Disclaimer: Los personajes de Inuyasha son de Rumiko Takahashi y la historia es de TouchofPixieDust, yo únicamente traduzco. La canción Baby It's Cold Outside la escribió Loesser en 1944 y se vendieron los derechos a MGM en 1948. La han cantado docenas de artistas diferentes.
Ratón y lobo: Una historia de Navidad
—De verdad que no me puedo quedar —dijo Kagome con arrepentimiento.
Los últimos invitados a la fiesta se habían marchado. Kagome estaba decepcionada porque Inuyasha al parecer también se había ido. Se había quedado con la esperanza de tener una oportunidad de hablar con él, esperando darle el regalo que había envuelto, e incluso había sido lo bastante valiente para ponerle muérdago encima. Era la pista más grande que estaba dispuesta a dar. La vida habría cambiado para ella de una forma u otra. Le había llevado meses reunir el valor para arriesgarse.
—Pero, cariño, fuera hace frío.
Kagome hizo una mueca ante la sonrisa lobuna, por no mencionar la inapropiada expresión de afecto. Pero su madre la había criado para que fuera educada, así que se esforzó por permanecer agradable.
—Tengo que irme —murmuró mientras buscaba rápidamente su bolso. ¿Dónde estaba aquella cosa? Juraría que lo había dejado junto al perchero. Ya era hora de salir de la casa. Los avances de Kouga se estaban descontrolando. Los últimos invitados se habían ido y no iba a quedarse de ninguna manera si no había nadie más allí con ellos.
—Pero, cariño, fuera hace frío.
Claro que fuera hacía frío. Había nevado durante toda la tarde. Frunció el ceño ante sus pies con delicados tacones y deseó haberse puesto botas de nieve. No era como si Inuyasha hubiese notado sus bonitos zapatos, en cualquier caso. Al mirar hacia fuera, vio que la nieve caía con un poco más de intensidad que antes. Tenía que irse ahora o no sería capaz de atravesar la tormenta incipiente. ¿Por qué, oh, por qué no había aceptado irse con Sango? Había estado loca al pensar que podía convencer a Inuyasha para que la llevase a casa. ¿En qué había estado pensando? SABÍA que rara vez se quedaba mucho tiempo en las fiestas, o en cualquier especie de reunión, en realidad. Pero no paraba de pensar que había entrevisto su pelo plateado… pero nunca lo encontró. Ahora no tendría más remedio que ir andando hasta la parada de autobús a través de toda esta nieve. Y estaba oscuro y se estaba haciendo tarde.
Decidiendo ser firme pero educada, Kagome le dirigió una sonrisa a Kouga y estiró la mano.
—Esta velada ha sido muy agradable.
—Esperaba que te pasaras —dijo Kouga un poco demasiado deprisa, haciendo referencia a las muchas ocasiones en las que le había dado una invitación y ella la había rechazado amablemente. La única razón por la que había venido siquiera era porque Sango y Miroku habían jurado y perjurado que Inuyasha iba a venir. Y podría ser su última oportunidad de verlo antes de las fiestas. Y de verdad que quería que viera el muérdago. Tal vez ella soltaría alguna risita y lo sostendría sobre la cabeza de él, con regalo y todo, y le robaría un amistoso beso. Fingiría que no era tan importante como era.
Entonces, Kouga sostuvo su mano entre las suyas y ella se quedó paralizada, sus pensamientos finalmente se apartaron de Inuyasha.
—Sostendré tus manos… están como el hielo.
Ese sería el miedo repentino, pensó Kagome para sus adentros. Intentó retirarla, pero tenía un bastante buen agarre sobre su mano. Bueno, había intentado una despedida educada. Tal vez debería probar con un poco de lógica.
—Mi madre va a empezar a preocuparse —explicó.
—Bonito reloj el que llevas —dijo mientras jugueteaba con el delgado reloj que tenía alrededor de la muñeca que todavía tenía cautiva.
Ella contuvo la necesidad de arrancarlo y lanzarlo con la esperanza de que él fuera a buscarlo. Pero no era un perro juguetón… era más bien un… un lobo. Carraspeó y volvió a intentarlo.
