CW: Mención de situaciones relacionadas con la muerte y abuso. Recurrentes pensamientos suicidas y ciertas reflexiones que pueden afectar la sensibilidad del lector.
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"Y todos sus pensamientos se habían vuelto rojos: era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera el cálido sabor metálico, y la efervescencia vital de la sangre".
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La siguiente parte es más complicada de relatar que la anterior, por eso mismo voy a comenzar aclarando que no soy inmortal.
Viviré hasta los mil años, incluso más: si y seguiré viéndome de veinte: Si. Me pueden dar largas palizas y recuperarme al instante: sí.
Aun así soy igual de vulnerable que una persona normal. Una maldición asesina y hasta ahí llegaré, un accidente de coche letal, un incendio (considerando que aparte soy inflamable) (he ahí la razón de la mala reputación de los vampiros con el calor).
El vampiro más longevo vivió hasta los diez mil años, en cierto punto son años más, años menos. Murió luego, de que su centésima esposa lo apuñalara en el corazón.
Lo he conversado con Potter y no está seguro si es debería ser mordido. Es decir, yo no quiero, por razones obvias. Es condenar a las personas a ver cómo la gente que estima y ama se mueren, se desvanecen como espuma.
Mucha gente le gustaría vivir el doble para cumplir todos los proyectos, pero, en mi caso, estamos hablando de vivir sin fecha de caducidad. Pasar por todas las catástrofes del mundo, volver a ver como repetimos los mismos errores.
Por eso mismo estoy obligado, si es que no me quiero ir a un hospital de salud mental, a tener sesiones con la psicóloga y tomar esas pastillas que me tumban durante horas; para que la idea del suicidio deje de estarme presente en la cabeza.
Los vampiros somos las criaturas con las tasas de suicidios más altas, ya que si no perteneces a la clase alta vampírica (que es una pseudo asociación extraña) (de la cual hablaré en un rato), te queda la miseria como única amiga.
Siendo sincero, creo que he agotado la cuota de miseria de la eternidad.
En fin, volviendo al punto. La regeneración es real, dolorosa, una de las mayores fortalezas y debilidades. Hace unos años aprendí eso, que tal vez era mejor cuando te quedabas en la cama recuperándote, en lugar de volver a pasar por el martirio una y otra vez.
La aprendí a las malas.
Voy a necesitar un poco de vino para revivir esto.
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Seré franco, las peores torturas son las psicológicas. Aquellas en las que juegan con tu cerebro y te fastidian hasta en la hora del descanso. Las físicas duelen, pero es momentáneo. Ni yo recuerdo el dolor de un crucio y eso que fui víctima de varios. Se que no quisiera sufrir otro, pero eso sería mejor que lo mental.
Entre medio, existe una categoría más; la sexual.
¿Qué sucede cuando las tres se mezclan en un festín?
No caí en la demencia por tres factores; primero, mi familia, ya que era capaz de soportar todo aquello si eso me aseguraba que mamá o papá fuera a soportar lo mismo; segundo, la idea de que todo iba a terminar, de qué días felices llegarían, de que la vida tenía una esperanza de un futuro próspero y; tercero, Potter.
Potter. Solo él, no me interesaba ni como o donde, me refugiaba en esa persona. Recordaba nuestras estúpidas peleas de las cuales me reía en el futuro.
Fui encerrado, despojado de cada una de mis posesiones, delegado a ser un mero objeto. Yo le servía a Él y Él podía hacer lo que quería conmigo, si es que quería continuar viviendo. Esa era la única opción.
Llegaba a los viernes, deseando que Greyback no haya decidido traer "mercadería". Porque esos días eran los peores, la ansiedad me consumía de pies a cabeza, temblaba tanto que ni escribir una palabra podía y la poca consciencia que me quedaba se reducía a palabras incoherentes.
Lo que puedo rescatar de ese periodo, fue lo cercano que me hice a mamá, ella se convirtió en mi único refugio y, al ser la hermana de la mano derecha de Él, podía acceder a la información que nos ocultaba.
Mi tía hacía leves esfuerzos para no hacerme sufrir, aunque se tratara de mera diplomacia, ya que con el paso de un par de meses dejó de intentarlo; sin embargo, la última declaración fue clave.
Greyback desaparecería durante un mes completo, de luna a luna.
A mamá la idea se le cruzó por la cabeza como un relámpago y se puso manos a la obra al instante.
