Blind Date

Negarse hubiera sido muy sencillo. Sólo debía emitir un monosílabo e ignorar el tema hasta que su amigo se cansara de insistir y buscara un nuevo objetivo para vaciar su ociosidad. No obstante, estaba tan agotado física y mentalmente por los entrenamientos del equipo de béisbol que no podría lidiar con su insistencia; sobre todo porque compartían departamento. La opción más viable, que le traería paz mental, era aceptar su absurda petición.

Suspiró. Rascó su nuca y se echó un vistazo en el espejo. Su cabello se mantenía en orden; no había necesidad de peinarlo o domarlo con la ayuda de un viscoso gel. Y el apartado de su vestimenta carecía de importancia; aunque probablemente su combinación de prendas provocaría un grito en los amantes de la moda y el buen vestir.

Cepilló sus dientes, pensando en un tema de conversación para sostener con aquella extraña con quien fue emparejado por su ruidoso compañero de cuarto. Y no tenía ese reparo porque deseara que la velada fuera amena y ambas partes pudieran divertirse, olvidándose de las circunstancias que lo rodeaban. No. Su planeación era un poco más ruin y se encaminaba a lograr el aburrimiento de la fémina, y con ello, su temprana partida. Afortunadamente no tuvo que meditarlo demasiado; el tópico perfecto lo tenía a la mano y era de su absoluto dominio.

Salió y tomó el autobús. Y mientras miraba aburrido la conocida panorámica de la ciudad se preguntó a sí mismo si de verdad lucía tan patético como para que una cita a ciegas fuera la última alternativa que le quedaba para hacerse de una posible pareja sentimental.

Sus relaciones anteriores no habían sido perfectas. Algunas le dejaron dulces y amargos recuerdos; otras prefería omitirlas de su historial amoroso. No obstante, el que se encontrara soltero, en lo que muchos consideraban su mejor etapa de vida, no debía ser motivo de alarma o preocupación. Simplemente estaba muy ocupado con la universidad y el béisbol. No había tiempo para esas cuestiones personales.

El punto de reunión era una cafetería de apariencia discreta, pero adorable. Hacía recordar a las cálidas construcciones holandesas. Era un sitio perfecto para reunirse un sábado por la tarde y disfrutar de un delicioso postre y una taza de té.

—Hablaré sobre béisbol y esto acabará rápido. —Se dijo mientras avanzaba hacia la dependiente—. Buenas tardes.

—Buenas tardes —saludó amablemente la mujer de mediana edad—. Está aquí por el evento de citas a ciegas, ¿verdad? —Él asintió y ella le entregó un pin numerado—. Su mesa hasta el fondo. Su cita tiene el mismo número que usted.

Miyuki asintió y avanzó. Se abstuvo de mirar a quienes llegaron para formar parte de ese tonto evento. Quizá había otros seres desafortunados como él que fueron arrastrados hasta allí contra su voluntad.

Encontró el pin que era su igual y aspiró una gran bocanada de aire. La socialización nunca fue su fuerte, mucho menos con el sexo opuesto. Mas tenía un plan que debía ejecutar en la brevedad posible.

—Hola —expresó al tomar asiento y encontrarse en esos penetrantes ojos grises—. Esto es...algo extraño.

—Lo sé —apoyó la desconocida con un suave suspiro—. Jamás había participado en esta clase de cosas. Sin embargo, si me rehusaba mi vida se volvería una tortura.

Kazuya notó en su acompañante el mismo sentimiento de incomodidad que él inútilmente trataba de esconder. Ambos estaban ahí contra su voluntad, bajo coacción.

—Sí los dos estamos aquí sin desearlo realmente, podríamos...

—Podríamos pedir algo de comer y esperar a que esta cita a ciegas concluya.

Miyuki no entendía la incongruencia entre sus palabras y su petición. Lo ideal sería dar por terminado el encuentro.

Entonces, la descarada vanidad lo asaltó y le susurró una vaga posibilidad del porqué ella deseaba quedarse. No era un ególatra. Mas era consciente de que su físico era del agrado de muchas mujeres.

No obstante, la joven sólo le obsequió su atención cuando llegó y hablaron sobre sus circunstancias. De ahí todo su interés recaía en el menú y nada más.

