¡Feliz Halloween! (En caso de que lo haya subido a tiempo) en esta ocasión les traigo una versión alterada de un cuento popular (Huy que original…) sé que no es original, pero llevaba esto en mente desde hace tiempo, más con la alarmante falta de analogías de BNA con dicho cuento.

Quería hacer algo fuerte, pero falle en ello porque soy débil, mi consejo es que no lo tomen enserio… o no demasiado.

Eso sí, dejen sus comentarios sobre la historia, ya sea uno divertido, una crítica u observación, todos son bienvenidos.

Sin más empecemos.


Acto 1; Caperucita.

En un claro, en un intento de granja edificada en medio de un mar de árboles, vivía una chica peculiar, de la mayoría de las hijas de los múltiples peregrinos que vagaban por el mar de árboles, Michiru era el tipo de chica que puede considerarse desafortunada.

Su padre intento hacerse de su propia fortuna, por medio de una granja a pocos kilómetros de la villa donde vivía con su familia.

Lamentablemente, hace años, después de una tormenta, el terreno donde se edificaba la villa quedo permanentemente dañado por el agua, convirtiéndose en un pantano y obligando a sus habitantes a trasladarse muy lejos de ahí en búsqueda de un nuevo sitio.

Sin la cercanía con la gente, la granja del padre de Michiru empezó a sufrir percances, pues la mercancía que producía no llegaba muy lejos y con el tiempo perdió los compradores de su producción.

El hombre fue necio antes la idea de dejar el trabajo de su vida, negándose a seguir al resto de la gente, ante la creciente penuria de su pequeña familia, la madre de Michiru decidió que era hora de partir caminos, por lo cual se adentró en el bosque para seguir a los demás.

Pese a la enorme tristeza que eso le provocaba, Michiru decidió quedarse… tal vez era el cariño innato que le tenía a su padre o el poco apego que su madre le tenía al no ver sus expectativas de vida realizadas.

Pero Michiru permaneció en la granja, manteniéndola cuando menos sustentable con ayuda de su padre, tomando la labor no muy deseada para una chica joven de veintiún primaveras.

Podría decirse que, pese a las desafortunadas circunstancias, Michiru se las arreglaba para ser feliz.

Lamentablemente, habiendo perdido a su mujer y con la granja sosteniéndose a duras penas, el padre de Michiru era una historia distinta.

Después de hacer todas las labores por su cuenta por tercer día consecutivo, producto de otro episodio de depresión intermitente de su padre.

La simpática chica se dirigió a la choza que habitaba con él, sudada, asoleada y cubierta de tierra, su espalda punzaba por segundos con dolor, sus manos estaban rojas y astilladas, algo de olor a estiércol inevitablemente se le había pegado, mirando la puesta, aprecio que solo quedaba suficiente sol para tomar un baño con una austera cantidad de agua, lo cual ponía una expresión acida en su rostro.

"Habría terminado hace horas si…" Es tu padre, se recordó a si misma.

Michiru se lo pensó un poco, pero termino abriendo la puerta, viendo al hombre de abundante barba y edad mirar el fuego de una lastimera chimenea.

"Papá, me serviría un poco de ayuda con la leña, aun no se manejar muy bien el hacha" le pidió con algo reserva, el hombre ni parpadeó, manteniendo la vista en el fuego "L-las vacas también tienen algunos problemas para obedecer, estoy segura de que si tu…"

"olvídate de eso…" la interrumpió en seco, no había escuchado su voz en un tiempo, el hombre volvió a hablar con un tono desinteresado "¿sabes…? no he visto a tu abuela en un tiempo, tal vez deberías ir y darle una visita"

"¿L-la abuela?" pregunto atónita ante el repentino tema en la mesa.

"Si… toma lo que quieras… y ve al éste, si sigues caminando veras su casa, quédate con ella el tiempo que gustes, le vendrá bien la compañía… yo me encargare del trabajo entre tanto" Michiru permaneció estática frente a la puerta.

Por lo que sabía, la abuela tenía un estilo de vida parecido al suyo, pero ni su padre o madre la habían mencionado en años.

No la conocía y realmente ver a una cara nueva sonaba lindo, además… si eso pondría a su padre a trabajar y a salir de la cama, para ella era un ganar - ganar.

"¿Cuándo debería partir?" acepto sin declararlo y con cierta alegría, al ver que no tendría que laborar por al menos un día.