Una mañana, apareció con la hoja de mandrágora debajo del plato de nuestro desayuno. Me explicó que justo tocaba una noche de tormenta eléctrica y que se las ingeniaría para hacer el resto de los preparativos. Me lo dijo con besos una y otra vez; no te rindas mi niño. No te rindas.
No me rendí.
Cuando todo el proceso terminó, los dos nos miramos por un largo instante. Ni ella se lo creía, yo tampoco, pero al final me sonrió, los dos caminamos al sótano, siendo vigilados por la luna llena.
—Espero que seas un ave, para que puedas volar y ver las cosas más inesperadas.
Con exactitud, no soy un ave, aunque si vuelo y, de una u otra forma, es algo irónico.
Soy un murciélago; esperable ¿no?
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En los ojos de los animales la realidad se distorsiona. Piensas como un humano, pero los problemas se vuelven tan sencillos, como una neblina. La vista cambia, ves colores nuevos y olvidas los conocidos.
Recuerdo bien que cuando mamá me vio adoptar la forma de un murciélago albino, se le cayeron un par de lágrimas. Yo revoloteé por el sótano, como si estuviera aprendiendo a caminar otra vez.
Pierdes por completo la noción del tiempo, los minutos son horas o a veces segundos. Da igual, porque como un animal todo es serenidad.
Mamá tuvo que gritarme para que me volviera a transformar. De regreso a la normalidad, me abrazó, dándome innumerables besos, una vigorizante energía volvió a llenarme cuerpo, que en cierto tiempo olvidé.
Ese es el mayor problema siendo un animago, que todo es tan bueno que no quieres volver a ser un humano. ¿Por qué hacerlo, si podía escapar y vivir con lo mínimo? Ser un humano complica las cosas.
Poseía dos opciones: Escapar de la guerra o vivirla. Siempre complico las cosas, pero esta vez sí que podría escoger.
Mi familia va primero. Recordé al vampiro que tomó mi humanidad, ya era momento de dejar de temer, así que decidí guardarme ese secreto en una caja de Pandora que abriría como último recurso.
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Me sorprendí cuando, después de tanto tiempo vi a Potter, Granger y Weasley, en la sala de "mi casa", Harry con el rostro deformado y el resto inventando historias de los menos creíbles.
Greyback los trajo orgulloso de la "cazaría" que lideró: los arrodilló frente mío, para pasearse como un perro a espaldas nuestras, olfateando el miedo. La tensión que se cortaba con tijeras.
—Vamos, bonito —susurró con el pestilente aliento de Greyback chocando con mi mejilla— ¿Son o no son? Sabes que los niños buenos son recompensados.
—Yo… No estoy… seguro —murmuré apartándome del hombre. Mi tía agarró el rostro de Harry con brutalidad, formando una expresión trastornada. Greyback, en cambio, se dedicó a acariciarme el cabello con falsa ternura—, no, no lo son.
—¿Estás seguro, querido? —preguntó Bellatrix— esa marca es la cicatriz ¿verdad?
Miré a mamá angustiado, pero por la expresión trastornada que mostraba, noté lo que quería decirme: "¡Miente!"
—No lo creo. Si fuera él tendría el rayo, este no lo tiene. Es imposible que sea Harry.
—¿Y este par? —Bellatrix aplastó a Harry contra el suelo. Claro que era Él, con el olor tan característico y los ojos verdes—. Pelirrojo, delgado y alto, es su amigo ¿No?
—Ni idea, tía, nunca lo vi con Harry en la escuela. —Tragué en seco, desviando la mirada—, creo que era más bajo, no me acuerdo.
—¿Y la muchacha?
—¿Quién? ¿Hermione? No, no, la real es otra, no puede ser ella.
Bellatrix murmuró un insulto frustrada. Sentí las manos de Greyback delinearme la barbilla para apartarse al par de segundos.
—Supongo que un crucio podría aflojarte la lengua, niñata.
Aún recuerdo los gritos de Hermione, vividos y dolidos. Luego sucedió lo del elfo, Dobby y como al regreso el señor tenebroso me hizo ir directamente hacia él.
Fui, cabizbajo, dispuesto al castigo. Greyback sonreía ansioso, hambriento, lo único que lograba pensar era en lo adoloridos que se sentían mis labios de tanto mordérmelos.
—Te tengo una última misión, Draco —habló Él, haciéndome un gesto para que me acercara, le obedecí y el de pie me abrazó. Era frío, áspero y yo no correspondí el tacto—, claro, si es que no quieres que te haga desaparecer ¿Aceptas?
