hola les traigo una adaptacion de TERESA SOUTHWICK "LOCA POR TI" (LOCA POR AMARTE) DESTINO, TEXAS#01 y los personajes de Stephenie Meyer. espero que les guste
Diez años después…
Edward Cullen había vuelto a la ciudad.
Y ella iba a verlo en cualquier momento.
Bella Swan se asomó a la ventana de su cuarto de estar preguntándose si sería puntual. Él había sido nombrado presidente de la asociación de rodeo de enseñanza secundaria, y tenía que buscar un lugar donde celebrar los campeonatos del estado. Por aquella razón su futuro estaba en manos de Edward, pues Bella necesitaba que él escogiese su rancho, Círculo S, como sede de los campeonatos. Pero si la historia se repetía, iba a tener problemas.
El sonido del motor de un coche se hizo audible por encima del ruido del aire acondicionado de la casa, y Bella abrió una rendija de la ventana para echar un vistazo. Un último modelo de ranchera subía por el camino hacia la casa. Él había llegado.
Desde que descubrió que Edward había vuelto, había estado muy nerviosa, y no solo por el impacto que él podía tener sobre su vida en cuanto a la posible elección del rancho. Una y otra vez se había repetido a sí misma que él ya no le interesaba, que ella ya era una mujer y no podía hacerle daño.
Pero su corazón latía acelerado. Se apartó de la ventana y respiró hondo al tiempo que se alisaba los pantalones caqui. Después se ajustó el cinturón y comprobó que llevaba la blusa bien recogida. No había querido recibirlo con los vaqueros y la camisa sucia que había utilizado para limpiar los establos aquella mañana; quería ofrecer su mejor aspecto.
Llamaron a la puerta y Bella contó hasta diez. Estaba muy nerviosa.
Allá vamos –se dijo a sí misma al tiempo que abría.
Casi se le para el corazón. Edward tenía diez años más, pero su aspecto era mejor de lo que ella recordaba. Aún tenía ojos verdes de chico malo, el mismo pelo castaño claro y la nariz ligeramente aguileña. En cuanto a sus facciones, la cara angular y la mandíbula cuadrada, parecían más duras. ¿Por qué lo encontraba tan increíblemente atractivo?
Pero inmediatamente fue consciente de que de pie, en la puerta de su casa, estaba Edward Cullen, el mismo hombre que había destrozado su corazón cuando ella tenía catorce años. Aquella conmoción borró de golpe los diez años transcurridos y se apoderaron de ella unos sentimientos tan profundos y dolorosos como los de aquella lejana noche. Aunque deseaba no hacerlo, lo recordaba todo con demasiada claridad.
La humillación de su último encuentro volvió a hacer presa de ella, como tantas otras veces desde entonces. Las cosas que le dijo y el beso que le dio todavía la hacían sonrojarse.
No era capaz de pensar con coherencia. Menos aún de decir nada, porque se le había formado un nudo en la garganta.
Él la miró unos instantes antes de reconocerla.
¿ Bella?
Hola, Edward. Ha pasado mucho tiempo.
Desde luego no la había reconocido de inmediato, ya que la última vez que se vieron ella era una niña delgaducha y él le había dicho que besaba como una chiquilla. Ahora era una mujer adulta y no la niña que lo había empujado a la piscina. Aquel recuerdo ocupaba su mente desde que se había enterado de que él era el nuevo presidente de la asociación. ¿Le guardaría él algún rencor? O, peor aún, ¿se acordaría de las cosas que le había dicho? El silencio se alargaba, y él se aclaró la garganta.
¿Cómo estás?
Bien. ¿Y tú? –preguntó ella.
Muy bien.
¿Acabas de llegar a la ciudad?
Esta mañana llegué de El Paso –contestó él asintiendo–. Estás estupenda – añadió mirándola fijamente.
¿Yo, la delgaducha? –preguntó ella incapaz de resistirse. Esperaba que los nervios que le atenazaban el estómago no la traicionaran.
Lo digo en serio. Has cambiado mucho –dijo él sonriendo de forma pícara.
Por aquella sonrisa ella supo que les decía ese tipo de cosas a todas las chicas. Aunque había intentado olvidarlo, a lo largo de los años no había podido evitar leer las historias que la prensa sensacionalista y las revistas publicaban sobre sus conquistas amorosas. Antes de desaparecer, él había salido con mujeres con las que ella nunca pudo competir. ¿Por qué iba a acordarse de que una vez fueron amigos?
Has madurado –dijo él.
Suele ocurrir cuando pasan… –dijo ella intentando parecer pensativa–.¿Cuántos años hace que nos vimos por última vez?
Bella no quería que él se diese cuenta de que recordaba claramente la última vez que se vieron.
