una pastilla ácida. Acompañado de Ron Weasley, que contaba unos cromos de las ranas de chocolate. Era el chico de la tienda de túnicas, que aparentaba ser poca cosa. El chico que olía grandioso y que miraba con esos inmensos ojos a través de las gafas redondas con muchísimo aumento.
—Escuché rumores de que Harry Potter estaba en este tren. Nunca esperé que fueras tú —dije, abarcando toda la atención—, ellos son Pansy, Crabbe y Goyle, y yo soy Draco. Draco Malfoy.
La risa de Weasley me sacó del papel que interpretaba, le dirigí una mirada despectiva y tomé una gragea de todos los sabores, esperando me tocara una buena; era de piña.
—¿Qué te parece tan gracioso? Déjame adivinar; ese cabello pelirrojo, ropa de segunda mano y las pecas, debes ser un Weasley —continué con una media sonrisa. No mencioné que olía a canela y tampoco que Potter olía a dentífrico. Porque mamá me dijo que era extraño oler a las personas—. Potter, muy pronto te darás cuentas de quien es la compañía adecuada. Yo puedo ayudarte con eso.
Estiré la mano, recordando a Pansy (¿seamos amigos?) la miré de reojo y enseguida regresé a Potter; esos ojos verdes (los odio) (los amo) que me llamaron la atención desde el principio. Al olor, que portaba y que me resultaba tan extraño.
—Creo que puedo darme cuenta yo mismo, de quien es la compañía adecuada. Gracias.
Me rechazó. Esa amistad que le ofrecí y él me la estampó en la cara.
Fue vergonzoso, pero al mismo tiempo emocionante, porque era la primera vez que me privaban de algo, y no pude evitar reír ante ello. Salí de la cabina, con las mejillas rojas y el corazón palpitándome a mil.
Siempre han dicho que cuando te quitan algo, terminas deseándolo aún más.
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Todo transcurrió normal, bueno, tan normal como puede ser cuando estás en el mismo año que Harry Potter. El terminó "normal" incluye a un profesor siniestro, el heredero de Slytherin, unicornios y el jugador de quidditch más joven en siglos.
Fue normal hasta las vacaciones antes de entrar a cuarto. Tras el drama del profesor lobo, el golpe de Hermione que terminó enchuecándome la nariz, el pollo de Hagrid y los dementores; comencé a sentir tres cosas.
La primera, que ya no era un niño. La pubertad me llegó, no solo a mí, sino a todos. Veía a Pansy como una dama, que ya no trepaba árboles ni se embarraba con tierra. En lugar de eso, llegaba a la mansión, me sonría y yo no podía dejar de mirarla, porque me parecía hermosa. Al fin lo noté. Lo que mamá me repitió de pequeño, que era una niña bonita.
Ella me confesó que yo le gustaba en el verano, y yo acepté sus sentimientos; ella también me gustaba, era agradable, linda y divertida.
Nuestras definiciones de gustar eran distintas. Debí preverlo cuando ella me dio un beso y, de una forma patética, atiné a tocarme los labios, sin entenderlo.
La segunda, que me gustaban los niños. Porque por más linda que fuera Pansy y, sin duda que lo es (algo que se mantiene hasta el día de hoy), no podía dejar de pensar en, el bronceado de Nott o el nuevo corte de pelo de Zabini. Eran pensamientos que no recordaba tener antes, que no tenía con Pansy.
Espero que Potter nunca lea lo siguiente. Por lo que voy a cerrar con pestillo la puerta del estudio.
Nunca quise ver a Pansy en corpiño, como Nott me decía quería hacer con su novia; Daphne y tampoco podía responderle, que lo que yo quería, era verlos a él en bóxer. Era un sentimiento extraño, que decidí guardarlo, encerrado en mi interior, en una cajita que no le iba a abrir a nadie jamás (o eso pensaba) (soy muy malo guardándome cosas).