—Mi padre va a estar paseándose de un lado para otro. —Vale, su padre se había marchado hacía años, pero seguro que Kouga no sabía eso. Seguro que un padre enfadado obtendría una reacción mejor que una madre preocupada.
—Escucha el rugido de esa chimenea.
Para consternación suya, intentó llevarla en dirección a la chimenea. Hundió los tacones e intentó ir hacia la puerta, pero sin éxito. Habrían estado bien unos zapatos con tracción. Tragó saliva al perder la batalla por su mano. La gente escribía historias sobre situaciones como esta. Y casi nunca acababan bien.
—Es que, de verdad, debería apresurarme.
—Hermosa, por favor, no tengas prisa.
Depositó una taza de chocolate caliente en su mano libre. Tal vez si le daba algunos sorbos podría hacer que bajara la guardia para poder escapar. Kouga estaba empezando a preocuparla de verdad. Tenía que estar loco, así que ella debía tener cuidado. Tenía que pensar.
—Bueno, tal vez solo media bebida. —El chocolate estaba delicioso, ella estaba nerviosa y terminó bebiéndose la taza entera. Tenía un regusto interesante y le hizo entrar rápidamente en calor. Tenía el calor suficiente para estar segura de que ahora podría sobrevivir esperando en la parada del bus. Aunque deseaba haberse puesto unos zapatos más adecuados.
—Pon unos discos mientras sirvo.
Kagome soltó una risita. ¿Discos? Quién tenía discos hoy en día. Soltó otra risita. Parecía muy, muy gracioso. Pero no estaba segura del porqué. Él le sirvió más chocolate caliente y fue a la ventana. Ella pensó que eso también era gracioso mientras empezaba a beberlo, disfrutando del sabor del chocolate y de la calidez que irradiaba.
—Los vecinos puede que piensen… —Pensar… ¿qué pensarían? Era difícil recordarlo. Sabía de qué estaba hablando hacía un momento. Entonces, las cosas se volvieron un poco… borrosas.
—Cariño, fuera el tiempo está horrible —dijo Kouga mientras cerraba las cortinas. Y cerró la puerta con llave.
—Dime… —Ahora sí que hacía mucho calor y se estaba haciendo más y más difícil pensar—. ¿Qué tiene esta bebida? —La habitación empezó a dar algunas vueltas cuando intentó caminar hacia la puerta. Apoyó la taza. ¿Qué le había hecho a su bebida?
—Fuera no hay taxis. —Fue hacia ella con su sonrisa lobuna. No… la sonrisa de un demonio.
Todo humor se disipó. Tenía que salir de allí. Pero no parecía lograr que su cuerpo funcionase bien.
—Ojalá supiera cómo… —jadeó mientras intentaba moverse.
—Tus ojos son ahora como luz de estrellas —dijo él en voz baja mientras le metía un mechón de su pelo detrás de la oreja. Tan rápido… se movía tan rápido.
—… Romper este hechizo… —Se concentró e intentó aclararse la cabeza. Tenía que luchar contra esto, fuera lo que fuera, que le había hecho a su bebida. Saldría de allí. Tenía que hacerlo. Pero… su cuerpo sencillamente no estaba cooperando con su cabeza.
—Yo cogeré tu gorro. Tu pelo está precioso.
No pudo evitar que le cogiera el gorro o la bufanda. Cuando se dio cuenta de que le estaba desabrochando la chaqueta, se preguntó vagamente por qué no podía apartarle las manos de un manotazo.
—He de decir que no, no —dijo con voz ronca mientras intentaba mover los brazos. Pero sus rodillas estaban empezando a ceder e hizo falta toda su concentración para mantenerse erguida.
—Te importa si me acerco.
Si antes no había estado invadiendo su espacio personal, ahora sí que lo estaba haciendo. Podía sentir su aliento sobre ella. Sentía como si fuera a devorarla, literalmente. Probablemente, por la mañana lo único que encontrarían de ella serían sus huesos. No. No, no, no. Ella no era de las que se rendía. Si iban a encontrar sus restos por la mañana, «al menos diré que lo intenté». Parpadeó. Pero ¿cuánto de eso había dicho en voz alta?