No lo recuerdo –dijo Edward, y por un momento dejó de sonreír y frunció el ceño–. Yo diría que hace bastante tiempo, porque hacía diez u once años que no venía a Destiny.–
¿Tanto? –dijo ella, intentando parecer lo más inocente posible.
Más o menos –dijo él asintiendo.
Bella pensó que estaba muy atractivo. De hecho, tenía mejor aspecto que hace diez años. No solo no tenía entradas, sino que no tenía ni una sola cana.
Llevaba el pelo muy corto, y Bella sabía que si estuviese un poco más largo se le rizaría.
Un hombre de su edad debería tener un poco más de tripa, pues ya estaba cerca de los treinta. Pero al echar un vistazo a su camisa blanca bien recogida dentro de los vaqueros, se dio cuenta de que su abdomen estaba firme y liso.
Llevaba las mangas de la camisa dobladas justo por debajo del codo, precisamente por donde a ella le parecía que deberían llevarlas los hombres. Y aquel era un aspecto que le gustaba.
Pero tenía que recuperar el control de sí misma. Ya no era una niña de catorce años enamorada, y él ya no le interesaba. Si hablaban sobre su embarazosa confesión y el impulsivo beso, lo atribuirían a las hormonas de la adolescencia y se olvidarían de ello.
¿Entonces, no recuerdas la última vez que nos vimos? –insistió ella, intentando averiguar qué recordaba.
¿Debería? –preguntó él pensativamente.
Realmente no lo recordaba. Era una buena noticia, pero entonces, ¿por qué le enfurecía que el instante más humillante de su vida no fuese lo suficientemente importante para él como para recordarlo?
Mitch negó con la cabeza. – Lo único que puedo decir es que has cambiado mucho.
Lo tomaré como un cumplido –dijo ella.
Casi no te reconocí. Tienes el pelo distinto.
Él recordaba su pelo largo y liso de color castaño oscuro. Pero, tras dos años estudiando en Texas, su compañera de habitación la había ayudado a elegir un atractivo corte de pelo y le había enseñado que el carmín sirve para algo más que para escribir en los espejos. A partir de ahí, Bella empezó a recobrar la confianza en sí misma que había perdido en unos instantes con Edward, y su vida social mejoró. Y así hasta hacía un año, cuando su prometido la dejó por la mujer que anteriormente lo había dejado a él. Aquello le recordó lo verdaderamente frágil que era aquella recuperada confianza en sí misma.
Edward la observaba detenidamente. ¿Era un brillo de admiración lo que había en sus ojos? Bella sintió una oleada de felicidad, y se maldijo a sí misma por reaccionar de aquella manera a las sutiles pero agradables palabras de Edward.
Si, como había creído, estaba preparada para enfrentarse a él, ¿por qué la afectaba aún de aquella manera? Solo había pasado dos minutos con Edward Cullen, el que fuera el vaquero más solicitado de Texas, y el calor que desprendía amenazaba con derretirle los huesos.
Bella se dio cuenta de que aún estaban en el porche.
No era mi intención tenerte aquí afuera. Pasa, por favor.
Las botas de él resonaron en el suelo de madera cuando entró.
Gracias –dijo.
Una sola palabra pronunciada por él, con su voz profunda, era suficiente para hacerla estremecer.
Bella cerró la puerta. Era mayo y aún no hacía mucho calor, pero había regulado el termostato para que en el interior de la casa se estuviese a gusto.
No quería darle ninguna excusa para que rechazase su rancho.
Edward se quedó en la entrada con el abrigo entre las manos. Miró a su alrededor y frunció el ceño. ¿Qué estaría pensando? se preguntó ella mirando también a su alrededor. A la derecha estaba el cuarto de estar con la chimenea de piedra, y delante había dos butacas con una mesita de café, de madera de roble, en medio. A su izquierda, el salón, que también tenía chimenea, pero de ladrillo, con un sillón nuevo reclinable delante de la televisión. El suelo era de madera oscura en todas las habitaciones del primer piso.
La casa se había construido en los años treinta, y las tierras sobre la que se asentaba habían pertenecido a la familia de Bella durante generaciones.
El dinero que ella había invertido en el mobiliario nuevo era parte de su plan para que la casa siguiese perteneciendo a la familia.
¿Qué tal está Irina? –preguntó él.
Debería haber imaginado que él se acordaría de su hermana. Sintió una punzada de dolor en el corazón.
Irina está bien, gracias. Está trabajando en Dallas –añadió.
Por si acaso era ella la razón de que hubiese vuelto, sería mejor que Edward supiese que no la iba a ver; al menos no en Destiny.
¿Es abogada? –preguntó él.
Está especializada en derecho de familia.
Bella intentó que no la molestase el hecho de que él recordara que Irina siempre había querido ser abogada; sin duda alguna, se habían contado el uno al otro sus sueños y esperanzas.