—Si…
—Buen chico —susurró él, rozándome con el índice la marca de la mordida del cuello—, si lo haces bien, ganarás aliados de por vida. O por la eternidad.
De este modo fue como, después de largos meses, salí de casa otra vez y durante un mes entero, antes de la batalla final, viví como un vampiro verdadero. Tratando de aparentar que estaba encantado con lo que era.
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Los vampiros son seres extraños, clasistas y unos ancianos atrapados en cuerpos de adolescentes.
Para entrar al selecto club tienes que vestir un traje de tres piezas, zapatos de charol y estar dispuesto a beber la sangre de una persona. Yo tenía las dos primeras, podría considerarme vegetariano en ese término, al menos lo era hasta que entré a la agrupación.
Los vampiros viven en un mundo propio, creado para satisfacer el sentimiento de superioridad y egocentrismo, que la mayoría posee.
En una cuadra completa al noroeste de Inglaterra, en Manchester; se encontraba la sede. La cual era encantada para que los muggles los vieran como viviendas casi en ruinas, pero consideradas como patrimonio. En realidad, eran cuatro edificios que daban uno con los otros, conectados entre enrevesados pasillos y un patio central techado. Cada pared lucía algún cuadro más caro que el anterior, pilares de mármol y piedras preciosas incrustadas en el pomo de las piezas.
En cada uno de los cuatro edificios se disfrutaba de una atmosfera distinta; en el primero las personas eran los vampiros más longevos, se les notaba por el cansancio de las miradas y como recién en los cumpleaños cinco mil, la mujeres comenzaban a preocuparse por la primera arruga que adornaban sus frentes. Vestían como si hubieran escapado de un libro de Oscar Wilde, con inmensos vestidos, lujosos trajes y apretados corsés.
En el segundo, los góticos. Milenarios, tal vez un poco más viejos. Nunca me relacioné demasiado con ellos porque eran demasiado extremistas, al punto de no aceptar otro tipo de sangre que no sea la humana.
El tercero, era el edificio de los polluelos, donde residía yo y todos los vampiros que recién recibían la mordida o todavía no cumplían el primer milenio. La gran mayoría no poseía magia, ya que venían de un origen muggle, que tras ser apresados por un vampiro sediento, lograron sobrevivir como infectados.
Por último, en el cuarto edificio habitaban quienes controlaban esa sociedad vampírica. Con un ministro (o algo por el estilo) que llevaba en el poder más casi dos milenios y determinaba quien entraba a esa asociación. En ese edificio me enteré de que el muchacho por el cual recibí la mordida era el hijo menor del ministro.
Cuando me refiero a hijos, me refiero al menor de una decena de ellos.
Conservaba una única posibilidad para entrar a la plaza. Él buscaba información para su favor y, si fallaba, era seguro que lo único que haría, sería asesinarme.
—Nombre y fecha de la transformación.
Mentía o no mentía, decidí irme con la verdad para ahorrarme problemas a futuro. Creo que fue la mejor opción, los vampiros siempre descubren toda la verdad, sin importar qué.
Para cuando me vi con el ministro, presidente, monarca o lo que sea que era (en realidad ni los mismos vampiros lo tenían demasiado claro), él me mostraba una sonrisa burlona en los labios. Estático detrás del escritorio, leía mi ficha abierta. Los colmillos y ojos le brillaban, ansiosos de toda historia, que no le revelé porque nunca me la preguntó.
—Un Malfoy entre nosotros… quien lo diría ¿Eh? —murmuró prendiendo un puro. A pesar de que somos inflamables, uno aprende a no quemarse—. Interesante, he escuchado los rumores ¿sabes? Que el Innombrable los tiene comiendo de su mano ¿Es eso verdad?
—Vine aquí para integrarme entre ustedes —dije, severo—. Mi pasado ya no me importa, me quiero centrar en como quiero pasar el resto de mi existencia.
El hombre soltó una risa, soltando todo el humo, se apartó del escritorio y estiró una mano hacia mí.
—Eres un muchacho interesante, Malfoy —comentó—, pero necesito una garantía de tu sinceridad. Si no la tienes, no puedo hacer nada por ti; eres demasiado joven, un recién nacido diría yo.
—El mundo está cambiado y si no quieres esfumarte debes adaptarte. ¿Qué sirve como garantía?