—¿Qué sentido tiene herir mi orgullo? —El abrigo se deslizó por sus brazos y dio contra el suelo.
—De verdad que no me puedo quedar. —Consiguió dar un paso atrás. Fue tembloroso y fue pequeño. Pero era un paso atrás. La habitación flotó ante sus ojos, pero tragó con fuerza y se empujó a dar otro paso. Corre, Kagome, se dijo. Corre.
Sin embargo, no llegó lejos. Su esfuerzo extraordinario se echó a perder cuando Kouga le agarró las manos fácilmente y la volvió a atraer hacia él.
—Cariño, no te resistas.
Inhaló para continuar. Kagome estaba segura de lo que iba a decir. Él lo dijo casi en un ronroneo y ella lo dijo con una sensación de pavor. De una forma retorcida, lo dijeron casi en armonía:
—Cariño, fuera hace frío.
Kouga se acercó. Puede que Kagome no hubiera tenido mucha (o ninguna) experiencia besando. Pero había leído muchos libros y había visto muchas películas, y sabía que Kouga estaba a punto de intentar robarle su primer beso. El beso que había estado reservando para Inuyasha desde que tenían doce años y ella se había enamorado perdidamente de él. La idea de perder ese beso con Kouga la ponía enferma. Muy enferma.
¡El mejor momento DEL MUNDO para ponerse enferma!
El demonio lobo se apartó justo a tiempo mientras Kagome empezaba a vaciar el contenido de su estómago en su alfombra. Le estaba bien empleado, pensó mientras él la cogía en brazos y la metía en el cuarto de baño cuando la golpeó otra ola de náuseas.
Una vez no le quedó nada que expulsar, se levantó temblorosamente y fue al lavamanos. Se limpió la cara y entonces notó su blusa. Afortunadamente, había pocas pruebas de su malestar. Recogió un poco de agua en un cuenco hecho con sus manos y removió el agua en su boca antes de escupirla. Entonces, encontró pasta de dientes y puso un poco en su dedo para poder lavarse los dientes lo mejor que pudo. Se preguntó cuánto tiempo sería capaz de esconderse allí.
La pregunta fue respondida en cinco minutos, cuando la puerta de abrió de repente de golpe y Kouga estuvo allí, apoyado contra el marco de la puerta. La miró de arriba abajo, luego le sonrió de una forma que le hizo saber que un diminuto episodio de malestar no iba a desviarlo de sus planes.
Antes de que él pudiera decir algo, ella dijo firmemente, aunque salió un poco tembloroso y débil:
—Simplemente debo irme.
—Cariño, fuera hace frío.
Apretó los dientes y los puños. Aunque le encantaría darle un puñetazo. El hecho de que él fuera un demonio y ella una humana la detenía. Era más probable que se rompiera la mano dándole un puñetazo que causándole alguna suerte de malestar. Afortunadamente, vaciar su estómago pareció aclarar un poco de lo que la había incapacitado y fue capaz de al menos volver a pensar.
En su mayoría.
Lo miró a los ojos y dijo:
—La respuesta es no.
—Cariño, fuera hace frío.
Deseó ser una miko de verdad y no solo una miko en formación. Sus planes nunca habían ido más allá de qué buena película había para ver, o de aprobar exámenes y entregar los deberes. Pero cuando su hermana Kikyo había cogido un día una bolsa de viaje y había dicho que se iba a ser misionera en un país lejano, a Kagome se le encomendó de repente la tarea de recoger el testigo por el honor de su familia. El testigo no fue aceptado exactamente con elegancia, Kagome se sentía culpable por ello. No podía recordar si alguna vez se había disculpado por armar tal escándalo por tener que ponerse en los zapatos de Kikyo. Esperaba tener la oportunidad. Rezó fervientemente por ayuda, suplicando, rogando, prometiendo tomarse las lecciones de miko en serio y practicar usando el arco y las flechas sagrados todos los días hasta que pudiera dar en el blanco.