De por sí, ser gay en el mundo de los magos (sangre pura, en especial) (aunque en teoría, no lo soy), está prohibido. Es repugnante y repudiado. No lo dije de forma abierta, porque eso sí que no evitaría el ser expulsado del árbol genealógico y tampoco quería que el abuelo, muera de un paro cardiaco.
Decidí continuar con Pansy, cumpliendo las fantasías de ella. Los deseos de ser un príncipe azul (su príncipe azul). Ese verano leí muchas novelas románticas, para recopilar información y aplicar las frases que decían.
La tercera y última cosa de la cual me enteré fue que ser un vampiro, en plena pubertad, era un problema. Fue de la noche a la mañana, como si las pesadillas se hubieran vuelto realidad; donde la boca se sintió seca, tenía demasiado frío y por más que bebiera agua y pusiera la calefacción al máximo, no podía curar amabas sensaciones. Mamá entró a la habitación, vistiendo la ropa ligera de verano, y me apartó de la chimenea cuando iba a ponerle más leña. La miré confundido y ella apagó el fuego ardiente.
—¡Estás demente! ¡Hacen como cuarenta grados! —una pequeña braza saltó del fuego. Me aparté y fui corriendo a ponerme el suéter más abrigado que poseía—. ¿Estás bien, querido?
—Tengo frío y sed, mamá —contesté agobiado—. No sé qué me está pasando.
Ella me agarró del brazo y sin decir nada, me obligó a bajar las escaleras hasta el sótano, donde hacía aún más frío. Mamá, atrajo una rata con su varita y la degolló con un cuchillo. Apenas la primera gota de sangre cayó, enloquecí.
Tomé la rata y le anclé los dientes, succionando toda lo sangre, mamá comenzó a llorar y decidió dejarme solo en el sótano, con el cuchillo. Donde cacé más de una decena de roedores, antes de sentirme saciado y volver a sentir el calor del ambiente. Subí las escaleras de vuelta a la sala, anonadado. Es decir, me encontraba al corriente de que era un vampiro, pero ese día le tomé el verdadero peso al asunto.
—Draco, al menos limpia tu boca cuando termines de comer —mencionó mamá, entregándome un pañuelo. La obedecí y me senté en el sofá.
—Soy asqueroso, mamá.
—¡No digas eso nunca! —me gritó abrazándome. Yo la aparté, aunque me sostuvo del rostro con las manos— ¡Eres precioso, Draco! ¡Tú no eres asqueroso!
Dicen que el mayor miedo de una madre es ver que su hijo se odia a sí mismo. Creo que tienen razón.
Nos quedamos un rato en silencio, para cuando volví a hablar, me percaté de que me acompañaba en la pena.
—Mamá, necesito ir a por más ratas, porque no puedo dejar de pensar en que quiero beber tu sangre.
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El mundial era de los eventos más esperados por la comunidad mágica, yo incluido.
El quidditch tiene ese no sé qué, que el resto de los deportes mágicos no tiene y, créeme, hay más de los que piensas. La diferencia llega cuando te das cuenta de que el Quidditch significa todo. Hay dos tipos de personas que odian este deporte; los amargados y los con vértigo. Amar el quidditch es la opción correcta… siempre.
Papá, consiguió los mejores puestos para ver la final y esa hubiese sido una de mis noches favoritas de no ser por todo lo que sucedió al mismo tiempo que ocurría el festejo por la apasionante victoria de Irlanda. Papá fue claro, debía irme en ese instante.
No comprendía nada, ni la insistencia para que tomara el traslador, ni porque él se quedaría, pero le hice caso. Llegue a casa, donde mamá me abrazó. Horas después regresó papá, agotado y oliendo a humo.
No necesité preguntarle nada, porque la mañana siguiente salió una exclusiva que provocaría un gran revuelo en la comunidad mágica; la marca tenebrosa, el símbolo del Innombrable, había sido hecha esa misma noche.