—Impresióname.
El hombre volvió a sentarse en la silla de cuero, yo hice lo primero que se me vino a la cabeza, adoptar la forma de animago ¿Hay algo más vampírico que eso? El propio hombre pareció complacido y terminó por asentir.
—Edificio tres, Malfoy —determinó, aspirando más del puro—, le comentaré a mi hijo que llegaste, siempre pensé que me mintió cuando me contó lo de morder a un Malfoy. —Fruncí el cejo y sentí como temblaba, ya no podía aguantar de pie. Era asfixiante—. Espera, antes que te vayas te advierto, que si me llego enterar de que quieres establecer algún tipo de golpe de estado, querido, yo mismo me encargaré de que veas la luz del sol. ¡Que te diviertas!
Salí de ese despacho con la respiración entrecortada. Al menos no debía firmar nada, ya que los contratos se hacen a partir del siglo, pero yo solo pasé un mes ahí.
Siendo sincero, uno de los mejores meses que he tenido el gusto de vivir.
Ese es el problema.
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Conocí a Nathaniel esa misma noche, se veía igual que la primera vez que lo vi, a excepción por el corte de cabello, sin embargo, era ilegalmente guapo.
—¿Le sigues temiendo a las tormentas?
Esas fueron las primeras palabras en nuestro reencuentro, el tono era de burla casi seductora y, por primera vez, me fijé en el leve color caramelo de los ojos. Negué con la cabeza, evitando el contacto visual por más de cinco minutos, algo en el que me recordaba a Harry. Tal vez haya sido el tono de la piel, era moreno, pero pálido, como enfermizo. Además, que usaba lentes.
Aunque, en retrospectiva, no se parecen en nada; menos en esa tendencia a buscar el peligro. Tantos años y continuó preguntándome como era que Potter, se ponía en tales mortales escenarios.
Alargó la mano (que se encontraba heladísima) y me la posó encima de la mejilla, pero el contacto no demoró más que unos cuantos segundos. Porque no se lo permití. Era enfermizo.
—Te faltan vitaminas, Draco ¿Hace cuanto que no bebes? —me mordí el labio rehusándome a hablar con él, no le temía, pero de todos modos, el miedo de encariñarme de Él era en grande en exceso. De la persona que "arruinó" mi vida—. Vamos, no seas tonto. Nadie de aquí puede evitar responderme, en realidad, a mucha gente le gustaría que le hablara ¿sabes?
—No necesito la ayuda de un sádico—respondí. Llevaba semanas sin probar una gota de sangre, me moría de sed, pero me encontraba seguro que cuando llegara la noche, me escaparía a cazar algunos animales domésticos—, me largo.
—Nathaniel Van Gould —dijo, estirando la mano, como si no hubiera traspaso los límites del contacto personal, hace menos de un minuto—, ese es mi nombre, Draco. Algo anticuado, lo sé, pero para haber nacido a mediados del siglo XIX, no está mal. Mi hermano mayor se llama Rómulo y no, no tiene nada que ver con la fundación de Roma.
No pude evitar reírme, haciendo que Nathaniel logre su propósito. Rodé los ojos y me metí las manos dentro de los bolsillos del estrecho pantalón de tela, para evitar darle la mano. Di un paso al frente y respondí.
—Estás mal de la cabeza, tienes como ciento y algo años.
Seguí caminando, sin saber que el chico comenzaría a ser parte de la rutina.
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Le gustaba tocar el piano, hacer apuestas y la sangre A positiva. Era un malcriado, algo que se le pegó por ser el último hijo, que fue criado por una nodriza y tres amas de casa. Nathaniel no era brujo, ni tampoco le interesaba la magia, decía que era mejor no involucrarse con el mundo mágico porque todo se estaba yendo al carajo.
El problema de Nathaniel era que no se cortaba ni un pelo.
Todas los noches, llegaba a la habitación donde me quedé (que no era más grande que mi antiguo cuarto en la mansión, decorada de tonos rojos y negros), para invitarme a cenar.
La concepción de un vampiro acerca de "cenar" es salir a la caza de algunos jóvenes borrachos, quienes al no estar en los cinco sentidos, eran presas fáciles para dejarlos secos. Luego de dos semanas de la misma rutina; en la que llegaba, vestido de traje y con una sonrisa embobada y yo volviera a negarme, él emitió un suspiró frustrado y entro al cuarto sin ser invitado.