«Está completamente absorta en lo que pedirá».

—Por lo que él mencionó tu departamento está muy retirado de aquí —habló y lo liberó de su fútil introspección—. Deberías aprovechar y probar algo de este restaurante. La comida es deliciosa. No te arrepentirás.

—Por lo poco que vi, los platillos tienen una apariencia agradable. Por lo que...—Calló. Estaba pasando por alto un detalle sustancial—. ¿Quién te arrastró a todo esto?

—Tu compañero de cuarto, Kuramochi Yōichi.

Kazuya suspiró. Su espalda encontró la comodidad y el consuelo en el respaldo de la silla. Necesitaba esa estabilidad para no levantarse y buscar a ese incordio que los embaucó.

—Él me dijo que la chica con la que me concertaría la cita era la amiga de una amiga suya…

—Te mintió —expresó para quien inspiraba pena ajena—. Porque él y yo nos conocemos de algún tiempo. Esa amiga no existe.

—¿Y cómo te extorsionó a ti?

—Fotos comprometedoras de preparatoria.

Kazuya agradecía que ese salvaje pandillero no tuviera en su poder algo tan comprometedor. Ahora era él quien sentía lástima por ella.

—Si me voy de aquí antes de que este evento termine, mostrará esas fotografías. Y hará lo mismo si tú escapas.

—Así que por eso has propuesto lo de pedir de comer…

Miyuki miró hacia cada mesa, buscando al idiota que los sentenció a no irse de allí hasta que todo acabara.

—Mencionó que dos conocidos suyos se harían pasar por participantes en este evento y le notificarían si uno de los dos huye.

—Ese bastardo —mascullo. Fue demasiado ingenuo; demasiado estúpido.

—Sólo soportemos y saldremos de esta.

—Supongo que no tenemos otra elección —soltó con una sonrisa ladina—. Porque estoy seguro de que no me dejaras irme.

—Es correcto —respondió—. Recurriré a cualquier método posible para que no abandones esta mesa antes de las cinco de la tarde.

—Menos de dos horas. —Observó su reloj de mano y después la carta—. Igualmente, el viaje hasta aquí me despertó el apetito.

Ella no exageró con sus elogios. La comida que allí se preparaba era exquisita que resultaba doloroso no poder probar toda la carta.

—Si quieres probarlo, puedes tomar un poco.

—No. No es eso. Sino más bien...

Era la primera chica que podía competir con su apetito. Con el apetito de un jugador de béisbol que entrenaba seis días a la semana.

Estaba patidifuso. Sobre todo, cuando ponía atención a su complexión.

—Hago ejercicio. El suficiente para quemar todo lo que estoy ingiriendo. —Leyó su obvia línea de pensamiento.

—N-no dije nada...

Las mujeres no lo intimidaban. Pero ella mostraba la seguridad y presencia que veía en sus pitchers cuando destruían al bateador con su mejor lanzamiento. Y aquella actitud lo ofuscaba tanto como lo intrigaba.

—¿Y qué estudias? —interrogó después de darle un pequeño sorbo a su taza de café.

—Finanzas —contestó antes de probar su postre—. ¿Y tú?

—Derecho.

—Sí tienes un aire a abogada —expresó con cierta burla. Ella sonrió con discreción.

—Aunque dudo rotundamente que ejerzas. Al menos no saliendo de la universidad —habló para quien dejó de comer para mirarla—. Después de todo, ya debes estar en la mira de varios equipos profesionales.

—¿Sabes que juego béisbol? —Su sorpresa fue genuina.

—El mundo del béisbol y yo somos muy cercanos —contó con cierta arrogancia—. Mis hermanos, mis amigos y hasta mis ex son jugadores de béisbol.

—Oh, así que eres una fetichista —agregó con guasa. Y como notó su molestia decidió cambiar de tema—. Has dicho hermanos, ¿verdad? ¿A qué escuela asistieron? ¿Y sus posiciones?

Solamente el béisbol lograba que él se relajara, que hablara tan suelta y abiertamente. Era como si se transformara en otra persona, en otra extensión de su ser.

—Estuvieron en Seidō. Y estuvieron contigo en el primer equipo.