De cualquier modo, no le pregunté nada a papá, ni de porque me obligó a irme. Daba igual, yo lo pasé bien, eso era lo importante ¿no?
—Sin preguntas, Draco —bramó papá—; belleza, bello es lo que termina, cuando comienzan los intentos de demostrar la inteligencia.
—¿A qué te refieres, padre?
—A que te ves más bonito callado.
De cualquier modo, no soy lo suficiente hermoso como para ser estúpido, ni tan feo como para ser inteligente. Ese es el problema. Por lo que me di el lujo de la duda.
La vuelta al colegio fue de las peores experiencias. Ahora, que era más vampiro que humano, todos los aromas de las personas se identificaban sin siquiera quererlo.
Por primera vez me percaté de la verdadera razón por la que nunca sentía hambre, no necesitaba las calorías vacías de cualquier ser vivo, al final de cuentas, yo no lo estoy. Yo necesitaba beber sangre y con eso podría seguir en pie.
Aunque claro, puedo comer, pero si no bebo sangre; me esfumo. Hago: ¡Puf!
No, si te lo preguntabas, no estoy vivo; la mordida funciona de forma extraña, porque te mata y al mismo tiempo te vuelve inmortal, bueno… casi inmortal, pero ya hablaré de eso.
Lo peor fue cuando volví a reunirme con Él. Harry Potter. En ese momento debí haberlo previsto, no lo hice porque a pesar de ya ser consciente de que el camino que escogí no iba al lado más heterosexual del mundo, me negaba, con rotunda decisión, a aceptar que Harry me gustaba.
A esto se le sumó el odio del colegio tras ser escogido el cuarto campeón. Sin dudarlo, cuarto año fue uno de los mejores años para burlarme de Potter, ya que si me dedicaba a molestarle, me olvidaba de que era un vampiro y lo único que quería era chuparle la sangre. Sin duda, el olor de Potter era el más atractivo de todos.
Al castillo se sumaron varios estudiantes nuevos, que iban a estar por ese año. Fui un imbécil, porque mientras me daba el lote con Pansy, era consiente que en un par de horas, iría con ese chico búlgaro cuyo nombre nunca me dijo por qué no era necesario, a pasarla… bien.
Los chicos son más intensos ¿vale?
Tras del baile de navidad, creo que hasta Pansy se dio cuenta de que yo no era para ella y ella no era para mí. En realidad se percató cada estudiante que no tuviera alcohol en las venas, como yo, dos chicos de Dumstrang, Pansy y Nott. El resto, en la post-fiesta de Slytherin, en donde los chicos de Dumstrang estaban invitados, se encontraban perdidos en la droga, el alcohol y el descontrol.
Yo no me emborraché porque el alcohol, al ser un no vivo, me provoca náuseas; esa era la peor parte, que siendo muy consciente de todas las acciones que realicé, besé a ese chico frente al resto, quienes ni cuenta se dieron, menos los que ya mencioné.
Pansy se limitó a reír, nunca me lo dijo, tal vez debería preguntar, pero creo que ya lo había notado.
En fin, todo concluyó terriblemente; porque Cedric (el único chico de Hufflepuff que si valía la pena), murió. Al igual que las esperanzas de que las cosas iban a mejorar.
Sexto año, fue nuestro último gran año, ya que todos los chicos que querían vivir sin preocupaciones, como yo, creíamos en la versión del ministerio.
Y si te lo preguntabas, no. Nunca volví a ver a aquel chico búlgaro.
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Umbridge, hayas sido de Slytherin o no, ha sido de lo peor que le sucedió a Hogwarts en siglos.
En esa época, vivía acostumbrado a la misma rutina; cuando todos se iban a la cama, yo me daba el festín de ratas de la semana, a veces del mes. En cierto punto tuve que obligarme a matar otros tipos de animales del bosque prohibido, por la clara disminución de roedores del castillo. Logrando descubrir, que con un ciervo completo me daba suficiente sangre para el mes: lo único malo es que son muy complicados de atrapar.