Kouga continuó observándola con esa mirada hambrienta. El terror la llenó cuando se dio cuenta de que le esperaba más que la muerte a sus manos. Estaba atrapada. Intentando aparentar ser agradable y amigable (y en absoluto sospechosa), Kagome le dirigió una sonrisa y lo rodeó rápidamente. El roce de su ropa contra la de él hizo que escalofríos helados le recorrieran la columna. Casi salió disparada, pero apenas consiguió parecer tranquila mientras volvía a entrar en el salón. Si no hubiera mirado atrás, no habría visto el frunce que le estaba dirigiendo. Al parecer, no había pensado en qué pasaría si lo que fuera que le había echado en la bebida no hacía efecto. Ella intentó no traicionar la debilidad y el temblor que amenazaban con apoderarse de ella. Cogió su abrigo, lo recogió del suelo y se dio la vuelta para mirarlo con aquella sonrisa agradable que esperaba que lo engañase.
—El recibimiento ha sido…
—Qué suerte que te pasaras.
Ella ignoró su interrupción y siguió hablando:
—… Muy agradable y cálido. —Por no mencionar peligroso y terrorífico. Inuyasha había estado en lo cierto cuando le había advertido que se mantuviera alejada de él. Había pensado estúpidamente que quizás estaba un poco celoso y eso le había hecho sentir una pequeña emoción de alegría porque ella pudiera importarle. Así que había cometido un error colosal y nunca le había dejado claro al demonio lobo que no estaba interesada. No pensaba que lo hubiera animado nunca, pero no le había dado una bofetada cuando le había dado la mano en el instituto, simplemente la había soltado y lo había descartado como inofensivo. Además… Inuyasha siempre había puesto al lobo en su lugar.
—Mira por la ventana a la tormenta —dijo él y agarró la manga de su abrigo, evitando que se lo pusiera.
Bueno, no era su abrigo favorito, en cualquier caso. Sí que, no obstante, deseaba haberse puesto un buen jersey calentito, tres o cuatro sería lo ideal, en lugar de aquel vestido corto rojo poco práctico que había esperado que llamase la atención de Inuyasha. Unas botas de nieve y ropa interior térmica también habrían estado bien. Pero cuando se había vestido aquella tarde, no había pensado realmente que fuera a salir huyendo a través de la nieve y corriendo a través de una tormenta.
Kouga no había estado mintiendo, la tormenta era realmente feroz. La nieve haría que conducir fuera imposible. Ni siquiera podía llamar para que la vinieran a buscar, ya que la batería de su móvil se había agotado en mitad de un largo mensaje para Sango sobre si debería sacar el muérdago del regalo o no. De todos los días que había para olvidarse de cargarlo…
No podía hacer retroceder el tiempo, se recordó. Recomponte y sal. Debió de sorprenderlo cuando soltó el abrigo y salió corriendo hacia la puerta, porque pudo descorrer el cierre y abrirla antes de que él se diera cuenta de lo que había hecho. Tenía un pie fuera cuando sintió su mano sobre su brazo. Notaba el corazón como si le fuera a explotar. Intentó calmarse mientras se giraba para mirarlo.
—Mi hermana sospechará. —Técnicamente, no era mentira. Kikyo habría sospechado si todavía estuviera en casa en lugar de vagando por algún lugar del país.
—Cielos, tus labios parecen deliciosos.
A Kagome se le revolvió el estómago. Sí que recordaba que acababa de dejar su malestar por todo su suelo, ¿no? Tal vez no debería haberse lavado los dientes. ¿Asqueroso? Sí, pero podría haber sido alguna especie de protección. Vale, su hermana no era exactamente algo que le hiciera replantearse lo de tomarla como rehén. Apretó su agarre y empezó a tirar. Enterrando los talones, intentó pensar en algo más amenazador que su hermana ausente.
—Mi hermano estará junto a la puerta. —Bueno, su hermano era unos años más pequeño que ella. ¿Y qué? Sin embargo, por lo que Kouga sabía, tenía hermanos mayores enormes que podían aplastar coches con sus manos desnudas.
