Cuando lo vio en aquella ciudad, tan alejada de donde le había conocido, no pudo evitar seguirle. Al principio, fue por simple curiosidad, pensó en descubrir lo que le había llevado a alejarse tanto de su tierra, pero pronto se percató de que había cosas que jamás cambiarían. A pesar de su altura, de su mirada siniestra y de su imponente aspecto, Zoro, seguía siendo tan tierno y torpe como cuando era un niño pequeño y su sentido de la orientación seguía igual de atrofiado que en aquel entonces. Y así se lo demostró cuando se acercó a ella al creer que estaba en peligro con un par de rufianes que intentaron atacarla. Quiso defenderla, pero no hizo falta, ella se valía de sobra contra aquellos torpes.
Trato de despedirse ella y le vio pedir indicaciones para tomar la dirección incorrecta en la primera bifurcación, sin poder contener la risa que el suceso le provocó se ofreció a acompañarlo. Fueron hasta una pequeña tienda en la que se vendían armas. Le escuchó hablar con el encargado, buscaba un espada, cualquiera en realidad serviría dado el poco presupuesto con el que contaba, pero lo que la dejó sin palabras no fue el encontrar una katana maldita con sed de sangre perdida en un barril, si no aquella de color blanco que estaba amarrada a su cintura. Al principio no se había fijado en ella, ya que no había podido dejar de mirar aquel rostro que aún en sueños añoraba. Pero allí estaba ella.
Wado Ichimonji se balanceaba en la cadera del espadachín como si siempre le hubiese pertenecido, resplandeciendo orgullosa y ella supo que había hecho bien dejándola en casa. Hubiese sido imposible morir en un accidente y que aquella majestuosa arma desapareciese en misteriosas circunstancias, aunque su padre lo hubiese podido arreglar, de eso estaba segura.
Había sido una noche, en apariencia rutinaria y aburrida, cuando su vida había dado un vuelco total. Su padre había entrado en su habitación y le había hecho una inesperada propuesta a la que ella había accedido. Llenaron un pequeño carro con comida y enseres necesarios para la vida en el mar y lo empujaron hasta la playa donde un pequeño grupo de hombres los esperaron junto a una hoguera.
Se mantuvo en silencio mientras un hombre de aspecto siniestro le tendía la mano a su padre y hablaban sobre una revolución que se estaba llevando a cabo. Un cambio en el mundo, algo que convertiría a todos en iguales, sin distinción de raza o nacimiento y ella sonrió pensando en que todo aquello era tontería, que ella nunca lograría sus sueños por el simple hecho de ser mujer. Pero ese hombre, que se hacía llamar Dragón, se río en su cara ante sus dudas. Con voz tranquila la explicó que si ella no llegaba tan alto como había imaginado solo sería porque su voluntad era débil y quebradiza. Esa misma noche decidió seguirlo y así se lo comunico a su padre, quien lejos de preocuparse, la miró hinchado de orgullo.
Esa noche Kuina murió. Se cayó por las escaleras, se golpeó en la cabeza y no volvió a recuperar el conocimiento. Unas horas más tardes, el médico del pueblo la declaró muerta y su padre se mostró devastado, incluso le escuchó llorar mientras decía que su hija se había ido para siempre. Y en el fondo tenía razón, esa noche zarparía junto a la armada revolucionaría y entraría a formar parte sus filas. Solo la voz del niño que la veía como una igual era lo que casi la había hecho dejar toda aquella farsa y levantarse del lecho donde la despedían. Pero se mantuvo fuerte ante los reproches y las lágrimas. Se dejó morir en aquella habitación para renacer bajo la luz de la luna en la cubierta de un barco. Creyó que todos la olvidarían, que seguirían adelante, pero ahora que Wado estaba en su posesión sabía que Zoro jamás la había olvidada, que aún la respetaba como espadachina y eso la hizo querer llorar de alegría.
Se acercó a él y le habló de manera casual, sobre las katanas, sobre su espada, y sonrió cuando él la miró como si hubiese visto un fantasma. No la confundió, sino que la reconoció, aunque él no pudiese imaginar la verdad. Por eso no se sintió insultada cuando no quiso enfrentarla en duelo, lo comprendió, eran demasiados recuerdos los que agitaban su espíritu. Así que se lo puso fácil, desenvainó y fingió ser una torpe muchacha. Gritó que era una marine y que le detendría cumpliendo con su deber. Y así como Tashigi pudo hacerse un hueco en la vida de quien fue, y siempre sería su mejor amigo. Aunque él jamás podría imaginar la verdad.