Si, el tema vampírico funciona de esa forma; con unos sorbos te dan para el día, pero con dejar seca una rata para dos y vas sumando. No es como la comida, y que te da hambre a diario. Cuando eres vampiro, bebes una vez y es suficiente.
Estropeé con sangre muchos uniformes y, en más de una ocasión, llegué a clase con las mangas con restos de sangre seca. La mejor excusa era decir que sufría hipertensión, y siempre que comía mucha sal, la nariz me sangraba.
Umbridge, durante este año fue insoportable, ser miembro de la brigada (y más tarde el jefe), no era tan increíble como muchos creían. Debía estar al pendiente de todos, aunque en DCAO, no me estresaba con la tarea.
Me convertí en prefecto, que era casi lo mismo que ser de la brigada, sin el broche ni las preferencias de Umbridge. Hacer las rondas nocturnas me daban un mejor respaldo para llegar a avanzadas horas, sin ser cuestionado, aunque pasaba más tiempo con Pansy.
Ella fue la primera que se dio cuenta, sin necesidad de decírselo.
Para comprobar la brillante teoría, Pansy estuvo, durante un mes, con cruces colgadas en el cuello, sirviéndome pan de ajo y tratando de exponerme al sol. No sé si quería matarme o algo por el estilo, pero en cierto punto, los vagos intentos que hacía para saber si era vampiro concluyeron en algo más definitivo.
Estábamos solos y ella sacó de la mochila una bolsa llena de sangre que robó de las cocinas, la abrió y yo no pude contenerme. Como si fuera un adicto la bebí toda, y posterior al espanto inicial, sonrió satisfecha.
—¡Lo sabía! —sentenció —, el ajo ni las cruces funcionaron…. ¿El sol te duele?
En realidad esos clichés si son reales. El ajo, no lo soportaba en las comidas, las cruces, ardían un poco y el sol, quema. Quema bien feo. Tampoco puedo reflejarme en los espejos, para la realidad, yo era un ilusión. Casi un fantasma. Un recuerdo de lo que era estar vivo, aunque tu corazón no siga palpitando.
—Soy casi albino, Pansy.
—Ya, pero eres un vampiro, debe ser más doloroso ¿no? —preguntó sentándose encima de mi cama. Los dormitorios de chicos son los únicos que no tienen el hechizo repelente del otro género—bueno, da igual ¿crees que te morirías si te clavan una estaca en el corazón?
—Pansy, cualquier persona se moriría si le clavan una estaca en el corazón.
Con eso, Pansy fue más amable. De vez en cuando, me traía bolsas de sangre de las cocinas y las cuales tomaba muy agradecido. Ese año comenzó a salir con Zabini, y yo la apoyé con todos los consejos que podían servirle para poder soportar a ese imbécil, aunque se trataba de Zabini… por lo que no duraron demasiado.
Era divertido. Lo fue hasta que Potter se infiltró en el ministerio, el retorno de… él se confirmó y papá fue encerrado en Azkaban.
Llegué a casa afligido, con la esperanza de hundirme en los brazos de mamá, pero al contrario, usando solo el aroma lo identifiqué; era asqueroso, frívolo, malvado. Todo mi hogar olía a eso.
Abrí la puerta, la tía Bellatrix, que nunca había visto, aunque si recordaba haber escuchado de ella; me abrazó y luego, lo vi de pie al lado de mamá, que se encontraba arrodillada, en la sala esperaban varias personas que no conocía, pero por el semblante de locura que poseían, me di cuenta al instante que eran mortifagos.
—Te estábamos esperando Draco —dijo Él—, me han llegado rumores de que eres… especial. Ven, acércate y deja que lo compruebe.
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Conocí el verdadero dolor ese verano, durante dos meses me hice amigo de Él, porque era más fácil pensar que me agradaba a que no.