—Olas en una orilla tropical.
¿Qué?
¿QUÉ?
¿Olas en una orilla tropical? Estaba loco de verdad.
—¡La imaginación de mi tía soltera es despiadada! —Si le importaba un poquito, no querría que calumniasen su carácter. Tiró de ella hacia el interior, directamente hacia el sofá. Al parecer, su honor no significaba mucho para él.
—Cielos, tus labios son deliciosos.
Las puntas de sus dedos tocaron sus labios y cada fibra de su ser gritó. Retrocedió rápidamente y chocó contra la mesita auxiliar. Hubo un tintineo cuando su reloj dio contra algo. Giró la cabeza y vio el cenicero. Cogió rápidamente una de las colillas y se la metió entre los labios. Era asquerosa y nauseabunda, pero infinitamente mejor que lo que él estaba planeando. Tal vez el olor lo ahuyentaría.
—Bueno, puede que un cigarrillo más —dijo mientras este subía y bajaba al hablar.
Él arrugó la nariz y retrocedió un paso. La puerta seguía abierta, la nieve estaba espolvoreando la alfombra mientras el viento la echaba hacia dentro. La huida estaba tan cerca que podía saborearla. Bueno, sería capaz de saborearla si el olor del tabaco no fuera tan abrumador.
—Nunca ha habido tal ventisca —recalcó, todavía manteniendo la distancia. Ella casi sonrió en gesto de victoria cuando volvió a mover la nariz. Pero fue una victoria corta. El cigarrillo estuvo fuera de su boca y fue lanzado a una papelera antes de que pudiera parpadear. Escupió los restos de tabaco e intentó que no le dieran arcadas.
—Tengo que llegar a casa. —Lo observó cuidadosamente, su voz se quebró con el ruego. Tenía que esperar hasta que estuviera distraído para poder huir. Intentando no mirar a la puerta todavía abierta, calculó cuánta ventaja necesitaría para escapar.
—Pero, cariño, ahí fuera te congelarías.
Por favor, oh, por favor, no permitas que haya dicho todo eso en voz alta, rezó. Afortunadamente, parecía que no había estado dando voz a sus pensamientos, después de todo. Vio que él buscaba algo en sus bolsillos. Era chicle. Le tendió un trozo, pero ella negó con la cabeza. Lo que necesitaba era pensar en una distracción para escabullirse de la casa. Su cerebro, no obstante, seguía un poco disperso y era difícil mantener sus pensamientos unidos. Se sentía débil, enferma y asustada. Fuera, la nieve todavía caía con rapidez. En la ventana vio su reflejo devolviéndole una mirada de ojos turbados. Su hermoso vestido se había rasgado en algún momento. Su maquillaje se había ido al lavarlo antes cuando se había encontrado mal, dejando solo borrones donde se le había corrido la máscara de pestañas. Su pelo estaba hecho un desastre. Ella estaba hecha un desastre. Eso le dio una idea. Mantuvo los ojos en el suelo para que no traicionaran su emoción.
—Oye… —Era una posibilidad remota—. Préstame un peine. —Para cuando regresase del cuarto de baño estaría ya por la mitad de la manzana. Ni siquiera sus sentidos demoníacos podrían seguirle el rastro con aquella nieve.
Pero Kouga no era tan tonto como ella esperaba. En lugar de ser un caballero e ir al baño a buscarle un peine, entró en su espacio personal y puso las manos en su pelo. Empezó a peinar lentamente su cabello con sus dedos, atrapando y tirando de nudos. Ella cerró los ojos, intentando contener las lágrimas.
—Ahí fuera te llega hasta las rodillas —le susurró al oído.
Incapaz de soportar el acicalado, Kagome se estiró y le agarró la mano para apartarla de ella.
—De verdad que has estado genial —dijo de nuevo débilmente.
—Me emociono cuando me tocas la mano.
Un sollozo quedó atrapado en su garganta.
—Pero ¿no ves…?