A ella apenas la había reconocido, y sin embargo recordaba que Irina quería ser abogada a pesar de que le había roto el corazón marchándose con otro. ¿Seguiría sin querer ver o hablar con nadie que se apellidase Swan?
¿Qué has estado haciendo estos últimos años? –preguntó Bella para romper el silencio.
Edward fijó su mirada en ella. - Al principio me dediqué a los rodeos.
Me enteré de que renunciaste a tu beca.
En su momento me pareció lo más adecuado –dijo él frunciendo el ceño, y aquel gesto le hizo recordar aquella noche junto a la piscina.
Bella quiso morderse la lengua. Nunca había podido pensar con claridad cuando estaba cerca de él. Se pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja con gesto nervioso.
¿Vamos a la cocina? ¿Quieres un vaso de té helado?
Sí, gracias.
Ella lo invitó a que pasara delante, y Edward encontró la cocina con la misma facilidad que si hubiese estado allí el día anterior.
Bella pensó que de espaldas era casi tan atractivo como de frente, y se odió a sí misma por fijarse en aquello: una espalda ancha que se iba estrechando hasta su esbelta cintura. Su trasero, recogido en los gastados vaqueros, era casi una obra de arte, aunque se dijo que aquella era una observación puramente objetiva, porque no sentía nada por él.
Cuando sus hormonas se apaciguaron, se dio cuenta de que Edward cojeaba ligeramente. Recordó vagamente haber leído algo sobre un accidente, pero no en la prensa sensacionalista, que solo se dedicaba a equiparar sus conquistas amorosas con sus impresionantes demostraciones de rodeo.
Probablemente había mucho más en su vida y el hecho de que fuese presidente de la asociación de rodeo era una pista.
La cocina tenía forma de «U», parte de la cual era una barra con banquetas. En vez de sentarse en una de ellas, como siempre había hecho, Edward pasó al otro lado de la barra y se apoyó en la encimera de azulejos color beige. Bella podía sentir su mirada sobre ella mientras sacaba la jarra de té helado de la nevera y abría el armario para sacar un vaso.
Los recuerdos la invadieron mientras servía la bebida con manos temblorosas; le había servido té helado siempre que le había hecho compañía mientras él esperaba a que Jen bajase. Intentó no pensar en ello, pero no conseguía olvidar cómo años atrás había suspirado por él, fantaseando con que ocurriera un milagro y se fijase en ella y esperando que un día fuese a ella a quien él esperase.
¿Cómo has llegado a ser presidente de la asociación de rodeo? –preguntó Bella –. ¿Tiene que ver con que fuiste campeón del estado?
¿Te acuerdas de eso?
Sí.
Edward apretó las mandíbulas antes de contestar.
Como has dicho antes, renuncié a la beca para entrar en el circuito del rodeo.
El primer año me fue bien; me presenté al campeonato nacional en Wyoming.
Tenía diecinueve años, así que aproveché el momento.
¿Y qué pasó?
Fui campeón durante dos o tres años, hasta que… –parecía como si no quisiese proseguir.
¿Hasta qué?
Tuve un par de accidentes –dijo él como si no quisiese darle importancia.
Bella decidió utilizar su mismo tono de voz y quitar dramatismo a la conversación.
¿De verdad? No parece que montar sobre un par de toneladas de toro enfurecido sea mucho más complicado que montar en los caballitos de feria – se burló.
Edward hizo un mohín.
Todos los golpes fueron en la pierna derecha. El tercero fue el peor; el médico dijo que uno más y quizá no hubiese vuelto a caminar.
Aquellas palabras ablandaron el corazón de Bella, a pesar de todos sus esfuerzos por endurecerlo. Sabía lo mucho que el rodeo había significado para él. Era lo único de lo que hablaba.
No tenía ni idea. Siento haberte hecho una broma tan estúpida.
No te preocupes, lo he asumido –dijo él sonriendo.
Su sonrisa hizo que las mariposas empezaran a revolotear de nuevo en el estómago de Bella.
¿Qué hiciste después? –preguntó.
Volví a la universidad.
¿Y la beca?
No la necesitaba –dijo él negando con la cabeza–. No como en…
Aunque no continuó, Bella sabía lo que había estado a punto de decir: en la época de instituto era un niño sin recursos que vivió con una familia de acogida hasta que cumplió los dieciocho años. Desde entonces estuvo solo, y necesitaba la beca para poder ir a la universidad. Aquélla era la razón por la que Bella se sorprendió tanto cuando renunció a ella.
Entonces, ¿fuiste a la universidad? –preguntó ella apoyándose en la encimera y cruzando los brazos.
Había bastante espacio entre ellos, pero no el suficiente para amortiguar la fuerza de su atracción, la forma en que él despertaba sus emociones sin tan siquiera intentarlo.