Mi tía, Bellatrix, se me metió tantas veces a la cabeza, que acabé haciéndome experto en el complejo arte de la Oclumancia. Tenía pesadillas cada noche, hasta el punto en que comencé a dormir por bloques de unas cuantas horas. Los mortifagos usaban nuestra mansión como centro de operaciones principal y todo lo que quedaba de orgullo de ser unos Malfoy, se fue con papá. Era acosado a diario.
En especial por una persona.
Conocí a Greyback, dándome cuenta de que el clásico rumor acerca de la mala relación entre hombres y vampiros; era verdad. Él lo supo al instante, nuestros aromas chocaban, me repugnaba su presencia y eso le hizo gracia, algo que yo nunca comprendí.
A Él le daba gracia, pero continuaba protegiéndome porque aún era menor de edad. Ese fue el salvavidas que pude utilizar. A pesar de eso, me hizo cosas terribles, psicológicas, trataba de defenderme, pero… da igual. No quiero recordarlo.
Harry me dice que lo llame por su nombre, pero Potter no comprende lo que me significó vivir con (y para) él, con el monstruo, sé que nunca podre llamarlo por el nombre, porque me recuerda todas las malas experiencias del pasado y, no quiero hacerlo. Quiero ser feliz, aunque eso suene algo infantil. Si ser feliz, significa nunca decir su nombre en lugar de querer sonar valiente, déjame vivir en la fantasía que he ideado tras tantas lágrimas.
Como iba relatando, Él me dio la misión tres semanas antes de regresar al colegio; Matar a Dumbledore. Era un castigo por las acciones de papá. Claro que me percataba de eso, todo el mundo lo sabía. El insomnio comenzó a ganar terreno y, gracias a que soy un vampiro, podía pasar días completos sin dormir. Trataba de cazar, pero los lobos merodeaban por el bosque de atrás, en consecuencia, me quedaban, únicamente, con los gatos que merodeaban por la calle de vez en cuando.
Adelgacé muchísimo, y eso que en un principio yo ya era delgado. Las ropas me colgaban del cuerpo como si fuera una percha, siempre sentía frío, pálido como papel y ansioso por un problema que crecía de forma exponencial.
En palabras de la psicóloga; luchaba contra una depresión y ansiedad severa, lo que me dejaría estrés postraumático. Draco, pero lo que hacía que la idea del suicidio fuera tan lejana, era la presión de tu familia. Él me lo prometió, cuando cumpliera la tarea, Madre dejaría de ser su esclava, yo me comprometí por ella. Porque era la única persona que valía la pena.
Agarré el valor, lo metí a la maleta, y con el juramento inquebrantable de mamá como respaldo, regresé a Hogwarts. Reencontrándome con Potter, quien por la forma en la que me miraba, ambos nos dimos cuenta de que ya no éramos niños jugando a molestarnos.
El collar, la botella, el imperio. Todo sin solución, Harry me seguía las pisadas, lo olía por todos los pasillos del colegio, dejando su arrogante fragancia. El armario era la única opción y yo seguía sin arreglarlo. Los avances eran a pasos de tortuga, encontré consuelo en Myrtle y Pansy, la primera escuchando mis quejas y la segunda me traía bolsas de sangre de las cocinas o casaba ratas por mí.
Potter lo descubrió ese año, por un absurdo error.
Los vampiros no nos reflejamos en los espejos, eso es verdad. Y mientras lloraba, en el reflejo lo vi y él se quedó observando la ausencia de mi reflejo. Lo supo en ese instante, pero ser vampiro era el más pequeño de los problemas.
Con los cortes a carne viva y la piel regenerándose al instante. El dolor era real, vi el rostro afligido de Potter antes de caer desmayado. Desperté en la enfermería, sin comprender nada.
Abrí los ojos por el olor de Potter. Que se escabulló dentro de esa maldita capa de invisibilidad. Lo quedé mirando cuando se la quitó y, por primera vez, pude fijarme en sus facciones sin intranquilizarme.
—Eres un vampiro —dijo, sentándose en la silla del lado—, pensaba que te veías así de mal, por lo de tu padre.