—¿Cómo puedes hacerme esto?
Kagome no estaba segura de qué era lo que pensaba que le estaba haciendo. Y no iba a abrir los ojos para averiguarlo.
—Mañana habrá habladurías. —Su voz era un susurro. Pero hablar era la única defensa auténtica que tenía contra él sin armas.
—Piensa en mi gran pena…
Su carácter estalló ante esto y abrió los ojos de golpe para fulminarlo con la mirada. ¿Su gran pena? ¿SU gran pena? ¿Quién estaba manteniendo cautivo a quién? ¿En serio estaba ahora intentando hacerle sentir culpable?
—Al menos habrá mucho implícito. —Vale, y ahora su tono estaba empezando a volverse un tanto sarcástico. Eso no puede ser bueno.
—… Si enfermases de neumonía y murieses.
Oh.
Oh, vale, estaba intentando ser dulce. Pena por si moría, entendido. Pero seguía siendo manipulación usando la culpa y seguía siendo injusto. Al menos su ira la animó.
—De verdad que no me puedo quedar. —Esta vez, su tono fue plano y frío como la nieve.
—Deja esa vieja excusa —gruñó él.
Con eso, ella enganchó su pie detrás de su tobillo y lo empujó con el hombro contra su vientre. Lo sorprendió tanto que perdió el equilibrio. Giró sobre sus talones y salió corriendo hacia la puerta, tirando el perchero que había cerca detrás de ella para, con suerte, ponerle un pequeño obstáculo. Cada segundo contaría. Sus zapatos sin tracción se deslizaron por el hielo y casi se cayó. Por un momento, debatió sobre sacarse los tacones, pero luego descartó esa idea. No quería congelarse.
Fuera sí que hacía mucho frío, pero al menos saboreó la libertad. Las lágrimas se congelaron en sus mejillas mientras intentaba avanzar entre la nieve. Incluso si hubiera tenido puestos unos vaqueros en lugar de falda, no habría sido capaz de correr entre la nieve con lo profunda que estaba. Y ella no tenía reflejos demoníacos para ser capaz de atravesarla. El gruñido detrás de ella le hizo saber que el perchero no le había retenido en absoluto. No era una gran arma, pero era lo único que tenía. Así que Kagome cogió un poco de nieve, la compactó en una apretada bola y se la lanzó al demonio lobo.
Afortunadamente, su puntería era buena y el proyectil congelado le dio directamente entre los ojos. Desafortunadamente para ella, era solo una bola de nieve y no le habría hecho daño a un niño humano, mucho menos a un demonio adulto.
Se le estaban congelando los pies y se le estaban entumeciendo. Sin su abrigo, su piel estaba tan fría que quemaba. Sus dedos estaban de un rojo intenso y le dolían hasta los huesos. Era un arma ineficaz, pero mientras Kouga rondaba más cerca de ella, Kagome se estiró a por otra palada de nieve. Esta vez, el lanzamiento de la bola de nieve erró por al menos medio metro. Intentó hacer un tercero, pero sus manos no funcionaban, congeladas y agarrotadas. Él se tomó su tiempo para ir a por ella. Kagome intentó gritar para llamar la atención de sus vecinos, pero sus pulmones no parecían inhalar aire suficiente para emitir más que un estridente susurro.
Él prácticamente le cantó mientras decía al estirarse hacia ella:
—Cariño, fuera hace frío. —Y ella no pudo evitar susurrarlo con horror al mismo tiempo. Esa frase la acecharía durante el resto de su vida.
Sus dedos estaban tan cerca de su piel que podía sentir su calidez. A pesar de lo fría que estaba, renegó de esa calidez. Cerró los ojos y rogó por fuerzas. Estaba cansada. Fuera lo que fuera que Kouga hubiera puesto en su bebida todavía estaba causando que fuera lenta y estuviera aletargada. Pero no podía rendirse. Tenía que seguir luchando pasara lo que pasase. Inuyasha… Kagome imaginó sus cálidos ojos dorados y la sonrisa que a veces podía sonsacarle. Él era su fuerza.