"Cuando quieras, puede ser mañana al amanecer…" el hombre le dijo casi sin interés, solo mirando el fuego.


A la salida del sol al día siguiente, Michiru tomo todo lo pertinente y que podría gustarle a la abuela, huevos, mermelada de moras silvestres, leche, papas, zanahorias… no había demasiado que llevar de este lugar.

Sería una visita agradable considerando que no había interactuado con otra persona en un tiempo.

Se colocó sus mejores prendas que sirvieran para la caminata, que según su padre no sería tan larga.

Una camisa blanca, una falda roja, botas de piel para recorrer el campo, suficientemente femenino para sus gustos, pero aun útil para moverse de manera eficiente, pero sentía que necesitaba algo más.

Buscando entre las cosas que su madre había dejado atrás, encontró una capa, perfecta para cualquier clima impredecible y como un extra, esta contaba con una caperuza, todo en un llamativo color rojo.

"¿Cómo me veo?" Le dijo a su padre, irrumpiendo en su habitación mientras este aun dormía.

Su hija por primera vez en un tiempo se veía como una dama.

"Te ves adorable… tomate tu tiempo con la abuela, yo me encargare de lo demás" le dijo volviendo a poner la cara contra la almohada.

"Solo… no duermas demasiado… te quiero" Michiru le dijo discretamente abatida al verlo así, cerrando la puerta y devolviendo a su padre a la penumbra, esperando que cumpliera con su parte de mantener el trabajo cubierto.

Camino hasta el límite de la granja, dirigiéndose hacia el éste, uno de los perros la despidió en la salida de la cerca, la chica le prohibió seguirla haciéndolo volver.

La extensión del mar de robles era interminable, pero el sendero discretamente formado le ayudaba a orientarse.

En su caminata, pudo observar aquello que la cerca de su granja mantenía lejos, los ciervos, los conejos, los pichones, todos fuentes de alimento cuando las patatas, huevos y hongos eran insuficientes.

Pero también adorables a la vista.

Paso un tiempo caminando, tiempo que ella no sabía… habían sido horas, ahora el sol se posaba sobre su cabeza marcando el mediodía.

Y el lugar a donde se dirigía aun no estaba a la vista.

Consultando su brújula, rectifico que de hecho estaba yendo hacia el éste… tal vez ¿Solo un poco más?


El sol cambio de posición de nuevo… y el sendero había desaparecido frente a una imponente sección del bosque que se volvía aún más densa.

No había nada ahí… ni un solo rastro de civilización.

De pie frente al panorama, Michiru empezó a pensar en silencio.

Tal vez… ¿se había equivocado? Tal vez quiso decir oeste… pero, ese sería un error fatal para darle como dirección a tu hija… ¿No?

La chica de capa roja decidió que le preguntaría ella misma, se dio la vuelta, dispuesta a recorrer todo el camino de vuelta, resignándose a llegar durante la noche, lamentó no traer un farol.

Solo dio unos cuantos pasos, solo eso fue suficiente, como para que dé entre la espesura, apareciera un miembro no amigable de la fauna.

Un jabalí, perezoso y vago, interrumpiendo su camino, Michiru hizo su mejor esfuerzo para no hacer nada que el animal percibiera como una amenaza, pero por lo visto, su sola presencia no era grata.

"H-hola, y-yo solo" su único intento de rodear al animal lo alebresto en el acto.

"¡Squeeeee!" el animal pronunció un chillido aterrador que le dio escalofríos a la chica.

La criatura cargo contra la caperuza haciendo que esta corriera en dirección contraria.

"¡Nononononononono!" Michiru repetía para sí misma, teniendo en mente que se estaba alejando aún más del sendero, no estaba segura de que era lo que le haría el animal de alcanzarla.

Pero no quería averiguarlo.

El jadeante animal parecía cada vez más cerca, poniéndola cada vez más aterrada, una vez que lo sintió detrás de ella, Michiru dio un giro haciendo que el animal derrapara con sus patas en la tierra, finalmente perdiendo la línea recta, siguió corriendo hasta que el animal volvió a pisarle los talones.

Esta vez, el necio jabalí le dio seguimiento a su maniobra, envistiéndola en el trasero y arrojándola por una pendiente que no había visto.

Michiru rodó cuesta abajo junto con su cesta, desparramando todo su contenido, golpeo el suelo varias veces en su descenso, al llegar abajo, su lucidez se desvaneció hasta dejarla inconsciente.


Los vere en la siguiente página… recuerden votar y comentar.