—Potter, no me lo recuerdes si no quieres que te mate… y sabes que puedo hacerlo en un pestañeo.
—¿Puedes morir?
Me quedé en silencio, volví a tocarme la piel del pecho. Sin ningún vendaje o cicatriz. Los ojos de Potter no dejaban de escudriñarme, sin pestañear.
—Creo que sí, pero no por causas naturales.
No sé por qué hablábamos tan bien de la nada; solo sucedió. Creo que Harry estaba arrepentido o algo por el estilo. De cualquier modo, sabíamos que a la mañana siguiente debíamos continuar odiándonos, así que no le presté demasiado atención a lo que decían los labios de Potter.
—¿Puedes hipnotizar? —preguntó curioso, acercándose a la camilla en donde me encontraba sentando. Se movía grácil, pero al mismo tiempo, arisco. Similar a un gato desconfiado.
—Nunca lo he intentado.
La idea se me cruzó al instante. Hipnosis, si era como en las películas y en los libros, debía concentrarme. Miré a Harry con suprema fijación y, segundos después lo sentí, como si estuviera bajo a un imperio. Me miraba con esos brillantes ojos verdes dilatados, los cuales combinaban con la expresión serena presente en el rostro.
Se muy bien que el Potter real no se acuerda de nada de esto, ya que este es el secreto que me llevaré a la tumba.
Mi primer beso, con Harry, fue esa noche, se sintió vació y estúpido. Como si estuviera buscando felicidad en algo que no era mío. Para cuando me separé, di la orden:
—Ve a tu sala común, deja de molestarme durante el resto del año —pronuncié. Harry asintió—, olvida todo lo que te dije esta noche, todo lo que hice esta noche.
Vi como Harry volvía a ponerse la capa, pero lo detuve, con una sonrisa.
—Cuando derrotes al innombrable, quiero que vengas a mí y me abraces. Eso es todo.
Fue una orden infantil. Harry se fue de la enfermería y supe al día siguiente que el efecto de la hipnosis acabó por desvanecerse. No volví a oler la fragancia de Harry por el castillo (aquel tenue olor a sudor que siempre traía encima por las prácticas de quidditch y que se entremezclaba con el perfume de la Weasley), logré reparar el armario y la noche llegó.
Fue la primera y última vez que Dumbledore me habló como siempre deseé que lo hiciera. Como lo hacía con Harry. No pude matarlo, lo hizo Snape. Yo corrí de la mano de Bellatrix ignorando que distinguía el peculiar aroma de Harry escondido en alguna parte de la torre.
El innombrable sonreía encantado, no le importó si lo hice yo o no, si era aún menor de edad, o si era un Malfoy. Al menos cumplió la promesa. Mamá dejó de ser su esclava.
Porque ahora yo lo era.
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En este punto tengo que darme un respiro. Por salud mental.
Acabo de escuchar a Potter regresar a casa. Sospechoque no volveré a tocar esto en un largo rato, al menos hasta que tenga el valor de relatar lo que viene.
La psicóloga me dijo que escribiera todo. No me acuerdo de muchos detalles, pero creoque eso es normal. Aún me quedan siglos (quizás milenios) que vivir, es normal que no me acuerde de muchos fragmentos.
Supongo que me levantaré de esta cosa muggle, iré a comerme una manzana mientras escucho como le fue a Potter en el trabajo, como hago todos los días. Tal vez volvió a enojarse con Hermione o logró salvar el mundo, otra vez.
Ya le dije que debería dejar de tener ese complejo de héroe, porque si el continúa salvando al mundo ¿que nos queda a las personas mundanas?
Me siento patético escribiendo esto. ¿Ya lo dije? Creo que soy la única persona en el mundo que no merece una biografía, así que como nadie la va a escribir por mí, tendré que hacerlo yo por cuenta propia.
Alguien debe dejar escrito los disgustos de la inmortalidad ¿no?
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