Kazuya se mostró pensativo. Estaba haciendo memoria de sus exs compañeros de equipo. Trataba de acordarse de alguno que haya mencionado alguna vez tener una hermana. Sin embargo, fue en vano.

Entonces le puso atención. Su cabello largo y oscuro, su piel pálida, sus ojos grises y esa aura intimidante. Un nombre cruzó por su cabeza.

—¡Tetsu-san! —exclamó con el ímpetu de quién hace el mayor descubrimiento de todos—. ¿Su hermana menor?

—Soy la de en medio —aclaró—. Pero has acertado sin ninguna pista. Eres bueno.

—La verdad fue esa aura intimidante la que me dijo todo. —Su burlesca sonrisa acentuaba su poca condolencia con sus palabras—. Parece que es propio del apellido Yūki.

—Y tú eres tal cual me describieron mis hermanos y Kuramochi.

—Así que tenías interés por conocer al chico con el que tendrías una cita a ciegas —espetó ególatra.

—No es que yo hubiera preguntado. Más bien Kuramochi se la vive quejándose de lo insoportable e insufrible que eres. O lo inútil que te muestras para las relaciones personales.

Ella sonreía con satisfacción. Él ya desechó el pacifismo como opción para vengarse de quien hablaba de él tan deliberadamente.

—Ese idiota no es mejor.

—Y yo tengo muchas pruebas que avalan tu afirmación —dijo en apoyo—. Probablemente él sea mucho peor tratando con las mujeres.

—¿Desde cuándo dices que él y tú se conocen? —indago, curioso.

La charla que comenzó con el fin de hurgar en la vida personal del corredor en corto y tener algo con qué chantajearlo, evolucionó hacia el béisbol. Discutieron sobre quiénes podían ser consideradas las mejores promesas dentro de los equipos universitarios. Y abarcaron lo que ocurriría después de salir de la universidad.

Ella mencionó los equipos profesionales que se ajustaban a sus exigencias, a sus capacidades, a su innegable talento. Y él por su lado le recomendaba el derecho penal como una opción viable que se ajustaba a su carácter e ideales.

Sus bocas conocieron la sequedad y hallaron el regocijo en una fría bebida alcohólica. Y cuando sus tarros estuvieron vacíos, la tarde se transformó en noche.

El evento de cita a ciegas había terminado hace tres horas atrás.

—Perdimos la noción del tiempo. —Kazuya estaba avergonzado.

Había disfrutado de la amena conversación pese a que nunca quiso ir a esa cita a ciegas.

—De vez en cuando está bien una rica comida, una buena bebida y una curiosa compañía.

—¿Curiosa? ¿Te parezco un bicho raro? —Sonrió divertido.

—Tienes un poco de eso y de aquello.

Ella era demasiado cínica.

—Y ya que esta absurda cita a ciegas terminó, somos libres. —Volvió a hablar—. Con esto dejará de molestarnos por un tiempo.

Ella se levantó y tomó su bolso. Estaba lista para retirarse.

—Por cierto, ¿cuál es tu nombre?

—Sí que eres cosa seria, Miyuki-kun —expresó incrédula—. Hemos hablado por más de cuatro horas y apenas preguntas por mi nombre. No cabe duda de por qué Kuramochi te metió en esto. Eres un caso perdido.

Lo estaba insultando. Pero a él no le importaba. Por ahora su interés recaía en conocer su nombre. Porque más allá de que le parecía bonita, le resultaba interesante.

—Yūki Sora. —Se presentó, extendiendo su mano hacia el chico que recién se ponía de pie.

—Quizá podamos vernos en el próximo evento de citas a ciegas. Ya sabes, para evitar que tus vergonzosas fotografías salgan a la luz —dijo con una sonrisa que rozaba la coquetería y la autosuficiencia.

—Cierto es que a él no le bastará esta extorsión para dejarme en paz —comunicó, siguiéndole el juego—. La próxima vez intenta combinar tu ropa.

—¿Lo sabías? Este estilo es tendencia en todo Tokio.

—Lo dudo rotundamente.

Él sonreía ampliamente por la facilidad que poseía para hacerla enojar; porque sabía que había robado su atención como ella lo había hecho con él.

Quizá Kuramochi se arrepentiría de haberlos presentado.