—¿Por qué nunca bebes sangre? ¿Acaso te quieres suicidar? —gruñó Nathaniel, cerrando las gruesas cortinas—. Todos están hablando de un vampiro rubio, que baja para pasársela en la biblioteca, y jugando al bingo con las señoras. Es obvio que eres tú.
—Soy vegetariano.
El soltó una risotada y se sentó frente a la televisión, pero cuando la encendió esta mostraba estática, debido a que las ondas chocaban con la magia que emanaba.
—Nunca había escuchado acerca de vampiros vegetarianos, eso no existe —declaró, dando un golpe a la televisión—. ¡Demonios! ¿Desde cuándo que no tienes televisión? No me dirás que tampoco ves TV. —Se volteó y al ver cómo me encogía de hombros, abrió los ojos sorprendidos—. ¿De verdad que estás bien?
—Solo bebo sangre de animales y la televisión no está rota, soy mago ¿te acuerdas? —Él abrió la boca y frunció el entrecejo, sin comprender la última analogía—. Mi magia choca con las ondas electromagnéticas de la TV, por eso no se ve, al menos no lo hará hasta que le haga algún tipo de hechizo. Si te digo la verdad tampoco me interesa mucho.
—Eres más interesante de lo que pareces, Draco —afirmó Nathaniel, acercándose a la cama—. Algo enclenque, joven y "vegetariano" si eso se puede llamar vegetarianismo. ¿Qué más ocultas?
—Nada que te interese.
—Papá me dijo que podías transformarte en murciélago, ¡Muéstrame!
Lo miré por un segundo, no obstante, decidí acotar la petición porque me gusta adoptar la forma de animago. Cuando no jugaba con las señoras al bingo, o leyendo en la gigante biblioteca, me la pasaba como murciélago en esas cuatro paredes, de cabeza, tratando de ignorar la soledad.
Cuando te transformas en animago, tus ropas tienen que ver con el aspecto que adoptas. Como llevaba traje negro y un corbatín rojo (ya que esa era la ropa "casual" para los vampiros), parecía que el murciélago tenía un diseño muy peculiar en el pelaje. Me acerqué a Nathaniel que no dejaba de mirarme, muy asombrado.
Volví a la normalidad encima de la cama, con una sonrisa en los labios.
—Increíble.
—Pensaba que los vampiros se podían transformar a voluntad en murciélagos.
—Eso solo pasa películas, ¡lo tuyo es único!
Ante esas últimas palabras, me levanté de la cama y abrí un poco la cortina. Los rayos de sol eran tan leves que no llegaban a entrar del todo y me quedé mirando el paisaje citadino.
—¿Sucede algo?
Extrañaba a mi familia, esto no era como irme a Hogwarts sabiendo que los iba a ver en vacaciones, aquí nada era certero. La culpa me embriagó al comprender que yo lo pasaba mejor que mamá y papá.
—Nada —respondí, cerrando la cortina—, ya va siendo hora de que te vayas.
Nathaniel se acercó desde atrás, con las manos delineándome la espalda, hasta la cintura, mientras colocaba su cabeza en mi cuello. Los dos somos casi del mismo alto, por eso mismo es que no era incómodo y ese contacto estuvo hecho para nosotros.
—Esto está mal, es decir, en teoría eres mi asesino —alegué, siendo ignorado—. Deberías irte.
Me volteé, apegándome contra la cortina, que Nathaniel volvió a acomodar. La mano derecha aferrada a la tela de la persiana y la izquierda, en el borde de mi cinturón. Los ojos de Nathaniel me miraban sedientos, como si fuera una presa. Su presa.
—No por nada somos llamados "hijos del pecado", Draco —susurró, sintiendo el aliento de Nathaniel chocar con mis mejillas—. Tenemos cierta tendencia a…
—Hacer el mal.
Cerré los ojos para cuando Nathaniel me besó, era apasionado y lleno de experiencia, sabiendo de memoria todas las formas para dominar a la otra persona con un simple gesto. Se separó, con el petulante rostro abarcándome, totalmente, el campo de vista, esperando a que yo respondiera.
Y lo hice.
Esa fue mi primera vez, de forma consentida, con el cuerpo del otro chico pegado al mío, sintiendo como siempre regresaba a la mordida que hace años me hizo para darle leves besos. Me mordió de nuevo, y yo a él, dándome cuenta de que la sangre de los vampiros no es para nada deliciosa.