Sí –dijo Edward dejando el vaso en la encimera–. Me licencié en Económicas en Ucla. Después puse en marcha la empresa Desarrollos R&R.
He oído hablar de ella –dijo Bella; lo que no había oído es que él era el dueño.
¿Sí?
Bella asintió.
Leo la sección de finanzas del periódico todos los días. Tu empresa ha sido mencionada un par de veces en relación con unos proyectos aquí en Texas.
Desde luego, es una empresa a la que merece la pena seguir de cerca.
Eso intento –dijo él–. Pero echaba de menos el rodeo.
¿Y quién no? Todo el mundo debería caer en el barro empujado por un toro furioso al menos una vez al día.
Los dos se í es como Bella se sentía diez años atrás, antes de que todo se estropease Como arcilla entre sus manos. Pero inmediatamente sofocó aquella sensación. No quería volver a sentirla, no quería volver a amar a un hombre enamorado de otra mujer. - ¿Cómo te convencieron para que te presentases a presidente de la asociación? –le preguntó.
Jasper Hale me llamó.
¿De verdad?
Jasper tenía un rancho en Destiny, y se había hecho cargo del negocio de su padre. Suministraba animales a los rodeos de todo el país. Edward y él habían participado en rodeos juntos en el instituto.
Sí. Hemos mantenido en contacto. La asociación estaba en apuros cuando dimitió el presidente; puso como excusa el trabajo y las obligaciones familiares. Como yo no tengo obligaciones familiares –dijo dejando la frase en el aire–, Jasper pensó que podría ayudar, porque además tengo negocios en esta zona.
¡Así que no estaba casado! Bella sintió alegría.
¿Y? –dijo, segura de que había una razón más importante para que Edward hubiese aceptado.
Me ofreció el puesto. Es solo temporal; no hubiese aceptado un cargo permanente. – Jasper debía saber que por alguna razón, lo considerarías –dijo ella.
Sí.
¿Qué fue?
Sabía que el rodeo me había salvado la vida.
Edward no estaba seguro de por qué había dicho aquello, sobre todo al ver la cara de sorpresa de Bella. Ella intentó disimular y a él le pareció increíblemente atractivo verla intentarlo.
Edward sintió que había algo especial en estar de vuelta en Destiny, y más aún en estar de nuevo con Bella Swan en aquella habitación. Había dicho la verdad cuando al llegar le dijo que casi no la había reconocido. Ella había cambiado: el pelo castaño claro con mechas doradas le llegaba por los hombros, y sus ojos marrones, llenos de vida e inteligencia, lo retaban. Era una niña la última vez que la vio, pero aquella noche…
Cuanto más tiempo pasaba en aquella cocina hablando con la hermana pequeña de Irina, más cosas recordaba. Se dejó llevar por los sentimientos: frustración, añoranza y enfado, que se convertían en ira e impotencia.
¿Por qué dices que te salvó la vida?
Ya sabes que yo era un niño al que nadie quería –dijo, y pensó: «ni siquiera tu hermana»–. Podría haber tomado cualquier camino en la vida.
Conozco los antecedentes –dijo ella.
Esa es una forma amable de decir que mi padre se marchó antes de que yo naciese y que mi madre se fugó con un trabajador de la construcción cuando yo tenía diez años.
¿Por qué se empeñaba Bella en hablar de algo que ya sabía? pensó furioso.
Algo que él llevaba toda la vida intentando olvidar. No tenía ningún sentido.
Bueno, es agua pasada –dijo ella sin ningún tipo de emoción en la voz.
Edward estuvo a punto de sonreír.
Para mí no, pero lo he asumido –dijo mintiendo a medias–. El caso es que por aquel entonces el rodeo era lo único que tenía y que se me daba bien.
Eras la única persona más malvada y más loca que los propios toros –dijo ella.
Tenía razones para ello –dijo haciendo una mueca–. Pero aprendí unas lecciones importantes.
«¿Cuáles? –preguntó ella en vista de que él no continuaba.
No asentir con la cabeza a no ser que sea en serio.
Solías decir que esa era la regla número uno para montar sobre un toro.
Me sorprende que lo recuerdes.
Tengo buena memoria –dijo ella.
No como yo» pensó Edward. No había muchas cosas buenas que recordar de aquella época.
Pero me di cuenta de que hay algo más importante que eso –dijo recordando otra regla de oro.
¿Qué es?
No cuentes con nadie más que contigo mismo.
Edward vio la sombra que cruzó la bonita cara de Bella y se preguntó a qué podría deberse, pero no dijo nada.
Creo que aprendiste una lección equivocada –dijo ella–. ¿Quién te la enseñó?
Tu hermana. En el campeonato de rodeo, la noche en que la encontré acostada con James Adams.