El chirrido de neumáticos y un rugido que helaba la sangre hizo que abriera de nuevo los ojos. Vio maravillada que la figura de Inuyasha se alzaba desde detrás de un banco de nieve, como un ángel.
Un ángel feroz, sediento de sangre y que decía groserías.
Su puño aterrizó en el rostro de Kouga. Kagome estaba casi segura de que oyó el crujido de un hueso. Cuando Inuyasha echó el brazo hacia atrás para dar otro puñetazo, vio la sangre en el rostro de Kouga y supo que le había roto la nariz. Pero al demonio lobo no se lo podía detener con un puñetazo. Dio una patada hacia arriba y le dio a Inuyasha en el brazo antes de que pudiera dar el siguiente golpe. Kagome había retrocedido tambaleándose y se había caído en la nieve. Aunque estaba agradecida porque la nueve hubiera amortiguado un poco el golpe, sabía que tendría el trasero dolorido durante días. Inuyasha dirigió la mirada hacia ella cuando se cayó, distrayéndolo. La distracción fue lo único que necesitó Kouga para encajarle una patada a Inuyasha en el estómago.
Su salvador de pelo plateado gruñó, y Kagome se puso rápidamente en pie y se alejó de en medio. Al deslizarse por el hielo, volvió a caer, aterrizando sobre una especie de roca. El dolor la cegó, pero oyó que la pelea seguía. Por un momento, se preguntó si se había roto la mano cuando había intentado frenarse. Entonces, se dio cuenta de qué estaba tocando su mano. Era un ladrillo. Kouga había bordeado su buzón con ladrillos. Estaban en ángulo y pegados firmemente al suelo congelado, pero Kagome aun así tiró. Hubo otro sonido de huesos crujiendo y Kagome levantó la mirada. Había sangre tanto en el demonio perro como en el lobo, pero no estaba segura de a quién pertenecía. ¡La idea de que pudiera ser de Inuyasha le hizo hervir la sangre!
Con un poderoso tirón, Kagome finalmente aflojó el ladrillo. Tiró ferozmente y lo empujó hasta que se soltó y pudo sacarlo del suelo. Poniéndose de pie inestablemente, Kagome contuvo la ola de náuseas y enfrentó la batalla.
Parecía ser un combate igualado. Ambos estaban respirando con dificultad. Ambos estaban gruñendo y rugiendo. Ambos parecían estar heridos.
Inuyasha dirigió la mirada hacia ella y la apartó mientras estaba de pie mirándolo con su ladrillo, con Kouga entre ellos con sus ojos enfocados en Inuyasha. Una comprensión pareció pasar entre ellos, e Inuyasha empezó a insultar a Kouga con todavía más creatividad. Despacio, Kagome se acercó al demonio lobo hasta que estuvo a un brazo de distancia. Era consciente de que ella estaba allí, pero no apartó la mirada de su oponente. Con todas sus fuerzas, Kagome levantó el ladrillo por encima de su cabeza. Kouga se dio la vuelta. Dejó caer el ladrillo sobre su cabeza, sin perderse el breve destello de sorpresa que cruzó su rostro. El demonio lobo cayó.
Entonces, también lo hizo Kagome.
Quiso preguntarle a Inuyasha si lo había matado. Él pareció saber lo que quería saber, así que miró atentamente y luego negó con la cabeza en su dirección. No, muerto no, pero sí desmayado.
Tras cogerla en brazos, Inuyasha sostuvo a Kagome pegada a él. La impresión del calor de él le hizo verdadero daño en la piel con lo fría que estaba, pero no iba a quejarse. Él se sacó torpemente su abrigo mientras la sostenía y la rodeó con él, todo esto sin dejarla en el suelo. La llevó hasta la casa y entró para coger su abrigo, pero ella negó con la cabeza y enterró el rostro en su pecho. Ya no lo quería, no después de que Kouga se lo hubiese sacado. Pero sí que quería recoger el regalo de Inuyasha. Apartando la cabeza de su calidez, inspeccionó la sala en busca del regalo que tenía encima muérdago. Se había caído al suelo junto a la mesita auxiliar en algún momento. Al señalar el regalo, sin confiar en su voz, esperaba que la dejara en el suelo para que fuera a por él. Pero Inuyasha no iba a soltarla. Cogió el regalo, luego cogió su abrigo igualmente, mascullando algo sobre prenderle fuego, pero que el lobo no iba a quedarse con nada de ella.