Encendió la música, y yo comencé a reírme. Volvió a besarme, incontables veces, tratando de imaginar que ese chico tan obsesionado por contaminarme y poseerme; era Harry.
La mañana siguiente, cuando bajamos, el me enseñó la parte que me faltaba del edificio. El casino donde era miembro prémium por gastar millones, la piscina y el jardín interior donde el acceso se encontraba restringido a excepción de ciertas personas selectas.
Conocí a sus hermanos, su única hermana y el esposo de esta, todos gozaban de una belleza antigua, de esa que reconoces en las fotografías a blanco y negro o en sepia. En la noche, Nathaniel no me invitó a cenar, porque me enseñó su cuarto, tan majestuoso como una casa victoriana y con jacuzzi.
Podría jactarme de que nunca acepté una invitación de Nathaniel para "cenar", pero no fue así. En realidad, casi fui obligado, pero decidí engañarme diciendo; que si debía hacer la experiencia completa, era necesaria pasar esa parte.
Lo que más temía, cuando bebiera sangre humana por primera vez, fuera no tener autocontrol.
Era una lástima saber que siempre tuve razón.
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Era joven, con una falda tan corta que no dejaba nada a la imaginación, un fuerte olor a perfume, pero fea. Con la nariz chueca, el maquillaje corrido y desproporcionada. Nathaniel la cazó, para que no tuviera que hacerlo y, lo único que debía hacer era hincarle el diente. No alcancé a ver cuando escuché como le tronaba el cuello y la recostaba al lado de la vereda, como si nada. Porque en parte, no era nada para él. Para nosotros.
—No estoy seguro —declaré, arrodillándome al lado. Nathaniel clavó los dientes en el cuello de la mujer (diciendo que esa era la parte más blanda y por eso mordían ahí).
—Es b negativa, bastante rara, pero algo amarga —respondió con una gota de sangre escurriéndole de los labios— vamos, prueba.
—No quiero.
Se pasó la mano por el cabello y volvió a morder a la chica, para tomarme de improvisto y darme un beso. La sangre de la joven llenó mis cuatro sentidos, la adrenalina me embriagó, fue la primera vez que probaba algo como eso. Era exquisito, una bomba total.
Se levantó parándose al lado de la muralla con una mirada victoriosa. Yo me lancé encima de la mujer llorando, pero sin poder dejar de beber. A duras penas, me separé porque Nathaniel me obligó a hacerlo, limpiando la sangre que me quedó en los labios.
—Inexperto como un niño —mencionó—, venga vámonos, antes de que parezca demasiado antinatural.
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Descubrí en esa instancia, lo poco ambiguos que los vampiros son en realidad; adoran la fiesta, drogas, sexo y alcohol. Les gusta parecer refinados y elegantes, no obstante, son todo lo contrario.
Asistí a una de las tantas fiestas celebradas en el salón de eventos, a pesar de que casi todos los días existía algo que festejar: el cumpleaños de alguien, el aniversario número quinientos de una pareja, o el extraño y complicado nacimiento de algún niño.
Me percaté de que los vampiros más viejos, detestan ser llamados ancianos y la receta de la eterna juventud; repetir los errores del pasado. La monogamia, era casi una limitación estúpida, conocí a una vampiresa que ese año celebraba los mil seiscientos años de soltera, luego de soportar por setenta años un casamiento sin amor. Ella fue directa conmigo.
—Eso del amor único y verdadero, no existe, es una patraña —comentó tachando uno de los números del bingo—, el matrimonio es una buena experiencia que no repetiría. Mi esposo no era vampiro y murió viejo y feo. Hace ya décadas que no manteníamos relaciones, porque él no quería. Los hombres se ponen pesados después de tantos años —explicó. Yo la vi a la cara, podrías decir que se encontraba en los treinta, tal vez treinta y cinco—. Al menos era rico, en esos tiempos casaban a las muchachas más bonitas con buenas familias, sin importar la opinión de la dama.
—¿Cómo murió su marido? —pregunté, tachando un número de mi propio bingo. Hablar de la muerte para los vampiros es tan natural, que me tuve que acostumbrar a usar esa palabra.
—"Accidentalmente", se cayó de un séptimo piso, a los noventa —contestó. La rueda del bingo volvió a sonar y la muchacha que se encargaba de leer los números lo dijo; una mujer se levantó del asiento— ¡Maldita seas, Katherine! ¡Dejemos de hablar del fantasma de ese imbécil! Que me está haciendo perder.