Abrazándola más, Inuyasha volvió a abrir la puerta de una patada y salió a la nieve sin molestarse en pasar por encima del lobo caído. Fue rápidamente hasta su coche y abrió cuidadosamente la puerta del copiloto. Metió a Kagome dentro, pero no se molestó en abrocharle el cinturón. Después de que estuviera acomodada, corrió al asiento del conductor y metió las llaves en el contacto. Mientras Kagome tiritaba incontrolablemente, él subió la calefacción antes de volver a meterla entre sus brazos.
Dejó que llorase y juró venganza.
Cuando ella se echó hacia atrás, le secó los ojos. Se miraron durante un largo momento, hablándose sin palabras. Entonces, metió la marcha y la llevó a casa.
A casa de él.
Inuyasha la llevó dentro y su cabeza reposó contra su hombro. Con el pie, apartó las revistas y la colada sin doblar que atestaban el sofá que le hacía de cama. Luego, acostó a Kagome y la tapó con todas las mantas que tenía. Ella soltó una risita ante esto, pero no apartó las mantas.
Se sentó cerca de ella y le frotó las manos y los pies para que entrase en calor. Le enviaría un mensaje a su hermano para que le echase un vistazo. Una vez supieran qué había hecho el lobo, darían los pasos necesarios para llevarlo ante la justicia, de una forma u otra. Por una vez, Inuyasha se alegraba de que su hermano fuese médico, incluso si él mismo era frío como el hielo.
Kagome susurró algo somnolienta e incoherentemente, luego se quedó dormida. Inuyasha se sentó a su lado para cuidarla. Se aseguraría de que estuviese a salvo.
La curiosidad se apoderó de él cuando vio la caja dorada envuelta en un lazo rojo que Kagome había dejado caer a su lado. Miró a la chica dormida, luego recogió el pequeño regalo con su nombre escrito pulcramente en la etiqueta con su característica letra. Sonrió ante el muérdago y miró a Kagome con cariño, la esperanza floreció en su pecho. Desenvolvió el regalo con cuidado, planeando volver a poner el papel exactamente de la forma en que estaba para que ella pudiera verlo abriéndolo cuando se encontrase mejor. Dentro había una pequeña caja negra. Adentro había un medallón dorado. Se lo quedó mirando, un poco sorprendido. Entonces, lo levantó suavemente y lo abrió. Sonrió ante la imagen de ellos de dentro. Recordaba la foto, la habían sacado cuando eran niños. Cerró el medallón y notó que había algo grabado en la parte de atrás. No pudo contener la sonrisa cuando leyó las palabras.
Con todo mi amor, por siempre.
Puede que la noche hubiera empezado como una pesadilla, pero se aseguraría de que el resto de la vida de Kagome fuese un sueño.
Nota de la autora: Esta canción siempre me ha resultado un poco espeluznante. ¿QUÉ le puso en la bebida?
Un apunte interesante para quienes se preguntan por el título: En la canción, la voz de la mujer es el «ratón» y la voz del hombre es el «lobo». Cuando lo leí, SUPE que tenía que escribir esta historia.
Fue difícil mantener que solo las palabras habladas fuesen la letra de la canción, especialmente hacia el final. Me planteé dividirlo en dos secciones, pero al final opté por la idea original de solo usar la letra de la canción.
Nota de la traductora: Mientras dejo reposar el nuevo capítulo traducido de Enciéndeme un farolillo, os traigo un nuevo one-shot de esta autora, ya que creo que le va bastante bien a este fin de semana de Halloween. Me ha resultado curioso que solo haya usado la letra de la canción para las partes habladas, así que ha sido muy interesante trabajar con este texto.
¡Espero que os haya gustado!