Fui rápido al percatarme que cuando no gastaba millonarias cantidades en el casino o, se pasaba el día conmigo, Nathaniel la pasaba con distintas amantes, pero él me aseguró que yo era el único chico. Como si eso significara una especie de privilegio.
—Lo hago para practicar y llegar a ti fresco como una lechuga —se excusó—. No te molesta ¿verdad? ¡Solo soy gay contigo!
No le respondí y me fui al cuarto. Aún me faltaban cientos de años para dejar los molestos celos de lado.
Durante la estancia, me enteré de que los vampiros de verdad no quieren tener nada que ver con el mundo mágico, mientras más distanciados; mejor.
Por último, me di cuenta de que recibir cartas en lechuza era algo tan inusual como declarar haber sido monógamo por mil años. La mayoría de los vampiros que eran brujos, ya tenían a toda su familia muerta u ocultaba ese hecho para evitarse problemas. Las cartas se mandaban por el correo vampírico, un trabajo que se le daba a los desdichados vampiros que no amasaban la suficiente fortuna para costearse una habitación, pero aún deseaban ser parte de la comunidad.
La carta era de mamá, que mencionaba que se encontraba muy preocupada por no tener noticias acerca de mi hace semanas, que pedía que regresara pronto, porque las cosas se estaban poniendo peligrosas y quería que estuviera cerca de ellos bajo cualquier contexto.
Agarré la pluma y me quedé en blanco un par de minutos frente al pergamino. Me sabía al dedillo que debía escribirle que todo no había pasado nada malo, que me iría cuanto antes de regreso y que los amaba a todos.
Que detestaba ese lugar.
El problema era que no quería irme de ahí. Todo era tan bueno, cómodo y bonito. Nathaniel lograba hacerme sentir seguro, recalcándome que no importara lo que pasara, él iba a estar para mi primero como un amigo y más tarde como amante (ya que se negaba a enlazarse con una persona por toda la eternidad). Podías disfrutar del bingo, los interminables libros, ir a tomar el té con los vampiros y fingir que eran normales, de no ser porque tenemos que nutrirnos de sangre, un par de veces al mes.
Comparado a la vida que mantenía en la mansión Malfoy, todo era increíble.
A pesar de poseer las palabras y saber con exactitud lo que mamá deseaba escuchar, terminé demorándome dos días completos en asimilar que debía regresar.
Fue entonces cuando comprendí la razón por la cual Él me mandó esa misión. Ya que, a pesar de que el lograra el cometido de someter todo el mundo mágico, no podría hacerlo nunca con los vampiros, eso era por qué nadie quería involucrarse con Él, puesto que perderían ese libertinaje. La libertad amoral que disfrutaban al máximo.
Los vampiros eran las únicas criaturas que eran capaces de negarse a Él, sin que haya una masacre de por medio.
Redacté la carta y antes de mandársela llamé a Nathaniel.
—Me marcho.
—¿Cómo? Pero si llevas como una semana aquí —dijo anonadado. Llevaba más de un mes, pero para los vampiros eso era nada— ¡No puedes irte! El viernes es el cumpleaños de Jessica (cumple quinientos) y el domingo el de Maximiliano.
—Me da igual, me tengo que marchar —avisé enseñándole la carta sellada—. En casa me necesitan.
—¿Casa? Esta es tu casa ¡Los lazos no interesan! —exclamó—, Si quieres puedo ir, convertir a tu madre y padre, y no sería necesario que te fueras ¿verdad?
—¡No funciona así, Nathaniel! Mi mundo, se está yendo al carajo. —contesté—. ¡Se que no lo entiendes! Pero es el lugar donde crecí, mi verdadero hogar, esto es… una ilusión.
Nathaniel se mordió el labio y se acercó al escritorio, con lentitud. Sacó una hoja y redactó una larga carta. Lo observé, sin decir nada al respecto.
—Está bien, lárgate, pero aquí siempre tendrás un sitio donde regresar ¿comprendes? —afirmó, metiéndose la hoja en el bolsillo de la chaqueta—, yo me aseguraré de que tu plaza quede como tal está. ¡Ve a salvar el mundo, o lo que sea que necesites hacer! Pero, date una vuelta de vez en cuando ¿Vale?
Asentí y los dos salimos del lugar, mandé la carta y esperé un día antes de recibir una carta de respuesta que decía una única palabra:
"Apúrate"
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